La llave de dos mundos:
El renacer
A Jesucristo que es mi luz y mi guía
Índice
Primera Parte
Relato 1 ……………………………………… Voces que separan
Relato 2 …………………………………….. La máscara de Ermesh
Relato 3 …………………………………….. La amenaza
Relato 4 …………………………………….. El desequilibrio cósmico
Relato 5 ……………………………………. La llamada del guardián
Relato 6 ……………………………………. Portadores involuntarios
Relato 7 ……………………………………. Los elegidos
Relato 8 ……………………………………. El guardián forma su ejército
Relato 9 ……………………………………. ?Y Dora?
Relato 10 ………………………………….. La caída
Segunda Parte
Relato 11 ………………………………….. ?Todo está perdido?
Relato 12 ………………………………….. El contraataque
Relato 13 ………………………………….. Contraataque fallido
Relato 14 ………………………………….. Everlinda sorprende a todos
Relato 15 ………………………………….. La salida
Relato 16 ………………………………….. El nodo
Relato 17 ………………………………….. Ganando terrena
Relato 18 ………………………………….. Celda abierta
Relato 19 ………………………………….. Contra reloj
Relato 20 ………………………………….. Punto de quiebre
Tercera parte
Relato 21 ………………………………….. Una breve victoria
Relato 22 ………………………………….. El terrible Ojo de Tharyum
Relato 23 ………………………………….. Vuelven los Vigilantes
Relato 24 ………………………………….. El amor que mueve al universo
Relato 1: Voces que separan
Diana tenía ya varios meses como representante de la Tierra ante el Consejo de los Aliados. Se había ganado el respeto de todos los miembros, y en especial de su presidenta, Marina Khon, una nativa del planeta Atalayo, ubicado en la lejana galaxia de Velkaris Prime. A pesar de su juventud y de haber nacido en la Tierra —considerado por todos como uno de los planetas menos evolucionados espiritualmente—, su intuición, disciplina y capacidad de empatía la habían convertido en una embajadora excepcional. Su labor consistía en mediar entre mundos en conflicto, recoger señales de desequilibrio interestelar y entregar informes periódicos al Consejo. Su foco principal era el planeta Tierra, el cual podía observar en toda su amplitud espacial desde la ventana de su oficina.
Ahora vivía fuera del planeta que la vio nacer. Había dejado atrás su antigua vida, su historia, su familia. Lo único que le quedaba de allá eran los recuerdos… y David.
Él también formaba parte del cuerpo interestelar, pero su rol era distinto: era un guía, uno de los más antiguos y respetados. De mirada intensa y voz serena, David poseía el don de ver lo que otros no alcanzaban a comprender. Su conexión con Diana iba más allá de lo lógico. Se entendían sin palabras. Se sentían incluso a kilómetros de distancia.
Gracias a su buen desempeño, Diana podía verlo más a menudo. Buscaban pretextos: informes que debían cruzar, evaluaciones conjuntas… pero en realidad, cualquier excusa servía para robarle unos minutos al deber.
Ese día, se reunieron en la Sala de Cristal del Centro de Conferencias de Numia, una cúpula suspendida en un campo de energía pura, donde el tiempo parecía flotar. Habían quedado en encontrarse allí a una hora precisa. David la esperaba, ya sabiendo que llegaría puntual.
—Tu luz es más fuerte cada vez —le dijo, tomándola suavemente de las manos.
Diana sonrió. Pero algo en su mirada no estaba del todo en paz.
Antes de que pudieran sentarse, la atmósfera vibró. Una figura se materializó frente a ellos con la autoridad de quien no necesita presentarse: Marina Khon. Era un ser hermoso, alta e imponente. Su túnica plateada brillaba con una luz propia, y su rostro mostraba la gravedad de un deber milenario.
—Lamento interrumpir esta reunión no autorizada —dijo sin rodeos—, pero es oportuna para comunicarles que hemos observado que ustedes mantienen una relación.
David y Diana se miraron. El silencio se hizo denso.
—Debo recordarles que las relaciones entre seres de diferentes planetas están prohibidas —continuó Marina—. Ustedes lo saben. Las conexiones emocionales de este tipo alteran el equilibrio vibratorio entre mundos. Ya hemos visto antes las consecuencias. Esto… debe terminar. Es una decisión del Consejo.
Dicho eso, Marina desapareció de la misma manera como había llegado: un remolino de energía, un destello de luz, una estela… y luego nada.
David bajó la cabeza. Diana apretó los labios. El silencio que quedó fue aún más violento que las palabras de Marina. No había opción.
—Sabíamos que podía pasar —dijo él, con un hilo de voz.
—Yo no sabía que podía pasar esto. No puedo entender cómo el amor puede ser un peligro, un riesgo, una forma de poner a otros en problemas —respondió ella, sintiendo cómo la garganta le ardía.
David la miró. Sus ojos eran un océano contenido.
—No quería esto para ti, Diana. No quería ser un obstáculo en tu camino. Pero te amo. Y no lo voy a negar.
Diana sostuvo su mirada, con el corazón en un puño y el alma pendiendo de un hilo.Buscó en lo más profundo de su ser las fuerzas para continuar.
—Yo también te amo. Desde el primer encuentro. Desde antes, quizás. Pero… también soy una embajadora. Tengo una misión. No quiero poner en peligro nada de lo que debo hacer.
—Y yo hice un juramento. No desafiaré al Consejo. Si lo hiciéramos… no solo nos castigarían a nosotros. El caos que provocaría esta conexión prohibida afectaría a los mundos más frágiles. No podemos ser causa de su caída.
El dolor era palpable. La despedida estaba allí, sin que la nombraran. David acarició su rostro por última vez, como grabando su forma en la memoria. Diana cerró los ojos. No lloró. Las lágrimas eran de la Tierra. En otros mundos, el alma dolía en silencio.
—Adiós, Diana —susurró él.
—Adiós, David… si es que eso existe para nosotros.
Se separaron sin volver el rostro. Sabían que si se miraban una vez más, no podrían hacerlo.
Mientras tanto, en un lugar oculto en el planeta Argos del sistema de Hederion, muy lejos de la pureza del Consejo, una figura se deslizaba entre sombras.
El lugar era oscuro, rocoso, casi cavernoso. En el interior de la cueva más grande, sobre una gran piedra en forma de pico, reposaba una caja metálica, cubierta de polvo estelar.
La figura se arrodilló frente a ella. Tenía las manos cubiertas de cicatrices y un tatuaje marcado en la muñeca: el símbolo de los rebeldes. Tomó la caja y la abrió con precisión quirúrgica. Allí, envuelta en una tela negra, yacía una máscara.
Tenía forma humana, pero estaba alterada. Su interior brillaba con un tono rojizo, como si hubiera sido construida con la energía de mil almas.
Damián Calito la tomó entre sus manos.
—Por fin —murmuró, con una sonrisa torcida—. El equilibrio… está a punto de romperse.
Otra figura se vislumbraba desde el fondo y salía de las sombras. Era Mauricio Alan
Ambos habían sido liberados por necesidad, no por redención. Los Vigilantes del Umbral no actúan a la ligera, sino que velan por el equilibrio entre dimensiones y mundos. De alguna manera, percibían la amenaza que se avecinaba y que atentaba contra el equilibrio cósmico. No tenían tiempo para lidiar con las moscas. Necesitaban ir tras el águila.
Relato 2: La Máscara de Ermesh
La niebla que cubría el páramo de los Acantilados Grises parecía moverse al ritmo del susurro de voces antiguas. Damián Calito, envuelto en su larga túnica carmesí, se inclinó frente a una roca negra tallada con símbolos que no comprendía del todo. A su lado, Mauricio Alan observaba con los ojos desorbitados. Parecían estar inmersos en un antiguo ritual.
—¿Estás seguro de esto, Damián? —susurró Mauricio Alan, aunque no había nadie alrededor.
—Kov’ret no miente. Puede que esté atrapado, pero su conocimiento sigue fluyendo —respondió Damián, con las manos temblorosas extendiéndose hacia una grieta en la roca.
Allí colocó la Máscara de Ermesh. Negra como el vacío, con líneas ondulantes que latían como si estuviera viva. No tenía ojos ni boca, solo una superficie que parecía absorber la luz. En cuanto Damián la tocó, una oleada de odio le atravesó el pecho. Sintió caos, luego dolor, y finalmente control.
La máscara vibró con una energía antigua. Mauricio retrocedió, perturbado.
—Esto no es un artefacto. Es una maldición. Yo tendría cuidado.
—No seas cobarde. Es poder. Y lo usaré.
Mauricio Alan quería correr y salvarse, pero al ver sus intenciones, Damián le gritó:
—Estás involucrado en esto tanto como yo. Ambos profanamos la antigua tumba de Eladion Thëar para sustraer la máscara. Si yo caigo, tú caerás conmigo —le dijo, amenazante.
Pero Mauricio Alan moría del miedo de solo pensar en lo que podría pasarle. Estaba seguro de que les había caído una maldición por profanar la tumba de Eladion Thëar, y le daba aún más terror el uso de esa máscara, de la que nada bueno podía venir. Pero Damián tenía razón. Estaba involucrado hasta lo inimaginable. Temblaba como una hoja en el aire. No estaba tan seguro de poder seguir adelante con todo esto. Sus manos sudaban frío y respiraba con dificultad. Pero no tenía escapatoria. Estaba atrapado.
Mientras tanto, a millones de kilómetros de distancia, en la estación de la Unión de Mundos, Diana contemplaba el reflejo de las estrellas a través de la cúpula de observación. Su rostro estaba sereno, pero sus ojos cargaban el peso de la decisión que acababa de tomar.
Denise estaba con ella. De vez en cuando, podía mandarla a buscar para pasar tiempo con su hermana. Era una prerrogativa que tenía por ser un miembro del Consejo.
—No sabía que el amor podía doler tanto cuando se hace lo correcto —dijo, rompiendo el silencio.
Denise, sentada a su lado, la miró con ternura.
—Lo estás haciendo por los dos, Didi. El Consejo es inflexible, pero eso no borra lo que sienten.
—Tuve que mirarlo a los ojos y decirle que todo había terminado. Que lo olvidara… —hizo una pausa, tragando las lágrimas—. Y él solo respondió que siempre me recordaría en los silencios.
Denise le tomó la mano.
—Los silencios también hablan. Y no estás sola. Nuestros padres están bien. Cardenales está floreciendo, literalmente. Están sembrando flores solares en las terrazas. Hasta los tíos están por abrir el restaurante Hari. Dicen que el menú va a tener sabores de todos los planetas.
Diana esbozó una leve sonrisa.
—Me alegra saber que todo está volviendo a su cauce… aunque dentro de mí parezca un campo de batalla.
—Ahora en Cardenales tenemos un gobernante justo. Todo va de maravilla y casi ni llueve, solo de vez en cuando y de noche, para darle vida a los campos.
Esa noche, la calma reinaba en casa de los Claver. Mocca dormía junto a la ventana, alerta como siempre, hasta que algo extraño sacudió el aire. Un leve ronroneo eléctrico, casi inaudible, empezó a crecer en intensidad. Del rincón más oscuro del jardín, emergió una criatura felina de pelaje plateado y ojos violeta.
Era Zahél.
Mocca se irguió con desconfianza, pero Zahél bajó la cabeza con respeto. Sus ojos se encontraron y una ráfaga de información cruzó el aire como una descarga. Mocca bajó la guardia.
—Es detector de distorsiones emocionales —dijo Denise desde el umbral de la puerta, sorprendida pero sin miedo—. No te asustes, Mocca. Ha venido a cuidarnos.
Zahél dio un paso hacia adelante. Una voz suave, sin boca, resonó en su mente:
“He venido. El desequilibrio ha comenzado.”
Zahél no era visible para todos. Solo los sensibles podían verlo. Denise, frotándose los ojos, lo miró fijamente. En sus pupilas, vio fugazmente la imagen de la Máscara de Ermesh, flotando sobre un océano de fuego.
—¿Qué fue eso? —preguntó.
Mocca se sentó a su lado, como protegiéndola.
—¿Qué viste, Denise? —preguntó Duarte, que acababa de llegar. Solo pudo ver una fugaz luz cerca de Mocca.
—Eso, mi querido Duarte, es una advertencia —respondió Denise sin inmutarse.
Duarte no quiso responder, pero en su corazón sabía que no vendría nada bueno.
Relato 3: La amenaza
Para terminar el conjuro en los Acantilados Grises del planeta Argos, Damián se puso la máscara para comprobar en sí mismo que todo funcionaba bien. Mauricio Alan lo miraba espantado. Damián experimentó un descontrol de emociones y no podía quitarse la máscara cuando quiso hacerlo. Mauricio lo observaba aterrado, sin saber qué hacer. Finalmente, la máscara cayó sola al piso y Damián sintió que ya estaba listo.
—El conjuro se ha cumplido —dijo con voz solemne.
Damián recogió la máscara del suelo y, sin mirar atrás, se retiró. Mauricio corría detrás de él porque le costaba seguirle el paso. La máscara de Ermesh estaba lista, y aunque Damián aún no comprendía todo su poder, sentía en su interior una energía viva y salvaje. Vibraba en su pecho como un corazón alterno, oscuro y caprichoso. Era una fuerza que no pensaba contener.
Tomaron su nave y abandonaron Hederion rumbo a la Tierra. Damián sabía que los mundos más sensibles eran también los más fáciles de perturbar. Y allí, justo donde la esperanza había comenzado a resurgir, pensaba sembrar el caos.
—Los sensibles… —murmuró mientras atravesaba el portal interestelar—Siempre hay puntos débiles en las estructuras bien pensadas —dijo con seguridad.
Mauricio Alan solo lo escuchaba, estupefacto, sin poder articular palabra. Ojeroso y angustiado, toda esta situación le pesaba como un traje de plomo. Damián seguía pensando en voz alta:
—No quiero venganza, al menos no aún. Lo que quiero es poder. Más poder. Más del que alguna vez he tenido. Ahora podré chantajear al Consejo, manipular la política de Cardenales, tener dominio sobre el comercio interestelar. Ser el nuevo rostro del gobierno.
—No sé si pueda seguir con esto —dijo Mauricio Alan en voz baja mientras cruzaban el umbral de luz que los llevaría al sistema solar—. No me gusta lo que estás haciendo. No me gusta lo que esa máscara provoca.
Damián lo miró por encima del hombro.
—Ya no hay vuelta atrás, Mauricio. Lo sabes tan bien como yo. Tú me ayudaste a profanar la tumba de Eladion Thëar. Tus huellas están sobre la máscara. Si caigo… tú caerás conmigo.
Las palabras de Damián Calito fueron como una sentencia a cadena perpetua para Mauricio Alan. El momento de correr y desaparecer ya había pasado. De aquí en adelante, no había salida.
En otro lugar de la galaxia, en la estación de la Unión de Mundos, Diana contemplaba las estrellas con el rostro inmóvil pero el alma en tormenta. Recostada en una silla, tenía la mirada fija en el infinito. El Consejo había sido claro: David sería enviado al sistema de Hederion, una región inestable donde se requería de su sabiduría para contener una crisis planetaria.
—¿Por qué ahora? —se preguntaba una y otra vez—. ¿Cómo puedo hacer para salir de este callejón sin salida? ¿Qué hago con tanto amor contenido?
En ese momento de reflexión, apareció Marina Khon, siempre envuelta en un halo de luz, con su túnica brillante dejando una estela a su paso. Parecía leer los pensamientos de Diana.
—¡Diana! —la llamó, y Diana volvió a poner los pies sobre suelo firme.
—¡Marina! —le dijo, incorporándose rápidamente.
—David debe ir a Hederion porque el equilibrio está en juego, y él es el único que puede evitar un descalabro —le comentó sin rodeos.
—Sí, lo entiendo —respondió.
Pero ¡no! No lo entendía. Guardó silencio, pero por dentro se deshacía. Otra vez la distancia. Otra vez la separación. Justo cuando sentía que podía sostenerse en esa pequeña luz compartida, el universo y el deber volvían a alejarlos. Si algo tenía claro, era la necesidad imperiosa de defender a su planeta y no poner en riesgo, por nada del mundo, su posición como embajadora galáctica. Eso incluía a David.
Y entonces… lo sintió.
Una vibración leve. Un escalofrío sin causa. Un presentimiento que caló hondo en sus sentidos más agudos. No lo entendió, pero le quedó muy claro que algo malo venía en camino. Tenía que ver con las personas que más quería, pero no sabía qué podría pasar.
Damián ya había llegado a la Tierra.
