Historias de cobardes

SOFIA

Tora y Miro se amaban mientras hablaban, se amaban mientras soñaban y se amaban cuando se separaban. Por eso siempre se volvían a encontrar. Habían empezado una vida juntos hacía 7 meses, y se amaban tanto que ya eran una familia.

Aunque, era todavía pronto para ser tres, Tora estaba cada vez más hambrienta y su barriga no dejaba de crecer.

Aquel día de sol intenso Tora y Miro salieron de excursión. Se fueron lejos, sin preocuparse, porque todavía era pronto para ser tres. Se movían despacio para aprovechar su tiempo juntos y, se encantaban con cualquier cosa sabiendo que pronto, pero no todavía, serían tres.

Al final del día Tora se sintió indispuesta. Así, en su estado, decidieron esperar en aquella ciudad desconocida.

Aquella noche oscureció sin luna, pero Tora no miró al cielo porque sintió que se le mojaban los pies. Aunque se inclinó para mirarlos, su barriga se lo impidió. Miro, que estaba a su lado, se asustó al ver tanta agua. Mientras miraba como, casi sin ayuda, nacía Sofia, la que nunca comía.

Aquel día, en el que Tora y Miro todavía no esperaban ser tres, nació su hija, la mayor. Aunque en aquel entonces, nació tan pequeña que se tubo que quedar en la incubadora del hospital. Durante los meses posteriores, Tora y su hija se quedaron en aquel lugar lejano mientras Miro volvió al trabajo en el restaurante.

En aquellos días, Tora pasó demasiado tiempo sola. Su única alegría era ver a su hija cuando los médicos se lo permitían. El resto del tiempo se lo pasaba sufriendo por Sofia. No hablaba con casi nadie íntimamente. Sólo por teléfono, pero en esas circunstancias Miro, amigas y familia eran fácilmente engañados por la tenacidad de Tora por aparentar ser tranquila, fuerte y feliz.

Sola, en el hospital, Tora rezó tanto por ver a su hija crecer que prometió demasiadas cosas. Sola y, sin nadie más, puso todo su amor en Sofía, que respirando dentro de una cuna de cristal, recibía demasiado amor de golpe sólo cuando Tora la abrazaba. Por eso, cuando se dejaban, sus soledades eran mayores.

Sofía, que había demostrado ser tan lista encontrando el camino antes de tiempo, no entendía por qué era tratada de aquel modo tan hostil.

Así, demasiado pronto para comprender, Sofía sintió demasiado amor y demasiada soledad de golpe y, aunque aquello pasó, y ella creció, nunca lo supo entender.

Meses después, ya en casa con su hija, Tora agradeció tenerla en sus brazos. Y aquél amor y agradecimiento de los primeros días no lo sintió por nadie más nunca.

Años más tarde, y preguntándose por qué quería tanto a alguien como Sofía, no pensó en aquellos momentos en el hospital, no recordó ninguna de sus promesas incumplidas y, nunca supo en que se había equivocado.

Sofia, todavía muy pequeña, entró en aquella casa llena de amor. Era tan pequeña que Tora no se separaba de ella ni un segundo y, durante los 8 meses siguientes, Tora amamantó a su hija entre sus brazos amorosos. En aquellos meses, Tora y su hija se compenetraron tanto que Sofia se sintió verdaderamente segura y amada. El máximo afecto de aquel mundo en el que había nacido eran los brazos de Tora. Así, ahora sin pausa, Tora cuidaba tanto de Sofia que si se separaban un momento, recordaban la soledad del hospital. Tora se acongojaba y Sofia se ponía a llorar de veras. Porque, a diferencia de otros niños, ella no lo hacia como queja o lucha, sino con verdadera tristeza.

Pero pasados ocho meses. Tora dejó de amamantar a Sofia, para volver a cocinar como madre en casa y chef de su restaurante. Además, compartía el amor de su corazón y cuerpo con aquel hombre extraño que, a menudo, estaba cerca de las dos. Y, aunque, con él también se entendían, las ausencias de Tora, eran el terror para Sofia. Así, sin saber hablar y, sintiendo demasiado dolor con su propio llanto, intentó hacerse entender de algún otro modo. Por eso, y, en una de esas decisiones drásticas que tanto la caracterizarían se negó a comer sin Tora. Y Tora, que también sufría, pensó que por hambre la cambiaría. Pero no fue así. Y aunque Tora intentó a crear platos que gustaran a Sofía, era otra gente la que los comía. Tora creó una cocina tan original que se hizo famosa entre desconocidos, pero su hija, la mayor, sencillamente había dejado de comer. Tora y Miro pensaron que eran los horarios, así que decidieron llevarla al restaurante, esperaban, que allí, al menos, algo comería.

Sofia, la que nunca comía, llenaba el vacío de su estómago con otras distracciones. Así, a diferencia de los otros niños. Sofía vivía con la intención de dejar de comer. Aún con sus esfuerzos y, viendo que Tora nunca volvió a darle el pecho, decidió aprender aquella manera de expresión que los adultos usaban para poder, más adelante, ser capaz de explicarse. Así fue como a los 2 años, Sofía ya hablaba perfectamente y, no podía esperar para aprender a leer.

Sofia disfrutaba tanto aprendiendo, que se olvidaba de la comida y, de por qué había querido aprender a hablar. Parece extraño, que nadie descubra a un niño que no come en un restaurante. Pero, la verdad, todos trabajaban tanto para satisfacer a todos aquellos clientes, que viajaban de muy lejos para probar los platos de Tora que, nadie se dió cuenta en que la hija de la gran chef había dejado de comer. Sólo Miro notó que Sofía había aprendido a esconder su comida entre los platos de los comensales, las ollas y sartenes llenas de comida por hacer. Pero, por no disgustar a Tora, se callaba, y era él, y sólo él, que daba de comer a Sofía, aunque aquello era su secreto.

Mientras, Sofía alimentaba su mente para olvidar lo que era el hambre. Imitaba a los clientes satisfechos para aparentar estar saciada. Pero, con su estómago engañado, se le fueron durmiendo las entrañas. Su corazón latiendo solo, sin sus aliados las vísceras, se hizo amigo del cerebro y se acostumbró a amar las letras, los libros y el saber más que los demás.

MARIA

Aquel día, Sofía dormía y Miro también. Pero Tora no podía dormir. Volvía a sentirse indispuesta después de haber dejado toda la comida en el plato.

Hacía una semana que había salido de cuentas, y el niño que llevaba dentro no se había parado de mover.

Con un aullido de Tora hacia la Luna, Miro se despertó, la cama estaba mojada y, Tora ahora, chillaba.

Sofia se despertó, así que también se la llevaron al hospital. Era tan insistente que era difícil contradecirla.

Aquella noche, y más o menos, a tiempo, nació Maria, la que el ritmo entendía.

Mientras, Miro estaba con Sofia. Era extraño cogerse tan fuerte de la mano cuando era la primera vez que estaban sin Tora. En ese momento Sofia empezó a fijarse en Miro y se imaginó viviendo sola con él.

– Que pasa papá?- Preguntó con una frase tan perfecta, que Miro olvidó que era sólo una niña-.

    – Estoy nervioso

    – ¿Por qué?

    – Porque quiero mucho a tu mamá.

    – ¿Tu también?

    – ¿Qué pregunta es esa?

    – ¿Y por qué la has puesto enferma?

    – No está enferma.

    – ¿Y por qué estás tan preocupado?

Justo entonces, una enfermera entró diciendo que todo había ido bien, que Tora estaba descansando y que había sido una niña.

Fueron a ver a Tora que tenía a María entre sus brazos. Tora estaba muy cansada, pero irradiaba tanta felicidad que se le desagotaba la cara.

Había un pequeño ser entre sus brazos. Era Maria que, parecía que dormía. Aunque, en realidad, escuchaba exhausta el tic-tac del corazón de Tora que ahora sonaba tan lejos. Además, aquel ritmo que había escuchado durante tanto tiempo en la oscuridad líquida ya no era el único que marcaba las órdenes. Apoyaba su oreja en el pecho de Tora para, intentando centrar aquel sonido, situarse. Pero estaba oyendo demasiadas cosas y, se asustaba por estar fuera del único lugar conocido hasta entonces.

Creía que ella y, su espacio se habían compenetrado bien, porque aún siguiendo las órdenes de un corazón que no era el suyo, se había hecho amiga del lugar que la cubría.

Pero, ahora tenía miedo ¿Por qué había salido a escuchar aquellas voces?. Ahora no sabía volver, no recordaba el camino, y no sabía donde estaba. Así que, intentando averiguar como volver, se limitó a escuchar.

El tono de la voz de Tora era más agudo, aunque lo reconoció por su ritmo y expresión. Aquel ser había dictado su crecimiento durante 23.328.000 latidos y, ahora que aquel sonido dictatorial estaba lejos, demasiadas sensaciones la invadieron. Fue todo tan de golpe, que muy asustada empezó a llorar.

