La pelirroja: Relato de una antiheroína

La pelirroja: Relato de una antiheroína

Inés Rensola

29/03/2018

CAPÍTULO UNO

Quedar guapa, lo demás no importa nada

Y ahí estaba la pelirroja, tan arreglada como nunca en su vida, con una orquídea en el pelo, un vestido largo de princesa, que a pesar de su esbelta figura le apretaba un poco en la cintura, y un maquillaje con el que ni ella misma se reconocía. La construcción tendría al menos 300 años y olía a polvo y piedra mojada. Los coloridos vitrales de unas largas ventanas que apuntaban al cielo filtraban una luz colorida con la que en algunas partes podían verse pequeñas partículas de polvo que jugueteaban en el aire antes de caer vencidas al suelo, como si se les acabara la vida.

Las estatuas de las vírgenes la habían seguido con la mirada de sus ojos grandes y misericordiosos y su amorosa y doliente sonrisa. Los ángeles también le sonreían y apuntaban con sus manitas como si quisieran dirigirla hacia otra dirección, hacia otro lado, hacia el camino atinado, el adecuado. Cuando no los veía, creía poder escuchar el sonido de sus risitas que se perdían entre los ecos de la inmensidad del lugar, entre el murmullo de los que estaban ahí reunidos, muy elegantes y atentos a lo que acontecía.

A pesar de los ventiladores, el calor comenzaba a subirle por la espalda, sabía que pronto explotaría en sus sienes y que tendría que recurrir a su pañuelo para limpiarse la cara, el maquillaje se arruinaría. Los pies ya los sentía hinchados. No se había opuesto a que Bob escogiera los zapatos, eran satinados, cerrados y puntiagudos, un verdadero capricho para la ocasión.

Sin embargo, ya se había cansado de estar arrodillada en el reclinatorio dispuesto frente a un altar en que lloraba un cristo clavado a una cruz, al que no le tuvieron piedad. Nadie tendría piedad por ella si decidía pararse en ese momento de concentración plena durante la consagración, tenía que aguantar como bien había aguantado el hijo de Dios.

Ignorando las palabras del sacerdote, sin darse cuenta, comenzó a cuestionarse cómo había terminado ahí y, por más que lo intentaba, no podía hacerse a la idea de que ese fuera el final feliz de esa historia suya que había comenzado casi como un juego, el día que decidió ver de qué trataba ser sugar baby. ¿Acaso el cuento de hadas de mujer desamparada que encuentra a un adorable príncipe azul que la saca del fango de su propia realidad era algo que le podía suceder a ella? ¿Había sido su realidad tan fangosa entonces?

La ceremonia había concluido, los novios eran ahora esposos unidos por la sagrada palabra de Dios y era momento de festejar. La novia sonreía con esa sonrisa abierta y asentada tan practicada anteriormente para simular felicidad y unos ojos fríos perfectamente delineados que aún no habían derramado ni una sola lágrima negra de amor. El novio, rebosante sacaba el pecho como ave orgullosa.Era momento de extender sus alas para abrazar a los invitados que se arremolinaban para felicitarlos y desearles amor por los siglos de los siglos.

****

Sus amigas la habían animado. Tener una cita a ciegas no era tan mala idea. Conocer a alguien más con la rasposa posibilidad de llegar a un acostón en cuestión de horas, parecía no estar tan alejado de sus deslices de fin de semana. Ligar casi en cada una de sus salidas nocturnas a bares y discotecas era su deporte favorito. La rutina era siempre la misma, hablaba con ellos entre copas, ladeaba la cabeza frecuentemente, se acariciaba las puntas del pelo y lanzaba carcajadas como si de verdad estuviera frente a un hombre que podría satisfacerla.

Después de unos besos y apretones de nalga, y más frecuentemente de lo que se atrevía a aceptar, terminaba en la cama con alguien que jamás volvería a ver, recordar su nombre o siquiera su rostro. En su memoria borrosa y tambaleante recordaba a veces solo algún detalle como una barba partida, el penetrante olor a una loción combinada con alcohol sudado o alguna destreza especial de seducción —o en su triste defecto— la incompetencia de algunos.

En realidad para la pelirroja las únicas diferencias del encuentro de esa noche se basaban en dos cosas: la primera estaba relacionada con su aspecto físico y mental. En vez de conocer a alguien medio pasada de alcohol, con el rímel corrido y el olor a cigarro en su ropa, esta vez ella portaría un atuendo impecable y maquillaje perfecto y estaría completamente sobria al momento de encontrarse con el ejemplar de la noche.

Aunque quizá cambiaría el último punto, tomaría una cerveza mientras se daba un baño de tina…No, mejor un vodka para no oler a alcohol, vodka con jugo de naranja y hielo. Era tan solo para relajarse un poco. La segunda diferencia es que en este caso ya sabía dos detalles de la persona con quien se encontraría: se llamaba Bob y era millonario.