Usó rutas olvidadas por el Consejo, atajos entre mundos, puertas abandonadas. Ahora caminaba por Cardenales con una sonrisa falsa y la máscara oculta bajo su abrigo. Observaba a la gente como quien elige piezas en un tablero. Tenía la necesidad de probar su “nuevo juguete”. Necesitaba experimentar. Pero él no podía saber quién era más sensible, quién era puro. No podía saberlo, y para ese momento, Mauricio Alan, en pánico, le era inservible.
Así que comenzó a caminar por las calles de Cardenales. Nadie se percató de que estaba allí. Todo el mundo estaba feliz, reconstruyendo la ciudad y sus vidas. Así que decidió llevarse a alguien al azar. Y como un cazador que espera a su presa, se escondió tras un arbusto y esperó, paciente, para atrapar a la siguiente persona que pasara por allí.
Y justo en ese momento pasó Jamilet, la amiga de Denise. La jaló, le tapó la boca para que no gritara y se la llevó a su nave. Jamilet caminaba con un grupo de amigos, pero se había quedado atrás porque se amarraba el zapato. Sus amigos no vieron el momento en que desapareció. Para ellos, simplemente se desvaneció.
Aquella noche, Zahél brilló por primera vez.
En el jardín de los Claver, la criatura felina emitió una luz dorada y palpitante, una especie de sirena cósmica silenciosa. Mocca, dormida junto a la ventana, se irguió de golpe y comenzó a gruñir. Denise salió corriendo, alarmada.
—Zahél… ¿qué sucede?
La criatura la miró fijamente. Sus ojos violáceos reflejaban constelaciones que se movían en espiral. Su cuerpo se encendía por pulsos. Denise lo supo de inmediato:
Era el augurio de algo muy malo que estaba por suceder.
Zahél no hablaba con palabras, pero su mensaje era claro, y Denise lo entendía. La amenaza estaba en el planeta. Y estaba cerca.
Duarte apareció tras Denise, frotándose los ojos.
—¿Qué pasa? ¿Qué sucede? —dijo curioso al momento en que logró ver una luz tenue.
—Eso, mi querido Duarte… es una alarma. Nuestra alarma para actuar —dijo Denise, sin apartar la vista de Zahél.
Mocca se posicionó junto a ella, en modo protectora.
Denise sintió cómo el aire cambiaba. Como si algo invisible se hubiera colado en el mundo y estuviera buscando a quién devorar. Duarte no quiso preguntar más. Había decidido aceptar sin muchas preguntas todo lo extraño que sucedía a su alrededor y alrededor de la familia Claver. Las cosas en su entorno habían cambiado para siempre, y aceptaba el cambio sin resistencia. Decidió armar un grupo para juntar fuerzas.
Y en algún rincón de Cardenales, Damián preparaba todo.
Llevaba la máscara en una caja negra, sellada con símbolos antiguos. Apretaba la tapa con fuerza. Sentía cómo el objeto pulsaba con ansias, como si también tuviera hambre.
—Pronto, Ermesh —susurró—. Pronto sabremos lo que puedes hacer.
Relato 4: El desequilibrio cósmico
Damián estaba listo para hacer su experimento. En la nave había preparado una especie de cámara con una mesa que actuaba como camilla. Allí colocó a Jamilet, que estaba inconsciente. La ató y esperó que despertara. Tenía que estar consciente para poder hacer la prueba. Mauricio Alan caminaba de un lado al otro de la nave tratando de calmarse, pero su desespero era inmenso.
—¡Mauricio! —le gritó.
Mauricio brincó del susto y se apoyó en la pared, casi desmayado.
—¡No hagas eso! Casi me matas de un infarto.
—Entonces quédate quieto.
En ese momento, Jamilet comenzó a reaccionar, pero al verse atada y rodeada de desconocidos gritó y peleó por zafarse. Entonces Damián inició el ritual. Mientras ella se retorcía para evitar que Damián le pusiera la máscara encima, él repetía una frase en idioma de Hederion que parecía milenario:
—Zehr’ul kha’reon. —repetía una y otra vez.
Era un llamado. Significaba “Despierta, Guardián”.
De pronto, Jamilet quedó inmóvil, como si estuviera en trance, y Damián le colocó la máscara. En ese momento se proyectó una luz negra desde la máscara hacia el techo. La máscara emitía un sonido constante y, tras unos instantes, el ruido cesó, la luz se apagó y la máscara, que se había pegado al rostro de Jamilet, se aflojó. Damián la retiró y se alejó, esperando la reacción.
Mauricio Alan temblaba como una hoja, escondido detrás del escritorio.
Entonces, Jamilet rompió las ataduras con una fuerza sobrehumana y se levantó. Los miró fríamente. Se acercó lentamente a Damián y, con una voz ancestral, dijo:
—Zahr’kiel no’than irü. Sæl varion.
Eso significaba: “El guardián no tiene amo. La causa es sagrada”.
Pero ni Damián ni Mauricio Alan entendían nada. Detrás del escritorio, Mauricio sollozaba casi en murmullos. Damián se acercó a Jamilet con cautela y le dijo:
—¿Quién eres?
En ese momento, Jamilet se desvaneció.
—¡Ay Dios mío! ¡Se murió! ¡La matamos! —lloraba Mauricio.
—¡Cállate, inútil! —le gritó Damián.
Entre los dos recogieron a Jamilet y la pusieron sobre la camilla.
En casa de los Claver, Zahél había pegado un brinco tan alto que asustó a Mocca. Denise lo percibió. En realidad, lo estaba esperando.
—Algo está pasando —dijo, y mirando a Zahél, añadió—: Dependemos de ti, pequeño, para que nos adviertas del peligro.
Zahél estaba en alerta, mirando a todos lados en modo de protección, pero aún no era posible saber qué pasaba. Denise decidió llamar a Patricia para que tuviera cuidado. En el aire se respiraba la tensión.
—Avisa a tu hermana, Denise. Temo por su seguridad —le dijo Patricia, preocupada.
Esa noche, Patricia decidió hacer vigilia. Tenía el terrible presentimiento de que algo muy malo estaba por ocurrir. De su mochila sacó una esfera. Era como una piedra azul intenso, que emitía una tenue luz brillante. Era un regalo que le había dado Diana.
“Mantenla siempre cerca de ti. ¡Te protegerá!” —le había dicho.
Le había explicado que para cualquier persona era una piedra muy corriente, pero para los seres especiales como ella, era un talismán de protección. Patricia la tomó entre sus manos y la mantuvo cerca toda la noche. Ya muy, muy tarde, no pudo mantenerse despierta y se quedó dormida.
En el sistema Hederion, David llegaba al planeta Argos para cumplir su nueva misión. Aterrizando en un escampado de los Acantilados Grises, sintió una atmósfera más densa que en cualquier otro planeta. Desde el principio se dio cuenta de que el equilibrio estaba roto. Notó claramente que había una anomalía energética que desestabilizaba la frecuencia del sistema.
Comenzó a investigar alrededor, y entonces lo vio. Se dio cuenta de cuál había sido el origen del desequilibrio. En la gran cueva, sobre la piedra en forma de pináculo que era la tumba de Eladion Thëar, ya no estaba la caja que contenía la máscara de Ermesh. Vio la caja metálica vacía. Se estremeció. Se dirigió hacia la roca negra tallada, llena de símbolos, y notó unas huellas.
Entonces lo supo.
Supo que alguien había profanado la tumba de Eladion Thëar y que habían realizado el conjuro en la roca negra. Vio las huellas y comprendió el desequilibrio. No había duda. Ese era el origen y, seguramente, no se habían llevado la máscara conjurada para nada bueno.
Tenía que avisar al Consejo de los Aliados cuanto antes. No había duda de que los planetas estaban en peligro.
En la guarida de Damián, Jamilet volvía en sí. Al ver a Damián Calito y a Mauricio Alan, comenzó a gritar y a pedir ayuda. Damián luchaba con ella para callarla mientras Mauricio solo se escondía y lloraba. De repente, la máscara que estaba sobre la mesa comenzó a irradiar una luz negra, y Jamilet se paró en seco. Se zafó de Damián con fuerza y lo lanzó contra la pared. Damián quedó semiinconsciente. Ella tomó la máscara y se marchó corriendo con una velocidad imposible de alcanzar por ningún humano.
Relato 5: La llamada del guardián
David llegó alarmado a la sede del Consejo de los Aliados y pidió una cita urgente con Marina. Ella lo recibió en la Sala de Cristal del Centro de Conferencias de Numia.
—David, ¿qué fue lo que encontraste? ¿Cuál es la gravedad?
—Profanaron la tumba de Eladion Thëar. Se han llevado la máscara de Ermesh bajo conjuro —dijo David con voz grave.
Marina estaba tan sorprendida que no podía emitir palabra. El desequilibrio que esta acción provocaba, no solo para todo el sistema Hederion, sino para el resto del universo, era de consecuencias impredecibles.
Y es que la máscara de Ermesh era producto de un acuerdo interestelar. Los Vigilantes del Umbral habían reunido allí todas las energías negativas y la habían encerrado en una caja negra de hierro para evitar que fuera abierta. Se había colocado en la entrada de la tumba de Eladion Thëar, un prócer intergaláctico que había muerto por defender el equilibrio. El trato fue que la máscara de Ermesh no solo sería un recordatorio del pacto por la estabilidad intergaláctica, sino también un punto de apoyo para el equilibrio entre universos.
Haberse llevado la máscara era uno de los delitos más graves de todo el cosmos.
—¡Reúne al Consejo de urgencia! —ordenó Marina a su secretaria, que se encontraba cerca—. Nos veremos a las 15 horas en el Salón de la Unión de los Mundos.
Dirigiéndose a David, añadió:
—¡Tienes que estar presente!
David asintió y se retiró. Estaba seguro de que Diana estaría en esa reunión, y allí la vería. Eso lo emocionaba. No podía esperar.
En un punto de Cardenales, una Jamilet normal caminaba por las calles buscando a sus amigos. Muy sonriente, se encontró con Don y Everlinda, cerca de la cafetería.
—¡Hola, chicos! —dijo muy animada.
—¿Qué tienes allí? —preguntó Everlinda, curiosa.
—¿Ah? ¿Esto? —y levantó la máscara para enseñarla—. Es una máscara para el disfraz de Halloween. Me la encontré por allí y me encantó.
—¿Cómo que te la encontraste? —preguntó Everlinda, extrañada.
En ese momento, Jamilet se transformó. Se puso seria y le dijo a Everlinda:
—¡Ven, pruébatela! Te va a quedar súper bien.
Pero su voz era metálica y extraña. Everlinda desconfió. Notó que algo no estaba bien y se alejó. Entonces, Jamilet tomó la mano de Don y le dijo:
—¡Ven! Te va a encantar.
Jamilet se lo llevó de la mano hacia una esquina. Everlinda no los siguió. En ese momento recibió una llamada. Era Denise.
—Everlinda, necesito que vengas a mi casa ¡ahora!
Everlinda no preguntó y salió corriendo hacia la casa de Denise.
En la guarida de Damián Calito, éste se recuperaba del golpe mientras Mauricio Alan lo ayudaba. Sin parar de sollozar, Mauricio decía:
—¡Se llevó la máscara, Damián! ¿Y ahora qué vamos a hacer?
—Si yo hubiera sabido que eras tan llorón, nunca te hubiera invitado a acompañarme en esta aventura. ¡Calma! El Guardián está despierto y va transformando todo lo que toca. Ya verás cómo esa chica va a transformar a alguien más, y así la máscara irá de mano en mano.
—Pero… ¿cómo es que tienes el control entonces?
—Mauricio, no necesito la máscara para tener el control. Yo soy Guardián del Guardián. Tengo el control total desde aquí.
Mauricio Alan lo miraba con incredulidad. No podía entender cómo funcionaba esto. Tampoco comprendía cómo era que eso le iba a servir a Damián para tener todo lo que quería: dinero, poder y, más adelante, venganza. Pero ya estaba demasiado involucrado. No tenía que entender nada.
—¿Y entonces cómo recuperaremos la máscara? —preguntó intrigado.
—Ella volverá a mí. Tenemos una conexión irrompible.
En casa de los Claver, todo era normal. Daniel y sus hermanos se preparaban para la gran inauguración de Hari, un restaurante de comida japonesa. Estaban todos muy contentos planificando la apertura, con la ayuda de Dora. No se percataban de lo que sucedía alrededor. No podían percibirlo. Solo Daniel, que observaba a Mocca inquieta, y Duarte, que seguía de cerca los pasos de Denise. Duarte sabía de la existencia de Zahél, aunque no podía verlo.
Pero Denise estaba en guardia, y Duarte lo presentía. Denise estaba con Mocca y veía cómo Zahél caminaba de un lado al otro. De sus ojos se proyectaba una luz entre amarilla y dorada, mientras sus pupilas estaban completamente rojas. Emitía un maullido metálico. Mocca lo miraba aterrada y se escondía detrás de Denise. Mientras tanto, Denise esperaba la llegada de Everlinda y Patricia. Ambas llegaron casi juntas y se abrazaron al llegar.
—Diana está en Consejo —les dijo Denise—. En un rato sabremos qué es lo que está pasando. Pero es mejor que estemos juntas.
Everlinda y Patricia asintieron. Patricia podía ver a Zahél, pero Everlinda no. Denise les explicó el rol de Zahél y lo importante que era estar en alerta en ese momento. Patricia tenía entre sus manos la esfera azul, su protección.
—¿Has visto a Don? —preguntó Denise a Everlinda.
—Sí, estaba conmigo, pero Jamilet lo entretuvo enseñándole una máscara.
—Ok. Lo voy a llamar.
En la cafetería, Jamilet le había puesto la máscara a Don. Al cabo de unos segundos, Don se la quitó y dijo con voz metálica:
—Soy su esclavo, Guardián. Mi señor.
Tomó la máscara y se alejó de Jamilet mientras ella lo veía marcharse con una sonrisa siniestra.
Relato 6: Portadores involuntarios
Eran las 15 horas y todo el consejo estaba listo para empezar. Diana estaba sentaba en la gran mesa con los 20 miembros del consejo representando galaxias. Diana era la única que representaba a un planeta: la Tierra, pero era un planeta demasiado importante, quizás el más importante del universo. David también estaba allí. Le tocaba explicar lo que había descubierto. Estaban frente a frente pero apenas si intercambiaban miradas. Tenían miedo de ser descubiertos. Pero mentalmente se comunicaban yse entendía los gestos.
Marina lideró la reunión del consejo,
- Ha pasado algo muy grave miembros del consejo. La máscara de Ermesh ha sido robada-
Hubo murmullos entre los miembros. Diana no entendía. David le explicaba mentalmente de qué se trataba. Era su forma de ayudarla para que no estuviera desencajada. Uno de los miembros tomó la palabra:
- ¿Hemos rastreado su localización?- preguntó
- ¡Si! Sabemos que está en la Tierra — contestó David con certeza
- ¿En la Tierra? — Murmuró Diana
Fue un susurró pero llamó la atención de todos los del consejo que se voltearon a mirarla.
- Diana tienes que ir a la Tierra sin demora— dijo Marina— David tendrás que acompañarla— dijo lanzándole a David una mirada amenazante.
David asintió con la cabeza y entendió la mirada de Marina. También Diana. Sabían que era trabajo y solo eso y que no podían poner en riesgo el deber aunque su corazón explotara por dentro.
Diana comenzó a preparar viaje para la tierra pero antes se comunicó con Denise para advertirla.
- ¡Ahhhh! Era eso— dijo como si supiera de que se trataba. — De acuerdo respondió Denise, estamos atentos.
Cerca de la casa de los Claver caminaba Don con la máscara en la mano y los ojos desorbitados. Y de repente se quedo estático, con la mirada en el horizonte como si estuviera recibiendo un mensaje. Don siguió caminando a casa de los Claver y al llegar escondió la máscara entre los arbustos de la entrada. El guardián le advirtió que habían sido descubiertos y tenía que tener mucho cuidado. Don llegó a la puerta y todo el timbre. Denise lo recibió con un abrazo y un beso. Su relación seguía fuerte y sólida. Don respondió a las muestras de. Cariño.
- ¿Están todos aquí? ¿Qué celebramos? – preguntó en tono jocoso.
- Ven y te contamos.
Don se sentó junto a Denise y sus amigos, pero Mocca la gruñía y Zahél se había quedado mirándolo fijamente.
Afuera en la entrada estaba Duarte buscando entre los arbusto, había visto como Don había escondido algo y le dio curiosidad.
Encontró la máscara y se la llevó a la casa.
