«Me defiendo con esta mirada
que mana de las ondas
por donde el alba no se atreve»
Federico García Lorca
– Caminos –
Desviarse del camino de cemento y perderse en el pasto. Descalzarse y caminar sintiendo el verdor dulce y tibio en los dedos del pie.
Quizá, haya que detenerse un poco en ese recorrido impuesto, ese nacer, crecer, estudiar, trabajar y morir; donde lo único importante son logros superficiales y vacíos: buscarse en los lujos vulgares (autos caros, joyas, mansiones, etcétera), el ocio interminablemente podrido, las mujeres u hombres baratos (y no, no hablo de prostitución, carnicerías móviles, y ese tipo de cosas, más bien refiero a lo barato de la superficialidad, esa gente que se queda y se aferra a lo visual, al intento de lo hegemónico, al falso amor tan frío, interesado, a esas bolsas de personas completamente vacías) y demás.
Detenerse en cualquier punto, mirar y pensar sobre este cemento viejo, replantearse los pasos de estas zapatillas ultra promocionadas, mirar a un costado tímido que nos reclama con amor, mirar el verde pasto, lanzarse a él con pies desnudos, sentir la tierra en el caminar. Y caminar como a uno le plazca, pasos cortos o largos, derecho o en zigzag, correr o caminar, de espaldas, de frente, de costado, y claro, tropezar, la herida la sangre y al final una sonrisa al estrellarse, reírse de uno mismo y de la vida, recostarse por un rato y ver el cielo, recapacitar y buscar entender la caída para después levantarse y seguir (pero nunca acostumbrarse al suelo, y soldarse a él en ese confort, renunciar al confort).
Al compás de este camino sin camino, esta pequeña libertad, ir creando cimientos, construcciones propias, empaparse de vida, hasta llegar al final para sentir la tierra una última vez, poder ya sentarse, cansados de tanto vivir, sentarse y lanzar los ojos hacia lo pasado, vislumbrar los cimientos que solo fueron eso, los pasos ebrios y rectos, los tropiezos y pozos, y por último todo lo construido, por última vez apreciarlo todo, toda la extensión del gran pastizal, el placer de abandonar el cemento cementerio.
Y ya observado todo, recostarse boca arriba, mirar el cielo oscureciéndose, a la par que el sol se sienta en el horizonte sorbiendo el último trago de luz, dándole paso a la luna que extenderá sus níveas manos para acariciarnos la frente y cerrarnos los ojos.
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– El umbral –
Existe la incomodidad del acompañamiento familiar o desconocido.
Se puede remitir a los tempranos 12 15 años y deber enfrentar un cumpleaños familiar. Esa inmunda comunión de gente de carton, imagenes falsas, sangre coagulada. Donde se atina a ver las miradas de la indiferencia y como exalan con el pecho en alto sus aires de superioridad.
Ese encuentro con el umbral que gotea todo el temor, ese umbral que divide el confort de la incomodidad. Y en esa división, ese marco que contiene a todo familiar conocido, tener que adentrarse. Dando paso así a tres formas de reacción:
La primera persona, la sensible, la que quiere dar una buena imagen, la que se preocupa, le es inevitable no pasar y sentarse, pero el temor es más pesado y le baja la mirada al suelo, mientras en sus manos cobija un pedazo de bizcochuelo de la tía Inés mientras el primo Matías le alcanza un vaso de gaseosa. Desde atravesar la puerta él cae en su abismo, solo se cuentan los segundos hasta el fin, y lo peor no es el hecho de contar el tiempo, sino la forma, los segundos, ese deseo de que todo termine pronto, y los segundos superan los sesenta y se comienza a contar minutos y estos llegan a la hora y estas se multiplican como si estuvieran envueltas en espejos. Esa eternidad fraternal de la incomodidad familiar es totalmente desdicha, pero no puede hacer sonar su voz o demostrar con acciones su malestar para no hacer sentir mal a los demás.
