El perfume de papá

El perfume de papá

Abimael Trujillo

15/02/2025

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—Apúrate— Le gritó mamá.

Era lunes y aquel adolescente de trece años, blanco de bromas por su grave y profunda voz, presidiría impecable los honores patrios. Todo estaba en su lugar, uniforme perfectamente planchado, zapatos boleados y un peinado sobrio pero a la moda.

Solo faltaba afinar un detalle, él lo sabía, por lo que acudió al cuarto de sus padres tomó la loción para eventos importantes de su viejo y la aplicó sobre su cuerpo.

Mamá se limitó a mirarlo con un nostálgico orgullo, su niño se empezaba a convertir en un hombre.

Cuando su voz salió por el micrófono hizo estremecer a la audiencia. Hubo risas, sin embargo, se mantuvo sereno a pesar de que dentro de él había un niño que ansiaba estar con sus amigos, pero también una fuerza diferente, un naciente sentimiento del deber. 

La ceremonia fue todo un éxito, los profesores lo elogiaron; los compañeros se burlaron de él, dado que aún permanecían tras el velo de la infancia. Mientras que las chicas lo llenaron de cumplidos sobre su voz, elegancia, apariencia y aroma. Como es evidente, aquellas palabras le provocaron una vergüenza extraña que jamás había experimentado.

No obstante, una de sus compañeras,  Yoseline, la güera, como todos le decían, no era capaz de dejar de mirarlo. Algo se despertó en ella, una necesidad apremiante de estar cerca del joven de porte galante, voz grave y dulce aroma. Y, como resultado de su inmadurez, o quizá, como obedeciendo a fuerzas desconocidas, pero presentes en todos los humanos, lo esperó a la salida del sanitario de hombres. El niño-hombre caminaba solo hacia la salida de la escuela, cuando una voz femenina, con un tono seductor, algo completamente nuevo para él, llamó su atención.

—¿Ya te vas? —Sus profundos ojos aceitunados estaban dilatados, y su respiración agitada.
—Sí —Le respondió con esa voz que la fascinó —Vámonos que aquí espantan—Dijo haciendo un ademán de salida.

Sin embargo, la güera lo arrinconó rápidamente frente a un enorme palmar, y allí, lo besó. Recorrió con su boca, lengua y dientes el cuello de aquel joven, a la par que sus manos lo acariciaban en todos los sitios posibles.

Inmóvil e incapaz de entender lo ocurrido, el chico permaneció en silencio mientras una notoria erección oprimía sus calzoncillos ahora húmedos, como si se hubiera orinado. Yoseline, habiendo saciado aquel apetito incomprensible de frenesí sexual, se fue.

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