Capítulo 1. “Una necesidad ansiosa por nacer”.

-En sangre me bañaré, para bailar bajo las miles de almas que iluminan la obscuridad del infinito.- el capitán alentaba a los pocos soldados que sobrevivieron a la batalla junto a él. El pequeño grupo se escondía del ejército del clan Raig después de una exhaustiva batalla.

-No llores.- exclamó el capitán Lock al ver al soldado más joven del grupo. El pequeño se quitó su casco dejando ver su cabello alborotado y castaño. Aquel pedazo de metal que traía era uno que encontró en la batalla después de haber perdido el suyo, por lo tanto le quedaba grande y olía raro. –Sé un hombre y no llores. Moriremos, eso es seguro. Así lo desearon los creadores.- expresó orgulloso.

Viendo que el sufrimiento de este no terminaba, decidió acercarse a hablar con él, pero antes de decirle algo, escuchó un golpe que alborotó sus entrañas creyendo que habían logrado entrar. Descubriendo que era una falsa alarma, dejó su casco y espada en el suelo enseñando su rostro sudado y salpicado con sangre y tierra. -¡Ehm!- pensó, pues no sabía qué decirle a un niño para hacerle olvidar la situación. De pronto, a su memoria vino una vieja historia y a decir verdad la única que sabía por completo.

-¿Conoces la historia de nuestros poderosos magos?- sin recibir respuesta, le volvió a preguntar. -¿Si acaso sabes cómo se llaman?- asustado respondió el pequeño.

-Sí.- contestó borrando el llanto y limpiando sus lágrimas con sus manos, levantando sus oídos para prestar atención. –Sus nombres son Caelum, Ignis y Droner.- respondió.

-En efecto, pequeño. -Seres muy poderosos que, dice la leyenda, surgieron después de una explosión tan grande que brilló con la intensidad de un millar de soles. ¿Te lo imaginas?- el ruido detrás de esa puerta preocupaba cada vez más al capitán, sabiendo que no tardaría en ceder, pero tenía que continuar con la historia sintiendo un deber con el niño. -Después de ello, nacieron tres luces que sobresalieron del resto. Así, el universo vio nacer a la trinidad que creó todo lo que conocemos.-

Antes de seguir, escucharon las voces de más soldados que venían a ayudar a sus enemigos, provocando que golpearan la puerta con mayor intensidad. Viendo esto, Lock le preguntó.

-¿Cuál es tu nombre, pequeño?-

-Tantal, mi señor.- contestó aún asustado, la historia no le había sido de ayuda.

-Tantal, por supuesto. Sabes, te cuento esto, porque, así como en el nacimiento de los magos antes hubo destrucción para crear vida, nuevamente tendrá que suceder para que nuestro pueblo construya un mejor futuro. Las cosas no surgen de la nada.

Así que no le tengas miedo a la muerte, Tantal, porque la nuestra dará inicio a algo mayor y por más que intentemos escapar de ella, siempre llega a tiempo, sin demora ni retraso, y la desgraciada no va a esperar a que estés listo. Recuerda… esto es el principio de algo enorme.-

Antes de que Lock terminara, los soldados entraron. Su misión fue simple, exterminarlos. Como se esperaba, su entrada fue rápida y precisa, aniquilando a todos dentro del escondite. No dejaron a nadie con vida. Ni siquiera al pequeño Tantal que no pasaba de los dieciséis años.

La guerra es un lugar frío que muchos anhelan, pero en el momento en el que están ahí descubren que sus deseos traicionaron a su mente, llevándolos a un lugar sin misericordia. Este mundo en el que esta historia toma lugar se forjó bajo estas reglas absolutas, obedecidas hasta por el ser más pequeño que existe. Pero, se deben preguntar, ¿De dónde surgió todo esto? ¿Quiénes son Caelum, Ignis y Droner?

Bueno, antes les diré que la historia muestra algo más que la naturaleza asesina del hombre, sino también descubre la belleza en las tragedias. Entonces, sin más habladurías, comenzaré contándoles el resto de la historia que Lock le dijo a Tantal.

Las tres luces, llamándose a sí mismas como Caelum, Ignis y Droner, nacieron con poderes que cualquiera desearía. Conscientes de su existencia y de su habilidad, dos de ellos sintieron que su espacio carecía de algo pues a donde miraban solo había un negro dominador adornado por sutiles luces de diferentes colores que no hacían nada más que recordarles aquella deprimente obscuridad. Hartos, Caelum e Ignis siguieron un instinto que los obligó a construir y destruir todo aquello que los rodeara. Y así empezaron. De la nada, si es que se puede llamar así, los dos magos formaron bolas de tierra y fuego a su alrededor que, ante sus ojos, algo faltaba, ya que no eran más que cúmulos de masa sin motivo alguno. El vigor de las llamas que despedían los cuerpos era molesto para ellos, entonces Caelum descendió a este mundo en nacimiento soportando el inmenso calor y lo llenó de agua, contrarrestando la naturaleza del cuerpo. Después de mitigar las llamas, Ignis aterrizó sobre la masa de tierra junto a su hermano, dispuestos a seguir su instinto. Ahí, los magos descubrieron lo que podían hacer por su propia cuenta. Por desgracia, todavía sintieron la ausencia de algo, por lo que Caelum extendió sus brazos y llenó la inhóspita tierra de plantas, árboles, y demás usando lo ya creado. En poco tiempo, el mundo gobernado por el fuego y la noche se convirtió en un escenario, en su mayoría verde y alegre que, incluso para el tercer hermano, Droner, fue agradable; provocando que descendiera a la nueva tierra moldeada por sus hermanos, encontrando un lugar dónde poder descansar en comparación con el frío y lúgubre espacio que antes dominaba. Pero tanta paz para los otros dos no era lo que deseaban y sabiendo lo que podían hacer, se dispusieron a poblar este nuevo mundo con seres traídos de su imaginación a lo cual Droner no se negó, pero conocía bien a sus hermanos sospechando que no se detendrían con solo eso. Después de tan magnífico suceso, los dos magos iniciadores de ese mundo en el que ahora estaban parados buscaban a alguien que protegiera todo su trabajo y ese no sería Droner, a pesar de que aplaudía lo hecho por ellos, por extraño que eso fuera fuese, sabiendo que él no era así. Hasta ese día, sabían que él no se preocupaba por nadie más que por sí mismo, así que no podían esperar más de él.

Durante todo ese tiempo, Droner no hizo nada por ese mundo, pues su habilidad no estaba en el ingenio y la creación, y eso para Ignis y Caelum no era de importancia, ni mucho menos motivo de envidia; sin embargo, creían fervientemente que necesitarían de él de alguna manera en un futuro. En su soberbia, ignoraron el hecho de que Droner envidiaba las habilidades de sus hermanos, aunque siendo sinceros, el saber de ello no les hubiera sido de importancia, ya que, para ese momento era una carrera por demostrar quién era superior.

Obligados a encontrar algo que protegiera lo suyo, los dos magos siguieron con la creación de bestias, cada una más extraña que la anterior, y por extraño que fuese estas nuevas bestias eran de interés para Droner. Con cada prueba se alejaban más de lo que ellos añoraban, llegando a odiar lo que habían hecho, escondiendo ante sus creaciones su sentimiento de inutilidad. Fue entonces que Caelum decidió ir a descansar de su arduo trabajo, aunque agobiado e intranquilo por su pieza faltante, encontró una pequeña colina del vasto mundo, en la cual se sentó y apreció el panorama frente él, hallando no muy lejos un riachuelo, al cual se acercó viendo el agua correr sin preocupaciones y sin más prisa de la necesaria. Envidiaba eso; la facilidad con la que fluía sin nada que lo detenga, entonces, mientras concentraba su atención en aquel pensamiento, el agua se calmó mostrando el reflejo del mago de una manera que nunca había visto con tal claridad. Los detalles, la precisión, la simetría; todo eso lo inspiró, levantándolo de un golpe y corriendo en busca de Ignis creyendo haber encontrado la respuesta a ese vacío que lo atormentaba. Cuando su hermano lo vio, encontró en su él una sonrisa que hacía tiempo no le había visto. Caelum no tuvo que convencer mucho a Ignis para que accediese a esta nueva idea, así, los dos unieron sus poderes nuevamente para concebir lo que sería su máxima creación, llamado así por Caelum.

Y a pesar de que la intención del mago era buena, tan solo pudieron engendrar criaturas más extrañas que las ya creadas por Ignis, siendo este el nacimiento de bestias, llamadas después como pegasos, aves fénix, dragones y gigantes, siendo estos últimos lo más parecido a lo que Caelum aspiraba, sintiendo que estaba cerca de lograrlo. Así que, en un nuevo y desesperado intento, creó seres semejantes a él, pero, a pesar de su apariencia, estos carecían de algo que a simple vista los magos podían apreciar. Su mirada era seria y sin emociones, no sentían apreciación por nada y basaban sus acciones en instintos, sin diferencia alguna a cualquier otro animal. Creyendo que su problema era la soledad, crearon a miles de estos nuevos seres a quienes llamaron humanos, esperando alcanzar su cometido.

Pero, el tiempo pasó y la esperanza de ver algo mejor se desvaneció, decepcionando a sus creadores llenándolos de repudio. Entonces algo curioso e impensable pasó; Droner se enamoró de estos humanos creyendo que eran la mejor creación de todas las existentes. Por desgracia, solo él pensaba así, lo que llevó a Caelum y a Ignis a la decisión de exterminarlos junto con otras creaciones, encontrando en ellas no más que un rotundo fracaso. Cuando Droner se enteró de ello, fue a detener a sus hermanos dispuesto a enfrentarlos con tal de evitarlo. Fue así como la primera batalla entre magos se dio lugar en la historia, aunque sin resultar en ningún vencedor sino únicamente en un montón de destrucción. Al darse cuenta de que perdieron más de lo que podían ganar, fue Caelum quien dio el primer paso y le ofreció un trato a Droner. En este trato crearía una tierra para su hermano y sus criaturas con tal de que no regresaran y perturbaran la vida del resto, y de igual manera, ni él ni Ignis se entrometerían con ellos. A cambio, la condición fue que Droner los ayudaría con una nueva creación, pues Caelum estaba seguro esta vez de que con su ayuda conseguiría lo que tanto anhelaba. Sin pensar tanto en la jugosa propuesta, Droner accedió sin saber que era una trampa.

Existen momentos en los cuales queremos tanto algo que ignoramos a nuestro alrededor la ayuda que se nos ofrece, siendo ahí donde verdaderamente se encuentran las respuestas a muchas cuestiones. Y así, engañado como a cualquier mortal, Drones accedió sin buscar alternativas. La historia tampoco fue tan diferente para Caelum quien ignoró mucho, cegado por su ambición, impulsando el trato con Droner. El ego de Caelum era grande como su fuerza y pedirle ayuda era rebajarse, pero, era necesario pues estaba convencido, y al mismo tiempo desesperado, por alcanzar su objetivo. Entonces, los tres magos se reunieron para el gran evento. Hacía años que no se veían después de su devastadora pelea. El silencio fue incómodo, pero nada los detendría esta vez a pesar de sus diferencias. Dando inicio, se juntaron uno frente al otro y pusieron manos a la obra. Dentro del triángulo entre los tres hermanos, rayos azules cruzaron por los cuerpos de los magos danzando dentro y fuera de ellos como serpientes bajo la hipnosis de la música. De pronto, al centro surgió de la tierra un pedazo de lodo que fue golpeado por los rayos los cuales lo moldeaban golpe tras golpe. Después, una flama incineró el lodo, seguido de un fuerte viento que mitigó el fuego solidificando la masa. Pronto, la tierra fue bañada en agua, limpiando el cuerpo de esta nueva obra, dejando únicamente piel y huesos. Pero esto todavía no acababa, pues faltaba lo más importante y es que, todo lo anterior podían lograrlo Ignis y Caelum sin problemas. Ahora, entre los tres trabajarían para otorgarles a su creación diferentes habilidades que la harían única, empezando por Caelum quien lo bañó con su sangre dotándolo de resistencia y fuerza, para poder así defenderse a él mismo y a los suyos. El segundo mago, Ignis, con un pedazo de su piel los envolvió concediéndoles el resto de su cuerpo, brindándoles autonomía, y de esa manera armonizar con ellos mismos y todo aquel que los rodeara. Por último, Droner, que con un soplido de su aliento le obsequió la capacidad de razonar para poder comprender su propia existencia y su razón en la vida. Cosa que ni Caelum, ni Ignis fueron capaces de darles a sus anteriores creaciones. De esta manera, la tarea estaba hecha al fin, y la alegría de los magos demostraba el fin de una constante agonía.

A ojos de los magos, esta nueva obra sería llamada humano en lugar de los ya creados; y el primero de su especie se conoció como David por elección de Caelum tras ganar una apuesta con su hermano Ignis. Y tras la alegría y regocijo de los dos magos, hubo algo que no fue del agrado del tercero y es que, si esa cosa sería llamada humano, entonces, ¿Qué era aquello que él más apreciaba? ¿De qué manera ahora serían menospreciados sus hijos?

Burlándose, Caelum los llamaría falsos humanos, o Sonamuh, sabiendo la importancia de ellos hacia Droner. Con tal de terminar toda relación con sus hermanos, le pidió que cumpliera con el resto del trato, cosa que pasó aunque sin tener en mente que le había tendido una trampa pues el mago Caelum creó la tierra lo más lejana posible de la suya, separada por kilómetros y kilómetros de mar, además que la construyó con mucho menos de la mitad de área y vegetación, dejándoles un lugar imposible de habitar, todo eso con la intención de matarlos uno por uno y tras el paso del tiempo. Para el momento en que Droner se dio cuenta de lo que había pasado ya era tarde pues no podía regresarlos. Por más poderoso que fueran sus habilidades, sabía que no sería capaz de llevarlos de regreso, además que en el instante en que pisaran esa tierra Caelum los aniquilaría. Sin más que hacer, Droner conjuró un hechizo impidiendo que ninguno de sus hermanos fuera capaz de poner un pie en su tierra con la esperanza de proteger a sus hijos, de los después llamados, demonios. Él mismo se encargaría de hacer sobrevivir a sus falsos humanos con tal de demostrarles a sus hermanos el error que habían cometido. Ante los ojos de Droner, los Sonamuh, nombre que adoptó con tal de no darle gusto a Caelum, eran mejores en todo sentido a comparación de los humanos; desde fuerza, velocidad, sin mencionar que su tiempo de vida era mucho mayor al de su competencia, habilidad que Ignis les dio pensando que vivieran siglos protegiendo a las demás bestias. Pero tantas diferencias en ese momento no importarían pues nunca se conocerían y las opiniones de Droner no serían escuchadas.

Tanto Ignis como Caelum estaban cegados por esta nueva creación siendo todo lo que habían soñado y más, mucho más. Era tanta la ilusión de los magos que antes de poblar la tierra con más humanos, decidieron crear un árbol el cual sería conocido como el árbol de la vida. Este, tendría cinco frutos mágicos, los cuales estaban pensados en tener una misión en el mundo y en la historia. En su vanidad, los magos, en especial Caelum, creyeron en que los hombres necesitarían de un incentivo para mejorar, esperando a que su máxima creación no se estancara en el conformismo.

El objetivo principal del árbol de la vida era fácil; otorgarles a cinco de ellos habilidades con los que destacarían sobre todos los demás, aunque no cualquier hombre podría obtenerlas, es por eso que decidieron que este árbol creciera en el que se conoció como el bosque de la vida o de la eternidad. Conformes con sus acciones, los magos esperaron a que los humanos agradecieran su existencia en el mundo cosa que no pasó como lo esperaban.

Para ese entonces, transcurrieron miles de años después de la creación del árbol de la vida y antes de eso seiscientos años atrás, Droner se llevó a los falsos humanos a su tierra. Durante ese tiempo los magos hallaron felicidad y armonía, todo eso que habían anhelado para sus creaciones y su mundo, pero sucedió algo que nunca esperaron. Descuidadamente, se alejaron de los humanos haciéndoles darse cuenta que no dependían de ellos y que no los necesitaban para subsistir. Todo lo que pudieran necesitar en la vida lo tenían ahí a su lado. No había nada que pedirles a estos seres todopoderosos quienes en el pasado los guiaron y los llevaron de la mano enseñándoles a trabajar la tierra, a cuidar a los animales y escoger sus alimentos. Básicamente les enseñaron a sobrevivir, a diferencia de las otras bestias y ¿Cómo se lo agradecieron?

A los ojos de Caelum no eran más que unos ingratos, malagradecidos que no merecían más que un castigo ejemplar, sin embargo, su amor por ellos le sujetaba la mano. En un comienzo, pocos fueron castigados y maldecidos por el mago, dejándolos como ejemplos hacia los demás; entre los más conocidos estuvo el “arquero” o Varguero en el antiguo lenguaje; alguien de quien nunca supieron mucho más que lo que contaba su historia. Un granjero, padre de familia, salió de cacería con tal de regresar con comida para ellos, pero en cambio, el haragán se sentó bajo un árbol planeando su excusa de regreso para tan solo llevarles unos cuantos hongos, y con suerte, carroña de otro animal que pudiera hallar. Por desgracia para él, interrumpiendo su sueño, apareció un hombre que nunca en su vida había visto. La zona no era poblada y encontrarse a alguien ahí era difícil lo que hacía que le extrañara semejante aparición. Este hombre, al ver al granjero descansar sin usar su arco, le preguntó por ayuda pues era un viajero que no tenía qué comer, pidiéndole el favor de prestarle su arco y una única flecha para poder conseguir su comida. El granjero, enfadado por ser despertado, se negó y le escupió en los pies ocultando su arco. El viajero al caer en su juego, le comentó que si no lo hacía este recibiría el castigo de los magos por ser un egoísta, irresponsable y un haragán. Tales palabras no le gustaron para nada al granjero el cual usó su arco y mató al viajero con una flecha negra que antes había sido pintada por su hijo.

Tras haberlo matado, se alejó molesto del lugar por haber sido interrumpido. Caminando, este sintió un pinchazo por la espalda dándose cuenta de que había sido herido por la misma flecha que usó en el viajero. Al mirar atrás, encontró que era nada menos que Caelum el mago, quien furioso por su egoísmo, decidió castigarlo como a todos aquellos que pensaban en sí mismos y obraban mal.

Oculta al hombre, una tierra nació en paralelo cuando se dio la creación del mundo, y por extraño que fue en su tiempo, esto no fue obra de los magos, y aun así, espontáneamente y fuera del entendimiento de ellos, existió. En este espacio, ajena a los tres magos, es en donde las almas de los muertos cruzaban a través de una puerta custodiada por nadie donde pasarían la eternidad. Por desgracia, no existía juicio alguno para aquellas almas, pues esta labor no residía en nadie hasta ese entonces.

Tras el ataque, el pobre granjero no pudo morir, desconociendo la razón de ello. Entonces, Caelum se paró frente a él y le fusionó la mano a su arco, después le quitó los ojos y lo llevó la puerta de aquel lugar oculto; diciéndole, “he aquí tu destino”, dejándolo junto con su capa negra, sujeta por un simple broche de bronce, descuidado y lodoso; repitiendo esas cuatro palabras que Caelum le dijo por última vez. De esta manera, cuidaría la entrada a ese mundo que se conocería después como “Invhalno”, lo que en lengua antigua significa “lugar sin retorno”. El granjero estaría condenado a trabajar a todas horas y cada segundo, pues la muerte nunca para; y con su flecha negra, más no con sus ojos, los juzgaría a las nuevas almas el día de llegaran a su presencia, disparándoles para marcarlos, indicando que si esta se quedaba incrustada en sus cuerpos, significaba que obraron mal en su vida pasada y tendrían que pagar con el interminable dolor de la flecha más un castigo que les sería asignado cumplir para la eternidad.

Y tal como el Varguero, muchos otros fueron engañados y castigados por Caelum de formas crueles, pensando en que el resto aprendería de sus errores, pero todas esas historias, con el tiempo, no fueron más que cuentos que pronto usaron para asustar a los más pequeños. Tal situación no la soportó, comenzando a juzgarlos uno por uno, encargándose él mismo, matándolos a veces sin razones suficientes, cosa que Ignis se dio cuenta. Por lo que el mago de las criaturas habló con su hermano convenciéndolo de pasar cinco años entre ellos para comprenderlos y poder apiadarse. Y así fue, el mago vivió con los humanos como pactó con Ignis, llevándose pésimas experiencias como él esperaba, pero para su sorpresa, no todo fue malo, ya que descubrió el lado que no conocía de ellos, encontrando diversión, ingenio, compasión, y amor. Tales vivencias cambiaron su manera de pensar, dándose cuenta de que tenían que dejarlos solos sin importar que los olvidaran, ahora conociendo su verdadera naturaleza.

Todo fue bien hasta que una fatídica noche, sucedió algo que nadie supo con certeza qué pasó o lo originó, pero a poco tiempo de cumplirse los cinco años, Caelum perdió la cabeza y comenzó con un exterminio el cual Ignis no tuvo otra opción más que detener a su hermano y enfrentarlo. Algunas historias cuentan que fue Ignis el vencedor, mientras que otras solo hablan de las lágrimas del mago Caelum y el enorme arrepentimiento de sus acciones. Sin saber la verdad, la batalla terminó dejando a su paso grandes destrucciones como nunca había presenciado la humanidad. Esa batalla creo favoritismos, fanatismo extremo y una serie de desastres en nombre de los magos. Por casi un siglo, las batallas entre los hombres pusieron su existencia al borde del precipicio, y en todo ese tiempo, los magos decidieron no entrometerse sabiendo que sería peor su presencia. Días oscuros reinaron de la mano del caos y la confusión. Por otro lado, Droner no se entrometió en esa situación, disfrutando del espectáculo, viviendo tranquilo en su tierra junto con los Sonamuh y el resto de las bestias que él adoraba. Tuvieron que pasar dos siglos para que los magos decidieran reunirse con la intención de decidir el destino de la humanidad.

Sabiendo del temor que los humanos le tenían al bosque de la eternidad, fue que decidieron reunirse ahí evitando cualquier intromisión. El bosque era conocido por su belleza y su magia, ya que no era un lugar común, ni nunca lo sería, aunque esa noche en que los magos se reunieron, el bosque se calmó demostrando su respeto hacia ellos, presentándoles una amigable y cálida bienvenida. Las flores florecieron, los árboles dieron sus mejores frutos y las bestias se acercaban a reverenciarlos, y mientras tanto, Ignis y Caelum esperaban a Droner quien, al parecer, no tardaría pues no era su costumbre hacerlo.

-Tiempo sin vernos, hermano.- dijo el mago Caelum regresando de su pequeña caminata por la zona, apareciendo de entre la flora del bosque, acercándose a su hermano Ignis.

-Veo que el tiempo ha sido amable contigo.-

-Lo mismo digo.- una pequeña broma sobre su inmortalidad.

En el hombro de Ignis, un ave de brillantes colores brillantes, posaba mientras el mago la alimentaba. Ignis tenía algo que decir, pero no sabía la manera de hacerlo, por lo tanto, seguía alimentando al ave.

-Hermano…- dijo Ignis con cautela. -No hemos hablado… y a pesar de nuestra historia, es mi deber disculparme por los sucesos del pasado.-

-No digas nada.- Caelum lo detuvo. –Las cosas pasaron, y en el pasado se quedaron. No quiero hablar del tema.- recordarlo le enfadaba.

De repente, la temperatura descendió al grado que el aliento de los magos desprendió vapor. Escuchando unas pisadas desde las sombras, apareció Droner después de siglos de no haber caminado en esa tierra, o bueno, sin que ellos lo supieran, y es que el mago gustaba de ocultarse y engañar a los humanos, entre otras cosas.

-No entiendo por qué me llamaron.- después de siglos de no verlos eran sus primeras palabras. -Esto no es de mi incumbencia.- Droner ya estaba fastidiado de estar ahí y apenas iba llegando.

-Debería importarte. También son creación tuya.- respondió Caelum molesto por la actitud de su hermano.

Al no ver respuesta de Droner, Caelum siguió hablando. -Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que estuvimos juntos. Durante todo este tiempo, se ha librado una catástrofe que no esperábamos ninguno de nosotros, por lo que no podemos permitir que siga así.-

-Recuerda que ellos reflejan lo que somos, Caelum.- interrumpió Droner en tono de burla.

-Droner. Debes de saber poco de lo que ha pasado desde que partiste a tus tierras, pero las cosas no han sido de lo mejor.- agregó Ignis dejando ir al ave que tenía.

-Por supuesto que sabe lo que ha pasado.- Caelum no era un tonto, y mucho menos Droner, sabiendo que no había nada que pasara por alto y mucho menos dilemas como los de los últimos años.

Droner no respondió pues no tenía nada que ocultar, por lo que Ignis se adelantó.

-Pensaré que tienes razón, Caelum, lo que nos lleva a lo siguiente.-

-Quieren mi consejo.- afirmó Droner, interrumpiendo a su otro hermano.

-El tiempo no te ha hecho menos tonto.- comentó Caelum.

-Todo lo contrario. Me ha hecho más sabio y si quieren mi opinión, entonces se las daré.- se detuvo un instante, para desviar la mirada a la nada. -Extermínenlos.- al escucharlo, los oídos de ambos rezumbaron y sintieron el mismo frío que cuando él apareció. Ellos sabían que no le interesaba, pero parecía drástico incluso para Droner. -¿Por qué me miran así? ¿Qué diferencia hay con lo que Caelum le hizo a esa gente?- en efecto, sabía con detalle todo lo sucedido.

-Claro que no haremos eso.- respondió Caelum, intrigado por la idea de Droner. -Si hemos pedido tu opinión es por tu imparcialidad, puesto que Ignis y yo hemos tenido nuestras diferencias.-

El mago, antes de responderle, fue y se sentó en una piedra observando la luna.

-Esto es muy diferente a lo que mis hijos tienen.- un comentario que había tardado en aparecer. Caelum necesitaba de su opinión así que se guardó sus palabras. Al ver que no causó dilemas en sus hermanos, Droner continuó. -Su amor por ellos los ciega. Incluso se nota en la forma en que los castigas. Yo los hubiera desaparecido para siempre, pero tú, castigas para dar ejemplos. Eso te hace débil.-

Caelum sabía que ninguno de los tres tenía la capacidad de desaparecerlos por completo, eran fuerzas más allá de sus poderes, por lo que mucho de lo que decía solo era para hacerlo enojar. Y era verdad, pues lo único que hacía era recalcar sus errores y qué mejor momento que ese, hacía tiempo que quería hacerlo. La verdadera pregunta que se hacía era, cuánto tiempo aguantarían los otros dos antes de enfadarse.

-Si lo único que arrojará tu boca son burlas, entonces creo deberías volver con tus Sonamuh.- ahí estaba el primero de ellos.

-Me sorprende que necesiten de mí para arreglar algo que ya conocen la respuesta.- Droner se levantó de la piedra. -Pero veo que tienen miedo de hacerlo, por eso necesitan que yo les brinde otra solución. Cosa que no haré.-

Entre los principales dilemas, estaban los pensamientos que dividían a Caelum y a Ignis. Mientras que el mago cambiante creía en una mayor libertad en sus vidas, Caelum prefería guiarlos, protegerlos de ellos mismos, creyendo que dejarlos por su cuenta terminaría en su aniquilación. Después de todos esos años de vivir entre ellos, no había aprendido nada y de su capacidad para sobrevivir.

-¿Entonces qué es lo que sugieres?- preguntó Ignis.

Antes de responder, vio a Caelum anticipando que diría lo que él temía.

-Desaparezcan. Ustedes no son más que dos padres con su hijo mimado con miedo de dejarlo vivir. Si no los dejan, serán unos inútiles cuando de verdad lo necesiten, más de lo que ya son.- palabras que no quería escuchar, pero ahora con el apoyo de Droner se veía forzado a seguir las ideas de Ignis. -Los aman tanto que son capaces de dejarlos matarse entre sí con tal de sigan existiendo. Una tontería en mi opinión.- algo de razón tenía Droner, misma que enfurecía a su hermano duelo del mar y de la tierra. –Ahora que he dicho lo que tanto querían y que ya sabían, ¿Qué más necesitan de mí?-

Caelum odiaba esas maneras de su hermano, pero no podía hacer nada por él, recordando que parte de su enojo fue su culpa. -No tengo nada más de que hablar.-

Antes, Ignis agregó.

-¿Qué hay del árbol?-

Incluso eso llamó la atención de Droner, pues entre las creaciones de sus hermanos, esas frutas encabezaban su interés. Había algo en ellas que no podía descifrar y que le causaban pánico.

-Tenemos que esperar.- respondió Caelum. –Pronto será el día en que los humanos salgan de ese vientre que tejimos y exploren todo el mundo.-

-Es una lástima.- Ignis esperaba con ansias ese día, pero como decía su hermano, los humanos apenas se acercaban al bosque, por lo que mucho menos se adentrarían a él.

Viendo que no había nada más porque quedarse, Droner llamó a su dragón el cual surgió de la obscuridad del bosque. El animal era algo bastante impresionante, siendo este totalmente negro como la noche, con ojos de un color amarillento como el oro. Sin más que decir, su dueño lo montó y se fue.

Nuevamente, los conflictos por la actitud su tercer hermano aparecieron, en especial esa noche, quedándose a una palabra de golpearlo. Dándose cuenta de ello, Ignis se acercó a hablar con él.

-Sigues cayendo en su juego.-

-Algún día tendrá lo que merece.- dijo Caelum.

-¿Y quién se lo dará? ¿Tú? Él no tiene interés en lo que hacemos ni lo que sucede aquí, y siendo sinceros, no puedes culparlo. Así que no tienes que preocuparte, él a lo suyo y tú…-

Existían diferencias entre los magos además de sus prendas, y es que, Caelum era alguien que expresaba lo que pensaba sin guardar nada. Impulsivo y terco, pero listo y compasivo, e incluso amoroso, aunque no fuera conocido así por los humanos. Portaba una túnica de color rojo que expresaba mucho su forma de ser. Su cabello rizado color negro con sus tupidas cejas y ojos negros decoraban su rostro junto con una barba corta y definida.

En cambio, Ignis usaba una túnica de color azul obscuro que expresaba su calma y tolerancia hacia cualquier situación, una actitud más tranquila y a veces indiferente. Caelum pensaba que rayaba en la incredulidad, aunque era debatible. Ignis parecía tener mayor edad que su hermano más cercano, pues eso presumía su apariencia con su barba larga y castaña, junto con su cabello que, al igual de largo, aparentaban años y años de sabiduría.

Como ya deberían imaginarlo, la túnica de Droner era de color gris obscuro, como su forma de ser. Alguien que prefiere no usar sus sentimientos, y es más racional. Con su cabello largo grisáceo y sin barba en el rostro, aparentaba ser todavía más viejo si no fuera por su alta estatura. Algunos si lo vieran podrían afirmar que su muerte estaba fijada a la siguiente puesta de sol si creyeran que fuera un humano.

Uno más diferente que el otro, pero no más poderoso. Cada uno tenía magia diferente, lo que los complementaba, así como a sus creaciones.

Regresando al bosque, Ignis esperó a que su hermano Caelum se tranquilizara. Dado eso, le dijo.

-Piensa que después de todo esto, la noche no ha sido una pérdida de tiempo.-

-No estoy tan seguro, Ignis. No puedo pensar en un momento en el que ellos no se maten los unos a los otros. Carecen de tantas cosas y es nuestro deber enseñarles.-

-Ahí es donde te equivocas. En un inicio será duro, pero al pasar el tiempo… encontrarán el camino. Es la única forma en que crecerán. Tú mejor que nadie deberías saberlo. Y ten por seguro, Caelum, que ellos nos olvidarán tarde o temprano. Es el precio que habrá que pagar por nuestras acciones y para que ellos prevalezcan.-

No podía soportar la idea de que en el primer instante en irse, serían olvidados. “¿Por qué su naturaleza los empuja a olvidar su pasado?”, se preguntó el mago.

-Ellos serán quienes paguen el precio.- respondió Caelum decepcionado de la situación y mostrando rencor hacia su máxima creación. Escuchando las palabras de su hermano, Ignis le contestó.

-Bien sabes que no hay otra manera. Tienen que sufrir para que valoren lo que de verdad importa.- Ignis se alejó de su hermano. –Pasará mucho tiempo más antes de volvernos a ver. Y espero que sea bajo mejores circunstancias.-

Antes de irse, Ignis se transformó en un dragón blanco y majestuoso. Aquel era un gran animal de escamas blancas y de ojos blancos con pupilas negras donde parecía formarse el cosmos; verlo a los ojos resultaba hipnótico.

A diferencia del dragón de Caelum y de Droner, que en sus brazos se encontraban sus alas, Ignis tenía sus alas en su lomo, mientras tenía sus cuatro patas por separado. Él era más grande que cualquier otro dragón en la tierra, ya que era él, el padre de todos los dragones.

Al transformarse, volteó a ver a Caelum diciéndole.

-Hasta pronto.- agitó sus enormes alas, levantándose del suelo al igual que las hojas y polvo los cuales bañaron a su hermano.

Bastó solo una noche para que la vida de los hombres cambiara drásticamente. Los magos dejarían de entrometerse en sus vidas, logrando así más equilibrio o eso esperaban.


Capítulo 2. “Hambre sin saciar”.

Durante años el mundo de los hombres se dividió en clanes; con el tiempo muchos desparecieron formando dos grandes clanes llamados, el clan Raig y el clan Arke. Ambos durante siglos pelearon entre sí por el poder y el territorio. Poco a poco, después de miles de batallas, el clan Raig tomó fuerza y desterró al clan Arke hacia los extremos de la tierra, principalmente hacia el norte, donde el frío era más extremo, encerrándolos en un lugar inhóspito y hostil. Mientras, el clan Raig se situó cerca de un mar, localizado al centro de la gran tierra, llamado por los hombres como el mar blanco debido a sus blancas costas y a su agua casi cristalina.

