Esbozo de dos vidas y un espejismo

Esbozo de dos vidas y un espejismo

Uno

Me llamo Lía y acaba de morir mi madre. Ha sido hoy a la una y treinta y cinco de la mañana. Un fallo multiorgánico. No sufrió. O al menos eso nos dijeron los médicos. Lo esperábamos desde hacía algunos días. No ha sido ninguna sorpresa. Pobre mamá. Hasta en sus últimos momentos se ha ido sin hacer ningún ruido. Para no molestar. Ahora estoy frente a ella en uno de esos tanatorios fríos como centros comerciales. Son las siete y veinte y apenas he dormido un par de horas. Los primeros en llegar fueron mi tía Elena con Graciela. Como siempre venía perfectamente arreglada y maquillada. Ni siquiera en estos momentos se permitía que la vieran con la cara lavada. Graciela, sin embargo, no parecía que fuera su hija. Mi prima estaba en esa fase rebelde de los catorce años en la que todo te da igual y crees que el mundo siempre tiene algo contra ti. Pero al acercarse las dos, mi tía del brazo de Graciela, sentí a la verdadera mujer en que se iba a convertir. Me abrazó con fuerza nada más verme y sollozó un buen rato sobre mi hombro mientras su madre se acercaba al ventanal, seca de lágrimas y palabras. Ignoraba cuánto quería a mi madre esta chiquilla. Cuando la estaba consolando sentadas las dos en el banco de la salita donde estaba mi madre, llegó mi amiga Sonia. Con la mirada sombría y su habitual actitud protectora se sentó junto a nosotras y preguntó consternada por nuestro ánimo y nuestras fuerzas. Mi tía, no sé si por dejarnos solas o por no tener ganas de entablar conversación llamó a Graciela y se fueron juntas a la cafetería de allí. Me preguntó casi sin querer si en realidad estaba bien al quedarnos a solas. En ese momento me sentía tan lejana a todo que simplemente lancé un sonoro suspiro y agaché la cabeza hacia mis rodillas. Creo que tuve un ligero ataque de ansiedad. Sonia me incitó a salir de allí y tomar algo de aire fresco pero no podía dejar sola a mi madre. No hasta que viniera mi hermano y se enfrentara a ello. A Sonia la oía como si estuviera al otro lado del mundo. Para distraerme me hablaba de sus proyectos, de las dificultades para conseguir salas donde exponer, del cansancio que últimamente le producían las clases de sus talleres. Nunca me gustaron sus cuadros. Se los toma demasiado en serio. Como si quisiera averiguar el origen del universo. Por eso adoro sus dibujos que garabatea rápido sobre un papel, casi haciéndolos sin pensar. Guardo todos esos dibujos en un rincón especial de mi habitación, incluso aquellos que creaba sobre servilletas y tickets de supermercado. Algún día se dará cuenta de su verdadero valor. Eso espero. Le sonreí cansada y agradecida por el apoyo. Ella se acercó aún más a mí y me dio un cálido beso en la mejilla mientras me atraía hacia su cuerpo para abrazarme. Aún no me salían las lágrimas aunque me faltaba la respiración y una fuerte opresión en el pecho como si alguien hubiera arrancado de repente una parte de mi alma. Escuchamos movimientos de fuera y vimos llegar apurados a mi tío Miguel con mis tres primos seguidos detrás de mi hermano y mi tía Ana. En ese momento dejé de escuchar. A mi alrededor se arremolinaban pasos y murmullos lastimeros. Hacia mí se acercaban como sombras chinescas, distantes y sin rostro. Apoyaban sus manos sobre mis hombros incitándome a levantar para recibir un abrazo terco y mecánico. Sonia se disculpó y abandonó la sala, a pesar de mi mirada de súplica para que se quedase a mi lado. Pero era pedirle demasiado. Ya la vería más tarde y acabaría por desahogarme. Mientras mi familia se desperdigaba alrededor o se sentaban a mi lado. Mis primos, arrinconados a un lado, parecían hablar sobre banalidades ajenas al estrecho microcosmos que se había formado en torno a mi madre. Entonces sentí que Enrique me hablaba en la distancia a pesar de saber de que no se encontraría a más de un metro de mí. Quise rehuirle. Me hice la desconectada de la realidad. Pero me conocía demasiado como para no insistir.

