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MAX EL ÁNGEL – CAPÍTULO 8: LA OSCURIDAD
Volvamos al contexto de manera veloz: Max es un ángel que se estrelló en la Tierra y no sabe por qué. No recuerda cómo llegó ni cuál es su misión.
Él debe recuperar su computadora para poder ingresar otra vez al Sistema Único de Registro de Ángeles y así restablecer su vida.
Sin embargo, el equipo está en poder de un hombre que se niega a devolvérselo.
Ahora sí, CAPÍTULO OCHO: LA OSCURIDAD
La noche cayó y Gerard no volvió a abrir su tienda. No planeaba hacerlo por varios días. Era mejor descansar hasta digerir un poco todo lo sucedido.
Resguardado en su casa, el señor cocinó, miró algo de televisión, lavó sus platos y después se fue a su habitación.
Mientras tanto, se preguntaba por qué tanto interés en una computadora común y, para colmo, vieja. ¿Guardaba una información crucial? ¿Pertenecía a alguna persona especial? ¿A qué se debía tanta preocupación por conseguirla?
Seguía pensando en ello aún en su cama.
En algún momento ya no pudo con la intriga y se levantó otra vez. Fue a buscar la computadora y decidió revisar su contenido.
No había vuelto a la tienda desde el incidente de la tarde, pero una urgencia de curiosidad lo obligaba a ir allí.
La tienda estaba pegada a su casa, así que solo había que atravesar un pasillo para llegar. De hecho, la casa de Gerard se había vuelto ya un reducto y era la tienda de antigüedades lo que dominaba casi todo el lugar.
No sabía qué clase de información podría encontrar, pero tenía que haber algo allí. Algo fuera de lo normal. Podía tratarse incluso de un asunto ilegal. Podía suceder que el solo hecho de poseer esa máquina fuera comprometedor para él. En ese caso, ¿debía arriesgarse a mirar? Sí, era mejor saber cuanto antes.
Eran cerca de las 2 AM cuando el señor Gerard se sentó con la computadora y buscó el botón de encendido. Le costó encontrarlo pero lo halló y lo oprimió.
En la pantalla aparecía un mensaje de bienvenida y a continuación una interfaz extraña en la que el señor Gerard no sabía cómo operar. Entre las diferentes opciones que figuraban allí, una decía “INGRESAR A SÚRÁ: SISTEMA ÚNICO DE REGISTRO DE ÁNGELES”.
–Los niños de hoy pierden el tiempo con estos juegos.
De pronto, un sonido se escuchó a sus espaldas. Algo se movió.
–¿Qué? ¿Un gato?
Se oyó un movimiento impreciso pero real. Alguien o algo estaba dentro del lugar y se movía entre las antigüedades de Gerard.
–¡Hey! ¡Fuera! ¿Eres un gato..?
Entonces, parte del sitio comenzó a resplandecer iluminado por luces destellantes.
–¿Qué..? ¿Hay fuego..?
–Sí, humano inservible, hay fuego aquí.
Aquella tarde de sábado en que se celebró el “Día del amor y la amistad” en la Ciudad, muchas personas estuvieron presentes.
La campaña publicitaria que fomentaba la participación de los ciudadanos había funcionado bastante bien. Y los comerciantes del lugar estaban particularmente interesados en la fiesta y en que el espíritu de la comunidad fuera bueno y recuperara su buen humor.
El señor Juan Gerard era uno de ellos.
Él no participó activamente de los festejos, pero estuvo haciendo acto de presencia.
Amargado, con su ropa descolorida y las manos en los bolsillos, se la pasó parado junto a un árbol mirando la celebración pero negándose a disfrazarse de corazón, de flor o de lo que fuese. Él solo estaba allí para apoyar.
La situación se desarrollaba con normalidad, con música, globos y pequeñas actuaciones en el medio de la plaza.
De pronto, se escucharon unos gritos.
Que alguien discutía pensó Gerard, pero no.
Una pequeña bestia corría por todos lados como animal, gritando y golpeando todo a su paso, empujando a las personas y dando vuelta las mesitas que encontraba a su paso con brutalidad. Nadie entendía qué sucedía. Una pequeña persona estaba alterando todo.
Y, a medida que corría por el lugar, dejaba caer algunas de sus cosas: su bolso salió volando por los aires y cayó por ahí. También volaron otros pequeños elementos y, lo más importante: la computadora también cayó sobre el césped de allí.
Gerard la vio y caminó hacia ella, se agachó y la escondió en su ropa. Inmediatamente volvió a su sitio original para no levantar sospechas y permaneció allí.