La pelirroja llenó la tina casi al tope, le echó un buen chorro del lujoso baño de burbujas que su prima le había regalado en navidad, encendió tres velas aromáticas, puso su lista preferida de cantantes femeninas de pop que comenzaba con Lilly Allen en su iPhone y colocó dos toallas sobre el radiador para que estuvieran calientitas al salir, como hacía su madre con ella cuando era una niña. Por favor, que nadie la molestara, les pidió a sus tres compañeros de piso y buenos para nada: Tim, Kath y Laura.

Se zambulló en un baño demasiado caliente que poco a poco le puso la piel del color rojo encendido de su pelo. Con tanto calor las pecas se le borraron. Pronto las gotitas de sudor recorrieron su frente y nariz como si acabara de terminar una sesión intensa de cardio y cuando rodaron junto a sus orejas alcanzó una toalla para no sentirse tan incómoda. La pelirroja no podía evitar darse baños tan calientes aunque la agotaran y la acaloraran en vez de revigorizarla y refrescarla aunque fuera incluso antes de una cita y una noche larga. También sabía que una ducha fría le habría sentado mucho mejor a su piel para mantenerla radiante y firme.

Sin embargo, era como todo en la vida de la pelirroja, solía sucumbir a los placeres inmediatos a pesar de sus consecuencias sin reflexión alguna. Le parecía más fácil y preferible que darle vueltas a las cosas, tratar de convencerse de los beneficios de hacer lo que se considera correcto, limitarse y enfrentarse al arrepentimiento de no haber aprovechado las oportunidades que nos da la vida del disfrute a través de los sentidos.

Definitivamente leer un libro no sería una opción, estaba demasiado nerviosa para eso a pesar de sentirse un tanto noqueada por el calor. Tomó su celular metida en la tina, ignorando por completo las posibles desastrosas consecuencias si este se le resbalaba al agua, y revisó su cuenta de Facebook, para tratar de despejarse la cabeza y a pesar de que casi siempre solo la dejaba más enrollada. Le chocaba admitir que ver tantas noticias felices de sus contactos en las redes sociales le causaba desasosiego.

Todo parecía ir siempre tan bien en Facebook que ver malas noticias era cosa rara. Y si de repente se encontraba con algunas, le parecía patético que se buscara la conmiseración de otros haciendo públicas las penas y malos ratos y más aún que los afligidos se conformaran con likes, caritas tristes y mensajes escritos muchas veces más por ser producto del mero chisme que por sincera compasión. A veces casi se sentía obligada a hacer clic aunque fuera en algún emoticono para demostrar su gusto hipócrita por cualquier actualización de perfil que hicieran sus amigas —porque amigos no tenía muchos— con respecto a sus viajes, compras, salidas de fin de semana y novios, entre otras muchas trivialidades.

Ver las noticias no era opción, no era el momento y qué flojera, prefería leer tan solo lo necesario para no estar completamente desconectada de lo que acontecía en el mundo. Dejó su iPhone sobre la taza de baño y tomó una revista de moda de las muchas que entre ella y sus compañeras de piso habían apilado en una cesta que fácilmente se alcanzaba tan solo estirando el brazo desde la tina. Tampoco le hizo bien. Ver los alucinantes cuerpos editados con la última versión de Photoshop de modelos luciendo atuendos sexys y atrevidos le hacía ahondar en sus propias inseguridades.

¿Podría verse atractiva esa noche? ¿Sería capaz de demostrar que era realmente sexy? ¿Tendría que adoptar actitud de mujer fatal, de mujer seria y culta o de niña bien? ¿Qué ropa iría mejor con cada una de las opciones? ¿Remarcaría en su cita que el inglés es su lengua materna pero que el español lo hablaba igual de bien? No estaba segura, porque podría fácilmente arruinar el comentario si se le salían sus desafortunadas pericias relacionadas a los hombres, fiesta y alcohol en sus múltiples visitas a Ibiza y después de todo, quería causar una buena impresión en Bob.

Salió del baño más rápidamente de lo acostumbrado. Se enrolló una toalla en la cabeza en forma de turbante y otra en el cuerpo y se lavó los dientes, tomó su iPhone y la botella de jabón de baño de burbujas para llevarla de regreso a su cuarto —no fuera que sus compañeros de piso que nunca dejaban sus artículos de baño de buena calidad la usaran— y cruzó la sala donde Kath, de pelo morado con visos azules y cuerpo abundante, acostada en uno de los sillones viejos y sucios cubiertos con sábanas de colores oscuros, pretendía pasar su viernes: frente al televisor con tres cajitas de plástico de comida china para llevar y una botella de vino blanco para ella sola. Intercambiaron una risita automática apenas volteándose a ver y la pelirroja subió las escaleras de madera pintadas de un blanco resquebrajado que parecía más bien gris, deslavado y mugriento.

