El mago abrió os ojos y esperó un rato, escuchando para certificase de que ya no llovía. Luego descubrió la cabeza e incorporó el torso apoyando el codo izquierdo. Después, inhaló el aire profundamente, comprobando que estaba solo en la oscuridad. Había hechizado su capa para que lo guardara de la lluvia nocturna.
Hacía ya algún tiempo que había dejado de llover y el cielo descampado. Hasta se podía ver a la luna en su fase final de creciente, pero las gotas seguían resbalando por las hojas limpias para justificar la teoría de la gravedad de Newton.
Era normal este tipo de tormenta, que llegaban de forma inesperada y que podía durar de quince minutos a dos o tres horas. Las masas calientes se encontraban con las masas frías, a cualquier hora del día o de la noche y de este encuentro se producían tormentas feroces, naturales de la estación del verano.
Se puso en pie con desgana y con su capa en la espalda, Salazar se acercó a las piedras que rodeaban, lo que antes había sido una hoguera, se agachó y tocó la madera. “Mojada —se dijo—. Calia bum briag.” Los pequeños trozos de madera se retorcieron para sacar el agua. Momentos después, salió una chispa que fue avivada con el aliento del mago. Un humo perezoso y bailarín subía rumbo al cielo y un calor agradable le reconfortó. “Así está mejor.” Cuando las llamas lamían los troncos ya rojos, colocó un artilugio con agua en el fuego e introdujo unas cuantas hojas que había sacado de su alforja.
Con el desayuno en marcha, Salazar se incorporó y se esperezó prolongadamente. Después miró su alrededor en busca de algo, pero las llamas no daban suficiente claridad. Se encontraba en lo alto de una montaña, desde donde podía divisar gran parte de los bosques de aquellas tierras y aunque, sumida en una densa niebla, le permitía ver las copas de los árboles adultos, alzando sus ramas hacía el cielo, que comenzaba a clarear, como todas las mañanas, ofreciendo un espectáculo de colores.
El agua de la lluvia había limpiado el polvo de las hojas y también del aire, dejando un predominante olor a tierra mojada. La niebla, subía rápidamente de los charcos a causa de la alta temperatura del suelo y el cielo exhibía un azul oscuro, que iba suavizando el tono a cada segundo que pasaba. En el horizonte, una mezcla entre el azul y el rosa dejaba definir el final del cielo y el comienzo del océano, que se veía más allá de los árboles. Luego llegó el color amarillo, adquiriendo fuerza hasta llegar al color dorado del Astro Rey.
Aquella era una hora mágica, donde todo era silencio por breve momento. Los animales nocturnos se retiraban a sus madrigueras, mientras que los diurnos comenzaban a despertarse, para transcurrir un día más de sus vidas rutinarias. Era el momento perfecto para realizar cualquier patraña, si uno se propusiera.
Era normal encontrarse con alguna bruja o mago realizando sus pócimas o hechizos en el momento mágico. Momento este en que, las puertas de los mundos se alineaban, permitiendo la libre fluctuación de la magia infundada y poderosa.
Salazar alzó la mirada y vio cuando dos seres de gran tamaño surcaron el espacio, rumbo a la montaña más alta “Opinus”, donde estaba la morada del viejo “Tempus”. Sin más demora, se dispuso a desmontar el campamento, pero un leve ruido en su espalda activó su sensor de defensa y guardia. Se enderezó muy lentamente y sin voltearse saludó al elfo mayor, Afarel, que llegaba con sigilo.
—¡Buenos días, hechicero! —respondió el elfo—. Hoy es el gran día…
—Sí, así es —dijo Salazar sacudiendo su capa al aire para quitar las hojas y el barro, luego se acercó a la pequeña hoguera ya en ascuas—. ¿Te apetece un té?
El elfo se sentó en un tronco caído y aceptó gustoso la humeante taza que le ofrecía el hechicero. La cogió con ambas manos y sopló antes de llevarla a los labios y saborear el líquido caliente y dulce del interior. Salazar lo imitó, sentándose a su lado con otra taza en la mano.
Después de degustar el té en silencio, el elfo sacó su pipa, la preparó y la llevó a los labios. Mientras tanto, el hechicero volvió a la tarea de guardas sus cosas.
—Debemos apresurarnos, Afarel —dijo Salazar al coger su bastón del suelo—. No vaya ser que seamos los últimos en llegar…
—Tranquilo hechicero —dijo el elfo soltando una bocanada de humo—. Ayer, cuando salí de mi aldea, pasé a los licántropos. Aún están muy lejos y tardaran unas cuantas horas para llegar aquí. Para cuando lleguen, ya estaremos llegando a la morada del soberano.
