Nunca hubiera imaginado que, a su avanzada edad, daría con una persona tan honesta, íntegra, y auténtica. Encontrar seres humanos excepcionales se había convertido en una búsqueda agotadora y desesperada. Pensó en su suerte, se le llenaron los ojos de lágrimas. Telma, su amiga, la miró preocupada, le preguntó: «¿Anaís, estás bien? Qué te ocurre?». Anaís agarró dulcemente la mano de su compañera y, sonriendo, le contestó: «Eres un hermoso espejo en el que mirarme».

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