Con aquella última rubrica ponía fin a muchos años de trabajo y sacrificio, era todo lo que tenía, pero no me encontraba con fuerzas de marcharme a Salvador de Bahía; aquella fusión era un reconocimiento al trabajo bien hecho, Fabián Da Silva era el director de la compañía brasileña con la que nos fusionábamos, mi sucesor en la dirección de Spacca Consulting S.L.; hacia dos semanas que se había trasladado a Lanzarote para conocer todos los entresijos de mi empresa, para interiorizar toda su natura, aunque aquella esencia, mi esencia, no serviría de mucho al otro lado del Atlántico.
Decidimos salir a celebrar el difícil traspaso de poderes, no había sido fácil, y no por cuestiones de dinero, sino por mis dudas sobre el mantenimiento de los contratos actuales, y mi riesgo reputacional, pues era lo único que iba a poder conservar.
El Arrecife Gran Hotel & Spa un magnifico 5 estrellas a pie de playa, llevaba años colaborando con ellos, su Pool&Bar cerraba a medianoche, pero sabía que no tendríamos problemas para continuar con la celebración, aunque no contaba con el giro que tomaría la misma.
—Brindemos por Spacca Consulting —dije—, una parte de mí muere hoy con esta fusión aunque me cuesta digerir que todo acabe aquí.
—Brindemos, aunque no tiene por qué acabar ni aquí ni ahora —contestó, justo antes de besarme.
No me resistí, Fabián me resultaba muy atractivo, llevábamos dos semanas compartiendo muchas horas, y desde el primer momento encajamos a la perfección, por eso el rumbo que tomaron los acontecimientos fue algo muy natural, y despertó en mí sentimientos y sensaciones que tenía ya olvidados.
Tras la muerte de John, una parte de mí se marchó con él, no tenía ganas de seguir luchando en un mundo en el que siempre se van los buenos, por eso lo abandoné todo… nada era lo mimo sin él. Desembarqué en Lanzarote, nuestro sueño siempre había sido retirarnos en la isla, dedicando nuestros últimos años a disfrutar de los paseos junto al mar; pero eso ya no iba a ser posible, porque él, ya no estaba a mi lado para vivirlo.
La brisa del mar me ayudó a alejarme de mis fantasmas, y dedicarme a lo único que sabía hacer me sirvió para no dejarme morir; John me había enseñado todo sobre reflotar empresas en quiebra, y a ello me dediqué, y no tardé en hacerme un buen nombre en la isla, e incluso bien lejos de allí, en Brasil, donde hacía algunas colaboraciones, por ello el giro de la historia.
Las emociones afloraron de repente al sentir aquellos labios contra los míos, no eran los labios que yo conocía y deseaba recordar, pero me hicieron sentir viva, deseada, aunque todo fuese una falacia, la pasión que dejé morir con John, había regresado a mi cuerpo.
Apenas recuerdo cómo llegamos hasta la suite, la temperatura había subido considerablemente, la ropa comenzaba a estorbar, nuestros cuerpos desnudos habían comenzado su particular danza, y se encaminaban ansiosos hacia la cama.
De repente Fabián se detuvo a observarme, la imagen que yo le proyectaba le había dejado helado, y no era para menos, debajo de mi uniforme habitual de ejecutiva se escondía una historia, grabada con sangre, tinta y fuego sobre mi piel; su miraba le delató, no esperaba descubrir un cuerpo hondamente tatuado bajo aquel ceñido vestido negro, pero allí estaba, y durante apenas un minuto, que pareció eterno, aquella visión le bloqueó.
Mi piel, el lienzo más perfecto que encontré para plasmar mi historia y no olvidarla jamás, no había una sola pincelada que no tuviera sentido para mí, aunque para nadie más lo tuviera; aquello dibujos simbolizaban quién había sido, quién era y quién sería en la vida, existía una cuidada cronología, coincidente con cada capítulo escrito del libro de mi vida.
Todo comenzó con la muerte de mi madre, apenas contaba con quince años, mi padre y yo quedamos muy afectados y decidimos rendirle homenaje en nuestra piel, el escudo familiar estaría siempre con nosotros; fue el primero de muchos otros.
Luego vino la luna rota en pedazos que coronaba mi espalda, conmemorando aquel trágico viernes 17 de diciembre que se llevó a mi padre de mi lado, estaba sola en el mundo, sin nadie que le diese sentido a vida, pero entonces llegó John y todo cobró fuerza. Todas nuestras primeras veces aparecen reflejadas en mi piel, pues decidí que no existía en el mundo mejor página para escribir la novela de mi vida.
El símbolo del infinito en mi muñeca derecha, pues nuestro amor no tenía fin, su nombre en la izquierda; la rosa de los vientos señalando el lugar donde nos conocimos, una lluvia de estrellas recorría mi espalda, como aquella que recorrió el cielo la noche en que me hizo suya, el sol radiante de nuestra boda, los copos de nieve que enfriaban las zonas de mi cuerpo que John más deseaba…, el emblema de nuestra empresa, las fechas de nuestros cumpleaños, y las frases de nuestro leitmotiv: Carpe diem, Vive y deja vivir, Nirvana…
Todo ello nos daba fuerzas en los duros momentos que nos tocó vivir juntos, como la muerte de nuestra hija; sobre ese triste suceso hay también mucho escrito en mí, las coordenadas del lugar donde nació y murió, su nombre, Aurora, la huella de su diminuto pie, unas pequeñas alas, las que debió usar para llegar hasta el cielo, y una cicatriz que recorre mi vientre, y que no necesitó tinta para volverse eterna.
Aquel dolor fue consumiendo a John, y seis meses después, la muerte también me lo arrebató; grabé entonces la cruz celta que adorna su lapida y la de mi hija, ellos al menos ya están juntos y pueden cuidarse mutuamente, no como yo.
La muerte, esa horrible señora que me atormenta desde hace tantos años, que me quita todo lo que amo, que juega conmigo y se burla, por ello el ave fénix, símbolo de lo más elevado, de la autosuperación y de mi empeño por vencerla, en un último intento por renacer de mis cenizas y no dejarme caer.
Pero mi historia poco importaba a Fabián, para él aquello era sólo sexo, no había lugar para los sentimientos ni para nada más. Un minuto, sesenta segundos, ese fue el tiempo que Fabián tardó en regresar a la tarea que tenía entre manos, a mí, pero para entonces yo ya estaba muy lejos de allí, sólo mi cuerpo permanecía ya en aquella habitación de hotel, mi alma había volado muy lejos.
A la mañana siguiente nuestras vidas tomaron caminos divergentes, él marcho a Brasil, yo, regresé a Madrid, cerrando otro capítulo de mi vida y olvidando aquel encuentro.
Ese día añadí el que por el momento es mi último tatuaje, un árbol de la vida, el árbol que conecta el inframundo con el cielo, que se alimenta del conocimiento y la sabiduría que vamos adquiriendo con el tiempo. Un árbol de la vida, el árbol de mi vida, que me recuerda día tras día, que mi experiencia, mi madurez y mi propia fuerza me ayudarán a soportar todo lo que la vida esté dispuesta a seguir deparándome, hasta que por fin pueda reunirme con mi familia y descansar en paz.
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