Don Cheo, el vendedor de paletas

Don Cheo, el vendedor de paletas

Elisa Juárez

07/05/2024

Don Cheo, el vendedor de paletas.

Inolvidable el sabor de la exquisita paleta de piña que siempre le pedía a don Cheo al salir de la secundaria, se veían los trocitos de piña, creando un mosaico claroscuro amarillo, que lentamente se iba deshaciendo entre mordidas y sorbos, para al día siguiente; repetir la misma hazaña.

Don Cheo era muy conocido por la gente, se puede decir que por generaciones, puesto que platicaban mis papás que de su infancia llegaron a comprar de sus paletas. Cuando yo estaba en la preparatoria seguí observando cómo los niños, alegres, salían a comprar su paleta, las había de piña, limón, fresa, mango, guayaba…. El amable vendedor de paletas, disfrutaba su llegada, que incluso, cuando no tenían dinero, le entregaban en una bolsa, unos botes de aluminio que habían recogido en las calles durante la semana, a cambio de una paleta de las más grandes, es decir, diez latas vacías de refresco equivalía a una paleta.

—Ahora sí le voy a quedar mal don Cheo, no tengo dinero. ¿Pero sí me acepta las latas verdad?

—Trae para acá chamaco. ¿De qué sabor la quieres?— Dejaba la bolsa en una caja que tenía a un lado de su carrito.

—Deme una de mango— Le decía su especial comprador con los ojos iluminados, al mismo tiempo que le iluminaba una sonrisa en el rostro mientras recibía la paleta.

Ahora que estoy en la Universidad, lejos de mi ciudad, de vez en cuando me compro una paleta de frutas.

—Quiero una paleta de fresa

—Tiene que pagar primero—Me dice de manera no muy amable la vendedora, y me dirijo a la caja.

—Por favor cóbrese una paleta de fresa

— ¿de cuál de todas?, tenemos “Fresa nice” con lunetas, están las “Fresa happy” cubierta de chocolate.

—Sólo de fresa por favor

Éstas no se parecen a las de don Cheo, no sólo por su sabor, terminé con mis labios pintados del color de la pintura artificial que le ponen.

Desde la época de mis papás, don Cheo salía con su carrito de paletas blanco con las imágenes de las paletas que contrastaban entre sí, y al centro la tapa metálica cuadrangular que al levantarla parecía el espectáculo de un mago, en la que esperábamos se asomara sostenida con su mano cada paleta que se le pedía. De tez morena, ojos grandes expresivos y sonrisa amistosa, saludaba a todo el que se encontraba, se le distinguía su camisa bien planchada, deslavada pero sin arrugas, y por el sol que hacía a la hora de que salíamos de la escuela, se ponía una cachucha muy simpática de color café con dibujo de un elefante y una jirafa, se notaba a leguas que era de las que vendían en el zoológico de Morelia, aunque ya decolorada por su uso, pero sin dejar de ser atractiva para la vista de quienes se acercaban a comprar las deliciosas paletas.

Don Cheo emigró de un pueblo de Guerrero llamado Tetipac, junto con su mamá, cuando él tenía diecisiete años, allá en su tierra, de adolescente aprendió a hacer las paletas, estuvo trabajando en una pequeña paletería con su tío llamado también Cheo. Éste en un principio aprovechaba las guayabas que tenía de su cosecha, eran tantas, ques e le ocurrió hacer paletas con ello para vender, de ahí empezó a incorporar nuevas frutas. Él vivía únicamente con su mamá pues su padre se había ido a Estados Unidos y ya no supieron de él. Llegaban rumores a través de paisanos, de que ya tenía otra familia allá.

Cuando se casó decidió aquí en Morelia hacer su negocio de paletas; en un inicio con el apoyo de su tío y luego ya él sólo siguió su camino. A donde le gustaba ir a vender era una área agradable donde había varias escuelas cercanas entre sí, la secundaria federal número dos, y la primaria Jesús Romero Flores, las dos casi contra esquina, y no muy lejos de ahí, estaba el Zoológico de Morelia, eso le bastaba, ya tenía un lugar donde estar agusto vendiendo sus paletas y convivir con los niños a quienes a veces les llegaba a platicar con gran humor.

—Don Cheo quiero otra paleta.

—Órale guache, ¿ya te la acabaste? ¿Tú no eres de esta Era verdad?

—Por qué don Cheo.

—Pues es que tu paleta “era de hielo”.

Y todos se soltaban a reír. En otras ocasiones hacían apuestas, a quien veía que no le alcanzaba, sacaba una moneda y si le ganaban la apuesta dejaba que le pagaran con lo que tenían en ese momento, quién sabe cómo sucedía pero en estas ocasiones especiales, siempre ganaban la apuesta sus clientes.

Con el tiempo, don Cheo fue observando que estaban cerca de su lugar otros vendedores, tenían un carrito con colores llamativos, con un letrero que decía Bon Ice.

—¿Qué será eso?— me preguntó en una ocasión —¿Serán también paletas?

Veía que había más niños y gente caminando con su tira congelada de sabor.

—¿Cómo les llaman? ¿Bolis?— Volvió a preguntar.

—Sí, son bolis. Pero eso es pura pintura, pero no se comparan a las que usted hace.

Sabrá Dios que cochinadas comen, sonrió, ya no dijo nada y se concentró en destapar el carrito para despacharme, para luego cambiar de tema.

—¿Viste cómo perdió el Morelia?

—Ay Don Cheo eso ya ni me sorprende, esos Monarcas van de bajada. Cuando bien les va, empatan a cero goles.

—¡Qué poco optimismo! ¡Ten fe! quien quite y nos dan la sorpresa, llegan a la final y ganan la copa como en el 2000 contra el Toluca.

Con estos temas y otros, como de la política, de las fiestas de Morelia, o de la noticia local de ese momento, o supuestos, como el que había un túnel de un cerro de Santa María que conectaba a la catedral y que seguramente por eso se habían robado objetos de oro por allá en 1980, así entre otros acontecimientos. Don Cheo siempre estaba de ánimo, y se notaba la forma como disfrutaba cada conversación.

—¡Don Cheo! Quiero una paleta de piña— le dije en otra ocasión cuando decidí desviarme antes de ir al centro de la ciudad.

—¡Claro que sí! Aquí está.

—¿Cómo le ha ido?— pregunté mientras me acercaba la paleta para darle la primera mordida.

—Pues no muy bien, apenas saco para recuperar mis gastos y es que los bolis esos, ¿cómo se llaman? Bon ice, o algo así, los niños los pronuncian bien, esos son más baratos porque no están hechos de fruta natural, pero por sus colores no dejan de ser llamativos para los escuincles.

Eso sí, yo no voy a dejar de vender mis paletas, es mi profesión de cuarenta y cinco años y aún no me pienso jubilar— lo dijo con una sonrisa nerviosa.

Dos años pasaron sin yo poder regresar, pensaba en un postre y luego me venía a la mente una imagen de la paleta de piña; en cuanto estuve nuevamente en Morelia, no dudé en pasar por mi paleta y cumplir mi deseo, “es una oportunidad para saludar a don Cheo”, pensé.

Quise caminar por una glorieta, cerca del zoológico y lo vi a lo lejos; conforme me iba aproximando, notaba algo diferente, no entendía todavía muy bien, al llegar, cuál fue mi sorpresa, vi a don Cheo vendiendo bolis llevando puesta una playera de colores con letras grandes fluorescentes que decía: Bon Ice.

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