Yo era, el más despierto por supuesto, con la ausencia de la droga en mi cuerpo podía rendir al ciento por ciento, la ansiedad cada vez era menor y las ideas suicidas se habían disipado por el momento, me sentía a gusto, muy tranquilo, unas largas vacaciones como lo dije antes, me agradaba esta gente y había hecho muy buenas amistades, jugaba al ajedrez, al póker y a las damas, siempre había rivales a mano, muy lentos y torpes pero que no estaban dispuestos a perder, daban todo en cada juego, Alex por ejemplo, era el contrincante más difícil de todos, jugaba al dominó como nadie, sabía su secreto, matemática supongo, cálculos mentales; partida tras partida me preguntaba como podía jugar con tanta droga en su cerebro, mientras ponía las fichas en la mesa la saliva le escurría por la boca, pero nunca perdía un juego el maldito, me preguntaba ¿qué habría sido de este personaje?, un matemático, un ingeniero, cualquier cosa que él hubiera deseado, pero estaba consumido, completamente borrado; solo veía la luz del día como una bestia salvaje, atado y amordazado en una silla de ruedas, con las manos libres solo para tocar las fichas en una mesa invisible. Sentía en cada juego una admiración por Alex e incuso llegue a sentir envidia de su potencial secreto, que nadie tendría en cuenta jamás, seguro que era un genio, podía ganar dinero jugando al póker, su memoria se resistía a ser aniquilada y ahí estaba amarrado a una silla de ruedas y ganando partidas de dominó diestra y siniestra, siempre imbatible.
Luego de la sesión, me hacían pasar una pequeña habitación fría y húmeda, las psicólogas se sentaban frente a mí y me interrogaban, yo les daba los detalles que podía de mi vida, no me extendía demasiado, pues sus rostros me intimidaban, en especial el de la que dirigía al resto; me miraba fijamente, con un rostro estático, sin alma, del que no podía nacer la más mínima empatía. La reunión se convertía muy pronto en un monólogo que se prolongaba por casi media hora, en la que aquella mujer exponía su punto de vista, el cual consistía en mostrarme cuan equivocada había sido mi vida hasta entonces y las deficiencias que habían ocasionado el desenlace en la reclusión psiquiátrica para luego pasar a una exposición detallada de los pasos a seguir para alcanzar el éxito como ser humano. La cuestión es que había perdido demasiado tiempo, estaba casi en los treinta y seguía pensando como un adolescente, mis deseos eran demasiado simples, no había cabida para preocupaciones mayores ni responsabilidades serias con el mundo, era sencillamente un bueno para nada, el árbol había crecido torcido y nunca se enderezaría, más bien se hacía cada vez más pesado, en una picada descendente
—solo te dejas arrastrar a donde vaya el viento, ¿te parece eso una actitud de un hombre adulto? —eso era todo lo que sucedía ahí dentro, pero de lo que estas mujeres no se enteraban, ni nadie, era que algo se movía en mi interior, un intento desesperado por salir del fango espiritual, lo que me hacia volcarme como un desquiciado sobre cualquier cosa que llamase mi atención, podía pasar meses encerrado en una fiebre “intelectual”, en esos momentos me sentía potente, indomable, todo resplandecía a mi alrededor; luego, tarde o temprano dejaba todo tirado para caer en un letargo que duraría diez veces más. Esos momentos se caracterizaban por una falta de deseo absoluto, mis músculos se paralizaban, me era imposible levantarme de la cama y solo mis pensamientos se movían a grandes velocidades, cosas absurdas por lo general, pesadillas en las que caía por vacíos, en los que me comunicaba con familiares muertos o amigos. En una de tantas veces sentía unas manos que me envolvían por la espalda como los brazos de una amante; cuando intentaba moverme, los brazos me sujetaban más y más fuerte, mientras al oído una voz me decía tranquilo, tranquilo. Aquella sombra parecía alimentarse de mi miedo, sus manos como garras me apretaban la carne y unos dientes afilados mordían mi cuello suavemente acercándose cada vez más a la yugular, las pulsaciones de mi corazón aumentaban y la sensación de caer hacia un agujero oscuro me producía un vértigo insoportable; aquel miedo, creo, solo puede ser comparable al que debe sentir un moribundo que en vano continua aferrándose a la vida.