El rey Danos y la reina Elia fueron los primeros reyes de la historia en el año 288, casi trescientos años después de la llegada del clan Raig a Galvena, nombre que se le dio al castillo. Durante su mandato formaron un gran reino que durante años tuvo batallas restantes con el clan Arke quienes trataban de recuperar esas tierras afirmando que fue Caelum en persona quien se las heredó. Dadas las necesidades los reyes crearon el reino de los caballos, que los abastecía de los mismos. Con el tiempo la frecuencia de las batallas disminuyó construyendo solidez en el reino, quedaban pocos con quién pelear. Durante un tiempo de paz los reyes tuvieron a un hijo al que nombraron Daná. Fue hasta la tercera generación, a mediados del siglo cuatro, con el rey Deros, el hijo de Daná, que decidió explorar y expandir su reino dejando el mandato a su hermano mientras regresaba. Deros fue el primero de dos hijos, Dimard, su hermano menor, siempre el consentido, pero nunca tomado en serio tras ser el segundo hijo. La atención en su mayoría fue enfocada a Deros sabiendo que sería heredero al trono y durante años eso no le importó a Dimard hasta que creció y se dio cuenta de su realidad.

Al finalizar los años de batallas y conquistas, Deros decidió salir a explorar el mundo junto con un pequeño grupo formado por quince viajeros vestidos de campesinos para evitar cualquier sospecha y peligro. Antes de ello encargó a su hermano el reino de su familia, era así como le nombraba, aunque él fuese el rey. Tras sus victorias Deros quería conocer sus nuevas tierras y a su nueva gente, aunque claro, ellos no sabrían de su llegada, ya que por el momento no era querido puesto que antes sus ojos, Deros era un invasor.

Después de un largo tiempo viajando y explorando tierras lejanas en el Este, Deros cruzó su reino buscando el otro lado del mundo intentando alcanzar la otra costa, pero ese viaje sería totalmente distinto a lo que vivieron anteriormente.

La cabalgata fue dura y cansada y lo primero que querían era descansar; tras horas de ambientes hostiles y ningún rastro de civilización, fue entonces que lo vieron por primera vez. Un bosque, con miles de árboles formados como muralla, donde el sol golpeaba con fuerza y sus hojas no se marchitaban. El solo borde era interminable a la vista, dejando a todos sorprendidos por su grandeza. Las historias que escucharon en pueblos pasados eran ciertas. Sin intimidarse ante la grandeza del bosque, el rey decidido entrar, entonces seleccionó a cinco personas de su confianza, pensando que hacerlo con más de ellos sería mucho más riesgoso. Después de eso, dirigiéndose al resto les dijo.

-Mientras estemos dentro quiero que prendan una fogata día y noche, eviten que se apague, así si llegáramos a perdernos tanto de día como de noche podría servirnos de guía para regresar.- el rey pensaba en que el bosque no era tan grande, pues no había lugar así en el mundo y con la ayuda del humo de la fogata podrían guiarse durante el día para el camino de regreso.

Habiendo dicho esto, los seis tomaron sus armas y provisiones y se adentraron al bosque. Muchos no sabían por qué hacía esto el rey y no otra persona menos importante o más experimentaba. Algunos supusieron que era una aventura que Deros tenía que hacer por sí mismo, por más peligrosa que fuera. Para ese entonces era joven, valiente, intrépido y la muerte era impensable; otros, creyeron que estaba loco.

Durante las primeras horas se encontraron con lo que se esperaban, un bosque obscuro, lúgubre, desconocido, con alertas de peligro por donde sea que vieran, y mientras más se adentraban el humo de la fogata empezaba a desaparecer. Pasando un día de haber estado ahí, prendieron una fogata propia y acamparon en la noche. Establecidos, empezaron a hacer la cena y a preparar la tierra donde dormirían. Las palabras no salían por parte de nadie, el ambiente en ese bosque los hacía sentirse pequeños e insignificantes, era como si una tétrica mano los sujetara por el cuello, aquel no era un lugar para miedosos. El único que no sentía tal temor era el rey, podría ser por su ego el cual había crecido con cada victoria obtenida, pero cualquiera que fuera el motivo para mantenerlo despreocupado lo hacía propenso en un lugar así, a veces es bueno tenerle miedo a las cosas. Con un ánimo fuera de lugar trató de hacer conversación con su gente que no había dicho nada desde que se sentaron. Lo que era poco usual para ellos. Habiendo acostumbrado a su rey a todo lo contrario, llegando al punto que hasta cuando comían sus bocas no paraban de hacer ruidos, ruidos que se acostumbró a tolerar.

-¿Qué les ha pasado, muchachos? Ustedes nunca cierran la boca y ahora que estamos en total silencio no son ni capaces de eructar.-

-No es eso, mi señor.- contestó Terón mirando a su alrededor como si alguien los observara. –Hay cosas de las que no se puede hablar.-

-No te entiendo, Terón. Ayer no dejabas de hablar de esa mujer y…- Deros se detuvo notando que Terón regresó a su cena cortando toda posible conversación.

-Como siempre una estupenda comida, nadie como tú para alimentarnos con… lo que sea que esto.-

-Gracias, majestad.- agradeció vaca, el cocinero; ya se imaginarán cómo era él, más un bigote ancho y estorboso.

-¿Qué sucede con ustedes?- nadie quería decir nada, y no explicaban la razón.

¿Cómo es que el rey se sentía tan tranquilo?, se cuestionaban. Creía que por ser un rey, era intocable, tal vez.

Como siempre, la comida de vaca era fuera de lo común, tanto en sabor como en ingredientes, cosa que se le agradecía con el corazón pues dónde más conseguirías comida decente en estos lugares.

Tanto silencio desesperó al rey llegando a molestarlo.

-De haber sabido que estarían así de callados hubiera traído a los otros. Estoy decepcionado, en especial de ti Janz.- vaca se llamaba Janz, y Deros era el único que lo llamaba así.

-Estamos en un lugar dónde nunca, ningún hombre ha estado y ustedes se reservan sus comentarios. ¿Qué historias les contarán cuando regresen con sus esposas?-

Nunca pudo sacar más conversación que esa, ninguno de ellos se sentía a salvo. Antes de dormir, Deros los mandó por más leña que les sirvió para un rato más de la fogata. Después, pensando que no era tan buena idea, si es que nadie se animaría a avivar el ambiente. Tenía razón, fue un error echarle más leña al fuego. No fueron más que horas de incómodo e interminable silencio. Antes de dormir y de que empezaran las rondas de guardia, Deros se levantó deseándoles una buena noche, pero de pronto uno de los soldados lo detuvo cuando creyó haber oído algo, así alertando a los otros.

-¡Escuchen!- dijo el soldado.

Haciéndole caso, todos callaron y pusieron atención a los sonidos del bosque. -¿Alguien más lo oyó?- preguntó el hombre asustado.

-No, yo no he escuchado nada.- respondió Deros.

-¡Esperen!-

Los sonidos del bosque no eran nada fuera de lo normal, pero en un momento inesperado escucharon el crujir de las ramas moviéndose bruscamente. Sin querer averiguar qué era, todos empezaron a tomar sus posiciones sigilosamente.

-Cubran al rey.- dijeron, esperando no llamar la atención. -Tomen las armas y las bolsas con provisiones.-

-Debió haberlo atraído el fuego. No se separen- susurró vaca.

-Fue tu apestosa comida.-

-¡Cierra la boca!-

Preparados para cualquier situación levantaron sus armas formando un círculo protegiendo a Deros, que al igual que los otros tomó sus pertenencias. De pronto la fogata se apagó evitando su visibilidad sintiendo entre ellos la presencia de algo que los atacaba. Sin poder ver lo que era, lo único que hicieron fue luchar contra la obscuridad blandiendo su espada contra el viento esperando tener suerte y golpearlo. Deros sintió que le habían tapado los ojos, ya que ni siquiera la luz de la luna alumbraba ese rincón del bosque negándole cualquier posibilidad de defenderse. Valiéndose de sus otros sentidos, el rey logró escapar de ahí, alejándose lo suficiente como para seguir escuchando los gritos de sus compañeros los cuales en un comienzo se oían a su lado y cada vez se alejaban más y más silenciándose por completo. Asustado por estar sólo, corrió por el bosque persiguiendo los ecos de los gritos de su gente sin saber a dónde lo guiaban, tropezándolo con objetos que no podía distinguir. Cuando menos se dio cuenta, la obscuridad era menos intensa alcanzando a distinguir ciertos arbustos y unos cuantos troncos de los árboles donde rebotaba la débil luz. Deros se detuvo, desconociendo en su totalidad esa parte del bosque, preguntándose frecuentemente en dónde se encontraba. En su desesperación comenzó a gritar los nombres de sus compañeros una y otra vez logrando únicamente despertar a las criaturas a su alrededor escuchando como respuesta a su llamado los extraños sonidos de los residentes del bosque. No era una buena idea lo que hacía y no tardó en darse cuenta sabiendo que podía invocar algo que no quisiera, optando por detenerse y rendirse. Sin tener más opción, decidió seguir caminado esperando hallar a cualquiera de sus hombres o salir de ahí con vida, lo que fuese primero, y es que únicamente pensaba en lo que pasaría si llegara a morir, sabiendo que en casa no habría nadie quién pudiera heredar el trono más que su hermano y eso no era una opción. Quería a su hermano, pero Dimard carecía de tantas cosas y una de ellas era liderazgo y sentido común.

El tiempo pasaba y en su mente no había más que lamentos por tomar la decisión de haber entrado conociendo las temibles historias y el latente peligro del cual fue advertido con insistencia y ahora por su egoísmo cinco de sus mejores hombres estaban perdidos, en el mejor de los casos. Mientras pensaba en eso escuchó un ruido que llamó su atención llegando a pensar, con mucha suerte, que sería uno de sus compañeros o la bestia o bestias que los atacaron anteriormente. Fue así como ingenuamente decidió seguir el ruido arriesgándose a conocer a aquello que lo producía. A cada pisada que daba sus piernas temblaban vigorosamente, cosa que ni en la guerra le había sucedido; al acercarse, vio a lo lejos una luz que lo incitaba a seguir caminando sin razón alguna, casi como si fuese una orden. Decidido a averiguar de qué se trataba siguió el sendero dibujado por los altos pastizales donde cada paso que daba era más lento que el anterior. Cuando dio ese último paso, este salió de la obscuridad encontrando un pequeño valle con un tranquilo lago en el centro. Era algo totalmente contradictorio a lo que había visto en el bosque, para entonces se había acostumbrado al terror que infringía la obscuridad. Por un instante su corazón se calmó permitiéndole apreciar lo que sus ojos veían. Un azul rey dominaba el cielo junto con la luz blanca de la luna la cual se reflejaba en las calmadas aguas del lago; en la orilla, diferentes especies de bestias que nunca antes había visto o siquiera oído hablar bebían de ahí con una increíble calma. Era mucha actividad para ser de noche, pero cómo no sería así con tal escenario el cual brindaba una paz indescriptible. No iba a quedarse ahí parado, así que se dirigió al lago espantando una parvada de aves color escarlata con pico amarillo y larga cola azul; sin importarle se arrodilló y con sus manos se arrojó agua a la cara y a su cabeza disfrutando la fresca sensación. Se quitó toda la suciedad que pudo notando después su reflejo en el agua encontrando una barba tupida y sin arreglar, ya había pasado mucho tiempo fuera de casa. Levantó la mirada descifrando qué eran el resto de esos animales logrando reconocer a unos cuantos que estaban en la orilla del lago, hipogrifos, como los conocía él, con sus alas recogidas, su enorme pico y sus largas patas. De entre las especies que había ahí, hubo una en especial que llamó su atención por su belleza; estos, eran unas pequeñas aves verdes con el pecho rojo y una larga cola con plumas verdes y azules, paradas en conjunto sobre un árbol alto y frondoso; gracias a la luz de la luna pudo distinguir la hermosura de su plumaje. Estaba fascinado, nunca había visto ni leído de cosa similar. Merodeando por el valle, Deros miró al cielo y alcanzó a ver volar bajo ese azul un ave fénix, majestuosa como en las historias y elegante como en sus leyendas; con un intenso color rojizo, producido por las incandescentes llamas que lo envolvían.

Todas y cada una de ellas eran criaturas que únicamente en libros había leído. Parecía un sueño. Después de esa noche el viaje podría decirse que valió la pena. Habiendo más cosas que ver, el rey decidió quedarse ahí, cualquier otra decisión diferente a esa sería un error que lamentaría. Antes de alcanzar el sueño, Deros observó a lo lejos unas luces de varios colores que bailaban en el cielo. Al ver tal evento, sabía que al regresar a su hogar no habría palabras suficientes para describir ese lugar y que en cualquier libro que lo escribiera el lector no sería capaz de entender en su totalidad, si es que regresaba algún día. De pronto se cuestionó sobre la naturaleza de esas luces tan hermosas sabiendo que solo se formaban en el norte, ¿Por qué aquí? Se preguntaba. Sus ganas de dormir eran grandes, pero fue mayor su curiosidad levantándose del suave pasto donde su silueta se quedó marcada.

-Puede que lamente esto.- se dijo en voz alta, dirigiéndose a donde las luces estaban.

En poco tiempo se alejó del lago regresando al temible bosque donde cualquier sonido era digno de preocupar. Mientras caminaba él fijaba su mirada al cielo sin darse cuenta en dónde pisaba cuando de repente parte de la tierra donde se apoyó cedió cayendo a una ladera junto con piedras y buenas cantidades de lodo, Deros no se detuvo hasta que un arbusto le hizo el favor, quedando ahí inconsciente tras la serie de golpes que se propinó en la caída. Para Deros, el día había terminado.

Cuando despertó el bosque era más reconocible pudiendo apreciar mejor las cosas a su alrededor, aunque su cuerpo se sentía como si hubiera ido a una batalla por su cuenta y recibido una paliza. Para empezar, zafarse del arbusto no fue nada fácil pues la ladera seguía y cualquier cosa que hiciera mal haría que continuara con la caída, así que con delicadeza fue soltándose de ahí no sin desgarrar antes sus prendas. La bajada no fue más agradable, pues entre lo resbaladizo y el dolor de los golpes eso se convertía en una tarea para un mártir. Con suerte logró bajar a un lugar más estable quitándose la preocupación de volver a caer, pero no eran tan buenas noticias ya que no sabía en dónde estaba.

-¿A dónde he terminado? ¡Estúpido Deros!- se reprochó asimismo. Al mirar arriba, notó que los árboles podían ser una buena opción para saber en dónde estaba, así que fue a intentar escalarlos llevándose la mala noticia que su cuerpo estaba en peores condiciones que el de un señor del doble de su edad. Lo único que no tenía como un anciano era su hambre al escuchar su estómago rugir. Moviéndose sus manos por su cadera se dio cuenta que sus cosas ya no estaban. Preocupado se retiró lo que tenía encima, o la mayoría, tratando de encontrar algo, sin embargo, no halló nada, desesperándose porque toda la comida estaba ahí. Entonces se sentó en el lugar menos lodoso a sufrir de hambre, cuando de pronto sus ojos y su barriga se alegraron cuando vieron su bolsa colgar entre las ramas de un árbol. Rápidamente se acercó y la tomó abriéndola con la esperanza de encontrar un delicioso manjar lo cual no sucedió, sino todo lo contrario, estaba vacía. Si tan solo pudiera regresar al valle donde había muchas cosas que comer, llegando a pensar en los animales como opción, aunque después pensándolo no sería ni tan fácil ni tan buena idea. Pero algo era verdad, tenía que volver ahí si quería sobrevivir. Miró a su izquierda, después a su derecha, hacia atrás y hacia adelante decidiendo cual de todos los caminos se veía menos tétrico. Qué dilema.

-Por aquí, por allá… ¡Hmmm!- pensó. –Será por allá.- dijo cantando viendo hacia su izquierda.

Ya no habría marcha atrás, si es que llegara a lamentarse. Caminando por el bosque pensaba en qué podría comer para no morir de hambre sin encontrar nada o algo que pareciera comestible, a lo que se engañaba a sí mismo ya que muchas cosas parecían comestibles, pero eso no significaba que lo fuesen. Fue entonces que su hambre lo engañó cuando al ver unos hongos este se acercó y se arrodilló para apreciarlos de mejor manera. En su totalidad se veían exquisitos, lo único que hacía falta era fuego para darles un mejor sabor, pero ya qué, no había tiempo para ello. Arrancándolos del suelo los tomó en su mano y se dispuso a morderlos cuando una sensación corrió por su espalda soltándolos antes de darles un mordisco. Como por arte de magia su apetito se desvaneció y sus manos se negaron a volver a tocar esas cosas. Una sensación extraña se apoderó de su cuerpo y sus manos comenzaron a sentirse torpes. Trató de levantarse, pero esa sensación en sus manos se extendió por sus brazos hasta llegar a sus hombros, y de inmediato se apartó lo más que pudo de ahí cayendo nuevamente a la tierra respirando con fuerza queriendo recuperar la conciencia. Volteó a ver a su alrededor viendo un árbol muy peculiar, un árbol apartado de los otros y al cual le llegaban los rayos de luz directamente. No sabía si era efecto de los hongos, una ilusión o engaño, pero no había otro lugar para reposar. Se acercó y se recostó con ese torpe cuerpo que a últimas lo obedecía, sintiendo de pronto tranquilidad junto con su respiración que se normalizaba. El pasto que rodeaba el árbol era corto y suave, lo suficiente para poderse usarlo como una cama y amanecer descansado al día siguiente. Deros estaba demasiado desorientado, por suerte recuperaba el control de su cuerpo y su visión mejoraba. Seguido, colocó su mano en el árbol para apoyarse y levantarse palpando pequeñas particularidades en él. Mientras se levantaba, acaració el árbol notando que una rama escalaba el tronco principal en forma de espiral. Al retirarse, se dio cuenta que era diferente a los demás; no era muy alto apenas superando la estatura del rey, sus hojas eran una combinación de estaciones pues algunas eran verdes, amarillas o naranjas e incluso unas ya estaban secas; desprendía un olor fresco y agradable que te relajaba hasta los huesos. Fascinado con él, merodeó a su alrededor observando que había cinco frutas a la vista, esparcidas entre cinco diferentes ramas del mismo árbol. Al ver esto, y guiado por el hambre, Deros se acercó a tomarlas deteniéndose antes de tomar la primera, antes ya había tenido una mala experiencia por su hambre. Cuando se detuvo notó que eran frutas muy peculiares, con pequeños símbolos marcados en ellas y, además, en cada una de ellas el símbolo era diferente, exceptuando a dos que estaban unidas por el mismo tallo y compartían el mismo símbolo.

-¿Debería tomarlas?- se preguntó.

Titubeando estiró su mano y la suspendió a punto de agarrarla pensando en si tomarla o no. Movió su cabeza de un lado a otro sacudiéndose el miedo y arrancó la primera de ellas. Al ver que no sucedió nada, fue y arrancó las otras cuatro, las guardó creyendo que era muy afortunado por su descubrimiento entonces su inteligencia fue más que su hambre, pensando en que las frutas estaban más frescas y podría aguantarlas un poco más haciendo el sacrificio de soportar el rugir de su estómago. Teniendo en su posesión las frutas levantó la vista buscando a dónde moverse sin tener suerte de hallar algo que pudiera guiarlo. En Deros estaba incrustada la idea de regresar al pequeño valle que antes había encontrado, pero él no sabía el camino de regreso. Miró al cielo deslumbrándose por el sol, cosa que hacía tiempo no sucedía pensando en qué sería de él ahora. No tenía más opción que seguir moviéndose, no había nada más que hacer ahí.

Pasaron pocas horas después de haberse ido del extraño árbol, caminando por el bosque, ya hacía tiempo que no pasaba nada y quería que se mantuviera así. De repente, la tierra tembló y Deros se detuvo preguntándose qué había pasado. Las vibraciones en el suelo continuaron constantemente y cada vez eran frecuentes y escandalosas, entonces escuchó que algo se movía a su derecha corriendo a esconderse tras un árbol volteando a ver sigilosamente por mera curiosidad. Sus ojos pudieron apreciar como una bestia de gran tamaño caminaba por el bosque, con sus cuatro patas que parecían troncos con sus raíces, incluso había hojas en ellas; su cabeza no podía apreciarse pues se ocultaba entre el follaje en las alturas. Lo único que pudo apreciar fue la lentitud con la que se movía y el vibrar que provocaban sus pisadas. No parecía ser agresivo, pero no estaba dispuesto a averiguarlo. Habiendo pasado la bestia, siguió su camino con tranquilidad la cual no duró mucho sintiendo ese terrible crujir en su estómago recordando que no había comido nada, la aparición de la bestia esfumó ese sentimiento por un rato. Sin embargo, ya era tiempo, decidiendo sentarse a comer, ya no podía soportar más el hambre. Antes de comer se dio cuenta que la poca luz del sol que ingresaba al bosque se desvanecía, faltaba poco para que fuera de noche y al parecer todavía no encontraba un lugar en dónde quedarse. Con la poca luz que existía, encontró una piedra lo suficientemente grande para sentarse en ella, metió la mano en la bolsa donde estaban las frutas y sacó una, la más grande que había, aunque por más grande que era, esta no bastaría para satisfacerlo, si acaso las cinco lo lograrían. Sosteniendo la fruta en su mano, apenas cabiendo en ella, apreció el signo dibujado en la cascara, nunca antes lo había visto, también hallando que estaba un poco sucia lo cual no podía permitir. Sin importarle, arrancó un pedazo de su ropa, a pesar de que en ese momento la ropa de Deros no estaba más que llena de lodo y rasgada por todo lo que había pasado, y así limpió lo mejor que pudo su cena. Para ese entonces, Deros había dejado pasar bastante tiempo viéndose alcanzado por la luna, y justo donde estaba no podía verla tan claramente, obligándolo a buscar un lugar cercano donde un rayo de luz le permitiera comer. El solo verla hacía rugir su estómago, impidiéndole esperar más. La limpió nuevamente con el pedazo arrancado de su ropa y se la acercó a la boca para darle el primer mordisco, pero antes de conseguirlo, un fuerte viento lo golpeó tan fuerte como el aleteo de un dragón causando que soltara la fruta y cayera al suelo. De pronto las ramas de los árboles que tapaban el cielo nocturno se abrieron como si se tratara de una carpa permitiendo ver el cielo y la enorme luna que iluminaba el lugar con mucha más intensidad. Confundido por lo que sucedía, lo primero que hizo fue mirar al cielo y observar el cielo estrellado, reconociendo que ya era luna llena. Se sobó la cabeza tras la caída tocando su cintura notando que ya no tenía su bolsa con las frutas, levantando la mirada, alarmado, buscando por el pasto intranquilo. Rápidamente encontró a cuatro de ellas a su lado, pero aún le faltaba algo a Deros. Gateando por el suelo buscó la fruta llevándose la sorpresa que estaba a los pies de alguien. Poco a poco fue levantando la mirada encontrando a un hombre de cabello rizado y negro, barba corta, vestido con una túnica de color rojo obscuro, pensando a primera instancia, ¿Cómo es que había alguien más ahí? Antes de decir cualquier cosa Deros se alejó velozmente no sin antes llevarse la fruta consigo. Se levantó y la guardó creyendo que él estaba ahí para robárselas.

-¿Quién eres tú?- preguntó el rey asustado. ¿Sería algún tipo de magia? Se preguntó. Sin responderle, el hombre se fue acercando diciendo.

-Debes de tener mucha hambre como para atreverte a morder esa fruta.- estando lo suficientemente cerca se detuvo sin invadir su espacio y hacerlo sentir amenazado. -¿Sabes lo que tienes en ese bolso tuyo?-

Deros afirmó tras esa pregunta que sí venía por la fruta.

-No sé de qué me hablas.- respondió sin pensar, tratando de encontrar alguna salida.

-No pensarás en hacerme un tonto.-

-Solo si es necesario.- respondió a lo que el hombre reaccionó con una elegante sonrisa. -¿Qué es lo que quieres?- preguntó mientras alejaba la bolsa de la vista del extraño.

-Ayudar.- contestó.

A Deros le extrañó oír esa palabra proviniendo de él pues creía que era todo lo contrario.

-¿Ayudar dices?- no creía en lo que decía, y mucho menos le tenía confianza alguna. -¿Cómo piensas hacerlo? Si no te has dado cuenta, estamos perdidos en un laberinto sin salida. Estamos destinados a morir aquí.-

-Yo no lo estoy.-

Estaba muy confiado y el rey pudo distinguirlo. No sabía si tanta confianza era buena señal. El hombre suspiró decepcionado de Deros.

-Para ser un rey tienes muy poca fe en ti. ¿Cómo serás con tus súbditos?-

-¿Cómo sabes que soy…?- estaba impresionado, pero no quería revelar más temiendo por su vida.

-Creen tener siempre la razón, y peor aún, se rinden fácilmente, ¿No es así?-

-¿De qué hablas?- no sabía a quiénes se refería, pues parecía que no hablaba únicamente de él.

-No serás menos ignorante que un tonto hasta que aprendas a escuchar. Sobre todo tú.-

¿Por qué este sujeto lo sermoneaba? ¿Quién rayos era? Cada palabra que decía ese hombre lo intrigaba causando más preguntas que respuestas. Interesado se fue acercando a él como un animalito encontrando confianza.

-Lo que tienes ahí son frutas con un gran poder en ellas.- Deros miró su bolsa.

-¿Mágicas?- sacó una reconociendo que no eran nada común incluso dentro de ese bosque, ¿Qué sí lo era? -¿Por qué he de creer en ti? En este momento no eres más confiable que las olas de un mar ajetreado.-

-Tú decidirás si creer en lo que te estoy diciendo. Pero si planeas salir de aquí con ellas, debes saber a qué te enfrentas.- Deros no supo cómo contestarle observando fijamente la fruta en su mano. -Esas frutas fueron creadas con un propósito, Deros. Cada una de ellas causará un cambio en tu cuerpo que solo la muerte podrá remediar. Tú vas a decidir qué es lo que harás, así que elige sabiamente, como el rey que deseas ser.- al decir esto el hombre se dio la vuelta y avanzó.

-¡Espera!- gritó Deros. Al oír esto el hombre se detuvo.

-Lo siento, no tengo nada más que decirte.- dijo sin verlo.

-Has dicho que viniste a ayudarme.-

-Y ya lo he hecho… te advertí sobre el futuro que estarás por afrontar.-

-¿Cómo habrá un futuro si moriré en este bosque?- después de lo que el hombre dijo no le veía sentido mientras estuviera atrapado. -¿Cómo he de salir de aquí?- él estaba seguro que aquel hombre sabía la respuesta.

El otro sujeto miró a su alrededor y respondió.

-Estás a diez días de salir de aquí si caminas derecho al borde más cercano, eso sin contar las distracciones que pudieras enfrentarte.-

Tal respuesta era lo que menos quería oír Deros.

-¿Quién eres?- preguntó con una voz derrotada.

-Me han llamado de muchas formas. Tú puedes decirme Caelum.- Deros estaba seguro de haber escuchado antes ese nombre aunque no recordaba en dónde.

Al voltear sonrió y chasqueó los dedos entonces una luz emergió de ellos cegando al rey, cuando recuperó la vista supo de inmediato que no estaban en el mismo lugar que antes.

-Hay una cosa más que debo decirte. Después de que el portador fallezca, la fruta renacerá en su cuna.- las palabras que decía eran cada vez más confusas y tenían menos sentido y mucho menos después de la acción que realizó con sus dedos.

El hombre llamado Caelum se fue retirando, y Deros restregaba sus manos en sus ojos después de haber sido cegado por la luz. Cuando buscó a Caelum él notó que podía a ver a través de él. Curiosamente esto no le llamó la atención, sino la luz rojiza al final del sendero.

¿De qué se trataba? ¿Sería el valle? Corrió hacia ella con la ilusión de regresar a ese lugar encantador sin importarle más el hombre delante de él. Cuando llegó tras batallar con el espeso follaje del bosque, este se encontró con una cálida fogata. Deros nunca había estado más feliz al ver que eran los hombres que se habían quedado fuera esperando su retorno. Despertados por todo el ruido que había hecho el rey al correr, los hombres estaban impresionados con lo que veían, ya que en verdad dudaban que volvieran a verlo o a cualquiera de sus compañeros que entraron junto con él. Deros, al fin había salido de esa pesadilla. Una enorme sonrisa se le dibujó en el rostro seguido de una caída al suelo por lo exhausto que estaba. Por extraño que fuera, lo primero que dijo Deros fue.

-Lo logré.-

Sin perder tiempo, sus hombres cuidaron de él tomando las precauciones debidas. No pasó mucho tiempo para que su rey se recuperara por completo. En su tiempo de descanso ordenó quedarse unos días más esperando a que cualquiera de los demás hombres que entraron con él, salieran. O eso les dijo, pero parecía que era más para su conveniencia. Durante esos días que se quedaron, Deros les contó lo que sucedió y lo que vio, y les dijo casi todo, exceptuando las frutas mágicas, evitando que existiera cualquier tentación. Confiaba en ellos hasta cierto nivel, pero no lo suficiente y menos para algo que incluso él no sabía la magnitud de ello. Terminado el tiempo, y triste por la pérdida de sus compañeros, el rey ordenó regresar a Galvena, pues ya había tenido suficientes aventuras. Y así, fue como partió rumbo a casa después de haber estado casi tres años fuera de ella.

Capítulo 3. “Herederos”.

El reino del rey Deros, heredado por su padre, el rey Daná, y antes de él, el rey Danos; era muy extenso cubriendo gran parte del centro del mundo. Ahí mismo, a lado del blanco mar, se encontraba el gran castillo de Danos, el corazón del reino y dónde los reyes vivían.

Terminado la época de conquistas, Deros se dedicó a expandir el reino de manera desmedida, causando así un dilema que con el tiempo iría empeorando, pues se había convertido en una comunidad diversa, pero sin identidad. Aunque eso no le importó al hombre más poderoso del mundo, exigiendo más y más poder, creyendo que en su mando las cosas irían mejor para sus súbditos. Era tanto el poder para una sola persona y no se daba cuenta que en cada ocasión que añadía pueblos a su reino este se hacía más complicado de controlar.

A pesar de los malos augurios, durante años el rey Deros reinó esas tierras con éxito, pero tras años de constante crecimiento el rey tenía que descansar por un tiempo para poder salir a explorar sus tierras. Mientras el rey estuvo fuera, le encargó su reino a su hermano Dimard y a su consejero más leal y gran amigo, Forthes, del linaje de Cántora, hijo del antiguo y más confiable consejero del rey Daná.

Fueron en los tiempos de Daná cuando, por parte del rey, se ordenó que se distinguieran a la nobleza de los plebeyos, es por eso que dictó que, si uno fuese de la nobleza, se dijera el nombre del primer hombre que llegó al poder, con esto indicando que gracias a él la familia gozaba del estatus que en ese tiempo tuvieran. Al contrario de esto, los plebeyos solo tendrían que indicar de quién eran hijos, hasta que algún día uno de ellos pudiera llegar a ser un noble.

El día en que el rey regresó de su largo viaje por sus nuevas tierras, las trompetas lo anunciaron con alegría y sus súbditos salieron a recibirlo como el conquistador que era, mientras que en el castillo Forthes lo recibió como era debido; un banquete de primera, junto con los hombres más apoderados del reino, decenas de carpas con eventos de primera; canciones en su nombre sonaban y a pesar de todo a Deros no le interesaba.

Ansioso por escuchar sus historias Forthes se acercó cuando Deros bajó de su caballo frente al castillo y acompañado por los concejales, cada uno de ellos saludaron a su alteza diciendo lo felices que estaban por su retorno. Algunos decían la verdad, otros no, pero eso no le importaba, tenía cosas más importantes en mente.

-Rey Deros, espero que haya tenido un gran viaje señor.- dijo Forthes seguido de una reverencia.

-Te he dicho que no me llames rey, nos conocemos desde hace años y eres un gran amigo mío, evita las formalidades, ¿Sí?- dijo el rey con un tono amable y humilde dándole un fuerte abrazo. -¿En dónde está Dimard?- preguntó al no verlo presente.

Forthes se rascó la cabeza, apenado en responder.

-Su hermano no está en el castillo.- respondió. -Salió en la mañana de cacería y no ha vuelto desde entonces.-

No estaba contento Deros por tal noticia, esperaba a que su hermano lo recibiera como era debido, aunque él no supiera que ese mismo día regresaría, pensaba que era su deber de todas formas. Viendo a su rey, Forthes comentó queriendo tranquilizar el ambiente.

-Olvídelo. En su defensa, él no sabía que hoy llegaría; ni siquiera yo lo esperaba, y no me lo tome a mal, pues me he llevado una grata sorpresa.-

Cuando pensó en su hermano se dio cuenta que tampoco estaba su esposa, la reina Ali, del Linaje de Fran. Justo en ese instante una mujer los acompañó haciendo antes una reverencia ante Deros.

-¡Aithe!- exclamó. –Siempre tan elegante y hermosa como siempre. Forthes no sabe lo suertudo que fue, y estoy seguro que no volverá a serlo.-

Una pequeña broma que se esfumó al ver en las manos de Aithe a una pequeña criatura, tenía alrededor de dos años, tal vez menos, era tan diminuta a los ojos de Deros. Al igual que su madre, la bebé tenía una tez blanca y cabello color negro, con unos llamativos ojos verdes. Sorprendido y con una gran sonrisa mientras lo veía en los brazos de su madre, Deros comentó.

-Es… tu hijo. Es…-

-Hermosa.- corrigió Forthes.

-¡Oh!- expresó Deros con alivio. –Por un momento creí que era un varón. Lo siento tanto.-

-Para nada, Deros. No es una pena que sea una niña, sino todo lo contrario, no pediría a los magos que sea diferente.-

-Ya veo.- dijo sonriendo. -Se parece mucho a su madre.-

-Gracias, mi rey.- contestó Aithe seguido de otra reverencia.

-¡Basta!- Deros levantó a Aithe diciéndole. –Olviden por un rato estas formalidades. Pasé mucho tiempo fuera y regresar a esto, ahora me es extraño.- Forthes y su mujer no entendían la petición pero tenían que acatarla, no por ser su rey sino como un favor a un amigo. -¿Y cuál es el nombre de esta pequeña criatura?-

-Decidimos llamarla igual que a su madre, Aithe.- respondió Forthes con una amplia y vistosa sonrisa.