Relato 7: Los elegidos
Diana y David se dirigían hacia la Tierra. Tenían demasiadas cosas que decirse pero no se atrevían ni a mirarse. Diana sentía que era observada. Solo hablaban del trabajo. El viaje se les hizo eterno
Pensé que Kov’ret había robado la máscara pero confirme que sigue detenido por los Vigilantes del Umbral.
- Pero entonces ¿Quién puede ser? – preguntó Diana con curiosidad
- No le sé Diana pero lo vamos a averiguar.
No tenían idea que Damián Calito y Mauricio Alan estaban detrás del robo de la máscara lo que estaba produciendo un desequilibrio cósmico. Ya atravesaban el portal interestelar cuando David dejó deslizar su mano hacia la mano de Diana. Ella se sobresaltó pero no la retiró. Tuvo temor pero hubiera querido que ese momento durara toda una eternidad.
Mientras tanto, en casa de los Claver, Duarte examinaba la máscara a escondidas en el cuadro de Denise cuando sus hermanos lo llamaron para que hiciera unas cuentas del nuevo restaurante
- Tú siempre distraído con cualquier cosa Duarte. Te necesitamos aquí- le dijo Darío en tono de regaño. Duarte se había sobresaltado con la entrada de Darío al cuarto de Denise y escondió la máscara detras de sí.
- ¿Qué tienes allí? – preguntó con curiosidad
- Nada, solo esta máscara – respondió Duarte con ingenuidad
- Tú y tus juguetes. ¡Vamos! — dijo Dario con autoridad de hermano mayor
Duarte esperó que Darío saliera del cuarto y escondió la máscara debajo de la cama. No sabía por qué Don la había escondido entre los arbustos de la entrada pero lo iba a averiguar más tarde.
Y mientras los Claver sacaban cuentas y preparaban la inauguración del Hari por todo lo alto, Denise y sus amigos luchaban por mantener la estabilidad del universo, y no era un decir. Denise había comenzado a contarles a todos la conversación con Diana.
Diana viene en camino. Se han robado un artefacto muy importante que puede hacer mucho daño porque controla a las personas.
De pronto Don se quedo paralizado, como mirando al horizonte y comenzó a repetir una frase con una voz metálica:
— Zahr’kiel no’than irü.—
La frase significaba “El guardián no tiene amo”. Denise observó en ese momento como Zahél lo miraba fijamente y una luz dorada incandescente salía de sus ojos y se proyectaba en Don. Patricia también lo vio. Everlinda no entendía. Denise entró en pánico. Don seguía repitiendo la frase y caminaba hacia Denise como un autómata.
En ese preciso momento, en el que reinaba la confusión y Denise no sabía qué hacer llegaron Diana y David. David actuó rápido tomó a Don por los brazos y el se resistía, pero Zahél, proyectando la luz sobre él, logró el control y entre los dos se lo llevaron a la nave de David que estaba en el bosque, no muy lejos de la casa. Allí David logró restaurar el equilibrio de Don que no entendía lo que estaba sucediendo. Tampoco ninguno de los que estaban allí pero Denise confiaba.
Don volvió donde estaban todos como si las últimas horas hubieran sido borradas de su memoria. Estaba exhausto y sediento y fue a tomar agua a la cocina. Allí se encontró con Duarte quien no dudó en interrogarlo,
- ¿Por qué escondiste esa máscara en los arbustos de la entrada?
- ¿De qué máscara me hablas Duarte? No sé nada de una máscara.
- ¡Pero yo te vi esconderla!
- ¡No sé de qué me hablas!
Don regresó con el grupo y Denise estaba feliz de tenerlo de regreso.
Duarte se quedó con la duda. Tenía intenciones de volver al cuarto de Denise a seguir investigando sobre la máscara, pero en ese momento lo interceptó Domingo.
- Daniel dice que vengas que te necesitamos-
Duarte pudo hacer nada y tuvo que obedecer, pero se quedó con la idea de ir a rescatar la máscara de debajo de la cama de Denise.
Minutos más tarde Dora subía a llevar ropa limpia a los cuartos, y al entrar en el cuarto de Denise se percató de una luz que salía de debajo de la cama. Se agachó y encontró la máscara. La tomó y entonces el artefacto soltó una luz brillante azul que irradió todo el cuarto. Dora miraba fascinada.
- ¿Qué cosa eres? – preguntaba curiosa
La máscara comezó a vibrar como si la llamara. Dora tomó la máscara y la acercó a su rostro. Entonces ésta se incrustó en el rostro de Dora como si lo absorbiera y comenzó a brillar de nuevo. Al cabo de unos segundos la máscara se aflojó y cayó al suelo. Dora se quedó como paralizada y con voz metálica dijo:
- Zahr’kiel no’than irü. Sæl varion.
Tomó la máscara del suelo y salió hacia la calle con la máscara en la mano, como si fuera una autónoma. Desde la sala, Daniel la vio alejarse, y aunque le causó extrañeza no la siguió ni le dio mayor importancia.
En su guarida, Damián Calito los llamaba y Dora iba hacia allá, igual que Jamilet. Como si se tratará de androides respondiendo a un llamado de la nave nodriza.
Relato 8: El guardian forma su ejército
La guarida estaba oscura, iluminada solo por la luz azul intermitente que emanaba de un artefacto suspendido en el centro de la sala. No se escuchaba ni el zumbido de una mosca, solo la respiración acelerada de Damián, que observaba sobre un mapa en la mesa los lugares donde podrían levantar el ejército del guardián. Jamilet permanecía de pie, inmóvil, con la mirada perdida en el vacío. Parecía una estatua viva, envuelta en un aura antigua. Cuando Dora entró, fue como si la energía del lugar reconociera su presencia.
— Zahr’kiel ai torüm an khal —dijo Dora con voz metálica y clara. Tenía la máscara en la mano.
— Val’khen torüm dahr. El guardián necesita más soldados —respondió Jamilet en el idioma de Hederion.
— Sai’khrün —ordenó Jamilet. Le quiso decir: “Sal y busca. Debemos multiplicarnos”.
Sin decir más, Dora giró sobre sus talones y salió de la guarida, caminando con determinación. La máscara parecía viva en su mano, vibrando de forma imperceptible. Damián observaba la escena con una sonrisa de satisfacción.
— Que se propague —susurró—. Que todos los sensibles sean tocados. El desequilibrio hará lo suyo.
Jamilet, sin expresión alguna, se sentó lentamente en una silla metálica al fondo del recinto. Su cuerpo se movía como si respondiera a comandos invisibles. Mauricio Alan la miraba desde una esquina, con los ojos desorbitados y la respiración agitada.
— ¿Qué hemos hecho…? —se decía una y otra vez, golpeando suavemente su cabeza con las manos—. Esto no era lo que planeamos…
Damián ni se volteaba a mirarlo. No tenía tiempo para las pequeñeces. Seguía ideando hacia dónde enviar cada parte del ejército que iba a formar para retomar el poder y el dinero de Cardenales, especialmente ahora que se estaba recuperando.
Mientras tanto, Dora caminaba por las calles de Cardenales, ahora más agitadas que nunca con la apertura de nuevos negocios, música ambiental y alegría contenida en cada esquina. Se detuvo cerca de una esquina popular, donde la gente solía pedir delivery.
Aguardó paciente, hasta que un joven repartidor pasó en su bicicleta. Simuló una caída teatral, lanzando la máscara unos centímetros más lejos.
— ¡Ay! —exclamó, fingiendo dolor.
El muchacho frenó de golpe y corrió a ayudarla.
— ¿Está bien, señora? ¿Se golpeó?
En cuanto se inclinó para acercarse a ella, Dora alzó la máscara y se la mostró. Esta se activó al instante, brillando con un destello azul. En menos de un segundo, el artefacto se adhirió al rostro del joven. Su cuerpo se tensó. La máscara brilló… y luego cayó al suelo.
El muchacho, con los ojos oscuros como pozos sin fondo, la recogió con solemnidad. Luego pronunció:
— Zahr’kiel no’than irü. Sæl varion.
Y sin decir más, se dirigió hacia el restaurante de pizza en el que trabajaba, a solo una cuadra de distancia.
Dora regresó a la guarida.
— Otro ha sido activado —anunció Jamilet.
Damián la recibió con entusiasmo.
— Estamos avanzando. Pronto la ciudad entera sabrá lo que es perder el equilibrio. Que Ermesh los guíe… o los devore.
A su lado, Jamilet seguía sentada. Sus pupilas estaban dilatadas, el rostro inerte, sin rastro de emoción. Mauricio Alan se acercó, hipnotizado por la transformación. La miró de cerca, apenas conteniendo un sollozo.
— Perdónanos… —le susurró.
En casa de los Claver, David y Diana habían reunido al grupo. Denise, Everlinda, Don, Duarte y Patricia estaban atentos.
— Se trata de la máscara de Ermesh —dijo David—. Un artefacto ancestral, capaz de alterar la conciencia y tomar control de los sensibles.
— ¿Una máscara? —preguntó Everlinda, alarmada—. ¡Jamilet nos mostró una! ¿No lo recuerdas, Don?
Don frunció el ceño. Su rostro denotaba confusión.
— Yo… no lo recuerdo bien.
En ese momento entró Duarte, que había escuchado parte de la conversación desde el pasillo.
— ¡Yo sí lo recuerdo! Don escondió una máscara entre los arbustos de la entrada. Yo la encontré.
— ¿Qué? —saltó Everlinda—. ¿Dónde está ahora?
— La escondí bajo la cama del cuarto de Denise. ¡Vamos!
Salieron todos apresurados. Subieron las escaleras lo más rápido que pudieron, entraron al cuarto… y no estaba.
Hubo un silencio.
— Yo la dejé debajo de la cama —dijo Duarte, desconcertado.
— Pero ya no está —dijo Denise, fastidiada.
— ¿Y ahora qué hacemos? —preguntó Everlinda, casi en pánico.
Diana bajó la mirada. David se pasó la mano por la frente. Duarte se quedó paralizado. Denise respiró hondo.
— Tenemos que buscarla en todo Cardenales y antes de que pase algo más terrible —dijo David.
— Eso significa que está en manos de alguien más —dijo Everlinda.
— O alguien más la encontró. Si ese objeto controla… puede estar afectando a otras personas —advirtió David.
Todos quedaron descorazonados, sin saber por dónde empezar a buscar. Pero sabían que no podían quedarse quietos.
— Tenemos que dividirnos. Denise y Don, ustedes busquen a Jamilet, en su casa o donde sea, y llévense a Zahél como refuerzo —dijo Diana.
Zahél se cuadró firme, y una luz amarilla salía de sus pupilas. Mocca se quedó atenta, por si ella también tenía que salir con todos. Estaba dispuesta a lo que viniera.
— Patricia y Everlinda serán el otro equipo. Se van para la universidad y el colegio —continuó Diana—. David, Duarte y yo vamos a recorrer la ciudad —y se dirigió a Duarte— ¿Podemos ir con tu carro?
Mocca se sumó a este equipo, dispuesta a protegerlos. Se subieron todos al carro de Duarte, dispuestos a recorrer la ciudad. Iban por el centro de Cardenales con los ojos bien abiertos, buscando cualquier anomalía.
Mientras tanto, en el restaurante de pizza Galaxia 21, el joven repartidor entraba con paso firme. Llevaba la máscara en la mano. La colocó sobre la mesa principal, donde un grupo de trabajadores preparaba los pedidos.
— Hola. Me encontré eso por allí —dijo.
Y cuando uno de ellos se acercó, la máscara brilló y vibró, como haciendo el llamado. El siguiente anfitrión del desequilibrio estaba por ser elegido.
Relato 9: ¿Y Dora?
En casa de los Claver, la tarde parecía avanzar con lentitud. Los hermanos habían retomado sus actividades, tratando de mantener cierta normalidad. Trabajaban arduamente para la inauguración del restaurante. Pero algo no encajaba.
—¿Y Dora? —preguntó Daniel, mirando por la ventana con el ceño fruncido.
Darío levantó la vista desde el computador.
—¿Qué pasó con Dora?
—No la he visto en todo el día —respondió Daniel—. Creo que salió… con algo en la mano.
Diego bajó las escaleras y escuchó la conversación.
—¿La has visto, Domingo?
—No, pensé que estaba arriba con Denise —respondió Domingo mientras revisaba la cocina.
—Revisé todo el jardín y no la encontré —dijo Darío, que había ido a buscarla al jardín.
—¡No está! —gritó Daniel—. ¡La vi salir! ¡Llevaba una máscara!
Todos se quedaron en silencio.
Daniel tomó su teléfono y llamó a Duarte.
—¿Aló?
—Duarte… Dora salió hace horas de la casa y no ha vuelto. La vi salir con una máscara… —dijo con voz entrecortada.
Duarte palideció.
—¿Una máscara? —dijo con sorpresa.
David y Diana miraron a Duarte con angustia.
—Gracias, Daniel. Quédate en casa, por favor —dijo Duarte, y colgó la llamada. Tragó saliva y miró a Diana y a David.
—¡La tiene Dora! Dora tiene la máscara.
Diana se quedó paralizada.
—No puede ser. ¡Mi mamá! —susurró, sintiendo un vacío en el estómago.
Duarte detuvo el auto por un momento.
—¡Vamos a buscarla ya mismo!
Reiniciaron la marcha, recorriendo las calles de Cardenales. En su camino, pasaron frente a la pizzería Galaxia 21, un local con luces cálidas, lleno de gente aparentemente feliz. Todo parecía normal.
No lo sabían, pero justo después de que su auto pasara de largo, por la puerta del restaurante comenzó a salir una fila de personas. Eran lideradas por el joven repartidor, todos caminando en línea recta, con los ojos vacíos y una dirección precisa. Como si fueran piezas de un engranaje mayor.
Mientras tanto, Denise y Don recorrían la ciudad buscando a Jamilet. Fueron a su casa, preguntaron en la cafetería donde solía reunirse, pero no hubo rastros. Nadie sabía nada. Pero estaba. En la cafetería.
Zahél, inquieto, comenzó a emitir una tenue luz amarilla. Su cuerpo vibraba. Su alarma silenciosa se activó. Denise lo miró con atención. Don no podía verlo, pero sabía que la mascota estaba allí con ellos.
—¿Qué pasa, Zahél? —preguntó Denise, nerviosa.
Zahél apuntó hacia la ventana de la cafetería. Denise se acercó… y entonces lo vio. Una fila de personas, caminando sin expresión. No hablaban, no miraban a nadie. Se desplazaban en dirección al bosque. Una detrás de la otra.
—¿Qué es eso? —susurró Don.
—No lo sé —respondió Denise—. Pero no podemos detenerlos. Son demasiados.
—Vamos a seguirlos. Despacio. No debemos llamar la atención —propuso Don.
Zahél los siguió con sigilo; sus ojos proyectaban un destello suave, como si tratara de protegerlos en silencio. Denise, Don y Zahél se mezclaron entre la gente, manteniendo la distancia.
Al otro lado de la ciudad, Patricia y Everlinda habían visitado la universidad, luego la escuela. No habían visto ni oído nada inusual. Pero cuando ya se disponían a regresar a casa, Patricia se detuvo de golpe.
—¿Viste eso?
—¿Qué cosa?
—Allá —señaló—. Una fila. Una luz azul. Allá, en el bosque.
—Patricia… no. No vayas. No estamos preparadas para eso —advirtió Everlinda.
Pero Patricia ya había tomado una decisión.
—Tengo que hacerlo. Hay algo allá. Y creo que no podemos ignorarlo.
—¡No te separes de mí! —dijo Everlinda, siguiéndola a regañadientes.
Ambas comenzaron a avanzar entre los árboles. Desde una pequeña colina, pudieron ver que en un claro del bosque la luz se hacía más intensa, y entonces se escuchaba un zumbido, casi metálico.
—Vamos a ver qué es —dijo Patricia.
—¡Claro que no! Es peligroso.
Pero Patricia no escuchaba. Iba directo hacia la luz y Everlinda no se iba a quedar atrás.
Relato 10: La caída
Don y Denise se movían entre los árboles con extremo cuidado. Zahél caminaba a su lado, en silencio, con la mirada fija en la fila de “zombies”. La fila de personas parecía interminable, y el ritmo hipnótico de sus pasos provocaba escalofríos. Denise apretaba los dientes. Algo en su pecho le decía que estaban a punto de presenciar algo terrible.
La fila se adentró en una zona abandonada al oeste de Cardenales. Allí, bajo las ruinas de una antigua planta de energía, se abría una grieta en la tierra. Un acceso subterráneo, oculto a los ojos comunes. Los zombis lo conocían bien.
—Van… hacia abajo —susurró Don.
—¿Y si es una trampa? —preguntó Denise en voz baja.