También existen los inquietos, incapaces de aceptar el pozo al que están sometidos, llegan y tratan de entrometerse en los caminos del viento generado por las charlas, y romper el hielo es la única misión, quemar el tiempo, derretirlo, cubrirse con sus mantas de falsedad, fingir bienestar, comer, tomar, ofrecer, fotos, abrazos, palabras ausentes. Y así todo es más rápido, el tiempo es una gacela perseguida por un león, el umbral no gotea temores, sino máscaras, y a pesar de la luz se respira el aire más oscuro. Concluye la obra macabra, regreso a casa, y el pozo que ignoramos antes se nos pegó en la espalda y cayó en nuestra cama, ahora el insomnio, las preguntas, la piel arrancada que se pegó a la máscara, ahora comienza la desdicha.
Y por último el indiferente, el consciente, el preparado para la atrocidad. Éste lleva bajo el brazo algún libro o libreta (para escritura o dibujo) entrega su expresión más tranquila, maquillada con realidad, saluda y se sienta, él no necesita perderse en las cerámicas del piso o desenvolverse en conversaciones tortuosas, le basta con abrir el libro y comenzar su lectura, el tiempo se desvanece por indiferencia, no importa si va sumamente lento o si se desarma con velocidad, no importa, se ignora, si total uno convierte en barca esta agrupación fantasmagórica para navegar en el mar literario. Las horas pasan lateralmente, las hojas con sus palabras caminan se frente, y así se evade el malestar y se lo deja ahí mismo, no duele ahora ni después.
Quizá, sospecho, nuestro salvavidas a la hora de enfrentar el océano del encuentro al que no sabemos nadar, sea llevar una porción de refugio, un libro que nos aísle, una libreta para escribir pensamientos, una hoja para dibujar retratos, o quizá pequeñeces, como cigarrillos que permitan excusarnos para volver a cruzar el umbral y salir, por un momento, afuera, lejos de las gentes, sentir las caricias del viento y mirar a los ojos a la luna, paisaje nocturno frío tan espléndido.
En la búsqueda de instantes donde refugiarse puede encontrarse la calma para estas tormentas.
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– La condición humana es trágica –
El mundo es un lugar horrendo, y es redundante aclararlo, pero existe la búsqueda aún.
Uno debe darse cuenta que el mundo maduró por de más y está podrido hace rato, pero al buscar los pequeños escondítes del tiempo, esos reducidos espacios llamados refugio, uno puede encontrar milagros.
A pesar de que el derrumbe es imparable y ésta condición trágica no permite otra cosa, esos pequeños lugares ya mencionados logran vislumbrar la belleza efímera que nos da sentido. Esos escondites serán las artes y las ciencias, y por qué no, los deportes. Un mal tiempo se anestesia así, una lluvia de días que embarra las plazas se afronta con una pelota, amigos y revolcarase por el sucio barro, la felicidad manchando las ropas; la pérdida de un amor que se creía eterno, por el cual uno se desvivió, se afronta escribiendo algún poema torpe, ese desahogo de tinta, esa búsqueda de palabras bellas, y toda la atención para dar lo mejor de uno al escribir y narrar poéticamente el dolor.
Ya que después de todo nos espera la nada con los brazos abiertos, deberíamos intentar que por lo menos ese acto final parezca injusto.
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– Luces –
Aquellos, dueños de los interruptores de mi luz, que al primer darse cuenta de lo radiante que logra ponerse la apagan, prefieren una luz tenue que no moleste, un velador que se deja prendido al irse a dormir, una luz frágil que puedan moldear o cuando lo requieran apagarla.
Y así se vive siendo oscuridad, esa ceguera impuesta de pasos en falso, de caminar a tientas, manoteando paredes para no caerse, viviendo el temor hacia la luz, al radiante sol que despoja los males; miedo intrínseco a brillar por no molestar y que repentinamente te aplasten.
Tenue y frágil se transitan las calles vacías del cuerpo, y en tanta ceguera no puede abandonarse el lugar, uno no puedo caminar a oscuras en lo desconocido, se planta en la casa donde quizá pueda moverse más tranquilo porque ya conoce el lugar; sedentarismo inmundo, alas putrefactas, pozo sin fin, despersonalización continua.
