El Relato de Luis Rodriguez

El Relato de Luis Rodriguez

Neiver Rodriguez

19/04/2025

Hola. Sé que no me conoces, y quizás no haga falta. A veces, ni yo mismo logro conocerme del todo. El simple nombre de alguien abre un universo de posibilidades para intuir quién es esa persona, pero rara vez somos seres definidos, ya que nunca dejamos de aprender. Confuso, ¿verdad? Lo sé. ¿Y qué quiero decir con todo esto? Te lo estarás preguntando. Pues bien, quiero contarte algo que me cambió la vida para siempre, algo que transformó mi manera de ver el mundo, tan distinta a como la percibo ahora. Todo comenzó el día en que recibí la noticia: mi padre había fallecido.

Murió solo, sin nadie a su lado. Por lo menos yo, su único hijo, quería darle el entierro que se merecía… Así que, bueno, aquí va mi relato. Por cierto, mi nombre es Luis Rodríguez.

Era muy tarde y mi tren estaba a punto de partir. Soy una persona impuntual, y por eso se me hizo tarde. Llevaba un pequeño equipaje con mis tres posesiones más importantes: una pelota de béisbol, unos guantes y, por último, la foto de la mujer que más amo en este mundo, mi mamita. Nunca puedo salir de casa sin esas tres cosas; se han vuelto una parte fundamental de mí, incluso las quiero más que a algunos familiares. Cada una de esas reliquias (si así puedo llamarlas) me recuerda buenos años.

Llegué al tren justo a tiempo para subir, un poco desarreglado pero con buen olor, así que, si alguna mujer se sentaba a mi lado, no la incomodaría. El tren comenzó a moverse sobre los rieles. El clima era cálido. Frente a mi asiento se sentó una mujer hermosa; la describiría como la rosa más bella de un vasto jardín de orquídeas.

Como nadie se sentaba a mi lado, aproveché la oportunidad y le dirigí la palabra a aquella mujer para no pasar el viaje de forma aburrida. Ella también viajaba sola. Para mi sorpresa, me respondió a pesar de mi aspecto; parecía una mujer de mucha clase. Le pregunté su nombre y me dijo: «Me llamo Vanessa».

Luis: Vanessa, qué lindo nombre. El mío es Luis, un placer conocerla.

Vanessa: El placer es mío, en realidad. ¿Cuál es el motivo de tu viaje, Luis?

Luis: Debo ir a darle un entierro digno a mi padre. Falleció desafortunadamente.

Vanessa: Lo lamento mucho. ¿De qué falleció?

Luis: Aún no lo sé. Me llegó una carta desde su tierra comunicándome que había fallecido en condiciones desconocidas, así que por el momento ignoro lo que pudo haberle pasado.

Vanessa: Espero que puedas averiguar qué sucedió con tu padre. Yo nunca pude conocer a los míos, pero no me interesa hacerlo, ya que las personas que me vieron crecer son mis verdaderos padres.

Luis: Yo siempre llevo una foto de mi madre.

Vanessa: Debes quererla mucho.

Luis: Pues sí, la amo mucho, ya que ella me enseñó algo muy importante.

Vanessa: ¿Qué cosa?

Luis: Ella es la demostración de en qué no debo convertirme.

Vanessa: ¿A qué te refieres?

Luis: Ella es la mujer que más amo por enseñarme eso, pero a la vez la odio demasiado.

Vanessa: Debes tener un motivo para decir eso. Yo soy madre y daría la vida por mi hijo.

Luis: Pues mi madre era lo opuesto a lo que eres tú. Me maltrataba y prefería escaparse con otros hombres o, peor aún, ofrecerme como… algún tipo de venta sexual. Me propinaba palizas terribles. En una ocasión, como castigo, metió mis manos en el fuego, por esa razón llevo estos guantes (Luis se exaltaba cada vez más). O esa otra vez en que me golpeó con un maldito bate de béisbol, dejándome perder sangre una y otra y otra vez. Eso es más que suficiente, ¿no crees?

El silencio se apoderó del espacio entre Vanessa y yo en ese momento. Los otros pasajeros no comprendían lo que estaba pasando, hasta que ella dijo:

Vanessa: Lamento mucho que te haya pasado eso, Luis, pero sinceramente creo que necesitas ayuda. No creo que debas ver a tu padre en estas condiciones.

Luis: (Risas) ¿De qué hablas? Estoy perfecto como estoy.

En ese momento, nuestra conversación terminó. Yo, exhausto, decidí dormir, ya que la plácida noche acunaba mi cuerpo y mi mente. Así que me dispuse a dormir con la cabeza girada hacia la ventana. De repente, sentí un extraño escalofrío recorrer todo mi cuerpo. Era una sensación absoluta de puro pavor. Desperté y abrí los ojos, pero sin poder moverme en absoluto. No se escuchaba nada; un terrible silencio dominaba aquella escena, pero sobre todo, una oscuridad que no me permitía ver bien. Por un instante, pude girar la cabeza y vi a alguien sentado a mi lado. No se le podía ver el rostro, vestía un traje y un sombrero con la cabeza gacha. Yo estaba confundido, aturdido, pero en un momento miré a mi alrededor y me di cuenta de que no había nadie más, solo él y yo.

Le pregunté qué sucedía, pero no obtuve respuesta. Volví a preguntar con el mismo resultado, hasta que coloqué la mano sobre su hombro. Cuando lo hice, aquella cosa volteó la cabeza lentamente. Pude ver una pequeña parte de su cara: era totalmente pútrida, parecía una persona sometida a una tortura horrible. La carne le colgaba de sus facciones y desprendía un olor que revolvía el estómago. Esa cosa me miraba fijamente, así permaneció durante unos diez segundos, hasta que me dijo, llorando desconsoladamente:

«¡Maldito seas, Luis! ¿Qué fue lo que hiciste? ¿Qué fue lo que hiciste? ¿Qué fue lo que hiciste?» Eso se repetía cada vez más fuerte. Me levanté del asiento apresuradamente, muerto de miedo. Me aparté de ese lugar; no podía correr, las piernas no me respondían. Pero en un momento vi cómo aquella cosa se levantaba de su asiento y empezaba a caminar hacia donde yo estaba. En ese instante, mis piernas reaccionaron; si no corría, iba a morir. Fui en línea recta, atravesando vagones uno tras otro, hasta llegar al último pasillo. Sin opciones para escapar, me puse a llorar. Escuché unos pasos lentos que se hacían cada vez más fuertes, pero de repente se detuvieron. Algo cayó sobre mi cabeza: era una gotera. Alcancé a ver por qué diablos había una gotera, pero encontré otra cosa que me perturbaría toda la vida: era el cadáver mutilado de Vanessa. Era como si le hubieran dado una brutal paliza con algún objeto, como un bate de béisbol. Además, una de sus extremidades se encontraba totalmente carbonizada. No tuve tiempo de asimilarlo cuando volvieron los pasos fuertes otra vez, a una velocidad increíble. De repente, la puerta de enfrente se rompió y esa cosa apareció parada frente a mí. Me miró otra vez durante diez segundos.

«¿Estás feliz?», preguntó. En ese instante, el tren sufrió un terrible choque…

Desperté rodeado de médicos. No entendía nada, estaba muy confundido. Me preguntaron mi nombre y les respondí: «Luis Rodríguez». Todos se mostraron anonadados al verme. Yo les pregunté cuál era la impresión, y ellos me respondieron diciendo que fui el único sobreviviente del accidente del tren. En ese momento recordé que, antes de desmayarme, el tren tuvo un impacto y golpeé mi cabeza fuertemente contra un asiento.

Me dejaron recuperarme un poco. Me comentaron que me harían varias preguntas sobre lo sucedido, y yo estuve de acuerdo. Entró un policía que me hizo la primera pregunta: «¿Cómo sucedió este accidente?».

Luis: No tengo idea. Me sucedió algo muy extraño, no sé qué pasó. ¿Y Vanessa?

Oficial: Vanessa fue una de las víctimas, pero murió de forma particular. Al parecer, sufrió una terrible quemadura ocasionada por la caldera, además de terribles golpes en su cuerpo, como si hubiese sido arrojada del tren. Pero lo peor fue que se encontró mutilada en varias extremidades. ¿Qué relación tenía usted con ella?

Luis: No puede ser. Yo hablé con ella, la conocí en el tren. Nadie merece morir de una forma así, pese a que me haya hecho molestar con varios comentarios que hizo.

Oficial: ¿Qué comentarios?

Luis: Ella creía que podía decidir por mí al decirme que debía buscar ayuda. Ese comentario no me gustó para nada. Aparte de eso, se mostraba como la típica persona buena. Nadie es tan bueno, oficial, pero me caía bien a pesar de que la acababa de conocer; era de las pocas personas que toleraba.

Oficial: Luis, ¿hay algo más que puedas aportarnos?

Luis: No, señor… nada.

Oficial: Cualquier cosa que sepas me la puedes comunicar. Este es mi número.

Luis: Sí, señor. Una pregunta, ¿dónde fue el accidente?

Oficial: Lo curioso es que el accidente fue a punto de llegar.

Luis: Entendido. Muchas gracias.

Eso fue lo único que me alegró. Por fin iba a ver a mi padre. Él vivía en una zona apartada, en un punto muerto en el mapa, en un bosque desolado con una cabaña en medio de la nada. Pero yo conocía el camino a la perfección; él me lo enseñó varias veces.

Cuando llegué a esa cabaña, donde la carta decía que se encontraría, entré. Estaba todo sucio, lleno de animales muertos que estaban comiendo carne podrida. El lugar apestaba; con solo entrar estuve a punto de vomitar. Bajé al sótano, y ahí estaba mi amado papá, amarrado a una silla. Lo saludé, pero él empezó a llorar. Yo no sabía el porqué de su dolor, tal vez era alegría al verme. Él solo me decía: «Mátame ya». Seguro quería acabar con su sufrimiento, pero yo no quería hacerlo, hasta leer la carta que me llegó completamente.

Decía así:

«Luis, ya nos divertimos mucho tú y yo, pero es momento de que todo esto acabe. Espero que estés feliz con los estragos que estás a punto de causar. Tu padre se irá al cielo de manera misteriosa, lo verás en tu casa de juegos. Atentamente: Luis Rodríguez.»

En ese momento finalicé y, tomando un bate de béisbol que tenía en el sótano, terminé con todo. Después de ese acto, te llamé a ti, oficial. Gracias por haberme dado tu número. Y este fue mi relato.

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