—Ya estamos aquí. Tendremos cuidado.
Esperaron a que el último de los caminantes descendiera, y entonces los siguieron. Zahél se agazapó y descendió sin hacer ruido. El pasillo era estrecho, húmedo y oscuro. Al fondo, una tenue luz azul les mostró el verdadero horror.
Desde una repisa alta, Denise y Don pudieron ver la guarida. Una gran sala iluminada por un artefacto suspendido que vibraba con un resplandor azul. A un lado, quizás cientos de zombis sensibles, quietos, en silencio. En el centro, Damián Calito, de pie, con los brazos abiertos y la máscara en las manos.
—El Guardián despertó. El equilibrio… es solo una ilusión —proclamaba con voz potente.
Y allí estaba ella.
Jamilet, convertida por completo. Sentada en una silla, su rostro inerte, los ojos negros como la noche.
Y al otro lado…
Dora.
—¡Mamá! —susurró Denise, llevando las manos a la boca para ahogar un grito.
Pero fue demasiado tarde.
Uno de los zombis giró su cabeza, olfateando algo que no encajaba. Otro lo imitó. En segundos, los ojos vacíos de varios guardias se posaron en Denise y Don.
—¡Corramos! —gritó Don.
Pero no tuvieron tiempo. Los ahora soldados del Guardián se abalanzaron sobre ellos. Zahél se interpuso, brillando con intensidad, tratando de contener la avalancha. Don luchaba con todas sus fuerzas, pero eran demasiados.
Denise sintió cómo la sujetaban. Trató de gritar. Zahél logró esconderse. No lo atraparon. Vio cómo se llevaban a Denise y a Don y luego pudo escapar.
Y entonces… cayó la oscuridad.
No muy lejos de allí, Patricia y Everlinda corrían entre los árboles. Patricia seguía una luz. No sabía por qué, pero algo la guiaba. No era una simple intuición. Era un llamado.
En una pequeña hondonada, vieron algo que les cortó la respiración.
Una nave.
No era una nave cualquiera. Tenía el sello de los Aliados. Se acababa de posar suavemente sobre el musgo del bosque. La compuerta se abrió… y de su interior emergió una figura alta, envuelta en una capa.
—¿Nathaniel? —susurró Everlinda.
Nathaniel había regresado. Su rostro estaba marcado por la preocupación. Traía información del Consejo: el desequilibrio se había desatado y era más fuerte de lo que esperaban. Patricia y Everlinda estaban muy felices de verlo, aunque su preocupación congeló rápidamente la alegría del encuentro.
—Vine a ayudar a David. Esto ya no es una perturbación menor. Es una amenaza interdimensional —continuó.
—Qué alegría verte. Qué alegría que estés aquí. No sabemos por dónde empezar.
Nathaniel les comentó que tenía información de que la máscara de Ermesh había estado actuando sobre numerosos humanos de la Tierra. Las chicas se asombraron, pero se sentían más seguras con la presencia de Nathaniel. No estaban solas. Ya no.
En la guarida, Damián levantaba los brazos frente a su ejército.
—¡Hoy comenzamos una nueva era! ¡Cardenales será solo el principio!
La máscara brillaba más que nunca. A sus pies, Denise y Don permanecían atrapados, sus cuerpos sujetos por cuerdas de energía. Jamilet los observaba sin reacción. Dora miraba al vacío. Denise miraba a su mamá con angustia.
Mauricio Alan estaba al fondo, pálido, sudando, sollozando. Atormentado por su destino.
Y el ejército del Guardián crecía… miles de sensibles ya habían sido tocados. Uno de los “zombies” había salido con la máscara a buscar más soldados para hacer crecer el ejército.
Parecía que el mal había triunfado.
Segunda Parte
Relato 11: ¿Todo está perdido?
La casa de los Claver era ahora una especie de cuartel general de los aliados, aunque los hermanos Claver ni lo sabían, ni lo sentían. Daniel tenía sospechas, pero no era como sus hijas, no tenía nada especial. Ya se había convertido en el lugar de encuentro y todos los equipos se reportaban allí. Duarte, Diana y David fueron los primeros en llegar y regresaban con las manos vacías. Allí encuentran a Daniel y a los hermanos, angustiados por Dora. La han buscado por todas partes sin éxito.
— ¡Diana! Tu mamá está desaparecida —es lo primero que le dice Daniel a su hija cuando la ve llegar.
— ¡Siéntate, papá! —Debo contarte algo importante.
Diana, con la ayuda de David, le explicó a su papá y a sus tíos todo lo que estaba causando la máscara de Ermesh.
— Es la máscara que tenía Dora en la mano cuando se fue de aquí —precisó Duarte.
— Seguramente ha sido afectada por la máscara y debemos encontrarla —añadió Diana.
Minutos más tarde, mientras planifican una estrategia de búsqueda, llegan Patricia y Everlinda con Nathaniel. Hay bienvenidas y abrazos por parte de Daniel y los hermanos. Nathaniel termina de explicar lo peligroso que es que la máscara de Ermesh esté en manos del mal y asegura que las sospechas recaen en Damián Calito.
— Los Vigilantes del Umbral lo liberaron, y estoy seguro de que está detrás de todo esto. Él sabía de la máscara y lo que podía causar.
Todos están planificando cómo rescatar a Dora, pero Diana tiene un temor inusual cuando su hermana Denise no aparece. Un presentimiento de que nada anda bien la invade, pero no la paraliza.
— ¿Por qué no llega? —le dijo a David casi en susurros, porque no quería preocupar a los demás.
Al cabo de unos 40 minutos, Mocca, que estaba plácidamente descansando cerca de Diana, se levanta con el lomo arqueado, gruñendo.
— ¿Qué pasa, Mocca? —le preguntó Diana con cariño.
Mocca se para en la puerta de entrada y comienza a ronronear cariñosa. Diana abre la puerta y ve a Zahél. Sus peores temores se hacen realidad.
— ¡Zahél! ¿Dónde está Denise? —preguntó Diana, angustiada.
En ese momento, Nathaniel vio a Zahél y el felino galáctico saltaba de felicidad y le ronroneaba cariñoso.
— ¿Se conocen? —preguntó Diana, curiosa.
— ¡Es mi mascota! Yo la envié para que los cuidara.
— Zahél, ¿y Denise?
En ese momento, Zahél proyectó una luz amarilla en la pared y, como una película, se veía a Denise y Don siendo atrapados por los zombies.
— ¡Dios mío! Los atraparon —dijo Diana, angustiada.
— Tenemos que idear un plan para rescatarlos —indicó David.
— A Denise y a Dora —dijo Duarte.
— Y a Don —recordó Everlinda.
En la película que proyecta Zahél en la pared, luego que Denise y Don son atrapados, aparece una sombra que se ve macabra al final, pero no se distingue. Todos la ven.
— Ese puede ser Damián Calito. Él está detrás de todo esto —dijo Nathaniel.
Todos quedaron en silencio unos segundos, aún procesando la imagen sombría que Zahél había proyectado. La sombra parecía moverse, viva, como si sintiera que era observada. Diana sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Nadie lo dijo en voz alta, pero todos lo sabían: Damián Calito estaba de regreso, y esta vez, no venía solo.
— Necesitamos actuar con inteligencia. No podemos arriesgarnos a más bajas. La prioridad es rescatar a Denise, a Don y a Dora… antes de que la máscara se apodere por completo de ellos o caigan en las garras de Damián —dijo Nathaniel.
— Zahél nos puede guiar —apuntó Diana, acariciando al felino que ahora se recostaba a su lado—. Ella sabe dónde están.
— Entonces trazaremos una estrategia —sentenció David—. No nos enfrentamos solo a enemigos físicos. La máscara corrompe la voluntad. Tenemos que proteger nuestras mentes también.
Todos comenzaron a moverse, a tomar papel y lápiz, a dibujar mapas improvisados. Daniel, aunque abrumado, se integró con calma, escuchando cada palabra, tratando de entender lo que para él aún era un mundo completamente nuevo. También los hermanos Claver en pleno se sumaron a la estrategia: Diego, Darío, Domingo y, por supuesto, Duarte estaban listos y dispuestos.
La mesa del comedor de los Claver se convirtió en un centro de operaciones. Zahél se tumbó en el centro, mientras los demás ubicaban las zonas posibles de ataque, los puntos de encuentro y las rutas de escape. La energía del lugar cambió. Se sentía tensión, pero también determinación.
Afuera, la noche caía silenciosa, pero en algún rincón del universo, el caos comenzaba a tomar forma.
En su guarida, Damián Calito observaba un mapa galáctico flotante. A su alrededor, los zombies que formaban los ejércitos sombríos que había comenzado a invocar tomaban forma. Todos eran humanos atrapados por la máscara y se habían convertido en seres siniestros a causa de la energía oscura que emanaba del artefacto.
Jamilet era la líder, el guardián del guardián. Dora era la segunda al mando, y todos los demás respondían a ellas. Y en la cima del mando estaba Damián, que sostenía la máscara en señal de control. A su lado, Mauricio Alana solo se lamentaba una y otra vez.
— ¡Deja de lloriquear! Aún no entienden lo que han despertado —susurró, con una sonrisa torcida—. Muy pronto lo sabrán.
Encerrados en una celda de cristal estaban Don y Denise, que, aterrados, escuchaban y creían lo que Damián hacía. Denise no podía creerlo: su mamá y su mejor amiga estaban completamente enceguecidas a causa del poder de la máscara.
— ¡Seré el amo del universo! —gritó, mientras a su lado, la máscara de Ermesh flotaba en el aire, vibrando con fuerza.
El verdadero juego apenas comenzaba.
Relato 12: El contraataque
La mesa del comedor se convirtió en una mesa de planificación improvisada. Todos se miraron. Sin mencionar palabra, como si se entendieran solo con la mirada, se sentaron alrededor de la mesa, dibujando un mapa con hojas, trozos de tela, frascos vacíos —que nadie sabía para qué podían servir— y marcadores. Mocca y Zahél se acurrucaron cerca, como si entendieran que algo grande estaba por venir.
—¿Cómo empezamos aquí? —preguntó Diego para romper la tensión.
—No tengo idea, pero vamos a ver qué dicen los expertos —respondió Darío, mirando a Nathaniel.
—Pues, para serles franco, no estoy muy claro de cómo avanzar —respondió Nathaniel, pensativo.
—Pues yo tengo una idea —dijo Diana.
Todos la escucharon atentamente. Tomó un marcador y comenzó a trazar líneas en una hoja. Su plan era estratégico. Explicó que Zahél, Nathaniel y David eran los que tenían poderes, aunque solos no podían con todo. Ella y Patricia eran quienes tenían la percepción, y los demás serían apoyo. Entonces propuso crear tres grupos:
Nathaniel, Zahél y ella irían a inspeccionar la posibilidad de tomar la guarida de Damián Calito por asalto.
David, Patricia y Everlinda irían a la ciudad para evitar que la máscara siguiera haciendo de las suyas y explorar la posibilidad de rescatarla.
Daniel, Domingo, Darío y Diego, comandados por Duarte, serían el refuerzo de los demás grupos, por si era necesario secuestrar gente y liberarla del hechizo.
—Puede no ser la mejor idea, pero por ahora es la que tenemos. Si alguien tiene un plan mejor, adelante.
Hubo un gran silencio. Entonces Diana continuó:
—Es necesario que inspeccionemos el lugar. Capaz podemos ir secuestrando a los zombis uno por uno para romper el control de la máscara —le dijo a Zahél. Este asintió bajando la cabeza.
—¡Tenemos que intentarlo! —dijo David, apoyando a Diana.
Los equipos se pusieron manos a la obra. Mocca no tenía equipo, así que se quedó con Duarte como la guardiana de los hermanos Claver. El menor de los Claver los dividió: Duarte, Darío y Mocca serían el equipo de apoyo de Nathaniel y Diana, mientras que Domingo, Daniel y Diego estarían pendientes de los pasos del equipo de Patricia y Everlinda.
Un hermoso cielo naranja y amarillo adornaba el atardecer en Cardenales. La noche prometía para todos.
Diana y Nathaniel, guiados por Zahél, se dirigían hacia la guarida de Damián. Lograron conseguir un lugar desde donde podían observar la entrada. Nathaniel le pidió a Zahél que entrara a inspeccionar el lugar, a ver si había algún escondite desde donde pudieran observar sin ser vistos.
Mientras Nathaniel y Diana esperaban afuera, observaron cómo los zombis salían y entraban constantemente. De pronto, uno de ellos salió llevando consigo la máscara. Nathaniel decidió seguirlo para ver si era posible recuperarla, pero en ese momento, el zombi se volteó, con las pupilas completamente dilatadas, y se percató de la presencia de Nathaniel, quien tuvo que huir mientras el ser poseído lo perseguía. No podía enfrentarlo solo: demasiado poder podía dañar a la persona. Era necesario hacerlo con una máquina especial.
Mientras tanto, Diana esperaba en silencio entre los arbustos. De cuando en cuando miraba el reloj, impacientándose al ver que Nathaniel no regresaba. En eso, Zahél volvió con información de la guarida. Había un lugar desde donde podían observar sin ser vistos, pero para llegar había que pasar entre muchos zombis. Zahél podía ayudar con algunos, pero para lo demás se requería de mucha habilidad.
Diana decidió arriesgarse con Zahél y no esperar a Nathaniel. Desde adentro podría encontrar la forma de acabar con ese control y salvar a su hermana y a su mamá.
Zahél la guió, y Diana logró entrar sin ser vista. Se ubicó en un lugar privilegiado desde el que podía observar todo. Incluso tuvo que ahogar un grito al darse cuenta de que Damián Calito no estaba solo: Mauricio Alan también estaba allí.
En la celda de cristal, Denise le dijo a Don:
—¡Diana está aquí! —le susurró.
—¿Cómo puedes saberlo? —preguntó Don, asombrado.
—Ella está aquí. Lo sé. Lo siento.
No muy lejos de allí, en la ciudad, David, Patricia y Everlinda buscaban con los ojos bien abiertos a cualquier zombi. Pero no habían tenido suerte. De pronto, David tuvo una idea: él tenía la capacidad de comunicarse con algunos animales de la Tierra.
—Me voy a comunicar con algunos animales del bosque. Además, voy a llamar a Nexil—les dijo.
—¿Y quién es Nexil? —preguntó Patricia, curiosa.
—¿Recuerdas al gusano verde fosforescente que te ayudó?
—¿Cómo olvidarlo? —respondió con una sonrisa irónica.
—Pues viene en camino.
David se volvió hacia el bosque que rodeaba Cardenales y comenzó a comunicarse con algunos animales. Ellos le indicaron que habían notado entrada y salida de muchas personas en un lugar específico, y que podían guiarlo hasta allí.
—Van a guiarnos. Tenemos que seguirlos.
—¿Y Nexil?
—Él nos encontrará.
Y los tres comenzaron a caminar hacia la guarida.
Los hermanos Claver se encontraban a las órdenes de Duarte, que estaba atento a las indicaciones de Nathaniel o de David. Pero no habían recibido ningún mensaje. En ese momento, Duarte y los hermanos observaron cómo una fila de zombis salía de la pizzería Galaxia 21. Eran como diez zombis en fila, con los ojos negros y totalmente fuera de sí.
Al grito de Duarte, todos corrieron hacia ellos:
—¡A ellos! .
Relato 13: Contraataque fallido
Diana observaba desde su escondite cómo Damián organizaba a un ejército de personas sin voluntad, a las que les había robado todo sentimiento. Veía cómo Jamilet estaba allí como su mano derecha, sin mostrar temor, solo odio. Logró ver a su mamá, con el alma robada. Y pudo ver a Denise y a Don prisioneros en una celda de cristal. Pero se sorprendió al ver a Mauricio Alan en una esquina de la habitación, sentado con la cabeza entre las manos. Diana se llevó la mano a la boca para evitar un grito. Toda esta situación la sobrepasaba.
Jamilet levantó la mirada hacia el lugar donde estaba Diana. Con los ojos totalmente negros, buscaba algo. Diana se escondió más y puso su mente totalmente en blanco para evitar ser detectada. Escuchó a Jamilet dar órdenes:
—¡Revisen bien el lugar! Siento la presencia de un intruso.
Diana la escuchó y sintió que el miedo la paralizaba. Pero no podía darse ese lujo, así que comenzó a buscar un escondite mejor. Le pidió ayuda a Zahél, y el felino la guiaba hacia un lugar más seguro, mientras cientos de zombis revisaban la zona palmo a palmo.