Salazar asintió con la cabeza y pronunció un hechizo que devolvió las piedras que rodeaban las cenizas a sus sitios y un viento arrastró los restos, dejando todo sin cualquier vestigio de su estancia. Luego los dos amigos se adentraron en el bosque, disfrutando de la melodía que entonaban los pájaros. Hablaron de la tormenta de la noche anterior y los estragos que había dejado a su paso. Ya habían caminado unos dos kilómetros cuando el hechicero decidió que era el momento de apresurarse tomando un atajo.
—Debemos darnos prisa —dijo al elfo que caminaba a su lado.
—¿Cómo pretendes llegar con rapidez? —preguntó el elfo con curiosidad.
Salazar paró y miró hacia arriba. Examinó la dirección de la brisa y solo entonces miró al elfo a su lado.
—Puedo usar el viento a mi favor. Iré por aire. Imagino que tú, amigo mío, irás por tierra.
—El bosque es mi casa y mi hábitat, hechicero…
El mago asintió y se preparó para pronunciar un hechizo. Las palabras salían de su boca como una nana que se repetía en un estribillo eterno. “Eternun solevatus cronomutus.” De repente, entró en un estado catatónico.
Afarel vio como las piedras alrededor del hechicero comenzaron a temblar para luego levitar a dos cuartas del suelo. Al momento siguiente se transformaron en polvo, entrando en un movimiento giratorio que adquiría velocidad a cada segundo que pasaba, mientras, el hombre seguía con el arrullo. En cierto momento, también su cuerpo entró en movimiento, girando sobre su propio eje y fue suspendido a treinta centímetros del suelo, adquiriendo la consistencia de un remolino. Solo entonces, comenzó a desplazarse por entre los árboles y arbustos, ganando cada vez más velocidad y también altitud, hasta llegar por encima de las copas de los árboles más altos.
Cuando Salazar salió del campo de visión del elfo, Afarel también se puso en marcha. Con sus movimientos graciosos y ágiles como es común en la naturaleza élfica, caminaba por entre la vegetación sin detenerse por nada. Ni un tronco caído, ni un desfiladero, ni un río crecido por las aguas de lluvia lo paró hasta llegar a los pies de la montaña “Opinus”. Luego minoró su marcha y subió la montaña con pasos tranquilos para recuperar las fuerzas, ya que la subida era predominante. Un camino arduo entre malezas con espinas, que dificultaban el paso hacia adelante y hacía arriba. El sol de la mañana calentaba más en aquel suelo árido, lleno de piedras sueltas.
En la cima, una terraza con suelo de mármol blanco, columnas de piedra tallada y arcos dorados, ya les esperaban algunos seres mágicos como las arpías, el dragón mayor y algunos ángeles. Luego llegaron el centauro, haciendo resonar la piedra blanca bajo sus cascos limpios, el ogro con su andar tranquilo y el sátiro, saltando en su forma graciosa.
Cuando un remolino de polvo descendió, en la entrada de la terraza, el aire tranquilizó y las partículas, de lo que antes había sido piedras se disiparon, apareció un hombre. El hechicero sacudió su ropa y entró en el recinto con todas las miradas dirigidas hacia él. Escrudiñó los huecos vacíos, de ambos lados del largo pasillo. Después de un tiempo prudencial, dio un primer paso hacia adelante y siguió decidido hasta llegar al final, donde aún había sitios vacíos. Decidió ocupar el que estaba a su derecha.
El hueco era como una celda sin paredes. Más bien un metro cuadrado de piedra blanca, delineado con una fina línea que adquiría brillo con la claridad.
Salazar se sentó en el suelo y cruzó las piernas. Luego cerró los ojos y entró en estado de relajación para descansar y recuperar sus fuerzas, ya que, la había usado en muchos hechizos a lo largo de su viaje.
Afarel fue el siguiente en legar. Así como el hechicero, el elfo paró en la entrada de la terraza, examinó los huecos ocupados y también los vacíos. Vio a Salazar y se decidió por el hueco que estaba a la izquierda del pasillo. Caminó hasta casi el final y ocupó el hueco, quedando frente a frente con el hechicero.
El enano fue el siguiente. Llegó y entró en el recinto sin cualquier preocupación, ocupando el espacio al lado del dragón.
La mantícora llegó a la vez que la esfinge, seguida del Pegaso y el unicornio. Todos fueron ocupando los huecos vacíos.
