La Espada Enlutada – Capítulo 1

La Espada Enlutada – Capítulo 1

Rafael Andrade

18/08/2024

Un grupo de aventureros se reúne para encontrar una reliquia y se ven envueltos en una trama de traiciones en los bajos fondos de la ciudad de Nakuro. 


Esta novela está inspirada en una partida de rol en el universo de El Resurgir del Dragón, de Nosolorol. 

Muchas de las decisiones de los personajes, así como las consecuencias derivadas han sido producto del azar. 


La novela se editará cada domingo, por capítulos que irán saliendo a medida que vaya avanzando la historia. Es posible que, durante el transcurrir de diversas publicaciones, se vayan alterando capítulos o sucesos anteriores, a fin de que la historia tenga coherencia y cohesión.

La Espada Enlutada

Grimthor, el Inquebrantable, y Panit Yae

–Los encontraré, Yae, sé que conocen la ubicación de La Hoja Solar. ¡Por el Peregrino que los encontraré! –Dijo Grimthor.

–Pero, amigo enano, La Hoja Solar es un mito. No hay ningún indicio con base fiable en todo Voldor, y los dioses saben que he leído más libros que los que hay en todo Nakuro. ¿Seguro que quieres encomendarte a esta empresa? –Respondió Panit Yae.

–Solo hay un dios, Yae. Y los libros son para los mortales. El Peregrino no necesita libros. Ni yo, ¡maldita sea! –Inquirió Grimthor, dando un golpe en la mesa con su jarra de cerveza negra, haciendo que parte de su contenido se vierta sobre la mesa. –Lo he visto, Yae. He visto al Peregrino. Me dijo que encontrase esa reliquia. No necesito saber más.

>>Tú eres una mida, Yae. Maga, ni más ni menos. ¿Por qué no vienes conmigo? Ya has acabado tu trabajo aquí y, si mis presentimientos son correctos, añadirás unos capítulos interesantes a ese libro que estás escribiendo.

–Grim, tus presentimientos están inspirados por un sueño. ¿Sabes qué soñé anoche? Que me hacía amiga de un xorn y una tarasca y jugábamos a las tablas. Los sueños no son nada, Grim, son los pedos de la mente. –Aseguró la mida, su cara simiesca fingiendo no haber dicho una tontería.

Grimthor soltó una carcajada, enseñando una caja de dientes incompleta en medio de una espesa y larga barba pelirroja, adornada con cuentas y anillos de preciosos reflejos de colores. Se enjugó la cerveza que le había caído por las comisuras de los labios y se serenó, dejando que gradualmente un rostro pensativo se abriera paso a través de las carcajadas, hasta que mirando a los ojos de su amiga mida, dijo:

–Yae, es posible que me equivoque, pero no lo sabremos si no hago todo lo necesario. Además, el riesgo de no obedecer los designios de mi dios es mayor que el que correré tras esos duergar. No solo eso, maga, La Hoja Solar es una reliquia del Peregrino, quién sabe si su empuñadura no descansa allí donde permanecen las enseñanzas de los dioses. ¿No es eso lo que buscas? Quizás ese lugar no lo encuentres en los libros. Tal vez tengas que unirte a este huraño paladín y descubrir con tus propios ojos, y no con los de otros. Tu libro, Yae… debes escribirlo con tus propias vivencias.

Panit Yae se quedó pensativa. El enano tenía razón. La Morada de los Dioses también era una leyenda. Era cierto que sí había escritos que hablaban del lugar, pero solo eran indicios y podían interpretarse como un símbolo, pero… ¿Y si los dioses no utilizaban libros? Es posible que sus enseñanzas no estén escritas. ¿Y si las reliquias las custodian, esperando a que las encuentren? Pensó. Volvió a mirar a los ojos de Grimthor.

–Está bien, iré.

–¡Esa es mi peluda! –Gritó el paladín, al tiempo que se levantaba volcando ruidosamente la banqueta donde estaba sentado, y levantando a la maga del suelo, apresándole los brazos.

–Con una condición. –Grimthor la soltó. –Si no encontramos ese maldito trozo de chatarra, tú me acompañaras a mí en la próxima exploración que emprenda. Prepara tus enseres, nos vamos a Nakuro.