Tora la abrazó cariñosa y, Maria, al volver a oír solo a Tora se tranquilizó.

El aire entraba en su nariz, pero sonaba dentro de su pecho y, al salir otra vez por su nariz silbaba. Así escuchando ensimismada su respiración, oyó lo mejor: su propio corazón. Ahora latía libre, se sintió tranquila sin tener que intentar seguir el antiguo ritmo de su madre. Sola, sin más órdenes que sus propios latidos, liberó cosas desconocidas que la pusieron muy feliz. Pero como hipnotizada, se adormiló. Se sentía tan cansada con tantos sonidos a su alrededor que sólo quería dormir, y se durmió.

El estómago de Sofía sintió que lo elevaban. Ella, asustada, empezó a llorar, pero alguien la abrazó hablándola. Su voz era tierna y conocida, aunque, como todo desde que apareció en aquel mundo volvía a sonar diferente. Su oreja se aposentó en el corazón de Miro y, en ese momento conectaron. Estaban en ritmo y sintonía.

María se tranquilizó. Le gustaba aquel sonido. No tenía que cambiar nada para seguir el ritmo impuesto. Estar juntos era tranquilo y fácil.

Miro también lo notó y, no sólo fue porque en el momento de coger a su hija, sintió que era pequeña, frágil y bella. Si no, porque, en el momento que se abrazaron, sus corazones latieron al unísono. María sintió que aquél era el ritmo que le gustaba sentir: apacible y atento. Sin la necesidad de seguir un tiempo con control, sencillamente estar allí, siempre produciendo un ritmo que se adaptaba a cualquier tiempo.

Sofía lo miraba todo. Era extraño ver tanto placer en un abrazo.

¿Quien era aquél hermanito? ¿Como es que había sabido, sólo en un segundo, relajar tanto a Miro?

Miro miró a Sofía, y le dio a María en sus brazos. María escuchó, oyó el vacío de sus entrañas y, se familiarizó con su corazón. Se parecía al ritmo de Tora. Así que soñando en estar en casa. María se volvió a dormir.

Sofia no lo oyó, tampoco lo entendió. Pero algo celoso sonó en su estomago y, su corazón siempre nervioso no pudo, ni quiso, seguir el ritmo de la tranquilidad de Maria.

María se despertó con un estruendo. Todavía no había conseguido volver al lugar de donde venía. Y, ahora, en aquella habitación de niños, había un sinfín de ritmos, todos formando el orden del mismo caos. A su lado alguno lloraba. Pero eso no le extrañaba porque ella también oyó que alguien sonaba a tristeza, así que por naturaleza pronto ella también se pondrían a llorar.

María no quería hacerlo, sabía que cuando lloraba se le taponaban las orejas, los ojos se cerraban y el aullido de su propio ser la empujaba a llorar más. Pero, lo peor para Maria es que dejaba de escuchar a los demás. Además,continuaba empeñada en encontrar el camino de vuelta a Tora, se volvió a concentrar para oír el camino y, no se permitió llorar.

En aquel preciso segundo, un adulto elevó a uno de sus compañeros, Xan, que era unos días mayor que María. Y ella, que estaba escuchando, sintió que era más que una canción, su canción. Así, al oír tum… tumtum… tum de Xan, el corazón de María contestó …tam…tamtam…tam…

XAN

Xan también estaba escuchando y, en aquel momento de compenetración sonrió. No sabía que sabía sonreír y, de todo lo que no sabía que sabía, sintió que aquello era lo que más le podría llegar a gustar.

Se llevaron a Xan a su casa. Al dejar de oír las respuestas de María, Xan empezó a llorar. No quería irse ahora, necesitaba oírla más.

Maria también había reído, y se quedó en la habitación concentrada en volver a oír a Xan. El tiempo pasaba, ella escuchaba pero no podía oír a Xan. Además, de vez en cuando, lloraba de fustración. Ahora, sabía que aquel ritmo existía. Y sabía que quería volverlo a oír. Así fue como, por volver a oír el corazón de Xan, Maria decidió no regresar al cuerpo de Tora y, quedarse en ese mundo nuevo, tenía la verdadera vocación de volver a escuchar el ritmo de Xan.

Xan, ya en su casa, con sus padres, vecinos y otras distracciones se acostumbró. Y, aquel momento agradable del hospital, sólo quedó latente en su corazón. Y, aunque su cerebro encontró mil maneras más de entretenerse, aquel primer momento siempre fue y, será para y con María.