En una cascada cercana se escuchó un chapuceo. Era una bella ondina en representación de los pueblos acuáticos.
Una brisa sopló y de repente se hizo un breve silencio y al principio del pasillo apareció un ser tenebroso, tapado con una capa negra. Como una densa masa del color oscuro, el “Sombra” entró en el recinto. Se deslizó hasta el hueco vacío más próximo a la salida que se encontraba al lado izquierdo.
No tardó en llegar el Cancerbero, la banshee mayor y la sílfide.
Todos los presentes querían hablar y ser escuchados por los demás. Así pues, había un aullido de voces, gritos, trinos, graznido, cacareo, bufido, gruñido… puesto que ni todos hablaban el mismo lenguaje.
Un anciano, vestido con una túnica blanca, entró en la terraza. En la mano, un bastón le servía de tercera pierna cuando caminaba con sus pasos indecisos y lentos. Lo escoltaba dos seres de dos metros de alto cada uno, de constitución fuerte y atlética. Sus rostros eran como espejos que reflejaban el propio sol. De sus omóplatos nacían dos enormes alas de plumaje blanco y suave. Eran tan grandes como los propios seres y las últimas plumas iban barriendo el suelo a su paso.
Atravesaron toda la terraza, por el único pasillo central hasta llegar al otro lado, donde había un único asiento, ya custodiado por otros dos grandes seres. A diferencia de los acompañantes del viejo, el plumaje de sus alas era del color negro como el azabache.
El anciano tomó asiento. Se notaba la fatiga en su respiración, por el esfuerzo de llegar hasta allí. Parecía tener un siglo de existencia, con su melena larga y blanca, que se unía a su barba en las mismas condiciones que su cabello. Estuvo en silencio largo rato. Después de un tiempo prudencial de descanso y espera, miró a los presentes que habían perdido el interés en mirarlo y volvieron al alboroto, ignorando, incluso, su presencia.
Otra vez, hubo un momento de silencio cuando, los presentes se percataron de la presencia de un enorme lobo negro en la entrada. Se veía que había venido corriendo, pero al toparse con la mirada del anciano, se paró súbitamente. Desde donde estaba, saludó al viejo con un leve movimiento de cabeza y dio un primer paso hacia adelante, luego otro y otro más. A cada paso, iba adquiriendo su forma humana hasta llegar al lugar que le correspondía o que estaba vacío. Era un hombre de mediana edad, robusto, con ojos negros y penetrantes, con dientes blancos y la melena atada en una coleta. Se colocó al lado del enano.
Una vez ocupado su sitio, el licántropo dejó de ser tema de interés y los presentes volvieron al bullido hasta que una voz tronada hizo callar a todos, incluso a los insectos.
—Vamos dar inicio a esta reunión —tronó el viejo desde su asiento—. Les he reunido aquí para definir el futuro de todas las especies. Como podéis saber, ahora somos muchos y debemos ser conscientes y consecuentes de este hecho.
Su voz, era la de un anciano cansado, pero, su fuerza era de le un trueno cercano. Todos le entendían, aunque nadie sabía, a ciencia cierta, cuál era su idioma original.
—¿Qué tenéis en mente, soberano? —se atrevió a preguntar el licántropo.
—Koliuns, la paciencia es una virtud. La cual admiro mucho. Me pides las respuestas antes que se plantee la pregunta. Primero tendremos que estudiar las causas que nos trajeron hasta aquí. Luego escucharemos todas las ideas. Sopesaremos todas las posibilidades. Y solo entonces podremos decidir por la opción más adecuada y beneficiosa para todos —le contestó el viejo.
—Todos sabemos el porqué de esta reunión, soberano —dijo el dragón—. Solo necesitamos la solución para tal problema.
En la presencia de “Tempus”, todas las especies se entendían y sus instintos naturales, aun los más fieros, se mostraban tranquilos y pacíficos.
—Pues si tenemos que presentar ideas, aquí va la mía —espetó Koliuns—. Propongo que compitamos, uno de cada especie y el que sobreviva será el portador de la “Piedra de la Sabiduría”.
Koliuns era el licántropo mayor, señor de su especie. Era un ser directo. Nunca solía dar vueltas al asunto, sino que iba directamente a la solución, que, casi siempre era por la fuerza.
—Koliuns, no estamos aquí para decidir quién heredará la “Piedra de la Sabiduría”, sino que, el problema va más allá de su posesión y guardia —respondió el anciano.
Otro bullido de desaprobación entre los presentes.
—Somos fuertes, pero no podemos enfrentarnos a un dragón —puntualizó una de las arpías con una voz trinada.
