Yo soy Askkar el hitita

Yo soy Askkar el hitita

Randolph Carter

01/04/2018

CAPITULO I

Era el final de una noche de silencio angustioso y de muerte premonitoria. Askkar soltó un instante su pesada hacha para ajustarse bien la incomoda cota de láminas de bronce que llevaba bajo su prenda de vestir larga y blanca. Con su mano izquierda sujetaba firmemente su escudo rectangular plano y forrados de piel. En el cinturón llevaba fijada una espada con forma de hoz. Askkar, tenía la piel clara y los ojos intensamente negros. Tras su casco de forma cónica sobresalía su pelo largo y negro. Allí se mantenía en perfecta formación con otros 3000 soldados de infantería, tensando la mirada hacia delante.Su pulso estaba acelerado y tenía la boca seca del polvo del desierto. Cada vez quedaba menos para que la diosa Ariniddu hiciera asomar los primeros rayos de sol del día y en ese momento comenzaría la batalla. En frente, a la lejanía y sólo visibles por el resplandor de sus cientos de antorchas estaba el ejercito de Alalah.

El resto de soldados permanecían a su lado imperturbables, con un silencio que sólo era roto levemente por algún cobarde lamento lejano o alguna plegaria susurrada buscando una milagrosa bendición en batalla. Askkar sabía que podía morir y eso le hacía sentir el cuerpo lejano, como fuera de si. Le costaba un poco respirar y mantenía el puño fuertemente apretado contra el mango de su hacha. Intentó recordar su época reciente más feliz, cuando trabajaba criando caballos con su padre a las afuera de la recién repoblada Hattusa. Aquello le tranquilizaba un poco.

El precio de la victoria serían muchas muertes y muchos valerosos hombres mal heridos. Pero el precio de la derrota sería quizás la aniquilación de su pueblo y la esclavitud como recompensa para los pocos sobrevivientes. Los dioses elegirían cual iba a ser su destino y el sacrificio a pagar.

Una leve brisa comenzó a soplar mientras un horizonte ligeramente anaranjado amenazaba con lanzar los primeros rayos de luz del día. Los soldado escrudiñaban con esfuerzo la lejanía, que poco a poco iba mostrando la multitud del ejercito enemigo. Ese momento fue eterno, interminable. Askkar deseaba que todo terminara pronto.

El rey, el Labarna Hatussil, montaba nervioso, impaciente sobre su caballo a unos 30 hombres de distancia de Askkar. Cogió su báculo, lo levantó en alto, lo sostuvo unos segundos y gritó – ¡Walh! –

La misma palabra se fue repitiendo por los oficiales y se fue perdiendo hacia la izquierda de Askkar hasta, que tras unos instantes de silencio ,el suelo comenzó a temblar. Su orden se había replicado y los 500 carros pesados arrancaron desde el flanco izquierdo directos a romper las líneas enemigas, dejando tras de si una enorme nube de polvo. El temblor del suelo produjo escalofríos a Askkar. Jamás en su vida había visto tantos carros de combate juntos dando una muestra de poderío militar tan estremecedora y deseó que produjera el mismo efecto imponente y aterrador en los soldados enemigos.

Aun los carros no habían llegado al enemigo cuando Hattusil levantó de nuevo su báculo y esta vez sin pausa gritó – ¡Walh-erin! – A lo que toda la infantería Hatti respondió levantando sus armas y gritando con furia mientas comenzaban a correr directos hacia las líneas enemigas. El grito inicial se apagó inmediatamente porque los soldados se taparon la boca y nariz con un trozo de tela que llevaban sujeto a su casco cónico y la carrera se hizo en total silencio. A los pocos minutos el ejercito de Alalah no era ya visible por el polvo levantado por los carros que ya habían entablado el combate rompiendo las filas enemigas. Ninguno de los ejércitos enfrentados podía verse ahora.

Askkar corría manteniendo el ritmo del resto de soldados envueltos en la densa nube de polvo. De pronto entre los sonidos de los miles de pasos corriendo se escucharon los silbidos de cientos de flechas sobrevolando las cabezas de la infantería Hatti. Askkar miró todo lo brevemente que el ritmo de la carrera le permitía y vio como la mayoría de las flechas sobrepasaba el grueso de infantería Hatti. El plan de atacar tras la nube de polvo dejada por los carros de combate estaba funcionando y la mayor parte de la infantería estaba consiguiendo evitar a los arqueros enemigos. Askkar cada vez estaba más asfixiado ya que la carrera era intensa y el polvo se colaba por la máscara de tela. Aunque tenía buena forma recorrer aquella distancia se le estaba haciendo eterno.