Pero el pequeño destructor de fiestas seguía corriendo y gritando sin entrar en razón, hasta que salió de la plaza y se cayó duramente sobre la vereda. Algunos vecinos indignados lo persiguieron. A otros, desinteresados, no les movilizaba perseguir a un niño y tratar de golpearlo mientras estaban vestidos con motivos alegres y festivos en alusión al amor.
–Sí, humano inservible, hay fuego aquí.
–Qué… ¿Quién eres?
Entonces, una figura surgió.
–Es… es… un… ¡un monstruo!
–Hombre insensato… Debes dejar de practicar la injusticia. Debes reparar tus errores.
–¿Quién eres? ¿Un demonio?
–Mira tus manos, mira tus pies, todo se quemará, todo lo quemaré si no reparas tus errores. Debes dejar de robar cosas que no te pertenecen. Debes dejar de estafar. Debes dejar de ser injusto. Debes ser… una persona mejor. O te quemaré.
–¿Eres…? ¿Eres la muerte?
–Seré tu muerte si quieres morir. Pero todavía puedes cambiar lo que has hecho mal, hombre tonto.
–¿Qué quieres..?
–Esa máquina no te pertenece. Jamás te perteneció. ¡Devuélvela a su dueño! ¡Es una orden!
–¿Se refiere a… la computadora?
–Devuélvela a su legítimo dueño.
Y después de decir esto, el extraño ser desapareció.
En otro punto de la ciudad, Max aguardaba la salida del sol.
Se había tomado la costumbre de moverse de día y descansar de noche, tal como la mayoría de los habitantes del planeta.
Adoptar parte de las costumbres del lugar era parte del entrenamiento de camuflaje para poder pasar desapercibidos en diferentes situaciones, lugares y épocas. Max no lo recordaba pero lo hacía intuitivamente y por sentido común.
Sería muy sospechoso que una persona extraña y pequeña caminara de acá para allá en medio de la noche. Sin embargo, de día nadie le prestaba atención.
Al llegar la mañana despertó también a Trixie para volver a la tienda del señor Gerard, pero el teléfono arrojó un mensaje:
LA BATERÍA ESTÁ POR AGOTARSE
–¡La batería! ¡Trixie! ¡Despierta, Trixie! ¡La batería del celular!
Trixie bostezó con gran pesadez.
–Ohhh… Buen día, Max… Estoy… ohhh… Estoy aquí para… oh, para ayudarte…
–Trixie, ¿cómo puedes dormir? ¿No eras un ente “arteficial”? ¡Como sea! ¡Se agota la batería! ¿Qué hacemos?
–Vaya, eso puede ser un problema para el uso de este dispositivo. Si el teléfono se queda sin energía no podré hablar contigo. Asegúrate de recargarlo cuanto antes.
–¡No puedo, Trixie! ¡No sé a dónde ir! ¡Aunque vuelva a la casa de la señora Marité, tal vez no llegaré a tiempo! ¡Te apagarás! ¡Necesitas más batería! ¡No te mueras!
–Lo siento mucho, amigo. Si este teléfono se apaga yo también lo haré. Quedarán en mi recuerdo los lindos momentos vividos junto a ti.
–¡No digas eso, Trixie! ¡Aguanta! ¡Aguanta un poco más! ¡Dame tiempo para buscar más batería! ¡¡¡Aguanta, amiga!!!
–Max… amigo… quiero que sepas que… todo este tiempo he sido feliz contigo… has sido un gran amigo… No te preocupes por mí, sigue tu camino, sigue trabajando duro para convertirte en un gran ángel… Y recuérdame como… como una buena amiga virtual… me despido…
–¡¡¡No!!! ¡No, amiga, no, quédate! ¡Quédate aquí! ¡¡¡Te necesito!!! ¡¡¡Vamos, niña, resiste!!! ¡¡¡Niña virtual, resiste un poco más!!!
–Me despido, amigo Max, pero recuerda que… puedes alcanzar tus metas… Sé valiente y ten ánimo… Adiós… Soy Trixie, tu amiga virtual, y estoy… bueno, estuve aquí… para… ayudarte.
RECARGUE LA BATERÍA
Y el teléfono se apagó.
–¡¡¡Nooo!!! ¡¡¡Trixieee!!! ¡¡¡Niña virtual!!! ¡¡¡No te vayas!!! ¡¡¡¿¿¿Por quééé???!!!
Max, el ángel, apretó el celular contra su pecho y soltó algunas lágrimas. Después lo guardó en su mochila y su expresión cambió.
–Iré a hablar con ese viejo. Tu muerte no será en vano, amiga. ¡Conseguiré mi objetivo!
Unos momentos después, Max, el ángel, pateó la puerta de la casa de Juan Gerard y fue en una misión suicida a hablar directamente con él, de una manera definitiva.
