Un simulacro de divinidad, una entidad tan vívida y poderosa que la suponemos artífice de todo cuanto existe. Llegamos incluso a percibir su voz en el susurro del silencio.
Es un espectáculo sobrecogedor presenciar ese paisaje eterno y celestial, donde miríadas de cuerdas ascienden y ondulan al compás de la fe. Más, bajo la superficie de este grandioso tapiz, nos encontramos nosotros, tirando de los hilos, agitándolos con ahínco para mantener al propio con la ilusión viva.
A menudo presenciamos algunos inertes, como abatidos sin alma, abandonados por sus dueños.
Otros, por su parte, cambian de cuerdas de vez en cuando, siguen buscando, con cierta desilusión, al que puedan hacer más creíble, al que logren reconocer auténtico.
Yo, tan solo tomo las cuerdas y espero, con cierta actitud falsacionista reconozco, que algún día suceda lo inesperado, que el de arriba me señale el movimiento. ¿si ha sucedido? no, ha sido el viento.
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