—Y nosotros no nos enfrentaremos a los ángeles —espetó el dragón—. Ni al unicornio.
El anciano, cansado de escuchar las habladurías y manifestaciones de los presentes, levantó el brazo derecho y un rayo cayó en medio del recinto, asustando y callando a todos.
—¡Callaos todos! Ya nadie hablará hasta que yo ordene —dijo el viejo con tranquilidad—. Soy el responsable de que estéis aquí. Soy vuestro creador y como tal, puedo destruiros como hormigas, pero quiero daros la oportunidad de la supervivencia. En el principio, éramos pocos, pero carecíais de sentimientos. Decidí daros sensaciones y reacciones a estas emociones. Pudisteis sentir dolor, odio o amor. Crecisteis, amasteis y reprodujisteis. Ahora, este mundo está demasiado pequeño para los muchos que somos. Necesitamos una solución. No quiero destruir lo que tanto tiempo he tardado en crear.
Silencio entre los presentes. Desde su llegada a la terraza, Salazar se mantuvo en estado de relajación, aunque era consciente de todo lo que pasaba a su entorno. Y el elfo, Afarel, seguía fumando su pipa, en silencio y a modo pensativo.
Las arpías susurraban entre sí. El dragón observaba a los demás. El enano, jugueteaba con su martillo, como quién no está interesado en lo que se trataba allí.
De repente, los cuatro ángeles que custodiaban al anciano, abrieron sus alas sobre el viejo con la única intensión de protegerlo del licántropo que había abandonado su cuadrante y se dirigía a ellos a grandes zancadas.
—¡Dejadlo! —ordenó “Tempus”.
Los ángeles volvieron a plegar sus alas y esperaron. Eran conscientes del infinito poder del soberano, que podía defenderse con solo mover un dedo. Pero también eran conscientes que habían sido creados para aquel fin, proteger. No solamente al creador, sino que a quién les era ordenado y merecedor de su protección.
—Sí, eres nuestro creador —comentó Koliuns con habla tranquila, como quien habla con un niño—, pero esto no le da el derecho de tratarnos de esta forma. No somos juguetes, de los cuales, una vez que te cansas, puedes apartarnos a un lado. Con esta actitud estás excitándonos a iniciar una guerra por la supervivencia del más fuerte. Como comprenderás, no voy a permitir que nada pase a mi especie.
—Koliuns, no sois mis juguetes —explicó “Tempus”—. Sois mis creaciones, mis hijos, todos y cada uno de vosotros. Y lo que más me fascina, es la capacidad de reacción. Esto es sentimiento. Habéis evolucionado.
—Pues, pido, por favor, una solución urgente. Nuestras hembras están a punto de parir. Y no hablo solo de las de mi especie, sino las de todas. Los elfos tienen muchos niños en su clan. Los enanos, con su constitución humana, tienen un hijo por año.
—Soy consciente de la gravedad de la situación, Koliuns —dijo el viejo—. Por esto estamos aquí. Necesitamos, entre todos, hallar una solución urgente.
Salazar, por primera vez, se movió. Salió de su estado de relajación y se puso en pie, atrayendo todas las miradas.
—Tal vez —comenzó él—, la solución esté en dividir las especies.
—Salazar, las especies ya están divididas —dijo el centauro con ironía—. ¿Por qué sino nos iba a crear de diferentes formas y características?
Kiro, a pesar de la brutalidad de su mitad caballo, hacía muy buen uso de su otra mitad, que era la humana. Era muy sociable y tenía como norma, respetar a todo ser viviente, aunque tenía su parte divertida, o esto pensaba él. Era un humor negro que solo pocos comprendían. También era un excelente guerrero.
—Todos somos diferentes, Kiro —explicó Salazar, a su vez—, incluso los de la misma especie. Yo, sin embargo, me refería a los territorios. Tal vez, en mundos distintos…
—Esto no puede ser, Salazar —dijo el dragón—. Nosotros nos alimentamos de animales…
Sinopsis
En esta entrega, (segunda parte de una trilogía), conoceremos el principio de toda la historia, la creación de los muchos mundos paralelos y sus diversos habitantes. También conoceremos cómo surgió el reino de Pesunia en un mundo mágico, sus primeros Reyes y los muchos personajes que te llevarán de un mundo a otro viviendo aventuras, entablando amistades entre especies y valores añadidos.
Una historia fantástica, ambientada en la imaginación de cada ser humano, tan necesaria para recordarnos que, aún no está todo perdido y que con confianza y perseverancia, se puede llegar a la meta de forma victoriosa.
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