Imponentes altos y vislumbrantes, con sus enormes ventanas de vidrio ahí estaban ellos, deslumbrando por completo mis ojos. Todo resplandecía y los edificios parecían enormes cajas de espejos reflejando la vibrante luz del sol sobre ellos.
El lugar estaba como deshabitado, sólo había edificios y calles vacías. A simple vista parecía una ciudad perdida. No había visto a nadie, hasta poder advertir algunas personas a lo lejos. Un vendaval de viento y polvo, también el pesar del sol me daba en la frente enrojeciendo mis mejillas, hacía que se me dificultara ver entre el mar de calles a las pocas personas que andaban por ahí. Tenía una sensación rara, había algo singular en aquel sitio, aunque a primera vista no podía deducir qué era.
Seguí caminando un poco más y ya me parecía una réplica de alguna otra ciudad
que habré visitado alguna vez en algún viaje o en algún sueño.
Puse un poco más de atención miré a los habitantes, esta vez atisbé a lo lejos algo muy chocante un tanto tenebroso a la vez: nadie aquí tenía rostro. Parecía que alguien había borroneado sus caras. Me invadió un terror absoluto al verlos. Nunca había visto algo semejante a eso. Enseguida cubrí mi rostro un poco, para que no notaran mi presencia. Tenía miedo de que pudieran acecharme, tal vez lastimarme de alguna forma. No podía arriesgarme a saber si eran hostiles o no. Además uno sabe qué es lo que pasa cuando nos topamos con lo que es distinto o diferente. La propia naturaleza, como primera reacción tiende a rechazarlo y hasta a odiarlo. Yo no los conocía, ni ellos a mí. Con mucha discreción continúe caminando entre medio de esas murallas de vidrio y cemento. Percibí que se comunicaban entre sí haciendo sonidos con sus manos. Seguramente debieron desarrollar esa destreza al no poder hablar.
Conseguí unas grandes gafas de sol un poco rotas que tomé del suelo. Al seguir caminando unos metros más, me encontré con un lugar prácticamente desértico. Agotada por la caminata, empecé a mirar a mi alrrededor para asegurarme que no hubiera nadie cerca por lo que me senté al borde de una vereda para tomar un descanso. Estaba casi jadeando y con muchísima sed. Todavía me costaba recuperarme de aquel terrible descubrimiento. Repentinamente, una mano se apoyó sobre mi hombro, me alarmó y del susto me hizo dar un salto en alerta que terminó por ponerme de pie, con la respiración tan acelerada que no pude decir nada. El tipo al verme pareció emocionado. Me habló con cierto asombro, como si no hubiera visto a alguien en mucho tiempo.
<<Hola, no te asustes. ¿Estás bien?>>
<<Sí, estoy bien. Tengo sed, no pude conseguir agua. Por si acaso, ¿no tenés?>> Tenía la boca pastosa y los labios agrietados. Le hablé despreocupada como si todo lo anterior no hubiese ocurrido.
<<Sí, como que calmó el viento, de golpe hace mucho calor. Tengo agua, pero en otra parte donde es más seguro. No está muy lejos de acá.>>
<<¿Bueno, y dónde queda ese lugar?>>
El clima seco y árido no sólo ofuscaba mi visión. Sino que contribuía a que bajara la guardia. Me dió su palabra de que estaríamos mejor en cualquier sitio que donde estábamos parados. Me arriesgué y fuí detrás de él. Nos acercámos al auto, estaba estacionado en una esquina.
Habló todo el camino. Tan sólo lo hacía para llenar los silencios, pero enseguida comprendí que buscaba aliviar la tensión debido a mi situación. Yo estaba algo apática al principio, pero me sentí mejor al seguirle la corriente. A medida que avanzábamos los edificios ya no se veían tan imponentes a través del espejo del auto. Eso que nos alejamos tan sólo unos pocos kms de ahí. Mientras dejábamos atrás el gris cemento, nos dirijimos a unas calles adoquinadas.
Estacionamos a mitad de la calle. Vicente, (como me dijo que se llamaba) bajó primero del auto, con mucha confianza. Iba caminando como si una fuerza lo elevara a cada paso. Yo me quedé unos segundos más. Sin querer toqué la guantera torpemente con mi pierna por lo que de repente se abrió. Cayeron algunos papeles, al levantarlos encontré una foto de aquel tipo junto a una mujer muy hermosa. Parecía ser una pareja de él por la forma en que se abrazaban. Volví a dejarla donde estaba, sin que se percatara de nada. Bajé hacia donde estaba Vicente. Me acerqué a la puerta de lo que aparentaba ser un negocio de autopartes. Entramos. Pasamos por el frente donde estaba la vidriera, seguidamente atravesamos el mostrador, era de esos en los que se levanta una parte de la mesa en forma de tapa. Continuamos hasta el fondo, donde comenzaba el depósito, lleno de cajas y repuestos viejos por doquier. Más adelante, noté que todo se volvía más oscuro y al avanzar nos enfrentamos a una puerta más pequeña. Abrió la puertita haciendo sonar las llaves. Sin hacer preguntas ni cuestionar nada, resolví entrar. Tenía una mesita desvencijada, dos sillas, más una cama pegada a la pared. Esos eran los muebles principales de aquel espacio funcionando como un refugio de un exterior perverso, que daba miedo.
