Solo un nombre. Eso era lo único que tenía. Un nombre. Probablemente el mío, grabado en una chapa. Emma. Lo había escrito una y otra vez sobre el papel del cuaderno que me había tomado prestado de la recepción del hotel, en el cual me hospedaba. Lo rodeé con varios círculos sobre la madera de la mesa, para remarcar que eso era lo importante. Como si acaso tuviese algo más. Como forzándome a recordar algo más.
El Camarero depositó el café tibio sobre la mesa. Cerré el cuaderno, empujándolo al otro lado. Alcé la vista. Podía ver la Iglesia de la Trinidad, majestuosa, alzándose sobre mí como si ella conociera las respuestas a mis preguntas. No sabía quien era. Ni que había pasado. No recordaba nada de mí. Solo mi nombre, porque lo llevaba en una placa grabado, aunque quizás era el nombre de una hermana, madre, abuela, amiga, podría ser cualquiera. Sin embargo, en el hospital me llamaron así. Emma Sin Apellidos.
Había despertado hacía unas semanas en el Hospital, sin memoria, sin recuerdos, sin nadie que me pudiera indicar o ayudar. Pasando mis días de desconcierto, esperando a que algún médico me diera la respuesta de que mis recuerdos volverían, de que tendría un lugar al que ir y que una familia me esperaba en alguna parte. Sin embargo, aquello no había ocurrido hasta el momento. Ni siquieran saben que me pasó. No tenía heridas, ni padecía ninguna enfermedad.
Así que ahora me encontraba aquí, en este lugar, sentada en una mesa de O mundo de Alicia, escondida en un trozo de Córdoba. Llevaba varios días indagando, paseando por las calles de la ciudad, pensando que, quizás, alguien me reconocería. Pero, aquello no sucedía. Incluso me saqué un número de teléfono, que dejé en el hospital, por si alguien me buscaba. Sin embargo, nada.
Así que cada mañana y cada tarde, me venía a este café, me pedía un descafeinado y anotaba cualquier cosa, cualquier tontería que pudiera significar un hilo del que arrastrar un recuerdo.
Entonces, me fijé, en el chico que estaba al otro lado, apoyado al final de la barra. No podía ver bien que tomaba, pero llevaba largo rato observándome. Sumida en mis pensamientos, hasta ese instante no quise prestarle atención. Sin embargo, a esas alturas, sus enormes ojos claros comenzaban a importunarme. El joven, que hasta ese momento se había mantenido al margen, abandonó el vaso a medio beber y vino hasta mí.
– ¿Me conoces?- le pregunté cuando estuvo lo suficientemente cerca.
Dudé un instante si me habría oído con el volumen de la música y el discernir del resto de clientes.
– ¿Puedo?
Asentí, tímidamente mientras me señalaba el otro sillón que había junto a mi mesa. Observé sus gestos, su manera de moverse, su cabello oscuro, esos hombros, porte,… y los ojos, esos ojos que penetraban tan adentro coronados por unas largas y tupidas pestañas.
– ¿Nos conocemos?- insistí.
– ¿Has estado alguna vez en Agares?
– ¿Agares?
– Es dónde se encuentran los seres más extraordinarios del mundo. Supuse que un ángel como tú, provendría de allí.
Noté mis mejillas sonrojarse ante su osadía, reclinándome hacia atrás, intentando ocultarlo.
– Dicen que las mujeres más hermosas están aquí.
– Puede… pero yo no hablaba de mujeres.
Clavé mis ojos en los suyos, sabiendo que tras aquellas palabras se escondía un mensaje. Lo intuía. O quizás, era yo y mis ganas de encontrar algo.
Iba a replicarle, cuando el camarero tropezó, y la bandeja que llevaba repletas de vasos vacíos, cayó sobre mi mesa.
Inmediatamente, me puse en pie para ayudarle, entonces alguien me susurró en el oído con mala saña:
– Tiene un familiar cercano que sufre de un trastorno de ansiedad
– Sí, yo le conozco, eso es la droga.
Me quedé bloqueada, ¿de dónde venían esas voces? A mi lado, no había nadie. EL muchacho estaba sentado frente a mí. Eran dos voces de mujeres. Dos mujeres, al otro lado de la cafetería. El camarero se levantaba con ayuda de algunas otras, personas que se encontraban allí. Sin embargo, el joven que se había sentado en mi mesa, me observaba fijamente. Un calambre me cruzó el cráneo. Me llevé la mano a la sien. Una imagen. El desierto. Pero muy oscuro. Arena gris. Un rayo. Un niño. Sin pelo. Ojos grises. Llameantes. Un aullido. Sangre. Un grito. El mío. Alguien me sacude. Vuelvo al café. Al camarero. A las personas que allí se encontraban. Él no está. El chico de los ojos verdes.
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