Era extraño para Deros. Después de ese tiempo alejado de todo esto, rodeado de animales, bestias, hombres salvajes; regresar a ese mundo le resultaba extraño, hasta incómodo. Durante un segundo viendo tanta felicidad lo hizo sentirse sólo, recordando a su esposa, preguntándose otra vez, ¿En dónde estaba?

-Forthes, odio interrumpir.- su amigo vio a su rey poniéndole atención. -¿Sabes dónde está mi reina?-

Una mirada de Forthes intrigó a Deros, como si le ocultara algo.

-Está en su recamara.- contestó. -Lo está esperando con ansias.-

Sin más demora, Deros fue a verla despidiéndose de los presentes. Entró al castillo reconociendo un aroma que llenó su cabeza de recuerdos. Se detuvo a admirar su hogar recordando cosas que ya había olvidado como esa estatua de un dragón siendo domado por un hombre, que de niño la imagen de la bestia lo aterrorizaba. Esa estatua hacía referencia a cuando Danos domó por primera vez a un dragón.

O la pintura de aquella doncella con poca ropa y grandes dotes que despertó en él unos cuantos sentimientos en su juventud, incluso aún la veía, sonreía y se sonrojaba del puro recuerdo. Muchas más cosas lo detenían a ratos, que acumulados se convertían en una eternidad hasta que por fin llegó a su recámara encontrando una puerta cerrada. A punto de tocar la manija, esta se movió por su cuenta abriendo la puerta hacia afuera haciendo retroceder a Deros viendo a una sirvienta salir de ahí. Al verlo, la mujer no hizo reverencia alguna diciéndole.

-Lo siento, pero la reina no quiere ver a nadie, está esperando al rey y no tendrá tiempo de atenderlo.-

Por alguna razón Deros no se molestó, a decir verdad, hace tiempo lo hubiera hecho, pero algo en él había cambiado.

-Pues dígale que no espere más.-

La dama levantó la mirada tratando de reconocerlo, pero todo el tiempo que llevaba ahí nunca había visto al rey ya que jamás había estado, la única forma de verlo era en las pinturas del castillo y entre tantas de ellas los rostros se hacían muy similares a su entender. La pobre sin saber si sí era él, no tuvo otra opción más que hacer reverencia y disculparse una y otra vez a gran velocidad.

-No te alarmes.- dijo. –Ni siquiera yo me reconozco. Ahora, si me permite pasaré a ver a mi esposa.-

La sirvienta abrió la puerta y se hizo a un lado, apenada a más no poder, tomando un tremendo color rojizo distinguible a kilómetros. Deros agradeció y entró cerrando la puerta tras de él. Al entrar a la recámara, este observó a la reina fuera, en un amplio balcón, lo suficiente para albergar varias flores y plantas que Ali adoraba cuidar.

Como en una pintura, ella estaba bajo los rayos de luz del sol iluminándola, haciendo sobresaltar su belleza; entonces Deros se acercó, sin poder creer cómo había olvidado cosa semejante. Se sentía tan tonto como los bufones que en su niñez le traían para su entretenimiento. Caminó hacia ella acompañándola en ese mismo balcón, entonces al escuchar las pisadas la reina volteó permitiendo a Deros ver al niño que traía de la mano. Su corazón tembló como la primera vez que la vio, aterrado de ver eso, fijando sus ojos en el niño a su lado.

Ali se le acercó diciéndole al niño.

-Torus, te presentó a Deros… tu padre.-

El niño era idéntico a él como cuando niño. Para entonces estaba por cumplir los tres años, y para su edad se veía mucho mayor. Tenía unos ojos serios de color café obscuro al igual que su largo y lacio cabello. Estaba gordo el niño y cuando Ali lo presentó, Deros lo alzó queriendo cargarlo.

-¿No piensas decirle nada?- preguntó Ali, a lo que Deros miró al niño creyendo que le decía a él. –Te estoy hablando a ti.- afirmó la reina.

No supo qué decirle a su hijo, estaba impactado, alegre, asustado entre otros sentimientos más. No creía que al llegar se llevaría tremenda noticia. Ni siquiera sabía cómo cargarlo agarrándolo con mucho cuidado y colocando sus brazos a como pudo entender.

-¡Es muy grande!- exclamó Deros sonriendo. Tampoco el niño sabía qué decir, era tímido y tenía miedo de conocer finalmente a su padre. –No entiendo cómo lo pudiste cargar, sin mi ayuda… todo este tiempo.- pronto su carácter cambió. -¿Qué clase de hombre deja a su mujer sola para cuidar a su hijo?-

Ali fue y puso su mano en el pecho de Deros.

-No has hecho nada malo.- dijo. –Lo que importa es que estás de regreso y estarás aquí para nosotros dos.-

La reina lo besó con dulzura calmando la angustia que sufría.

-Te prometo no volver a irme.-

Interrumpiendo el momento que ambos tenían, Forthes entró tocando antes la puerta de su recámara. Recorrió el cuarto saliendo con ellos al balcón.

-Lamento interrumpir, pero, su hermano ha regresado.-

Deros entró junto con Ali al cuarto dejando al niño en su cama. Digna de un príncipe. Con una cabecera tallada a mano con la mejor madera del reino y hecha por lo mejores carpinteros, Torus adoraba su cama, pero aún más su madre presumiéndola cada vez que podía ante las damas de la nobleza.

-Debo ir.- el rey besó a su esposa saliendo tras de Forthes quien ya lo esperaba fuera. Ali no tuvo problema con eso pues entendía la situación; ella estaba feliz y eso no cambiaría por ese día.

Ambos caminaron por los pasillos del castillo dirigiéndose a la sala del rey y poco antes de entrar, Forthes lo detuvo diciendo.

-Después de ahorita no habrá tiempo, así que se lo diré de una vez. Va a decir que no es de mi incumbencia, pero he encontrado a su hermano un tanto extraño, mi señor. Temo porque haga algo que no.-

Tomando la mano de Forthes y retirándola gentilmente de la puerta este respondió.

-Apreció tu preocupación, eso habla muy bien de ti, amigo mío. Sin embargo, no tienes de qué preocuparte. Debes creerme cuando te digo que está bajo control.- al entrar, Deros encontró a su hermano sentado en su trono y a su lado un par de sus sirvientes sosteniendo la cabeza de un venado como trofeo. La cabeza aún goteaba sangre, cosa que molestó a Deros al ver pero no era momento de hacer un drama por ello.

-Veo que te has divertido en este tiempo que no he estado.- dijo Deros llegando frente a su trono; le parecía extraño ver a alguien diferente a él o a su padre sentado ahí, pero tratándose de su hermano no habría problema. Dimard se levantó con su barba y cabello largos, ojos saltones y gran panza. Traía una capa pesada y roja con detalles en el borde blancos con dorado. En su cuello colgaban tres collares de oro, uno con la cabeza de un león, el otro eran unas alas de águila y la tercera era una simple cadena. Muy llamativo para el gusto de Deros.

Cuando veías a los dos hermanos podías saber que Deros fue el bendecido de la familia y Dimard lo sabía, usando siempre objetos o ropas llamativas para disimular.

Entonces, al ver parado frente a él, Dimard extendió los brazos y abrazó a su hermano mayor.

-El viaje no te ha caído bien, hermano.- expresó con burla.

-No mejor que el trono a ti, ve ese bolsa que cuelga en tu estómago.-

Tenía razón, Dimard se había dedicado más a comer y beber que a ver asuntos del reino, en su opinión era tarea de Forthes y sus concejales.

-Agradezco lo que has hecho por nuestra gente en estos años en mi ausencia. Para tu suerte he regresado y retiraré este enorme peso de ti, como nuestro padre lo hizo años atrás.-

Forthes miró a Dimard analizando su reacción, ya que Deros le había quitado la corona de una forma elegante. Como había advertido antes su gran amigo, él estaba seguro de que no dejaría algo tan poderoso tan fácil.

Dimard se tomó su tiempo y se retiró la corona, recién mandada a pulir, de su enorme y vacía cabeza entregándola a Deros con una tremenda lentitud. Sin titubeos la aceptó y se la colocó, dirigiéndose al trono sentándose en él haciendo a un lado a su hermano.

Apenado, este vio a Dimard como un niño recién regañado, en cambio Forthes estaba aliviado porque las cosas que habían resultado tan sencillas.

-¡Forthes!- exclamó Dimard. –Permíteme un tiempo a solas con mi hermano; seguro tiene cosas que contarme.-

Antes de irse miró primero a Deros quien asentó con la cabeza indicándole que los dejara asolas por unos instantes.

Cuando escuchó la puerta cerrarse por los soldados de afuera, Dimard divagó por la sala, hasta que preguntó.

-¿Qué tal estuvo tu viaje?-

Sentado en su trono, Deros respondió.

-No tienes ni idea. Estuve a punto de morir en más de una ocasión y encontré lugares tan hermosos como peligrosos. Lugares tan mágicos como las leyendas que nuestra madre nos contaba cuando niños.-

-Suena a que fue toda una aventura.- agregó.

Deros sabía que esa no era la razón por la que se quedaba hablar, tenía que ser algo más importante para él, incluso peligroso.

-Dime, hermano. ¿Qué te agobia?-

-¿Recuerdas cuando, nuestro padre te eligió para reinar? ¿Y que ese día te dije que a pesar de su elección yo te respetaría y seguiría a donde fuese?- el rey estaba curioso por saber a dónde llegaría. –Pues sigo pensando igual. Yo te respetaré pase lo que pase, como mi hermano y como mi rey…-

-¿Pero…?-

-Pero me he dado cuenta de que puedo hacer más por nuestro reino. Este tiempo que no has estado, he reinado con decisión, valentía y esfuerzo. Protegía a los nuestros de toda amenaza y derroté el hambre en lugares que ni tú conocías.- “Será sólo en su estómago”, pensó Deros.

Desconocía la verdad de algunas cosas pues llevaba un día ahí pero después de lo que le había dicho sabía que muchas no eran del todo ciertas. Un buen rey reconocería las debilidades de su reino y su gente, las cuales en su viaje logró detectar y entre todos esos defectos sabía que Dimard no había hecho nada de lo mencionado sino todo lo contrario.

-¿Y qué esperas que haga?-

Su hermano menor creía que merecía mucho más que ser el segundo en todo y los años que gobernó se dio cuenta de ello. Con ese pensamiento se sintió con la libertad de exigirle a Deros.

-Hermano. Con todo respeto, solicito tu permiso para reinar nuestras tierras del noroeste. Como tu hermano es mi deber apoyarte en el crecimiento de lo que nuestro padre trabajó y veo esto como la solución a nuestros problemas en esas áreas.-

No pensaba que Dimard pidiera algo de esa magnitud. Y para ser sincero no estaba seguro de las implicaciones de acceder.

-Dimard…- dijo Deros vacilando, a lo que su hermano no le gustó. -Puedo decir que… en estos días existen muchos problemas en esas áreas y necesitamos a gente con…-

-¿Con qué?- preguntó.

-Con más experiencia.-

-No puedes compararme con esos idiotas que tienes por generales o esos inútiles de jefes de aldea que tienes en Olej o en Cilú. Y ni me hagas hablar de ese bueno para nada de Arcam. ¿Qué pueden saber sobre el pueblo?- no dejaba de insistir creyendo tener la razón.

-Lo mismo que sabes tú de esas personas.- respondió Deros cortante. –Esa gente vive otro tipo vida que ni tú ni yo entendemos. La situación ha sido muy difícil, y te lo digo porque lo he visto con mis propios ojos.- su hermano cerraba la boca, gruñendo en su interior. –Aún así, tener a alguien de confianza en esos lugares sería más que benéfico.- al escucharlo Dimard alzó la mirada con una pizca de felicidad. -Pero debes entender que eso va a tardar, y no sé cuánto tiempo. Accedo a tu petición, hermano, pero será cuando yo lo diga, mientras tanto.- Deros se levantó de su trono acercándose a él colocándole la mano en su hombro. –Te necesito aquí, conmigo.- esperó a ver la reacción de Dimard quien estaba parcialmente contento, pues la respuesta de su hermano no fue lo que esperaba. El rey no descansaría hasta saber que él estaba de acuerdo, cosa que tuvo que hacer por compromiso más que por gusto. -Confía en mi palabra. Tan pronto las cosas se calmen, yo mismo marcharé a tu lado y te entregaré tu propio castillo.-

Dimard hizo una reverencia, dio las gracias y se retiró. Tan pronto salió de la sala, Forthes entró dándose cuenta de la cara de disgusto que cargaba. Una vez adentro, él dijo.

-Veo que la plática con tu hermano no salió del todo bien.-

-En realidad.- expresó Deros. –Salió mejor de lo que creía.-

El rey se levantó de su trono, el cual era de piedra negra con un respaldo alto donde hasta arriba tenía el símbolo de Danos; un dragón sin alas, con dos colas en las cuales en una sujetaba una espada y en otra un escudo. En la cabeza una gema azul estaba incrustada como el ojo de la bestia.

-Entre mis preocupaciones al regresar, una era que Dimard fuera atrapado por el poder como muchos otros, obligándolo a hacer lo impensable.-

-¿Y qué es lo que te ha pedido?-

-Una tierra. Para que él gobierne como le plazca, claro bajo mi jurisdicción según sus términos.-

En la sala del rey existía un balcón tan grande que hasta el dragón de Deros podía aterrizar ahí sin problema. A Deros le gustaba mucho estar ahí pues podía ver más allá de la ciudadela, la cual formaba parte de esa aldea. Queriendo recordar su lugar especial, salió observando parte de su reino y tras de él Forthes lo acompañó.

-Olvidaba lo hermosa que era esta vista.- exclamó.

-Seguro de dónde vienes encontraste mejores vistas que esta.- dijo Forthes.

-Existen diferentes tipos de belleza, no sería justo comparar.-

Interrumpiendo a Deros, Forthes regresó al tema anterior curioso por lo que había dicho su rey ante la petición de su hermano.

-¿Y accedió, mi señor? ¿A darle lo que pidió el príncipe Dimard?-

El rey fijó su mirada en su reino, viendo desde las alturas sus tierras pensando en lo que le había dicho a Dimard. No estaba seguro si había hecho lo correcto.

-Le dije sí, Forthes. Pero con la condición de que esperara a que la situación en el noroeste mejorara. No supe qué más decirle sin causarle daño.- Deros se veía preocupado, cosa que no esperaba en su primer día después de su regreso. -¿Acaso me he equivocado?-

-Todo depende.-

-¿De qué?- preguntó intrigado.

-Si piensa cumplir con su promesa. Ya sea otorgándole el reino o mintiéndole.-

Deros suspiró profundamente.

-¿Cuál de los dos será lo mejor? Si le doy lo que quiere corro el riesgo de que pierda mi reino como a mi hermano e inicie una guerra. El otro escenario es dejar las cosas como están y negarle sus deseos.-

-De cualquier forma pierde a su hermano.-

Forthes tenía razón y Deros estaba consciente de la situación. Tenía que decidir qué valdría más para él. Pero no era momento de preocuparse sino de festejar, ya que no todos los días se regresaba de una increíble aventura y vivía para contarlo. El tiempo se encargaría de arreglar el dilema que agobiaba a Deros, ya sea agradeciendo o lamentando sus acciones.

Pasaron los años en el reino, y durante ese tiempo, el rey Deros decidió nombrar a la aldea igual que al castillo. Torus como el primogénito siempre fue el claro heredero al trono, por lo tanto, fue criado desde niño para poder reinar.

Un día, el pequeño Torus tuvo un accidente mientras jugaba en el castillo, dado ese evento, el príncipe tuvo que recuperarse varios días en cama sin poder moverse. Una de esas noches en que Torus se recuperaba de su accidente, el rey Deros entró a la habitación de su hijo y se acercó para estar a su lado. El rey durante ese tiempo aprovechó para convivir con él contándole historias de sus aventuras incluyendo su viaje al bosque de la vida. Al mencionarle a Torus de su aventura, el rey se acordó de las frutas que poseía y cómo todos estos años, estas se habían convertido en una reliquia, empolvándose dentro del castillo. De pronto, Torus observó que su padre estaba un poco distraído mientras relataba su historia, no sabía el porqué, pero decidió dejar el tema para preguntarle otra cosa que lo agobiaba.

-Padre, ¿Algún día tendré un dragón como el tuyo?-

-Por supuesto, hijo.- respondió regresando al presente. -Cuando cumplas la edad de quince años, podrás tener tu propio dragón.-

Para el pequeño príncipe faltaba mucho lo cual lo desanimó.

-¡Hmmm!- gruñó.

-Ten paciencia. Eres alguien afortunado, no todos pueden tener uno.-

Torus adoraba los dragones y conocía muchas especies y los nombres de las antiguas bestias que sus antepasados usaron, lo que causó en su tiempo preguntarse de dónde venían.

-¿Por qué dices eso?- cuestionó inconforme con la respuesta anterior.

-Solo algunos hombres de parte de la nobleza tienen este privilegio.- todavía era chico para entender esas diferencias y no quería saberlas, ahora preguntando.

-Pero… ¿Y de dónde vienen los dragones?-

Deros se acomodó en la silla a lado de la cama de Torus, tanto tiempo sentado ahí comenzaba a molestarle.

-Los dragones provienen de una tierra fuera de nuestro reino, muy lejos de aquí, cruzando un inmenso mar que nos separa. Se dice, que en ella se encuentra el gran mago… Ignis, ese es su nombre, y es él quien cría a los dragones para nosotros.

Hace tiempo, una alianza se creó entre mi abuelo, el rey Danos, y el mago. Gracias a él nos permitió que tuviéramos estos dragones como acompañantes. Es parecido a cómo se reparten los caballos, hijo. A la gente de la nobleza se les dan los mejores caballos provenientes del reino que crearon mis abuelos, los reyes Danos y Elia, mientras que a las demás personas se les dan diferentes caballos; en cambio, los dragones solo son para ciertas personas de la nobleza, por ejemplo, mi amigo Forthes, él tiene un dragón a pesar de no ser de la realeza porque tiene un alto puesto, pero su esposa Aithe no tiene uno.-

-¿Y mi amiga Aithe tendrá uno?- preguntó Torus ilusionado.

-Seguramente no.-

-Entonces le prestaré el mío cuando juguemos.-

A Torus le emocionaba la idea pues Aithe era su mejor amiga.

-Deberías hacerlo, Torus. No todos tenemos ese privilegio. Aunque en el mundo no solo nosotros podemos tener un dragón. Los magos también tienen uno, pero sus dragones son más fuertes que los nuestros, y el mago Ignis, cuentan que es el dragón más fuerte que existe.-

-Padre, pero mi amigo Varmanir dice que solo son cuentos, que los magos no existen.-

El niño Varmanir era el hijo de uno de los cocineros del castillo. Se juntaba con Aithe y Torus pues en ese lugar no había con quienes jugar y los hermanos de Torus aún eran muy pequeños. A Deros no le gustaba mucho la idea que se juntara con ese niño, hijo de un cocinero, pero era peor negarle que se relacione con niños de su edad. Después de todo recordaba que en su infancia no tuvo con quienes jugar y su hermano no siempre fue la mejor compañía.

-¿Y tú le crees?-

-No lo sé, Varmanir ya tiene siete años, es más grande.- Deros rio disimuladamente, no podía enojarse con la inocencia del niño. -También escuché que la historia de tu viaje es una mentira, padre. ¿Es verdad?-

Ese comentario si le interesó a Deros preguntando.

-¿En dónde escuchaste eso?-

-Mi tío. Lo dice muchas veces. Dice que lo haces para engañar a los bobos del pueblo.-

Ahora sí estaba molesto.

-Tendré que hablar con tu tío sobre eso.- dijo Deros calmándose en su interior. –No debe estar diciendo cosas de las que no sabe.-

Torus estaba preocupado creyendo que había hecho algo malo, entonces Deros se encargó de hacerle sentir lo contrario ya que no tenía culpa de nada.

-Debes entender, que en este mundo puedes encontrar cosas extraordinarias, desde en el ser más pequeño hasta en la montaña más grande. No porque alguien no crea, significa que tú no lo harás. Más allá de creer, aprende a confiar.-

A veces Deros olvidaba que su hijo era aún muy pequeño para esas enseñanzas, sin embargo, él creía que ya era tiempo de acostumbrarlo a un futuro estilo de vida. A pesar de sus creencias se daba cuenta que esas conversaciones aburrían al niño y con toda razón, obligándolo a cambiar de tema.

-Y dime, ¿Si fueras un mago qué harías?-

-Yo no quiero ser un mago.- dijo emocionado. -Yo quiero ser el guerrero más poderoso que hayan visto.- el niño trató de levantar las manos y hacer movimientos brucos los cuales lastimaron su herida, sintiendo dolor de inmediato. Afligido, el niño se recostó nuevamente con ganas de llorar.

-Seguro serás un gran guerrero, pero por el momento… tienes que descansar. Los magos nos hicieron poderosos, pero no invencibles.-

Notando la tristeza, Deros decidió levantarle el humor contándole sobre los magos. De alguna manera quería que Torus sí creyera en ellos pasara lo que pasara.

-Escuché a mamá decir que un “aquimita” podía curarme. Uno muy conocido que ronda las aldeas del sur, cruzando el mar. ¿De verdad él puede ayudarme?-

Deros le había dicho varias veces a su esposa que no dijera esas cosas pues no confiaba en esas personas, ya que por experiencias en su viaje sabía que no eran de fiar.

-Para empezar, es alquimista, Torus; y segundo no, no puede.- Deros respiró hondo y se relajó. Nadie le había dicho que sería tan pesado hablar con su hijo. -Hijo, en este mundo existen, magos, hechiceros y alquimistas.

Los hechiceros son peligrosos, engañosos y truculentos. Su magia no es pura, necesitan de artilugios para hacerla. Como Hérico, el hechicero conocido por sus monstruosos experimentos con los seres vivos. Hizo fusiones de los hombres con animales, creando aberraciones que hoy día no se extinguen y parece que nunca lo harán.-

-¿En dónde está Hérico, padre?-

-Nadie sabe. Eso fue hace muchos años, siglos antes de los tiempos de Danos. Las historias cuentan que murió en las garras de sus creaciones; otros dicen que vive en el Invhalno, por gusto y no por castigo ya que es el único lugar donde los magos no pueden encontrarlo, y es que ellos lo odian por haber hecho tales acciones con lo que más amaban.

A diferencia de los hechiceros, están los alquimistas, que no son más que estafadores con su magia, si es que se le puede llamar así. Transforman todo a su alrededor a placer y a su conveniencia y no piensan en nadie más que en ellos mismos. Su vida se basa en un egoísmo puro.

Son los magos, creadores de todo, que usan la verdadera magia. Son tres, y no más.- parecía que Torus se había asustado por lo que dijo su padre, y Deros tratando de enmendarlo, agregó. -No todo en este mundo es malo. Son más las bestias que le temen a la luz. Afuera de este castillo, existen cosas increíbles que fueron creadas por los tres magos, Caelum, Ignis y Droner; y cada una de ellas con un propósito en la vida.-

-Padre, ¿y en dónde están estos magos? ¿Acaso nos odian? ¿Por qué nadie los ha visto?-

-Todo lo contrario. Nos aman, y es ese amor el que los aleja. Pues cada uno de ellos se encuentra en diferentes partes del mundo. Ignis, como ya te mencioné, vive en la tierra de dragones, y Droner, se encuentra lejos, en una tierra al oeste a la cual ningún hombre ha ido jamás.

Tanto la tierra de dragones como la tierra de Droner, ambas están separadas de la nuestra por mar y dicen algunos creyentes que el único que se encuentra en nuestra tierra es Caelum, y de vez en cuando, pocos son los afortunados que lo han visto.-

-Como tú, en el bosque de la vida.- afirmó Torus emocionado.

-Sí, Torus. Como yo. Pero nadie sabe dónde se encuentra este mago, ya que él puede estar en todos lados, siempre cuidándonos y al resto de los animales.-

-¿Algún día crees que pueda verlo?- preguntó ilusionado el niño.

-Con suerte, sí. Hace siglos, ellos prefirieron vivir lejos de nosotros, no sé por qué, y eso ha causado que mucha gente como tu tío y Varmanir no crean, pero eso no significa que no existan.-

-Ojalá algún día pueda verlos. Debe ser divertido.- la ilusión y alegría de Torus le había regresado, sentimientos que le habían hecho falta en esos días.

-Ojalá, Torus. Pero por el momento, tú debes descansar. Es importante que te mejores pronto, para que puedas seguir jugando.-

Deros se levantó viendo a su hermano Dimard parado en la puerta, habiendo escuchado parte de la plática. Torus saludó a su tío al verlo y este de regreso. Su presencia no era bienvenida por parte de Deros recordando las cosas que Torus le había contado. Antes de salir, se despidió y cerró la puerta dejando descansar a su hijo. En el instante en el que Deros salió de la habitación, Dimard le dijo.

-Debes de dejar de llenarle la cabeza de tonterías.-

-¿A qué has venido? Además de juzgar.-

-Pasaba por aquí hasta que te escuché. Tuve curiosidad de los cuentos que le contabas a tu hijo.-

Desde hace tiempo Dimard estaba molesto con su hermano por razones obvias pues pasaban los años y él no tenía nada que gobernar, estando en Galvena como un trofeo, uno feo y gordo que no enorgullecía a nadie.

-Pues sigue tu camino.- Deros trató de irse, no sin antes recordar y decirle. – ¡Ah! Y no vuelvas a decirle a mi hijo en qué o no creer. Ya tiene suficiente con toda la responsabilidad que carga, como para impedirle soñar.- antes de retirarse le regresó un pensamiento peligroso que tenía que decir en ese instante. -Por cierto, el niño me ha dicho algo.- se acercó unos pasos más a su hermano susurrando. –El niño me dijo que jugaba contigo poco antes de lastimarse.-

-¿Qué insinúas? ¿Qué herí a mi propio sobrino? ¿Con qué motivo?-

Deros se detuvo a pensar.

-Espero equivocarme, Dimard. Porque de lo contrario no querrías saber las consecuencias.-

-Pregúntale al niño del cocinero. Él te dirá todo.-

El rey no estaba de humor para indagar cómo es que Torus había sufrido su accidente y tampoco tenía tiempo ni paciencia, retirándose de ahí sin dejar pasar más tiempo.

Desde hace días el reino tuvo problemas en el norte en la frontera, cerca de Cilú, y temas como ese complicaba en extremo a Deros, pues no permitía deshacerse de Dimard, pensando en mandarlo lejos de Galvena.

Tratando de distraerse, este se fue de ahí y se dirigió hacia uno de los cuartos bajo tierra del castillo. Ese era un cuarto grande y poco iluminado, donde lo que había ahí era el dragón del rey, siendo este considerado el más poderoso de todos los dragones que los hombres poseían. Junto al animal, yacía un pequeño cofre. En esa recámara, el dragón protegía el cofre de día y noche bajo las órdenes de Deros. Nadie sabía qué había dentro de ese lugar más que el rey, pero sí sabían que nadie podía entrar.

Cuando Deros se presentó, el dragón se movió y permitió al rey tomar el cofre, así, lo levantó. Estaba lleno de polvo y tenía un olor rancio. De su cuello sacó una cadena con una llave de plata. Con esa misma llave Deros abrió el cofre, aunque con un poco de dificultad pues se atascaba la llave al entrar. Después de tres ligeros golpes se abrió y como se esperaba, dentro se encontraban las frutas mágicas. Curiosamente tenían el mismo aspecto que hace años cuando las arrancó del árbol. Por raro que fuese, las frutas no tenían ni un rasguño, y mucho menos estaban sucias, casi como si el tiempo no hiciera efecto en ellas. El rey observó y recordó ese encuentro con el mago Caelum, fue cuando pensó, “Tuvieron que pasar casi dos años desde ese día para que me diera cuenta de que era un mago; y ahora que recuerdo, él dijo que yo decidiera qué hacer con ellas”. Había pasado tanto tiempo y él seguía sin saber qué hacer, sintiendo cierto remordimiento el cual le hizo tomar una las frutas y la observó detenidamente lleno de asombro, preguntándose, “Después de todos estos años, ¿Qué pasaría si comiera una?”

No tenía apetito esa noche, pero la curiosidad hizo que la idea de darle una mordida fuera factible. La sujetaba como si se tratara de una piedra preciosa, y con razón, sabiendo que no eran nada ordinarias. Sonriendo, dejó la fruta junto con las otras; no sería el día. Ese momento tendría que aguantar un poco más.

Transcurrieron años después del incidente del príncipe Torus y durante ese tiempo, el príncipe no se encontró sólo, ya que los reyes tuvieron cuatro hijos más. Los gemelos Hevan y Pheros nacieron poco menos de cuatro años después que Torus; su nacimiento fue una sorpresa para ambos padres, pero bien recibida. Seis años menor que el primogénito se encontraba la princesa Ariam y, por último, el menor de todos y la cereza en el pastel, como su madre lo llamó, Rido, naciendo poco más de un año después que la princesa Ariam. La familia creció por parte de Deros mientras que Dimard no tuvo la misma fortuna, ni con sus mujeres ni con su semilla que no lograba asentar. Otros hubieran adoptado a sus sobrinos como hijos suyos sabiendo de sus limitaciones, pero no Dimard, que se había envuelto en enojo y celos llegando a odiar a los niños, sabiendo que las posibilidades de reinar algún día eran ya imposibles.

Para colmo de Dimard, con el tiempo la tierra fue llamada “la tierra de Deros” para honrar a su rey que durante años reinó con justicia y sabiduría. Deros se había convertido en un ejemplo y un símbolo para todos sus súbditos, y mientras la familia crecía, la gente imaginaba más años de prosperidad en sus tierras. Para ese entonces, nada parecía ir en mal rumbo.

El tiempo siguió su curso y llegó el día en que príncipe Torus cumplió la edad de quince años. Era Caelum 58, del año 395; es decir veintisiete de abril de nuestro calendario. Los príncipes se encontraban jugando entre ellos en el gran salón del castillo. Curioso era el juego de los niños que los mantenía entretenidos y jugando los cinco tranquilamente, riendo, divirtiéndose, conviviendo. Para ese entonces, Torus ya sentía una responsabilidad, aunque solo fuera con sus hermanos menores, que día con día los cuidaba e intentaba enseñarles lo mismo que aprendió de su padre.

Por otro lado, las cosas para el rey eran más complicadas, y por más que hubiera deseado, Deros sentía que no tenía la misma energía que antes y ahora con cinco niños a su alrededor, donde cada uno le demanda la atención necesaria, se daba cuenta que la edad se lo comía vivo. Por suerte su reina estaba ahí para apoyarlo, aunque a veces él se aprovechara de ello. Tenía tanto por mejorar y que hacer, y eso empezaría ese mismo día.

El príncipe Torus cumplía años y la familia y parte del reino lo celebraba, y refiriéndome a parte del reino, hablaba por los súbditos que vivían cerca del castillo y en la ciudadela; en tierras más lejanas ni siquiera era noticia. Dicho acontecimiento a muchos les iba y venía, y no habría que culparlos, pues tenían cosas más importantes como para perder el tiempo en la celebración del primogénito de Deros.

Durante el juego de los niños, un sirviente tuvo que irrumpir para informarles a los príncipes que su padre, el rey Deros, solicitaba la presencia de los cinco en la oficina del rey. Emocionados, los hermanos salieron corriendo, dejando un desastre a su paso. Tardando poco tiempo en llegar, ellos entraron a la habitación causando un ruido y desorden insoportable para cualquiera con gustos serios. El rey al verlos guardó la mayor paciencia posible y esperó a que los cinco se calmaran antes de poder hablar. Estando ya quietos, Deros les sonrió, consciente de lo que tenía frente a él y el valor de eso.

Antes de que Deros llamara a sus hijos, él había pasado a la habitación donde estaba su dragón, tomando de ahí la bolsa dentro del cofre con las frutas del bosque de la vida. El día había llegado. Habiendo tenido consigo las cinco frutas este regresó a su oficina; en su camino, Deros pensaba en lo que había hablado con la reina Ali la noche anterior. Fue una conversación que no desearía recordar voluntariamente, pero que por más que intentara olvidarla esta se anidaba más en su memoria, obligándolo a revivirla.

Esa noche que revivía en su mente, se le acercó a su reina antes de acostarse. Recordaba el vestido amarillo que se quitaba su esposa y caía lentamente mientras él la veía con aprecio y lujuria. Al momento en que se vistió para dormir, Deros aprovechó para decir un comentario nada inocente.

-Mañana es el cumpleaños de Torus.-

-Y, ¿Qué con eso?- respondió molesta su esposa.

-Pensé que dirías algo al respecto.-

Frustrada, Ali respondió.

-Aunque te diga lo que pienso no tendría caso, ¿O sí?

Después de todo, tú eres el rey, y haces lo que te plazca sin importar que pongas la vida de nuestros hijos en riesgo.- no había dado tiempo ni de pensar la siguiente frase cuando Ali desató esa serie de regaños hacia él.

-También son mis hijos, te informo. Y no estás segura de lo que hablas y mucho menos lo que pasará. No puedes juzgarme de algo que no ha pasado.-

-¡Ese es el problema, Deros! Tú tampoco sabes qué pasará. Y no quiero aceptar que arruines sus vidas, o peor, que las termines.- Ali se paró frente a la cama antes de acostarse, con una postura recta y sin mostrar debilidad. -Puede que a ti no te importe, pero a mí sí.-

-Por supuesto que me importa, y es por eso que lo haré. Con esto, tendré por seguro que ellos estarán protegidos sin que me necesiten.-

-¿Necesiten?- exclamó con sarcasmo. –Si a pocos ratos les haces caso. Y con esfuerzo te dedicas a escucharlos. No dudaría en que no sepas sus nombres.-

Ali se sentó dándole la espalda a Deros, cosa que le enfurecía y ella lo sabía. No tenía respuesta a eso, pues sabía que, hacía tiempo que no se ocupaba de los niños, teniendo en cuenta que desaparecía de sus vidas lentamente.

