Las palabras nunca alcanzan cuando lo que hay que decir desborda el alma.

– Julio Cortázar

Tal vez debería escribir tu nombre, dejar un enorme espacio en blanco y firmar… quizás así lograría plasmar la sigilosa mudez que me invade cada vez que te miro, cada vez que te pienso.

Quisiera poder agradecer al oráculo en el que haya estado escrito, la infinita alegría que se apodera de mí por haber encontrado el sendero en el que convergieron tu camino y el mío. Y que me puso a caminar junto a vos por tierras que no conocía.

Pero no encuentro las palabras, no acierto con el verbo, no logro ordenar, aunque sea, algunos grafemas que den sentido a mi carta.

Porque, la verdad, no sé cómo escribir una sonrisa. No imagino tampoco cómo deletrear una mirada. Cómo poner en palabras las ganas de contarle a cada desconocido que me cruzo en la calle cómo es el amor.

No sé cómo hacer –maldita sea– para poner por escrito lo que me provoca cada momento que vivimos de a dos.

Ni acierto a encontrar las letras que podrían explicar la ternura de tu vientre y la ansiedad de tu piel.

Toda la riqueza de la lengua se desmorona cuando intento escribir.

Ya mi supuesta habilidad en el manejo de esa lengua se ha ido por la borda en más de una charla, cuando por un instante en el que me detengo a mirarte, un estruendoso silencio se impone. Y una presión en mi abdomen empuja hacia arriba, comprime el corazón y los pulmones, y me deja así, inerte, mudo, respirando suspiros para mantener los latidos.

Para que no sea el caso que se haga realidad la metafórica prosa del poeta y muera allí, a tus pies, como la más bella y brutal ofrenda de amor que un amante puede dar.

No es la primera vez que fracaso cuando intento al menos hilvanar algunas sílabas que me saquen del mutismo en el que caigo al contemplarte.

Siento pena por el mundo cuando pienso que no pueden sembrarse mujeres de tu talla y gozar de gigantescas cosechas de la espléndida belleza que esconde tu ser y que tu piel transpira, al mismo tiempo que mi egoísmo retoza en infinita alegría por ser yo el granjero que disfruta de tu trigo…

Sí, debería dejar la página en blanco, con tu nombre al tope y el mío al pie.

Porque no encuentro manera de ordenar las letras para que den cuenta de la obscena impudicia de tu cuerpo, la tibieza de tus pechos, la lujuria encerrada en el encuentro de tus muslos, que me lleva al abandono total a los sentidos que despiertan al caer en las profundidades de tu sexo.

No hay frase que satisfaga mis ganas de explicar el encanto del valle detrás de tus ojos, la calidez del eco de tu sonrisa, la frescura de tu boca, el remolino de sensaciones que todo tu ser despierta en mí cada vez que ese silencio recurrente se instala en el aire y secuestra mi alma…

Debería dejar la página en blanco, encabezada con tu nombre y rubricada con el mío.

Porque cada vez que intento coordinar caracteres, irremediablemente fracaso.

Tal vez sea el niño caprichoso que en mí habita, o el irreverente adolescente que límites no acepta. Quizá sea el indomable hombre que no claudica en sus luchas.

No lo sé. Realmente no lo sé.

Hay algo en mí que hace que no importe cuán infructuoso sea mi intento de usar palabras para decir lo que siento.

Porque hay algo en vos que,

        aunque no pueda escribirlo,

                hace que quiera intentarlo eternamente…

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