El hombre de la playa me señala el camino para llegar al agua turquesa y cristalina de la que todos hablaban. Me da las indicaciones y muy amablemente se ofrece a acompañarme.
Di cuatro pasos y me vi sola en una enorme playa con un extraño.
Sentí como mi corazón se paralizaba.
Accedí sin darme cuenta de lo que estaba ocurriendo, llena de inocencia, de incertidumbre, de ausencia de dudas y al segundo repleta de ellas.
No pude correr. Sólo alcancé a suspirar y cerrar los ojos.
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