Ojos sin cierre, o sin percatarse del cierre, ya que todo resulta negro, nada puede verse, todo se reduce a tacto y sentimientos, las paredes gritando silencio, todo lo propio es molesto a los demás, a los dueños, bestia sumisa con los ojos arrancados, incapaz de llorar de tanto tragar lágrimas, «animales encerrados que sangran» dirá aquella canción, pero esta bestia no, la sangre sin derramar, vacío de latidos.
Reducción a la nada, reducción a la oscuridad más pesada, reducción.
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– Escribir –
Ese refugio único, distinto de los otros.
Están los pasivos, donde solo queda recostarse a que pase la tormenta, donde solo se es un mero espectador (dígase literatura, cine o música).
Tambien los pseudo-activos, donde se es espectador, pero para crear después, se toma con la observacion y la escucha los motivos y se hace a partir de eso (dígase cocinar o estudiar).
Pero esta éste otro, la escritura, donde uno es pasivo, se recuesta dentro a esperar que el mal clima pase, pero también a su vez uno es el refugio que resulta azotado en las paredes por la tempestad más animal; es decir, uno se vuelve dos, esa ambivalencia de refugiado y refugio, que sufre las tormentas pesadas en el cuerpo para, a la vez, refugiarse de ellas y no sentirlas, recostándose a esperar que finalice.
La escritura que toma el dolor y lo lleva a la calma de la tinta que se desahoga en las hojas sangrando.
Cuerpo refugio, alma refugiada.
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– Casa –
El corazón solo se expande
más y más
el claustrofóbico cuerpo
lo apreta
sangra
-sangra mucho-
Es el dolor
esa niebla espesa que se va metiendo
y todo pesa
y los organos se expanden
y la tragedia llueve
Duele sentirte en mi tacto
Duele verte con mis ojos
Duele el aire que se respira dentro
Duele el olor a que todo está bien sin mí
Duele escuchar el silencio de mi ausencia
No quisiera verte más
¡El sur!
esa es la salvación
alejarme tanto de vos
de tus paredes rancias que solo duelen
no volver a cruzarte
no volver a verte ni tocarte
no serás ni recuerdo
solo alguna mitología de la que dudaré
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– Todo es mercado y dominación –
El pastor, ejemplo de vida, buen hombre, que obra única y específicamente para cuidar y guiar al rebaño.
Tristes cuentos aquellos que nos contaban de niño.
El pastor tan semejante al demonio, cuidando y criando ovejas (pobres y frágiles ovejas) con el único propósito de quitarles su bien, su cualidad preciada, su lana. Comercialización de lo obtenido o telas ensangrentadas para cubrir la cama y así soportar el sueño y la culpa.
Si se podría decir que fuera necesario o que siente algún remordimiento consigo mismo, no es el caso, éstos dominadores repugnantes, éstos derrumbadores de vidas, no sienten siquiera un ápice de culpa, duermen tranquilos, su consciencia inensuciable de tan manchada.
Así se vive, pastores, empresarios, ¿Cuál es la diferencia? mismos males nos traen.
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– Nocturna sospecha torpe –
«Somos aquello que hacemos con lo que han hecho con nosotros»
Hay que quitarse el vestido tentativo del yolleo, comprender que somos lo que consumimos.
No existe tal cosa como el ‘yo’ tan proclamado, no somos realmente nadie, somos (nosotros, los corrientes) fragmentos recogidos del transitar, formados por apropiaciones de las imágenes que vimos en el pasado.
Esas ideas que creemos propias son obra de la conjunción de autores que nos marcaron, y claro también las gentes que cruzamos alguna vez.
Lo que nos conforma como ser individual es el colectivo de personas que pasaron frente a nuestros ojos, no puede tomarse nada de lo creado como absolutamente propio.
El maestro escribiría alguna vez «Un solo hombre ha nacido y muerto en la Tierra» y somos ese hombre como todos los demás también lo son, ese ser superior (llamenle Dios) son todos los que vivieron y los que vivirán, y solo existirá cuando ya no exista tal cosa como el ser humano, y seamos al fin un mero recuerdo en la memoria de la nada.