-Entiendo que tengas miedo, y que quieras protegerlos, pero esa no es la manera.- Deros se acercó a ella hablándole casi al oído tratando de hacerla entender su punto de vista. –Veo otras formas de cuidarlos y es protegiendo este reino, el cual un día será de alguno de ellos.-

-¿Es que no te das cuenta?- preguntó molesta. –Esos niños apenas te reconocen. Lo último que necesitan de ti es tierras y joyas, sino un padre.-

-No siempre estaremos, Ali. Date cuenta, y piénsalo bien. Yo fui muy joven cuando mi padre murió y por suerte me dejó algo que más que el reino.-

Ali estaba harta de oírlo hablar de su padre como si de verdad hubiese sido una deidad, ya que era conocido por su amor exagerado hacia los dragones, su codicia y sus aventuras con las damas de la nobleza. En sus últimos días murió encerrándose con su dragón y sus piezas de oro, plata, piedras preciosas, obras de arte y antiguos pergaminos creyendo que se lo robarían para venderlo a Caelum, el mago. Si preguntan qué le sucedió, lo más seguro era que tan pronto tuvo hambre el dragón lo devoró, y es que un animal así con hambre, desconocería a cualquiera con el estómago vacío. Deros negaba esa parte de su padre y por desgracia fue lo que más lo caracterizó; por eso la molestia de Ali, ya que su esposo aspiraba a ser cómo él.

-Él no te dejó más que un reino en decadencia y un pueblo moribundo. Fuiste tú, no él, quien lo regresó a su gloria. Y si no quieres ser como él, entonces deja de hablar como loco y pensar que esas frutas serán la solución a tus problemas.-

Estaba molesto. Apreciaba a su padre tanto como a Ali, y no permitía que nadie hablara así de él, ni siquiera a su madre, que falleció años antes de su viaje al bosque de la vida. Apuntando con su dedo el rostro de Ali dijo con voz fuerte al borde de gritar.

-Tú no sabes todo lo que mi padre logró, y no espero a que lo entiendas, pero aprende a respetarlo, pues si no fuera por él seguirías viviendo en esa aldea de porquería con olor a pescado echado a perder y a heces de caballo.- se levantó de la cama y volteó agregando. –No pienso dejar de ser parte de su vida. Esas frutas serán mi regalo; un regalo de dioses.-

Ali en voz baja dijo.

-Vaya dioses los tuyos.- vio que Deros la había escuchado y no le importó diciendo. –Hay otras formas de lograr lo que esperas y sin echarles a perder la vida.-

Deros no quería discutir más, entonces se dirigió hacia la puerta abriéndola con fuerza y saliendo a pasos largos.

Ali se preguntó a dónde iría, temiendo más por sus hijos, pero no tenía más paciencia para seguir discutiendo, obligándolo a guardar sus palabras y a recostarse en su cama.

Dentro del rey existía un temor que derivaba de lo que su padre no logró conseguir con él. Cuando Daná murió, Deros sintió un tremendo miedo al no saber cómo proteger a su madre y a su hermano, y ese sentimiento lo hizo hacer cosas que no fueron del todo correctas. Eran tantos sus errores que le preocupaba heredarlos a sus hijos. Las frutas para él, si eran lo que el mago prometió, serían la solución a su miedo de dejar desprotegidos a sus hijos y evitar que sufrieran lo mismo. Pero las palabras de Ali eran sabias, y reconocía que rara vez se equivocaba haciéndolo dudar de sí mismo. Al parecer esa duda no dejaría de agobiarlo por varias horas más.

Habiendo ya ido por las frutas y estando frente a sus hijos, Deros los miraba a cada uno de ellos, teniendo en mente lo que pasaría si él muriera imaginándose lo peor. Un temor increíble lo paralizaba casi por completo viendo a sus hijos en vidas de dolor y pena, ahora esperanzado de salvarlos. Los niños notaron el silencio de su padre y se preguntaban por qué no decía nada, ya llevaba rato así de callado. Rompiendo con el silencio, Torus habló.

-Buenos días, Padre, ¿Querías vernos?-

Volviendo en sí, Deros le respondió.

-Sí. Yo… quería… darles un pequeño regalo, a los cinco.- al escucharlo, sus caras sonrieron de oreja a oreja.

-¡Vaya, un regalo!- exclamó Hevan emocionado soltando un golpe a su gemelo de la emoción que lo invadió mientras el otro se sobaba viéndolo con desprecio.

-¿Y qué es?- preguntó el niño más pequeño y al parecer, el más impaciente.

-Observen.- dijo Deros llamando la atención de sus hijos. Así, frente a ellos, colocó una bandeja de plata donde las cinco frutas estaban servidas. Por desgracia para los ojos de los niños lo que más les llamó la atención fue la bandeja y no las frutas.

-¿Qué es eso?- preguntó el pequeño Pheros.

-Estas, son las frutas de la historia que alguna vez les llegué a contar. Y ahora, quiero que ustedes las tengan.-

En su mente Deros imaginó algo diferente, emoción y agradecimiento, pero sin hacer más emoción, cada uno tomó una fruta con lentitud y desánimo, pues se sentían timados. Con aquel sentimiento, las mantuvieron en sus manos observándolas detenidamente tratando de entender lo especial en esas cosas, encontrando un único símbolo marcado en ellas.

-Hace muchos años, el mago Caelum me dijo que estas frutas…- de pronto el rey escuchó un sonido molesto que lo interrumpió. El culpable de haberlo interrumpido había sido Rido, que en un abrir y cerrar de ojos devoró su fruta sin escuchar una sola palabra de su padre. El niño tenía hambre de tanto haber jugado antes de estar ahí y no tuvo intenciones de esperar un segundo más. Esto dejó pasmado a su padre que miró fijamente a Rido esperando a que sucediera algo, lo que fuera, notando el jugo de fruta embarrado en sus rojas mejillas. El pequeño se preguntó por qué se le quedaba viendo. Por otro lado, Deros estaba preocupado, intranquilo, pero lo único que provocó fue que su hijo se sintiera incómodo. Los otros no entendían qué sucedía, viendo también a Rido, haciéndolo sentir todavía más impaciente.

No sucedía nada y eso decepcionó a Deros, dudando en todo lo que creía. Su cabeza giraba y dolía como si hubiera caído de un precipicio. En su mente repetía, “No puede ser cierto”. No sabía qué le dolía más; que no pasara nada y sus hijos estuvieran desprotegidos, o que Dimard y Ali tuvieran razón.

Al ver que no pasaba nada, este les pidió a los demás que comieran las frutas. Los cuatro obedecieron a su padre y fueron comiéndolas; unos de una sola mordida se la acabaron, como lo hicieron Hevan y Pheros que sus frutas eran idénticas, mientras que Ariam y Torus se tomaron su tiempo para saborearlas.

-¿Por qué nos das esto?- preguntó Torus molesto después de acabarse la fruta, pensando que era una broma de mal gusto.

Esperó un momento antes de responder, atento a cualquier cambio en sus hijos, pero por más que esperaba ese evento no llegaba. Ocultando la verdadera razón, les dijo.

-Hace tiempo hallé estás frutas muy especiales en el bosque de la vida y… esperaba que fueran un delicioso manjar. ¿Ustedes qué opinan?-

-Pues…- rumió Ariam. –No saben ricas. Saben cómo cualquier fruta común.-

¿Acaso era verdad o los niños no tenían sentido del gusto? Qué más daba, pensaba Deros. Lo que importaba no era el sabor. Había sido un fracaso. Se recargó en el respaldo de su silla y suspiró, decepcionado de lo sucedido. Después de todo, sus temores se harían realidad y el peor de los escenarios seguiría ahí, obsesionándolo. No sabía cómo sentirse al respecto viendo al techo preguntándose si había hecho algo mal, si le había faltado algo.

-Pueden irse.- exclamó Deros.

Antes de que todos sus hijos abandonaran la habitación, Deros llamó a uno de ellos.

-¡Torus!- haciendo que el cumpleañero se quedara.

Se levantó de su silla y se acercó a su hijo.

-¡Ven, Torus. Acompáñame!-

Deros y su hijo salieron de la oficina y se dirigieron a la sala del rey, donde tenía una sorpresa para el pequeño Torus.

-Felicidades, hijo.- dijo mientras lo abrazaba. –Como sabes, este es un día importante y clave para el resto de tus días.-

El niño estaba emocionado y sus pies se aceleraban más que el paso que su padre llegara a tener. Pronto su paciencia dio frutos cuando entraron a la sala real caminando frente al trono el cual observó con detenimiento, sabiendo que en unos años más él estaría sentado ahí, con cientos de personas a su alrededor aplaudiendo y festejando, pero hoy no. Hoy sería diferente.

En ese amplio lugar se acostumbraba a albergar las fiestas reales, aunque ese día sería la excepción pues el niño había preferido que fuera en el jardín del castillo. Aprovechando esto, Deros lo utilizó para otro propósito.

-Como hace años te conté, a la edad de quince años a las personas de la realeza se les otorga un dragón, ¿Recuerdas?- la cara de Torus no podía ocultar su felicidad. -Por supuesto que no lo has olvidado.- rio.

Cuando los dos salieron a ese gran balcón, lo primero que vio Deros fue la cara de asombro de Torus al no ver absolutamente nada. Estaba desierto y no se escuchaba más que el viento soplar.

-¿Qué pasa?, aquí no hay nada.- replicó el príncipe. -¿Dónde está mi dragón?-

-Acompáñame, hijo.- Deros y Torus caminaron hasta el borde del balcón, lugar que adoraba el rey y se esforzaba para que a su hijo también lo apreciara.

-¿Qué quieras que vea?- el niño estaba molesto y caprichoso.

-No me gusta la forma en la que actúas ante la decepción, Torus. Tú eres el heredero de este reino, y un rey no puede ser así.-

Molesto, se dio la vuelta fingiendo que no lo escuchaba.

-Eso es a lo que me refiero.- dijo Deros al ver la reacción del niño.

-¿Qué es lo que quieres de mí?- preguntó agobiado. -¿Por qué no me tratas como a cualquier otro niño?- gritó desesperado.

-Porque no eres un niño cualquiera.- Deros estaba tranquilo entendiendo la decepción de su hijo, pero tampoco estaba dispuesto a dejarlo pasar. -Algún día serás rey, y cuidarás de cada uno de ellos.- señaló a la ciudadela y más allá. -Y ellos confiarán en ti. Entonces sentirás el peso de la responsabilidad, y el deber que tenemos hacia nuestra gente.-

-¿Si digo que sí, estarás contento?-

Deros golpeó a Torus en la mejilla, fue más como una llamada de atención. El príncipe quería llorar, pero antes de hacerlo Deros habló.

-Antes de ser un príncipe eres un hombre. Y te comportarás como tal.- Torus no contento con su padre, quiso alejarse. -Tienes razón, cuando dices que no te trato como a cualquier otro niño. Pero, tú sabes el por qué, y mis intenciones no son malas, hijo mío. Espero lo mejor de ti, porque sé que puedes darlo.- pareciera que Torus no escuchaba a su padre tratando de demostrarlo a través de caras, pero en realidad sí lo hacía. –Hoy no es un día para que llores, sino para que aprendas, como tienen que ser el resto de tus días.- mirando al cielo Deros vio dos puntos negros volando. –Espero no eches esto en vano. Tienes un largo camino por delante. Por lo mientras, disfruta tu día.-

Cuando Torus volteó a ver a su padre pudo observar a lo lejos a dos dragones acercándose. El dragón de Deros era acompañado por uno más pequeño que, con esfuerzo, la pequeña bestia seguía el paso del más grande. Antes de aterrizar dieron un par de vueltas mientras el pequeño jugueteaba con el otro. Al poco tiempo, los dragones aterrizaron junto a ellos, provocando un fuerte aire ajetreando las plantas, decoraciones y cortinas de la sala.

Torus estaba emocionado y al mismo tiempo aterrado. De alguna manera creyó que el dragón sería más pequeño. Deros se adelantó acerándose al dragón de Torus acariciándole la cabeza. La bestia era cariñosa y juguetona.

-Este será tu dragón, Torus.- dijo. -Cuídalo mucho y así como lo hagas, él lo hará por ti, ya que te acompañará siempre, hasta el día de su muerte.-

Lentamente se fue acercando al dragón mientras este con un poco de miedo lo miraba agitando sus alas y su cola. Ambos estaban nerviosos.

Los dragones que se les da a la edad de quince años eran dragones pequeños, pero que a su edad son capaces de cargar a sus jinetes; esto es debido a que los dragones y su jinete deben crecer juntos y así formar un vínculo para alcanzar una gran combinación entre bestia y hombre como si fueran uno mismo, logrando un mutuo entendimiento.

Al tiempo en que conocía a su dragón, Deros le dijo lo mismo que su padre a él.

-Recuerda, solo se les es otorgado un dragón en la vida.- Torus montó a su nuevo compañero, emocionado, disfrutando el momento.

-Espera, hijo.- expresó alertado. -No puedes montar así de pronto a tu dragón. Antes debes aprender a hacerlo.-

Torus un poco decepcionado bajó de la bestia, ya que, así como el animal, estaba ansioso por volar con él.

-No te sientas mal, debes ser paciente.-

Acarició a su dragón y el animal restregó su cabeza amigablemente en el niño mostrándole cariño.

-Vamos, hijo. Hay que comer algo, muero de hambre.-

Padre e hijo dejaron a los dragones, mientras el mayor de los dos guio al más pequeño a su nuevo hogar.

Ambos salieron de la sala del rey dispuestos a regresar a la fiesta en el jardín, y cuando ambos bajaron por las escaleras, dentro del mismo castillo, oyeron un grito ensordecedor que se escuchó por todas partes. Sin pensar en más, corrieron para ver de qué se trataba.

Capítulo 4. “Despiértenme cuando haya terminado”.

Los príncipes siempre jugaban entre ellos por todo el castillo, como Ariam, que pasaba su tiempo con uno de los gemelos, Hevan. Solían pelear entre ellos para así practicar con sus armas preferidas, pero Hevan nunca fue el más hábil en combate, en cambio, su hermana era todo lo contrario. Cuando jugaban utilizaban armaduras de madera y el arma favorita de la princesa era siempre el arco, cosa que siempre molestaba a Hevan. Ese día mientras jugaban en el cumpleaños de Torus, Ariam lanzó una flecha con su arco hacia su hermano mayor, y en un descuido del príncipe la flecha pegó directo en su casco partiéndolo a la mitad. Cuando Hevan se dio cuenta, volteó a ver a su hermana furioso por haber roto uno de sus juguetes nuevos. Ariam lo observó enfurecido y empezó a correr riéndose de él mientras el otro, enojado, la perseguía arrojándole cosas a su hermana, desde juguetes insignificantes, como muñecos de trapo y hasta piezas de decoración del castillo que encontraba a su paso. Era tal su berrinche que no le importaba lo que hacía y pues Ariam escapaba soltando carcajadas a más no poder, lo que hacía enfurecerlo más. Era tal su molestia que no se dio cuenta, pero objetos que no tomaba con sus manos se arrojaban por si solos hacia su hermana; uno tras otro salían volando por los pasillos del castillo, por suerte sin puntería. Ariam no se daba cuenta de ello creyendo que todavía era un juego lo cual no era cierto. Al acercarse más a su hermana, este se detuvo y extendió su mano simulando que la tenía entre sus dedos, entonces cerró el puño y mientras Ariam seguía corriendo Hevan movió bruscamente su brazo como si fuera a la lanzarla como a otro muñeco de trapo más; al hacer ese movimiento el joven príncipe vio cómo la princesa, de la nada, era estrellada contra la pared. Fue entonces que se calmó y fijó su vista en Ariam aterrorizado por lo sucedido. No pudo comprender en ese instante que él lo había hecho, creyendo que fue obra de la casualidad, y aun así, Hevan no supo qué hacer al ver a la niña adolorida en el piso. Estaba asustado y por lo tanto sus músculos no le respondieron, entonces Ariam comenzó a gritar como si hubiera visto un fantasma; y es que repentinamente sintió un intenso dolor el cual no se detenía. La pobre niña pidió ayuda sin obtener respuesta, observando a su hermano ahí parado sin hacer nada. Era tal su dolor que le era imposible levantarse y para empeorarlo, éste incrementaba más y más haciéndola creer que nunca terminaría. Hevan se quedó paralizado, era peor que una estatua y las plegarías de Ariam eran escuchadas por el inútil de su hermano sin recibir respuesta. ¿Qué le sucedía?, se preguntaba. No entendía nada, pues en ese momento no había nada que entender. Al ver por tercera vez a su hermano, ella se dio cuenta que no estaba al otro lado del pasillo como al inicio, sino que lo tenía justo enfrente. De repente, en un parpadeo su hermano estaba nuevamente lejos de ella, eso se repetía cada vez que abría los ojos, y a dónde volteaba todo se veía distorsionado. Pronto, sus ojos le comenzaron a arder y un dolor punzante pegó en su nariz. Para ese momento Ariam no supo qué o dónde le dolía más, pues todo su cuerpo sufría sin importar que no hubiera recibido algún golpe.

Los gritos de Ariam fueron alcanzados por los oídos de muchos incluyendo su padre, que en ese instante regresaba de tener una plática con Torus. Tan pronto la escucharon, ellos se apresuraron para ir en su ayuda. Al llegar lo más rápido que pudieron, encontraron a Hevan paralizado y a Ariam tirada en el suelo a punto de quedar inconsciente, y es que ya no gritaba sino que hacía sonidos extraños y moribundos. Entonces Torus se acercó a Hevan mientras que Deros corrió hacia su hija.

-¡Hevan!, ¿Qué fue lo que pasó?- preguntó su hermano, pero el príncipe no respondió. Su mirada perdida, su pálida tez y su falta de reacción desesperaron al primogénito de Deros sin entender qué era lo que había pasado.

-¡Hevan, responde!- insistía Torus agarrándolo de los hombros y agitándolo en busca de alguna señal de vida.

-¿Qué está sucediendo?- preguntó Pheros que apenas iba llegando. Al ver a su hermano gemelo, este fue hacia él para ayudarlo.

-¿Qué pasó, Torus?- preguntó.

-Sé lo mismo que tú. No me preguntes nada.- respondió estresado de tener más dudas que respuestas.

Ariam durante un momento recuperó la consciencia, regresando a los mismos dolores que sintió anteriormente; continuando con sus quejas, esta vez diciendo que había mucho ruido mientras se tapaba los oídos con sus manos. Por desgracia para su padre lo único que conseguía de su hija era un montón de quejas y maldiciones sin saber cómo podría ayudarla. Cuando Deros trató de hacer algo, este colocó su mano en el hombro de su hija haciendo que ella se doliera como si la hubiera golpeado con su puño. La frustración de Deros era gigantesca al no poder hacer nada para ayudarla puesto que no dejaba de llorar y gritar.

-¡Por favor!- gritó. -¡Déjenme!- el problema es que nadie la tocaba.

De pronto, Ariam sucumbió al dolor y se desmayó; inmediatamente Deros aprovechó para cargarla y llevársela de ahí.

-¡Torus, Hevan! ¡Traigan a su hermano!- gritó, trayendo consigo a su hija. Así, Torus cargó a Hevan con la ayuda de Pheros y siguieron a su padre por el castillo.

Rápidamente llevaron a Ariam y a Hevan a sus habitaciones para ver qué les había pasado mientras esperaban a que el curandero, y los ancianos llegaran. Por suerte no tardaron en aparecer y atender a los dos príncipes. Y así, en lo que estos hombres averiguaban qué era lo que les había pasado, su madre llegó primeramente con Ariam, siendo la habitación más cercana a donde ella estaba.

-Lo siento, mi reina Ali. No puede pasar.- dijo uno de los ancianos deteniéndola de entrar a la habitación de Ariam.

-¿Pero qué tiene? ¿Estarán bien? Yo soy su madre y tu reina, ¡Déjame pasar!- exigió mostrando su miedo.

-Lo sentimos, pero no podemos permitirlo por el momento, mi señora. No conocemos la situación de la niña y para evitar una propagación, tendremos que mantenerlos aquí, aislados.-

Ali no entendía pues su instinto era más fuerte y de mayor confianza que cualquier cosa que proviniera de los labios de ese viejo decrépito.

-¡Usted no entiende! Es mi hija la que está ahí, quítese de enfrente.-

En un esfuerzo Ali trató de hacer a un lado al viejo que se opuso con su frágil cuerpo, logrando moverlo hasta que dos soldados le cerraron el paso antes de que llegara a la puerta.

-¡Quítate de mi camino!- expresó con fiereza tratando de pasar entre los soldados que no tuvieron ningún problema en retenerla.

-Necesitamos tiempo para revisarlos, mi señora.- dijo el anciano. –No arriesgaremos el reino en caso de que sea otra epidemia.-

-Por favor, Ali. Deja que ellos se encarguen de esto.- al escuchar esa voz, la reina sintió una mano en su hombro, reconociendo ambas.

-¡Todo esto es tu culpa!- gritó soltando un manotazo sabiendo que se trataba de su esposo. -¡Suéltame!- Ali se echó hacia atrás quitando la mano de Deros, diciendo. -¡Ve lo que has causado!-

-Ellos estarán bien.- afirmó sin saber si era cierto.

-Tú sabes que eso no es verdad.- replicó, dándole la espalda. -¿Dónde está Hevan?-

-En su habitación. También lo están revisando.-

-¿Y Rido?-

-No lo sé.-

-No puedo creer que no sepas.- cada palabra de su esposo la hacía enojarse más. -Puede que seas un gran rey, pero eres un pésimo padre.- por el momento no quería verlo, temiendo decir algo que no debiera y lamentaría, así que decidió alejarse de él.

-¿A dónde vas?- preguntó Deros.

-A buscar a Rido. Tu hijo.-

El tiempo de calma llegó al castillo, para entonces la fiesta en el jardín se dio por terminada y los invitados fueron echados lo más amablemente posible. Fue Deros que con pena tuvo que despedirlos sabiendo que algunos de ellos habían venido desde tierras lejanas como de Gildon, Salé e incluso de Insilva. Habiendo logrado eso, Deros regresó dejando en manos de Forthes todo lo demás mientras el rey estaba al tanto de sus hijos.

Personas entraban y salían de las habitaciones de los príncipes, pero no había nadie que le pudiera decirle algo concreto a Deros. Los reportes eran vanos, y confusos; lo único que pudo entender era que Ariam era más sensible en todos sus aspectos físicos, como el tacto, oído, gusto, vista y olfato. Los ancianos, expertos y sabios en esos temas eran famosos por ello y por sus habilidades en tratar enfermedades, pero ese día toda su trayectoria no sirvió para nada. No sabían cómo había ocurrido ni qué lo había ocasionado. Dentro de esas recámaras eran simples espectadores. Sin embrago, afuera existía una persona que tenía un indicio de lo que pudo haber causado todo ello y ese era Deros.

De repente, de la habitación de Hevan se comenzaron a escuchar ruidos y a gente salir corriendo de ahí. Entre la confusión, rápidamente Deros se infiltró; al momento de entrar observó a su hijo parado sobre su cama y decenas de cosas flotando alrededor de él; mientras el príncipe movía sus manos como si tuviera control sobre de ellas, pero no sobre sí mismo. Las personas que estaban ahí dentro con el príncipe Hevan estaban espantadas incluyendo sus hermanos Torus y Pheros que habían entrado justo detrás de su padre.

-¿Qué está sucediendo?- preguntó Pheros aterrado.

-Creo que está dormido.- respondió Deros, caminando alrededor de la cama donde el gemelo estaba parado. “¿Cómo es posible?” se preguntó asombrado por lo que presenciaba.

-Esto no es natural.- exclamó uno de los ancianos en la habitación.

-¡Padre!- Torus corrió hacia él buscando una explicación. -No lo entiendo.- por desgracia tampoco lo hacía.

De pronto, las piezas que flotaban alrededor de Hevan se detuvieron al igual que los pensamientos de todos fijándose en lo que estaría por suceder. De un golpe, el niño cayó en su cama mientras que los objetos también lo hicieron en el suelo. Los que estaban dentro tardaron en reaccionar, procesando lo que acababan de vivir.

Cuando todo se calmó, Deros ordenó que todos se fueran, hasta sus propios hijos. Los curanderos y ancianos se negaron afirmando que era peligroso, pero eso no le importó, sacándolos por igual.

Una vez despejado, se paró enfrente de la cama viendo la tranquilidad con la que el niño dormía. Su rostro inocente no reflejaba su nueva naturaleza y el rey no podía pensar en nada más que en arrepentimiento.

-Todo esto es mi culpa.- se dijo. –Si tan solo hubiera escuchado a tu madre.- En el suelo vio una espada de madera que le había regalado un año antes. La recogió y vio que estaba escrito “Evan”, se notaba que el niño lo había hecho por su cuenta. Estaba arrepentido el rey, preocupado de haber dañado a sus hijos.

Por esa noche, Deros aprovechó para quedarse con él y cuidarlo junto con los ancianos y curanderos, a quienes se les permitió entrar al poco rato.

Fueron unos largos tres días después del incidente y ninguno de los otros tres hermanos mostró cambios en sus cuerpos. Por otro lado, Hevan, en el segundo día recuperó el conocimiento sin muestras de secuelas, lo que alegró a sus padres, en especial a Deros. Por suerte para el niño, las cosas parecían marchar bien, ya que el príncipe disfrutaba de sus nuevos poderes y se divertía aprendiendo a usarlos. En cambio, Ariam no gozaba lo mismo que su hermano mayor, pues para ella fueron días difíciles. Sus sentidos se habían maximizado y no soportaba la mayor parte del tiempo. Por consecuencia, se aisló del resto encerrándose en su habitación evitando cualquier visita, incluyendo la de sus padres. La comida no era tocada en lo absoluto y la niña no podía dormir. Ni si quiera los reyes sabían de ella, por fortuna uno de los ancianos; amable y carismático, se ganó el afecto de la pequeña, quien de cariño le decía “Tata”. Y gracias a Tata, él les informaba a los reyes de la situación de la princesa siempre que podía. El tiempo pasó, y el viejo supo que sus conocimientos no eran de utilidad, entonces se vio en la necesidad de pedir la ayuda de una curandera, claro, bajo el permiso de sus reyes. Siendo así, la anciana le comenzó a enseñar a Ariam a controlar su cuerpo y sus nuevos dones, pero por más sabia que fuera, Ariam no tendría en ella a un buen mentor. Nunca se había visto lo que le pasaba a la niña; sus bases para tratarla eran enfermedades parecidas que presentaron los mismos síntomas, pero la diferencia era que no eran tan graves como lo que vivía la princesa. Más allá de los primeros días, Ariam llegó a la instancia de no querer abrir los ojos, así que se los vendaba diariamente. A su vez, ella siguió sin comer bien por lo que informaba la curandera, y es que la niña sentía dolor al hacerlo. No fueron días fáciles para nadie. La idea de no ver a su hija y saber por lo que sufría deprimía a Deros, teniendo que ceder algunos de sus deberes a Dimard y a Forthes, con mayor peso en este último.

Desesperada de no hacer nada, Ali no pudo evitarlo y, en contra de los deseos de Ariam, ella irrumpió en la habitación de la princesa cuando nadie se dio cuenta. Cuando entró, cerró la puerta rápido, aunque silenciosamente, encontrando al instante una silueta en la cama de su hija. La habitación carecía de luz y no permitía distinguir qué era qué. El sol era cubierto por las cortinas de color naranja, pintando dentro, un color similar. El lugar denotaba depresión y no entendía cómo su hija podía vivir así. Su corazón se aceleró preocupándose por su hija, pero este encontró calma cuando escuchó.

-Sal de aquí, por favor.- Ali dio unos cuantos pasos acercándose, feliz de escucharla. Al parecer la niña supo por su cuenta en dónde estaba parada y de quién se trataba.

-De ninguna manera, Ariam. No me iré hasta que salgas conmigo de este feo lugar. Sufro al ver a mi hija así.-

-No puedes saber lo que siente.- contestó Ariam, estática.

-Extraño ver tu sonrisa, y escuchar tus risas y travesuras por el castillo.- la dulce voz de su madre era como un bálsamo, para el odio que cultivo en aquel sitio.

Lentamente, Ali se fue acercando a Ariam que no se había movido de donde estaba.

-¿Por qué traes eso en los ojos?- preguntó al distinguir la venda en su rostro.

-Es mejor así.- Ali se acercó un poco más, buscando abrazarla.

Al avanzar, notó que la habitación era un desastre y tenía un aroma pesado.

-No digas eso, hija. Con eso en tu cara no podemos apreciar lo bonita que eres. ¿Puedes quitártelo?- Ariam no respondió. -¿Cómo puedo ayudarte? Por favor, dime lo que sea.-

Ariam escuchaba los pasos y sentía la presencia de su madre hasta con la respiración que hacía. En cuanto a la reina, ella supo que había algo raro en su hija, pero no tenía ni la menor idea por lo que pasaba.

-No puedes ayudarme. Nadie puede.-

-No digas eso, mi amor.- con esas palabras, Ali estiró su mano para acariciarla, pero Ariam se quitó sabiendo lo que pasaba. Eso le dolió a su madre como si de verdad la despreciara, lo que no era así. -Déjame ayudarte.- insistió. –Los ancianos me dijeron lo que sientes y creo que es, increíble lo que puedes hacer, hija. Si nos dejas, podemos hacer algo para que sea…-

-Ellos no tienen idea de lo que siento.- dijo interrumpiéndola. –Hablan y murmuran sobre mí, ¿Y sabes? Yo puedo escucharlos. Puedo escuchar hasta cuando me llaman rara, enferma… monstruo. ¿Qué se supone que debo hacer ante esas acusaciones?- Ali notó que su hija estaba llorando en silencio tratando de ocultarlo. –Ni siquiera sé qué hice para merecerme esto.-

-Tú no has hecho nada malo.-

-¡Entonces por qué!- al levantar la voz se cubrió sus oídos como si se hubiera hecho daño a sí misma.

Ariam no era ninguna tonta y sabía que era culpa de la fruta que su padre le dio a comer y por consecuencia lo odiaba con todo su ser. -Espero los magos, o quien sea, castiguen al culpable que me hizo esto.-

-Estás hablando de tu padre.-

-Lo sé.-

No podía perdonarlo y con justa razón.

-Ariam. Tienes razón. No sé qué es lo que sientes, pero lo que sí sé es que eres una niña muy fuerte, eres princesa de Galvena, y más importante, eres mi hija. Si alguien puede salir de esto, eres tú. No necesitas nada más.-

-Estás mal. Tú no sabes nada.- afirmó.

La actitud de Ariam estaba por los suelos y anexado a su odio, las cosas no pintaban bien para la niña. Las palabras ya no salieron de la princesa, prefiriendo estar en silencio y sola. Ali lo entendió, y quiso respetar la voluntad de su hija no sin antes decir.

-Ves obscuridad porque quieres. Nadie vino y te ha cubierto los ojos. Quítatela y te darás cuenta de que no estás sola.- como madre Ali detestaba verla así, pero por el momento no había nada más que hacer. -Mi abuelo decía que por más aterrador que sea el calabozo, uno podrá encontrar esperanza en las personas que amamos. Aun cuando ellas ya no estén en este mundo.-

-Mi abuelo nunca conoció un calabozo.-

-Es una expresión, hija. Pero no es el punto. Solo quiero decirte que tengo por seguro que hallarás la respuesta por tu cuenta, siempre y cuando estés decida a encontrarla.-

Ariam se reservó sus comentarios y Ali lo entendió, así que antes de salir, miró a su hija con tristeza deseando haber hecho más por ella. Por desgracia ni siquiera supo si le había prestado atención.

Para salir la reina tocó la puerta, entonces escuchó antes de salir.

-¿Cómo está mi padre?-

-Mal.- respondió. –Está muy preocupado por ti.- entonces se abrió la puerta.

-Puedo escuchar lo que dicen afuera de estas paredes.- agregó.

Su madre no supo a qué se refería, pero creyó que era algo importante para ella, pues en dado caso no lo hubiera mencionado, sin embargo, no tuvo palabras al respecto, guardando silencio.

Poco antes de salir, escuchó a Ariam sollozar, cosa que rompió su corazón. Al salir, Deros se acercó a su esposa preguntándole qué había sucedido, para entonces ya había sido avisado de la situación.

-Tú tuviste que entrar. No yo.- Ali seguía enojada con él y parecía sería algo que no desaparecía en un buen tiempo. Sin obtener la respuesta que esperaba de su reina, Deros se acercó a la puerta con la intención de entrar, pero se detuvo y antes de abrir, agachó la mirada y lo pensó dos veces. Cobardemente se arrepintió y se dio la vuelta llevándose una sorpresa tras ver a la curandera frente a él. Su vieja cara y plateados cabellos y con una tela café sobre su cabeza para protegerse del frío, lo hizo saltar del susto. Después le dijo.

-Es una vida muy corta, su majestad. Logremos no arrepentirnos de nuestras acciones.-

“¿Es eso un regaño?”, pensó. La señora pasó a un lado de Deros y entró a la habitación de Ariam cerrando la puerta. Sin tener nada que hacer ahí, se fue pensativo.

Por suerte para Hevan, los días eran amables con él. Sus nuevas habilidades eran el centro de atención, cosa que él adoraba. Aprendía con facilidad, y solía gustar de presumir ante los presentes, en especial a sus hermanos lo cual no les agradaba nada. Aún eran unos niños y lo que tenía uno lo quería el otro, por lo que Torus y Pheros sentían celos de los poderes del príncipe Hevan. Cada uno de ellos lo manejaban de distintas maneras, como Pheros que se iba y lo evitaba, mientras que Torus, bueno, él no tenía esa inteligencia emocional así que daba pie a Hevan de lucirse. Desgraciadamente en poco tiempo el niño se estaba convirtiendo en un presumido que dejó de agradar al resto.

Los días siguieron pasando y sus hermanos empezaron a excluirlo, logrando que Hevan empezara a tenerles rencor sin saber que él era quien los alejaba. Lo más fácil era pensar que eran ellos los del problema.