Llegó a su a habitación y comenzó a vaciar el armario y cajoneras a contrarreloj. Sin darse cuenta, en media hora logró sacar más de la mitad de sus cosas y todo quedó esparcido en la cama y el piso; se probó cinco atuendos diferentes aunque terminó con el primero en el que había pensado desde el momento en el que supo que tendría la cita de esa noche. Sabía que su vestido morado era la mejor opción. Con él y unos tacones altos que le ayudaran a resaltar sus pantorrillas, podría lucir sus piernas que aunque muy delgadas, consideraba bonitas.

Además, le ayudaba a marcar la esbelta y curveada figura de su torso y, con un buen sostén, realzaba tanto sus pechos firmes y redondos que daba la impresión de duplicar su tamaño. Sus hombros huesudos y pecosos los taparía con los holanes que caían hacia la mitad del brazo, porque nunca le habían gustado. Se puso desodorante y la ropa interior negra con encaje rosa que tanto le gustaba y se perfumó el cuello, las muñecas y los calzones ya puestos.

Comenzó a alisarse el pelo con la secadora y un cepillo redondo y muy grueso, tarea que le tomaría casi una hora porque no solo tenía una abundante melena, sino que además le llegaba a media nalga y no le gustaba el efecto sin vida que le daba la plancha. Había planeado todo perfectamente para que le diera tiempo de arreglarse con calma, como según ella lo hacía, a pesar de su comportamiento un tanto frenético. La tarde completa así como la noche, estarían dedicadas a su cita a ciegas. Una vez con el pelo lacio se hizo una cola de caballo tan alta como pudo a la que agregó graciosos rizos en las puntas. El fleco lo peinó hacia un lado y con un poco de aerosol se lo abultó para darle volumen.

La elegancia no era su fuerte pero tenía pinta de hada alegre y curiosa. El maquillaje le tomó otra media hora, pues se puso pestañas postizas tan densas que los párpados parecían pesarle una tonelada. El toque final fue un rojo carmín en los gruesos y alargados labios que le darían a su amplia boca el estelar de la noche. Cuando se vio al espejo con el trabajo terminado, la pelirroja creyó por unos segundos que se veía guapa, sexy, perfecta para la noche. Pero en ese momento el fantasma de su antigua fealdad le recordó incómodamente el humillante sufrimiento de su infancia a causa de su aspecto físico. Su pasado era el cliché de la niña fea.En el colegio nunca dejaron de hacer comentarios por sus gruesos y anticuados lentes, piernas flacas, pecas y sobre todo por su pelo rojo.

Ella era roja, roja y con puntitos como una fresa, roja como las hormigas rojas, roja como la salsa de tomate, roja como una langosta, roja como si estuviera siempre quemada, sudada, avergonzada. Pertenecía al grupito de las feas, de las que nunca tuvieron novio en la secundaria y de las que en la noches que sus compañeras iban a fiestas de adolescentes y discotecas tenían que conformarse con pijamadas con una o dos niñas que terminaban siempre hablando bajito hasta la madrugada sobre sus fantasías con los chicos, esos seres tan míticos e inalcanzables que no las pelaban.

Pero, como suele suceder, un día la pelirroja creció y se convirtió en una mujer con acceso a cualquier número de remedios, menjurjes y accesorios para disimular, maquillar y convertir sus defectos en virtudes. La televisión, los espectaculares, las revistas de moda, el cine y el internet se encargaron de alimentarla de millones de imágenes de mujeres inocentes, experimentadas, atrevidas, tímidas, vestidas y desvestidas, decentes e indecentes, con alma de leonas y corazón de ovejas. Todas eran guapas, sexys y sobre todo dispuestas, siempre dispuestas como plato sobre la mesa. Todas eran pelirrojas.

La pelirroja pronto aprendió a verse tan guapa como sus atributos y su cartera se lo permitían. No gastaba en ropa, gimnasio y artículos de belleza más que la mujer promedio londinense, aunque se cubría diariamente la piel con protectores solares especiales para pieles sensibles, siempre del número 50 y su pelo sí requería de algunos minuciosos cuidados. Compraba los mejores productos para darle más brillo y sedosidad y acudía al menos una vez al mes al estilista a despuntárselo y teñírselo de un rojo más intenso que el suyo, un rojo sangre pasión, según decía alegremente cuando le preguntaba el tinturista qué tono quería. Por suerte, el aceptable éxito en su trabajo como agente de bienes raíces le permitía embellecerse tanto como sus propios estándares se lo exigían, gastando lo necesario. De algo tendrían que valer esos esfuerzos. Esta noche no cedería hasta convencer a Bob el millonario de que efectivamente, era por lo menos, linda.

SINOPSIS

Que sea pelirroja es todo lo que Bob el millonario pide y lo que con el dinero consigue. ¿Pero qué mujer es solo eso aunque ni ella misma lo sepa? Esta es una historia exagerada del epítome de las relaciones amorosas en las que se busca todo y no se da todo por nada. Es un relato de amores desalmados cargado de lujos, viajes e indulgencias que tiene la esperanza de rescatar a un personaje aparentemente insalvable.


                            

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS