(El duro oficio de) Crecer

(El duro oficio de) Crecer

7 Aplausos

0 Puntos

67 Lecturas

Comíamos los cuatro en la cocina, como cualquier otro día, comentando qué tal les había ido por la mañana en el colegio, si les habían puesto muchos deberes, o interesándonos por sus amistades, todo ello aderezado con las eternas quejas que se repetían en casi todas las comidas: que si esto no me gusta, que si me has puesto mucho más que a mi hermana… En todas estas conversaciones solíamos participar los cuatro con el mismo interés, pisándonos incluso unos a otros las palabras, pero aquél día la pequeña ―acababa de cumplir ocho años― comía en silencio, pensativa. Fue en el momento de ir a retirar los platos de la sopa cuando, por fin, se decidió a hablar.

«Me dijisteis que existía el Ratoncito Pérez ―nos espetó de repente, mirándonos fijamente a mi mujer y a mí– y luego descubrí que los que dejabais las monedas erais vosotros. Después resultó que Papá Noel tampoco es real, que sois vosotros los que ponéis los regalos ―continuó con seriedad―, y ahora me entero de que, como venía sospechando, también sois los Reyes Magos».

Íbamos a intentar justificar todo aquello, hablarle de la importancia de la ilusión, de cómo hasta su hermana, que se había enterado antes, nos había ayudado a mantener el secreto; pero ella aún no había terminado de hablar.

«Entonces, decidme una cosa ―sus ojos nos miraban ahora inquisitivos―, ¿no seréis vosotros también Dios?».

Votación a partir del 16/02

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS