VIENTOS DEL NORTE: TEMPESTAD DE FUEGO

VIENTOS DEL NORTE: TEMPESTAD DE FUEGO

Jesús Rivas

02/04/2018

INTERLUDIO

LA PROFECÍA

Cubil de Artraxias el Eterno

(Muchos siglos atrás)

––A pesar de los siglos que han pasado, veo que sigues con tu manía de adoptar la forma humana.

––Así es, Artraxias, me resulta más cómodo y liviano.

––Lo puedo llegar a entender ––la voz se propagó por la amplia cámara antes de morir en un silencio enigmático. La descomunal figura suspiró y apoyó su poderosa cola de escamas diamantinas sobre el suelo. Su musculoso cuerpo refulgió irisado con el rojo-anaranjado que inundaba toda la cámara de piedra viva. Como si de una montaña apacible se tratara, tendió todo su cuerpo a lo largo de la estancia. Sus inteligentes ojos, de pupilas rasgadas como el negro color del azabache, estaban impregnados de un sentimiento cercano a la tristeza, mezcla de zozobra y pesadumbre.

––Debe de ser algo realmente importante para que hayas interrumpido nuestro largo sueño: aún nos quedaban varios siglos para despertar ––el cariz que adoptó su mirada no pasó por alto para los atentos ojos del recién llegado, que brillaban suspicaces.

––¡Ya lo sé! ¡Ya lo sé! No pienses que no lo he meditado con detenimiento ––contestó Artraxias, aparentemente irritado, regurgitando desde sus entrañas una voz metálica como el acero––. No es una decisión que he tomado a la ligera. Este asunto, no es algo que pueda hablarse con parsimonia mientras saboreamos un café, no, no puede tratarse en aquella cafetería de Valenfor, en la que nos gustaba reunirnos hace ya tantos años pasados. No, Arthión, no he despertado por capricho y no te he convocado porque me aburriera o me sintiera solo. En miles de años, es la primera vez que siento esta sacudida, este pálpito irracional que me hace presentir que algo muy importante está por suceder. Se aproxima de forma inexorable y, va a llegar trayendo consigo una gran tragedia.

––Te escucho, Artraxias, con plena atención ––asintió preocupada la figura de cuerpo humano. A pesar de su minúsculo tamaño, su voz reverberó con fuerza, durante un lapso, en medio de aquella inmensidad.

––He soñado ––los párpados del dragón permanecieron cerrados durante un instante. Dieron la impresión de soportar una carga muy pesada–– un largo y… ¿cómo lo llamaría?… confuso, ¡sí, eso es! confuso sueño. O, tal vez, mi mente está traicionándome porque quiere que este sueño parezca realmente confuso ––farfulló el majestuoso dragón con una voz que pareció emerger de un pozo sin fondo repleto de sabiduría eterna.

––Y por un sueño, Artraxias, ¿me has hecho despertar? ––preguntó sorprendida la figura humana.

––¡Se acerca la Era! ¡Se aproxima el fin! ¡Mi muerte! ––rugió Artraxias poniéndose enhiesto sobre la plataforma en la que se hallaba. Quedó expuesto a la cornisa de roca basáltica, al tiempo que deslizaba su figura cubierta de escamas a lo largo del recinto. Un destello cercano al bronce resplandecía a cada uno de sus movimientos. La roca incandescente del fondo proyectaba su luz desde muchos pies abajo––. Tal y como predijo la Anciana, nuestro final, el final de los dragones, tiene fecha ––sus hollares se dilataron considerablemente, sus ojos quedaron anegados de pesar––, y yo he soñado con esa profecía: la profecía que siempre me he negado a creer. La profecía cuyo fin ninguno de la estirpe estaría dispuesto a tolerar.

––A estas alturas, ¿tú, el todopoderoso Artraxias, creyendo en las profecías? Ya sabes lo que pienso al respecto: que sólo creo en el destino. ¿Cuántas veces hemos hablado de ello, largo y tendido, tú y yo?

––Destino, y profecía… ––la voz del dragón rugió ronca y con timbre broncíneo, dio la impresión de temblar la cámara––, ¿dónde está la diferencia? Porque yo… no la veo.

La figura humana esperó unos instantes a que la respiración de Artraxias se apaciguara lo suficiente, ya lo conocía, y ponderó el momento de responder.

––La hay, Artraxias, la hay ––espetó con voz tranquilizadora, aguzando el tacto, manteniendo el sosiego en la voz––. El destino es un hado de fuerzas desconocidas que encadenan una serie de sucesos necesarios. Has escuchado bien, necesarios. Obra de manera irresistible sobre los dioses, los hombres e incluso los dragones. A pesar de ser las criaturas más poderosas que existen y hayan existido, no quedan exentos de esa fuerza que puede desencadenar en la fatalidad de la especie. Todo ser está ligado irremisiblemente a un destino… ––calló, por el rabillo del ojo, vio algo que llamó su atención, parecía plata fundiéndose con un imponente rubí, asomando en una de las enormes montañas de tesoros acumulados durante siglos que fulguraba con brillo embriagador capaz de hacer perder el raciocinio––. En cambio ––continuó aproximándose al dragón lentamente––, una profecía sólo son conjeturas, predicciones sacadas de señales que supuestamente se observan en un momento y lugar determinados, un hecho infundado por un ser con virtudes y dones sobrenaturales, como es el caso del juicio de la Anciana.

––En cierto modo, a mí me sigue pareciendo lo mismo ––los ollares del aterrador hocico escamoso fruncido con grandes surcos se ensancharon cuando inspiró, con potencia, aire––. De acuerdo ––dijo con tono cavernoso. Entornó los ojos y se le formó una profunda hendidura en la frente––, todo eso está muy bien, pero no quita el hecho de que lo he soñado, y te aseguro que no ha sido un sueño cualquiera. Como ya te he dicho antes, jamás, jamás en toda mi existencia he vislumbrado algo igual, he sentido esa extraña punzada, he…, he vislumbrado el nacimiento de esa sonrosada criatura, su crecimiento, las armas de poder, las armas de la antigüedad, esa creciente y asfixiante inquietud…, esa casi palpable realidad tangible.

––Y, ¿qué tiene que temer Artraxias el Eterno ante todo eso? ––Objetó la figura humana dándose la vuelta justo a los pies de la montaña de oro, piedras preciosas, armas de increíble manufactura y resplandecientes armaduras vacías ––por mencionar algunos de los increíbles objetos apilados.

––¿Que qué tengo que temer? ––rugió metálica la voz de Artraxias.

Se aproximó arrugando las comisuras de los ojos de pupilas rasgadas y deslizando el largo cuello provisto de crueles púas hasta que sus fauces quedaron a un escaso palmo del rostro de la figura humana. La membrana nictitante de sus amarillos ojos parpadeó, y retiró la astada cabeza dejando una distancia que estimó necesaria para observar bien al humano. Arrugó la nariz como si estuviera olisqueando, y por los colmillos, grandes y afilados como espadas, resbalaron espesas gotas de baba, como cuando la boca saliva más de lo normal. La nariz de la figura humana quedó inundada de un olor acre parecido al ozono.

––No te he convocado ––continuó ya algo más sosegado Artraxias–– para que me cuestiones. Si te he hecho venir es porque exista o no exista una maldita profecía, o un maldito destino… o un maldito lo que sea, busquemos juntos una solución, para que aplastemos cualquier pretensión que pueda tener el estúpido destino o una insignificante profecía contra nuestra especie.

La cola del dragón barrió el aire en un amplio recorrido; restalló, y fue a impactar contra la pilada, haciendo saltar por los aires brillantes piezas que formaban parte del tesoro.

––Escúchame con atención ––aquí, Artraxias volvió a alzar la voz––: Los dragones, llevamos en el mundo desde el inicio de los tiempos, mucho antes de que los dioses ascendieran, mucho antes del nacimiento de las razas menores, y han pasado ya varios eones de la historia, eras, durante las cuales, una serie de seres se han extinguido sin ser capaces de resistir los cambios. Hemos prevalecido ante las grandes guerras y catástrofes y, míranos, pese a todo, aquí seguimos ––gruñó e inhaló una larga bocanada de oxígeno. Su pecho se combó en un enorme amasijo de escamas––. Así que, si estás aquí, ante mí, Arthión, es porque confío en ti.

––De acuerdo. ¿Cómo sugieres que actuemos?

Artraxias se revolvió deslizando el cuello como si fuera el cuerpo de una descomunal serpiente, restregándose el hocico contra su propio lomo, aparentemente satisfecho. Soltó un largo suspiro en el que su abdomen menguó progresivamente.

––Torciendo la trayectoria del destino… ––alzó la cabeza en toda su longitud y unas volutas de humo negruzco escaparon de entre sus aterradoras fauces––, así, engañando su evolución, forjándolo a nuestro antojo, igual que un maestro herrero forja una poderosa arma rúnica ––dijo Artraxias el Eterno clavando la dorada mirada en la nada, pensativo, urgiendo un plan, tejiendo meticulosamente un entramado y oscuro propósito––. Minando a la caprichosa profecía.

––No se puede jugar con el destino ––arguyó la figura humana, controlando el tono para no inquietar al dragón.

––¡Escúchame y no me interrumpas, Arthión…!

En ese momento, la montaña tembló con profusión, largamente desde el exterior y, las vibraciones llegaron con timidez hasta el interior del cubil. Poco a poco, con languidez, fueron cogiendo confianza hasta que los regentes sintieron el temblor bajo sus pies. Algo se desplazaba rodando por las laderas y los cortados que conformaban la gran montaña, reverberando por todos los alrededores con un ensordecedor estruendo. La roca incandescente del interior que, hasta ahora había permanecido apacible como una balsa de espeso aceite, había sido turbada e inició un gorgoteo ronco, comenzando así a desplazarse en una continua marcha con un largo y continuo siseo, de modo perezoso. Varias fumarolas emergieron atravesando el flujo de piedra candente, soltando columnas de gases sulfurosos y vapores abrasadores con un violento rugido abyecto. Las abruptas paredes se agrietaron, y por ellas rezumó un vapor que farfullaba, ondeando con las corrientes de aire creadas súbitamente.

Al cabo de varios minutos, todo volvió a quedar en calma, con el murmullo de la piedra fundida ––como único sonido–– deslizándose.

––… y de esta manera, volveremos a prevalecer durante milenios y milenios.

Durante unos largos y extraños momentos, reinó el silencio en la estancia, en la cual gobernaba una luminiscencia mortecina, del color de la sangre, transmitida por una mística e intrincada piedra engastada en una especie de monolito negro, de brillante pulido, parecido a la obsidiana, de superficie asurcada formando una extraña espiral, proyectando con fulgor su inquietante luz roja desde muy al fondo.

Los ojos de Artraxias relampaguearon.

––¿Qué ocurre? ––rugió su voz cuando observó que la mirada de Arthión escudriñaba haciendo un examen profundo de la piedra––. ¿Por qué callas? ¿Qué estás mirando?

––No estoy seguro, puede que sea mi percepción, pero la runa… ¿su brillo, no es más apagado en comparación con el fulgurante brillo de hace tiempo? ¿No te parece ahora su luz exigua, vacua?

Artraxias deslizó sutilmente toda su mole opalescente hasta interponerse entre la runa y la figura humana formando un eclipse de escamas resplandecientes y, quitando importancia a la cuestión, eludiendo la pregunta, dijo:

––Ya sabes que siempre hemos tenido una percepción muy diferente de las cosas, que donde tú ves algo interesante, yo sólo veo algo anodino, y donde yo veo algo importante tú sólo ves algo irrelevante, sin trascendencia.

––Puede ser ––empezó la figura humana mostrando su conformidad––, no pongo en duda tus palabras, puesto que quién sería el iluso que cuestionaría al magnánimo señor de los dragones, al máximo dignatario de la orden. Aunque, sin embargo, ha sido ésa la impresión que me ha dado.

Artraxias se abalanzó de forma súbita hacia Arthión, en un gesto que pareció un borrón de escamas. Con un movimiento que pareció premeditado, apoyó una afilada garra del tamaño de una espada en la depresión del cuello de la figura humana.

––¡Pues a mí no me lo parece! ––replicó con voz irritante––. De ninguna manera se me antoja así, sigue brillando con la misma fuerza, con la misma intensidad que el primer día ––barbotó el dragón con la semilla de la desconfianza depositada en su pecho.

––Sin duda, Artraxias, sin duda ––repuso la figura humana mirando la brillante sangre que se deslizaba por la garra––. Bueno, me gustaría puntualizar sobre tu plan que… será una tarea ardua y complicada. No obstante… realizable ––concluyó dando su aprobación Arthión, tragando saliva.

––Así es, ya te lo digo yo ––Artraxias bajó la garra y se apartó quedando a unos palmos––. Moldearemos los entresijos del destino y del tiempo a nuestro capricho, asesinaremos a la Anciana si llegara a ser necesario y, en los albores de una nueva era, nosotros seguiremos prevaleciendo donde otros sólo serán polvo y cenizas. Aplastaremos los augurios de ésa aversiva Anciana y forjaremos nuestro sino, aunque para ello tengamos que desencadenar todo nuestro poder de destrucción.

––Hay una cosa más… ––objetó la figura humana–– ¿qué hay de Galfnharaz?

––¡Galfnharaz! ––las paredes reforzadas por intrincadas pilastras y el suelo temblaron, los tímpanos de cualquier ser mortal habrían reventado de estar en la estancia cuando por aquellas fauces emergió el grito broncíneo––. ¿Cómo se te ocurre pronunciar ese perjuro, ese pagano nombre en mi presencia? ¿A caso he de recordarte el crimen que cometió? ¿Esa acción fratricida contra su propia especie? ¿Tengo que hacer memoria de la vileza de sus actos? ––Arthión permaneció callado–– No, todavía es demasiado pronto para que ese nombre resuene en mis oídos. ––El suelo de oscuro basalto emitió un flagrante sonido sordo y tremoló ante el fuerte golpe de las patas delanteras de Artraxias––. Fue castigado por sus actos y tiene un cometido que cumplir, y, a no ser que las cosas cambien, aún le quedan unos cuantos milenios de tormento.

La figura humana asintió otorgando su conformidad.

––Así es como se decidió y así es como debe de ser ––dragón y humano se miraron de hito en hito unos instantes––. Volviendo al asunto en cuestión, ¿qué tienes en mente para cambiar la profecía?

––Dentro de unos siglos nacerá, y queramos o no, la profecía está escrita.

––Así es, y, por más que lo pienso… no se me ocurre cómo eludirla.

––Portando la maldición, Arthión, portando la maldición…

Las palabras del dragón emergieron por la garganta con el sonido estridente y chirriante del metal rozando contra metal. La criatura no pudo disimular con la sonrisa esbozada en sus terribles fauces la gran satisfacción que lo inundaba, que de súbito apartaba la zozobra que lo había colmado, como la brisa cálida que despeja una fría y ominosa niebla. Apoyado sobre sus musculosos cuartos traseros de tendones como cables acerados, deslizó el cuello alejando la cabeza hasta quedar totalmente erguido, encumbrándose sobre la bóveda en todo su ser, proyectando su alargada y rielante sombra por encima del puente de oscura roca basáltica que, unía la plataforma de la cámara con la plataforma exterior.

––Ahora, Arthión, puedes marcharte, y, cuando sea el momento, volveré a convocarte. Descansa y que nada perturbe tus sueños centenarios.

La figura humana asintió y se puso en marcha. Caminando con pasos seguros, acompañado por el fulgor rojizo de la runa y el anaranjado del magma titilando sobre su intrincada loriga, bajo la atenta mirada de ojos bruñidos del Señor de los dragones, Artraxias el Eterno, mientras atravesaba el puente de poroso basalto de punta a punta. Una vez frente al umbral de la entrada ––una minúscula brecha en la inmensidad de la montaña––, la luz solar de pequeñas columnas que se filtró en el interior de ésta, desveló la complacencia dibujada en el semblante del ser que estaba a punto de salir. Un fugaz destello dorado cegó el entorno exterior, y de forma instantánea, una figura áurea emergió de la grieta. Entonces, desplegando las alas, se aproximó a la cornisa, en toda su envergadura, para sentir las corrientes de aire frío. La fulgurante luz de sus escamas rivalizaba con la del sol.

Así, con un claro objetivo, se dejó caer por el cortado de afiladas aristas. Sus coriáceas alas crujiendo por la resistencia del aire quizá le susurraban algo.

SINOPSIS:

Un joven, Yeorm, desconocedor de parte de su pasado y procedencia, es acogido y educado de niño por tres viejos amigos. Ahora, elegido por extraños designios del destino, es portador de un arcaico objeto, sin saber, que encierra algo más…

Un día tiene una revelación, y decide emprender un largo viaje de búsqueda con dos claros objetivos: Descubrir por qué es portador de tal herencia, y encontrar indicios de quiénes fueron sus padres.

Pero una serie de acontecimientos comienzan a atentar contra su propia vida. Acosado por un constante y vehemente peligro, aumenta en él un insólito interés por descubrir más.

Por otra parte, los vientos del norte están azotando la región arrastrando un frío desconocido hasta ahora. Pero en medio de ése crudo invierno, se cierne una amenazadora tormenta de fuego. Unas criaturas de coriáceas alas han despertado, y con ellas, ha resurgido un ultimátum de destrucción. Al parecer, existen consejos ancestrales que codician el objeto, y hay criaturas antiguas a las que les es indispensable.

Sus mentores: Un mago proscrito, un sacerdote de la orden de Oris y un guerrero de la vieja raza, serán sus acompañantes en un difícil viaje cargado de peligros y encuentros, cuya travesía le enseñará ciertos valores y principios para sobrevivir en un mundo plagado de maldad y oscuridad crecientes.

Profecías, criaturas, magias, armas de la antigüedad y destinos, lucharán entre sí con todo su poder en una ávida vorágine desoladora, con el único fin de interponerse en su camino y con una enconada finalidad: la extinción o prevalecer.

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