Escondida en una rendija de los pasillos, Diana estaba aterrada, casi sin respirar, mientras veía pasar a los zombis como seres sin rumbo. Zahél estaba con ella, pero no tuvieron mucha suerte. Fueron descubiertos al poco rato por un grupo de diez zombis que la capturaron y la llevaron junto con los demás prisioneros. Zahél pudo esconderse, y como no era humano, a él no lo persiguieron y logró escapar.
No muy lejos de allí, Nathaniel huía del zombi que estaba empoderado, pues llevaba la máscara. Buscaba la manera de llevarlo a un lugar donde pudiera atraparlo. Se escondió detrás de un árbol, esperando que el zombi pasara con la máscara para emboscarlo. Pero, en ese instante, se levantó del piso una red que lo envolvió y lo dejó suspendido en el aire. ¡Había caído en una trampa!
Damián sabía que podían buscarlo y había colocado trampas alrededor de la guarida. Nathaniel cayó en una de ellas. Al verlo atrapado y suspendido, el zombi que llevaba la máscara siguió su camino hacia la ciudad, dejando atrás a Nathaniel, sin poder hacer nada.
A poca distancia, David, Patricia y Everlinda caminaban con sigilo, siguiendo las pistas que les daban los animales para llegar al lugar donde muchas personas entraban y salían. Sus mejores amigas, las ardillas, eran las que más información tenían. De pronto, escucharon un ruido inusual. Everlinda se alarmó.
—¡Alguien o algo nos está siguiendo! —dijo, mirando en todas direcciones.
De pronto, junto a ellos apareció un gusano verde fosforescente, bastante crecido. Era Nexil. Fue directamente hacia David. Se le acercó haciendo una especie de reverencia. David le acarició la cabeza.
—Esto lo aprendí de ver a los Claver acariciando a su gata. A Nexil le gusta —comentó David.
En ese momento, aparecieron unos cincuenta zombis dispuestos a llevárselos. Todos corrieron, pero Patricia y David fueron atrapados. Nexil logró escapar con Everlinda, mientras los zombis se llevaban a sus amigos.
Escondida detrás de un árbol, junto con Nexil, Everlinda se preguntaba una y otra vez:
—¿Qué voy a hacer ahora? Yo no tengo poderes. Ni siquiera puedo percibir nada. Y ahora, Nexil, ¿qué vamos a hacer?
A unos kilómetros de allí, en la ciudad, los Claver habían atacado a una decena de zombis, pero entre el forcejeo todos escaparon, menos uno. Lograron capturar a un joven que trabajaba en un McDonald’s y que había sido sometido a la máscara, convirtiéndose en una persona sin voluntad
—¿Y ahora qué hacemos con él? —preguntó Domingo.
—Lo llevamos a la casa. Allí vamos a interrogarlo —dijo Duarte, convencido.
Entre todos lo montaron en el carro y se lo llevaron. Allí improvisaron una camilla en la que lo ataron y comenzaron a hacerle preguntas. Pero el muchacho no reaccionaba. Tenía los ojos negros, la mirada perdida, como si respondiera a una fuerza mayor.
Los Claver no sabían qué más hacer, así que decidieron ir a buscar a David o a Nathaniel, que eran los expertos.
—Yo voy a buscarlos —dijo Duarte—. Ustedes se quedan aquí vigilando al muchacho.
Duarte tomó las llaves del carro y se fue. Mocca corrió detrás de él para acompañarlo. Conducía por las calles de la ciudad en busca de alguna pista. Mocca, en el asiento de al lado, se asomaba por la ventana también en estado de alerta. Llevaban rato dando vueltas sin éxito, hasta que, de repente, Duarte logró ver a una persona: era el señor Dalio, el de la panadería, que llevaba la máscara en la mano.
Sabía que no podía gritarle, así que decidió seguirlo con sigilo. Mocca lo seguía de cerca. Mientras iba tras él, Duarte se preguntaba dónde podría estar el resto del grupo. Tenía rato buscándolos, cuando de repente se tropezó con Everlinda, que venía huyendo del bosque acompañada de Nexil.
Al ver a Nexil, Mocca se alegró tanto que comenzó a dar vueltas a su alrededor, saltando de alegría. El gusano se le acercó y se deslizó entre sus patas como en señal de afecto.
—Tenemos que salir de aquí —dijo Everlinda, aterrada—. Atraparon a Patricia y a David. Se los llevaron los zombis.
Duarte y Everlinda tomaron a los animales y se dirigieron a la casa de los Claver. Era necesario replantear la estrategia tras el fracaso del plan.
En la guarida, Damián se regocijaba de su precario triunfo.
—¡Nadie me detendrá! —gritaba.
—Yo no creo que todo salga como tú esperas —le comentó Mauricio Alan, casi en llanto.
—¡Calla ya! O estás conmigo o estás contra mí. Una más de tus quejas y te irás al calabozo con el resto.
Mauricio Alan bajó la cabeza en señal de resignación. Denise vio allí un gesto de quiebre. Estaba segura de que podría conquistarlo para la buena causa. Era necesario idear un plan para llegar a él.
Pero en ese momento, todo parecía perdido.
Relato 14: Everlinda sorprende a todos
El primero en llegar a casa de los Claver fue Zahél. Pero nadie se percató de que había llegado. Daniel, Darío, Diego y Domingo estaban concentrados en el chico zombi. Ya estaban agotados de tanto luchar con él y no haber logrado nada.
Al poco tiempo llegaron Duarte y Everlinda con Nexil y Mocca. Al ver a Zahél, Duarte se imaginó lo peor.
Zahél corrió a saludar a Nexil. Fue un tierno encuentro. El gusano recorría las patas de Zahél en señal de cariño, y Zahél saltaba a su lado, demostrando alegría. Mocca los observaba complacida.
—Zahél, ¿qué pasó con Nathaniel y Diana? —preguntó Duarte.
Zahél proyectó en la pared el momento en el que Diana era atrapada por al menos diez zombis. En el video también se ve cómo la colocan en la celda de cristal junto a Denise y Don. Al lado de la celda, con cara de desesperación, está Mauricio Alan. Everlinda ahogó un grito desesperado.
—¡Ahhh! Mauricio Alan también está en esto.
Luego de ver el video, Duarte propuso volver a la mesa de planificación y trazar una estrategia de rescate. Todos estuvieron de acuerdo.
—Después decidimos qué hacer con este muchacho —indicó Daniel.
Los hermanos Claver no habían notado que, desde que Everlinda llegó a la casa, el zombi se había calmado. Everlinda quiso ver al zombi y todos se dieron cuenta de que todo se puso más extraño cuando se acercó a él. El muchacho la miraba fijamente. Sus pupilas ya no estaban dilatadas; hasta parecía una persona normal. Todos se quedaron sorprendidos.
—Creo que Everlinda tiene influencia sobre él —dijo Duarte.
En ese momento, Zahél proyectó una luz púrpura sobre Everlinda, y Nexil se posó sobre el pecho del muchacho y también proyectó una luz. En un momento, ambas luces se encontraron y el muchacho volvió en sí.
—¿Dónde estoy? —preguntó como atontado, y al mirar a su alrededor se espantó por completo—. ¿Y quiénes son ustedes?
Duarte lo desató y le explicó que se había desmayado y que lo habían llevado a la casa para ayudarlo. La explicación no fue muy satisfactoria para el muchacho, pero él solo quería irse, salir de allí, sin tratar de entender mucho lo que estaba pasando.
Una vez que lo soltaron, los hermanos Claver y Everlinda decidieron que el plan de rescate tenía que incluir también a los animales. No sabían por qué, pero habían descubierto que Everlinda tenía algo que, con la ayuda de Nexil y Zahél, se convertía en un arma.
—Pero tenemos que seguirla probando —indicó Daniel.
Entonces los Claver decidieron ir al pueblo y buscar otros zombis para probar el arma que habían descubierto por casualidad. Se fueron todos porque necesitaban toda la fuerza posible. Los zombis tienen una fuerza sobrehumana, así que fueron con la intención de capturar a uno solo. Mientras tanto, Everlinda y los animales esperaban en casa de los Claver.
No muy lejos de allí, en la guarida de Damián Calito, el ejército de zombis seguía creciendo casi sin control. Damián se regodeaba de su victoria.
—¡Nadie podrá con nosotros, Mauricio! —decía mientras miraba un mapa digital en el que observaba los movimientos de los zombis.
Pero para Mauricio Alan todo era una sentencia. Observaba a Damián desde lejos y se lamentaba una y otra vez. Acercándose a los prisioneros metidos en una celda de cristal, dijo:
—Canelón lo intentó mil veces y no pudo. Solo lo logré yo con la máscara de Ermesh, que tú me ayudaste a conseguir —le dijo a Mauricio y, acto seguido, gritó—: ¡Tráiganla!
En ese momento, un ejército de zombis trajo a Diana. Denise ahogó un grito al ver a su hermana.
—¡La gran Diana Claver! ¡Una de las llaves más importantes del mundo está ahora en mi poder! Será el inicio de la conquista de todas las llaves del planeta.
—¡No voy a colaborar contigo en nada! —le dijo Diana valientemente.
—¡No hará falta! Se lo dejaremos todo a la máscara. Y nadie los va a poder ayudar.
Y desde un monitor señaló cómo Nathaniel estaba suspendido en el aire en una trampa en el bosque.
—Allí está inutilizado, el gran traidor Nathaniel. Él no podrá ayudarlos.
Y el monitor transmitió luego la imagen de David, amarrado a una camilla y encerrado en un cuarto.
—Tu querido David tampoco podrá ayudarte. Está totalmente fuera de combate, como ves —le dijo en tono de burla.
Diana no perdía el coraje, aunque veía todo perdido. Se mantenía firme, con la cabeza erguida y la mirada en alto. Pero Denise no perdía de vista a Mauricio Alan. Lo observaba débil, temeroso y hasta arrepentido.
—¡Aquí hay una grieta por la que podemos entrar! —le dijo a Don, pero Don no entendió.
En el pueblo, los Claver acechaban a su víctima, que no tardó en aparecer. Una chica entró a la panadería con la máscara, y en cuestión de minutos salieron de allí cerca de diez personas que, como zombis, seguían a la chica que llevaba la máscara.
Duarte intentó tomar como rehén a la chica que llevaba la máscara, pero tuvo que huir antes de que ella se le enfrentara. Era la líder en ese momento, porque llevaba la máscara, y no lo persiguió. Los Claver no querían otro intento fallido, así que decidieron ir por lo seguro: se llevarían al último de la fila con la mayor precisión. Y así lo hicieron.
Llegaron a la casa. Era la hora de la verdad. El momento de saber si su plan funcionaría. Era la única esperanza.
Relato 15: La salida
Los Claver habían capturado a una señora mayor, que llevaron a la casa y que ahora estaba atada a una camilla improvisada. Apenas intentaron elevarla, comenzó a luchar con una fuerza descomunal. Todos los hermanos tuvieron que intervenir.
—¡Cuidado, nos va a tumbar la camilla! —gritó Diego, sujetándole las piernas.
—¡Tiene una fuerza sobrehumana! —exclamó Domingo, intentando que no se zafara de los amarres.
La mujer se retorcía, gruñía, se sacudía como poseída. Sus ojos negros, vacíos, parecían ver más allá de los presentes. Pero en ese momento, Everlinda entró en el cuarto.
En cuanto la vio, la señora se detuvo. Su cuerpo se relajó. Sus músculos tensos comenzaron a ceder. Un silencio denso invadió la sala.
Zahél, sin esperar indicaciones, proyectó su luz púrpura. Nexil, como si comprendiera que era el momento, trepó hasta el pecho de la mujer y emitió una intensa luz verde. Everlinda dio un paso al frente. Con voz firme y serena, colocó su mano sobre el centro de ambas luces.
Una especie de zumbido llenó la habitación. La combinación de energías provocó un breve resplandor que iluminó los rostros expectantes de los Claver.
De pronto, la señora abrió los ojos, ahora normales. Parpadeó, confundida.
—¿Dónde… estoy? —preguntó con voz temblorosa.
Todos se acercaron con cautela. Duarte fue el primero en hablar.
—Tranquila. Tuvo un desmayo. La trajimos aquí para ayudarla. Ya todo está bien.
Ella miró a su alrededor, asustada.
—¿Quiénes son ustedes? ¿Qué es este lugar?
—Está a salvo —añadió Everlinda con dulzura.
Los hermanos se miraron. Sabían que no podían contarle todo. La desataron, le ofrecieron un vaso de agua y la acompañaron hasta la puerta. La mujer se marchó confundida, pero en paz.
Una vez a solas la familia Claver con Everlinda, se reunieron nuevamente.
—Funciona —dijo Daniel, con tono grave—. Pero hay un problema.
—Sí —añadió Diego—. Requiere a Everlinda, a Zahél y a Nexil. Los tres tienen que estar sincronizados.
—Y solo puede hacerse con una persona a la vez —concluyó Domingo—. Pero Damián tiene miles.
—Tenemos que encontrar una forma de multiplicar el efecto —dijo Darío—. Como una especie de… amplificador.
—¿Y si usamos un artefacto? —sugirió Duarte—. Algo que proyecte la energía de Zahél y Nexil al mismo tiempo y que se active con el toque de Everlinda… No sé, algo como un… prisma, un reflector, un nodo.
Todos se miraron. Era una posibilidad, aunque les tomaría tiempo desarrollarla. Pero había algo claro: el poder de Everlinda era real, y era único.
De todos los Claver, el que tenía los conocimientos tecnológicos para crear un artefacto capaz de proyectar la energía a varias personas a la vez era Duarte.
—Duarte, tu idea de crear un artefacto es genial. Tenemos que hacerlo —le dijo Daniel.
—Sí, vamos a construir un nodo. Necesito materiales, herramientas, espejos, todo lo que me puedan traer. ¡Ah! Y algunos cables —les indicó.
Los hermanos se repartieron el trabajo para buscar todo lo necesario para crear un nodo que fuera transportable y que pudieran llevar a la guarida de Damián. Mientras tanto, Everlinda y Nexil creaban una conexión especial. El poder de Everlinda se potenciaba gracias a Nexil, y Zahél le daba el toque final. Mocca no se despegaba de sus amigos, siempre dispuesta a ayudar en lo que fuera necesario.
En el bosque, Nathaniel seguía atrapado, suspendido en el aire, pero había logrado comunicarse con varios animales, entre ellos unas ardillas que comenzaron a traerle algunas herramientas para cortar la red. Pero había varios problemas: era una red muy resistente, hecha con materiales de otro planeta, y no era fácil de cortar. Además, estaba suspendido a varios metros del suelo y había perdido temporalmente, por falta de uso, su capacidad de vencer la gravedad en la Tierra.
Sin pensarlo mucho, les pidió a sus aliados que fueran a su nave. Allí les indicó las herramientas específicas que podían traerle para cortar la red y escapar de la trampa. Todos salieron a cumplir el recado, mientras él esperaba con paciencia.
En la guarida, en la celda de cristal, Denise observaba a Mauricio Alan. Lo veía cada vez más débil, más ajeno al poder que lo rodeaba. Decidió actuar.
Se acercó a los barrotes invisibles de su prisión y, en voz baja pero firme, lo llamó:
—Mauricio…
Él levantó la mirada. Dudó. Luego se acercó.
—Tú no perteneces a esto —dijo Denise—. Lo sé. Lo veo. No estás de acuerdo.
—No puedo hacer nada —respondió él en voz baja—. Damián lo ve todo. Lo sabe todo.
—No es cierto. A ti aún te quedan dudas. Tú… puedes decidir.
Mauricio bajó la cabeza. El remordimiento lo atravesaba como una daga.
—Si tú nos ayudas, yo te prometo que hablaré con Diana. Y con David. Ellos te escucharán. Pero tienes que decidir. No hay mucho tiempo.
Él no respondió, pero Denise notó algo: sus ojos se humedecieron. Algo dentro de él se había movido. Damián aún no lo sabía, pero Mauricio Alan había empezado a quebrarse.
Mientras tanto, David se encontraba incomunicado en un cuarto. Damián tenía pensado usar la máscara con él.
—¡Vamos a comenzar con tu amigo David! —le dijo a Diana.
Los zombis trajeron a Patricia, que había estado en una celda incomunicada, y la pusieron en la misma celda de cristal con Denise y Don.
—Quiero que todos sean testigos de lo que está por ocurrir —y soltó una risa maquiavélica.
Cuando Mauricio Alan vio a Patricia, terminó de quebrarse.
Relato 16: El nodo
Solo tardó Duarte menos de una hora para construir el nodo. Luego de estar encerrado en un cuarto con Diego y Darío, salió para anunciarles a todos que estaba listo.
—Aquí está mi creación, y lo llamaré el Nodo Claver —dijo orgulloso.
