En medio de un valle, un movimiento brusco partió la cima, causando un estruendo de desconcierto. La rutina de Sísifo se interrumpe, aquellas actividades en las que procuramos no pensar, la piedra angular de la vida adulta llena de malicia y nombrada pericia se ha roto. En aquel valle habitado solo por la naturaleza, caminaba una persona. El ruido sonaba lejano, como tambor de antigua leyenda, el viento se encargó de mecer e impregnar el sonido, hasta envolverlo todo desde la distancia.
Algo viejo, algo que hacía mucho tiempo no existía, se hizo presente, la curiosidad abrazo a aquella persona que ensimismada caminaba, llena de preguntas existenciales, cuándo el sonido le penetro al alma, llevándolo a buscar el origen del estruendo, descubriendo el abismo por un viejo fuego recién formado. Frente a él, un espejo de anhelos y recuerdos emergió de la ardiente tierra y lleno de reflejos que danzan como llamas vivas.
Aunque la curiosidad había vuelto cálido su corazón, el miedo y la desconfianza lo volvían pesado como las noches silenciosas en las que se perdía tratando de recordar que lo hacía feliz, el vidrio se derretía lentamente, arrastrando consigo mismo la imagen de su propio reflejo, dando la sensación que el tiempo deja de existir. Ecos de voces de niños empezaron a entrelazarse con el crujir del fuego.
Risas suaves y juguetonas sonaban al ritmo del hielo, formando líneas onduladas sobre el espejo derretido. En el reflejo que se creaba, un niño con papalote en manos corría. Soñaba que era un dragón, al que el viento guiaba, volando alto sobre el cielo de colores. La imagen se repetía una y otra vez, como si el final no existía, como cuando el niño nunca deja de soñar.
Confuso, el adulto extendió la mano, buscando tocar el reflejo, intentando sentir o robar ese momento tan mágico y ajeno a él. Pero en cuanto sus dedos se acercaron, el espejo se empaño, como si un velo invisible lo protegiera de la malicia que tenía en los dedos, evitando que pudiera ver la verdad, la inocencia que un día fue y ahora no es capaz de comprender.
Una voz grave en el aire resonó: «Bienvenidos sea aquél que sabe soñar sin expectativas, quien confía en sí mismo y en lo que lo rodea, el que mantiene la pureza de curiosidad y capacidad interminable de soñar, sin miedo al que será «
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