Así pasaba yo los días y las noches, sumido en pesadillas y visiones; otras veces, cuando el insomnio se agudizaba podía ver gente en mi cuarto, como si fuera una reunión de personas de distintas épocas, un caballero inglés parado en una esquina alzaba su monóculo y me sonreía, caballeros portando sus espadas y alzando la cruz de cristo y también un mendigo se paseaba con un niño en sus brazos por toda la habitación; otras veces, veía a Sara, siempre lejos de mí y rodeada de muchas personas; solo era consciente de su forma exterior, como si fuese la caricatura recortada de algún periódico; siempre intentaba acercarme, pero a cada paso que daba el camino se hacía más largo y nubloso hasta quedar envuelto en medio de una tormenta; entonces sentía ganas de vomitar, me levantaba de la cama mareado, debilitado por la falta de sueño, no reconocía nada a mi alrededor, me parecía que nada existía, que todo hacia parte de una gran alucinación. Devuelta en la cama trataba de no pensar, respiraba lentamente para dominar mi excitación, cerraba los ojos obligándolos a dormir, por momentos creía conseguirlo, pero mi cabeza era una bombilla de mil voltios que lanzaba destellos de luz incontrolables.
Pero todo esto que se me pasaban por la cabeza eran cosas que no podía comunicar, sería más medicación y es suficiente con el clonazepam, ¡había tenido visiones! Y yo lo había negado desde el comienzo, solo ataques de ansiedad e ideas suicidas, de lo contrario me habrían tratado como a un psicótico, y eso implicaba estar encerrado y medicado por más tiempo. De ninguna manera quería sobrepasar esa barrera. Mientras tanto le decía a todo que si a las psicólogas y les ponía cara de niño bueno, me sentaba derecho y me mostraba enérgico aunque la verdad es que mi cabeza siempre se fugaba en situaciones como estas, cosas que no me interesaban o que ya había escuchado antes miles de veces.
–sí, usted tiene toda la razón, dedicaré todo mi esfuerzo a conseguir un trabajo cuando salga de aquí—¡Un empleo!, esas palabras parecían calmar sus ánimos, pero la verdad era que no sabía hacer nada, nunca había trabajado, al menos en algo útil, escribía pequeños ensayos universitarios a personas más mediocres que yo; eran unos cuantos pesos que me daban la apariencia de independencia, ¡qué satisfacción poder embriagarte con tu propio dinero!, sí, soy una persona muy por encima del promedio, en realidad podía hacer cualquier cosa diez veces mejor que cualquiera, si me lo proponía; inclusive sabía más que estas mujeres de la psicología de cada uno de los pacientes; ellas solo venían y entregaban esos estúpidos juegos y luego solo se limitaban a darte una charla de autosuperación, todo para decirte al final que tenías que tomarte una droga sagradamente, si no, nada funcionaba bien. Yo pasaba día y noche con estas personas y sabía muy bien que aunque se fuera fiel a los fármacos las cosas a las que se enfrentaban afuera, superaban cualquier intento de modificar la química del cerebro, tarde o temprano había una recaída, cada vez peor que la anterior, hasta que terminaban recluidos meses o años o hasta que la familia en muchos casos los abandonaba porque ya era imposible lidiar con ellos. La gente tiene que hacer su vida, y en casos graves, un loco es un problema mayor, necesita tiempo, cuidados, necesita que lo vigilen para que no se tome el veneno para ratas o se lancé por el balcón de un quinto piso.