Salió del cuarto con el artefacto en la mano y lo puso sobre la mesa principal. Era un artefacto portátil de tamaño mediano. Su base era un pequeño domo hecho con materiales reflectantes como espejos, cristales y láminas de metal. En el corazón del nodo había un prisma de cuarzo que Duarte había recuperado de una lámpara vieja. Ese era el centro para canalizar y multiplicar las luces de Nexil y Zahél.
—Se trata de un dispositivo de resonancia energética que amplifica y distribuye el poder combinado de Zahél, Nexil y Everlinda, permitiendo liberar de forma masiva a los zombis sometidos por la máscara de Ermesh —explicó.
Todos quedaron asombrados.
—¿Y cómo funciona? —preguntó Domingo.
—Zahél y Nexil se ubican en espacios específicos del nodo, como si fueran baterías vivas, uno a cada lado. Emiten sus respectivas luces. Everlinda debe tocar el nodo con su palma, desde el centro, activando el proceso de sinapsis energética —explicó Duarte, emocionado.
—¡Asombroso! —dijo Daniel, impresionado.
—En este prisma de cuarzo —continuó— se combina, multiplica y proyecta, en un radio de acción de diez metros, la luz de Zahél y Nexil. Everlinda debe estar en contacto directo con el nodo para que funcione. Su empatía, sensibilidad y conexión con ambos seres activan la fusión.
—Así, cualquier zombi dentro del rango de acción de diez metros se detiene. Sus ojos recuperan el color, su voluntad regresa poco a poco, y quedan libres del dominio de la máscara —indicó Diego.
—Y en ese rango puede haber muchas personas, causando el efecto que queremos en muchas de ellas a la vez —explicó Darío.
—Pues a mí me parece perfecto. Ahora tenemos que llevarlo hacia la guarida de Damián y comenzar la reversión —dijo Daniel.
Y, seguros de que tenían en sus manos la forma más eficaz de acabar con los planes de Damián, se pusieron todos en marcha hacia el bosque, donde Zahél los guiaría hacia la guarida. El nodo iba en una tabla con ruedas que empujaba Duarte con cuidado. Encima de ella iban todos los animales, cuidando la nueva creación.
Mientras tanto, Nathaniel había logrado romper parte de la red en la que estaba atrapado gracias a las herramientas que le habían traído los animales desde su nave. Estaba a punto de ser libre, mientras todos los animales le habían construido un colchón con hojas secas para que su caída fuera menos aparatosa. En un tris, Nathaniel se soltó de su prisión y cayó al suelo, amortiguando la caída.
Era libre, pero cuando se disponía a correr, escuchó unas voces y unas pisadas. Se escondió para ver de qué se trataba. ¡Eran los Claver! Estaban felices de verse. Ellos le contaron a Nathaniel todo lo que habían descubierto, especialmente el poder de Everlinda junto con los animales para desactivar el dominio de la máscara. También le dijeron que Diana, Denise, Dora, Don y Patricia habían caído prisioneros y que Damián estaba detrás de todo, junto a Mauricio Alan.
Nathaniel no se sorprendió de que ese par de villanos estuviera detrás de todo el desequilibrio cósmico, pero le llamó la atención el nodo y el poder de Everlinda junto con los animales.
—Eres un genio, Duarte —le dijo emocionado—. Con esto vamos a recuperar a todas esas almas perdidas.
El grupo continuó la marcha hacia la guarida de Damián, teniendo cuidado con las posibles trampas que pudieran haber en el camino. Los animales los guiaban. Estaban seguros de que podrían vencer al mal.
En la guarida, Damián preparaba todo para someter a Diana a la máscara con el único fin de controlar las llaves, desarticularlas y evitar que le pusieran obstáculos en su camino. Diana buscaba la manera de poner la mente en blanco para no ser víctima de Damián, y también intentaba comunicarse con David para proponerle que se activaran las llaves. Denise, mientras tanto, trataba de convencer a Mauricio Alan.
—Mauricio, sabes bien que Damián no se va a salir con la suya. Tú sabes que el Consejo de los Aliados es poderoso, y tarde o temprano, Damián correrá la misma suerte que Canelón —le decía Denise en susurros.
Mauricio Alan la escuchaba atentamente y se llevaba la mano a la frente en señal de desesperación. Denise lo notó. Sabía que estaba a punto de quiebre. Así que insistió:
—Los Vigilantes del Umbral serán magnánimos si ven en ti una señal. Es tu oportunidad para colocarte en el lado correcto.
—¡No, no, no, no! No es posible. Si Damián me descubre…
—No te descubrirá, no va a tener tiempo de nada y tú podrás salvarte. ¡Piénsalo!
Mauricio Alan no se decidía, pero Denise había sembrado la duda. Y ahora lo estaba pensando. ¿Sería capaz de traicionar a Damián para salvar su pellejo? La verdad es que nunca estuvo convencido de seguir el plan de Damián y siempre le tuvo mucho miedo. Las consecuencias de profanar la tumba de Eladion Thëar para sustraer la máscara de Ermesh. Él había escuchado muchas veces sobre la maldición y estaba seguro de que la pagaría caro.
Mientras tanto, Damián daba una noticia a sus espectadores prisioneros.
—Vamos a empezar contigo, Diana. Y luego serán los demás, y finalmente David. ¡Todos van a estar bajo mi dominio! —decía mientras se reía diabólicamente.
Se paró al lado de la celda de cristal y, dirigiéndose a Diana, le dijo:
—Tu propia madre se encargará de ponerte la máscara, Diana. Ya ella es parte del mal.
Esa frase quedó retumbando en la cabeza de Diana. ¿Qué quería decir eso de que su mamá ya era parte del mal? En un rincón de la guarida, Mauricio Alan sollozaba, y cuando Diana lo vio, se acercó a preguntarle:
—Mauricio, por favor dime, ¿qué significa eso de que mi mamá ya es parte del mal?
—Yo no debo decirles nada —dijo con angustia—, pero quienes están más de tres días bajo el dominio de la máscara se pierden para siempre.
Relato 17: Ganando terreno
Los Claver, Everlinda, los animales y Nathaniel estaban cerca de la guarida. Eran muchos, no podían llegar todos con el nodo. Iba a ser una confrontación innecesaria. Decidieron esconderse entre los árboles de la entrada y esperar. Podrían transformar a los zombis hasta de diez en diez. Y era mejor hacerlo por asalto.
—Tengo una idea. Con los restos de la red que me tenía atrapado, hagamos una que nos permita agarrar a un grupo grande. Domingo, Darío, Diego y Daniel se encargarán de atraparlos y nosotros haremos el resto —dijo Nathaniel.
Todos estuvieron de acuerdo. Había que intentarlo. Con los restos de la trampa construyeron una especie de red que les permitiría capturar a un grupo grande. Los hermanos sostenían cada uno una parte de la red para actuar rápido. Los zombis tenían mucha fuerza y el nodo tenía solo un tiempo de actuación. Everlinda y los animales tenían que estar listos para actuar en el momento que Duarte les indicara que estaba encendiendo el nodo. Todos en sus puestos esperaban a sus presas.
No pasó mucho tiempo cuando un grupo de aproximadamente once zombis salió de la guarida. Uno de ellos llevaba la máscara. Los hermanos tensaron la red mientras los zombis luchaban con una fuerza sobrehumana contra ella.
—¡Ahora! —gritó Duarte.
En ese momento, Duarte encendió el nodo, y Nexil y Zahél proyectaron la luz, amplificada por el nodo y alcanzando a todo el grupo. Everlinda colocó su mano justo en el lugar donde las luces convergían, proyectando también la empatía. Y en cuestión de minutos, los zombis comenzaron a despertar.
Confundidos, las once personas se preguntaban dónde estaban y qué había pasado. Los hermanos les explicaron que habían tenido un sofoco por el calor y los estaban ayudando a refrescarse. Desorientados pero a salvo, todos fueron rescatados y encaminados hacia el pueblo.
Todos estaban felices. La estrategia había funcionado, y aunque los zombis se contaban por cientos, estaban seguros de que poco a poco podían comenzar a quebrar ese número. Y una vez que el grupo se encaminó hacia el pueblo, todos estaban listos para el siguiente.
Al revisar el lugar donde el grupo de zombis había vuelto a la normalidad, Nathaniel encontró el premio gordo.
—¡La máscara! —exclamó.
Habían recuperado la máscara de Ermesh, lo que podía acelerar la recuperación de todas las personas de Cardenales que habían sido sometidas por Damián. Aunque había un pequeño problema: Nathaniel no sabía cómo usar la máscara a su favor. Eso lo sabía más David.
—Bueno, no sabemos cómo usarla para revertir el daño, pero al menos la tenemos y sabemos que no servirá más al mal —dijo Daniel.
—¡Es necesario protegerla! —agregó Darío.
—Vamos a colocarla en un lugar seguro —indicó Duarte, y comisionó a Diego y a Domingo para que se encargaran de vigilarla.
Los buenos se anotaban una victoria.
En el interior de la guarida, Diana sentía que iba contra reloj. La devastaba la información sobre la máscara: luego de tres días, el que era sometido perdía el alma para siempre. No la dejaba respirar. Tomó unos segundos para poner sus ideas en orden y no dejarse ganar por la angustia. Denise también estaba en pánico, pero más calmada le comentó a Diana la necesidad de terminar de quebrar a Mauricio cuanto antes.
—¡Tenemos que lograrlo, y cuanto antes! —dijo Denise.
Diana comenzó a acercarse a Mauricio con mucha cautela. Justo en ese momento, Damián ordenó a los zombis poner a Patricia también en la celda de cristal con el resto. Diana entendió que era el momento de actuar. Patricia era la mejor para darle la estocada final a Mauricio.
Patricia fue llevada a la celda. Diana, Denise y Don la recibieron con abrazos. Diana le susurró al oído el plan y Patricia, de inmediato, entró en acción.
—Mauricio. Sé que quieres zafarte de esta situación, y nosotros vamos a ayudarte —le dijo Patricia, acercándose a él.
—¡No me hables! —le gritó, separándose de la celda.
—Mauricio, acuérdate cuando me protegiste en la universidad. Tú no eres del todo malo. Yo lo sé —le decía Patricia con dulzura y paciencia.
Mauricio Alan no respondía. Solo pensaba. Miraba a Patricia y a todos con tristeza.
—Estoy demasiado involucrado —dijo—. No creo que pueda salvarme.
—¡Claro que sí puedes! Yo te voy a ayudar. Todos te vamos a ayudar —le insistió Patricia.
Mauricio guardó silencio por unos minutos que parecieron una eternidad. Al cabo de un momento, le dijo a Patricia:
—¡No hay tiempo que perder! Tenemos que actuar muy rápido. Voy a recuperar la máscara y vamos a revertir este desastre —dijo, decidido.
Patricia, Denise y Diana se miraron y esbozaron una sonrisa. Entonces Mauricio les dijo:
—Voy a intentar recuperar la máscara. Pendientes de mi señal: les abro la puerta de la celda para que corran.
Las chicas asintieron con la cabeza. Estaban listas para escapar. Mauricio planeaba darle un golpe de estado a Damián. Pero cuando estaba cerca de la celda, completamente convencido de lo que iba a hacer, escuchó la voz de Damián a su espalda:
—No me vas a traicionar, Mauricio. . .
Relato 18: La celda abierta
En los alrededores de la guarida, las cosas estaban funcionando de maravilla. Ya el equipo había logrado salvar varias almas y muchos zombis ya eran de nuevo personas normales que habían vuelto al pueblo. Había sido un trabajo arduo. Everlinda estaba agotada, pero satisfecha por el esfuerzo realizado, como todos los demás.
El mayor logro era la máscara, ahora en manos de los buenos, aunque no supieran cómo usarla para liberar a los zombis. Mientras tanto, Nathaniel trata de entender cómo usarla, y Darío y Domingo la vigilaban. Diego, Daniel y Duarte se encargaban de la red, y junto a Everlinda y los animales. El bien ganaba terreno.
En la guarida, Damián parecía haber descubierto las intenciones de Mauricio. Furioso, se volvió hacia él con una clara advertencia:
— Mauricio Alana Lugo Zacarías, tú estás metido en esto tanto como yo. Mejor entiende esto: no hay vuelta atrás para ti, y a la más mínima traición… te arrepentirás —vociferó.
Mauricio bajó la cabeza en señal de sumisión. Y con la voz entrecortada, le respondió:
— Tienes razón, Damián —dijo casi en susurros—. Ni siquiera lo voy a intentar. Sigo contigo hasta el final.
— ¡Excelente decisión! Ahora ayúdame con esto y ubícame la máscara, que tengo tiempo que no la veo para seguir avanzando.
— ¡En seguida, mi general! —respondió Mauricio cuadrándose como un soldado y haciendo el saludo militar.
Damián se dio media vuelta y volvió a su máquina del centro. Diana y Denise se miraban expectantes, sin saber en qué creer. Mauricio esperó que Damián se alejara y abrió la cerradura de la celda. La puerta quedó entreabierta.
— ¡Salgan cuando vean que no hay peligro! —les dijo en voz baja.
Diana y Denise entendieron que tenían que esperar el momento para escapar. Mientras, preparaban un plan. Vieron cómo Mauricio desapareció por un pasillo, mientras Damián estaba concentrado en su máquina. Pasaba la mano por las pantallas y se escuchaba un leve zumbido metálico. Las chicas y Don estaban esperando el momento oportuno para deslizarse hacia la salida. Lo iban a hacer por turnos. Primero iban Patricia y Don. Las hermanas decidieron estar juntas. Patricia y Don comenzaron a deslizarse por la puerta de la celda sin hacer ruido, mientras Damián estaba absorto en su plan.
Tan pronto como lograron salir de la celda, escucharon un grito ensordecedor.
— ¡Están tratando de escapar, Guardian!
Era Dora, con una voz que no era la suya. Era una voz metálica, tenía los ojos negros y actuaba como sometida a una entidad que la controlaba. Los zombis que tenía alrededor apresaron a Patricia y a Don, obedeciendo sus órdenes. Para Diana, ese era el momento de huir. Había confusión y había que aprovecharla. En el forcejeo, Patricia se da cuenta de que es necesario hacer un espectáculo para concentrar la atención y permitir que Diana escape con Denise, así que comenzó a gritar y a patalear, golpeando a los zombis que trataban de someterla. Don la miraba extrañado, y ella le hacía señas con los ojos para que hiciera lo mismo. Entre los dos lograron concentrar toda la atención de los zombis y de Damián. Fue la oportunidad perfecta para escapar.
Denise y Diana se deslizaron por la puerta de la celda y se escabulleron por el pasillo hacia la salida, dejando atrás el bullicio de Don, Patricia, Dora y los zombis. Llegando a la salida, Diana se detiene.
— ¿Qué te pasa? —preguntó Denise, asustada.
— ¡Debo regresar! —respondió decidida.
— Pero… ¿por qué?
— ¡David!
Denise entendió que Diana debía buscarlo y rescatarlo, así que ella siguió directo a la salida, mientras Diana regresaba a buscar a David. Diana no sabía dónde tenían a David, pero tenía algo muy claro: no podía dejarlo. Con mucho sigilo, comenzó a ver en cada uno de los cuartos que estaban allí, buscando la manera de no ser vista por nadie. Buscaba y buscaba hasta que, por fin, lo encontró. En uno de los últimos cuartos que revisó. Allí estaba David, atado a una camilla con un casco en la cabeza, pegado a una máquina. Estaba inconsciente.
— ¡Dios mío, David! ¿Qué te están haciendo? —dijo angustiada, en una voz que era casi un susurro—. No te preocupes, te sacaré de aquí cuanto antes.
En ese momento intentó abrir la puerta de la celda donde tenían a David, pero no pudo. Estaba cerrada. No podía quedarse allí, así que buscó refugio rápidamente en otro de los cuartos. Necesitaba una herramienta con la que pudiera abrir la cerradura. Pero el cuarto estaba a oscuras, necesitaba una luz. Encendió la linterna de su reloj y vio a alguien atado en una camilla. Se acercó a ver de quién se trataba. Al poner la luz en el rostro de la persona atada en la camilla, Diana ahogó un grito.
Allí estaba. Atada a una camilla, inconsciente y con un casco en la cabeza, pegada a una máquina: nada más y nada menos que Marina Khon, la presidenta del Consejo de los Aliados.
¿Pero cómo podría ser? ¿Por qué la habían atrapado? ¿Habría alguien más del Consejo de los Aliados a merced de Damián?