Max, el ángel, ingresó al lugar y empezó a llamar a Gerard, a exigirle que apareciera.
Lo buscó y lo buscó pero no lo encontró con facilidad. Tuvo que recorrer el pasillo que llevaba hasta la casa misma del señor Gerard y al entrar encontró al hombre sentado en la mesa, frente a un plato frío con fideos que no había tocado si quiera.
–Señor Gerard. Seguramente usted no me recuerda, pero soy aquel chico que…
–Sé perfectamente quien eres niño, ¡no estoy demente! Nos hemos visto muchas veces en estos días. ¡Y ya estás aquí otra vez! ¡Qué castroso eres! ¿Qué sucede?
–Eso nos ahorrará mucho en diálogos. Vengo por mi computadora. Es algo definitivo. No me iré de aquí sin ella. Usted me la robó, usted tiene que devolvérmela.
–Eso no pasará.
–Si continúa negándose tendrá que… que… (¿Qué puedo decir?) ¡Tendrá que luchar conmigo! Y le advierto que no tendré piedad solo porque usted sea un viejo mísero. Lo golpearé, haré lo que tenga que hacer. Usted decide.
–No puedo devolverte nada, chico…
–¡Pues entonces prepárese! ¡Póngase de pie! ¡Solo uno de los dos saldrá vivo de aquí! ¡No permitiré que mi amiga haya muerto en vano! ¡La vengaré!
–¿Tu amiga?
–Sí, mi amiga, Trixie. ¡Ella murió por su culpa!
–¿¿Quién??
–¡Trixie, la niña virtual! Era mi asistente “arteficial”, estaba en mi celular. Murió porque se agotó su batería mientras perdí demasiado tiempo discutiendo con usted. ¡Es su culpa!
–Bueno, si es una función de tu celular, puedes simplemente cargar la batería otra vez y ahí estará.
–¿¿En serio??
–Claro que sí, niño tonto. ¿Qué no sabes nada? ¿Acaso los de tu edad no son nativos digitales? ¡Dios, tanta tecnología para nada!
–¡Es que llegué al planeta hace poco! –repuso con una sonrisa inesperada.
–Je, eres gracioso, niño. En definitiva creo que me caes bien. Pero llamaré a la policía. No deberías estar aquí, sino en tu casa.
Gerard se levantó y tomó el teléfono de línea que tenía amurado a la pared.
–¿Aún cree que soy un niño como todos?
Gerard se relajó un poco también. Lentamente dejó el teléfono en su lugar otra vez y empezó a mirar a Max atento pero serio.
–No, por supuesto que no. No sé quiénes son ustedes, pero creo que deben resolver sus problemas e irse de aquí. Si ustedes son ángeles, demonios, monstruos o lo que sean, no me interesa, solo quiero que me dejen en paz. Está bien, cometí un error al llevarme esa máquina, ya lo entendí. Pero ya lo enmendé.
–¿Por qué habla de “ustedes”? ¿Ha visto a alguien más como yo?
–No como tú, pero sí he visto cosas. Solo váyanse, vete de aquí.
–Entrégueme la computadora y me iré. No lo molestaré más. Nadie más lo molestará.
–Te dije que ya enmendé mi equivocación. Ya todo está terminado. No es mi problema.
–¿De qué habla? ¿Dónde tiene la máquina? ¡Entréguemela!
–No. No puedo hacerlo, pequeño. Ya no tengo tu computadora.
–¿¿¿Cómo??? ¿¿¿Ya no la tiene??? ¡¡¡¿¿¿Qué hizo con ella???!!! ¡¡¡No me diga que la destruyó!!! ¡¡¡No me diga que la vendió!!!
–La arrojé a la basura. Ya no quiero más problemas.
–¿QUÉÉÉ?
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¡ESTE FUE EL CAPÍTULO DE MAX EL ÁNGEL DE HOY!
¡Sigamos adelante con Max, el ángel, en el siguiente capítulo!
EL PRÓXIMO CAPÍTULO DE MÁX EL ÁNGEL SERÁ: «RUEDAS DE BICICLETA»
¡HOLA!
Soy Sebastián Araujo, autor de “Max el ángel”.
Escribo ficción y fantasía y ya he publicado mis primeros libros
de relatos fantásticos.
¡Mi meta es crear una SAGA, un UNIVERSO NARRATIVO FANTÁSTICO!
Allá vamos, ¡¡¡a la aventura!!!
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¡Muchas gracias y que tengas un día fantástico!
Sebas Araujo
¡MAX EL ÁNGEL HA LLEGADO..!
(¡Y VENDRÁN COSAS PEORES..!)
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