— ¿Dónde vas? —la voz de su hermano sonó débil detrás de Lía. Estaba sentado en una esquina. Agazapado con los brazos cruzados con fuerza y la mirada translúcida caída sobre el suelo del tanatorio.

— A la cafetería.

— Voy contigo.

— No, mejor no. Prefiero estar sola.

— ¿Cómo eres así? —su voz sonaba áspera y con reproche.

— ¿Así cómo? No me vengas en estos momentos con tus tonterías.

Lía le devolvió su respuesta como un boomerang mientras se dirigía hacia la salida. Enrique se quedó mirándola serio y resignado. A pesar de que esperaba la respuesta no dejó de sentirse decepcionado. Estos últimos meses habían coincidido en el hospital mucho más horas que en los últimos cinco años pero, a pesar de todo, las distancias no se habían apenas acercado. Seguían siendo los mismos desconocidos. Ahora Enrique miraba hastiado a sus tíos. Les había llevado hasta allí en su coche en un trayecto que se le hizo eterno. No dejaban de lamentar la muerte de su madre como si tuvieran que demostrar que realmente la echaban de menos. Pero no recordaba de ellos más allá de las tres o cuatro visitas de cortesía a la habitación del hospital. Quedándose lo justo para cumplir con los compromisos sociales. No había nada más que odiara en esta vida que la doble moral. Al menos en eso sí se parecía a su hermana. Ella siempre iba de frente aunque a veces arrastrara todo a su paso. Es un defecto que intentó quitárselo hace mucho tiempo atrás pero que le fue inútil. Era demasiado cabezota. Mejor le hubiera ido en la vida si hubiera seguido sus consejos. Pero a él nadie le solía hacer caso. No le tomaban en serio. Y menos su exmujer. Estuvo dudando si en llamarla para comentarle la muerte de su madre pero claro estaba su hijo y nunca le hubiera perdonado que no le dijera que la abuela de Mateo había muerto. Apenas tenía un año y medio pero Carmen creía que se debía contar todo a los niños por muy dramático que fuese. Intentaría escapar de allí antes de que llegara pero iba a ser bastante complicado. Solo quedaban su hermana y su tía Ana como familiares directos y deberían quedarse hasta el final. Por suerte el funeral sería temprano a la mañana siguiente. ¿Ahora seguirían viéndose con su hermano como hasta ahora? Lo dudaba. Volverían a la rutina y a distanciarse de nuevo. De fondo se escuchaba a su tía lamentándose con pequeños sollozos. Enrique la observaba con cansancio. Se sentía analizado y observado por los que le rodeaban. Casi presionado a manifestar su dolor. Pero él sentía una mezcla extraña de colapso y alivio alojado en su pecho. Podía tanto derrumbarse a llorar allí mismo como a reírse histérico de la situación. Entonces una voz le asaltó a su espalda.

— Ya sabes que estamos aquí para lo que necesites.

Era su tía Ana con la cara lavada en lágrimas. Enrique alzó su mirada hacia ella y asintió con un gesto como dando aprobación a su gesto. Su tío Miguel se sentó a su lado y apretó su mano contra su hombro sin decir nada.

— ¿Podríais quedaros aquí con ella mientras yo salgo a despejarme un poco?

La pregunta cortó el aire viciado de la sala como un escalofrío.

— Si acabas de llegar.

— Lo sé.

— Como quieras. Tú mismo.

— Gracias.

La breve conversación entre Enrique y su tía sonó tan lejana y hueca como si las palabras carecieran de significado. Poco después ya caminaba hacia la cafetería con un pitillo en la mano. La cabeza abotargada, la boca seca y la sensación de sobrar en cualquier sitio. Cuando llegó vio a su hermana tomando un café al otro lado de la sala, sentada sola con la mirada vidriosa. Dudó de dirigirse hacia ella así que se desvió a la barra y pidió un descafeinado de máquina. Mientras se lo servían notó como Lía se levantaba y se acercaba hasta él.

— No sé cómo puedes aguantarlos.

Por fin una media sonrisa. Un lugar común.

— Yo a veces tampoco lo sé.