En la parte de afuera de la guarida, Denise logró salir y reencontrarse con su familia, con su querida amiga Everlinda y con los animales. Hubo muchos abrazos y alegría de encontrarse. Denise les contó que iban a escapar todos, pero Don y Patricia fueron atrapados de nuevo en el intento. También les contó que Diana se había regresado para liberar a David.
— Tengo una idea. Diana necesita ayuda —dijo Nathaniel—. Nexil debe entrar a la guarida y buscarla. ¡Ayúdala a rescatar a David!
Nexil se puso en marcha. Mientras Denise terminaba de dar todas las noticias, agregó algo que ellos no sabían: Mauricio Alan era cómplice de Damián, pero estaba listo para traicionarlo. Estaba aterrado y fue él quien los ayudó a escapar.
— ¿Y tu mamá? —preguntó Daniel, preocupado.
Esa era la pregunta que Denise no quería responder. . .
Relato 19: Contra el reloj
Diana no sabía qué hacer. ¿Cómo podía despertar a Marina de ese trance sin hacerle daño? Se quedó unos segundos paralizada, buscando una salida. Decidió ayudar primero a David. Buscaría la manera de despertarlo a él para salvar a Marina entre los dos.
Buscó en ese cuarto una herramienta, cualquier objeto que la ayudara a abrir la puerta donde estaba David. De pronto, la puerta se abrió y Diana se escondió aterrada. Temía que la hubieran encontrado, pero no vio a nadie. Igual se quedó en silencio. La puerta se cerró. Entonces escuchó un zumbido leve que reconoció de inmediato.
— ¡Nexil! —exclamó en susurros—. ¡Qué bueno que estás aquí! Justo la herramienta que necesito. Tenemos que salvar a David, lo tienen en la habitación de al lado, pero está cerrada. ¡Solo tú puedes deslizarte por la puerta y abrirla!
Nexil comprendió todo de inmediato. Salieron de la habitación donde estaba Marina rumbo al cuarto de David. El gusano se deslizó por las hendiduras de la puerta y logró entrar con algunas dificultades. Finalmente, luchó con la cerradura hasta que pudo abrirla.
— Nexil, tenemos que despertar a David, pero yo no sé cómo hacerlo. ¿Tú sabes?
Nexil se posó en el pecho de David y comenzó a irradiar una tenue luz azul. De pronto, David abrió los ojos.
— ¡Nexil! —dijo todavía confundido.
Diana se acercó a él.
— ¡Diana! ¡Sabía que vendrías!
— David, tenemos que salir de aquí —dijo ella apresurada mientras intentaba quitarle el casco.
— ¡No toques nada! Retírate un poco. Déjame hacer esto con Nexil —y dirigiéndose al gusano, le lanzó un zumbido. Nexil subió a la máquina y, derramando un líquido verdoso y espeso, logró que hiciera un cortocircuito y se apagara.
David se quitó el casco y se levantó. Ella se lanzó a sus brazos y, por primera vez desde que lo conocía, él le correspondió el abrazo.
— David —dijo grave—, en el otro cuarto está Marina. ¡Tenemos que rescatarla!
David la tomó de la mano, recogió a Nexil y salieron hacia la habitación donde estaba Marina. Al llegar, le pidió al gusano que hiciera lo mismo con la máquina que mantenía a Marina inconsciente. En pocos segundos, Marina volvió en sí.
— ¿Dónde estoy? —preguntó confundida.
— ¡No hay tiempo para explicaciones! —dijo David—. ¡Tenemos que salir de aquí!
Los tres comenzaron a escurrirse por los pasadizos de la guarida en busca de la salida.
En los alrededores, Denise hablaba con Daniel sobre Dora.
— Mamá está poseída por la máscara. Pero eso no es lo peor. Lo peor es que Mauricio Alan dijo que si la máscara tenía el control de alguien por más de tres días, esa alma se perdía para siempre.
Todos quedaron en silencio. Había terror.
— Pero tu mamá no tiene aún los tres días —dijo Daniel, aliviado.
— Pero solo faltan unas horas, Daniel. Tenemos que actuar rápido —señaló Duarte—. Tenemos la máscara —añadió.
— Ya va, espera… ¿tienen la máscara? —preguntó Denise, asombrada.
— Sí, pero no sabemos cómo usarla. Ni siquiera Nathaniel lo sabe —respondió Duarte.
— Necesitamos a David, y pronto —dijo Denise, con angustia.
Dentro de la guarida, Damián comenzaba a darse cuenta de las bajas que había tenido. A gritos llamó a Mauricio.
— ¡Mauricio! ¿Dónde te metes? —vociferaba sin control.
Desde una esquina, como una rata asustada, salió Mauricio.
— Aquí estoy, Damián. Estoy buscando la máscara, tal como me lo pediste.
— ¿Y has tenido suerte? Porque yo lo que veo es que la máscara no está, parte de mi ejército de zombis tampoco y… (dirigiéndose a la celda de cristal) Ah, sí: ¡tampoco están las hermanas Claver!
Haciéndose el sorprendido, Mauricio miró hacia la celda y exclamó entre dientes:
— ¡No lo puedo creer! ¡Se han escapado!
— ¿Se escaparon? O… ¿las dejaste escapar? Porque la verdad, todo esto me parece muy extraño.
— ¿Cómo puedes creer que yo las dejé escapar?
— ¡Pues no sé qué otra cosa pensar! Y te repito que tú vas a caer conmigo, así que más te vale no traicionarme.
Mauricio bajó la cabeza, sumiso
— No te quedes allí parado como una estatua. Muévete y averigua qué está pasando. Yo daré una vuelta por la habitación de la presidenta del Consejo de los Aliados, mientras tú, inútil, resuelves todo lo demás.
Por los pasadizos, Diana, David y Marina, guiados por Nexil, se deslizaban entre los recovecos para llegar a la salida sin ser vistos. Diana notó, sorprendida, que había muchos menos zombis alrededor.
El grupo corrió con suerte. Al llegar a la salida, se encontraron con el resto. Hubo abrazos y emoción. Daniel estaba feliz de ver a sus dos hijas sanas y salvas. Y fue todo un acontecimiento conocer a Marina Khon, quien estaba profundamente agradecida con David y Diana por haberla salvado.
— ¡David! —dijo Nathaniel con voz grave—. Tenemos la máscara, pero no sabemos cómo usarla.
— Eso es un grave problema —respondió David, preocupado.
— ¡Es un problema mayúsculo en realidad! —dijo Denise, angustiada—. Nos quedan pocas horas. . .
Relato 20: Punto de quiebre
En los alrededores de la guarida, el ambiente era gris. El caos había ganado la batalla, pero dentro, en el corazón de todos, la esperanza comenzaba a renacer.
David y Nathaniel sostenían la máscara con incomodidad. Ninguno de los dos sabía cómo utilizarla ni cómo destruirla. La energía que emanaba era inquietante, como si la propia oscuridad la habitara.
—No estamos listos para manejarla —admitió David.
—Algo tenemos que hacer —dijo Nathaniel.
Entonces, Marina se adelantó con la mirada firme y un temblor en los labios.
—Yo sí sé qué hacer —dijo—. Esa máscara fue creada con una técnica antigua. Muy pocos saben cómo inutilizarla. Damián me capturó porque temía que usara mis conocimientos para detenerlo.
Todos la miraron con asombro. Denise se puso de pie de inmediato.
—¡Mi mamá! —exclamó—. Está a punto de cumplir las 72 horas bajo el control de la máscara. Si eso ocurre… la perderemos para siempre.
—Y Jamilet debe estar peor —agregó Everlinda, angustiada—. Su mirada está vacía. Tal vez solo tengamos minutos para salvarla.
Marina respiró profundo.
—Hay un solo modo de desactivar la máscara y liberar a los poseídos: un ritual de unidad. Pero no puedo hacerlo sola. Necesito que todos participen y que cada uno sostenga la máscara ante el grupo mientras todos canalizamos una intención común: recordar quiénes son.
—¿Recordar? —preguntó Duarte.
—Sí. El dominio de la máscara se basa en la pérdida de identidad. Si ellos logran reconectar con su humanidad, la conexión se debilita. Y si lo hacemos todos juntos, podemos romperla.
—¿Cómo es el ritual? —insistió Daniel.
—Nos reuniremos en círculo. Cada persona debe decir en voz alta el nombre del poseído que desea salvar y un recuerdo feliz con esa persona. Luego, se colocará la máscara en el centro y se envolverá con la red. Entre todos, la sostendremos mientras yo recito la invocación final. Si el vínculo se rompe, los liberados podrían quedar desorientados… o violentos. Necesitamos tenerlos contenidos y protegidos hasta que despierten.
Todos asintieron. La tensión se sentía como un hilo a punto de romperse.
Entonces Diana, decidida, se adelantó.
—Hay algo más. Mauricio está a punto de quebrarse. Fue él quien nos ayudó a escapar. Nos abrió la celda. Está con Damián, pero no por convicción. Lo ha hecho por miedo. Si logramos rescatar a Patricia y a Don, él se pondrá de nuestro lado definitivamente.
Nathaniel la miró con asombro.
—¿Estás segura?
—Sí. Lo conozco. Está cansado de obedecer, solo necesita una salida.
—Recuerden que todavía tenemos que rescatar a Patricia, a Don, y liberar a mi mamá y a Jamilet —dijo Denise—. Tenemos que apurarnos.
—Hay una cosa más —interrumpió Marina—. Necesitamos activar las llaves. Los Vigilantes del Umbral deben venir a llevarse a Damián, y solo con las llaves activadas podremos crear el campo magnético para que puedan ingresar a la Tierra.
Diana asintió con la cabeza.
—¡Estoy lista! —dijo con convicción.
Mientras tanto, en la guarida, Damián observaba la pantalla de su máquina con furia contenida. Su rostro estaba tenso, la mandíbula apretada. Ya lo sabía: Marina, David, los Claver… todos habían escapado. Su ejército de zombis se había reducido a menos de la mitad.
—Maldita sea —murmuró.
Y, dirigiéndose a Patricia y a Don, les dijo:
—Ustedes vivirán las consecuencias. No tendré piedad, y los Claver se arrepentirán de haberlos dejado atrás.
Patricia y Don lo veían todo perdido. Dora y Jamilet aún estaban bajo el dominio de la máscara, y estarían a punto de perderse para siempre al cumplirse las 72 horas. Ellos veían la furia de Damián y estaban aterrados.
Pero Damián estaba tranquilo.
No tenía miedo.
—Creen que han ganado algo —dijo con una sonrisa torcida—. Pero solo han tocado la superficie. La máscara… solo era el principio.
—¡Mauricio! —gritó—. ¿También te has ido?
Mauricio salió de la oscuridad.
—Aquí estoy, Damián.
—Si tuviste que ver con los escapes, el robo de la máscara o la disminución de mi ejército de zombis, ya no me importa. Igual morirás conmigo.
Mauricio tragó saliva.
—Acompáñame —le ordenó, y Mauricio lo siguió sin chistar.
Se dirigieron al fondo de la guarida, donde una compuerta cerrada palpitaba con una luz roja. Damián colocó su mano en el lector de energía. Un pitido sordo confirmó la autorización.
—Prepárense… porque lo que viene dejará la máscara como un juego de niños. . .
Tercera Parte
Relato 21: Una breve victoria
El aire en las afueras de la guarida era denso. Había una carrera contra el tiempo, pero nadie corría ni se apresuraba. Todo se iba desarrollando con prisa, pero sin pausa. Marina, serena pero firme, trajo un silencio que obligó a todos a escuchar.
—Vamos a colocarnos todos en un círculo.
Así lo hicieron. Daniel estaba entre Diana y Denise. Al lado de Diana se sentó David, y al lado de Denise estaba Everlinda. Luego Nathaniel y todos los hermanos Claver cerrando el círculo. Todos estaban tomados de la mano.
David preguntó, confundido:
—¿Cómo se desactiva algo tan… oscuro?
Marina cerró los ojos por un momento.
—Con luz. Con memoria. Con verdad. Vamos a convocar un ritual antiguo… se llama El Llamado del Nombre Verdadero.
Diana apretó la mano de David.
—Mi mamá… quedan dos horas. Si no la ayudamos, se perderá para siempre. Y Jamilet… —dijo Denise, y miró a Everlinda, que asentía, pálida— debe quedarle menos de una hora.
Marina pidió que colocaran el nodo creado por Duarte en el centro del círculo. Sobre el nodo colocaron la máscara que custodiaban Diego y Domingo. Marina se colocó en el centro junto al nodo.
—Cuando les indique, piensen en la persona que quieren salvar. Digan su nombre. Luego, cuenten en voz alta un recuerdo feliz con esa persona.
Todos estaban listos. Era la hora de actuar. Diana fue la primera.
—Querida mamá —dijo Diana con la voz entrecortada—, recuerdo cuando era niña, y me sorprendías con esa jalea de mango que tanto me gustaba, con los mangos de la mata de nuestro jardín, que son únicos. No hay otro igual a ese.
Diana hablaba pausada y suavemente, mientras las lágrimas corrían por su rostro. Cerró los ojos y trató de buscar en sus recuerdos ese olor, ese sabor tan especial que solo tiene lo que hace mamá. Hubo silencio. Marina, en el centro del nodo, tenía su mano sobre la máscara, que emitía unas ondas que el nodo multiplicaba.
Al cabo de un corto silencio, continuó Denise.
—Jamilet Pérez —su voz quebró—. Recuerdo cuando estábamos en la azotea de la escuela, después del simulacro, y tú me dijiste que ser fuerte no era no tener miedo, sino hacer lo correcto aunque te tiemblen las piernas…
Denise y Everlinda se apretaron de la mano fuertemente, y las dos, con lágrimas en los ojos, pusieron en su mente a Jamilet. En ese momento, las fibras del nodo vibraron. Un resplandor dorado salió del centro. La máscara se estremeció y emitió un leve chillido.
Todos tenían los ojos cerrados. Estaban concentrados en liberar a las personas que estaban atrapadas por la máscara. Entonces habló Nathaniel.
—No tengo recuerdos con nadie, pero deseo que todos sean liberados —bajó la cabeza y se concentró en cada una de las personas que aún estaban bajo el dominio de la máscara.
Uno a uno, todos comenzaron a hablar. Los que tenían recuerdos, los compartían; si no, decían nombres o simplemente se referían a “la persona que está bajo el control de la máscara”. El espacio se llenó de una energía que superaba el miedo. Marina, en el centro, comenzó a recitar un cántico en Zäroh’kai:
—Zën atharia men dazûl… Kaera! Kaera! Kaera tuon!
(“Lo que fue robado, que regrese… ¡Regresa! ¡Regresa! ¡Vuelve a la luz!”)
Marina utilizaba la energía, multiplicada por el nodo, para quebrar el control. La máscara comenzó a emitir un chillido ensordecedor. Una figura oscura emergió de ella: una sombra deforme, hecha de voces y gritos entrecortados.
Nathaniel apretó los dientes.
—¡No rompan el círculo!
Todos se apretaron las manos. Pero tenían los ojos abiertos, mirando con espanto aquella sombra amorfa que emergía de la máscara. La sombra trató de alcanzar a Denise, pero Marina se adelantó y colocó las manos sobre la máscara. El resplandor la envolvió. Un destello.
Un rugido.
Marina abrió los ojos.
—¡Creo que lo logramos! —comentó.
Todos contuvieron el aliento. En el interior de la guarida comenzaron a pasar eventos. De pronto, Jamilet cayó de rodillas, jadeando, desorientada. Había regresado. Luego fue Dora. Su mirada, al volver en sí, se llenó de lágrimas. Estaba desorientada. Don y Patricia aún estaban atrapados en la celda de cristal, pero una de las personas que acaba de ser liberada les abrió la celda y pudieron salir.
En la entrada de la guarida estaban todos paralizados. Nathaniel atinó a correr al interior de la guarida junto con Duarte y Daniel para poder rescatar a Dora, Jamilet, Don, Patricia y a los que quedaban allí. Hicieron una rápida operación de rescate que fue exitosa. Dora pudo abrazarse con sus hijas y con sus cuñados, y Jamilet con sus amigas. Don abrazó a Denise, y Patricia a Diana. Quedaban algunos ciudadanos de Cardenales que también estaban recuperándose del control y fueron ayudados por los Claver a volver a la ciudad.
Pero el triunfo fue breve.
Desde lo más profundo de la guarida, una explosión de energía hizo temblar la tierra. Damián se encontraba solo. Pero no parecía derrotado. Sonreía.
Sostenía sobre sus manos una esfera de cristal que flotaba sobre una base rota.
—¿De verdad creyeron que la máscara era el final? —susurró—. Esto… esto es lo que los va a hacer rogar por la oscuridad.