Una nueva entrevista con el psiquiatra llegó, todos estaban ansiosos, en especial las mujeres; una de ellas por ejemplo quería llegar a hacer oficio en su casa, le preocupaba que todo estuviera sucio. —un hombre no está para esas cosas, esos son deberes de una mujer—me decía mientras se desenredaba el cabello con un cepillo; estábamos sentados en la sala principal bajo la claraboya, el sol estaba fuerte esa mañana y casi toda la sala se había despertado temprano para tomar el sol y arreglarse dentro de lo que se podía
—Estoy seguro tu marido se ha encargado de todo en casa y te espera para darle la bienvenida, él debe estar más ansioso que tú por recibirte
—¡lo primero que va a hacer es ponerme a barrer y trapear el piso—
Al otro extremo de la sala estaba sentada una joven de unos veintitrés años, se mordía las vendas que le cubrían las muñecas tratando de zafarlas; la había visto un par de veces pero siempre la ponían con los psicóticos, tenía la idea de que era esquizofrénica, le temblaban las manos y la frente la tenía llena de sudor. Creo que se había inflado bastante desde la última vez que la vi; su cara estaba llena de manchas y los brazos los tenía cubiertos por un salpullido que se rascaba a cada rato. No era para nada fea, sus ojos eran grandes, negros y profundos y sus labios tenían una forma bien definida. Miraba hacia todos lados, estaba muy ansiosa, sonreía por instantes como para disimular pero en general la expresión de su rostro reflejaba una angustia permanente; tenía también un tatuaje en uno de los brazos, era un colibrí a medio terminar, solo la cabeza y una parte del pico; en general se notaba bastante descuidada; su aliento apestaba y un olor a leña despedía por sus poros, estoy seguro de que lo que podía oler eran sus propios fluidos vaginales. Le agradó que fuera un estudiante de antropología, me preguntó de qué se trataba eso, yo se lo expliqué como pude, aunque tampoco tenía mucha idea, pero dedujo que podía comprender su situación más allá de lo que la gente ordinaria suele pensar. Me habló de la química cerebral, de cómo funciona y que cosas se alteran cuando hay un diagnóstico de bipolaridad; hace dos años atrás le descubrieron los primeros síntomas, desde ahí cayó en un bajonazo como ella lo califico y nunca pudo volver a levantarse; su cuerpo en cambio sufrió trasformaciones, casi todas negativas; me explicó que era por causa del Valcote, “tiene demasiada grasa”,“unas por otras”, ese era su lema. Hablamos un buen rato, era su tercer intento de suicidio y se había convertido en una candidata para “la estimulación cerebral profunda”, una cirugía que ha revolucionado los últimos años en el tratamiento de la depresión. Me dijo que en Colombia existían muy pocos casos pero que habían sido muy efectivos.
– Ósea que te van a cablear por dentro–le pregunté —no podía creer que uno tuviera una pila en el cerebro y todo marchara bien.
–un cable de acá a acá—y me señalo con un dedo que deslizó desde la parte frontal de su cabeza, pasando por su cuello hasta su pecho.
–Deberías probar otra cosa, me parece excesivo—le respondí–en aquel instante me dieron ganas de salir corriendo de ahí, me acordé de aquella película en que a Jack Nicolson le hacen una lobotomía frontal; me imaginé a mí mismo así, llevado del putas.
Pero sus argumentos eran muy convincentes, si nada funcionaba, ¿Qué más se podía hacer?, pues eso, dejar que te taladren el cerebro y te metan un cable de electricidad, la cosa parece horrible, pero no queda de otra sino ponernos en manos de la ciencia. El nuevo dios que todo lo puede, hasta engendrar un nuevo ser humano, que siente y piensa cosas nuevas, ahora Rocio podrá levantarse de la cama y hacer algo por su vida, podrá sonreírle al mundo queriendo escupirle.
Se abrió la puerta principal, era el psiquiatra, con un combito de estudiantes; todos nos paramos y nos fuimos a nuestras respectivas habitaciones a esperar; primero se dirigió a Alejandro; el psiquiatra lo presentó a sus estudiantes como si fuese un viejo cliente del lugar; daban por sentado que regresaría una y otra vez, así que no le dieron mucha vuelta al asunto,la visita fue más bien un encuentro casual entre dos viejos conocidos. Luego el psiquiatra se dio media vuelta y me miró de reojo, su expresión cambio drásticamente, ahora parecía muy serio, leyó unos papeles, supongo que para actualizarse de mi situación; se acercó y se quedó parado un buen rato en silencio, como si quisiera descubrir algo en mi interior, algún tipo de secreto, los estudiantes le siguieron y pronto fui atacado por todos los frentes. Pero me sentía poderoso, a pesar de ser observado como un bicho raro; la verdad era que no sabían que hacer conmigo, si darme de alta o continuar medicándome más tiempo, me había convertido en una incógnita o más bien en una amenaza.