Los gritos de batalla eran ya muy cercanos y en suelo comenzaron a aparecer cadáveres de ambos bandos. Askkar apretó con decisión su hacha mientras mantenía todos sus sentidos alerta ante el primer indicio de enemigo cercano. El polvo era cada vez menos denso y el oficial de Askkar dio la orden a todo su grupo de girar a la izquierda. Los carros de combate debían haber dividido a las tropas enemigas en dos grupos y ellos atacarían a la izquierda. Al menos ese era el plan. A pocos metros Askkar ya veía a los suyos entablando combate. Los soldados de Alalah llevaban el pelo corto y tenían largas barbas adornadas. No llevaban armadura, pero algunos llevaban lanzas, lo que iba a dificultar el acercamiento cuerpo a cuerpo para golpear con el hacha. Askkar intuía esa posibilidad y sabía que debía usar bien su escudo, que sujetaba con el brazo izquierdo.

Askkar sorteó varios cadáveres en el suelo y tuvo que saltar para no tropezar con un caballo que yacía con las tripas fuera al lado de un carro de combate volcado. Cuando levantó la mirada un soldado de Alalah estaba levantando su lanza a pocos pasos de él dispuesto a atravesarlo. Se protegió con el escudo y cuando notó la fuerza de la lanza impactando sobre él, lanzó con furia su ataque con el brazo derecho logrando clavar su hacha en el pecho del soldado enemigo, que cayó de espaldas instantáneamente. Tardó unos segundos en poder sacar el hacha e inmediatamente dirigió una mirada para ver en que situación de encontraba. A su derecha sólo veía cadáveres, a su izquierda varios soldados Hatti mantenían feroz combate contra un número igual de enemigos y delante suya dos soldados de Alalah atacaban a un Hatti que se defendía con bravura. Corrió en su ayuda.

Es difícil decir cuanto tiempo había pasado, pero cada vez quedaban menos soldados de pie. Askkar intentaba en cada instante de respiro que tenía mirar alrededor e intentar adivinar si iban ganando o perdiendo, pero era imposible sacar nada en claro. La mayoría de la nube de polvo ya había desaparecido y los rayos del sol de la mañana iluminaban un dantesco paisaje plagado de muerte y destrucción. Askkar había perdido la cuenta de cuántos soldados de Alalah había matado pero habían sido unos cuantos. La ropa blanca que recubría su armadura estaba llena de manchas de sangre y polvo, la mayoría de enemigos, pero también había sangre suya por algunos golpes que habían logrado penetrar entre sus láminas de bronce. La más dolorosa de las heridas en el brazo izquierdo, lo que le impedía sujetar con firmeza el escudo. En la mano derecha su espada con forma de hoz, ya que el hacha la había perdido.

Casi todo el combate que podía ver estaba disperso en todas direcciones, pero el más numeroso estaba a varios cientos de metros a su derecha, donde centenares de hombres peleaban atrozmente. Pensó que quizás allí estaba el rey de Alalah y comenzó a correr con las pocas fuerzas que le quedaban en aquella dirección. Había perdido el miedo a morir y daba por sentado que allí iban a acabar sus días. Y así lo deseaba en parte porque ya apenas le quedaban fuerzas ni físicas ni mentales para seguir peleando. Apenas avanzó unos metros cuando notó que algo raro pasaba. Sintió una extraña sensación de frío por todo el cuerpo. Y de pronto se hizo de noche. El día que había amanecido hacía apenas unas horas se convirtió de pronto en oscuridad nocturna. Askkar se detuvo en seco, contrariado, asustado y totalmente en shock. Primero pensó que había muerto, pero miró al su alrededor y vio al resto de soldados igual de asombrados que él. Todos se habían detenido en seco y miraban a su alrededor buscando alguna explicación. Lo segundo que pensó le causó aun mayores temores si cabe. Conocía historias de criaturas malignas, monstruos que podían matar a cientos de hombres en segundos y que eran capaces de usar maleficios y hechizos mortales para lograr sus propósitos. Pensó en las historias que había oído sobre el monstruo Hedammu, el dragón Illuyankas o el gigante de piedra Ullikummi. ¿Quién podía vencer a la diosa Ariniddu con tanta facilidad y rapidez?

