Me dirijo al puerto por la avenida Manhattan. Llevo a esta… bestia, conmigo. Está en el maletero, amarrado con las sogas más gruesas que pude encontrar. Los asientos de cuero machados con sangre —apenas se distingue, se ve negra a la luz de la luna—, su sangre, la mía y… la de mi niña, mi hermoso angelito. 

El coche parece un animal, salvaje, siento como si cabalgara hacia mi propia tumba, rumbo hacia algo relacionado al ocultismo, como en mis años de bachillerato. Pero nada de eso. Me siento quizá sentimental o distraído; reparo en cosas cuya importancia es nula, como la pintura grisácea que recubre el óxido, o el asiento del copiloto… cariño, no he podido limpiar las manchas de aquella noche; cuando derramaste tu jugo, en la que dimos nuestro primer beso; tuvimos sexo por primera vez en la parte de atrás, porque tus padres no querían verme —Jajajaja— que grato recuerdo, sus rostros aterrados al ver que su querida Catherine subía a un Bocho. Pero, ahora lo recubren las machas resecas de sangre.

Me has acompañado durante mucho tiempo amigo, hemos pasado por todo, ¿verdad?

Cualquier padre hubiese hecho lo mismo, al ver a su hija quebrarse en llanto, sin saber por qué. Ella me guío hacia una casucha por las afueras de la ciudad. Vi a un hombre robusto saliendo a reparar una camioneta 4×4; entonces ella, lloró más. No hicieron falta las palabras para comprender lo que había pasado. La abracé y lloró pegada a mi pecho, temblorosa y dando espasmos. Mis manos quedaron empapadas de sus lágrimas, quizá también el asiento. Hay manchas, amigo, estamos impregnados de personas tan… buenas, menos este infeliz.

Samantha cariño, pronto estaremos juntos, toda la familia se reunirá.

Piso el acelerador, hago los cambios para aguantar la subida. Ya estamos cerca al mar, casi puedo saborear el aire salado y la arena.

Agacho la vista, qué más da, a partir de aquí es todo recto. Acelero a fondo. 

Amigo estás de acuerdo, ¿no? desde siempre hemos sido solos tú y yo. Hoy es nuestra última carrera. Ya hemos dado todo cuanto pudimos de nuestros motores al mundo.
No pueden condenarnos a sufrir más, tampoco es necesario hacer un kilómetro más.
Caemos, las ventanas se rompieron, el agua comienza a subir. Estáticos comenzamos a hundirnos, la sal me quema los pulmones.

Contrario a rumores, me siento feliz con haberlo torturado.

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