Gunarkh

¿Qué acabo de hacer? Era un hermano, un camarada. ¿Qué voy a hacer ahora? Sin la horda, no tengo a donde ir… ¿Por qué? ¿Por qué ha tenido que hacer eso? Es imperdonable. He hecho lo que tenía que hacer. Pero tampoco me perdonarán a mí. ¡Maldito miserable! Tengo que irme… a Nakuro. Dicen que allí no importa tu raza. Que los mida gobiernan con justicia sobre los actos, no sobre las especies. Bah, por la senda, tendré que convivir con la civilización. Da igual, si puedo pelear, puedo no hacerlo. Además, en Nakuro hay dinero, bien podría ganarme la vida dando palizas o matando por encargo.

Kurome

–…dos duergar. Uno con el pelo negro y otro cobrizo. ¡Son dos duergar, maldita sea! ¿Cuántos mal nacidos enanos de piel gris puede haber en una ciudad como esta? ¡Esto es la superficie! –Kurome pilló la conversación a medias, pero estaba claro que ese enano estaba buscando a los dos duergar. Y, a juzgar por el tono que empleaba, le importaba. Tal vez pudiera sacar partido de la situación.

–Señor, señora, me encantaría ayudarles. –Respondió el tabernero, un joven fórmigo con una suave voz, que contrastaba con su inexpresiva mirada de insecto. –Estoy convencido de que su empresa es justa, pero no he visto a nadie que responda a la descripción que me están dando. Es cierto que por aquí pasan duergar de vez en cuando, esto es Nakuro, pero hace meses que no veo ninguno y, desde luego, ninguno con el pelo rojo.

–¡He dicho cobrizo, no rojo! ¿No hablas la lengua común, hormiga? –Se sulfuró el enano.

–¡Serénate, Grim! –Inquirió una mida que, a todas luces, acompañaba al enano. No venía de Nakuro, a juzgar por su vestimenta, una túnica de la escuela de evocación, habrá que tener cuidado con la evocadora, pero estaba claro que era de la ciudad, porque sí hablaba con acento nakurí.

–No se preocupe, señora. –añadió el tabernero, sereno como si el enfado del enano no fuera con él.

Lus, cuándo aprenderás que el fuelle tu imperturbable serenidad es capaz de avivar el fuego cuando se está extinguiendo. Kurome se quedó mirando a los viajeros. La mida, percibió la mirada de Kurome casi como un golpe en la nuca.

–¿Qué miras, tengo monos en la cara? –le espetó la maga, sonriendo, mostrando sus simiescos colmillos.

Grimthor volvió la cabeza hacia Kurome, cambiando así el foco de su enfado de Lus a la misteriosa y delgada figura sentada en la mesa que había en el centro del comedor.

–¿Estabas poniendo la oreja de pico, elfa? –añadió el paladín.

–Ciertamente, sí. –contestó Kurome, levantándose cuidadosamente de la silla, casi danzando, y dirigiéndose sinuosamente hacia donde se encontraban Grimthor y Panit Yae, situándose erguida y orgullosa a escasos centímetros del enano. Se agachó hasta que su rostro alcanzó la altura del rostro de él. –Pero, por favor, no me juzguen por ello, amigos míos, así es como me gano la vida. –Yae abrió la boca para intervenir, pero Kurome alzó la mano derecha en un gesto que claramente significaba “silencio, estoy hablando yo” y, sin haber apartado su mirada de los ojos del paladín y sin haber interrumpido su discurso, continuó hablando. –Y como oír es mi modo de vida, necesito estas orejas de pico, tanto como tú necesitas el poder de tu dios, enano paladín luminoso de Kiralizor; y tú necesitas tus libros, mida evocadora de Nakuro. Y como oír es mi modo de vida, amigos míos, os propondré contaros lo que estas orejas de pico han estado escuchando últimamente, si es que llegáis a convencerme. Lus, por favor, querido, sírvenos una ronda e invita… ¡Pam!

Libro 1

La Espada Enlutada

Capítulo 1. La Posada.