Mauricio Alan palideció al ver lo que Damián tenía en sus manos.
—No puede ser —balbuceó.
Relato 22: El temible Ojo de Tharyum
Los Claver y el grupo completo emprendieron el regreso a casa. Todos comentaban lo que recientemente habían vivido. Iban disfrutando de la alegría de estar juntos y de haber derrotado al mal.
Mocca, que se había quedado lejos observando todo, se había unido al grupo y celebraba con Zahél y Nexil.
No sabían que el enemigo no estaba derrotado y que, en realidad, tenía un as bajo la manga que los pondría a todos a temblar.
En la guarida, Damián se preparaba para un nuevo ataque con el Ojo de Tharyum. Se trataba de una esfera del tamaño de un cráneo humano, flotando sobre una base rota suspendida en el aire. Su superficie parecía lisa al principio, pero al acercarse se revelaban finas grietas por donde emanaba una luz líquida, como lava cósmica que respiraba. La esfera latía, sí, como un corazón vivo, y cada latido liberaba un zumbido profundo que distorsionaba el espacio circundante, como si el universo se contrajera de dolor.
Fue creada por Tharyum el Rebelde, una deidad moribunda que, al ser exiliada por sus iguales, canalizó su último aliento y su sed de venganza en una sola creación maldita. A través de un ritual prohibido, convocó a las Sombras Antiguas —entidades olvidadas por los mundos— y las selló en la esfera. Solo los descendientes de los rebeldes conocen su leyenda, y ahora el artefacto ha caído en manos de Damián, quien planea desatar su verdadero poder: la creación de un universo alterno, caótico, real, donde solo quien conserve la lucidez absoluta en medio del abismo tendrá el poder de dominarlo todo.
—Damián, no serás capaz —balbuceó Mauricio Alan.
—No puedo creer lo cobarde que eres. ¿No entiendes que seremos los amos del universo entero?
—Damián, creo que ya has ido demasiado lejos.
—Nada es demasiado lejos cuando tienes un propósito como ser el dueño del universo.
Mauricio, visiblemente consternado, se llevó las manos a la cara. Se sentía atrapado, pero estaba convencido de que tenía que hacer algo para controlar las locuras de Damián, y tenía que ser pronto.
Entretanto, Damián se preparaba para activar el Ojo de Tharyum. Mauricio lo miraba completamente absorto. Damián comenzó un ritual que involucraba palabras en idioma kaotherniano, del planeta Kaor-Then, lugar natal de Tharyum. Comenzó a pronunciar palabras, y en cuestión de minutos se vislumbró una luz en las fisuras que comenzó a expandirse. La base rota de la esfera empezó a girar lentamente. El zumbido se transformó en un eco grave que comenzó a sacudir la percepción, haciendo que el mundo alrededor pareciera temblar. En cuestión de segundos, se formó una grieta en el aire —una rendija a una realidad nueva—, y lo que emergió no fue un reflejo del universo… sino una versión donde las leyes del orden se habían invertido, y solo los verdaderamente lúcidos podían mantener su poder.
—Por esa grieta abrimos la puerta al caos y todos perderán la razón al ser absorbidos por el nuevo universo. Solo tú y yo nos mantendremos lúcidos y podremos gobernar el universo —dijo Damián, y su sonrisa retorcida iluminó su rostro.
—Tengo que advertirle a todos —pensó Mauricio—, pero ¿cómo?
En casa de los Claver todos estaban felices de haber superado esta prueba. Estaban convencidos de que la historia había terminado, cuando de repente Marina se quedó absorta mirando al horizonte. Solo Nathaniel lo notó. Algo estaba pasando. David se puso en alerta, mientras el resto comentaba sus vivencias durante el episodio. Entonces Diana lo sintió.
—¿Qué está pasando? —preguntó bastante inquieta.
—Han abierto la puerta del universo paralelo —dijo Marina con gravedad.
—¿Qué? ¿Qué significa eso? ¿De qué estamos hablando? —preguntó Duarte, confundido.
—Es la puerta hacia el caos total —dijo Nathaniel.
—Pero… ¿cómo? —preguntó David.
—¡No entiendo nada de nada! —comentó Denise.
—¿Es que no tenemos ni un momento de paz? —dijo Duarte con sorna.
Marina se puso la mano en el pecho y cerró los ojos, como tratando de conectarse con el universo.
—Tenemos que actuar rápido. Esa grieta funciona como una aspiradora que va a succionarnos a todos hacia un universo de caos.
—Pero ¿qué podemos hacer? —preguntó Diana.
—Tenemos que activar la barrera, pero esta vez tiene que ser interestelar —explicó Marina.
—¡Las llaves! ¡Tenemos que activar las llaves! —dijo David.
—Pero en todo el universo —completó Nathaniel.
—¡Espera! ¿Qué? ¿Cómo? —preguntó Denise.
—Este aparato tuyo, Duarte, será más útil de lo que crees —dijo Marina.
La idea era activar las llaves a nivel intergaláctico, utilizando el nodo para multiplicar la frecuencia y que pudiera llegar al espacio. Nexil era la clave para proyectar el llamado hacia el resto del universo. Marina explicó que Diana debía comenzar el llamado para activar las llaves con un doble fin: crear un campo magnético para luchar contra la grieta y permitir la entrada de los Vigilantes del Umbral, quienes se encargarían de llevarse a Damián.
—Creo que ven muchas películas de ciencia ficción —bromeó Darío.
Y mientras los hermanos Claver reían el chiste, todos los demás se habían activado para comenzar la transmisión. El nodo, encendido, lo controlaba Duarte. Nexil, en el centro, irradiaba la luz. Diana, a un lado, se concentraba en la activación, mientras Marina, Nathaniel y David controlaban la escena para que nada saliera de control.
—Nadie abandona esta casa —ordenó Duarte.
Todos en silencio estaban a la espera. Y de repente… se escucharon unos pasos en la parte de afuera de la casa.
Todos entraron en pánico.
Relato 23: Vuelven los Vigilantes
Damián había abierto un portal a un universo complicado y peligroso gracias al Ojo de Tharyum. Él no sabía lo que había hecho. La apertura del portal inmediatamente alertó al resto de las galaxias sobre la grave inestabilidad que se avecinaba. Damián pensaba que por tener él la esfera estaba inmune a ser arrastrado al otro universo y que no perdería la cordura. Pero estaba equivocado. Había perdido la cordura hace tiempo, cuando se dio a la tarea de querer ser el amo del universo.
Con la esfera en la mano, la grieta se movía con él, hacia donde fuera y, por supuesto, iba camino al pueblo con el único fin de arrastrar a toda criatura viviente hacia ese universo del caos.
En casa de los Claver, estaban todos listos para activar las llaves cuando escucharon un ruido. Estaban paralizados del miedo, pero Denise se asomó por la ventana a escondidas para observar. Era Mauricio Alan.
—Damián tiene el Ojo de Tharyum —dijo Mauricio apenas entró a la casa.
—¿El qué? —preguntó Denise.
—¿Qué es eso? —se apresuró Diana.
—Es una antigua reliquia. Solo los rebeldes saben de su existencia.
—¡Era eso! —dijo Marina.
—¿Tú lo conocías? —preguntó David, intrigado.
—Es una vieja leyenda que tenían los rebeldes, pero no sabíamos si era real.
—¡Pues es bien real y ahorita estamos todos en peligro! Damián está realmente loco —aseveró Mauricio.
—Tranquilo. Ya estamos trabajando para revertirlo.
Marina se colocó junto al nodo y le pidió a Nexil que proyectara la luz.
—Diana, concéntrate. Por favor, invoca a las llaves.
Diana cerró los ojos y, con todas sus fuerzas, comenzó a invocar la unión de las llaves de la Tierra.
—Están conectadas —aseguró David.
—¡Nexil, ahora! —gritó Marina, y entonces le dio la orden a Duarte para que encendiera el nodo.
En ese momento, la luz se proyectó hacia el techo de la casa, traspasándolo y llegando al cielo. El mensaje había sido enviado para todas las llaves del universo, y la alerta había sido recibida por los Vigilantes del Umbral.
—Vienen en camino —dijo David con seguridad.
—Ahora tenemos que destruir ese aparato diabólico y cerrar el portal —dijo Marina.
—¡Excelente plan! Solo una duda… ¿cómo lo haremos? —preguntó intrigado Duarte.
—Nathaniel, David, Diana y yo vamos por Damián —indicó Marina. Y dirigiéndose a Mauricio, le dijo—: tú te has redimido, también vienes con nosotros. Duarte, cuida de los Claver y de los que aquí se quedan.
—¿Diana? —gritó Dora, confundida.
—Señora, su hija es una guerrera intergaláctica. En el Consejo de los Aliados confiamos en ella. Usted debería hacer lo mismo —respondió Marina, recuperando su habitual característica de no necesitar presentación.
Dora sintió que la tal Marina era una grosera que se había tomado el atrevimiento de decirle cómo debe ser la relación con su hija.
—Será muy presidenta y muy cósmica, pero Diana es mi hija y no me va a venir a decir lo que debo o no debo hacer con respecto a ella —le susurró a Daniel.
El equipo de los extraterrestres y Diana salieron de la casa acompañados por Nexil y Zahél. En casa se quedaron los Claver, Jamilet, Patricia, Everlinda y Don, custodiados por Mocca.
Camino a la guarida, se encontraron frente a frente con Damián, que venía con el Ojo de Tharyum y la grieta recorriendo el camino hacia el pueblo, hablándole a cuanto animal se encontraba por allí.
Marina levitó en el aire y, con un giro rápido, le lanzó un rayo a Damián, que éste esquivó. Ahora Damián dirigía la grieta hacia ellos. La primera en sentir la succión fue Diana. Inmediatamente, David la abrazó y, con fuerza, la alejó de la grieta.
—¡Mauricio, eres un traidor! —gritó Damián.
Entonces Nathaniel tomó las riendas del asunto y, con un movimiento rápido, levitó un par de metros sobre el suelo y lanzó un rayo directo hacia el Ojo de Tharyum, afectando directamente la base. La esfera cayó al suelo, abriéndose en dos, y la grieta se cerró. Damián cayó al suelo, aturdido.
—Los Vigilantes han llegado —sentenció Diana.
En ese momento, todos retrocedieron y, desde el cielo, descendió un cilindro de luces de colores sobre Damián que lo absorbió por completo. Desde el cielo se escuchó una voz que retumbaba.
—Marina. ¿Debemos llevarnos también a Mauricio Alan?
—¡No, señor! Mauricio nos ha ayudado y se ha arrepentido de todo —respondió Marina, solemne.
—Entonces Mauricio Alan Lugo Zacarías queda liberado de todos los cargos —dijo la voz, que retumbaba en toda la Tierra.
Mauricio Alan cayó de rodillas en el suelo, pidiendo perdón y jurando que jamás estaría del lado de los malos otra vez.
El mal había sido vencido.
Relato 24: El amor que mueve al universo
El ambiente era de fiesta. Los hermanos Claver se preparaban para la inauguración de su restaurante Hari. Todo marchaba a las mil maravillas, y tenían todo a punto para la gran celebración. Dora había ayudado preparando unos recuerdos tejidos para repartir entre los invitados. Duarte tenía mucho trabajo con las cuentas. Todo apuntaba a que pronto los Claver sumarían un nuevo éxito.
Pero entre preparación y preparación, también llegaban las despedidas.
La primera en marcharse fue Marina. Totalmente recuperada, volvía a ser la imponente y elegante presidenta del Consejo de los Aliados, casi flotando sobre el suelo, dejando una estela de luz a su paso.
—Diana, estoy infinitamente agradecida por toda tu ayuda, tu coraje y valentía. Eres una digna representante del Consejo, y por allá te esperaremos para que te reincorpores a tus labores —dijo Marina al despedirse.
Diana bajó la cabeza en señal de agradecimiento. Todos despidieron a Marina desde el bosque contiguo a la casa de los Claver.
—Dejo muy buenos amigos aquí. La familia Claver es única. Puedo entender por qué Diana es como es —dijo Marina mientras se despedía de todos.
Y tal como siempre, subió a la nave del Consejo que vino a buscarla, flotando con su estela de luz tras de sí.
El siguiente en partir fue Nathaniel. Hubo abrazos de despedida, lágrimas de Denise y Everlinda —que ya lo consideraban un amigo excepcional— y Mocca se le enredó entre las piernas en señal de afecto. Zahél se iba con él. Frente a Mocca, Zahél inclinó la cabeza en señal de respeto. Mocca se acercó y lo lamió repetidamente. Cada quien se despedía a su manera.
—Nathaniel, sabes que te apreciamos, y esta siempre será tu casa. Ven a visitarnos —le dijo Daniel, estrechando su mano.
—Cuando sientas ganas de comerte un sushi del otro mundo en nuestro restaurante, tendrás siempre una mesa para ti —le dijo Duarte, dándole un fuerte abrazo.
Nathaniel se tomó unos minutos para conversar con Diana y David antes de partir. Se alejaron hacia un rincón del bosque, cerca de la nave.
—Con respecto a lo que me han planteado sobre su relación, quiero darles un consejo —comentó Nathaniel.
—¡Yo no he dicho nada! —dijo Diana, algo apurada.
—¡Yo lo hice! —se adelantó David.
—Solo quiero decirles que lo planteen al Consejo. Hablen con Marina. El amor es la fuerza que mueve al universo, y esa regla de que no puede haber uniones entre seres de diferentes planetas es una norma antigua y caduca. Si hay amor verdadero, nadie puede luchar contra él —dijo Nathaniel.
—¿Tú crees que lo entiendan?— preguntó Diana
—Claro que sí. Cristo, que está en todos los planos, amó hasta el extremo, y su amor hasta hoy nos cubre con su halo. ¿Qué puede estar en contra de un amor verdadero y genuino?
—Hablaremos con Marina —dijo David—. Gracias por guiarnos, como siempre.
Se despidieron con un abrazo. Zahél hizo una seña de respeto, y ambos subieron a la nave. Diana y David los vieron despegar mientras los despedían. Se quedaron un rato juntos, en medio de ese bosque que había sido testigo de tantas cosas… pero, sobre todo, del amor que sentían.
Tenían la esperanza de poder seguir juntos. Estaban seguros de que eran un gran equipo y que juntos podían luchar contra los desequilibrios del universo. Y el amor que los unía cumplía con todos los requisitos para ser duradero: era real, genuino, puro.
Al volver a casa, todo era un corre-corre con la preparación de la inauguración de Hari. ¡Iba a ser una fiesta de otro mundo! Literal.
Una semana después, Diana y David estaban de regreso en el Consejo de los Aliados. Habían pedido una reunión con Marina Khon. Los dos esperaban en la Sala de Cristal del Centro de Conferencias de Numia.
Marina hizo acto de presencia con su acostumbrada entrada suntuosa y llena de luces. Como siempre, tomó la palabra primero.
—Ya sé por qué pidieron esta reunión. Y la respuesta es que sí: pueden seguir juntos.
Diana y David se quedaron sin palabras. No sabían qué decir. Marina continuó:
—He observado que, a pesar de su relación, son lo suficientemente maduros como para no descuidar sus actividades y ser responsables. Ese es el amor auténtico. Y sí, Nathaniel tiene razón: es una regla anticuada y absurda.
Diana y David se tomaron de las manos. Diana lo apretaba fuerte.
—Así que sigamos adelante todos juntos. Han demostrado valentía y entrega en lo que hacen, y eso solo puede ser producto de sentimientos nobles. ¡Estén atentos a la siguiente misión!
Y como llegó, se retiró de la sala, dejando tras de sí una estela de luz.
Diana y David se miraron a los ojos, y con esa mirada se dijeron todo lo que sentían. Iban a seguir juntos, luchando por la Tierra y por el universo.
En Cardenales, todo había vuelto a la normalidad. Los Claver disfrutaban de una racha excelente con su restaurante, y todos tenían mucho trabajo. Dora ayudaba en todo lo que podía. Denise había ingresado a la universidad junto con Don, Everlinda y Jamilet. Patricia avanzaba en su carrera de Comunicación Social, próxima a graduarse. Los malos tiempos habían quedado atrás, y todo parecía tener un futuro prometedor.
Hasta Mocca tenía razones para ser feliz. Una familia se había mudado a la casa de al lado… y tenían un hermoso gato llamado Paco. Se habían hecho “muy amigos”, y pasaban todo el tiempo juntos.
Dora miraba al cielo y sabía que su hija luchaba por el universo.
No todas las madres pueden decir eso de sus hijos.
Eso la hacía sentir orgullosa… y extrañarla un poco menos.
OPINIONES Y COMENTARIOS