El carro azul de los recuerdos

El carro azul de los recuerdos

Kirsten v.

13/10/2024

Era un domingo por la tarde; todos estábamos tirados en la cama, algo normal de un domingo de pereza. Cada uno tenía un celular en la mano, mientras que mi madre y mi tía veían la televisión.

Escuché la voz de Tomás diciendo: “¿Y si visitamos este pueblo?”. Nos mostró el reel de un pueblo a una hora de la ciudad que estaba inaugurando la feria de la piña. Mi tía se entusiasmó, mientras que mi madre no tanto. Al final, todos estábamos afuera en el parqueadero, esperando a que Tomás llegara, ya que él era el conductor y apenas llevaba un mes de experiencia con su nueva licencia. Yo no me fiaba de él y estaba un poco temblorosa. Mi prima Estefanía, por el contrario, iba inspirada, olvidando la poca experiencia del chofer. Mi tía estaba emocionada, esperando impaciente, mientras mi madre oraba porque se imaginaba un accidente. Mi hermana adolescente le decía: “Mamá, tranquila, que Dios nos protege”.

Finalmente, llegó Tomás, y con él la alegría, pero cuando vimos el carro nos desinflamos. No era nada más ni nada menos que un pequeño coche azul que podía llevar máximo a dos personas adelante y dos atrás. ¡Éramos seis! Como todo lo que define a un santandereano, dijimos: “Ahí cabemos, de que cabemos”.

Mi tía y mi hermana se fueron adelante con el chofer, ya que eran las más pequeñas. Mientras tanto, atrás, como sardinas en lata, íbamos mi mamá, Estefanía y yo. Como buena familia que somos, no faltaron las burlas y comenzamos a reírnos de lo apretados que íbamos, contando historias que habíamos olvidado. Quizás se pregunten por qué no llevamos otro coche; el motivo es claro: no había más choferes familiares disponibles. Se puede decir que la dicha de compartir transporte es lo que nos llenaba de felicidad. Grabamos videos para recordarlo, y ese día puedo decir que lo disfrutamos.

Finalmente, llegamos al pueblo llamado Lebrija, donde pudimos disfrutar de un delicioso helado de piña. Luego pasamos por la feria, donde encontramos la piña más grande y la estatua que la condecoraba. De regreso a la ciudad, solo cuatro se fueron en el carro, y puedo asegurar que compartían la alegría de estar juntos, felices, haciendo paradas y disfrutando del aire puro del pueblo. Yo me devolví en bus con Estefanía y me sentí vacía.

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