Por otro lado, Ariam, siguió en las mismas condiciones. No mostró en esos días mejorías encerrándose toda una semana. En su habitación ella se recostaba sobre un montón de almohadas mientras escuchaba a la gente pasar por fuera. Su venda aun cubría su mirada y no había sentimiento u opinión que la hiciera cambiar. Pronto la niña se vio atrapada en la monotonía y el aburrimiento. Tanto tiempo sola había hecho que se sintiera sin vida, sin emociones. La presencia de la curandera y de Tata no eran suficientes, ni siquiera sabía de qué hablar con ellos. Un par de ancianos qué sabrían de diversión. Pensaba frecuentemente en todo lo que le gustaba, específicamente en ese postre de leche y pan dulce que tanto adoraba y no le habían traído, hasta parecía que lo hicieron con toda la intención. De pronto, un día, su estómago rugió y ella se levantó por instinto, escuchando al momento a un par de niños correr, distinguiendo inmediatamente que eran Pheros, Torus y Aithe; recordando a su única amiga y que ya no habían hablado, ni burlado de la señora Mariam, su tutora. Al recordar eso, sonrió por los chistes que contaban de la verruga en su nariz y sus ojos bizcos que no sabían a dónde se dirigían. Fue entonces que, en contra de toda regla suya, ella se fue quitando la venda de los ojos, de lo que tuvo mucho miedo, tanto como si quitara una costra de una herida reciente. Al retirársela, poco a poco los fue abriendo, hallando una habitación lúgubre. No era nada parecido a lo que a ella le gustaba. Los vívidos colores que la caracterizaban eran ocultados y borrados entre tanta penumbra. Para entonces sus dolores se habían desvanecido y podía ver con claridad, así decidiendo acercarse a la ventana abriendo las cortinas dejando entrar los rayos de luz que iluminaron cada rincón de la habitación. Antes, Ariam se tapó los ojos tras tremenda acción, haciéndolo con fuerza por temor a hacerse daño. Cuando al fin se atrevió a abrir los ojos, la luz le molestó un poco, pero pudo recordar lo bella que era su habitación, propia de una princesa. Su mente y corazón estaban revolucionados así que se fue a la entrada y fue moviendo el cerrojo arrastrando la puerta. En el instante en el que salió, Ariam se sorprendió al ver a su padre durmiendo fuera de su habitación. “¿Qué estaba haciendo ahí?” se preguntó. El hombre estaba recargado en la pared y sin mostrar alguna reacción. Conmovida, Ariam fue a despertarlo.

-Padre.- dijo moviéndolo con delicadeza. -Despierta.-

El rey bostezo y parpadeó un par de veces antes de abrir bien sus ojos. El pesar y cansancio se podía notar en sus ojeras como a cualquier otro hombre desvelado. Entonces, levantó la cabeza y observó a su hija con un aspecto descuidado, aún peor que el de él, sabiendo que no había comido casi nada.

-Ariam, mi vida.- dijo efusivamente y lleno de arrepentimiento. Deros la abrazó con fuerza y cariño, entonces recordó que podía hacerle daño retirándola y preguntándole. -Perdón, hija. ¿Te hice daño?-

-No, no te preocupes.- respondió con su dulce voz.

Alegre, Deros le preguntó sorprendido.

-¿Hablas en serio?-

-Sí.- la cara de la niña era diferente, dejando a un lado su aspecto físico, pues sus ojos denotaban paz.

Oyendo a su hija, Deros volvió a abrazarla aún más fuerte. Esta vez causando que Ariam se doliera un poco.

-No tan fuerte.- dijo, retirando un poco a su padre. -Todavía no lo controlo bien.-

Ella se echó un poco hacia atrás sentándose a lado de él.

-Hija. Yo… quería pedirte perdón.- dijo tartamudeando. -Por…- Ariam lo calló.

-No lo digas. Lo sé.- todo ese tiempo ahí dentro supo lo tanto que había sufrido su padre por ella, llegando a perdonarlo, en cierta manera y no por completo, aunque sí lo suficiente para hacerla salir.

-¡Ariam!- alguien gritó.

Había sido el pequeño Rido que pasaba por ahí y al ver a su hermana fuera de su escondite, este corrió y la abrazó sin medirse.

-Te extrañé.- exclamó efusivamente.

-Yo también los extrañé.-

Deros se levantó del suelo diciéndole.

-Vente, hija. Vamos a que comas algo.- ella caminó junto a ellos viendo atrás a su habitación como si se despidiera de algo, tal vez, imaginando que ya no sería esa antigua y miedosa princesa que antes fue. -Podemos decirles que te hagan tu postre favorito.- Deros los llevó consigo a comer, pues el rey se sentía contento.

Hasta ese momento Ariam supo por su cuenta a controlar sus dones, aunque no por completo; faltaría tiempo para que los controlara como era debido, después de todo, no era nada sencillo.

El sol y la luna cumplieron sus rutinas diarias y por quince días después del cumpleaños de Torus las cosas parecían inclinarse a la normalidad. Eso creyó Deros ignorando situaciones como por la cual su primogénito sufría. Ser el consentido y el hijo mayor fueron sus mayores aliados, pero ya no más. La envidia se apoderó de él al ver a Ariam y a Hevan explotar sus habilidades cada día, y en especial, llevarse la atención tanto de Deros como de Ali. Cada vez que hablaban de sus hermanos la sangre le hervía y su cara se enrojecía como un tomate, algo de lo cual sus padres no se enteraban.

Entre esos días incómodos, el primogénito se encontraba en el comedor real, en el cual, había una mesa de gran tamaño, como para veinte personas, acompañado de hermosas sillas talladas a mano con la mejor madera, con un aroma refrescante y suave; siendo todo eso parte de la herencia del rey Danos. Por consecuente, eran piezas antiguas y de gran valor, dígase emocional como en oro. Para ese entonces los príncipes ya habían comido, dejando solos a Hevan y a Torus, pues Hevan comía despacio y Torus tenía mucha hambre, situaciones para nada fuera de lo normal. En su glotonería, el príncipe de mayor edad se veía callado y de mal humor, masticando con fiereza y rapidez. Uno diría que no lo hacía, sino que solo tragaba como ave de rapiña. Y mientras Hevan comía, él notó que su hermano se comportaba un tanto extraño desde hace días, lo que lo obligó a entablar una conversación con él.

-Torus, ¿Qué es lo que tienes?- preguntó Hevan, dándole una gran mordida a su pierna de pavo ahumado.

-No es nada.- respondió el joven intentando ocultar su molestia.

-A mí no me engañas. Algo tienes… pero como no me quieres decir, te daré un regalo.- Hevan hizo levitar el plato que tenía, lo que llamó la atención de Torus. El plato viajó a través de la extensa mesa, aunque tambaleante y a punto de caer, pero con gran esfuerzo y concentración, Hevan logró llevarlo con Torus sin hacer destrozos. Parecía que el poco entrenamiento de Hevan daba resultados. Cuando llegó, el plato fue descendiendo lentamente hasta que le quedó servido. En ese plato estaba el postre que su hermano había guardado.

-¡Ten! Es tuyo.- dijo su hermano menor con una sonrisa y cierta amabilidad.

-No lo quiero.- respondió Torus de forma apática.

-No entiendo, ¿Qué es lo que te sucede?- las intenciones de Hevan no eran malas en lo absoluto, aunque eso no lo entendía el otro, reservándose su coraje.

-No tengo nada.- repitió con molestia.

-Es obvio que te sucede algo. Come el postre, eso te ayudará.- diciendo esto, Hevan hizo levitar el plato frente a Torus, pero este no lo tomó a juego, agarrando el plato y lanzándolo. -¿Qué te sucede?- replicó al ver su gesto de desprecio.

-¡No me estés molestando!-

-Torus. Estás loco, no sé ni de qué hablas. Eso me gano por ser bueno contigo.-

Hevan dio otra mordida a su comida mirando con rencor a Torus. Por fin se había callado, y eso lo agradecía su hermano mayor.

-Sabes.- no quería dejar pasar el rechazo. –No debí darte nada, alguien tonto como tú no podría disfrutarlo como se debe.-

-¿Qué no puedes callarte?- su hermano no lo notaba, pero Torus estaba perdiendo la paciencia.

-Estás exagerando.- agregó Hevan.

-Dices una vez más que exagero y verás.- la amenaza era en serio, y Hevan no lo veía así. En su mente pensaba que con sus nuevas habilidades nadie le haría daño, así que agachó su cabeza royendo el hueso restante.

-¿Por qué mejor no me dices qué tienes?-

-¿Qué quieres que te diga?-

-Ya te lo dije. Solo dime por qué estás así conmigo. No te he hecho nada malo.-

-Ya, déjame tranquilo.-

-Anda dime.- insistió Hevan.

-¡No es justo!- gritó Torus tomando su plato y lanzándolo, harto de su insistencia. -Yo soy el hermano mayor.-

-¿Y?-

-¿Por qué a ti y no yo? ¿Qué fue lo que hiciste? ¡Dímelo! ¿Cómo es que conseguiste ese poder?- Torus se levantó de su silla y fue caminando hacia dónde estaba Hevan, entonces este dejó su silla para comenzar a alejarse.

-Torus, debes calmarte.- dijo el niño al ver a su hermano aproximándose.

-Hablas y hablas y hablas y no te callas… a veces quisiera… ¿No te he dicho que eres desesperante? –

-Varias veces. Estos últimos días más de lo normal.- recordando sus nuevas habilidades se detuvo y decidió hacerle frente, cosa que antes no se atrevía a hacer. -Tienes envidia, y lo puedo ver. Más ahora que madre y padre no te hacen caso. ¿Y por qué lo harían? No tienes ninguna gracias. Solo estás con tu cara de amargado de una lado para otro.-

-¡Cierra la boca!-

-No haces nada. No eres nadie.-

-¡Cállate!- en su enojo Torus cargó una de las sillas arrojándosela a Hevan, lo que lo impresionó pues debido a su tamaño hubiera sido imposible cargarlas para cualquier otro niño de su edad, incluso hasta para un adulto le hubiera sido difícil, pero no para Torus, quien la tomó con gran facilidad y la lanzó como si de un libro se tratara. Por suerte para Hevan, Torus falló, que esto le bastó para que se preocupara. Antes de decir algo más, vio la silla hecha trizas y pensó dos veces en sus palabras.

-¿Ve lo que has hecho? ¿Si ellos se enteran te van a…?-

Al oír esto, Torus se enojó aún más haciendo que este levantara la mesa sin hacer esfuerzo. Hevan abrió bien los ojos para cerciorase de lo que presenciaba, dándose cuenta de que era real. Entonces Torus tomó impulso y la arrojó a través del comedor cayendo justo donde estaba Hevan quien de un salto se quitó de ahí apenas escapando. Por un instante pensó en usar sus poderes, pero estuvo consciente que no hubiera podido detener semejante cosa. Cuando volteó a ver a su hermano aterrorizado, este lo encontró ahí parado sin reaccionar, impresionado de lo que había hecho. Al recobrar la cordura analizó lo sucedido sin importarle las consecuencias o su hermano. De pronto, regresó al presente dándose cuenta de que Hevan estaba en el suelo junto a una pieza antigua, destrozada y repartida por todo el piso junto con los platos, cubiertos, comida y demás. Antes de hacer otra cosa, vio sorprendido sus manos sintiendo un gran poder fluir por todo su cuerpo. Cuidadosamente, Hevan decidió ir a verlo tratando de entender qué le había pasado.

-¿Cómo hiciste eso?- preguntó, pero Torus no le hizo caso. Acercándose más, volvió a preguntarle. -¿Estás bien?- fue en ese momento cuando Hevan vio algo que le preocupó más. Una ligera, tal vez engañosa sonrisa se dibujó en el rostro de su hermano haciéndole creer que lo había disfrutado. De pronto, Torus cayó inconsciente. Hevan trató de detener su caída usando sus poderes sin poder lograrlo, escuchando el tremendo golpe que se dio. Asustado, lo levantó y decidió llevarlo con su padre, tal vez él sabría qué había sucedido pues seguía en las mismas. Así, el príncipe Hevan cargó a su hermano por el castillo de Galvena, cuando en su búsqueda encontró a Aithe, que al ver a Torus así le preguntó preocupada.

-¿Qué ha pasado?- ella estaba más asustada que él. -¿Está bien? ¿Por qué está así?- Hevan escuchó cada pregunta de Aithe aunque sin poder responderle. La niña lo estresó con demasiadas preguntas que no estuvo dispuesto a contestar, diciéndole.

-¡Aithe! Ve y busca a mi padre y dile que vaya a la habitación de Torus.- vio el pánico en la niña, preguntando. -¿Puedes hacer eso?-

-Sí, claro, yo… voy, ya…- al principio no supo a dónde ir, corriendo hacia la primera salida que encontró. Aprovechando que ella ya no estaba, llevó a su hermano a su habitación con la esperanza que Aithe sirviera de algo y trajera a su padre. En el camino, uno de los sirvientes lo vio, llegando a ayudarle, por lo que estuvo muy agradecido pues estaba exhausto. Cansados, lo dejaron en su cama tomando un respiro limpiándose el sudor de su frente, cuello y manos.

Su hermano seguía inconsciente, y Hevan pensaba en lo que había pasado allá abajo, preguntándose cómo y el por qué. ¿Qué significaba? ¿Sería algo igual cómo lo que a él le pasó? En el tiempo en que Hevan acompañó a Torus, su padre llegó alarmado y exaltado.

-¿Hevan, qué sucedió?- preguntó enfurecido.

-No… no lo sé, él solo enloqueció y destruyó todo el comedor.-

-¡Qué!-

-Sí, todo lo hizo pedazos, y de pronto cayó al suelo, así como lo ves.- Hevan al igual estaba asustado y nervioso. Y es que lo que más le preocupaba era que le echaran la culpa de lo que le había sucedido a Torus. Deros se acercó a la cama donde se encontraba el príncipe, sentándose a su lado, revisando si tenía alguna herida o cualquier otra cosa que le dijera más de lo que hizo Hevan. -¿Estará bien?- preguntó.

-No te preocupes, hijo, él… estará bien.- contestó calmándolo sin saber con seguridad si era verdad. -Porque no mejor vas a otro lado. Has hecho un gran trabajo.- aún con la preocupación, Hevan le hizo caso a su padre y fue retirándose de la habitación volteando de vez en cuando, observando a su hermano durmiendo en la cama.

Tiempo antes de lo sucedido con Torus, el rey Deros había estado jugando con el pequeño Rido. El juego consistía en que Rido se escondiera y su padre lo buscaba. Durante el juego el rey caminaba por los pasillos tratando de encontrar al pequeño Rido, en lo que él estaba escondido debajo de una cama esperando a ser hallado.

Sigilosamente caminaba entrando en las recámaras intentando encontrar a Rido fallando una y otra vez; las opciones se le agotaban a pesar de estar en un amplio castillo. Y en lo que su padre buscaba, Rido se regocijaba pensando en lo hábil que era, creyendo que no lo podían encontrar. Mientras pensaba en eso, escuchó un pequeño ruido a su lado que lo sacudió; al voltear, este se encontró con un pequeño ratón que estaba escondiéndose junto con él. Rido siendo un niño, se espantó y empezó a gritar mientras trataba de salir de su escondite, para ese entonces el ratón había salido asustado sin que el niño se diera cuenta de que ya no estaba ahí. Al momento de salir de una habitación, Deros escuchó los gritos del niño e inmediatamente corrió tratando de averiguar de dónde provenían. Desesperado por poder salir, Rido comenzó a hacerse daño en ese pequeño espacio donde estaba, permitiendo a Deros darle una pista tras escuchar los golpeteos y gritos. Se apresuró no sin antes buscar en otras dos o tres habitaciones más hasta que terminó en la habitación de Dimard.

-¡Rido!- entró acelerado pronunciando el nombre del niño, pero nadie le respondió.

“Estaba seguro de haber escuchado esos gritos provenir de esta zona”, pensó. Todo indicaba que ese no era el lugar, además de que ya no se oía nada. Decidido a salir de ahí, de pronto algo hizo que se detuviera y cambiara de opinión. Un ruido, fuera de lo ordinario para una habitación vacía.

-¿Rido, estás aquí?- volvió a preguntar.

Algo estaba mal y lo sabía. Se dedicó a buscar por la habitación, entre los rincones y baúles que estorbaban demasiado. No le extrañaría encontrarse con una alimaña entre tanta porquería. Al final no pudo encontrar lo que quería y también se dio cuenta que estaba en la habitación de su hermano husmeando, así que pensó que era mejor irse. Al darse la vuelta y ver el suelo, este creyó ver la ropa de Rido que estaba debajo de la cama, entonces se agachó para tomarla afirmando que sí era de su hijo. Cosa que lo alteró. Cuando Deros se agachó para ver debajo de la cama, una serpiente salió espantando al rey. La serpiente estaba sobre de él y este intentaba quitársela de encima hasta que pudo agarrarla y arrojarla a una esquina. Rápidamente tomó un bastón tirado en el suelo e intentó pegarle hasta que llegó a arrinconarla, de pronto, la serpiente se transformó tomando la forma de un niño que, al verlo, Deros paró inmediatamente soltando el bastón.

-¿Hijo?-

Rido estaba asustado, llorando y confundido, ya que no sabía por qué su padre lo golpeaba. Sin saber cómo o cuándo, Deros le pidió perdón a Rido mientras lo abrazaba, lamentándose por lo sucedido. En lo que consolaba a su hijo, en ese momento, escuchó pasos que se dirigían a la habitación. Seguro era Dimard y lo conocía, sabiendo que haría un drama por verlo ahí, pero antes de que pudiera esconderse esa persona se detuvo en la puerta, entonces Deros sintió un alivio al ver a Aithe, quien entró al cuarto diciendo.

-Majestad, Torus ha sufrido un accidente.-

-¿Qué dices? ¿Por qué? ¿Qué pasó?- en un chasquido su alivio se perdió.

-No lo sé. Hevan solo me dijo que fuera a la habitación de Torus para que lo ayudara.-

Asustado, Rido dijo.

-No me dejes, padre. No quiero estar solo.- el pequeño lo agarró con fuerza, y Deros no sabía qué hacer. –Por favor, no te vayas.-

-No estarás solo. Estarás con Aithe.- diciendo lo primero que le vino a la mente.

-Pero señor, yo quiero estar con Torus.- dijo Aithe en desacuerdo con su rey.

Aithe y Torus desde niños fueron muy unidos, antes y después de la llegada de sus hermanos, por lo que Torus prefería la compañía de ella antes de cualquier otra persona, y viceversa; Deros no podía esperar menos de ella. No es necesario decir que Torus y Aithe se cuidaban mucho el uno al otro e incluso sus padres ya tenían en mente una futura unión entre ellos, que obviamente los niños ignoraban.

-Por favor, Aithe. Necesito que me ayudes.-

Por más que la niña no quisiera ir, no tuvo más opción que obedecer lo que el rey dijera. “Antes que el querer estaba el deber”, era lo que su padre decía.

-Está bien. Yo me quedaré.-

-Muchas gracias.-

Deros le dejó en sus brazos al pequeño Rido, entonces Aithe lo observó y lo abrazó.

-No te preocupes, no pasa nada. No dejaré que nada te pase.-

Antes de salir, Deros le pidió un último favor.

-Cuídalo mucho.-

Aithe miró al niño desnudo y asustado, pues su mirada desprendía inseguridad y pena, lo que conmovió a la niña.

-Ven, vamos a que te vistas.- su dulzura calmó las ansias de Rido. Ahora se sentía seguro.

Por otro lado, Deros se apresuró para llegar con su hijo Torus para ver lo que había pasado. Después de ayudarle a Hevan, su reina llegó alarmada al enterarse de lo sucedido. Era evidente que habría problemas, y su reina podía oler su miedo. Armándose de valor, Ali entró y preguntó.

-¿Qué fue lo que pasó aquí?-

-Hevan ya me explicó, y fue un accidente. No tienes de qué preocuparte.-

-Tiene pequeños moretones y sus manos tienen sangre.- Torus después de arrojar la mesa, apretó tan fuerte las manos que él sólo se había hecho daño.

Tomándolos por sorpresa, Torus despertó diciendo.

-Me duele un poco la cabeza.-

-¿Cómo pasó esto?- preguntó Ali buscando a Hevan esperando una rápida respuesta.

-No es su culpa. De ninguno de los dos.- interrumpió Deros.

-Lo sé. No es culpa de ellos.- respondió haciéndolo responsable de lo que vivían sus hijos.

Tiempo antes de llegar con Torus, Ali vio el desastre en el comedor, haciendo que saliera corriendo en busca de sus hijos encontrando a Aithe en el camino quien le dijo en dónde estaban los muchachos.

-¿Insinúas que es mía?- reclamó el rey.

-Supones bien.- contestó Ali, queriendo enfocarse más en su hijo que en las tonterías de su esposo.

Antes de comenzar una pelea enfrente de los niños, Deros se calmó sabiendo que ambos estaban bien. Podía notar el enojo de su reina, pero no estaba dispuesto a seguirle el juego, así que, llámase inteligencia o cobardía, él se fue. Ali supo que era lo mejor, así como lo niños, que respiraron al evitar otra pelea de sus padres. Torus le contó a su madre lo que había pasado, claro, exceptuando algunos detalles mientras Hevan escuchaba las palabras tergiversadas de su hermano mayor; por suerte para ambos, Torus no dijo nada malo sobre él. Ali no estaba contenta con lo que escuchó, pues ya tres de sus hijos, sin contar a Rido, habían demostrado habilidades que bien sabía serían un problema, ahora preguntándose qué les pasaría a los otros dos. Su instinto de madre no le permitió enojarse con ellos dejándolos en paz y olvidando el incidente.

Después de estos sucesos, Pheros optó por huir de todo ese ambiente que lo estresaba. Gritos por todos lados, quejas, reclamos y demás lo tenían harto. Quiera o no, poco a poco Pheros iba creando un sentimiento de soledad notando la atención que sus hermanos recibían. No pasó mucho para que los demás se enterarán de Rido, ahora anexando uno más a la lista de preferidos del rey. Lista en la que Pheros estaba seguro, no aparecía. A veces no sabía si sentía alivio o envidia, llegando a confundir dichos sentimientos. Podía decirse que su alivio era un disfraz de su verdadero sentir. Como era de esperarse la atención se la llevaban todos menos él, regresando al final del día a ese sentimiento que en cada repetición lo hacía propio. En ocasiones era él quien se hacía a un lado sin darse cuenta de que nadie lo apartaba, pero eso ya era costumbre.

El tiempo pasó y Pheros descubrió al final sus poderes, pero estos no fueron deslumbrantes como los de sus hermanos, o eso creyó, porque para algunos era algo sorprendente. El príncipe descubrió sus dones de una forma menos dramática a como lo hicieron sus iguales.

Para ese entonces, no era conocido por alguna destreza fuera de lo ordinario como la habilidad de Ariam con el arco, la fuerza de Torus, o las ocurrencias de su gemelo, Hevan. Cuando lo veían siempre tenía un libro tapando su cara y limitando su interacción con el resto y eso mismo hacía ese día.

No era un día de celebración, de un cumpleaños, o aniversario, sino uno simple y ordinario. Pheros decidió tomar un paseo mientras sus hermanos se dedicaban a desarrollar sus nuevas habilidades, una vez más excluyéndolo, en los cuales, generalmente tomaba un libro y se salía del castillo, rondando por el enorme jardín dentro de los muros del castillo donde había varios árboles. Así que, antes de salir del castillo, tropezó con alguien más grande tirando el libro que planeaba leer. Con timidez lo levantó y pidió disculpas sin desear ver con quién se había topado hasta que el sujeto lo detuvo.

-¡Pheros! ¿A dónde vas con tanta prisa?-

Cuando levantó la mirada vio a su tío Dimard y su gran panza rodeada por un cinturón verde, tal vez más amarillo que verde y lastimaba la vista.

-¡Ehmm! Yo iba a salir, al jardín, un rato.-

-¿Por qué no vas y juegas con tus hermanos, o esa pequeña niña?- pensó en el nombre de la pequeña el cual no recordaba. -¡Aithe! Sí, ella.-

-Están ocupados.- respondió.

Dimard vio en él su reflejo, empatizando con el niño. Puso su mano sobre la cabeza de Pheros agitando su cabello como si acariciara a un perro.

-Sé lo que sientes.- Pheros quitó su cabeza pues le molestaba su condescendencia. –Tampoco tu padre y yo lo éramos, ni siquiera cuando papá murió. Es una lástima. Muchas cosas serían diferentes si no fuera un envidioso.- Dimard recordó que hablaba con el hijo de Deros, ahora arreglando lo que dijo. –Pero… tus hermanos no son así. Ustedes son buenos niños, ¿No es así? Yo así lo pienso.-

-Gracias, tío.- Dimard se dio cuenta de que lo agobiaba.

-Anda, ve. No te quito más tu tiempo ni tú del mío.-

El niño se retiró volteando a ver a su tío que todavía lo veía lo cual lo incomodó mucho. Poco después, por suerte logró salir del castillo sin que nadie lo detuviera otra vez.

Al salir, se quitó los zapatos y caminó descalzo por el pasto, sensación que le gustaba mucho. Con una mano cargó su libro y con la otra sus zapatos hasta que llegó al árbol más grande del jardín. Ese era su árbol favorito y casualmente era el árbol de su abuelo, el rey Daná, es decir dónde había sido enterrado como acostumbraban.

Estando ahí, el príncipe se sentó, dejó sus zapatos, jugueteó con el pasto entre sus dedos y escuchó el cantar de los pájaros, disfrutando la calma que allá dentro no existía. Después tomó su libro y lo abrió desde el principio, pues era uno nuevo y tenía que ser tratado como se debía. Y así como pasaba el tiempo, también corrían las hojas del libro, dejando al poco rato, menos que leer del mismo. Poco antes de terminar uno de los últimos capítulos de su libro, Pheros comenzó a sentir algo peculiar en su cabeza. De pronto, el príncipe empezó a sentirse mareado, haciendo que dejara su libro a un lado, no sin antes dejar marcada la última hoja que había leído. Las manos comenzaron a dolerle y no podía moverse como deseaba. Pheros se agarró la cabeza y respiró aceleradamente sin poder hacer más, pero conforme pasaba el rato su dolor incrementó, de manera que era insoportable, logrando que cayera al pasto. No podía gritar, ni pedir ayuda; ni un solo ruido provenía de su boca. Pheros rodaba por el pasto que tanto le gustaba agarrándose la cabeza del dolor, pataleando y arrancando el pasto como si entre más quitara mejor se sentiría. Nadie podía oírlo, nadie sabía que estaba ahí. Sin poder soportarlo más, el joven príncipe quedó inconsciente, a lado de su libro, y debajo de ese árbol que tanto le gustaba. El sol viajó sobre el cielo azul hasta alcanzar las montañas del oeste, apenas pudiéndose distinguir su brillar, fue entonces, cuando por fin Pheros abrió los ojos sin ese dolor que lo había noqueado. Al levantarse, Pheros se sintió un tanto diferente, y aunque no había cambiado su vista o cualquier otro sentido suyo, él empezaba a darse cuenta de detalles a su alrededor, cosas que nunca había notado. Una vez más observó su entorno, hallando su libro tirado en el pasto a unos cuantos pasos. Lo recogió y le dio una lectura recordando en dónde se había quedado, pero esta vez al leerlo detalladamente, esas mismas palabras que entendió de alguna manera, ahora contaban con otro significado. “¿Qué había pasado?” “¿Qué cambió en él?”, se preguntaba.

Al ver el cielo con un color anaranjado que anunciaba el atardecer, supo que nadie, en todo el día, se había percatado de su ausencia. Por extraño que fuese no sintió rencor ni tristeza; simplemente no le interesó. Aprovechando esa situación, Pheros se levantó con su libro en mano y caminó hacia el castillo. El pasto se sentía frío recordando que se había quitado los zapatos. Ahora, esa sensación no le gustó así que se puso de nuevo sus zapatos y siguió con su caminar. Entró al castillo y no había nadie más que los soldados quienes le abrieron las puertas del castillo. Dentro estaba silencioso, lo que se le hacía extraño y más en esos días de tantas sorpresas. El chico se dirigió a su habitación, y en el camino, se encontró con Hevan que parecía haber salido de algún entrenamiento.

-¡Pheros!, ¿Qué estabas haciendo?, te estuve buscando para que practicáramos.- dijo Hevan mientras se limpiaba el sudor que corría por su rostro.

-Estaba ocupado.- respondió Pheros sin decir más.

-¿Qué es lo que tienes?- preguntó, viendo actuar extraño a su hermano.

-Nada… en realidad me siento muy bien.- antes de que Hevan dijera algo más, él le dijo. –Estuviste practicando con el arco.- al escuchar esto, Hevan se sorprendió preguntándole.

-¿Cómo… cómo es que lo supiste?-

-Tu mano derecha.- contestó. -Sigue temblando. Aparte se puede observar la marca del hilo del arco en la yema de tus dedos. También en tu mejilla derecha tienes un pequeño rasguño hecho por alguna flecha que pegaste mucho a tu rostro. Sigues siendo malo.- atónito por lo dicho por su hermano, Hevan se le quedó observando detenidamente esperando a que dijera otra cosa como si fueran trucos de magia. Por otro lado, Pheros tomó el silencio como el término de la conversación dejando a su gemelo sólo en el pasillo. Nunca lo había visto así, sintiendo una extraña sensación y un frío que recorrió toda su espina dorsal hasta la cabeza.

Conforme los días pasaron, sus hermanos y el rey se fueron dando cuenta de la habilidad de Pheros que en verdad era increíble ante los ojos de sus hermanos, pero en ocasiones, él sentía todo lo contrario. No era del todo feliz con su don, en cambio, su padre adoraba esa habilidad más que las otras que tenían sus hermanos. Siendo amante del juego de estrategia como de las guerras, Deros se fascinó tanto que empezó a emplear las ideas de su hijo en las formaciones de sus ejércitos, muchas veces obligándolo a dejar de hacer las cosas que hacía con tal de ayudarlo. No era su afición, pero le gustaba tener la atención de su padre que raras veces antes había tenido. A pesar de toda esa atención que le brindaba su padre, solo una persona lo hacía sentir feliz en su totalidad y esa era su madre, la reina Ali. Ella era cariñosa, graciosa y amorosa con Pheros como él lo era con ella, podría decirse que eran muy unidos, más que con el resto de sus hijos.

Pasaron los años y los jóvenes príncipes controlaban mejor sus habilidades. Ariam, aprovechando su don que ampliaba la sensibilidad de sus sentidos, permitió que mejorara su tiro con arco convirtiéndose en la mejor arquera conocida en la tierra de Deros y una gran guerrera, aunque el problema de su habilidad era que el dolor que sentía era mucho mayor al que cualquier otra persona pudiera experimentar, siendo esto la mayor debilidad de la princesa. Muchos decían que solo una dama podría con ese don, ya que un hombre no soportaría el dolor al que Ariam estaba expuesta.

El príncipe Hevan aprendió a controlar y a manejar mejor su habilidad de hacer levitar objetos y controlarlos a voluntad, siendo este el don más raro de los cinco, y el más llamativo. Torus, el hermano mayor, debido a su gran fuerza física, aprendió a manejar y controlar la misma, así pudiendo utilizarla a placer siempre con el objetivo de proteger a sus seres queridos, algo que su madre le inculcó fuertemente. En el reino decían que tenía la fuerza de un dragón, aunque nadie lo supiera con certeza. Tampoco nadie imaginaba los límites de su fuerza, pero algo era seguro, nadie cuerdo se atrevería a enfrentarse a él.

La gran tierra de Deros era por su mayor parte controlada por el rey, pero existían aldeas del clan Arke que eran un peligro constante, pero esas aldeas no solo temían al vasto ejército que había en el reino sino también a su gran estratega, el príncipe Pheros, que al igual que sus hermanos, controló mejor su don expandiendo su sabiduría. Al pequeño príncipe Rido se le conocía como un cambiante, es decir, que era capaz de tomar la forma de cualquier animal, con el limitante de no poder transformarse en otra persona, contrario a lo que muchos llegaron a pensar, incluso su mismo padre, el rey Deros. Las habilidades de Rido eran limitadas debido a su edad y no tenía control cuando se transformaba en animales de gran tamaño, haciendo que durante algún tiempo tuvieran ciertos problemas con el príncipe, aunque ninguno que fuera de gravedad.

A pesar de la corta edad de los niños, estos ya eran conocidos por todo el reino y fuera de él, no solo por ser hijos de Deros, sino por sus habilidades que llamaban mucho la atención. El pueblo no sabía por qué los príncipes eran así, por lo tanto, con el tiempo crearon rumores de ellos llegando a pensar que el rey los había hechizado. Lo más cierto es que la gente les temía a ellos y otros pocos a el futuro del reino, ya que el temperamento del sucesor al trono se dio a conocer en esos años. No era muy claro el porvenir de la tierra y lo que les esperaba, provocando así una época de incertidumbre y desconfianza en el reino.

Capítulo 5. “Miedo y Descontrol”.

Ignis 14, del año 401, o catorce de mayo de nuestro calendario. Era el día en que la princesa Ariam cumplía la edad de quince años. Para ese entonces sus hermanos mayores Pheros y Hevan tenían poco más de diecisiete años y Torus tenía veintiún años. En cuanto a Rido, faltaba todavía para que cumpliera los catorce.

Durante mucho tiempo, se había planeado la celebración del décimo quinto aniversario de la princesa, el cual la joven esperaba con ansias.

Ese día, antes de encontrarse con el rey, Ariam practicaba junto con Aithe su tiro con arco. Durante todo el entrenamiento, Aithe no le dirigió la palabra hasta que se dio el valor para preguntarle.

-¿Ariam?-

-¿Qué sucede?- la princesa se había cuestionado por qué estaba tan callada hasta ese momento.

-Desde hace tiempo me he preguntado.- exclamó Aithe. -¿Qué es lo que sientes?-

-¿Lo que siento? ¿A qué te refieres?- contestó Ariam mientras sostenía en su arco una flecha, apuntándole a la diana.

