El viento arrastraba partículas de arena que venían del horizonte del sol abrasador. Antares III, un planeta olvidado por Dios, era hogar de colonos desesperados, forajidos sin respeto por la ley y cazadores de recompensas que preferían la compañía del desierto al bullicio de las modernas ciudades. En este paisaje árido, Gini Ravin avanzaba montado sobre su caballo, su arco láser colgado en la espalda y su mirada fija en el camino. A su lado, Fletch, un pequeño dron en forma de ave, volaba en círculos, transmitiéndole información sobre el entorno. Gini confiaba más en su compañero artificial que en cualquier hombre o mujer, un testimonio de años de soledad y misiones fallidas. Aunque había abandonado la vida militar, los recuerdos de la traición y la guerra lo perseguían como una sombra proyectada en el suelo. Un día, al atardecer, llegó al asentamiento de Dustfall. Las calles estaban casi desiertas, salvo por unos pocos niños que corrían descalzos y miraban al forastero con curiosidad. Las miradas desconfiadas de los adultos se clavaron en él desde las ventanas, pero nadie se atrevió a hablarle. Gini desmontó, asegurando su caballo a un poste, y se dirigió al único establecimiento abierto: el salón.
Dentro, la atmósfera era densa. Las conversaciones se detuvieron cuando Gini cruzó la puerta, en ese instante, la música se detuvo y el silencio reinó en el recinto. Ignorando las miradas, camino hacia la barra y pidió agua. Mientras bebía, un hombre de complexión robusta se le acercó.
—“¿Tú eres Gini Ravin?” —preguntó con tono desafiante.
El hombre solitario levantó la vista, evaluándolo rápidamente y silenciosamente.
—“Dicen que puedes acertar a un blanco a más de un kilómetro de distancia. Que escapaste de los hermanos Albedrich con vida. ¿Qué haces aquí?».
Antes de que Gini pudiera contestar, una voz femenina interrumpe.
—»Él está aquí porque lo necesitamos».
La mujer que habló era joven, pero su rostro endurecido reflejaba años de lucha. Se presentó como Mara Vynn, una granjera local cuya familia había sido asesinada por contrabandistas liderados por Larius Korrin.
—“Ellos arrasaron mi hogar. “Mataron a mi familia y se llevaron todo lo que teníamos” —dijo con voz firme, aunque sus manos temblaban ligeramente—. “Pero no puedo luchar sola. Necesito que me prepares para darles frente”.
Gini la miró con escepticismo. Su instinto le decía que evitara involucrarse en estos altercados, pero algo en Mara le recordó a sí mismo, a quien era antes de que la guerra le robara todo.
—“Si acepto ayudarte, no habrá marcha atrás” —advirtió—. “Larius no es un simple criminal. Si viene por este lugar, lo hará con todo su ejército”.
Mara asiente sin dudar.
Gini y Mara comenzaron a entrenar al amanecer. En las afueras de Dustfall, El Solitario le enseña a manejar un arco sencillo de manera aprensiva, explicándole la importancia de la precisión y la paciencia. Mara aprende rápidamente, aunque su frustración a menudo le hacía fallar. ¿Quién no falla cuando alguien aprende algo por primera vez?.
Mientras tanto, Fletch sobrevolaba la región, recogiendo datos sobre los movimientos de los hombres de Larius que estaban a pocos kilómetros del lugar. Las noticias no eran alentadoras: la banda se acercaba, su número era bastante grande.
Una noche, mientras descansaban junto a una fogata, Mara rompió el silencio.
—“Dicen que trabajaste con Larius antes. ¿Es cierto?”
Gini, fastidiado por la pregunta, no respondió de inmediato. Su mirada se perdió en las llamas, como si buscara en ellas respuestas que no quería dar.
—“Éramos soldados del mismo escuadrón. Pero mientras yo luchaba por proteger a los inocentes, él veía la guerra como una oportunidad para hacerse rico. Cuando deserté, robé algo que él nunca debería haber tenido: un artefacto peligroso, tanto que podía destruir un pueblo.
Mara lo miró sorprendida.
—»¿Por eso viene tras de ti?».
Gini asintió.
—Si lo obtiene, estará en peligro, mucha, mucha, pero mucha gente.
A la mañana siguiente, a la salida del sol, llegó el día del enfrentamiento. Los habitantes de Dustfall, armados con rifles de plasma rudimentarios, previniendo una batalla campal, se prepararon para defender su hogar. Gini sabía que no tenían muchas posibilidades, pero no sentía que dejarlos solos. En el Cañón Rojo, donde los desfiladeros creaban un terreno estratégico, Gini y Mara lideran la emboscada. El solitario utilizó su arco láser con una precisión letal, derribando sorpresivamente a los forajidos antes de que pudieran reaccionar. Mara, aunque inexperta, mostró un coraje admirable, enfrentándose cara a cara con los secuaces de Larius.
En un momento, Larius hace acto de aparición, imponente y rodeado de sus secuaces. Su cuerpo estaba modificado con implantes que lo hacían casi invencible.
—»Gini, siempre supe que terminaríamos así» —dijo con una sonrisa torcida—. “Dame el artefacto, y quizás los deje vivir todos”.
Gini no responde al comentario. En lugar de eso, dispara una flecha cargada con un pulso electromagnético que neutraliza temporalmente los implantes de Larius. Aprovechando la confusión, Mara se lanzó al ataque, pero fue derribada rápidamente. Gini se enfrentó a Larius en una pelea cuerpo a cuerpo. Aunque sus habilidades estaban igualadas entre el entrenamiento y los implantes cibernéticos, el solitario toma distancia y logra acertar con el disparo de su flecha láser, dejándolo incapacitado. Al caer Laruis, su banda huye y se dispersa, el pueblo de Dustfall celebró su victoria. Sin embargo, Gini sabía que su presencia allí atraería más problemas. Así que antes de que alguien en el pueblo se percatara de su ausencia, dejó el artefacto con Mara y partió sin decir adiós.
Mara lo buscó para ver en qué dirección se alejaba, pero no lo vio desaparecer en el horizonte, comprendiendo que el hombre que había salvado su hogar era un espíritu demasiado libre.
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