Decepcionado miraba por las grandes ventanas de la universidad. Entre la gente que se movía por la calle buscaba la inspiración para mi próximo cuento. Sin duda entre mi curso había figuras llamativas, con cualidades que pueden ser recogidas por un escritor, pero ninguna lo suficiente para que sean merecedoras de sentarme a escribir sobre eso. El profesor hablaba y hablaba, como si estuviera en un monólogo. Después del fracasado intento de buscar inspiración, intenté centrarme en él. Cada vez me enfocaba más en su cara y como se movía al articular cada palabra, como sus labios se deformaban al dibujar cada letra. Sus pupilas brillaban, demostraban un interés por lo que el mismo explicaba. Lucía una barba recién afeitada, con unos pelos canosos y otros negros. Una estela de luz se colaba por la ventana y pasaba frente a él, dejando así ver cada partícula de saliva que caía al hablar. Me fijaba en sus arrugas mientras su voz no era más que un golpe con ritmo que llegaban a mi oído. Poco a poco su cara comenzó a deformarse. Sus ojos se agrandaban. Cada poro de su piel era visible a simple vista. Sus cejas se engrosaron hasta que comenzaron a devorar sus ojos. Su voz dejó de ser un golpeteo y empezó a ser un balbuceo. Con tranquilidad me levanté y salí de la sala con dirección al baño. Mi sala de clases estaba en la torre b y para ir al baño, debía cruzar por una pasarela que me unía a otra torre. En esa mañana corría muchísimo viento, era un viento que anunciaba una lluvia. El cielo era gris, todas las nubes estaban amalgamadas, llenas de agua a punto de derramarse sobre nosotros. Poca gente se paseaba por los pasillos y por el patio de la universidad. Podía saber eso, ya que justamente en la pasarela que iba caminando tenía una vista desde las alturas. Y en la lejanía encontré mi inspiración. Su figura se movía con tanta simpleza y suavidad, como si fuera amiga del mundo, como si este la conociera y le abriera el paso ante su andar. Que afortunados deben ser sus más cercanos, de seguro les endulza la vida, como me la endulzó a mí en un segundo. No fue necesario detenerme a analizar su cuerpo, ni sus rasgos, su sola existencia fue necesaria para complacer todo mi ser y adentrarme en un estado de ataraxia. Fueron segundos eternos, que quedaron impregnados en mi memoria todo el día. Tengo que admitir que soy un ser un tanto alejado de la felicidad y de la sociedad, pero ella me hizo sentir lo contrario. Era dichoso, quería desparramar felicidad; saludar a los pajaritos, hablar con cualquier extraño que se me cruzase y entablar una conversación sobre la vida, sobre los sueños, la felicidad, el futuro y el amor, porqué sí, me había enamorado.
Mientras aún estaba paralizado, finalmente, el cielo decidió rajarse y desatar la lluvia. Su rostro nunca se borró de mis recuerdos. Las clases transcurrieron con total normalidad. A la hora de almorzar, mis fideos precalentados eran los más ricos del mundo. El olor a comida que se mezclaba en el casino era solo comparable al de un campo de flores. A la hora de caminar hasta el paradero, no me importó quedar totalmente empapado, si mi andar era un baile del gozo. Ya en mi casa saludé a mis padres con el beso más efusivo que he dado en años. Acaricié a mis mascotas y las abracé. En mi pieza lancé mi mochila y me recosté en mi cama. Repasaba una y otra vez la escena; La lluvia, su caminar suave, su sonrisa radiante con la potencia de mil soles. ¡Que lindo es el amor! Esa tarde fue la más productiva que he tenido en todos estos años de universidad. Cada trabajo no era más que un mero trámite.
Ya era de noche y el cielo no daba tregua, pareciera que el mar estuviera contenido en las nubes. Miraba a través de la ventana las luces de una ciudad lejana. El cielo tronó y un relámpago se reflejó en mi ventana. Vi su rostro. Me di vuelta y ahí estaba conmigo en mi habitación. Me acerqué a ella con total cautela. Solo me miraba. Tomé sus manos como si estuviera tomando una pieza de arte. Su piel estaba tibia, sentía sus pulsaciones. Su respiración era suave, controlada. Toda la habitación se oscureció, excepto por una luz tenue que se posó sobre nosotros. Nuestros rostros se miraban fijo mientras que mis brazos rodeaban su cintura. Mi respiración se coordinó a la de ella. Sentí su aliento cálido que hacía vibrar mis labios. Eran pulsaciones de deseo que me empujaban a saborear su boca. Primero fueron suaves tanteos por su comisura. Mis dedos se mantenían firme en sus caderas. Di un paso más, para poder juntar nuestras pelvis. Comencé a explorar su boca en todas sus dimensiones.