-Sí… de tus… habilidades. ¿Qué es lo que sientes?-

Escuchando estas preguntas, Ariam bajó la flecha que estaba a punto de disparar y observó a Aithe que se veía nerviosa.

-Es difícil de explicar. En un principio no podía controlarlo, surgía inesperadamente y era doloroso la mayor parte del tiempo, pero con práctica y concentración aprendí a controlarlo.- Ariam vio que Aithe no entendió nada de lo que había dicho. -No es algo que se puede explicar con tanta facilidad.- agregó. -No es que sea tangible, o que puedas leerlo en un libro. Es como cuando veo algún objeto, en un momento, eso que está muy lejano de pronto lo tuviera enfrente de mí. Por ejemplo, ¿Ves la diana de ahí?- Ariam tomó una flecha y apuntó directo al blanco, entonces, por un momento cerró los ojos y empezó a decir. -Siento el aire y hacia dónde se dirige. Siento la precisa fuerza con la que tiro del hilo. Oigo todo a mí alrededor. Cada suspiro que haces. Siento toda tu presencia, tu aroma y el de las muchas flores y animales.- entonces la princesa abrió los ojos. -Veo la diana, y cada detalle que tiene, por más pequeño que sea. Sé exactamente a qué distancia está.- en ese momento Ariam respiró y soltó la flecha. Apenas pudiendo seguirla con la vista, Aithe observó cómo esta impactaba con gran precisión en el centro, dejándola sorprendida.

-¡Vaya!-

-Eso es lo que siento. Si tratara de describirlo con palabras.-

-Quisiera ser como tú Ariam. Es increíble lo que puedes hacer.- expresó con asombro y orgullo.

-No sabes lo que dices.-

-Por supuesto que sí. Todas las personas te adoran.-

-Solamente las que tú conoces. También muchas más me temen.- era un tema delicado para la princesa que con frecuencia escuchaba los adjetivos con los que los describían, los cuales no eran nada amigables. –No lo entienden. Ni quieren entenderlo.-

-No puedes cambiar por la opinión de unos cuantos.-

-No es su opinión lo que me cambia, sino sus acciones. Nos ven con miedo y a veces con odio. Ha habido veces en las que nos han llamado monstruos. Si no fuéramos hijos del rey seguro nos hubieran quemado vivos desde hace mucho tiempo. Ellos le temen a lo que no entienden.- para Aithe era sencillo decirlo, pues no sabía por lo que pasaba su amiga. –Eso me ha hecho cambiar, y también a mis hermanos; en especial a Hevan. Se ha vuelto presumido, vanidoso. Cada día me preocupa más. Es un idiota.-

Aithe sabía que era cierto, recordando cómo estos años los jóvenes príncipes ya no eran los alegres niños del castillo. –En eso tienes razón. Ya casi no hablamos.- comentó refiriéndose a Torus, recordando el poco tiempo que han pasado juntos.

Fue entonces que Ariam supo por qué Aithe tenía tanta pena de preguntarle. El tema no era acerca de ella sino de su hermano mayor.

-¿Has intentado hablar con él?-

La mirada de su amiga respondió con sarcasmo haciéndole entender que era boba su pregunta.

-Por supuesto que lo he intentado, pero prefiere hacer otras cosas.-

-Torus es grande y tonto, como todos los hombres. Mi madre me ha dicho que puedes hacer un incendio frente a sus ojos y te dirán que hace frío. Si quieres que las cosas pasen, entonces hazlas tú.- Aithe dio un gran suspiro y miró a Ariam con cierta decepción.

-Desde que comió esa fruta ya no es igual.-

Ariam se le acercó y le dijo.

-No eres la única que lo cree.- seguido recogió el resto de sus flechas antes de irse. -Hay días en los que pienso que es una maldición, más que un don. No puedo estar tranquila como desearía estarlo.

Los humanos anhelan el poder sin saber las consecuencias. A veces creo que nosotros somos esa advertencia a sus deseos.- partiendo del campo de tiro, la hija de Deros dejó su arco y flechas con uno de los sirvientes para regresar al castillo junto con Aithe. -Creerás que estoy mal, pero… odio lo que nos hizo.- expresó hablando de Deros.

-No defiendo a tu padre, pero él vio algo bueno en esas frutas que ustedes aún no pueden ver. Recuerda lo que tu padre dice, “todo pasa por una razón”. Debes de confiar en él.-

-Llevo años tratando, Aithe. La gente se cansa.- llegando al castillo vio las carpas montadas en el jardín y los preparativos para su celebración.

-No puedes decir que no le interesas.- al ver todo lo preparado, ella se emocionó a pesar del anterior sentimiento; y es que al ver desde los invitados llegando, hasta los regalos acumularse en una mesa, ella expresó con gentileza.

-Puede que tengas razón. Ojalá la tengas. No puedo quejarme, no ha sido malo con nosotros.-

Con esas palabras, Ariam volteó a mirar a su amiga que tenía una sonrisa en su rostro dándole a entender que todo estaría bien. Contagiada por sentimiento, de igual forma sonrió así calmándose un poco. Ambas, emocionadas se adentraron entre la multitud y los sirvientes montando lo que faltaba de la fiesta cuando ellas fueron interrumpidas por Torus quien llegó junto con Rido. Aithe al verlo volteó la cabeza así borrándose la sonrisa que tenía, mostrando una extraña mirada de una combinación entre alegría y enojo. El príncipe la vio y de igual manera volteó la cabeza queriendo ignorar que estaba ahí, como si de un matrimonio viejo y gastado se tratara.

-Hermana, ¡Ven! Te llaman.- dijo Torus que se acercó a Ariam, tomándola del brazo y llevándola consigo casi a la fuerza. Apenas pudiendo decir adiós, la joven dejó a Aithe observando cómo se iban, entonces Rido trató de entender lo que sucedía sin tener éxito.

-¿Por qué tienes esa cara?- preguntó el niño.

-¿De qué hablas?-

-Sí, como si tuvieras sueño pero no quisieras dormir.- en momentos como ese odiaba quedarse con Rido. Los intereses ya no eran los mismos desde hace unos años, pues Aithe había dejado los juegos de dragones y caballeros por cosas más relevantes, o eso creía.

-No digas tonterías. Mejor busquemos a tus otros hermanos.-

Mientras tanto, Torus y Ariam se dirigían hacia donde estaba su padre, así que aprovechando la plática con Aithe y la situación, la princesa le preguntó a su hermano.

-Oye, Torus. Me he dado cuenta de que te has distanciado mucho de Aithe, ¿Por qué? Antes eran muy unidos, ¿No?- preguntó con toda intención, ayudando a su amiga.

-No lo entenderías.- contestó Torus no queriendo hablar del tema.

-Claro que sí. Son dos personas que se aman, pero los dos son distraídos y necesitan una ayuda.-

-No me refiero a eso.- su hermano mayor estaba serio y malhumorado, tal vez por ver a Aithe.

-¿Entonces?- la niña insistió, pero él no quiso responder. –Es mejor que me digas.- harto, Torus se detuvo y trató de tomarla del brazo a lo que ella retiró sin que él se diera cuenta. Odiaba que hiciera eso. La fuerza bruta del príncipe era inútil ante su hermana. -Sé a qué te refieres.- dijo con seriedad. -No seas ridículo, te recuerdo que no eres el único; tú y yo pasamos por lo mismo.-

-Te equivocas, Ariam.- Torus siguió caminando. -Conmigo es diferente, tú no tienes la misma habilidad que yo. Tú eres todo lo contrario a mí. Eres delicada y sensible, en cambio, yo… soy duro.-

-Sí, pero eso no significa que seas así en tu interior.-

Torus dejó de caminar nuevamente y miró a su hermana.

-La cuestión es, que puedo lastimarla. No solo a ella sino a todo aquel que me rodea.- Ariam entendió en cierto sentido a su hermano. -Veo cómo la gente me mira, incluso ella. Se ve el miedo en sus ojos. Y no me gusta. Lo odio. La aterro, cuando soy yo quien tiene miedo.-

-Pero sabes controlarlo, ¿No es así?-

– Sí, pero me conozco entonces mejor evito todo eso, es más sencillo.-

Ariam no dijo nada en respuesta, bajó la mirada y siguió caminando.

-Sabes, debes de dejar de tener miedo. Algún día serás el rey.-

-No me lo recuerdes.-

-Si no quieres yo puedo serlo.- agregó Ariam bromeando.

-Quisiera ver eso.- contestó con una risa sutil.

-Nuestro padre confía en ti y en el gran rey que serás, solo faltas tú de creerlo.-

La princesa solo intentaba animar a su hermano, pero al mismo tiempo que dijo esto, Torus recordó que iban a ver al rey y ya habían perdido bastante tiempo.

-Hablando de reyes, hay que correr, no nos demoremos más.-

Apresuraron el paso hasta llegar al gran comedor donde se encontraba su padre.

Al llegar, Ariam caminó hacia él.

-¿Me llamó?-

-Claro que sí, mi princesa.- respondió Deros acariciando su mejilla. -Quisiera que fuese una sorpresa, pero no es un secreto tu regalo, ¿Verdad?-

-Creo que no.- la joven trató de disimular su emoción.

Al pasar de los años, Ariam se había empezado a alejar de su padre, tratándolo únicamente como una autoridad. Esto le dolía a Deros, y pensaba que con el tiempo eso cambiaría, pero fue todo lo contario.

-Ven conmigo.- dijo.

Ariam lo acompañó hasta las puertas del castillo de Galvena, las cuales les fueron abiertas por la guardia. Saliendo, justo a las puertas del edificio, un pequeño dragón color zafiro, con escamas brillantes y ojos verdes se encontraba ahí jugueteando. El animal jugueteaba y gruñía a donde quiera que mirara. Ariam corrió hacia él abrazándolo fuertemente contenta por su obsequio. Sin demorar un segundo más, subió sobre el animal, ansiosa por volarlo.

-¿Crees que pueda dar una vuelta en él?- preguntó entusiasmada ya estando sobre el dragón, y con una cara a la cual no se le podía decir no.

-Claro, hija. Ya has practicado antes con los dragones de tus hermanos. No veo por qué no. Es más, antes de la celebración, he preparado una pequeña salida hacia la ciudadela para que saludes y pasees en tu obsequio; así tú y tus hermanos pueden traer a sus dragones consigo también.-

Al cabo de poco tiempo, los príncipes estaban listos, exceptuando al pequeño Rido que esperaba junto con su padre en un caballo, de igual forma que Aithe y sus padres, que también los acompañarían al breve paseo. Rido un poco confundido preguntó.

-Padre, ¿Por qué no llevas tu dragón?-

-No hay porque molestarlo, debe estar vagando por ahí.- de vez en cuando el rey dejaba libre a su dragón, paseándose por el reino con la intención de no tenerlo encerrado todo el tiempo.

En realidad Rido lo que quería era montar un dragón como sus hermanos, y como no podía, sintió envidia al verlos.

Acompañados por una pequeña escolta, el rey y sus hijos partieron a la ciudadela. Al estar junto con su padre, Rido no quitaba su miraba del cielo viendo a sus hermanos con mucho mayor rencor. En un momento, al ver a su hijo, el rey se dio cuenta de la actitud del pequeño príncipe, diciéndole.

-Hijo mío, ¿En qué piensas?-

-En nada.- respondió queriendo no ver a su padre. Deros soltó una pequeña carcajada al ver esa reacción.

-Hijo, soy muy viejo como para que me engañes, dime. ¿Qué te molesta?-

Inflando los cachetes y con el ceño fruncido, respondió.

-Sus dragones.-

-¿Qué hay con eso?-

-Quiero uno. ¿Por qué no puedo tener el mío? ¡Odio ser el más pequeño!-

El rey en ese momento no veía más que un simple berrinche de un niño de su edad, fue por eso por lo que le dijo.

-Rido, todo llega a su tiempo. No debes sentir eso por tus hermanos, ellos no tienen la culpa. Ten paciencia, dentro de poco tendrás tu propio dragón. Solo es poco más de un año de espera.-

Deros creía que diciendo estas palabras calmaría su hijo, pero, al oír que faltaba un año entero se molestó más. Encaprichado miró el suelo sin hacerle caso a su padre y Deros no tuvo de otra más que dejarlo en paz.

Después de un rato de cabalgar, pararon un poco antes de llegar al pueblo, casi en la entrada, esto para darle de beber a los caballos y a los dragones. Ahí, los príncipes descendieron, entonces Hevan aprovechó para acercarse riendo hacia su pequeño hermano Rido, que acariciaba al nuevo dragón de Ariam con mucha ilusión.

-¿Qué es lo que tienes hermanito?- preguntó Hevan, poniendo una mano sobre su cabeza.

-Déjame, Hevan.- Rido quitó la mano de su hermano y se dio la vuelta dándole la espalda.

-No llores, tal vez si te transformas en una lagartija puedas parecerte a un dragón y dejes de molestar.-

-Hevan, déjalo en paz.- dijo Ariam.

-Recuerdo a un niño igual a Rido, que hace unos años se comportó de forma similar porque su hermano mayor recibió su dragón.- dijo el rey Deros acercándose al hijo más pequeño mientras observaba a Hevan, que inmediatamente se retiró.

-Está bien, está bien.- el gemelo se alejó tan pronto llegó su padre. -Dejo en paz a la lagartija llorona.-

Hevan subió a su dragón satisfecho de haber molestado a Rido, de alguna forma creía haberse salido con la suya. -Vamos, todos súbanse a sus dragones, excepto Rido. Él puede seguirnos arrastrándose.- el príncipe subió al suyo esperando a los demás.

-Hevan ya basta.- exclamó Pheros, incluso su hermano más neutral estaba cansado de él.

-Está bien. Ya no molesten y sigamos, que muero de hambre.-

-Rido, ¿Estás bien?- al verlo alterado, Pheros se acercó a Rido al notar que este se agarraba la cabeza y cerraba los ojos con fuerza. Deros volteó a verlo notando que en efecto no se veía nada bien. Esto llamó la atención de todos haciendo que se acercaran para poder calmarlo.

-¡Ahora qué!- exclamó Hevan. -Ya déjenlo, solo está llamando la atención.-

Nadie sabía lo que pasaba por la cabeza del joven príncipe, pero no parecía nada agradable. Rido empezó a sentir desesperación y enojo por las palabras de su hermano, las cuales se habían insertado en su mente. El niño de pronto se comportó extrañamente, pues en su mente pensaba en sus hermanos, sus dragones y en todo el tiempo que tendría que soportar esto. Pronto, el pequeño enojo se tornó en algo peor.

Preocupando al resto del grupo, Rido gritó con furia, alejando a todos a su alrededor, también asustando al caballo en el que estaba montado él y su padre, tirándolos del mismo. Estando en el suelo, el pequeño príncipe siguió tomándose la cabeza girando entre el pasto y tierra, adolorido. Sus quejidos ya eran de preocuparse y el rey no sabía qué hacer pues le preguntaba una y otra vez a su hijo qué tenía, pero este no respondía. Fue ahí cuando lentamente el pequeño Rido empezó a transformarse, pero esta vez no era una transformación normal como antes habían visto sus hermanos. Conforme su cuerpo crecía, enormes alas le emergieron de la espalda; y una gran cola le surgió alargando su cuerpo. En sus brazos y piel aparecieron escamas de una tonalidad verdosa obscura. Mientras tanto, Hevan miraba a su pequeño hermano Rido y cómo este se hacía más y más grande, hasta que totalmente tomó la forma de un dragón. Rápidamente la guardia se acercó y protegió al rey, apuntando sus lanzas contra Rido. No era diferente a una bestia salvaje que no quería ser domada, pues movía su cabeza de un lado a otro sintiéndose amenazado por los presentes. De pronto, empezó con un latigueo de su cola golpeando a los guardias seguido de fuertes aleteos levantando carretas, siembra, y las chozas más cercanas, causando un tremendo caos. Rido no tenía consciencia de lo que hacía y eso era obvio, lo que no, era cómo lo iban a detener, nunca había pasado eso. Al verlo, el rey Deros mandó a parte de la guardia a que alejara a los ciudadanos que estuvieran expuestos.

-¡Ariam, Hevan, Pheros, Torus, acérquense!- gritó el rey llamando a sus hijos mientas le gente escapaba y corría hacia la ciudadela buscando refugio.

-Ayúdenme a controlar a su hermano. Usen sus dragones, ¡Ahora!- pero antes de que sus hermanos hicieran lo que dijo Deros, Pheros los detuvo.

-No.- Deros quedó atónito, y los demás príncipes se detuvieron al escucharlo. -Ariam, toma un arco y protege a Aithe y a sus padres. Torus y Hevan, distráiganlo, que no llegue a la ciudadela. Yo buscaré algo para protegerme y los ayudaré. Hay que pararlo lo más pronto posible. Eviten que mate a alguien. Padre, quédate aquí con tu guardia personal no debe pasarte nada, ¡Vayan! No quiero que los dragones se metan, pueden lastimar a Rido. Solo los usaremos como último recurso.- luego de decir esto, Torus y Pheros corrieron hacia el dragón. En ese instante, Hevan levantó una carreta cercana y la volteó de tal forma que pudieran cubrirse el rey y los demás. Torus corrió rápidamente hacia Rido dando un gran salto, golpeándolo en el hocico, haciendo que el animal cayera al suelo. Hevan empezó a quitar con sus poderes a los heridos, haciéndolos levitar a través del campo hasta un lugar seguro. Por otro lado, Pheros buscaba algo que pudiera usar, por suerte, fácilmente encontró una espada y un escudo, antes tiradas por algún soldado herido. Tan pronto estuvo listo, se dirigió al dragón y empezó a gritarle diciéndole.

-¡Rido, reacciona! ¡Somos nosotros, tus hermanos!- el dragón giró su cuello y acercó su cabeza a Pheros y lo miró tras escuchar el golpeteó de su espada contra el escudo, fijando su mirada en su hermano dando una señal de consciencia. –Vamos, Rido. Sé que estás ahí.-

Como respuesta, el dragón le rugió justo en la cara soltando un golpe con su pata delantera la cual esquivó Pheros.

Era inútil, el pequeño que conocía no estaba ahí. El animal solo reaccionaba a aquello que lo golpeara, entonces Pheros decidió no probar más con las palabras.

-¡Hevan!- Pheros vio que su gemelo seguía ayudando a los heridos a sacarlos de ahí, entonces se acercó con él. -Hevan, necesito que inmovilicemos a Rido… es imposible que reaccione. Si alguien puede, eres tú y Torus. Buscaré cualquier cosa que sirva para llamar su atención en lo que ustedes intervienen. Lo más seguro es que tú y Torus lo tengan que dejar inconsciente.- los gemelos vieron a Torus pelear en solitario con Rido lo que les hizo reaccionar. –Ve, ayúdalo.-

El hermano mayor solo conocía una forma de pelear y era a través de su fuerza, así que golpeaba a Rido con sus puños, pero esto no resultaba como él deseaba. La piel de un dragón es muy gruesa, dependiendo también de la especie, aunque en esos momentos, los poderosos golpes de Torus parecían tener más efecto que cualquier flecha.

Para entonces, cada golpe del príncipe era más fuerte que el anterior, logrando enfurecer al animal. La única buena noticia era que tenía toda la atención del dragón y había dejado de destruir la ciudadela, permitiendo que algunos escaparan.

Torus no daba señales de cansancio, y golpe tras golpe parecía que le causaba daño a Rido pues sus movimientos se hacían lentos y torpes. En un descuido, Torus saltó para golpearle en la cabeza, pero el dragón con su cola lo detuvo, arrojándolo lejos haciéndolo rodar por un sembradío en llamas. El dragón voló hasta él, entonces exhaló para arrojarle fuego al príncipe quien estaba en el suelo e indefenso y justo antes de que el dragón lo atacara, Hevan le lanzó una carreta estrellándose justo en el rostro, llamando así su atención.

Cuando Torus fue golpeado, Aithe miró cómo este se encontraba sin poderse mover, entonces Aithe salió de donde se escondía ignorando las indicaciones de Forthes, su padre. Ariam intentó detenerla por igual, pero Aithe no hizo caso a ninguno. Entre los escombros y caos corrió sin fijarse por dónde pisaba teniendo fija la mirada en el príncipe Torus.

-¡Aithe, vuelve aquí!- gritó Ariam a punto de ir por ella.

-No. Quédate.- Deros detuvo a su hija. –Recuerda lo que dijo Pheros.-

-Pero, no estoy haciendo nada, tengo que ir por ella.-

-¡Obedece, Ariam!-

-¡Déjame!-

-No lo hagas por mí, hazlo por Aithe y sus padres. No los dejes solos.-

Ariam se vio forzada a quedarse mientras veía a Aithe cruzar entre llamas y escombros para llegar con Torus. Entre fuego y humo llegó para atenderlo, diciendo.

-¿Te encuentras bien? ¿Torus, me escuchas?-

El muchacho comenzó a levantarse quitándose a Aithe de encima.

-¿Qué estás haciendo aquí? Te dijeron que te apartaras de este lugar. No te metas, cúbrete o te harán daño.- Torus intentaba levantarse, pero era inútil, estaba muy lastimado, apenas consciente de la situación.

-¿Qué haces?, ya no puedes seguir peleando.-

-Vete, estorbas.-

Torus intentó levantarse una vez más, pero no pudo, cayendo de nuevo en la tierra.

-¿Por qué insistes? Ya no tienes nada qué hacer. Deja que tus hermanos se hagan cargo.-

-No podrán. No sin mí.-

En verdad Torus no podía continuar, así que Aithe decidió llevarlo consigo. Por desgracia no tenía la fuerza suficiente para cargarlo así que lo arrastró como pudo antes de que el fuego los alcanzara.

-Déjame, aquí. Tú vete.-

-Por supuesto que no.-

-¿Dónde está Hevan?- preguntó preocupado por dejarlo sólo.

El príncipe peleaba con Rido, cuando volteó a su alrededor, observando a su hermano mayor derrotado, sabiendo que estaría por su cuenta junto con su gemelo, pero sabía que de esta forma sería imposible vencer.

Sin tener otra alternativa, decidieron seguir peleando ellos dos. Haciendo lo de antes, Hevan arrojaba carretas, grandes piezas de madera o cualquier otra cosa que pudiera llamar la atención de Rido, que continuaba destruyendo y atacando todo a su alrededor, mientras que Pheros corría por detrás de él cubriéndose de las llamas con tal de sorprenderlo. Desafortunadamente, durante su carrera Pheros tropezó, entonces el dragón lo notó y en un abrir y cerrar de ojos lanzó fuego hacia él. No había a donde escapar, pudiendo cubrirse solamente con su brazo. De repente, cuando abrió los ojos, observó cómo el fuego se detenía a unos pasos de él. Impactado, miró a Hevan, pues era quien detuvo las llamas del dragón. Al ver esto, Pheros escapó lo más rápido de ahí aprovechando la oportunidad. El dragón, furioso golpeó a Hevan con su cola y cuando regresó a buscar a su presa esta ya no estaba. La bestia, gruñó y fue tras de Hevan buscando venganza, pero antes de acercarse más, Pheros subió a su lomo enterrándole su espada. Bruscamente el dragón se movió arrojándolo de su lomo. Después de esto, el príncipe Hevan se levantó y aprovechó la situación para alejarse un poco.

-¡Pheros! ¡Llama a los dragones!- escuchó a su hermano decir.

Lo pensó antes de hacerlo, pero después de ver a Hevan y a Torus casi derrotados, no tuvo más opción que hacerlo. Tras un fuerte silbido, los dragones de Hevan, Pheros y Torus llegaron desde el cielo y golpearon a Rido estrellándolo en el piso.

A pesar de que eran dragones mayores de edad que él, Rido los superaba en tamaño.

El dragón de Ariam no podía involucrarse debido a su menor tamaño y a su corta edad, alejándose de la batalla esperando lo mejor. Así, los tres dragones peleaban contra Rido, y a pesar de que eran tres, parecía que no podrían vencerlo. Entre los ataques, Rido emprendió el vuelo librando la batalla en el aire escapando hacia la ciudadela. Los dragones lo siguieron y sobrevolaron las casas lanzando fuego sin importar el bienestar de las personas de ahí ni de sus viviendas, causando aún más destrozos.

De repente, Rido y el dragón de Hevan descendieron y empezaron a pelear, fue entonces cuando Rido tomó al otro dragón del cuello y lo arrojó contra una casa dejándolo fuera de combate. Volando nuevamente, fue en busca de los otros dos, encontrándolos, sobrevolando encima de él. Ahora quedaban el dragón de Pheros y el de Torus. Rido escupió fuego ascendiendo por el aire evitando la visibilidad de ambas bestias; aprovechando, este emboscó al dragón de Torus enterrándole sus garras y cayendo los dos desde tal altura, arrojándolo al final al suelo dándose un duro golpe del cual no pudo levantarse. Fue tal el polvo que levantó el dragón que sirvió para sofocar parte del incendio.

Mientras la pelea continuaba, el rey, los padres de Aithe y Ariam seguían escondidos en la carreta, pero el fuego que antes se había arrojado empezó a esparcirse y a quemar a sus alrededores, fue entonces que tuvieron que salir de ahí.

Desgraciadamente cuando pensaron que habían estado a salvo, escucharon un rugido que los hizo voltear. Tras de ellos una nube de humo se disipaba mostrando a Rido colocándose sobre el dragón de Pheros que yacía derrotado.

Rido llegó a verlos y fue acercándose poco a poco, acorralándolos. Sin tener otra opción Ariam tomó el arco y una flecha apuntándole a su hermano, pero ella no tuvo el valor de dispararle, manteniendo la cuerda tensa y la flecha quieta. Cuando menos se dio cuenta, ya era tarde, Rido había inhalado una gran cantidad de aire, apuntándoles, y sin pensarlo exhaló una llamarada de fuego que salió a gran velocidad de su hocico. Milagrosamente Pheros corrió hacia ellos rescatando a Ariam y a Deros al quitarlos del camino de las llamas, pero por desgracia no solamente eran ellos dos a quienes había que rescatar. Lejanamente se escuchó un tenebroso grito que asustaría hasta al más valiente. Ninguno pudo ver al momento, quedando aturdidos por el calor del fuego. En cuanto Pheros se levantó, vio a Aithe desesperada correr en su dirección, entonces el rey Deros volteó a ver a sus espaldas, hallando una gran cantidad de fuego emerger de los cuerpos de Forthes y su esposa. La joven Aithe no se detuvo sin importarle dejar a Torus con tal de salvar a sus padres. Antes de que llegara, el dragón soltó un golpe con su pata delantera golpeándola, quitándola del camino. Ariam, así como su padre no supieron qué hacer quedándose petrificados, mirándolos, dándose cuenta de que los cuerpos ya ni siquiera se movían. Habían muerto instantáneamente. Sin poder creer lo que veían, ambos voltearon a su alrededor tratando de encontrar respuestas, pero no las hallaban entre todo ese humo y sangre.

Esto todavía no terminaba, el dragón se dirigió hacia el rey, y lo miró fijamente. Entonces hizo una pausa, como si reconociera a su padre, pero no sería más que una ilusión pues de igual forma le escupió fuego, por suerte, Hevan con la poca fuerza que le quedaba levantó a Ariam y a Deros quitándolos de ahí, salvándoles la vida.

Esto había tomado por sorpresa a Pheros, viendo a su padre y a su hermana tirados del otro lado de donde estaba y sin poderse levantar, ni siquiera se dio cuenta cuándo Rido los atacó. Por lo que Pheros se puso de pie y corrió hacia ellos para ayudarlos lo más rápido posible, pero el dragón seguía a su lado, y no pensaba en volver a fallar. Rido era implacable y, en ese momento, invencible. Ya nada lo detendría; ni Torus, ni Hevan y mucho menos los otros dragones. Así que, estando cerca de su padre y su hermana, este se preparó para terminar su voluntad. Pheros ya no tenía fuerza para hacerse a un lado, así que cerró los ojos y abrazó a Ariam y a Deros. Fue entonces que, de repente, una fuerte briza pasó distrayendo al dragón. Rido dejó de prestarles atención y buscó eso que lo había interrumpido. Frente a él, se formó un remolino de viento de alta velocidad, el cual se dirigió hacia Rido golpeándolo con potencia, derrumbándolo; había faltado poco para que cayera sobre su padre y hermanos, los cuales aprovecharon el momento para escapar. Rido al levantarse y sacudir su cabeza, vio frente a él, un hombre de cabello negro y rizado, de barba corta; vestido con una túnica de color rojo obscuro.

El hombre lo miraba fijamente con una sonrisa en su rostro causando que el dragón se molestara aún más, tomándolo como una burla. El dragón soltó un golpe hacia él con su garra derecha, pero el hombre se convirtió en agua la cual corrió por debajo del dragón regresando a su forma original por detrás de Rido. De ahí dio un gran salto sobre la bestia tomándolo por uno de los cuernos y tumbándolo en la tierra. Después se puso frente de él, extendió los brazos hacia los lados y de un movimiento simétrico las juntó, uniendo sus dedos en forma de una jaula. Al mismo tiempo que hacía eso, grandes raíces salieron del suelo, rodeando a la bestia, atrapándolo y dejándolo inmovilizado. Nada permitiría que lo detuviera o eso creyó Rido quien continuó forcejeando para escapar, y es que el extraño sujeto lo tomaba muy a la ligera. Nadie de los que se encontraban conscientes sabían quién era, pero Deros con un rostro de sorpresa lo observó detenidamente, y de inmediato supo que era el mago que lo salvó en el pasado, y entre dientes susurró su nombre, “Caelum”. Ariam lo escuchó quedando sorprendida, preguntándose si en verdad era él; uno de los míticos magos. Pero antes de pensar en otra cosa, ella vio al supuesto mago sentarse enfrente de su hermano con extrema serenidad. Parecía que hablaba con él, sin embargo, Ariam no escuchaba lo que decía a pesar de sus poderes.

Entonces, el mago puso su mano en la cabeza del dragón, lo cual no le gustó, tratando de escapar de su momentánea prisión sin tener éxito. En ese momento, el dragón, se calmó y empezó a regresar a la normalidad. Deros al ver esto corrió hacia el joven príncipe, al cual tomó en sus brazos, abrazándolo fuertemente calmando su desesperación.

-Tardaste mucho, Deros.- exclamó Caelum.

Teniendo a Rido en sus brazos, Deros miró al mago con unos ojos que derramaban gratitud.

-Gracias.- respondió el rey, abrazando a su hijo dormido.

Caelum no dijo nada. Y sin un adiós, u otro comentario, poco a poco fue despareciendo junto con la briza de aire del viento, despareciendo como una pila de polvo esparcida por un soplido.

Pheros corrió hacia donde estaba su hermano gemelo encontrándose muy grave. El rey, a lo lejos observó a Aithe llorando, hincada en el suelo frente a sus padres, o lo que quedaba de ellos.

La situación se calmaba. Aunque no para todos.

Deros no podía creer lo que había pasado y ver a Aithe llorar de esa manera le hacía creer con mayor seguridad que era una pesadilla. Antes de acercarse, fue con Ariam y le dejó a su hermano menor, por su parte la princesa no sabía cómo reaccionar. No antes había vivido tanta tragedia y destrucción. Y es que a pesar de haber silencio, su corazón sentía terror.

El rey se dirigió con Aithe esperando que al dar un paso él despertara de aquella pesadilla, cosa que no sucedió. Ciertamente imploraba porque fuera mentira, pues no soportaba escuchar más a esa pobre niña a quien nadie ayudaba. Nadie se acercaba a ella como si cargara una rara e incurable enfermedad que al simple roce uno se contagiaría. Al estar a su lado, Deros se hincó junto con ella, agobiado por un dolor similar, pues el que estaba ahí era su mejor amigo.

-¿Aithe?- Deros puso su mano en su hombro, pero la joven la quitó en ese mismo instante sin importar que se tratara del rey.

-No se acerque.- exclamó. Y entre moqueos, gritó. –Todo esto… ¡Todo es su culpa!- un grito cargado de odio.

Sus palabras no eran mentira, sintiéndose culpable e impotente, pues tampoco podía hacer algo para calmarla. Escoger las palabras correctas nunca le había sido tan difícil, pues tal vez no existía alguna que expresara su sentir y tan si quiera que aliviaran el dolor de aquella joven. Entonces se dio cuenta de que su presencia era inútil, así que se levantó abandonando a la niña y aunque ya estaba dispuesto a irse, tontamente intentaba regresar creyendo que podría ayudar de otra manera, arrepintiéndose en cada momento. Nada podría suavizar lo que pasaba. Paralelo a eso, Ariam subió a su dragón junto con su hermano Rido y partieron hacia el castillo por ayuda. El dragón fue rápido y seguro. Al llegar, en la entrada fueron recibidos por Dimard y un grupo de soldados que tan pronto vieron el fuego creyeron que estaban bajo ataque y estaban listos para combatir.

-¡Ariam! ¿Qué ha pasado?- la niña traía consigo cargando como podía a su hermano menor y su tío estaba confundido. Ariam no supo elegir sus palabras, sin poder explicar cómo había pasado.

-Rido, se transformó y… hay mucha gente herida y Forthes…-

Poco entendió su tío quitándole a Rido de las manos y pasándolo a uno de los soldados ordenándole que lo llevaran adentro para que fuera atendido.

-Ve con tu madre, yo me encargaré.-

Ni él creía en su valentía, pero pudiera ser que fuese su oportunidad que estaba esperando para sobresalir. Así, llamó a su dragón, una bestia de escamas obscuras que, a contraluz, disimulaba un morado brilloso; con alas rojas, cuello corto pero grueso y cuatro cuernos negros.

En poco tiempo llegó el animal y Dimard lo montó ordenando a los soldados que esperaran, emprendiendo el vuelo hacia la columna de humo del norte. Ariam, por otra parte, se sentó en las escaleras de la entrada principal sin algún pensamiento o acción. Su fiesta estaba a la espera de su retorno, pero los invitados al ver a los dragones y la princesa ahí sentada comenzaron a preguntarse qué tanto había pasado. Al girar su cabeza, vio a los invitados verla con detenimiento, encontrando en ellos esa misma mirada que tanto odiaba.