Las puertas de la taberna se abrieron de repente, golpeando las paredes que las sostenían y produciendo un fuerte crujido, acompañado de un estruendo, al tiempo que las traspasaba un enorme orco de piel verdosa que, sin reparar en que la puerta de la taberna estaba ya cerrada y había roto la cerradura, entró en el local y se sentó al lado del grupo como si nada pasara y añadió:

–Por la senda, sí, estoy sediento. Qué elfa más maja, ¿verdad? Oh, sí. ¿Cómo se dice esa palabra en la lengua común?… Ah, ya, ¡garcias! Ja, ja, ja. ¿De qué habláis?

Los cuatro ocupantes de la sala se quedaron mirando al orco, que les miraba con una siniestra pero sincera sonrisa, sin decir nada. Tras unos segundos de estupefacción generalizada, Lus se dió cuenta de que le habían pedido que sirviera una ronda, así que comenzó a llenar cuatro grandes jarras de cerveza del tirador, sin decir nada.

–¿Qué infiernos…? –Dijo por fin Grimthor, poniendo fin al silencio y la tensión que el orco, que seguía con esa enorme sonrisa de expectativa, no parecía haber captado.

–¿Infiernos? No he estado allí nunca, ¡hablemos de otra cosa! –Le respondió el enorme ser.

–Por todos los dioses del primero al último, pero, ¿de dónde demonios sales, orco? –Se sumó la mida.

–No he salido, he entrado. –Le corrigió, su mirada, extrañada, como si, de repente, sintiera, de forma antinatural, que era el más inteligente de las cinco personas que había en la taberna.

Panit Yae se llevó la mano a la frente, abrió mucho los ojos y se apoyó con el codo en la barra.

Kurome, como saliendo de un trance, sacudió la cabeza y se dirigió a la enorme bestia que acababa de irrumpir en la taberna de la posada.

–Disculpa a mis amigos, querido viajero, son nuevos en la ciudad. Lo que nuestra apreciada mida quería preguntar es, ¿cómo te llamas?

– Ah, soy Gunarkh-mash, Tuk’Nah-dar Yaghrah Kadr’ti-slth.

Un segundo, dos segundos, tres segundos.

–Te llamaré Gunarkh. –Asintió la elfa. El resto del grupo ahogó una carcajada. Excepto Lus, que no sabía expresar ninguna emoción y permaneció con su inescrutable rostro de siempre. –Querido Gunarkh, yo me llamo Kurome. Estos son Lus, Grim y…

–Panit Yae. –Añadió la maga. Tendió la mano a Gunarkh, con una sonrisa y miró de reojo a Kurome.

–Vale. –Concluyó Gunarkh, al tiempo que agarraba la jarra de cerveza que Lus le iba a dejar en la barra, antes de que llegara a tocarla, y comenzó a bebérsela. ¿Comenzó? Más bien, terminó.

–Gunarkh, querido, no sé si has reparado en que la puerta estaba cerrada. –Arrancó Kurome. –La puerta estaba cerrada porque estábamos teniendo una conversación de carácter privado, ¿sabes? En aras de poder seguir con nuestra conversación y, teniendo en cuenta que ya has podido saciar tu sed, ¿sería posible que recuperásemos la intimidad de la que gozábamos antes de que llegaras?

–¡Claro! –Contestó Gunarkh.

Todos soltaron un pequeño suspiro de alivio. El orco se levantó del taburete en el que estaba sentado, caminó unos pasos hacia la puerta y… la cerró. Entonces, se volvió al grupo, otra vez con esa sonrisa expectante.

Kurome esbozó una sonrisa. Con la boca, no con el resto de la cara, que lucía más bien otra expresión.

–Continúa, forpávor, elfa. –Dijo Gunarkh, y se sentó de nuevo con el grupo.

–Está bien, Kurome. –Intervino Grim, mirando directamente al orco. –Parece un buen muchacho, y es una mala bestia. Me juego las piernas a que, si nos metemos en algún lío, puede partir en dos a más de un enemigo. Gunarkh, eres un mercenario, ¿no?

–Eh… Sí, sí.

–Pues, Gunarkh, muchacho, te pagaré 50 monedas de oro si te unes a nosotros y nos ayudas a encontrar a unos amigos. ¿Te parece razonable? –Le ofreció el enano.