Aceptar la inexistencia del ‘yo’, desterrarla, e intentar comprender que no somos ya nada, salvo la isla formada por los granos de arena de los otros, el mar de la otredad que nos empapa y nos determina como isla, donde se pierden las huellas del hombre al subir las olas, los nombres se los lleva el viento del olvido, las cicatrices que nos quedan serán sus actos, y ya no importarán sus apellidos o fechas de nacimiento, importará, acaso, su transitar de pies descalzos sobre nuestra piel.
El anonimato como la forma máxima de la gloria.
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– Familia –
Soledad profunda navegando nuestras venas, nuestro apellido entero, letra por letra.
Aferrarse a la familia nos enseñaron, única salvación, desconfiar de todos los demás.
Y así se crece, en esa soledad perpetua, intentando retener hasta lo último a nuestra sangre con nosotros, no desangrarnos.
Precisamos justificarnos, justificar la soledad que parece proveniente del apellido, con la que nacimos; para esto buscamos personas que nos dañen, gente que solo pueda empeorar nuestro camino, gente a la que intentar salvar, que nos dañe a plano. Y no, claro que podría interpretarse algún resquicio de masoquismo, pero no es el caso, es más complejo o quizá, siendo más exacto, más profundo.
Parejas y parejas del maltrato, creer que merecemos que nos traten mal, única salida, esto justificaría el porqué estamos tan solos, la gente solo es mala y el dicho dice «mejor solo que mal acompañado», así es más fácil afrontarlo todo. ¿Qué sucede entonces con la poca gente buena que ronda las calles y cruzamos a veces? Descreemos de ellos, le buscamos un ápice de maldad y en tal caso de no encontrarla la maltratamos nosotros, para generar su odio y así justificarnos, y así llevarlas al olvido y solo recordar y ver la gente podrida que justifica nuestra soledad.
García Márquez lo definiría tan bien en aquella novela, nuestra biblia quizá, nosotros la refutación de un apellido condenado a cien años de soledad.
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– Raíces de un sábado –
Creyó tanto posado en lo alto de su árbol que yo era aquél pajaro ambulante, que intentó bajarme de un hondaso a la tierra. Culpable, será quizá, su ensimismamiento, algo de la imposibilidad de apartarse del yo que ciega tanto.
Triste realidad la que acontecía, yo lo observaba tímidamente desde abajo, era aquél niño descalzo sentado bebiendo la sombra de su árbol, disfrutando de sus manzanas, tan inocente que no se dio cuenta de mí y se pensó que era algún ser extraordinario que volaba libre, y sus jaulas no querían permitir las alas que creyó en mí.
Solo un torpe, y sucio quizá, niño en búsqueda de algo de calma.
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– Muerte –
El alivio del sueño eterno
y qué más bello
que la fantasía infinita al cerrar los ojos
por última vez
El hombre es Dios cuando sueña
Al perecer
nos decantamos con el sin fin soñar
y qué más bello
que el encontrarse con Dios en nosotros mismos
La religión no se equivocaba
al escupirnos
que luego de la vida se llega al cielo prometido
cuando Dios es tan tangible
y qué más bello
que recuperar el paraíso perdido
en nuestras pieles cansadas de tanta vida
– Abandonar –
Tomó el oro con sus manos
no lo pudo beber
¡Imposibilidad: vivir de lo material!
Lo que realmente brilla
es cosa del alma
El amor que se desborda del cielo
empapando las sienes de los sensibles
busca su refugio
en la sencillez de un abrazo genuino
Atrocidad aquella
la de los hombres que no lloran
y convierten el agua en oro
para morirse de sed
Fluir
aceptando nuestra condición de río
despojarse del cemento pútrido
quemar los puentes e iluminar los caminos
El exilio resulta tan razonable
si sabemos que le pertenecemos
a los astros que nos guían
desde su altura
de reproches tímidos
en la eternidad de la noche
Años de luz tocarán
al comprender la extensión
de la oscuridad que abraza nuestros huesos
Y así podremos
volver injusta a la nada
que nos revestirá la sangre
al caer ya
en esa madera pintada con flores
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– La noche baldeando –
A veces no es preciso caer ante el sueño
me cobijo en la vigilia del insomnio
mientras las letras empapan
la blancura de mis ojos
Los amargos y el tabaco
Cenizas goteando junto a la tonta tinta
desangrando sentimientos del silencio
El refugio de la soledad amurallada de hojas
La luna se permite la muerte estrellada
El sol resurge del mar de cemento
El cuerpo se derrite en versos
¡Anhelada libertad!
