Una vida en una carta

Una vida en una carta

Martín Urriarte camina muy lento. Casi se diría que sus zapatos, antiguos y brillantes de puro lustrado diario, tardan una eternidad en pisar la antigua vereda. Se ayuda con un bastón, se lo recomendó el doctor:» si no puedes dejar tus paseos lleva un bastón, le aconsejó, a tu edad una caída puede significar la muerte «. A su edad, se repitió Martín, pero qué edad, si apenas llego a…

Queda su mente en suspenso y la sorpresa lo abraza. Toda una vida aquí, recorriendo estas calles y estas cinco manzanas fueron su mundo. Como si hubiera sido ayer, él se podía ver a través del tiempo, era joven y orgulloso, tenía un empleo asalariado y podía mantener a su joven y bella esposa y formar una familia. Ahorrar para comprar su propia casa. No anhelaba una mansión, solo una casa modesta y cálida, donde refugiarse al final de cada jornada laboral.

Él era el cartero y esa era su zona. Con orgullo cada día, vestía su uniforme y cargaba su gran portafolio de cuero con una fuerte correa que cruzaba sobre su pecho al empezar su jornal. En esa época no había celular, ni computadoras y todos esos aparatos modernos solo se habrían podido imaginar en una película de ciencia ficción. La gente se comunicaba por el correo y él era el correo en el barrio. Cuando ahorró lo suficiente compró su casa allí, en ese barrio que a diario, recorría repartiendo cartas. Cuando se mudaron con su esposa Mirian y sus dos pequeños niños, todos los vecinos les dieron la bienvenida, porque después de cinco años, Martín era parte indispensable de sus vidas.

Los años volaron, pero él siempre estaba allí, llevando noticias esperadas o no, a veces buenas y otras tristes, las personas abrían sus cartas ahí mismo, delante de él, así que celebraban juntos las buenas nuevas. Un nacimiento, una boda o un nieto que acababa de recibirse en la universidad. Otras veces, cuando las noticias eran malas, sabían que contaban con Martín para darles una mano, si se podía ayudar y si no siempre habría un abrazo o palmadas de consuelo para hacer frente a la adversidad. Todo se comunicaba por carta y por supuesto las personas tenían tiempo de escribir.

Hoy el barrio cambió, los vecinos y la sociedad, pero don Martín que sobrevivió a su esposa y que vio partir a sus hijos a otro país, sigue caminando sus calles. Será que ahí se reencuentra con sus recuerdos, con su juventud gastada, con los saludos y las sonrisas. Tal vez, esperando, a que el descanso final lo llame a reunirse con su amada y quizás, solo quizás, vuelva a vestir su uniforme de cartero, aquel que durante tantos años, lució con orgullo.

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