–Vale. –Aceptó. –Pero no soy mala bestia. Ni buen muchacho. Tengo 17 años. Soy hombre.

–Tengo 111 años. Todos sois muchachos para mí, muchacho. –Finalizó Grim. –Habla, elfa.

Gunarkh abrió mucho los ojos y cerró la boca.

–Está bien. –Le siguió la elfa. –Lus, querido, nos sentaremos en una mesa, si no te importa. ¿Serías tan amable de prepararnos algo de cenar?

–Claro, Kurome. Por favor, estáis en casa. –Respondió con diligencia el tabernero, que se puso inmediatamente manos a la obra.

Los cuatro se levantaron, siguiendo a Kurome, se dirigieron a la zona más alejada de la barra y se sentaron en una mesa situada en una de las esquinas de la taberna. La elfa, en el lado corto y, a los lados largos, Gunarkh a la izquierda, dando la espalda a la puerta, con la pared del fondo al frente; Grimthor y Panit Yae a la derecha, con toda la taberna a la vista. Los tres se quedaron mirando, expectantes, a que Kurome empezase a hablar.

–Bien, esto es lo que he estado oyendo. –Empezó. –Se dice que hace unas quincenas, en el Mercado de las Especias,se estuvo hablando con cierta frecuencia al respecto de dos duergar que podrían encajar con la descripción que nuestro amigo enano ha dado a Lus: uno de pelo negro y otro de pelo cobrizo. –Enfatizó esta palabra mirando a Grim. –A juzgar por lo que aconteció, podría deducirse que se hallaban en busca de algún tipo de rareza, pues mostraron mucho interés en hablar con personas de reputación, digamos… dudosa. El hecho es que el Mercado de las Especias es, en sí mismo, ya un mercado de rarezas, como nuestra querida maga ya sabrá, por lo que puede inferirse que, si no compraron nada, y me consta que así fue, lo que buscaban era una rareza entre las rarezas. O, tal vez, no buscaban una rareza, quizá buscaban algo único.

>>Por todos es sabido que, lo que no encuentres en el Mercado de las Especias, o bien es inventado, o bien está en poder de un dragón, o algo peor.

–Ve al grano, elfa, no tienes pinta de bardo. –La apuró Yae.

–Bardo o no, querida maga, –replicó Kurome –la fiabilidad de la información se encuentra en pequeños detalles. Si tienes a bien en no interrumpirme de nuevo, es posible que acabe de relatar estos hechos con mayor antelación que si sigues haciéndolo, por lo que te ruego que mantengas tu inquisitiva lengua tras los colmillos.

Kurome le enseñó los colmillos con el ceño fruncido, pero se reclinó sobre el asiento y permaneció atenta. Los demás pusieron cara de circunstancia.

–Veamos. –Siguió, elocuentemente, la elfa. –Tenemos a dos extranjeros. Duergar, ni más ni menos. Habitantes de los volcanes de Hirior. Conocidos no precisamente por ser exploradores, ni por sus expediciones. ¿Me equivoco? No.

>>Durante los primeros días de su estancia en Nakuro, los duergar no dieron ningún problema. De hecho, se comportaron de forma modélica, incluso para los civilizados y refinados estándares de Nakuro, según mis fuentes. Por lo que sé, y digo “sé,” y no “creo,” porque no es que lo sospeche, sino que lo sé, estos entrañables duergar estuvieron preguntando acerca de La Espada Enlutada.

–¿Cómo? –Saltó Grimthor, dando un respingo. –¡Yae, te lo dije! Esos dos duergar conocen la ubicación de La Hoja Solar. Y, no solo eso, ¡van tras las reliquias!

–Iban, Maese enano. –Puntualizó la Elfa. –Están muertos, ahora.

– ¿Qué? –dijo Grimthor, asombrado.

Panit Yae intervino. –Pero, ¿por qué matarles? No tiene sentido. Todo el mundo sabe que eso solo son historias. No hay ningún indicio escrito sobre el asunto.

–Oh, querida e ilustrada mida, eres un ratón de biblioteca, ¿eh? –Kurome volvió a reclamar la atención para sí. –La sabiduría no se encuentra solo en los libros, ¿por qué crees que existen los bardos? Esas historias están en las canciones. Los libros contienen datos; las canciones, guardan la historia. Cualquiera puede ir a una biblioteca y leer los libros que quiera pero, si no deseas que cualquiera pueda descubrir tu secreto, más vale que no lo hagas constar por escrito. Si quieres esconder un árbol, lo ocultas en el bosque. Todos conocemos las historias de las canciones, querida erudita, son fáciles de memorizar y difíciles de creer.

–Muy bien, misteriosa y ladina elfa. –Continuó Yae. –Supongamos que te creo. Creo que Las Cinco Reliquias del Peregrino existen. Creo, también, que esos duergar conocían su ubicación. ¿Por qué matarlos? ¿Por qué no unirse a ellos u obligarles a que te conduzcan hasta allí?

–Descubriréis, mis impetuosos amigos, –reanudó Kurome –que haríais bien en dejarme hablar sin interrupción, pues yo misma me he hecho las preguntas que estáis lanzando sin orden ni criterio alguno…

Entre dientes, Yae le dijo a Grimthor –Por los dioses, Grim, dime que cuando nos haya dicho lo que sepa la mataremos. –Grimthor sofocó sus ganas de reír.

–… algunas respuestas. Pues bien, resulta que estos buscadores de reliquias se las ingeniaron para conseguir una audiencia con nada más y nada menos que Owyylian, el director y propietario de Importaciones Medhawari.

>>La información que da la empresa es que estos dos duergar se enrolaron en una pequeña flota que se disponía a zarpar, hace tres días, desde el puerto de Azur, y que tenía por objetivo llegar hasta Valgari, a través de La Gran Ruta Marítima.

>>Como sabéis, esta expedición comercial requiere atracar en los puertos más importantes de toda la costa de los mares de Voldor: Gurgurin, Nechizar, Sarmapalin, Lantamar… y así hasta llegar a la isla de Vonidar. Allí, lo normal es esperar a que pase el invierno, para volver durante la estación cálida. Entenderéis, mis recientes amigos, que esta ruta no puede hacerse, aun en óptimas condiciones, en menos de dieciocho meses. Dieciocho meses son tiempo más que suficiente para olvidar la visita de unos desubicados duergar que andaban haciendo preguntas por todo el Mercado de las Especias y los bajos fondos, ¿no es así, Maese Grimthor?

–Así es. –Respondió Grimthor. –Pero, ¿cómo sabes tú que están muertos? ¿Y por qué nos cuentas todo esto a nosotros?

Ella puso los ojos en blanco y siguió hablando.

–Señor enano, ¿no has escuchado una palabra de lo que he dicho, o más bien no eres dado a conectar ideas? Vivo de oír cosas. Puedo oír sin que me vean; mis pasos no se oyen si yo no quiero. He matado a bestias que me duplicaban en tamaño sin que llegaran a entender qué estaba pasando. Me relaciono con personas y no personas, con oficiales, con criminales y nobles. Es posible que tu moral sea algo maniquea pero, para mí, esta es difusa, gris, maleable.

–Eres una pícara. –Respondió el enano, su mirada severa. ¿Cómo no me he dado cuenta?

Empezaba a llegar el olor de los vapores y especias de la cocina, y al grupo se le estaba abriendo el apetito.

–Esa palabra es algo… imprecisa. –Continuó Kurome. –Podría definírseme como tal, aunque yo la considero insuficiente. Diría que hay algo de picardía en mis actos, pero no es lo que me define. Prefiero considerarme a mí misma como un agente del… equilibrio.

>>Las personas legales y las, digamos… caóticas, con frecuencia, no son capaces de entenderse y acostumbran a entrar en conflicto. Se matan cuando los asuntos de unas interfieren con los de las otras. Mi trabajo, si es que se puede llamar así, consiste, querido paladín, en hacer que las primeras personas que he mencionado, se entiendan con las segundas. –Alzó ambas manos con las palmas hacia arriba. –Equilibrio.

–Eso responde a mi primera pregunta. –Contestó el enano, conteniendo su enfado. Qué bien huele, pensó, a su vez.

–Sí. –Siguió Kurome, dibujando una enorme sonrisa. –Mi interés en aliarme con vosotros, Grimthor, es, ni más ni menos, que obtener vuestra ayuda para hacerme con La Robadora de Nueve Vidas. Una de Las Cinco Reliquias del Peregrino.

>>Tú me ayudas a conseguir La Robadora y yo te ayudo a conseguir La Hoja Solar. Quid pro quo.

Grimthor se quedó pensativo.

–De acuerdo, elfa. –Dijo finalmente. –Pero aún me queda una duda. ¿Qué tiene que ver esa empresa, Importaciones Medhawari, en todo esto? Sigo sin entender por qué mataron a los duergar.

–Grim, –intervino Panit Yae– Importaciones Medhawari es la tapadera que utiliza el hampa de esta ciudad para blanquear sus asuntos. Ese negocio es demasiado próspero para lucrarse solamente con su actividad comercial, así que su líder colabora con los bajos fondos para garantizarles un salvoconducto y, de paso, sacar tajada. Y, por lo que ha contado Kurome, Owyylian debió de descubrir algo que le hizo deducir que no necesitaba nada más de esa pareja.

–Tus suposiciones van bien encaminadas, Panit Yae. –Aseguró Kurome. –Aunque no he podido averiguar qué fue lo que descubrió…

–¡Comida! –Gritó Gunarkh, que dejó de hurgarse la oreja y alzó los brazos en señal de victoria, desplazando con su movimiento la mesa unos centímetros, causando que se moviera y sus patas generasen un sonoro chirrido contra el suelo.

Kurome, Grimthor y Yae dieron un respingo y se giraron a ver hacia donde apuntaba la mirada del salvaje Gunarkh.

Lus se acercó a la mesa donde estaba sentado el grupo. Avanzaba sin oscilar, como deslizándose, a causa de sus extrañas características fórmigas, lo que le confería una apreciable ventaja para su oficio, ya que le permitía un equilibrio sobrehumano que, en este caso, utilizaba para llevar una bandeja repleta de comida en cada mano.

–Aquí viene la vianda, amigos. –Dijo Lus, dirigiéndose al grupo, al tiempo que comenzaba a servirles sus manjares con la pericia que confieren años de regencia y servicio hostelero. –Sopa de ajo, muslos de choto a la parrilla, criadillas de búfalo, ensalada del jardín, y puchero de hoja de parra, mi favorita, como lo hacía la abuela Idhinii. –Chasqueó sus pinzas faciales en un “tac, tac”. Los comensales supusieron que era un gesto fórmigo equivalente a un “ñam, ñam.” –Que lo aprecien y les aproveche. –Terminó, haciendo una pequeña inclinación de cabeza para, acto seguido, volver elegantemente a su posición detrás de la barra, para iniciar sus últimas tareas y dejar la taberna presentable para el día siguiente.

Todos empezaron a comer.

—Bien, compañeros, —reanudó Kurome. En este momento, se relajó y, como si el acto de comer le privara de su compostura y sus modales, se dirigió al resto del grupo con uno de los muslos de cabrito en la mano, le dió un mordisco, pringándose con el aceite de la comida la zona alrededor de sus labios y, con la boca llena, siguió—. Mañana —tragó, se golpeó el pecho y se empujó la comida que se le había quedado en la tráquea con un trago de cerveza digno de Gunarkh. Sus compañeros la miraban, ya sin hacer otra cosa, con cara de estupefacción, contemplando el espectáculo que estaba dando la delgada elfa—, desayunaremos y, cuando estemos listos, iremos al Mercado de las Especias —seguía, inexplicablemente, comiendo, hablando, masticando y tragando. No estaba muy claro cómo—. Tengo un contacto —las dos últimas sílabas fueron un sonoro eructo— que puede darnos información sobre cómo acercarnos a Owyylian —escupió un hueso en el plato. Alargó el brazo para coger un trozo de pan, lo mojó en el caldo de la sopa de ajo, que llevaba su propio pan, y se lo echó a la boca—. ¿Os parece bien?

—Impresionante —respondió Panit Yae, cogiendo de nuevo los cubiertos, sus cejas enarcadas y las comisuras de sus labios hacia abajo.

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