Invisible y Jade
jadeando cariño intangible anagramando el calor
viajando por Baires y Nueva York
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– Amanecer ambivalente –
Cuando la noche sin fin
se posa sobre los techos
solo queda
el tabaco deslizándose por los pulmones
el mate abriéndose paso por la garganta
la lectura y la escritura caminando los ojos
la ambientación de la habitación con algún tango
para así
afrontar tal soledad
tan plena
El otro apareció
-como siempre-
vestido de vida
-como pocas veces-
escribiendo sin parar
-como nunca-
El sol despierta
pero no se destapa del mar
se cubre con el tapado
de mi piel animal
Alejandro no duerme
sueña el sueño del profesor
Javier no duerme
sueña el sueño del escritor
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– Dualidad –
«Desterrar la dualidad»
¿Para qué? ¿Ubicarse en la luz por siempre?
Cuanta utopía empapa nuestros torpes rostros.
¿Y cuando se derrame alguna gota de oscuridad sobre nuestra piel? ¿Cómo enfrentarlo?
Inútil situarse en los extremos, inútil creer que existen solo extremos, si la vida está tan hecha de tonos grises.
El ser humano, ejemplo claro: razón y sentimiento, ser pensante y ser animal, hombre y bestia, luz y oscuridad, amalgama de opuestos.
Vivir al paso cambio, contradicción permanente, palabras limpias y acciones sucias, desconfiar hasta el hartazgo de uno mismo, vivir vestido de interrogantes, dudar hasta de la propia sombra, no existen las certezas ni lo absolutos.
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– Hartazgo –
Qué complejo desnudarse.
Y otros hablarán de desvestirse y su facilidad en cuanto a sacarse las ropas.
Denudez del alma, ahí está la complejidad, y no porque fuera dificil sacarse la superficialidad pegada (un poco de esfuerzo basta), hablo del encuentro de nuestra desnudez con el otro.
Ese momento en que el corazón puede rasparse con un suave viento, alguna tela traslúcida quizá sea adecuada, pero no alcanza, cuando los depredadores dientes de la otredad disfrutan el dulce sabor que chorrea la vulnerabilidad.
Ese primer poema que se entrega al ser amado y solo lluvias de burlas nos cubren, y el corazón se va pudriendo.
El miedo, nuevo glóbulo sanguíneo.
Las venas se pegan a los huesos.
Las uñas se comen a si mismas.
La tinta se seca y pesa dentro.
Las hojas vuelven a ser del viento.
La comodidad del no pensar nos seduce.
Los vestidos superficiales nos besan el cuello.
Nos perdemos en la muchedumbre.
Persona líquida seremos, homogeneidad de sociedad cabeza gacha.
Reencuentro con la jaula.
Alas marchitas.
Condenados a fotocopia.
Confort cotidiano del dominado que se arranca los verdaderos ojos.
Sangre no.
Ya no se sangra, porque sangre ya no tenemos.
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– Ventanas abiertas –
silueta
gato de sombra
encuentro de miradas
distanciadas por el viento frío
el humo del tabaco
cenizas del día
en este gran cenicero donde me refugio
la única luz
se abre paso
gracias al suspiro
de los labios apretados contra el filtro
pensamientos en giro
al rededor de la estrella de ojos
recorrido regresivo, recuerdos
el cielo agolpado en la mente
flotando en el aire
dulce descanso
de un día frenético
.
– La comida se enfría –
¿Para qué venir a tirarme tu desprecio?
