Cuando llega la noche

Cuando llega la noche

Renata Relata

02/04/2018


Cuando llega la noche

Primer capítulo

Intuía, por su mirada impasible, que era poco el deseo que él sentía de estar con ella esa madrugada de viernes. Después de la decepción del momento, comprendió, que antes de ese encuentro, tampoco había existido tal deseo, y que su imaginaria historia de amor había sido producto de su costumbre de enaltecer a quienes, como ella, están dispuestos a cubrirse mutuamente cicatrices y faltas afectivas, escarbando deseo y lujuria en cuerpos extraños, igual que los habitantes de calle que hurgan en la basura buscando un poco de alimento para calmar su apetito, sin importar que este se encuentre en estado de descomposición.

No se detuvo. Guardaba la esperanza de siempre, de que esa noche fuera especial. Que de repente algún santo le concediera el milagro deseado o que por lo menos los astros hicieran cumplir el pronóstico del horóscopo, por una sola vez. Solía poner sus esperanzas en las manos huecas del azar, pues para ella, quien nadaba en las oscuras aguas del pesimismo, ya no había nada más en qué creer sino en las idealizadas casualidades del universo.

Subieron la calle empinada a altas horas de la madrugada, ella sentía temor por los ladrones que nunca faltaban en cualquier sector de la ciudad, pero la juventud de él, con la indolencia que la caracteriza, le proporcionaban la confianza que ella necesitaba para pasearse por el barrio al ritmo del canto de los gallos y de la tranquilidad ajena, después de una agitada noche de viernes en la capital. Se rieron de los gallos, que para ella estaban en el lugar equivocado, pues solo los había escuchado en zonas rurales. Él se burlaba de su ingenuidad mientras seguían subiendo de forma rápida a pesar de que ella sentía que se le cortaba la respiración y que, debido a su edad, sobrepeso y condición de fumadora, sería un milagro si no se desplomaba allí mismo dejando al joven muchacho enfrentando una situación bastante compleja. Por un momento pensó que ella también estaba actuando de manera indolente.

La idea de su muerte repentina la hizo sentir un poco egoísta. Pensó en llamar un taxi y devolverse para su casa, pues aún estaba a tiempo de tomar una buena decisión en medio de tantas malas que había tomado en la vida, pero el muchacho, con cara de niño, se divertía, se reía de su cobardía y la incitaba a subir corriendo las escaleras de la calle a ver quien llegaba primero. Con tristeza y frustración, ella le dijo que ni siquiera con 20 años menos lo conseguiría. Él siguió subiendo como si nada, como si no la escuchara (en realidad, nunca lo hacía), y cada vez más a prisa, sin ni siquiera mirar atrás. Ella se sintió idiota por un rato, una idiota que seguía uno a uno los pasos de un muchacho joven y mezquino, como una paloma que se come, agradecida, las migajas que le lanza, de mala gana, cualquier transeúnte al pasar por la plaza.

El joven llegó finalmente a la cima de la empinada escalera y, en lugar de enarbolar la bandera de su gloria, su rostro se iluminó con su blanca dentadura al sonreír con esa ternura indecible, que solía hacerlo y que lo salvaba un poco del odio que ella sentía hacia su doble personalidad. Era demasiado joven, “demasiado joven para ella” dirían las personas del común acostumbradas a condenar a las mujeres mayores que se salen de la norma y hacen lo que les da la gana sin importarles ser expuestas a la palestra pública por el sistema machista en el que están condenadas a vivir. Era demasiado joven y por un segundo se le ocurrió que podría ser incluso, su hijo, pues su hija, cruelmente asesinada cuando apenas tenía dos años, tendría ahora casi la edad de él. Entre burlas y palabras de ánimo, mientras ella subía distraída y agotada, él la alentaba a subir más rápido. Ya casi amanecía.

Llegó por fin, al tiempo que empezaban a salir los primeros rayos de luz de la aurora y cuando los gallos cesaron su canto.Por un momento pensó que ese era el indicio del comienzo o del fin de algo que no conseguía descifrar. Pensó, además, que le hubiese gustado llamarse Alba, Aurora, Día, Sol, en fin, tener un nombre con un significado bonito, un nombre que hubiese predestinado su vida de manera positiva; que tuviera una connotación de luz, de alegría, de comienzo, de esperanza, amanecer, nacimiento. ¿Pero, Sombra? ¿A quién se le ocurre ponerle semejante nombre a su hija, acaso sus propios padres querían burlarse de su destino?

