Y así, los dos solos emprendimos un viaje sin retorno. Yo hacia Serekunda, con mi vida metida en una sola maleta. El sin nada, o quizá con todo.

Yo, con miedo.

El, resignado.

Yo, a continuar mi vida.

El, a finalizar la suya.

Ambos serenos.

Grité tu nombre. Gritaste el mío.

Tú y yo por fin despojados de la incertidumbre del futuro.

Principio y fin.

Los dos pronunciando con los labios húmedos de las lágrimas vertidas: «Búscame en otra vida» y con un pensamiento: «Lo prometo»

Eternamente la vida.

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