Esta es la historia de la aventura que había postergado por mucho tiempo en mi vida, quizá demasiado. Este lugar de ensueño a pesar de que recibe a todo aquel que se atreve a visitarle con los brazos abiertos, pienso que para disfrutarlo de la mejor manera debe hacerlo lo más cercano a la juventud posible, con un cuerpo sano y una mente abierta a disfrutar, sin juzgar.
Costa Rica es tan amigable y hermosa que, al nomás llegar, te das cuenta de que eres bien recibido, te encantas al ver las sonrisas de todo aquel con quien te topas.
Yo, en lo particular ya tengo mis años y no he llevado, por decirlo de alguna manera, la mejor vida física, eso ha traído consecuencias en mi motricidad. Pero no quería perderme la aventura de verme en medio de estas personas, esta cultura que, a pesar de estar a tan solo una hora en avión de mi bella Guatemala, es tan fraternal, pero a la vez tan diferente.
Llegamos con el grupo al centro histórico de San José, donde inició la caminata para ver algunos monumentos, el parque, el exuberante teatro nacional, callejas de comercio que si pudieran hablar nos contarían fantásticas historias del día a día de Costa Rica; así como supermercados modernos, a la par alguna tienda que se notaba que tenía ya décadas de estar ahí, sobreviviendo, en medio de una economía globalizada que lastima a todos por igual.
En sus calles bastante bien cuidadas, con agentes del orden corteses, fuentes salpicando de agua para refrescar al transeúnte y al turista, con múltiples vistas para tomarse las ansiadas fotografías del paseo.
Al llegar al Museo Nacional, me sorprendió gratamente ver al inicio, sin tanta pompa, un mariposario, donde pude apreciar las distintas variedades de estos increíbles insectos que engalanan la naturaleza con sus alas de brillantes colores. El museo se encuentra en las antiguas instalaciones de lo que fue alguna casa de gobierno que jugó un papel protagónico en la historia civil del país, esto agrega un toque aún más especial al paseo.
La Historia, tanto precolombina como colonial y republicana de Costa Rica se asemeja bastante a la de nuestros pueblos hermanos, pero aquí se le muestra al visitante el orgullo de ser quienes son desde esos tiempos hasta la época contemporánea, algo que no es muy común en Latinoamérica. Siendo un país que le apostó por la educación en lugar de la milicia, el pueblo Tico es sumamente diferente en su forma de concebir el orden a nosotros.
Con una cultura ecologista por sobre muchas cosas, yo diría que casi sobre todas las cosas, pude apreciar el simple hecho de tener colmenas en los parques para las abejas viajeras, esto en medio de la urbe de la ciudad cosmopolita de San José, no en algún pueblito mágico, como sería en mi bella nación.
A pesar de que a lo mejor no contar con las autopistas más modernas, a comparación de Panamá, por ejemplo, si puedo decir que el viaje al hotel en Puntarenas fue agradable. Sobre todo, con la amabilidad y eficiencia del operador turístico que nos acompañó en todo momento, sin limitarse a llevarnos únicamente, nos atendió, platicó anécdotas de los lugares y demás que hizo que el viaje fuera mucho más entretenido.
A medio camino tuvimos el primer encuentro oficial con la gastronomía Tica, al parar en un restaurante de esos que están en la carretera, o como ellos le dicen, “al paso”. Mis papilas danzaron con el “casado”, que es un arroz con frijoles enteros y demás cosas que el cocinero pueda tener a mano en su cocina, que dan un sabor único a cada uno, haciendo de tal manera que no exista una receta única de este platillo. Además, probé sus patacones de plátano macho con frijoles, debo decir que estos frijoles eran totalmente diferentes a todo lo que había comido en mi vida y, he de decir, que he comido mucho en mi vida…. En este país hay una salsa que todo mundo le llama “Lizano”, y esta les da ese sabor incomparable a los frijoles, como una especia de barbacoa con algo más. ¡Simplemente delicioso!
Y por supuesto que con ese calor rico del país no podía faltar tomarnos unas cuantas cervecitas bien frías, su cerveza tradicional es la Imperial y la Pilsen, de un sabor agradable, claras, fáciles de tomar y disfrutar al lado de los amigos y compañeros de viaje.
Diré para finalizar esta parte de la gastronomía Tica, que el arroz es la guarnición por preferencia para este fantástico pueblo, en todos los tiempos de comida podrás disfrutar de alguna versión del casado o gallopinto como le dicen algunos, podrás combinarlo fácilmente con pollo, carne o pescado, para los guayabos también hay un consomé rojo de carne que es un levanta muertos, muy delicioso, yo lo probé personalmente, uno de mis días por allá.