No le dio tiempo a pensar mucho más porque la sensación de frió aumento y siguió con un fuerte pitido que le hizo caer al suelo y gritar de dolor. Sentía que la cabeza le iba a explotar por el ensordecedor sonido. Un fuerte viento comenzó a soplar transformando el pitido lentamente al sonido estruendoso de miles de cascadas de aguas que cayeran a la vez. Mientras se retorcía en el suelo con las manos en los oídos miró al cielo y no vio estrellas, ni luna, pero si había algo extraño, como si el cielo, o algo en él, se estuviera moviendo lentamente. El sonido comenzó a cesar y pudo para su alegría respirar tranquilo mientras el dolor desaparecía. Se quedó de rodillas totalmente absorto, sin saber que estaba pasando. Entonces notó que el suelo estaba mojado. Extrañado cogió un puñado de la arena seca del cambo de batalla que esperaba encontrar pero era barro húmedo. Hacía meses que no había visto llover. De pronto silencio del todo y todas las sensaciones extrañas, salvo el frío, desaparecieron. Askkar miró de nuevo al cielo y ahora si vio estrellas. Se incorporó con ciertas dificultades y comprobó que el entorno había cambiado. Ya no estaba en el campo de batalla abierto, sino es una especie de zanja en el suelo más o menos el doble de profunda que su altura. Hacía mucho frío y suelo estaba húmedo y con barro, como si hubiera llovido mucho hacia poco. Uno de los laterales de la zanja era de piedras pero el otro estaba formado por cientos de sacos apilados, como lo que usaban para el grano. Hizo un pequeño corte con su espada pero los sacos estaban llenos de tierra. Pronto de dio cuenta que no había un silencio absoluto, sino que el doloroso pitido de antes le había dejado sin oído que poco a poco iba recuperando. Había ruido, sonido que poco a poco comenzó a identificar. Primero voces, pero no voces que entendía. Era un extraño lenguaje que oía por primera vez, totalmente ajeno y desconocido para él. Después ruido, golpes. Escuchaba el sonido de truenos y leves temblores en la tierra, pero el cielo estaba despejado y el aire no olía a tormenta. Entonces, escuchó una voz, un grito de mando detrás suya. Se giró y vio a un extraño hombre, parecía un soldado, que llevaba ropas gruesas pero ajustadas en piernas y torso de color marrón. Llevaba un caso con forma redondeada metálico y una especie de extraño palo de madera con la punta metálica con el que lo estaba señalando. Su piel era blanca, mucho más blanca que de cualquier persona que Askkar hubiera conocido antes. Y sus ojos sorprendentemente claros. ¿Se trataría de un demonio que iba a darle cuenta de su derrota en el campo de batalla? El extraño soldado le seguía hablando, pero Askkar no entendía nada de aquel idioma.

SINOPSIS

ASKKAR ES UN VALIENTE SOLDADO HITITA DISPUESTO A MORIR POR SU REY HATUSSIL. PERO EN PLENO CAMPO DE BATALLA, HERIDO Y RODEADO DE CÁDAVES, UN EXTRAÑO HECHIZO LO CAPTURA TRANSPORTÁNDOLO EN EL ESPACIO Y TIEMPO HASTA OTRA BATALLA MUY LEJANA: UNA TRINCHERA DE LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL.

EL MUNDO ANTIGUO DE ORIENTE MEDIO, ORIGEN DE NUESTRA CIVILIZACIÓN, ES VIOLENTO Y LLENO DE SUPERSTICIONES PERO A LA VEZ PEQUEÑO, SENCILLO Y COMPRENSIBLE PARA ASKKAR; ESTE MUNDO DESAPARECE PARA ÉL PORQUE ALGO O ALGUIEN HA DECIDIDO MOVER, QUIZÁS POR ERROR, A UN SOLDADO MIL AÑOS ANTERIOR A CRISTO DE SU LÍNEA TEMPORAL.

UNA COMPLEJA TRAMA EN LA QUE ESTÁN INVOLUCRADAS PERSONAS Y ORGANIZACIONES DE DIVERSOS MOMENTOS DE LA HISTORIA CON UN OBJETIVO FINAL QUE, PARECE SER, ES LA SALVACIÓN DE LA HUMANIDAD.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS