¿De dónde nacemos? Del amor.
El mundo gira bajo esta premisa esencial, creciendo hacia un cielo donde todo lo creado vibra con un pulso compartido y aun así, lo olvidamos. Somos fragmentos de un cosmos emocional, pétalos desprendidos de una conciencia primordial que se desvanece entre los intersticios de la indiferencia. El mundo gira, no como un mecanismo astronómico, sino como un latido herido.
La empatía: ese puente delicado entre almas se erosiona como un antiguo templo abandonado. No es la ausencia de palabras lo que nos condena, sino la muerte de su significado más profundo. ¿Cómo es posible que, habiendo nacido del amor, nos perdamos en la indiferencia?
¿Cómo nos perderíamos? Sin amor.
Sin amor, las palabras pierden su aroma, los colores de la vida se apagan en grises cansados, y el alma se transforma en un espejo roto. Nos volvemos desiertos habitados por silencios que nadie puede romper. La distancia entre los corazones crece como un abismo insondable, donde cada paso hacia el otro se siente como caer al vacío. La falta de amor no es solo una ausencia; es una erosión, en espacios vacíos entre un «yo» y un «tú» que ya no se reconocen.
¿Qué nos ayuda a vencer? El amor.
El amor no es una palabra gastada, sino un fuego que desafía la noche más oscura. Es la valentía de acariciar las cicatrices de otro como si fueran propias, de recoger los fragmentos caídos y reconstruir con paciencia lo que parecía perdido. El amor no promete victoria fácil, pero ofrece la fuerza para resistir, para trascender el peso de lo imposible.
¿Cómo podemos encontrar el amor? A través del amor.
El amor es un río que fluye solo cuando lo dejamos correr. Se encuentra en los detalles más humildes: en las manos temblorosas de un anciano que alimenta a las palomas, en la risa de un niño que descubre el mundo por primera vez, en el gesto pequeño de sostener la puerta para quien camina detrás. El amor se encuentra cuando somos capaces de dejar nuestras máscaras y mirar al otro con ojos limpios, sin juicio, sin miedo.
¿Qué nos impide llorar durante mucho tiempo? El amor.
El amor es el consuelo que nos envuelve en su manto cuando todo parece perdido. Es el abrazo invisible que nos dice que está bien llorar, que en las lágrimas también hay un canto a la vida. Nos impide perdernos en el dolor porque siempre nos deja una chispa, una llama que susurra: “Aquí estoy, contigo, incluso en la más densa de las sombras.” Sí, ser empático es difícil, por eso la mayoría de la gente juzga.
¿Qué debería unirnos siempre? El amor.
Deberíamos ser como las ramas de un árbol, diferentes pero conectadas a la misma raíz profunda. El amor es el hilo que podría coser los trozos dispersos de nuestro mundo. Es el lenguaje primordial que no necesita palabras, solo miradas, actos, silencios que sanan. Nos une porque es lo único que realmente compartimos, desde el primer aliento hasta el último susurro.
¿Te gusta la persona en la que te estás convirtiendo?
Es el amor quien debe responder. Porque el amor no es solo un sentimiento, es la creación en sí misma. Es el puente, el faro, la canción que nos llama a ser mejores, a volver al origen del que nunca debimos apartarnos. El amor es más que una idea: es la raíz de todo lo que somos y la promesa de lo que podemos llegar a ser.
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