Dimard no tardó en llegar, encontrando a la gente del pueblo, que estuvo fuera de peligro, acercándose a averiguar los hechos, encontrando al igual que él destrucción y muerte. Pocos eran los que brindaban su ayuda, mientras que otros derramaban lágrimas por las pérdidas de decenas de hombres que salieron a vivir sus comunes vidas y nunca regresaron. Dimard buscó entre la gente a su hermano sin poder encontrarlo, viéndose estorbado por las personas que acarreaban agua para apagar el fuego. Fue ahí que vio a una joven arrodillada entre tantas personas. Al acercarse encontró una horrible escena de un par de cuerpos carbonizados apenas reconocibles, entonces él supo de quién se trataba pues antes había hablado con Forthes recordando esa cadena de oro con tres pequeños rubís incrustados en serie. Fue de inmediato su entendimiento de que esa joven, a la cual no le veía el rostro, era Aithe.

-¡Dimard!- escuchó a alguien nombrarlo. Era su hermano con una apariencia sucia y vestiduras chamuscadas y rasgadas.

-¿Qué fue lo que pasó?-

Deros se sentía apenado, sintiendo culpa de la situación, en especial al ver a Aithe.

-Después te cuento.- dijo. –Antes debes llevarte a Torus y a Hevan de aquí.-

Ambos estaban inconscientes y ninguno de los dos sabía si estaban en peligro así que la urgencia de Deros era de entenderse.

-¿Qué hay de Pheros? ¿Él está bien?-

-Sí, él…- Deros lo buscó encontrándolo, brindando ayuda a la gente de la ciudadela. –Él está bien. Por favor, llévalos lo antes posible al castillo.-

-Como tú ordenes.-

Dimard al ver que no era un ataque se tranquilizó, obedeciendo a su hermano y llevándose al par de hermanos de regreso a Galvena.

Tan pronto Ariam llegó al castillo la ayuda fue enviada y junto con ellos llegó la reina Ali. La gente del castillo fue de mucha ayuda apagando el fuego y controlando a la multitud que solo estorbaba.

Por otro lado, Pheros ayudaba a cargar los cuerpos de los soldados y campesinos que por desgracia habían fallecido cuando de pronto fue interrumpido y atrapado por su madre que lo había buscado con desesperación creyendo que algo le había pasado. Un rostro sucio y varias heridas, pero nada de qué preocuparse por parte de Pheros, lo cual alivió a la reina de cierta forma y es que no había manera de calmarse sabiendo que tres de sus hijos estaban inconscientes.

Al único que no pudo encontrar de inmediato había sido a Deros, sea por casualidad o que él la evitaba, haciéndola buscar en lugares equivocados, hallando cuerpos sin vida y peor aún era que no podía distinguirse de quiénes fueron alguna vez. Por sorprendente que le pareciera, ella sí se preocupaba por su esposo, a pesar de que los últimos años fueron difíciles para ellos.

Entonces, Ali escuchó la voz de Deros y al verlo se acercó a él y lo abrazó cálidamente, dando un gran suspiro de alivio. No esperaba tal reacción por parte de su reina, pero aun así la abrazó de regreso encontrando una calma a su agonía.

-Nunca imaginé que pasaría esto.-

-No digas nada.- su calma era contagiosa, algo que necesitaba. Además, ella sabía que esos pensamientos no eran buenos para él. -Lo que importa es que ustedes se encuentran con vida.- dijo volviendo a abrazar a su esposo.

-Forthes y Aithe están…-

-Lo sé.-

-No puedo creer que ya no esté aquí. Y…- Deros se sacudía el cabello tomando pausas para pensar. -¿Qué pasará con su hija?-

-No son preguntas que haya que responder en este momento. Recuerda que eres el rey y eres la fortaleza de tu pueblo. No dejes que te vean así. Demuéstrales que en ti pueden encontrar refugio y sabiduría.-

Su reina lo arregló tratando de hacerlo ver mejor ante su gente.

Deros le detuvo las manos que arreglaban su ropa, diciéndole. -Tenías razón. Siempre la tuviste.-

No era momento para ello. Tenía que recobrar la cordura. Él es el rey. Así que rápidamente, Deros ordenó que los reunieran para poder dar un anuncio personalmente.

-Hemos sido… atacados por un viejo conocido. Arkeanos. Aprovecharon nuestra salida para atacarme en donde más me duele, en mi familia. Pero no voy a permitir que…- no sabía cómo seguir con dicha mentira. –No voy a permitir que vengan y destruyan lo que hemos construido con esfuerzos y mucho menos que pongan en riesgo a mis seres amados.

Estaremos preparados para cuando regresen, y… acabaremos con ellos como lo cobardes que son.-

Ni siquiera estaba seguro si le creerían. Habría algunos que sí y otros que no, pues pocos presenciaron lo que pasó, peligrando la imagen del pequeño Rido. Por suerte, el príncipe Pheros distrajo la atención al brindar su ayuda, cosa que ninguno de los otros hizo por obvias razones, pero eso no lo sabía el pueblo, resaltando entre los príncipes un nombre.

Tan pronto pudieron, Deros, Ali y Pheros regresaron al castillo, dejando a cargo a los soldados para reparar los daños causados y brindarles ayuda. Por desgracia, no faltaron los rumores que el rey quiso evitar sobre su hijo Rido, los cuales lo culpaban. Momentáneamente serían rumores que no oiría el niño ni nadie más pues se ordenó que fueran silenciados de una u otra forma.

Capítulo 6. “La Consciencia de Pheros”.

Pheros se encontraba en la habitación de su hermano gemelo Hevan, mientras él seguía en recuperación. En ese instante, el rey entró preguntando.

-¿Se puede pasar?- Pheros prefería en ese momento estar a solas, pero no era su habitación y Deros ya había entrado, sin siquiera recibir respuesta. Más bien había sido un aviso que una pregunta.

-Por supuesto, padre. ¿A qué has venido?- preguntó el príncipe que también era un invitado.

-Te estaba buscando a ti, Pheros. Quisiera hablar contigo.-

-¿Sobre qué?- Deros caminó por la recámara y se detuvo frente al joven que se sentaba frente a la cama de su hermano en una silla de madera de color gris con colchones rojos.

-Sobre lo que pasó en la ciudadela.- comentó mirando directamente a los ojos a su hijo, como si él le ocultara algo. -¿Te has puesto a pensar en tu hermano Rido?-

-Claro que sí.- respondió aliviado pues la actitud errática de su padre lo puso nervioso. -Ha dado muchas vueltas en mi cabeza estos días.- y era cierto. Todo lo que pasó en la ciudadela era de preocuparse y más sabiendo la corta edad del niño y el tremendo poder con el que ya contaba. –Sabía que no tenía control de sus habilidades, pero… no creí que tuviera esa fuerza. Fue más de lo que pensábamos, más de lo que me imaginaba.-

-Es a lo que he venido. Necesito que ayudes a tu hermano Rido.- su padre había llegado a tenerle más fe a su hijo que a sus consejeros, también creyendo que siendo hermano de Rido, él tendría mayor cuidado con sus opiniones que los ancianos que velaban por su bienestar.

-¿Por qué yo?-

-Sé que tú podrás hacerlo. No hay nadie como tú, y sé que serás capaz de entender lo que le pasa.- Pheros se preguntó si era desesperación o sabiduría al pedirle ayuda. -Y durante el camino puede que aprendas a conocerlo más de lo que él mismo se conoce. ¿Crees poder con eso?-

Deros se veía más cansado de lo normal. Al parecer el accidente que se suscitó había demandado la completa atención del rey, causándole esas notorias ojeras.

-Lo haré, pero después del funeral de los padres de Aithe, quisiera estar ahí con ella.-

-Hazlo lo más pronto posible.- ahora sonaba como un mandato. El pequeño Rido se aisló como alguna vez llegó a hacerlo Ariam y para el rey recordar esos días, juntado las preocupaciones de la ciudadela, hacía que todo se complicara y se convirtiera en un desastre. Todos se preocupaban por el niño, aunque más Ariam y Pheros, pues Ariam entendía su sentir, y Pheros sabía que no estaba bien, temiendo que pudiera causar más problemas en el futuro. -Tu hermano te necesita.- agregó por último.

Pheros no necesitaba más presión, pero eso a Deros no le importó.

Entonces, un sonido extraño provocado por Hevan distrajo a ambos. Al notar que obtuvo su atención, y después de una pausa, el príncipe preguntó.

-¿Estará Aithe presente al rato?- dijo tratando cambiar de conversación.

-No lo sé exactamente. No la he visto desde hace tiempo.- respondió su gemelo, pues por obvias razones la joven se distanció de todo aquel que tuviera algo que ver con Deros. El odio que alguna vez Ariam compartió con ella ahora lo había adoptado como suyo, siempre evitando al rey a toda costa. Deros trató de cambiarlo, por desgracia Aithe no se lo permitía por lo que el rey entendió que estaban bien así sin su ayuda. En su mente, y frecuentemente, se preguntaba, “¿Cómo sería si nunca hubiera entregado las frutas a sus hijos?”, un pensamiento sin respuesta.

-¿Estás bien, padre?- Pheros preguntó al verlo distraído.

Sin responderle, Deros lo miró dándole a entender sin palabras que todo estaba bien, sin embargo, su hijo no era un tonto y sabía que algo estaba mal.

-Pheros.-

-¿Sí?-

Su padre merodeaba por la cama donde Hevan descansaba.

-¿Si hubieras sabido que la fruta te haría eso, la hubieras comido de todas formas?-

Una extraña pregunta que lo tomaba desprevenido.

Incluso el joven no supo cómo responder, tratando de elegir cuidadosamente sus palabras, creyendo que era una prueba.

-Seguramente, sí.- contestó.

Deros sabía que él no tenía problemas como sus otros hermanos, y que su respuesta era, por decir algo, incompleta. Carecía de verdad. Si les hiciera esa misma pregunta a los otros cuatro, sus respuestas serían semejantes entre ellas con un constante, no.

-Siempre pensé que sería una bendición sus dones. Era mi regalo eterno que los cuidaría a ustedes y al reino.- Deros se asomó por la ventana del cuarto. -Parece que me equivoqué.

Como todo en la vida, cada acción tiene consecuencias, pero somos nosotros mismos los que decidimos si son buenas o malas. ¿No lo crees, hijo?-

Pheros pensó en lo que dijo su padre, pero sin responderle dio a entender que pensaba igual que él.

-Bueno, me retiro. Cuida mucho de tu hermano.-

Deros salió de la habitación dejando a los gemelos, regresando a sus deberes. Pheros trató de comprender por lo que pasaba su padre, pues recién había perdido a su mejor amigo y pudiese ser que algo más.

En ese momento y en otro lado dentro de Galvena, Aithe estaba en su habitación observando el atardecer. Esa paleta de colores en el cielo la tranquilizaban. Entre los cientos de pensamientos que pasaban por su mente, uno de ellos involucraba a sus padres y todo lo que no había dicho y hecho con ellos en su vida. Fue entonces cuando Ariam irrumpió en la habitación diciendo.

-Sabría que estarías aquí.- dijo acercándose a su amiga.

-Es mi habitación, no era difícil de pensar eso.- respondió Aithe con un tono sarcástico.

-No tienes que portarte de esa manera, solo quiero ayudar.- Ariam soportó su actitud grosera, por lo menos en un inicio. -Siento mucho lo que pasó. Lamento también no haber venido antes a apoyarte.-

-No hay nada que disculpar, ni nada que lamentar. Es normal, te preocupabas por tus hermanos y por mis padre ya no hubo nada que hacer.-

-Pero, me hubiera gustado haber hecho algo para protegerlos.-

Ariam le tomó la mano mostrando su apoyo, queriendo tranquilizarla de algún modo.

-No había nada qué hacer. Déjalo así, ya todo pasó… mejor olvídalo.- Aithe no quería hablar del tema, así que le preguntó. -¿Sabes cómo está Rido?-

-Bien, él está muy bien de salud, pero… está algo decaído. Se ha apartado de todos, o por lo menos de la mayoría. De hecho, vengo de verlo.-

-Quisiera poder ir a visitarlo, pero… – lo decía como si fuera imposible.

-¿Y por qué no vas?-

-No puedo. Es algo complicado.- y claro que lo era, pues Aithe visitaría al asesino de sus padres, y a pesar de ver al niño y su dulce cara, ella sabría que fue él el culpable.

-¿A qué te refieres? ¿Acaso lo odias? Entiendes que fue un accidente, ¿Verdad?-

-No. No es odio lo que siento, sino… temor.- en verdad no tenía claro sus sentimientos, pero algo tenía que decir. -Al verlo, recuerdo cosas que no deseo recordar. Y años atrás, yo le prometí al rey que cuidaría de él. Y ahora no puedo ni acercarme sin llorar. No sé qué hacer. Sé que no es su culpa, no sabía lo que hacía. Simplemente… hubiera deseado que hubiese sido de otra forma.

Hubo tantas cosas que no les dije, y que tampoco me enseñaron.-

-No puedes lamentarte por lo que ya no hiciste, ni del hubiera. Y si algo tus padres querrían de ti, sería que fueras la noble y bondadosa mujer que estás destinada a ser.-

Aithe no dijo nada, en su rostro había pequeñas lágrimas. Entonces Ariam la abrazó.

-Tus padres fueron grandes personas y ahora como es debido se les hará una gran despedida.- las dos sabían que pronto sería el funeral, pero el tiempo transcurrió más rápido de lo esperado, tomando por sorpresa a Aithe.

-Tienes razón, por un momento lo olvidé.- y eso era bueno pues no había podido librarse de ese miedo. Pero antes de prepararse se detuvo súbitamente. –Yo… no quiero ir.-

-Tienes que.-

Aithe movió su cabeza diciendo que no, y no parecía que estuviese a discusión.

-No lo hagas por ellos, hazlo por ti. Si no te lo permites, después te arrepentirás. Deja que el arquero los juzgue y que tus dulces palabras los guíen.-

Era demasiada la angustia de Aithe y decirles adiós a sus padres era aceptar que de verdad ya no estarían nunca más con ella, y eso le era muy difícil. Pero Ariam decía la verdad.

-Está bien, iré.- dijo Aithe armándose de valor, aceptando su realidad.

Entonces, Ariam la esperó mientras ella se cambiaba, ya que el tiempo había llegado. Ciientos de personas se reunieron en el jardín del castillo el cual fue alumbrado con antorchas que marcaban un camino desde la puerta hasta el centro de la ceremonia. Era ya de noche y la gente vestía de negro como era costumbre. Entre todos formaban un círculo rodeando a las personas más cercanas a los difuntos, en este caso Aithe y Deros. Dimard sólo fue un conocido así que su ausencia no le dolería a nadie.

Generalmente se tomaban los cuerpos de los fallecidos y se colocaban sobre montículos de tierra; después el dragón del rey incineraba los cuerpos. Pero esta vez sería un poco diferente. Así, Aithe se acercó al centro donde se estaban los dos montículos de tierra y después abrió un pequeño cofre donde estaban las cenizas de sus padres, o lo que habían recogido para ella, y las sembró en la tierra junto con dos semillas, una en cada hoyo.

De las semillas, con el tiempo, nacerían árboles que simbolizaban un intercambio con la naturaleza, el regreso de los hombres a su origen y un lugar para recordarlos. En el gran jardín del castillo se podían observar antiguos árboles de difuntos del reino, quienes tuvieron el honor de estar ahí. Como era el caso del árbol favorito de Pheros, el de su abuelo el rey Daná.

Cuando Aithe terminó de poner las semillas, se levantó, y mientras ella decía algunas palabras a sus padres, Pheros se acercó a Rido que estaba junto a Ariam.

-Rido, no debes sentirte culpable de esto.- susurró. -Ahora estoy contigo y te ayudaré con tus dones. Aprenderás a controlarlos, es una promesa.-

Rido no dijo nada, volteando a ver a su hermano mayor. Pheros notó en la mirada del joven que él sufría demasiado por dentro, más de lo que antes había vivido, combinado con una tremenda culpa. Era demasiado qué cargar para su corta edad.

-Rido, sé que es difícil ver a alguien llorar y peor aún saber que eres la causa de ello. Pero, sentirse así no resolverá nada. No con esa actitud.- Rido ignoró las palabras de su hermano mayor y este lo notó de inmediato. Supo que ese no era el momento para charlar. Entonces le dijo. -Mañana empezaremos. Pasaré por ti e iremos al cuarto de entrenamiento. No me hagas demorar.-

-Como tú digas.- respondió. Por lo menos había logrado hacerlo hablar después de días de silencio.

Poco a poco las personas empezaron a retirarse, hasta que al final sólo quedaron Aithe y Rido.

Entonces la hija de Forthes miró al pequeño príncipe parado a varios metros de ella. Se preguntó si sería buena idea acercarse, pensando en las palabras que le dijo Ariam. Tenía que acabar con esto de una vez, así que se acercó a él rompiendo sus ataduras. Al verla, Rido se asustó pensando en salir corriendo, pero vio que ella estaba calmada, también sintiendo una paz la cual emergió en ese instante de su ser. Entonces ella se arrodilló y lo abrazó, después susurrándole al oído.

-Siempre te protegeré, no importa lo que pase.- al decir esto, se paró y estiró su mano. Rido estaba sorprendido, no entendía cómo es que ella lo perdonaba y decía esas palabras tan sencillamente. Si era una broma, qué crueldad de su parte. El sentimiento de arrepentimiento del príncipe era real y saber que ella bromeaba sería fatal.

-Pensé, que me odiabas.-

Aithe movió su cabeza diciendo que no, pero Rido no entendía el porqué.

-¿Pero, por qué no? No lo entiendo. Yo, maté a tus padres, yo…-

-Ya. Olvídalo.- Aithe lo silenció. Agradecido, Rido se lanzó sobre ella pues le había quitado un gran peso encima.

La joven noble volvió a estirar su mano, y esta vez príncipe la tomó. Por último, lo abrazó, algo que lo calmó indudablemente. Para el hijo de Deros esto no tenía sentido, y es que su mayor miedo había sido perder a una amiga, y eso en verdad lo daba por hecho, por eso, tales acciones cambiaban todo lo que Rido creía e imaginaba.

Habiendo pasado bastante tiempo fuera del castillo, ambos decidieron regresar, ya que lo noche era fría y traicionera.

Después de todo eso, Rido entró a su habitación donde ya nada era tétrico y las paredes no lo hacían sentir atrapado. Al fin su morada no lo juzgaba, ni los rincones susurraban mentiras en su oído, y todo eso con la simpleza de un perdón. Y, a pesar de encontrar calma en su cuarto y ser bastante tarde, el príncipe todavía no dormía. La culpable era Aithe. “¿Cómo pudo perdonarme?” “¿Qué hice para merecerlo?” Preguntas como estas lo mantuvieron despierto. Algo en lo que estaba seguro era que, si a él le hubiera pasado, no hubiera tenido el valor de perdonar al culpable. Por eso Rido no pudo conciliar el sueño hasta que la noche avanzó tanto que la luna casi desapareció detrás de las montañas, fue entonces que al fin logró cerrar los ojos.

Al día siguiente, Pheros se dirigió hacia la habitación de Rido y tocó, pero nadie contestaba así que decidió pasar. Al entrar observó que su hermano seguía dormido. Pheros se acercó y lo tomó de los hombros moviéndolo bruscamente diciendo.

-¡Despierta, flojo!- de esa forma, Rido se levantó totalmente desorientado, observando a todas partes preguntándose qué sucedía.

-Te dije que estuvieras listo a esta hora.- le regañó Pheros un tanto molesto. -¡Levántate!- dijo tirándolo de la cama de un jalón y después dirigiéndose a la puerta. -Y lleva más ropa de la que traigas puesta.-

Rido, todavía estaba adormilado, pero rápidamente se cambió de ropa. Así que antes de partir, tomó lo que le pidió su hermano y salió hacia la sala de entrenamientos junto con su hermano mayor.

En su camino escucharon unos zapatos tan ruidosos que las suelas sonaban como las herraduras de un caballo. Apareciendo frente a ellos, después de doblar a la derecha, Dimard apareció con esos escandalosos zapatos de color verde inclinados a ser cafés.

-Buenos días, príncipes.- dijo quitándose un sombrero con dos plumas naranjas como adorno. Una de las plumas rozó la cara de Rido haciéndolo estornudar. -¿Qué hacen merodeando por el castillo tan temprano?-

-Iremos a practicar un rato. Es tiempo de que Rido aprenda a defenderse, ¿No lo crees?-

-Por supuesto.-

Dimard estaba sudando, su elevado peso lo castigaba cada que se paseaba por los alrededores. Pheros vio el sudor lo cual no le fue agradable, por suerte, su tío siempre olía bien pues entre sus gustos, uno era estar presentable.

-Muchachos, los dejo. Hay cosas que hacer.-

“Sí, claro”, pensó Pheros. Bien sabía que su tío no hacía mucho y reclamaba respeto por ello.

Sin más, siguieron su camino hasta llegar frente a un par de puertas grisáceas con una aldaba por cada puerta de un león sosteniendo en sus colmillos un aro de metal con laureles en la base. Al verlo, los guardias las abrieron dejándolos pasar. Estando dentro de la sala, Pheros acomodó unas cuantas cosas liberando espacio para lo que tenía planeado. Dentro, otro par de guardias resguardaban el lugar hasta que Pheros les pidió que se retiraran.

-Bien, hermanito. ¿Estás listo?-

-Sí.- respondió Rido con una actitud bastante aceptable a pesar de que casi no durmió nada.

Pheros le indicó a su hermano que se alejara a cinco pasos de él. Obedeciéndolo, Rido fue dando los pasos contándolos uno por uno.

-¿Ahora qué?- preguntó impaciente.

-Bien. Primero necesito que te tranquilices. Respira hondo.- no sabía a qué quería llegar, pero Rido lo hizo y respiró profundamente. -Ahora… transfórmate en el primer animal pequeño que te venga a la mente.-

-¿El que yo desee?- preguntó, pensando en todos esos animales que conocía.

-Sí. Hazlo.- entonces Rido cerró los ojos y lentamente se fue transformando, primero, tomando la forma de un gato.

-¿Rido, puedes escucharme?- preguntó Pheros acercándose al pequeño animal, siempre sorprendido por su habilidad, encontrando a un gato peludo y un tanto gordo; uno pensaría que se veía así por tanto pelaje. En su mayoría era gris, con una panza y patas blancas, con bigotes largos, y ojos azules.

-Sí, claro. ¿Por qué?- contestó el animal. Cosa que erizó la piel de Pheros al ver a un gato hablar. Si de algo estaba seguro, es que nunca se acostumbraría a los poderes de Rido.

-Ya verás. Ahora, qué te parece si esta vez, te transformas en algo un poco más grande.-

Rido asentó con la cabeza e inmediatamente cambió de forma a un lobo. Su pelo gris se obscureció ahora tornándose en negro y café obscuro. Sus colmillos ahora eran grandes, como los de cualquier lobo joven y sano.

-¿Sigues entendiendo lo que digo?- preguntó.

-Sí, hermano, ¿Ahora en qué me convierto? ¿En un venado? ¿Un perro? O ¿Un león?-

Mientras Rido le preguntaba a su hermano Pheros de qué animal tomar forma, el pequeño se transformaba en la criatura que él mismo mencionaba. Pheros estaba asombrado por lo que veía y en la rapidez en la que lo hacía. Cuando cambiaba de forma, se podía observar, no siempre a simple vista, que la edad del niño se asemejaba a la del animal, notándose en la apariencia física del mismo. Pheros lo comprendió, entendiendo que era lo más lógico que sucediera. Fue cuando pensó en el incidente de días anteriores recordando al dragón, preguntándose cómo sería la transformación de Rido cuando fuera un adulto, ya que el dragón con el que se habían enfrentado era supuestamente pequeño al igual que su hermano. Todavía pensando en las muchas posibilidades, Pheros le dijo.

-Perfecto, ahora veo que tienes control de los animales más grandes como un león. Esto ahorra mucho tiempo. Pero sigue lo más difícil. Necesito que respires de nuevo profundamente y te calmes.- Rido obedeció.

-¿Puedes tomar la forma de un oso?-

-No lo había intentado antes, pero… yo creo que sí puedo.- respondió. Se veía demasiado decidido como para lograrlo en el primer intento. Entonces se concentró, cerró los ojos y así, este comenzó a transformarse. Su cuerpo se hizo más grande y grueso, sus patas se ensancharon y su cola se encogió. Pronto, un gran oso de color negro apareció, algo de verdad espectacular y majestuoso. Pheros nunca había visto algo similar, ni tan de cerca. Impresionado, poco a poco se fue acercando al animal, olvidando por completo que era su hermano. De esa forma, extendió su brazo para tocarlo, pero el oso se sacudió, espantándolo.

-¿Rido? ¿Me escuchas?- preguntó nuevamente, pero Rido no respondió como anteriormente lo hizo. -¡Rido!-

Pheros notó que el animal estaba desorientado y no hacía caso. Al tiempo en que le gritó a su hermano, el oso se levantó en dos patas y gruñó con fuerza haciendo que retrocediera. En ese momento, se quedó en completo silencio, esperando a que se calmara. Cuando el oso se puso de nuevo en sus cuatro patas, Pheros decidió acercarse, pero esta vez más despacio y con cautela. Paso a paso caminó, procurando no hacerlo enojar. Al llegar con el animal, levantó la mano para tocarle la cabeza. El oso lo vio y le bufó haciendo que diera un paso atrás. Nuevamente tomando valor, estiró la mano hasta que el oso le permitió tocarlo tras olfatearlo. Su pelaje era suave y cálido, y sus grandes ojos reflejaban su imagen como un espejo obscuro.

-¿Rido, estás ahí?-

-Sí… her…ma…no.- contestó el oso aunque su voz era grave y totalmente diferente a la voz real del príncipe. Al decir esto, el animal empezó a tambalearse. De pronto, el enorme oso se sentó y fue regresando a ser el niño que todos conocían. En poco tiempo Pheros vio a su hermano descansando en el suelo y sin ropa.

-Vaya que eres especial.- dijo el príncipe que seguía emocionado, pues su corazón no dejaba de latir a alta velocidad. Rido se movió lentamente y por tiempos, regresando de una fuerte jaqueca.

-¿Me pasas mi ropa?-

-¡Oh! Por supuesto. Lo siento.-

Pheros fue a tomar la ropa que traían de reemplazo y se la dio. Mientras Rido se vestía, Pheros le comentó.

-Tienes un límite en la consciencia y por ende en el control de tu cuerpo. Aunque todavía no sé cómo puedas conseguirlo. Pero, por el momento procura no llegar a esas instancias, en lo que averiguo cómo ayudarte, ¿Entendido?-

-Entendido.- contestó Rido al borde del desmayó.

-Dime, ¿Cómo te sentiste?-

-Mal. Me duele la cabeza cuando estoy así. Me cuesta trabajo pensar.-

-No creo que tenga que ver con tu edad.-

-Creo que lo logré porque estábamos aquí, tranquilos.-

-¿Fue diferente en la ciudadela?-

-Bastante. De esa vez no recuerdo nada.-

-Ya veo.- tan pronto se vistió Rido, caminaron a la salida a paso lento.

-Gracias, Pheros.- dijo con media sonrisa pues todavía le dolía la cabeza.

-Todavía no hago nada. Agradéceme después.-

-Claro.- Pheros supo que aquella apatía que se había apoderado de él no desaparecería de un día para otro. Aunque verlo con disposición le hacía creer que podía mejorar con el tiempo.

-Eres una persona extraordinaria hermano y tienes un gran don. Sólo tienes que aprender a controlarlo. Sé que puedes con esto.- el ánimo de Pheros era un buen detalle hacia el pequeño príncipe. -Habrá un día en el que ya no necesites de nadie, y ese día podrás hacer lo que quieras.- al decir esto, Pheros puso su mano en la cabeza de su hermano menor. Rido lo observó sonreír, algo que no era muy común en él.

Nunca habían sido tan cercanos, pero él hecho de que fuesen hermanos hacía que se olvidaran de esa situación en ese momento. Algo de razón tuvo su padre al pedirle ese favor.

Pheros no sólo era distante con Rido, sino también con sus otros hermanos. Después de que les dieron las frutas, se distanció más de ellos, incluyendo a su hermano gemelo. Durante esos años de soledad, su madre fue quien le ayudó y cuidó. Pero en los últimos días, se acercó más a su familia cambiando sus pensamientos hacia ellos.

Cuando decidieron salir, se escuchó que alguien estaba fuera de la habitación, entonces Pheros se acercó y abrió la puerta. Al hacerlo, los dos príncipes observaron a uno de los sirvientes del rey.

-Príncipe Pheros, su padre solicita su presencia en la sala del consejo.- en el instante en el que escuchó eso, supo de inmediato que era algo importante y fuera de lo normal. Sabiendo que era de preocuparse, Pheros mandó al sirviente para que llevara a su hermano con su madre, la reina Ali.

-Nos vemos después, Rido.- exclamó.

Al irse su hermano junto con el sirviente, el príncipe se dirigió aprisa hacia la sala del consejo. Pheros no tardó en llegar, entrando sin demora a la sala donde había una gran mesa en la cual se encontraban las personas más importantes de Galvena, entre ellos, líderes del reino de los caballos, hombres de la nobleza, su tío Dimard y también estaba sentado su hermano Torus pues Hevan no había sido requerido. Al momento en que Pheros se sentó, el rey Deros dijo.

-Ahora que nos encontramos todos. Comencemos.- aquellos que seguían de pie se sentaron y los otros acomodaban su cuerpo en su silla para escuchar al rey. Cuando todos parecían estar atentos, Deros dijo. -Se nos fue informado de que existe una alianza fuera de los dominios del reino, y que esta nueva alianza, entre las aldeas de los Arkeanos, planea atacar al reino. El mensaje fue recibido hace poco, y me preocupación es inmediata.-

-Serían muy ingenuos si hicieran eso, no tendrían oportunidad.- dijo Torus como si gozara de años de experiencia militar.

-No podríamos llamarlo ejército. Son muy pocos. Pensamos que con algo así, su objetivo no sea vencernos, sino que sea algo en específico, tal vez atacar aldeas pequeñas y desprotegidas del reino en busca de provisiones, esclavos o incluso soldados.- comentó un concejal, sentado a la derecha del rey, el viejo Barmerón. Confiable, obstinado y cascarrabias. Uno de los “Te sung”. Aquellos eran una serie de familias que portaban un único nombre principal. Únicamente famosos por ello, pues siglos atrás su clan fue derrotado y adoptado por el clan Raig.

-No tendría caso, les sería imposible siquiera traspasar los bordes del reino sin ser notados.- agregó uno de los tres líderes del reino de los caballos. Romelar era su nombre, quizás el más importante pues vivía en Galvena y representaba a todo su reino. Los otros dos eran sus hermanos, Firmir y Calmir y sus posiciones derivaban de su herencia familiar.

-No es muy difícil entrar al reino sin ser visto, son tierras muy extensas, podrían pasar desapercibidos si lo desearan.- comentó un tercer concejal, un tal Mesel, del Linaje de Marr. Un hombre gordo y muchas veces apegado a Dimard; heredó del puesto de su padre, otro noble que consiguió su estatus al rendirse ante el poder del clan Raig.

-¿Cuándo se nos fue informado de esto, exactamente?- preguntó Pheros, desconociendo la situación.

-Hace unos días, joven príncipe. Tres con exactitud. De hecho, nos hemos anticipado y se mandaron soldados para cubrir gran parte del perímetro del reino para evitar cualquier ataque.- respondió el general de Galvena, Galmar, del linaje de Cántora, primo de Forthes.

-¿Cómo es que nos enteramos?- preguntó nuevamente Pheros.

-Fue capturado un mensajero con toda la información del plan.- al escuchar a Galmar, Pheros guardó silencio mientras analizaba cada cosa que decían.

-No concuerda.- dijo el gemelo presente, interrumpiendo a los hombres del concejo.

-¿Qué dijo?- preguntó uno de los concejales molesto por la osadía del crío.

-Que no tiene sentido.- repitió con seguridad.

-¿Por qué dice eso, mi señor Pheros? Ilústrenos.- preguntó Barmerón demostrando su carácter.

-Si es un ejército pequeño, porqué mandar a un mensajero. ¿Y por mera suerte nuestra llega a nuestras manos?-

-Aunque no lo crea, príncipe Pheros, nuestra gente es capaz y preparada. No obtuvo sus habilidades… por suerte.- Pheros sonrió escuchando al pobre de Galmar.

-¿A quién va el mensaje?-

-No dice.- contestó Mesel.

-Un mensaje sin destino.- analizó el príncipe. -Un grupo de tan pocos elementos, ¿Necesita enviar mensajes, Galmar? No tienen que hacer eso. ¿Por qué arriesgarse con algo así y en nuestro territorio?-

Cuando oyeron las palabras de Pheros, los hombres presentes empezaron a dudar.

-¿Qué insinúa?- preguntó Barmerón golpeteando la mesa con su mano anciana.

-Que es una trampa, en la que nuestro general cayó. Hicieron que atrapáramos al mensajero para hacer creernos que existe una amenaza fuera del reino. De esa forma así retiraríamos nuestras tropas de su verdadero objetivo; o eso haría alguien con poca inteligencia.- Pheros miró a Galmar con desprecio.

-Es ridículo.- refutó el general molesto, y es que cada palabra que provenía de Pheros lo hacía ver menos competente.

-Necesitan un mínimo de mil hombres para atacar este castillo para siquiera hacer un poco de daño, y dudo que los tengan.- comentó un concejal.

-Ellos deben saber en ese instante que somos vulnerables por los acontecimientos de hace unos días.- opinó Torus.

-Exacto.- exclamó Pheros.

-Tonterías. Nadie sería tan tonto como para atacar siquiera Insilva.- expresó Galmar desesperado por acertar una. -Rey Deros, su majestad; no puede creer en lo que estos niños dicen. ¿Qué pueden saber de estrategia, de batallas o si quiera de una pelea en una taberna?-

Deros pensó en todo lo que decían, mirando después a Pheros diciéndole.