Me senté en una de esas sillas duras como una piedra. Me dió algo de beber. Poco después de recuperarme del calor de afuera le dije:
<<No conocía esta ciudad. ¿Qué clase de ciudad es esta?>> Me respondió insufriblemente.
<<Hay lugares que uno no conoce y están ahí no más.>>
<<Entonces… qué pasó con la gente de acá? Considerando a la ciudad casi vacía y las personas o estos seres con quienes me encontré no tienen…
<<Rostro>>, agregó completando mi interrogante. Hizo una pausa antes de responder, con su voz menuda.
<<Bueno, del otro lado de la ciudad la población está aislada. Todos en ella sufrieron los desastres como producto de raros experimentos a los cuales se dedican un enorme grupo de científicos. Ese experimento, después de otros tantos fallidos, terminó dejando a esas personas sin sus caras y para evitar una guerra o una masacre dividieron a la gente afectada del resto. Pero ellos, durante el día andan a ciegas como si fuera de noche. A los de adentro se les prohibió salir y a los de afuera se les prohibió entrar. Vos no viste más que la mitad.
Pasé algunos días confinada con él. Y durante esos días solía desaparecer por algunas horas. Para entretenernos jugábamos a los naipes o al dominó. Solía observarme con una mirada minuciosa y perenne.
Ahora bien, por muy irreal que parezca lo que voy a contar a continuación es más aberrante y terrorífico. Recuerdo esa mañana, estaba cabizbajo y preocupado, comimos un guiso de calabaza. Estaba un poco frío. De repente comencé a sentirme débil, hasta atolondrada. Me miraba callado. Luego me desvanecí. No sé cuánto tiempo transcurrió después de eso. Tengo vagos recuerdos de haber estado, sentada en el asiento del acompañante del auto, mientras Vicente conducía. No sentía control alguno sobre mi cuerpo. ¿Ya les hablé de las naúseas y la confusión? Bueno, las tenía, también un fuerte dolor de cabeza que más tarde fue empeorando. Estaba extenuada, pero logré despertar y cuando poco a poco lo fuí haciendo, pude verlo ahí parado del lado izquierdo de donde estaba amarrada. Él sostenía una jeringa. Giré un poco mi cabeza, ví el lugar estaba un tanto oscuro. Se podían ver algunos estantes con frascos con algún líquido amarillento. Se podía oler el formol, seguramente debía ser eso. El lugar parecía más un laboratorio o una sala de operaciones.
<<¿Qué me diste?>> le dije con un hilo de voz. No respondió, fingió no escucharme. Muy cerca de Vicente había una pequeña mesa sobre ella algunos bisturís, junto a una tijera de cirujano con algunos líquidos desinfectantes para heridas.
<<¿Dónde estoy?>> le pregunté apenas pudiendo hablar.
<<No te enojes conmigo. No quiero arruinar tu cara. Pero no tengo otra opción. Ahora vamos a liquidar este asunto de una vez por todas.>>
Con mucha dificultad volteé la vista hacia el otro costado. Quedé atónita. Había una chica, a mi lado. Parecía semidormida. ¡Ella era uno de ellos! Le faltaba su rostro. Recordé la foto que ví en el auto y reconocí a los amantes. Era su cabello, era ella quien lo abrazaba en la foto. Quise forcejear desesperadamente para desatarme pero fue inútil. La anestesia o la droga que me dió todavía seguía haciendo efecto. Ahí mismo divisé cómo una sombra lo acechaba. ¿Se trataba de algún enemigo o un salvador acaso? Le dió un gran golpe detrás de la cabeza. Con eso bastó para dejarlo tendido en el piso. No podía ver su cara, la tenía cubierta. Apenas se le veían los ojos y enseguida me desató. En ese punto, ya no podía reaccionar. Entre delirios me dormía, por otros lograba retomar la conciencia. Me llevó afuera. Todavía no sé cómo lo hizo. Seguía desorientada pudiendo respirar despacio pero ahora sin las naúseas. Continuaba pálida y temblorosa. Sus movimientos me revelaron a una mujer como mi liberadora. Hoy agradezco inútilmente a aquella salvadora anónima, quien evitó lo que podía llegar a ser un terrible destino.
Fin
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