La aflicción de Carlitos

La aflicción de Carlitos

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Fueron tiempos extraños para Carlitos.

Todo el mundo le preguntaba cómo estaba, pero no lo decían en serio. Así que él contestaba “bien”, sin más, aunque no era cierto.

¿Su aflicción?

Pati. Pelo rojizo, siempre perfectamente recogido por un coletero azul, a juego con sus gafas. La chica más lista del curso, nadie lo discutía, y Carlitos estaba convencido de que nunca se fijaría en él.

Necesitaba hacer algo, pero no tenía con quién consultar su problema. Su padre había dejado de hablar. Al llegar del trabajo, se desvestía en silencio hasta quedarse en camiseta y calzoncillos, se tumbaba en el sofá, y, sin despegar los ojos del televisor, abría un hueco para que Carlitos se acomodara con él hasta quedarse dormido.

Y su madre últimamente siempre salía por las noches. Demasiados recuerdos en esa casa, le había escuchado decir. Así que la mitad de las noches del mes Carlitos cenaba con su tía, una señora fea y de expresión dura, que solo cocinaba purés de verdura. A Carlitos le daba miedo, pero estaba desesperado.

–Estoy triste.

Su tía alzó la vista del cazo y ablandó por primera vez el gesto.

–Claro que lo estás. Pero de nada sirve llorar. Ya casi eres un hombre. Debes actuar como uno. Agarrar la sartén por el mango.

E hizo una ilustración con la espátula que ayudó a Carlitos a entender el concepto.

Esa noche no durmió. La pasó construyendo una carta para Pati. Podía decírselo en persona, pero Carlitos sabía que a ella le gustaba leer, así que a él debía gustarle escribir.

Mal encaminado no debía ir, porque Pati le mandó una de vuelta. Así estuvieron un tiempo, intercambiándose cartas, bocadillos en el recreo, y cogiéndose de la mano a la salida del colegio. En dos ocasiones fueron al cine.

Su relación duró seis meses. Hasta que la madre de Carlitos anunció que debían mudarse.

–Hemos ganado –fue la única explicación que le dio, con lágrimas en los ojos.

Carlitos no sentía que hubiera ganado nada, pero no quiso discutírselo. Se mudaron. A otra ciudad, otro país, “lo más lejos posible” escuchó a su madre decir por teléfono.

Asentados en su nuevo hogar, Carlitos aprendió cómo mandar correo postal, y envió una carta a Pati.

Nunca le llegó una de vuelta, pero no le sorprendió, ni le puso muy triste. Él ya había aprendido que el amor no es para siempre.

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