Estaba con mis amigos en una zona apartada del pueblo, cerca de una casa abandonada. Fuimos allí para hacer una fogata y poder beber sin que nuestros padres se enterasen y nadie pudiera vernos. Así también podríamos poner la música tan alta como quisiéramos.

Habían pasado unos treinta minutos cuando vimos una luz en la casa abandonada. La primera en verla fue Laura, quien miró extraña hacia la casa y, mientras la señalaba, preguntó:

  • – ¿Por qué está la casa iluminada? ¿Vive alguien ahora?

En cuanto termino de hablar nos giramos de inmediato hacia la casa. Era cierto. La luz de una vela iluminaba una de las ventanas y pudimos ver como esa luz pasaba de una habitación a otra para que, de repente, se apagase.

Nos giramos de nuevo hacia la fogata en silencio, posando la mirada en ella. Pasaron unos cinco minutos, más o menos, cuando Tomás, bastante borracho, propuso un reto.

  • – ¿Alguien se atreve a entrar a esa casa y comprobar si de verdad hay alguien? – propuso con una media sonrisa provocada por su leve borrachera.
  • – Tomás no digas tonterías. Podría ser peligroso. – Espetó Sonia, una de las pocas personas sensatas del grupo.
  • – Tiene razón. No es una buena idea. – Apoyó Daniel, su novio.
  • – Yo. – dije mientras hacía garabatos en la tierra con un pequeño palo. – Yo me atrevo. – levanté la mirada hacia Tomás.

Tomás se levantó aplaudiendo para decir:

  • – Hombre, por fin has dicho algo Alex. ¿Crees que serás capaz de hacerlo o vas a hacer como la otra vez? – preguntó en tono sarcástico.
  • – Cállate imbécil. – dijo Sonia. – Alex, no tienes por qué hacerlo si no quieres. No tienes por qué demostrar nada a nadie.

Preferí mantenerme callado ante la provocación de Tomás. Me levanté y antes de ir hacia la casa le dije a Sonia: “No te preocupes, no lo hago para demostrar nada a nadie. Lo hago porque tengo la misma curiosidad que vosotros de saber que pasa ahí dentro y ya que Tomás no se atreve, lo haré yo.”. Sonreí y ella me devolvió la sonrisa.

Tras de mí pude oír como el resto me seguía hasta la entrada de la casa y, una vez delante de la puerta, me giré hacia ellos y vi sus miradas de preocupación. Excepto Tomás que tenía una cara bastante despreocupada.

La casa era muy antigua. Tenía dos pisos y una pequeña terraza con varios trastos, como una mesa y una mecedora que chirriaba con las leves brisas del verano. Todos esos trastos viejos estaban llenos de polvo, telarañas y muy desgastados por el tiempo. La casa llevaba tanto tiempo abandonada que había crecido un árbol en su interior. Se podía ver desde fuera, ya que salía por una de las ventanas que rotas del segundo piso.

Finalmente entré en la casa abandonada. Desde que abrí la puerta, un escalofrío recorrió mi cuerpo que me indicó la presencia de algo sobrenatural. Observé lo poco que me dejaba ver la oscuridad para ver si encontraba algo que demostrase que había alguien viviendo allí: restos de comida, mantas… En ese momento pensé que no ha sido una buena idea aceptar el reto de Tomás pero no podía demostrarles que era un cobarde, así que me adentré más en la oscuridad.

El aire era frío, como una tumba. Entre las sombras, apenas se distinguía muebles rotos y telarañas. También vi un cuadro con una foto de una familia pero el cristal estaba roto y las caras de ellos estaban arañadas. Excepto la de la niña pequeña. En el profundo silencio, conseguí distinguir, no muy lejos, murmullos y… ¿Lamentos? Había alguien que quizás no quería que estuviera allí.

Había oído crujidos de unos pasos. Parecía que se acercaba. Cada vez estaba más cerca. Mi corazón palpitaba más rápido. Se me iba a salir del pecho. Comenzaba a sudar frío. “¿Qué ha sido eso?”, me pregunté. Una puerta se había cerrado de golpe, lo que me hizo sobresaltar, de tal manera, que no pude evitar girarme tan rápido como oí el ruido. Dirigí la mirada, lentamente, hacia donde se había producido el golpe. Por suerte no había nadie. Al volverme de nuevo, con una sonrisa de alivio vi, pegada junto a mí, a una niña magullada, llena de sangre y con un vestido hecho jirones que me miraba fijamente y con una sonrisa malévola. Posó su mano con fuerza sobre mi muñeca para intentar retenerme.

No pude aguantar más y salí corriendo hacia fuera, dejando la puerta abierta. Al salir vi como a mis amigos se les borraba la sonrisa al ver mi cara de espanto.

  • – ¡Fantasmas! ¡FANTASMAS! – grité mientras corría.

Cuando estuve a punto de alcanzar a mis amigos tropecé con mis propios pies, haciéndome caer al río que estaba al lado de la casa. Al caer, note algo blando y húmedo que, debido a la oscuridad, no pude identificar con claridad pero al incorporarme y con ayuda de la luz de la luna logré ver que era aquello. En cuanto lo vi me hizo gritar de tal manera que casi me quedé sin voz. Era un cadáver. Era un río de cadáveres.

Salí cómo pude de aquel lugar y lo más rápido que me permitían mis pies, ya que se adentraban entre los cuerpos putrefactos y los que se encontraban en descomposición. Llegué donde estaban mis amigos. Todos estaban parados, sin moverse y sin decir nada. Sus miradas estaban fijas en la casa. Seguí sus miradas y pude ver que la niña que estaba dentro de la casa se hallaba inmóvil bajo el marco de la puerta. Parecía que les estaba leyendo la mente. Intenté disuadirles de ella y sacarles del estado en el que se encontraban a base de gritos y aspavientos:

  • – ¡Eh, chicos! – grité mientras movía los brazos frente a ellos. – Venga, volvamos a la fogata. – dije preocupado.

Al cabo de unos pocos minutos mis amigos empezaron a entrar a la casa sin decir nada, sin mirar atrás.

  • – No, no, no. – dije muy asustado. – Dani, tío, no me puedes hacer esto. – lo cogí del brazo y estaba frío. Corrí hacia Laura para intentar retenerla – ¡Laura! ¡LAURA! Venga, volvamos a casa, por favor.

No conseguí apartarles de esa “abducción” en la que se encontraban. Se adentraron a la casa, pasando por los lados de la niña y, sin tocar la puerta, la cerró.

Y esa fue la última vez que vi a mis amigos…, con vida.

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