Así le decíamos todos los que trabajábamos por la zona. Yo atendía un local a unos metros de la feria, y había como una diferencia de status entre los comerciantes «tradicionales» como mi jefe (y por extensión su empleado) y los feriantes, aunque yo era un simple perejil y ella dueña de su propio puesto; más allá de cuestiones sociales, la Colorada era el atractivo del lugar, y éste un pibe de veinte que fantaseaba con una chance . Y sucedió en un coche, casualmente.
Una tardecita como tantas, terminando ya la jornada vino a pedir cambio y como yo no llegaba con el sencillo dijo:
-Después me das el resto -al tiempo que nuestras manos se rozaban levemente y se cruzaron las miradas entre su leve sorpresa y mi cara de estúpido embelesado.
Me ocupé de que no me faltara la plata para cuando volviera, y de hecho la tenía en el bolsillo cuando apareció. Después de la insignificante transacción se me quedó mirando y dijo:
-¿Vivís muy lejos de acá? -era obvio que yo no tenía auto, distinto era su caso.
-Pasando los Siete Puentes -dije con timidez. Debían ser unas quince cuadras desde ahí.
-¿Querés que te lleve?
Naturalmente acepté la oferta y caminamos hasta su coche, hablando de las cosas del trabajo y demás. Pero la Colorada sabía… ella, que hasta ese momento ni había reparado en este pendejo, se había dado cuenta de que me gustaba con sólo un par de gestos.
Subimos y arrancó. A las pocas cuadras paró el auto en una calle oscura y apagó el motor.
-¿Vos sabés cuántos años tengo? -inquirió burlona.
-No me importa -respondí fingiendo seguridad, y se echó a reír.
Inmediatamente me tomó la cara y nos besamos largamente. Luego me montó en la butaca apoyándome los senos en la cara, la Colorada era hermosa y ese vestido ayudó a que con un simple deslizar de bombacha su sexo quedase a tiro del mío.
-Primero ponete un forro -fue lo último que dijo por un rato, antes de agregar: -en la guantera hay-.
Yo obedecí éste y cada uno de sus mandatos hasta que los dos quedamos exhaustos, la Colorada sabía… Luego de unos minutos que nos tomamos para reponernos, se salió y volvió a su lugar. Arrancó y, siguiendo ahora ella mis instrucciones, me dejó en la puerta de casa.
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