EL ECO DE TI
Camino entre sombras que nadie comprende.
No hay luz que ilumine mis pasos ni viento que me indique el rumbo; solo la certeza de que te busco en lugares donde ya no habitas.
Los recuerdos son mis compañeros, pero también mis verdugos.
Cada uno guarda un fragmento tuyo que me lastima y me llama, como un susurro que me hiere lentamente.
Cierro los ojos y te evoco.
Te busco en sueños, en sueños que mi mente conjura para torturarse con lo que nunca podrá tocar. Apareces y desapareces, una silueta que se disuelve antes de que pueda abrazarla.
Recorro el pasado, pero no hallo más que sombras de lo que fuimos, ecos de risas, susurros, y promesas. Intento retenerte, pero solo me queda el vacío, ese abismo silencioso que se abre entre mi pecho y tu ausencia.
Mi alma te llama, pero no respondes.
Estoy aferrado a un sueño que se desvanece con la suavidad cruel de la memoria.
Cada eco de tu voz es un filo que me atraviesa, un dolor que no sangra pero quema con la intensidad de mil inviernos.
A veces creo sentirte a mi lado, en la penumbra de la habitación, en el frío de la madrugada, en el silencio que grita tu nombre. Pero cuando extiendo la mano, solo encuentro el aire, y el susurro que vuelve a repetirse, insistente, implacable, llevándose tu nombre.
Caminar entre sombras se convierte en mi destino, en mi oficio, en mi vida. Aprendo a reconocer la ausencia como quien aprende a leer un idioma extraño: incomprensible, pero inevitable. Y aun así, no dejo de buscarte, porque en cada paso, en cada eco que me hiere, hay un rastro de ti que me recuerda que exististe, y que aún, de alguna forma, sigues conmigo.
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