La aventura está a la vuelta de la esquina en Costa Rica, eso es muy cierto. Muy de mañana fuimos al puerto de Puntarenas, a tomar el catamarán que nos llevaría al paraíso perdido y encontrado en el mar pacífico de este país, la fantástica Isla Tortuga, que no tiene nada que ver con la que nos muestran en las películas e los piratas del caribe, esta es una isla llena de color, de vida, con muy buenas vibras donde podemos nadar en el mar, tenderte en la arena a broncearte, refrescarte con bebidas deliciosas como los cocos bien fríos o las piñas coladas. Los más aventureros pueden hacer snorkel y disfrutar de la abundante vida marina de esas islas, también montar kayak. En realidad, puedes hacer de todo menos aburrirte. Comprar los fantásticos recuerdos o souvenirs que solo en la isla se encuentran, un día de actividades maravillosas, llenas de lujo, sonrisas y ambiente relajado, ideal para sacar el estrés e la vida diaria de las ciudades…
En le regreso de la isla en el catamarán, la fiesta no se detuvo ni por un minuto, con la animación constante de un personaje que no tiene comparación, bailo, hizo cantar a todos y sin importar de donde veníamos por unos instantes nos hizo sentir amigos, hasta familia, compartiendo con mexicanos, colombianos, españoles, canadienses y personas de todos los trincones del mundo.
Esa noche, ya más sueltos todos en el grupo, fuimos al faro de Puntarenas, que al parecer es el sitio de reunión de los lugareños para pasar las noches, con ventas callejeras de comida, ceviches, patacones, perros calientes, etc. Notando que alrededor existe una comunidad extraordinaria de gatos en sus calles, que se pasean con toda parsimonia para ser mimados y admirados por los turistas. Una vez más esa forma ecologista de poder coexistir todos sin molestarse que para algunos es incluso chocante, pero de admirar.
Esa noche traté de descasar lo más posible, porque sabía que al día siguiente para mí sería un reto el paseo planeado.
Después del desayuno que, por supuesto incluyó su porción de “casado”, todos en el grupo nos montamos en la buseta para dirigirnos al parque nacional Manuel Antonio, una reserva natural formidable, donde puedes ver en su hábitat, si tienes suerte a diferentes animales del bosque nuboso de Costa Rica. A pesar del calor y la humedad que hay en el lugar, para cuidar la naturaleza, comento que no puedes llevar envases desechables de agua pura, evitando de esa manera que se deje basura a lo largo del paseo, otra vez esa cultura ecologista que para algunos pudiera ser molesta, pero me pareció muy correcta por respeto al hábitat e las bellas criaturas que viven en ese lugar y al hacerlo hasta nos enseñan lo realmente importante en la vida, que s mantener el equilibrio entre lo que deseamos y necesitamos en verdad.
El recorrido dentro del parque inicia en un sendero muy bien delimitado, donde podemos admirar la exuberante vegetación del lugar, aclimatarnos a la humedad del bosque y comenzar a vigilar las copas de los árboles para lograr ver lo que al parecer son la joya de la corona el lugar, los perezosos. El recorrido total del parque en el sendero que recorrimos serán aproximadamente 3 o 4 kilómetros; que requiere un esfuerzo físico medio, pero para mí en lo particular fue extenuante. Lo bueno fue la gratificación de haber logrado ver a los perezosos, a los simpatiquísimos monos “cariblancos” como le dicen allá, varias iguanas que se pasean sin ningún temor, caracoles y cangrejos en los riachuelos…. Fue una experiencia extraordinaria, sentirse tan cerca de ellos, en su casa, respetando su hábitat y entendiendo que todos somo inquilinos de este planeta al que llamamos hogar.
Afortunadamente, a medio camino el paseo contempló que llegáramos a las playas del parque nacional, done pudimos refrescarnos, nadar un poco en esas aguas turquesas maravillosas para recarga energías, meditar un poco acerca del privilegio que tenemos de disfrutar estos prodigios que nos muestran hasta para el más escéptico, la mano del creador.
Ver como una comunidad de monitos se limpiaban unos a otros, aparte de generar risas y chistes entre todos los que podíamos verlos, a mí me enseñó que en realidad la vida es de dar y recibir. Si tan solo muchos aprendiéramos que necesitamos de todos para limpiarnos y sentirnos mejor, muchas de las cosas que amenazan a la humanidad no existirían…
Al terminar el recorrido, todos teníamos un sentimiento de conquista, de haber logrado algo y, espero que también de haber aprendido mucho. Increíble pensar que a escasos pasos afuera de la reserva natural, existen ya comercios y restaurantes donde pudimos saciar nuestra hambre y nuestra sed, todo con un equilibrio y respeto por el lugar donde están, quizá no siendo lo lugares más exclusivos y elegantes, pero si proporcionando una experiencia única para el viajero que lo nota.
Esa noche fue e fiesta, de alegría y a la vez de despedida, porque al día siguiente nos regresábamos a nuestra bella Guatemala.
Sé que no conocí mucho de ese maravilloso país, que a lo mejor no llegue a ver las maravillas que tiene para ofrecer al mundo, pero con lo poco que logramos ver, nos maravillamos, nos asombramos de su manera de hacer las cosas, de su vida silvestre, de su cultura, nos encantó su calidez humana y su conciencia ecologista que deberíamos adoptar en todas partes.
Espero regresar con mucho más tiempo, con muchas más ganas y perderme en los pueblos y playas extraordinarias que tiene costa Rica para visitar, llegando a ser, un embajador más de la filosofía de la ¡Pura Vida!
FIN
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