A pesar de que aún podía ver tu silueta dibujada en mis sábanas, ese despertar en la mañana fue triste. La lluvia seguía cayendo. Sentía como si me hubiera embriagado toda la noche. Un vacío se apoderó de mi pecho, como si en la noche la hubiera consumido por completa. Drené toda aquella energía que obtuve de ella al observarla por primera vez.
Ya en la ducha intentaba crear versos en su honor, <<Tu caminar es como si pisaras las nubes, flotas por cada rincón de este sucio mundo>>. No, no me convencían esas palabras. Mientras me restregaba el cuerpo seguí pensando <<Cuando Dios baje buscando la perfección, porque perdió la memoria, te buscaré hasta encontrarte>> Esa me convencía mucho más. <<Te robaré la mirada, tu sonrisa y tu pelo, para que Dios se acuerde>> Mientras me afeitaba asumía lo pésimo que era con las palabras. Siempre he sido mejor con la vista, almacenar imágenes y crear y transformar los recuerdos y la realidad.
Estaba en la micro, mirando fijamente al chofer por el retrovisor. Sus ojos denostaban brutalidad, la misma que al manejar. Cada vez que sube una persona me quedo observándola por un segundo. Algunas se dan cuenta y me devuelven la mirada, u otros simplemente la bajan y continúan buscando un asiento. También me gusta ir apoyado en la ventana. No me importa observar el mismo paisaje por una hora seguida todos los días.
Llegando a la universidad me dispuse a caminar hasta el piso quinto que era donde tenía clases. Nuevamente, repito el patrón de la micro, observar. Pasaron decenas de personas, hasta que una me dejó helado. Quedé petrificado, ya que pasó fugaz, a mi lado, el amor. No alcancé ni a observar bien su rostro, pero el palpitar de mi pecho y el temblar de mis piernas me indicaban que era ella. Me di media vuelta e intenté seguirla. Me asomaba por cada ventana de las salas para ver si estaba en alguna. Bajé cada escalera mirando para todos lados. Hasta que llegué al patio. Todos los cuerpos se mezclaban, pareciera que fueran todos iguales. Los cuchicheos se paseaban por mis oídos. Los olores eran rancios y pútridos. La universidad comenzó a verse fea, desarmada. Las paredes eran corroídas por la humedad. Las vigas de metal se comenzaban a oxidar. Las personas comenzaban deformarse. Sus rostros se derretían hasta caer al suelo. El ambiente se tornaba gris. Ya no era cuchicheos, eran gritos que me golpeaban los oídos. La lluvia seguía cayendo como si se desbordara el cielo, pero esta vez me comenzaba a hacer daño. Iban con la dureza de unas balas que buscaban traspasar mi piel. Busqué refugio en el baño. Me enjugué la cara y todo fue envuelto por un silencio. El ambiente había recobrado su color. Las paredes estaban perfectas. Pero esta vez me encontraba solo. Ninguna persona estaba ya en el patio ni en la universidad. Recorrí cada lugar. Totalmente vacía. Volví al patio y me quedé en el centro observando todo a mi alrededor. Fijé mi vista en el cielo. Las gotas caían en mis ojos. Comencé a separarme de mi mismo. Subí hasta poder verme mirando hacia arriba. Pero pronto volví a la normalidad. Una voz me preguntaba que me pasaba, ya que me había quedado unos segundos paralizado mientras subía hacía mi sala. Respondí que nada importante, que se me había olvidado algo en mi casa.
Ha pasado una semana y no la he visto. Comienzo a pensar que todo a sido parte de mi retorcida imaginación. ¿Realmente te vi cuando pasaste al lado mío, o solo fue cualquier otra persona y mi mente decidió que eras tu? Incluso me he llegado a cuestionar si era real. Es normal que cree personajes para mis relatos y que me convenza de que existen para darle mayor impacto, pero, ninguna ha sobrepasado la barrera de mi imaginación.
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