SANADOR HERIDO

SANADOR HERIDO

Mar Mioni

07/06/2025

“Haz lo que puedas con lo que tienes” dijo el terapeuta.

Exhalé resignada, había sido otra sesión de esas que rayan en un positivismo tóxico que me produce arcadas. Pagué mi consulta decepcionada y salí del lugar pensativa. Durante años he sentido que hablo otro idioma, que caí en el planeta equivocado y que fui obligada a vivir dentro de esta piel que me estorba, sitiada en la epidermis, como diría José Gorostiza.

Mucho tiempo me he revolcado en mares de enojo y desesperación porque sé que la forma en que veo la vida es muy distinta a lo que ven los demás; siempre tengo la sensación de que quiero hablar y no puedo, como esos sueños donde lanzas un grito desesperado, pero de tu garganta solo sale un gemido insonoro.

Hacer lo que se pueda con lo que se tiene, ¿y qué he tenido? Pérdida, soledad, aislamiento, rechazo, decepciones, fracasos, ira y confusión, cansancio y la sensación de cargar con toda la tristeza del mundo, literalmente, a veces siento que sufro por mí, por ti, por todos; mis emociones son pinturas al óleo hechas de rayones desesperados, salpicadas de colores rojos, negros, grises.

Mandé un mensaje de texto al terapeuta diciéndole que dejaría sus estúpidas terapias (la palabra “estúpidas” la omití en el texto, pero la pensé). Me senté en un rincón abrazando mis rodillas y presionando mi cabeza con las manos, era un día de esos en que el cerebro estalla y la vida me parecía de un absurdo inaguantable, y entonces llegó la idea, se encendió un pequeño foco en ese cerebro que estaba a punto de explotar… “¿y si…?”, “no, sería una locura, es muy tarde para eso”. Pero la idea ya se había sembrado en mi mente: decidí estudiar psicología, aunque eso implicara ser la abuela de todos mis compañeros de clase.

Y emprendí el viaje, usando la inteligencia a mi favor, esa que tantos terapeutas me dijeron que solo usaba como mecanismo de defensa. Y aprendí cosas, leí otras, y experimenté otras más, siempre agarrada al mástil de mi práctica meditativa. Decidí quedarme en este mundo por curiosidad, confiando a ciegas en que debía existir un maldito propósito, intentando quitarme de la mente la idea de que solo somos un experimento que falló, y que por tanto, el experimentador se aburrió y nos dejó abandonados al azar.

Comencé a escuchar historias parecidas a las mías, eran relatos de dolor, de llanto, de duelos, de amores imposibles, de aspiraciones y sueños rotos, comencé a ser doctora de almas; mi extrema sensibilidad y mi autismo me permitían llegar a lugares profundos del corazón y mente de las personas, entender su lenguaje, sus miradas, entender el mensaje de unos hombros encorvados y unas palabras atropelladas que dicen una cosa pero que interiormente gritan otra.

Hoy me cuento esta historia que me ayuda a estar viva y a encontrar cierto sentido: soy psicóloga, ayudo a reparar corazones, soy cardióloga de espíritus; quiero creer que sentir demasiado, oír demasiado, ver demasiado, tiene un propósito: entender demasiado. Ser tu bastón en un trecho del camino, no desde una postura ególatra, sino desde la humanidad compartida que nos une, donde simplemente entiendo lo que sientes porque estuve ahí, yo ya fui al infierno y regresé, y por eso te abrazo el corazón, te digo que esto también pasará, te voy cantando melodías bonitas mientras piensas y reflexionas, dejo que te apoyes en mi hombro, y caminando sanamos juntos. Me convertí en el sanador herido, y si, hice lo que pude con lo que tenía.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS