Había una vez una mamá. No una mamá cualquiera. Se había encargado de multiplicar su condición por siete.
Eran todos machos y adoraba sus boquitas hambrientas, y su pelo blando de lanugo perfumado.
Los amaba desde la postura erguida del mayor, hasta las pezuñas vacilantes del más pequeño.
Una tarde tuvo que dejar la guarida. Volvió por el bosque, contenta. Porque encontró las frutas que más les gustaban a los cabritos. De pronto, olió a rabia y a entrañas. Olió desesperación y jugos y tendones y hambre.
Una emoción le derramó el alma sobre la tierra. Ya desde el jardín de la entrada, el olor a carne cruda le hizo arrugar la nariz de repelencia y dolor. Tomó las tijeras de un cantero y fue detrás del rastro.
Las frutas quedaron desparramadas sobre el césped, a merced de las hormigas.
El lobo, atontado por la fuerza del sol y por el peso de la digestión, quiso tomar agua y una pata le resbaló entre las piedras del arroyo. No pudo afirmarlas porque tenía las garras empapadas de sangre. Cayó unos cuantos metros y se quebró el espinazo.
Ella lo alcanzó. Tomó fuertemente las tijeras de podar, y con la otra mano agarró la piel del vientre de la bestia, la arrugó como un trapo. Introdujo el filo en un agujero que encontró bien abajo y le fue abriendo un tajo hasta la mitad del pecho.
El cuero estaba duro, pero en otras ocasiones, arrancando raíces había encontrado obstáculos más resistentes. Se detuvo cuando —la tijera cerrándose y los pelos crujiendo— chocó con el principio de las costillas.
Si durante el proceso el lobo gimió, murió o si quedó sumido en la peor de las torturas durante horas, es un dato que la cabra desconoce por completo.
Lloró aliviada cuando abrió una puerta para la sangre de sus hijos. Cuando sintió que el olor a pezuña vacilante y a pelo blando de lanugo perfumado se iba mezclando con el agua y yendo con el río.
Y permaneció mirando cambiar de sitio la delgada línea de la orilla mientras el tiempo pasaba a su lado en puntas de pie.
Había cometido un asesinato. A sangre fría.
Y siete veces el corazón quemándole.

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