La noche anterior, cuando lo vio pasar por el bar de la mano de una chica joven y muy agraciada, tomó conciencia del ridículo que había hecho al actuar como una adolescente que, encima de todo, tenía que someterse a mendigar un poco de atención de alguien que no merecía más que su desprecio. Prometió no volver, prometió no ingerir una gota más de alcohol y tampoco inhalar el humo venenoso de la nicotina, mientras espera con agonía verlo pasar cubierto con su oscuro velo de indiferencia, como si ella fuera solo una sombra, como indica su nombre, en ese balconcito del bar de una esquina de la famosa carrera séptima, que ella y su amiga habían elegido para contarse mutuamente la vida de los otros o de las mascaras que veían pasar cada noche o cada madrugada de viernes o sábado; momento en que comienza la función del teatro de la vida de quienes esperan, eso que no saben qué es, bajo los efectos del alcohol y con la promesa eterna de que ese algo, lo que sea, decidirá para bien el nuevo rumbo de sus vidas.

Ella quería irse a casa, pero fue débil ante su propuesta de ir con él a su casa nuevamente, a ese lugar donde había experimentado, hacía un par de meses, lo más parecido a la felicidad.
Cuando ella hizo señas de parar un taxi, él reaccionó y le dijo, mientras la miraba de pies a cabeza:
_ ¿A dónde vas? Vamos a mi casa…
_ ¿A hacer qué?, contestó ella haciéndose la indiferente, pero en realidad moría de ganas porque él volviera a ser el mismo y disimulara, al menos un poco, esa actitud de “todo me da lo mismo contigo”.
_ A dormir, ya que no consumes drogas.
_ Dormir es una droga para mí_ dijo ella, para parecer interesante, soy adicta a dormir…
_ Entonces vamos, respondió él sin mostrar ninguna emoción. Nos acostamos, es la única propuesta que tengo.
Y en silencio se dirigieron hacia arriba, como si el universo los hubiese juntado esta vez, solo para comprobar que ella, una vez más, iba a cometer el error de estar con la persona equivocada, en el lugar equivocado. Pero ella no entendía las señales que acostumbraba a suplicar a diario.

Entraron a la casa. Aunque ya empezara a despertar el día, adentro, aún parecía de noche. Un velo oscuro cubrió sus ojos y, por un momento, no sabía dónde se encontraba, no reconocía aquel escenario donde alguna vez fue el personaje principal de una historia sobre algo parecido al amor. Tenía un recuerdo borroso de aquella noche cuando lo conoció por casualidad después de haberlo salvado de lanzarse a los carros, debido al estado de borrachera en el que se encontraba, al parecer, por algún tipo de decepción que había padecido actualmente. Él nunca mencionó el asunto, pues nunca, en el poco tiempo que habían compartido, se había interesado en hablar con ella sobre su vida personal, sobre algún tema de su interés, sus inquietudes, sus ambiciones, sus deseos; nada que la involucrara demasiado en su vida, en la vida que no estaba interesado en compartir con una mujer que le era indiferente, por más de ocho horas seguidas. Pero ella leía mal los mensajes, excusaba su desidia pensando que tal vez era un muchacho tímido y que ella lo intimidaba con su forma demasiado sincera de tratar a quienes la rodeaban o de repente, le echaba la culpa al alcohol, a la hierba, o al perico que él a veces consumía con indolencia. Alguna de las tres sustancias, según su análisis de la situación, debía causar en el joven, ese extraño efecto que lo convertía en un ser apático, de pocas palabras y poco afectuoso.

Escuchaba a lo lejos el canto de los pájaros que entre sueño y vigilia daba la impresión de mezclarse con la música instrumental que Héctor había dejado sonar toda la madrugada. Pensó por primera vez en su nombre, siempre pensaba en el significado de los nombres, entonces recordó que Héctor, nombre de origen griego, significa «tener, poseer»; el significado originario del nombre era «poseedor». Pero, ¿qué poseía Héctor?, al menos, en ese momento, poseía, según su sentimiento de impotencia y vergüenza, pedazos de su dignidad, que tenía el deber de recuperar antes de que se acabara el hechizo y tuviese que correr a casa a ponerse la máscara de señora “de bien”.

Sinopsis


Cuando llega la noche presenta la doble vida de una mujer de clase media trabajadora, que vive en Bogotá, una ciudad fría y ruidosa. Una mujer que lleva una vida de extremos entre lo negro y lo blanco, con pocos espacios para el gris. Sombra es su nombre y ella misma advierte que no se resignará a que su propio nombre predestine su vida.

Al haber experimentado ser madre y esposa desde muy joven y vivir condenada a un monótono matrimonio por casi veinte años, la mujer decide separarse y comenzar de nuevo, viviendo todo aquello que no pudo cuando era muy joven, y por haberse encerrado en la responsabilidad de la maternidad desde que era apenas una adolescente.

Con su mejor amiga, Lola, pasan mucho tiempo_ casi todas las noches_ en un bar de la famosa carrera séptima, observando una especie de submundo donde mucha gente se encuentra inmersa, mostrando su lado más oscuro, por diferentes razones. Personas, que, como ellas, durante el día, están obligadas a usar la máscara de gente “de bien” que la sociedad les impone, para poder ser aceptadas dentro del sistema en el cual interactúan.


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