Me lo entregaron al final de la fiesta. Lo sacaron de una caja con otros iguales, pintados todos de colores básicos. Yo pedí uno rojo, pero otra niña lo tomó primero y me quedé en las manos con un pollito enfermizo teñido de azul. Parecía un globo desinflado que piaba de frío y movía las patas en el aire para escapar de mis manos.
Mis padres me miraron con desconsuelo cuando salimos de la fiesta. Me pidieron que no me aferrara al ave ni la bautizara porque moriría pronto. Los pollitos teñidos tenían el destino señalado. Eran los sobrantes de las avícolas. Lo dijeron con tanta crudeza que me atreví a refutarlo. No era costumbre contrariar a los mayores. En tono vindicativo, me endilgaron la responsabilidad de salvarle la vida. Luego se fueron a descansar.
Mi mamá debió sentir conmiseración de su piar infinito y de mi desvelo esa noche. A escondidas de mi padre, me dio migas de pan, garbanzos desmenuzados y un gotero con agua para cuidarlo. Pasé la noche en cuidados intensivos. Al día siguiente no había muerto.
Mis padres no ocultaron su admiración. Para sorpresa, incluso mía, continuaba vivo cuando regresé de la escuela. Al final de la primera semana se le cayó el tinte azul. Luego cobró fuerzas y, aunque nunca engordó lo suficiente, se convirtió en pollo. Pudo correr por nuestro patio entre cacharros y trastos. Le tiraba maíz y se conformaba con poco. Finalmente, lo bauticé.
Desde ayer no lo he visto. En medio de las fiestas, el roscón y el desfile de Reyes no le presté atención. Hoy se me ha hecho extraño su silencio. Mis padres aluden a que, de seguro, ha escapado a buscar pareja. Afirman que algún día haré lo mismo.
Dudo de ellos. Busqué señales de su desaparición y las encontré en los ojos evasivos de mi padre, que ha estado cabizbajo desde que perdió el trabajo, y de mi madre, que hace lo posible por mantener el decoro. Recordé la cena mustia de ayer, a la que le presté escasa atención entonces.
No dije nada. Bastante tenían con lo suyo. Lloré a solas. Me provoqué el vómito también a solas.
Dijeron que algún día haré lo mismo. Quizás sí. Tal vez vuele adonde sea, con quien sea, teñida de azul o vestida de blanco para ver si no me sacrifican entonces, en vez de ahora.
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