Xan había nacido con un cuarto de luna en el cielo, así que, el resto lo tubo que crear en su cerebro.

El nacimiento, para Xan, había sido la primera de muchas otras de las investigaciones que vendrían. Y, si decidió quedarse en aquella casa con Uma y Al, es porque entonces, todavía no sabía andar. Además, había aquel olor a humo en el aire que a disgusto había llegado a gustarle.

Así fue, como cuando aquella primera vez, Xan no corrió hacia Maria, desesperó a sus piernas que, sintiéndose inútiles se disgustaron tanto que enturbiaron de tristeza la sangre humeante que corría por sus músculos. Y, más adelante, cuando Xan creyó que ya era hora de crecer se dio cuenta, para su tristeza, que sus piernas llevaban mucho tiempo sin hacerlo. Y, aunque en aquel entonces, el médico dio muchos motivos posibles de por qué las piernas de Xan no habían crecido, nadie, ni siquiera Xan, creyó científico explicar causas cómo que sus piernas no crecían por los sentimientos que tuvieron hacia Maria

La madre de Xan era una extrema fumadora y, durante el embrazo no había querido dejar de fumar. Al principio, Xan se apartaba como podía de las bocanadas de negrez que su madre le ofrecía. Pero, como esto era muy difícil, se le tuvieron que agudizar ciertos sentidos antes incluso de habersele formado.

Sin poder ser de otro modo, Xan aprendió a prever cuando su madre iba a fumar y, también aprendió a escoger y seleccionar los alimentos menos quemados que iba a comer. Siempre había algo en ellos que, podía descifrar tras el sabor a humo que arrastraban. Le intrigaban de verdad seleccionar por partes los alimentos. Aquellos sabores de colores humeaban por las ideas sin formar de Xan. Le hacían desear conocer mas. Necesitaba salir del vientre de su madre para conocer que tipo de mundo podía crear tanta variedad de sabores antes de llegar a quemarse.

Pero no se sentía fuerte para salir. Por algún motivo se sentía solo una idea sin cuerpo. Así que, entendió que, era como parte de cualquier proceso y, supo que debía esperar.

Mientras, pero, continuaba observando. Notó que la intranquilidad de su madre se calmaba con aquel humo negro que tanto le molestaba. Así que, aunque al principio no le gustaba, supo desde muy temprano que se tendría que acostumbrar a aquello que funcionaba como medicina.

Antes de la dosis que su madre le ofrecía. Xan ya había notado como el corazón de su madre se había ido acelerando a destiempo. A veces, en el calor de su habitación líquida había corrientes heladas y, aunque de manera amortiguada, notaba que el exterior temblaba. Además, podía oír con golpes bruscos como el exterior se movía a trompicones. Y, después, cuando se veía forzado a tragar alquitrán y nicotina, al menos notaba que su madre dejaba de temblar. La tos también le molestaba, pero, aún con todo, prefería que su madre estuviera tranquila.

Así, desde muy temprano, se le fue formando la idea en su cerebro de que el tabaco era necesario en el mundo exterior. Creyó que había algo malo y temeroso que desaparecía con el sufrimiento de fumar.

Así que, no solo aprendió a escoger, de entre la negrez, los alimentos que le gustaban. Sino que, ademas, aprendió a acostumbrarse a que no siempre se podía escoger. Y Así, fue cultivando ese carácter de adaptación al ambiente que lo caracterizaría. Además, como le pasaría con muchas otras substancias que en el futuro ingeriría, lo que consumió en el vientre de su madre no sólo le hizo acostumbrar al gusto del alquitrán y nicotina, sino que al final, él también quería más.

Sinopsis

Esta es una historia con adultos tan normales que, al juntarse crean familias con desestructuras. Esta es la historia de sus hijos, niños que nacen con unas virtudes potencialmente tan excepcionales como manipulables. Esta es la historia familiar del crecimiento y entrada en juventud de ésos niños y sus adultos. Porque, en esta historia se habla de éso, de la manipulación que crean las famílias, que, a su vez estan estresadas en una sociedad capitalista pseudocientífica. Y, todo esto, entre comidas, hambre, copas y vicios. Con, por supuesto risas, llantos, deseos, inseguridades y envidias.

También podriamos resumir el argumento como la historia de 2 hermanas. Una la protagonista y, la otra, su antagonista, o al revés, según se mire. Aunque, como además, también hay un chico listo y simpático con, por supuesto, su lado oscuro, pues la protagonista será la del desamor, porque, si fuera la del amor no sería una historia de cobardes.

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