Mi abuelo me cuenta que lo vio. Dice que es argentino, pero los griegos siempre quieren imponer sistemas y esquemas. Asegura que es tan argentino como Gardel, que vio a Cupido en el bajo más de una vez, y que, a medida que pasó el tiempo, los griegos fueron cambiando la historia. Siempre me dice: «¿Viste cómo son los griegos? Siempre quieren imponer sus ideas y esquemas. Como les fue bien con Platón, piensan que pueden acertar con todo. Siempre andan cambiando la historia».
Según mi abuelo, Cupido originalmente no tenía un arco, sino más bien una pistola, un “38” fácil de usar. Siempre cargaba con una bala y dos opciones: te arrancaba el corazón de un balazo o te volaba la cabeza de amor. Se ganaba la vida vendiendo droga, pero no cualquier droga; él vendía amor. Era el más respetado, tenía algo único, algo que no se consigue en cualquier lado. Pero, como con cualquier droga, contrajo sus problemas. Él les vendía a todos, menos a la banda del rencor, integrada por maleantes de renombre: entre ellos estaban la Envidia, los Celos y, el más importante de todos, el Odio. Era quien manejaba todo; destilaba aversión dondequiera que fuera. Su desdén provocaba que la gente le temiera. Tenían todo lo que deseaban aquellas personas que solo tienen maldad dentro de ellos: el miedo y el terror de los demás. Pero una tarde, aburridos, quisieron probar eso de sentir amor, pero Cupido los rechazó infinidad de veces.
Un día, hartos de que Cupido no les quisiera vender, lo fueron a buscar. Preguntaron casa por casa si lo habían visto. Todos respondieron que no, hasta que, de pura casualidad, se lo cruzaron en una esquina. Le reclamaron que les vendiera amor, pero Cupido se negó justificando que era solo para seres puros, seres inocuos; ellos no lo entenderían.
La banda del resentimiento, sobrepasada por la situación, decidió tomar acción. Empezaron a golpearlo. Cupido, para zafarse, sacó su arma y disparó tres veces, provocando que entre sentimientos negativos se enamoraran. Y aunque él no lo crea, eso trajo paz a la ciudad.
Cupido, cansado de esa vida, decidió huir a Grecia y cambiar su forma de ser. Pero algo le quedó claro ese día: hasta la persona con más odio merece un poco de amor.
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