— ¿Y qué vamos a hacer ahora?

— ¿Aparte de todo el papeleo?

— Aparte del todo el papeleo.

— No lo sé. Seguir cada uno con nuestra vida supongo.

— Sí, supongo. ¿Va a venir Carmen con Mateo?

— No lo sé.

— Pero le dijiste lo de mamá, ¿no?

— Claro que se lo dije. No quería tener otra discusión.

— Ya. Tú nunca quieres tener discusiones.

— No empecemos.

— Sí, es verdad. Al menos tengamos una tregua por hoy.

Las voces se apagaron y mantuvieron el silencio y el duelo. Enrique no pudo más y se lanzó hacia los baños a esconder sus lágrimas. Vomitó en una de las tazas el café y pudo relajarse un poco. No recordaba haberse sentido así en mucho tiempo. Ni cuando murió su padre. Era demasiado pequeño siquiera para recordarlo. Intuía que era por algo más que por la muerte de su madre. Por algo que ahora empezaba a recordar. Algo que había estado apartando y negando durante toda su vida pero que ahora, ante la pérdida y la presencia de la muerte, se había vuelto a plantear. Debía encontrarla. Ya no tenía la menor duda. Se refrescó la cara y salió del baño para dirigirse de nuevo a la sala donde estaba su madre. Allí ya le esperaba Carmen con su hijo agarrado a ella con la cara pálida. Lía también había vuelto e intentaba refugiarse contra una de las esquinas, sentada con las piernas y los brazos cruzados. Avanzó lentamente hasta saludar con frialdad a su exmujer, dar un beso a su hijo y sentarse al lado de Lía para dejar pasar las horas lo más rápido posible.

Así que esto es todo. Acabar mis días en una vitrina para que me contemplen como una figurita de porcelana. Si supieran el horror. La angustia. El no querer huir a las sombras. Pero luego aquí te hallas, perdida y en brumas hasta que todo poco a poco se va aclarando y observas a tu alrededor. Soy incorpórea y nadie, al parecer, nota mi presencia. Lo primero que observaron mis sentidos fue a mi hija Lía frente a mi cuerpo pálida y ausente.Se la ve tan perdida. No soporto verla así. Ojalá hubiera sido más fuerte para estar a su lado. No se separó de mí hasta el último momento. Pero sé que es fuerte. Saldrá adelante. Saldrá. Logró emitir unos callados sollozos que interrumpió en cuanto aparecieron Carmen y mi nieto. Y mi hermana a un lado lamentándose como si alguna vez le hubiera importado. Llora como si de verdad lo sintiera. Qué triste es todo cuando puedes sentir la verdadera naturaleza de las personas. Aunque a veces te encuentras con una luz que todo lo compensa. Y aquí esta Enrique. Arrogante como siempre. Pero lo siente. Noto que lo siente. Más que ninguno. Por eso no se atreve a acercarse a mi cuerpo. Por no derrumbarse. Para que no lo vean caer. Le importan demasiado la imagen dura que se ha formado. Ahora por fin veo la inseguridad en su interior. Sus miedos. Pero ya es tarde. Ya no puedo hacer nada por aliviarlos. Se van. ¿Puedo seguirlos? No se aún cómo funciona esto. Me elevo. Sí. Creo que puedo. Les seguiré. Me tendrán que esperar quien sea que esté al otro lado. Me queda solucionar todo lo que no pude solucionar con mis hijos. Espero que pueda. Espero.

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Sinopsis

La madre de Lía y Enrique acaba de morir. Este hecho hará que se replanteen sus vidas, ya sea rebuscando en el pasado o construyendo su futuro. Pero no estarán solos. Su madre renunciará a cruzar al otro lado hasta que consiga encauzar el camino a sus dos hijos. Lástima que no pueda interferir en sus vidas y solo pueda ser testigo de sus desvelos, miedos e inseguridades. De esta forma se irán trazando las historias de estos tres seres perdidos en busca de su lugar en este pequeño universo: Lía con sus esperanzas puestas en un nuevo trabajo y una reciente relación; Enrique investigando para recuperar un viejo amor de juventud; la madre haciendo repaso y balance de su vida mientras contempla tejerse el curso de las historias que Enrique y Lía van conformando.

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