Después de evaluar mi condición actual que era inmejorable, pues el sueño natural había regresado, tuve que enfrentarme una vez más a un interrogatorio acerca de mis intenciones de escribir dentro del psiquiátrico; era evidente que la información le había llegado, no solo a él sino a todos los psiquiatras de turno, era algo que ya me esperaba; no dije gran cosa, solo que eran pequeños escritos sobre mi familia y amigos, “cosas que uno extraña cuando se está en un lugar como este”; me recordó por si no lo tenía muy claro, que estaba mal pasar por los intereses de las instituciones y que cualquier cosa que se sacara afuera debía ser avalada por la administración, –“ese era el proceso a seguir, la forma correcta de hacer las cosas”–; hubo un silencio largo; por fin decidió darme de alta, no por una decisión ciento por ciento médica, sino por la incomodidad que suponía tenerme en el psiquiátrico.
Al día siguiente telefoneé a Messias, un amigo con el que había entablado una estrecha amistad después de que dos hermanas nos hubieran echado casi al mismo tiempo y por las mismas razones. Al principio no hubo mucha química entre los dos, yo lo consideraba el típico hablador de mierda, un pedante e intelectual camuflado de tipo malo, usaba todo el tiempo un lenguaje agresivo, que rayaba en la depresión creyendo conseguir así profundidad en sus ideas. Luego me confeso en una de las borracheras que nos pegamos que yo simplemente le parecía un bobo, por andar detrás de una vieja que me ponía los cachos con un man que él mismo le había presentado. –¿Cómo iba a saber que se terminarían enredando?—me confeso un día.
Nuestra relación comenzó la misma noche que corté con Mitré, no tenía ánimo para encerrarme en casa, así que caminé por todo el centro de la ciudad; a eso de las 3 de la mañana; solo habían borrachos, uno que otro policía auxiliar y mendigos oliendo bóxer y arrastrando tras de si a sus perros raquíticos; decidí seguir por humanas y dar una vuelta con la esperanza de encontrarme a alguien que tuviera algo de licor; estuve como dos horas y ni una sola cara conocida.
justo en el camino, ya entrando, vi a Messias oliendo perico detrás de unos matorrales, continué caminando, pero me vio y pegó un grito
–Daniel, sapo hijueputa vení— cuando me acerqué tenía las fosas nasales a punto de estallarle y la mandíbula parecía solo flotar en su cara. Cuando me disponía a arrancar por otro lado alcancé a ver que llevaba una botella de Caucano escondida en su chaqueta por lo que me anime y le seguí la corriente.
Messias era un tipo bien parecido, de rasgos un poco femeninos pero que combinaban bien con su barba, tenía los ojos pequeños y negros lo que le daba un aire soñador e infantil y siempre que hablaba gesticulaba con sus manos como si estuviera explicando algo a mucha gente en un auditorio. Casi siempre llevaba puesta una chaqueta negra impecable, brillaba a cualquier hora, debía cuidarla con algún tipo de material especial.
Estuvimos hablando de las dos hermanas recordando anécdotas buenas y malas, coincidíamos en que ambas eran calientes y les gustaba tener sexo en cualquier parte de la casa, sobre todo les excitaba hacerlo en la cama de sus padres, una cama grande matrimonial con sabanas de seda y buenos amortiguadores, era excelente poder follar sin que las tuercas de la cama traquearan todo el tiempo, nunca lo había experimentado, mi cama por ejemplo, era una matraca, hacia un ruido asqueroso, chirriante y como habitualmente habia gente cerca, alguna tía o vecina haciendo visita en la noche, tocaba despacito, así que solo estaba al veinte o treinta por ciento del potencial. A Messias le pasaba algo parecido, aunque su situación era más deprimente, tenía una cama demasiado angosta, si doblaba la pierna, la mitad le quedaba por fuera y como habían rachas en las que solo convencía a mujeres pesadas de acostarse con él, nunca sabia que hacer..
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