¡Soy un artista, no un asesino!

Gritó Catarino golpeando la mesa con sus manos añejas. Una lágrima descendió serpenteando por sus arrugas y los nudillos del oficial Espinoza chocaron con su abdomen.

-Señor López, llegamos allí unos segundos después de que lo ahorcara, y ¿aún así, lo sigue negando?- decía el oficial Segers cruzado de brazos.

-¡Yo no lo maté, él ya estaba muerto!

Fue lo que dijo aquel viejo en el interrogatorio un día después de haber sido capturado en flagrancia.

Catarino López es un anciano muy talentoso que se dedica a realizar retratos de parejas, reside en la ciudad de Bolton, tiene aproximadamente setenta años y una capacidad increíble para dibujar rostros enamorados. Su razón de seguir luchando contra la vejez es trazar amor físico, y no hay mejor modelo que jóvenes pretendiéndose. No dibujar es fallecer, le dice a todos los espejos. Se ubica diariamente sin falta en la plaza de los novios.

Como de costumbre, Catarino sintió el frío de la mañana y fue rumbo a la plaza a realizar la labor que le apasiona, suele sentarse en una banca y esperar a que un par de jóvenes le sirvan de inspiración por unas cuantas monedas, un trabajo humilde pero satisfactorio. Transcurrieron horas, eran las ocho de la noche y el anciano percibía un cansancio abismal. Estaba guardando sus lienzos y sus lápices en la valija para irse a encamar cuando de repente se acerca un extraño hombre, transmitía serenidad con su aspecto elegante.

-Espere, no se vaya, deseo que me dibuje -dijo el hombre sentándose en la banca donde estaba el viejo.

-Lo siento señor -respondió Catarino- Ya me voy a ir, además, sólo dibujo parejas.

-Le pagaré bien si hace una excepción.

Catarino necesitaba dinero extra para comprar más lienzos, recapacitó con respecto a la propuesta del hombre y aceptó.

-Esta bien, lo haré -decía sacando sus materiales de la valija.

El misterioso individuo se retiró el sombrero pero no miraba al anciano que ya estaba preparado para dibujar. Catarino se colocó el lápiz en la oreja y se preguntaba porqué aquel hombre no levantaba la cabeza.

-Señor, necesito que me vea para poder iniciar- dijo Catarino.

El silencio se esparcía por todo el lugar, no se escuchaba ni un grillo y la plaza estaba terroríficamente desolada.

-¿De cuánto dinero estamos hablando? -reiteraba colmándose de angustia.

-Nadie hablo de pagarle con dinero -respondió el enigmático hombre levantando la mirada de golpe.

Fue en ese preciso instante cuando miró al talentoso anciano, y el horror salió disparado. Tenía una mirada marchita y escalofriante, sintió una sensación similar a estar amordazado en un catre mientras le desgajan la piel, algo así pero internamente.

Catarino se encontraba paralizado e inmóvil frente a él, en cuestión de segundos comenzó a convulsionar de una manera agresiva y su boca se rasgaba, al parecer, un hurto del alma. Se escuchaban baladros de personas horrorizadas en forma de susurros, sin duda, una imagen espeluznante.

No lo puedo permitir, pensaba el anciano mientras se le torcían las manos, sólo le tomaron parpadeos para ingeniárselas.

Comenzó a invocar los recuerdos más eufóricos de su juventud y logró escapar de aquel trance maligno gracias a sus memorias de amor. El hombre emitía sonidos de infierno y se levantó de la banca para perseguir a Catarino, sin embargo, para su suerte, encontró una cuerda que había en el césped. El demonio se lanzó a atacarlo pero el anciano a pesar de su avanzada edad logró esquivarlo y embrollarle la cuerda alrededor del cuello, lo estrangulaba con su decrépita fuerza. El cuerpo dejo de sacudirse y Catarino se desmayó sonriendo.

Al despertar, una luz le iluminaba la cara y tenía unas esposas bastante ajustadas. Un par de oficiales estaban a un metro de él moviendo los labios, al parecer le estaban hablando, Catarino respondía pero no estaba consciente de lo que manifestaba, tenía la vista borrosa y no escuchaba ni una sola palabra. Repentinamente un golpe en el vientre elimino su aturdimiento y su panorama se aclaró, sus córneas pararon de rebotar.

-¡Yo no lo maté, el ya estaba muerto!- dijo el anciano trastornado con las manos en su panza.

Los oficiales Luis Espinoza y Lee Yang fueron quienes lo encontraron la noche anterior, inconsciente frente a su victima. Espinoza, alto y rubio, era el encargado de hacer que confesara a la fuerza mientras que Yang, más astuto y de origen asiático, lo presionaba psicológicamente. La justicia de Bolton era corrupta e ilícita, los oficiales de esta ciudad ganaban enormes sumas de dinero por enviar a quien fuera a la prisión.

-Es usted un anciano muy talentoso -decía el oficial Segers- algunos de sus trabajos fueron hallados durante la escena del crimen.

-Me sorprendí al verlos -agrego Espinoza sonriendo hipócritamente.

-A mi me sorprendió su manera de atacar señor López, ¿matar también es arte? que magnifica combinación, un lápiz, una cuerda y un cadaver elegante -decía Segers con la misma actitud de su compañero.

-Yo solo me estaba defendiendo, ¡Por favor, es obvio! ¿Qué necesidad tendría yo de matarlo?- decía Catarino con desespero y con la imagen de aquel espectro acelerándole el cardio.

-¿Qué necesidad tendría yo de creerle? -respondió Segers.

La impotencia invadió al viejo y se atacó a llorar.

-Que conmovedor, un anciano llorando, hasta parece que dices la verdad -decía Segers burlándose.

Esa pareja de detectives aparentemente no tenían corazón, estaban repletos de maldad.

-Se los rue… -decía Catarino recibiendo un trastazo en el rostro.

Al abrir los ojos se encontraba en una celda diminuta acompañado de criaturas que su mente creaba.

Los asesinos no se pueden distraer –decía algún oficial quemando sus dibujos esperando a que despertara.

Catarino López se desplomó al enterarse que no volvería a dibujar. Ahora lo único que va a sostener en las manos será una horripilante locura.

Sus pulmones funcionan con deterioro, su pasión expiró por completo.

El tiempo transcurre y sigue siendo un misterio quién dejo esa cuerda en la plaza.

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