¿En búsqueda de algo de lástima bajo la lluvia fría?
Si ambos sabemos mi condición de última opción
Si tus máscaras de falsa preocupación
solo ocultan tu indiferencia
que irradian tus ojos
y jamás podrá ocultarse
Luego del destierro
vives en la calma
y la despreocupación
de saberme ausente
¡Oh, exilio!
Gracias por cubrirme con tus alas
y librarme de mi invisibilidad
Ya no pertenezco a ningún lugar
el color de la felicidad deberá cubrirme
La gripe y los delirios
necesitan del cuidado de la otredad
alejar la soledad un instante
solo eso
pero nada más habrá
el color que me viste es el de la soledad
Violeta de ausencia me hallo
Solo la fantasía
podrá calmar tantas heridas
que nunca dejarán de sangrar
Quisiera unos ojos nuevos
para llorar
por primera y última vez
.
– ¿Soñaré realmente? –
Cuando fuera
todo es derrhombre
y dentro
parece que él pokía
vestido de herrumbe
demóngel, ojos de interrogante
sangre esparcida
en los techos que pisamos
El telefono suena
voz de Olvido
mientras Memoria contesta
¡tantos colores!
no, ningún color
ni siquiera blancos o negros
vacío tangible
todo es intocable
salvo el alma ahora
nada es gusto
solo el espiritu siempre
algo de olor queda
del cuerpo nunca
Atrocidad vivir y morir
conjugarlos y…
abstracción
unicidad
despliegue a palmos
palmas sin senderos
ojos nuevos, renovables
corazones blancos
-otra vez-
Retorno a lo desconocido
al principio de los principios
éste:
final único y anhelado
.
– Tiempo circular –
Y acá estoy empapado de la noche otra vez, el eterno retorno que suponían aquellos hoy resulta tangible, pero solo en cuanto a los malestares, la dicha no vuelve, la alegría se va volviendo cenizas que no resurgiran.
Y recuerdo aquel escrito (Último día) y mi incapacidad de escape ante semejante sentencia.
El despojo, el abandono de la búsqueda, y tantos otras cosas. Sigo creyendo en esas sospechas, lo que no permite la liberación es tanta mirada indiferente, tanta invisibilidad, tanta oscuridad que nadie puede ver porque solo está vistiendo mis ojos.
Solo quedan fuerzas para abandonarlo todo, dormir y permanecer ahí, en esa fantasía, en esa quietud en plena tormenta, no volver a levantarme de forma literal y perecer como Baudelaire aunque ya sin madre que me retenga.
Muerte, acaso me escuchas? te necesito tanto a estas horas.
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– A oscuras –
Encendedor dubitando
-miedoso-
Chispas como estrellas
en esta oscuridad-espacio
Astronauta perdido
en la infinidad del recuerdo
de tu cielo negro sin viento
Despierta el cigarrillo en mis labios
tus aires son un mapa
hacia el encuentro
El cenicero se abre de piernas
Las olas del café
mojan el sueño que se deshace
El sol y La luna
separados por tu nariz
galaxias enteras te dibujan las cejas
y tus labios
el agujero negro de mi muerte
.
– Cadenas rotas –
La locura
que era
otro humo
en el aire
A abrazos
A veces
A besos
Los sentidos reducidos
al tacto aplastado contra el fuego
al cerrarse los ojos
Relamiendo notas
de cigarrillos vocales
y las aves extendiendo sus alas
junto al viento
que las abraza para unirlas
Paloma blanca de zetas
ta-rareo
los primeros sonidos de la Tierra
«Libertad»
«¿Por qué no me contestás?»
Se escuchaban ellas preguntarse
sabiendo que el silencio
es el mejor sonido
cuando las yemas
estallan en espaldas infinitas
Uñas negras de devorarse las vidas
Pechos poblados de cerritos
Piernas enlazadas por venas rotas
Dedos, esfinges hundiéndose en la arena
Pelos, desiertos encontrados
Labios de puentes capilares
Cielo estrellado
sabana infinita
volviendo a la solitaria luna
número par
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