-Lo siento, hijo. El general Galmar tiene razón. Tal vez deberías aprender un poco de su experiencia y guardarle el respeto que se merece. Durante años hemos estado a salvo y es gracias a sus esfuerzos. Seguiremos con el plan…-

De repente, fuera del castillo, comenzaron a escucharse gritos.

-¿Qué sucede allá afuera?- preguntó el rey.

En ese momento en el que Deros se levantó, se escuchó cómo las puertas del castillo habían sido abiertas de manera brusca.

-¿Qué fue eso?- preguntó Torus.

Entre la confusión, un guardia irrumpió en la sala.

-¡Majestad! El castillo… está siendo atacado.- en el momento en que dijeron esto, todos los hombres presentes se levantaron bruscamente de sus asientos, complicando más la situación. Entre los gritos y reclamos, Pheros fue el primero en hablar.

-¡Cierren la boca y escuchen! ¡Soldados! ¡Escondan al rey y al resto del concejo!, Torus, ve y busca a Hevan y vengan conmigo.- diciendo esto, salieron de la sala, cuando de pronto Pheros recordó que había mandado a su hermano Rido con su madre, agregando una preocupación más para el príncipe. Sin poder ir por Rido, llamó a un soldado.

-¡Soldado!-

-¿Mi señor Hevan?-

-Soy, Pheros.- corrigió orgullosamente.

-Lo siento. Es que…-

-Olvídalo. Necesito que vayas con la reina Ali y mis hermanos y los resguardes. Protéjanlos. Lleva a todo aquel que puedas, los necesitarás. La prioridad es la reina. ¿Entendiste?-

-Como usted ordene.-

-¡Pheros, vámonos!- Torus apresuró a su hermano que, apenas terminó de darle indicaciones al soldado, fue tras de él.

Mientras tanto, la reina, el príncipe Rido y la Ariam; que esta última estaba con la reina antes de que llegara Rido, se encontraban en la habitación esperando a que llegara alguien que les dijera qué hacer. Desesperada, Ariam se levantó.

-Madre, espera aquí con Rido. Voy por mi arco y mi armadura.-

-¡Espera! ¿Qué?-

-No puedo quedarme aquí sin tener con qué protegerlos. No se repetirá lo que sucedió en la ciudadela.-

La reina Ali intentó detenerla, pero ya era tarde, Ariam había salido corriendo por sus cosas, dejándolos solos.

Así, la princesa corrió por el pasillo cuando escuchó que alguien se acercaba, entonces aceleró su paso aún más rápido hacia su habitación. Por suerte, la princesa llegó sin problemas, entrando y cerrando la puerta tras de ella, pero no se dio cuenta de que tres Arkeanos, de los muchos que irrumpieron en el castillo, observaron a dónde se escondió. Ignorando quién era aquella chica, estos decidieron ir tras ella, así que llegando a la habitación de Ariam empezaron a golpear la puerta intentando derribarla. Asustada, aceleró su búsqueda arrojando todo a su paso con tal de encontrar sus armas. Cuando lograron entrar, dos de ellos lo hicieron velozmente y sin cuidado, encontrando enfrente de ellos a Ariam que sin pensarlo disparó la primera flecha acertando en la cabeza del primer hombre. Del mismo modo, tomó otra flecha y mató al segundo Arkeano apuntando directamente al corazón. Cuando el tercero se acercó corriendo, la princesa tomó su espada y hábilmente esquivó el arma del soldado después haciendo una gran corte en el estómago logrando que cayera muerto. Todo fue tan rápido que ni ella supo cómo lo logró, habiéndolo hecho por puro instinto. Fue entonces que Ariam quedó paralizada, pensando en los tres cuerpos sin vida en su habitación y es que nunca había matado a alguien. Fue una sensación horrible, jamás experimentada por la hija de Deros. La preocupación, el miedo, la facilidad con lo que lo había hecho, lo hacía más aterrador. Era casi como si la princesa sintiera el dolor de sus familias y quisiera cargar con el peso de su agonía. El tiempo se detuvo para ella por el cual, durante un instante, olvidó todo en el exterior. Afortunadamente reaccionó, mirando detrás de ella a los cuerpos sin vida en el suelo. Aterrorizada, se cubrió la boca y soltó sus armas. Justo después de esto, fuera de la habitación, se escucharon más gritos que la hicieron reaccionar. La princesa no tuvo más remedio que tomar sus armas, regresando a donde había dejado a su madre y a su hermano.

En la habitación donde se encontraba la reina Ali, antes de que Ariam regresar, la esposa del rey y Rido se encontraban abrazados y escondiéndose. Fue cuando escucharon golpes en la puerta, los cuales los asustaron mientras Ali tomaba a su hijo y lo cubría entre sus brazos como si fuera un indefenso infante. En eso, escucharon voces argumentando que era la guardia personal del rey. La reina con un gran alivio se levantó.

-No te muevas de aquí.- Rido aprovechó para esconderse.

Ali caminó hacia la puerta y la abrió, permitiendo que los cinco guardias que había enviado Pheros, entraran.

-Reina Ali, se nos ha enviado para protegerla, pero debemos salir rápidamente de aquí, el príncipe Pheros sospecha que este sea el primer lugar en el que busquen al rey, ¡Así que sígame!-

Escuchando las palabras del capitán, la reina fue por Rido para salir de ahí y mientras se acercaban hacia la puerta escucharon más gritos de hombres, gritos que cada vez se hicieron más fuertes, fue cuando se dieron cuenta que alguien venía hacia ellos, pero entre todo ese ruido, la reina logró distinguir la voz de alguien.

-¡Es Ariam! ¡Y está en problemas! ¡Deben ayudarla, por favor!-

-No podemos esperarla. Tenemos que irnos en este momento o nos quedaremos atrapados aquí.-

-No me iré sin mi hija. No puedo dejarla sola.-

El capitán tuvo que pensar rápidamente, así que envió a dos de sus soldados para rescatar a la princesa.

De repente, Ariam apareció, corriendo por los pasillos intentando escapar, encontrándose con los dos soldados en su camino. En ese instante, la hija de Ali los reconoció, sintiendo un alivio.

-¡Princesa, es por aquí! ¡Síganos!-

De esta manera, los tres se dirigieron hacia la habitación de los reyes, cuando de pronto dos flechas viajaron a través del corredor, impactando en los soldados. Ambos cayeron, pero solo uno de ellos murió al instante, pues la flecha le perforó el cuello. El otro, con gran esfuerzo, logró levantarse con ayuda de la princesa. El hombre era muy pesado para ella, pero no podía dejarlo ahí. Después de levantarlo, avanzaron apresuradamente y como les fue posible, pero era muy difícil seguir para Ariam ya que eran atacados y los invasores corrían hacia ellos. Mientras avanzaban hacia su destino, el otro soldado observó a sus espaldas a los Arkeanos que los perseguían y cómo pasaban sin remordimiento sobre el cuerpo de su compañero caído. Cuando por fin lograron llegar, Ariam entró empujando a todos dentro del cuarto, derribando a quienes estorbaban en la entrada, levantándose rápidamente para cerrar las puertas. Estando ya dentro, Ariam y los demás aprovecharon para bloquear el paso con muebles y demás objetos.

-¡Capitán!- exclamó el soldado que rescató a Ariam.

El capitán lo observó notando que estaba herido, entonces se acercó y le empezó a ayudar.

-Son demasiados para nosotros, mataron a Astan. Conté veinte de ellos mínimo, señor. Necesitamos ayuda o un milagro.-

En lo que todos se preguntaban qué hacer, Rido se cubrió en una esquina muy asustado, pero desde ahí pudo observar cómo la puerta temblaba con fuerza, sin certeza de cuándo cedería. Esperando un milagro, Rido pensó en lo que le había dicho su hermano Pheros. Ariam vio a su hermano menor aterrado, entonces esta se le acercó para intentarlo calmarlo, buscando evitar un desastre.

-Hermano, piensa claro. Recuerda en lo que Pheros te ha enseñado.- el problema es que no le había enseñado nada. -Puedes controlarlo.- insistió Ariam, pues ella estaba más asustada por su hermano que por lo que había al otro lado de la puerta. Al mismo tiempo en que todo eso pasaba dentro del castillo, fuera, había más rebeldes. No era un grupo muy grande, pero el factor sorpresa les favorecía.

Por otro lado, el rey Deros se encontraba en un lugar seguro junto con el resto del concejo, gracias a las órdenes dadas por Pheros que, junto con sus hermanos Hevan y Torus, se armaron para proteger el castillo. Así, los tres se introdujeron en la batalla que se libró fuera de los muros de Galvena.

Pheros, aunque no tenía habilidades como las de Hevan y Torus, había perfeccionado su combate con la espada y muchas otras armas. Se había convertido en un gran guerrero y lo demostraba a lado de sus hermanos en batalla. Como era de esperarse, los príncipes se encargaban de casi todo, como lo hacía Hevan con sus poderes, arrojando a los enemigos hacia todas partes y defendiéndose, usando a sus enemigos como escudos. Y es que, Hevan, a diferencia de los demás, casi no aprendió a combatir con armas, valiéndose únicamente de sus poderes. En cambio, Torus además de su gran fuerza, era un estupendo guerrero con el hacha y la espada.

Y así, sin saber lo que pasaba dentro del castillo, los tres hermanos combatieron junto con los soldados de Galvena a los Arkeanos. La victoria era visible e inevitable.

En el momento en que se situó la batalla fuera del castillo, los Arkeanos intentaban entrar a la habitación donde estaba la reina, Rido y los demás. Para eso, la puerta ya había recibido mucho daño, haciendo que esta no pudiera resistir más, limitando cualquier acción, así como de comunicarse con alguien de fuera en busca de ayuda.

-¡El niño!- exclamó el capitán. Inteligentemente pensó en un plan en ese momento. -El chico puede transformarse en un ave y volar por la ventana en busca de ayuda.- al acercarse a Rido, este encontró a un niño asustado y lloriqueando.

-¡Vamos, joven príncipe!, vaya por ayuda, por favor. No tenemos mucho tiempo.- cuando el capitán dijo esto, empezó a jalonear a Rido. Por lo tanto, el miedo se apoderó de él. El hombre no podía darse cuenta de que en ese momento no era capaz de lograrlo, pero esto no le importó, así que le siguió insistiendo.

-¡Déjalo! No te acerques a él, ¿Qué no ves que no puede ni moverse?- dijo Ariam al ver las agresiones del capitán hacia su hermano.

-No tenemos más tiempo, moriremos si no hacemos algo.-

-Que lo dejes, te he dicho. Si das un paso más… te mato.- al decir esto, Ariam tomó su arco y una flecha, apuntando hacia el hombre, sin permitirle moverse.

-Moriremos todos por su inutilidad y por tu necedad.-

-Si alguien morirá serás tú, por cobarde.-

Ariam no dejaba de apuntarle al capitán, que parecía ya haber perdido por completo la razón.

Ali se paró detrás de su hija buscando calmar la situación.

-Obedece a tu reina y déjalo tranquilo.- reclamó la madre de los niños protegiéndolos de la agresividad del hombre.

-¡No será mi reina si estamos muertos!-

Rido no quería escuchar nada, fue por eso por lo que siguió cubriéndose y tapándose los oídos con sus dos manos. Pero el silencio que ahora lo envolvía lo hacía pensar en su accidente en la ciudadela, en lo que platicó con Pheros y en lo que pasaba en ese instante. Poco a poco, Rido sin darse cuenta fue cambiando de forma, algo que todos notaron de inmediato. Entonces la puerta cedió dejando entrar a los Arkeanos quienes dispararon sus flechas de inmediato. Al entrar, los soldados y Ariam no tuvieron más opción que olvidar a Rido, y combatir a sus enemigos. Durante ese pequeño enfrentamiento dentro de la habitación, a sus espaldas, un gran oso se alzó en dos patas rugiendo con gran estruendo. Todos voltearon a ver al oso, y este a ellos. Entonces Rido empezó a atacar, por desgracia, a todos por igual; tanto a soldados de Galvena, como a Arkeanos. El joven príncipe se convirtió en esa bestia sin razón a la cual todos le tenían miedo, hasta él mismo.

Fuera del castillo, la batalla seguía su curso, pero Pheros logró escuchar un rugido con tal fuerza que algunos vidrios del castillo cayeron. Esto llamó no sólo la atención de Pheros sino de varios, distrayéndolos de la batalla, atendiendo al castillo.

-No puede ser.- suspiró el príncipe que vislumbraba lo que pasaba ahí dentro.

Teniendo pensamientos de miedo y desesperación, Pheros dejó la batalla y corrió hacia el castillo, dirigiéndose a la habitación de los reyes. Torus y Hevan vieron a su hermano alejarse así que decidieron seguirlo, ya no tenían lugar en esa batalla pues ya estaba ganada.

En cada paso que se acercaba, Pheros podía escuchar más claramente los gritos de los hombres y también el de los objetos siendo destrozados. Subía las escaleras desesperadamente, tropezándose cada que se aceleraba de más. Entonces al llegar al piso, se dio cuenta que todo ese ruido, cesó.

-No.- suspiró con angustia.

Pheros tenía muy presente que su madre estaba con Rido. Y con eso en mente, corrió lo más rápido que pudo mientras que le pedía a los magos por la seguridad de su madre. De pronto, en su mente empezó escuchar una voz que repetía:

“Es inútil”

“Está muerta”

“Estarás solo”

Cuando por fin llegó, pasos antes de entrar a la habitación, Pheros observó los cuerpos de Arkeanos, pocos con heridas de flechas o espadas, y otros con marcas de garras y mordidas. Poco a poco se fue acercando al cuarto. Lentamente asomándose, encontró a Rido inconsciente en el suelo; al verlo, corrió hacia él, dándose cuenta de que el piso estaba manchado de sangre.

-¡Rido! ¡Despierta!- a simple vista el niño no tenía nada.

Viendo a su alrededor, los soldados y Arkeanos no tenían diferente aspecto a los de afuera. Ese lugar había sido una masacre. Entonces, Pheros escuchó el llanto de una dama. Obligándolo a voltear, este encontró a Ariam llorando sobre el cuerpo de su madre. El joven príncipe observó esa escena que, por más que cerraba los ojos, no desaparecía. Seguido, soltó a su hermano dejándolo en el piso y se acercó a ellas. Cada paso que dio era como una daga al corazón pues la escena no cambiaba. Fue ahí que escuchó entre los lamentos de su hermana un gemido provenir de su madre. Seguía con vida. Pheros se arrodilló y se inclinó para cargarla. Ali miró a su hijo y extendió su mano la cual él tomó con cariño y delicadeza. Temblando, se le acercó lo suficiente para que ella le susurrara al oído.

-Tú… tienes el poder de cambiarnos… hazlo… termina con el dolor de tus hermanos y de los hombr…-

-¡Madre! ¡Madre…!-

Cómo explicar el dolor que siente una persona cuando pierde a su madre. Todo el sufrimiento que hay que soportar. Sólo se puede describir lo que se deja ver; los gritos, las lágrimas, las palabras, pero el dolor interno, nunca.

Por más fuerte que intentara ser, Pheros no pudo ocultar sus lágrimas. En ese momento de llanto, entraron Torus y Hevan hallando el mismo escenario que su hermano. Al ver todo eso, Torus llegó a notar que su hermano menor, Rido, estaba tendido en el suelo sin que nadie viera por él. Así que este se acercó y lo tomó entre sus brazos mientras que Hevan se acercaba a su gemelo y a Ariam. No hubo palabras por parte de Hevan, reservándolas para él mismo, nadie querría escucharlas, nadie tendría el privilegio de hacerlo.

Hevan, Pheros y Ariam estaban junto a su madre, cuando Hevan, giró el cuerpo de su madre donde se podía ver la marca de las garras. Pheros no pudo soportarlo, así que salió de la habitación. Ahí afuera, se sentó en el pasillo en donde siguió llorando, esperando a que todo fuera una pesadilla. Nuevamente, empezó a escuchar en su mente la misma voz de antes, diciendo.

-Fue su culpa, fue su culpa. Todo empezó por él. No sabe lo que hizo, sólo pensaba… en él. Su egoísmo fue su perdición, y la de ella… ¡Maldito Deros!-

-Calla, calla…- respondía cubriéndose los oídos, no queriendo escuchar más.

-Si no fuera así, la única persona a la que amabas estaría viva. Para él no eres más que una herramienta de guerra.

Sólo tú puedes poner orden a todo lo que está pasando. Tú sabes lo que debes hacer.- aunque Pheros se tapaba los oídos, seguía escuchando las horribles palabras que no sabía de dónde provenían. Pero, por un instante, Pheros creyó que era la única verdad que había escuchado en mucho tiempo, dándole pie a la duda. De pronto, dejó de escuchar esa voz tan tenebrosa, permitiéndole ver la llegada de su padre, observando cómo entraba al cuarto con lágrimas corriendo por su rostro.

Cuando Deros vio la desgarradora escena, su reacción no fue diferente a la de Pheros o la de sus demás hijos. Fue terrible ver a su esposa tendida sobre los brazos de su hija, pero este tomó valor y se acercó a ellas. -Por favor, hija.- dijo con un nudo en la garganta. -Déjame verla.-

Al decir esto, Deros extendió sus brazos queriendo abrazar el cuerpo de Ali, pero Ariam se negó a dejarla ir. Cuando Hevan vio la reacción de su hermana, este decidió acercarse, y así, con un poco de fuerza la quitó, dejando que su padre tomara entre sus brazos a su esposa.

-Lo siento tanto.- expresó al abrazarla con amor y sin despegarse de ella. -Tú… tuviste razón. Siempre… siempre la tuviste. Debí haberte… hecho caso.- el hombre suplicaba a los magos y al arquero para que no se la llevaran. -Caelum si estás escuchando, ¡Haz algo! ¡Vamos! ¡Ali, despierta!- deseos imposibles que pedía a gritos. -Por favor, no te vayas.- imploraba una y otra vez. -Sin ti… no soy nada.-

El rey Deros siguió hablando sin importar la realidad, y mientras el rey lidiaba con su dolor, sus hijos, Hevan y Ariam, observaban a su padre lamentándose y maldiciendo el día en el que entró al bosque y recogió las frutas.

Después de eso, el rey no soltó a la que fue su esposa, hasta que decidieron quitarle el cuerpo de las manos, entendiendo que Deros no se movería de ahí. Fuera, Pheros veía a su padre aferrado a no soltarla, deseando secretamente ser él quien la abrazara y no la dejara ir.

Conforme el tiempo transcurrió, la gente entró y salió del lugar, pero Deros durante todo eso no se movió de donde estaba sentado, quedando traumado y desolado.

Tiempo después, y tardando en aparecer, Dimard entró a la habitación. Los cuerpos ya no estaban más que el de Ali al cual Deros no dejaba ir. El suelo, los muebles y paredes eran un desastre y al ver toda esa escena, el hombre tragó saliva horrorizado pues no era afecto a ello.

De inmediato, el rey notó que su hermano estaba ahí, pero no dijo nada. No tenía nada que decirle. Sus lágrimas habían cesado y sus palabras agotado. Lo único que le quedaban eran sus fuerzas para no dejar el tiempo pasar.

-Quisiera decir algo, pero… no soy tan hábil con las palabras.- expresó Dimard en un burdo intento de hacerlo sentir mejor. –Yo… lamento lo que sucedió, hermano. Pheros tenía razón, fue una lástima que no nos hubiéramos hecho cargo antes de estos salvajes.- su hermano continuó en silencio. -Me siento culpable, hermano.- Deros escuchó con atención tras esas palabras. -Cuando recibieron esa carta yo fui de los primeros que le mostró la nota a Galmar, y como Pheros, sabía que había algo mal. Dejé que Galmar actuara sabiendo que no estaba bien, y en su hambre por mostrarte su talento, esto pasó.-

-¿A eso has venido?- preguntó enojado. –Si no fuera por ti, ¿Ella seguiría viva? ¿Si fueras rey nunca hubieran atacado? ¿Si hubieras nacido primero… todo, sería mejor?-

Dimard calló, sabiendo que era Deros desquitando su dolor.

Entonces agregó por último el hijo menor de Daná.

-Si vas a disparar la flecha, está bien, hazlo, pero espero estés seguro de a dónde la apuntas.- ya no tenía más qué decir, ya que no estaba dispuesto a ser humillado. El hombre se quedó con tanto que decir, pero no se sintió correcto decirla. Al fin una pizca de prudencia se hizo presente en él.

Fue poco más el tiempo que Deros estuvo en la habitación, siempre con la esperanza de que una vez más Caelum apareciera y lo salvara, pero eso… nunca pasó.

Capítulo 7. “Esperanzas perdidas”.

-¿Por qué lloras hijo?-

-¿Alguna vez te has sentido tan diferente, que por más rodeado que estés de personas, no llenas el vacío en tu vida?-

-¿Por qué preguntas eso, Pheros?-

-Desde que nuestro padre nos dio las frutas, me he distanciado de mis hermanos, se han vuelto muy diferentes a lo que eran antes. Me siento solo, y sé que no soy tan bueno como ellos.-

La reina Ali preocupada por las palabras de su hijo, le dijo.

-Nunca debes sentirte menos que alguien. Todos somos diferentes y especiales a nuestro modo. Pero si no nos damos cuenta nosotros mismos, entonces las cosas irán mal. No debes esperar a que alguien te diga que eres especial, tú debes saber que lo eres, y si crees en ello lograrás lo que desees.- Pheros miró a su madre con admiración. -Tienes mucha vida por delante y eres muy joven como para preocuparte tanto. Disfruta cada día de tu vida y siempre ve el lado bueno de las cosas.-

-Gracias.- Pheros la abrazó con calidez. -Sólo tú me entiendes, te amo.-

-Yo también te a…-

Pheros no pudo escuchar eso último, así que intentó hablarle, pero no pudo decir nada. Sus labios se movían, pero las palabras no salían. Lentamente su madre fue desapareciendo, así que Pheros extendió sus brazos para intentar abrazarla, cuando repentinamente todo se obscureció. Entonces abrió los ojos y despertó. Era un sueño, un sueño que por más corto y breve que fuera el momento, el recuerdo de haberlo tenido duraría más que el mismo. Traumado por el sueño anterior, Pheros intentó dormir y soñar de nuevo que estaba junto a su madre. No es necesario comentar que fue inútil, al no poder conseguirlo. Temiendo soñar con otra cosa, decidió mejor desvelarse, no fuera que perdiera ese recuerdo de su memoria, puesto que al siguiente día sería el funeral de la reina Ali, y Pheros sólo se torturaba con recuerdos que tenía de ella.

Mirando por su ventana, recordó aquel día en el que fue hacia la recámara de sus padres, deteniéndose en la sala especial de su padre la cual tenía varios libros, una mesa y una silla donde solía pasar gran parte de su tiempo. Ahí fue donde llegó a hallarlos, escuchándolos discutir una vez más.

-Deros, no me des la espalda, te estoy hablando. Te pasas los días buscando no sé qué cosa. Ya no estás con tus hijos. Después de darles esa maldición te alejaste de ellos. Como si huyeras de tu responsabilidad.-

-¿De qué maldición hablas? Fue un regalo, les di una forma de protegerse a sí mismos y a este reino.-

-El reino es lo único que te importa. No te das cuenta de que tus hijos sufren. Los utilizas como si fueran piezas en tu juego.- Deros la ignoró. -Estás tan metido en este lugar, buscando tonterías en lugar de ver a tus hijos. Pronto llegará el día en que no sepas quiénes son. ¿Qué no te das cuenta?-

-Siempre han sido así, ¿De qué te preocupas?-

-Qué ciego estás, no mereces ser su padre.-

-Mejor vete, tengo cosas que hacer.-

La reina salió enfurecida de ahí, preocupada por su esposo. Al salir, se talló los ojos, y en eso encontró a Pheros sentado fuera de la recámara.

-¡Hijo mío! ¿Desde hace cuánto estás aquí?-

El niño se acercó a Ali y le preguntó.

-Ma… ¿Por qué odias a mi papá?-

-Ven hijo, vamos a tu habitación.- Ali tomó al niño y lo llevó cargando hasta sus aposentos. –Es mejor estar solos.-

Llegando a la recámara, lo colocó sobre su cama y lo acostó.

-¿Por qué estabas llorando hace rato?- preguntó con inocencia.

-Hijo, te contaré la historia de un héroe de la antigüedad.- dijo Ali evitando el tema de la pelea, cosa que Pheros comprendía. –Antes… hace mucho tiempo atrás, existían dos clanes, nuestros ancestros; el clan Raig y el clan Arke. Entre ellos hubo cientos de disputas y grandes batallas. Y entre todas esas batallas hubo una que se caracterizó por un gran héroe Arkeano. Ese día se le conoce como la noche de lágrimas. En esa noche el clan Raig perdió la batalla, es por eso que le llamamos así. Pero entre los Arkeanos hubo un líder que comandó al pequeño ejército. Este líder fue conocido y recordado por su astucia tanto por los Arkeanos como por los Raiges, peleando con coraje y corazón hasta guiar a la victoria a su gente. Pero este líder no sólo es famoso por ello, sino que, cuenta la historia que la noche anterior a la batalla, él asesinó a sus dos hombres que consideraba de confianza.-

-¿Por qué hizo eso?- preguntó asombrado.

-Sus dos compañeros se negaban a ir al campo de batalla, lo consideraban un suicidio y decían que habría muchas pérdidas. Insistían en que no fueran a combate, pero su líder pensó que lo traicionaban. Así que esa noche mientras dormían, los mató. Después de eso, los sustituyó con dos hombres que pensaban como él y utilizó la muerte de sus compañeros para mentirles a sus soldados. Les dijo que los Raiges habían matado a sus grandes amigos y que debían ser vengados. Y así, con mentiras, ciegamente lo siguieron.

Ese día ganaron la batalla, pero como decían sus compañeros hubo demasiadas pérdidas. Al siguiente día de la batalla, se disputó otra, la cual perdieron porque estaban en desventaja. Ese mismo día se rindieron y el héroe Arkeano murió en la batalla, para después ser alabado por sus proezas.-

-No entiendo, ¿Por qué es llamado héroe si mató a sus amigos y perdió la batalla?-

-Guiar a la victoria a un ejército sin posibilidades de ganar, no es cosa que un hombre ordinario pueda hacer. Otros creen que fue correcto el matar a sus amigos por el bien de su nación y de obtener la victoria. Los Arkeanos creen que estuvo bien lo que hizo.-

-¿Y tú qué crees, Ma?-

-Hijo. Te cuento esto porque habrá veces en las que creas que estás en lo correcto, pero por más en lo correcto que estés, no es razón para quitar una vida. Tu padre cree que ese Arkeano hizo lo que debía hacer, y yo pienso lo contrario. Busca a alguien que piense igual que tú.- dijo su madre desviando la respuesta, entristecida por la recién pelea con su esposo. -Debemos ver por el bienestar de nuestros seres queridos sin importar el costo. –

-¿Y si el costo es morir?-

-Supongo que si no tienes otra opción tendrá que ser por las mejores razones, pero eso no lo sabemos hasta que está hecho. El día que sepas decidir correctamente, serás un gran rey.- la reina Ali se levantó y besó la frente de su hijo.

-¿Por qué te vas?-

-Aún tengo cosas que hacer. Descansa, nos vemos en la mañana, Pheri.-

-Está bien.-

Aunque un poco decepcionado, Pheros se sintió feliz al estar con su madre que se tuvo que ir, pero antes de cerrar la puerta, Ali volteó diciendo.

-Te amo, hijo. Dulces sueños.-

Después de esas palabras, Pheros regresaba a su realidad, mientras él miraba por su ventana, pensando en cada palabra de su madre, sobre todo en ese “Te amo”; y es que ella siempre veía por los demás, no había cosa que no pudiera hacer. Entonces Pheros vio su reflejo tras un estruendoso trueno que alumbró la noche y pensó, “Es por eso que siempre estaban peleando. Ese hombre necio. Me pregunto si sabrá lo que pensaba en realidad mi madre de él. Por cierto, ¿Qué será lo que tanto le reclamaba? decía que se la pasaba buscando algo, ¿Pero qué sería? Sólo recuerdo que lo único que le importaba era su viaje al bosque de la vida y lo que encontró, ¿Será eso?- pensó por unos instantes. -Mi bella madre siempre fue una buena persona. Debo seguir sus pasos. Yo… haré lo que pueda para cuidar y proteger este mundo.”

Pheros estaba convencido que haría lo que fuera para hallar esa felicidad que buscó tanto Ali en vida.

El príncipe siguió de la misma forma toda la noche, pensado en su madre, en su padre y en muchas otras cosas. Esa noche casi sintió Pheros que su madre lo acompañaba y estaría con él para lo que fuera.

Había llegado la luz del día y el príncipe estaba despierto. Al darse cuenta de ello se levantó y se preparó, ya que ese mismo día en la noche sería el funeral de su madre.

Tiempo después de haber amanecido por completo, Pheros leía como lo hacía de costumbre, en eso, escuchó que alguien tocó la puerta. Él se levantó para abrirla, llevándose la sorpresa de ver a Aithe ahí parada.

-Buenos días, príncipe.- dijo Aithe con una sonrisa en su rostro.

-Déjate de formalismos, nos conocemos desde pequeños, no es necesario nada de eso. ¿A qué se debe tu visita?-

-Pensé que sería bueno que hablaras con alguien.-

Aithe pasó adentro de la habitación sin permiso de Pheros, y a este no le molestó, respondiendo.

-Muchas gracias, Aithe.-

Ella vio que la cama estaba intacta y su habitación en general se encontraba totalmente arreglada y ordenada.

-Sí que eres ordenado, Pheros. No eres nada parecido a tus hermanos, a excepción de Ariam, tal vez.- comentó, aunque no sonó como un cumplido.

-Aithe, te gustaría mejor salir. Preferiría hablar afuera.-

-¡Oh bueno! Como gustes.-

Dicho esto, los dos salieron del castillo. Ya estando fuera, mientras hablaban, disfrutaban de la vista del jardín del castillo, conocido también como el jardín del renacimiento; lleno de frondosos árboles, que en algunos florecían flores de distintos colores, de tonos azules, rosas, lilas, amarillas y demás.

-Entiendo por qué estás aquí.- exclamó Pheros.

-¿Ah sí? ¿Y por qué es eso?- preguntó Aithe.

-Pasaste exactamente por lo mismo que yo y mis hermanos en estos momentos, y agradezco la intención pero… no habrá nada que pueda cambiar esto que siento.-

-En eso tienes razón. Pero ellos… son distintos a ti. Todos están preocupados. Pero no saben bien por lo que estás pasando.

Qué más hubiera querido que alguien me hubiera ayudado cuando más lo necesitaba.-

-¿Y por eso has venido tú?- Aithe no respondió. -¿Quién te mandó?-

-Eso no importa, Pheros.-

-Ariam.- descifró el astuto príncipe.

Tenía razón, había sido su hermana quien le había pedido a Aithe que lo ayudara.

-Puede que tenga razón. Aun así, no creo necesitar hablar contigo para sentirme mejor. Y no quiero ser grosero, pero me sorprende que estés conmigo y no con Torus o con Ariam.-

-Creía que lo necesitarías más tú que cualquier otro. De los cinco, tú eras el más unido a ella. Aparte, Ariam y Hevan intentan hablar con tu padre.-

-¿Intentan? ¿Qué tiene?-

-No ha salido de la habitación donde falleció tu madre.-

Sorprendido, Pheros preguntó de nuevo.

-¿Por qué no sale de ahí?-

-No estoy segura. Supongo que es la misma razón por la cual tú tampoco salías.-

-Te equivocas. Confundes la culpa con enojo.- Pheros se ofendió al ser comparado con Deros. “Es cobardía lo que hace”, pensó. Aithe sintió su enojo, tratando de calmarlo, agarró su mano, lo que tomó desprevenido al príncipe y lo mantuvo confundido. Nervioso y apenado quitó su mano y la miró a los ojos, encontrando ese verde que lo hipnotizaba. Se perdió ahí un instante que para él fueron casi horas. Cuando regresó, trató de desviar el tema preguntando.

-¿Y dónde se encuentra Rido?-

-No sabemos. Desde ayer todo se ha vuelto un caos. Hay mucha confusión y no hay nadie que se encargue de poner todo en su lugar. Torus se ha pasado los días leyendo libros y archivos que nunca supo de qué eran y ahora intenta arreglar las cosas, pero no sabe mucho de lo que hace, no me deja ayudarle. Es un peso que no puede cargar.

Y para ser sincera… también es la razón, por la que esté aquí.

Pheros, el reino te necesita, y aunque Torus no lo admita, él también.-

Tras esas palabras uno se sentiría halagado, pero no Pheros.

-Aithe, tú mejor que nadie debe saber cómo me siento. Por lo tanto, no seré eso que esperas que sea.-

No era lo que esperaba escuchar. Los días habían sido complicados para todos y una muestra de orden era lo que se necesitaba, y quien mejor que él, el elegido indirecto del rey.

-En verdad te necesitamos.- insistió.

Al bajar la mirada, Aithe observó los dos montones de tierra donde habían sepultado a sus padres. En ellos ya había empezado a crecer algo, entonces Aithe se sentó a lado de ellos y observó de cerca los pequeños brotes.

-Hay días en los que me siento sola, ¿Sabes? Y vengo aquí a hablar con ellos y aunque no los vea, siento que están conmigo.- al oír esto, Pheros la miró que, de su rostro una lágrima caía paseando por su mejilla, pero pronto notó que la lágrima no era de tristeza, sino todo lo contrario. A pesar de que ellos no vivieran más, Aithe estaba feliz. Era algo que Pheros no comprendía pero que admiró de ella en ese instante.

-Aithe, yo… me tengo que ir. Hay cosas que preparar para la tarde.-

Pheros se fue de ahí teniendo miedo de no saber qué decirle, mientras que ella, estuvo un poco más de tiempo con sus padres. Sorprendentemente eran de las pocas cosas que Pheros temía enfrentar.

Más tarde, cuando anochecía, en ese mismo lugar en el que habían estado Pheros y Aithe, se reunieron cientos de personas. Antes de empezar, Pheros miró al cielo notando que se nublaba cada vez más pues las estrellas eran difíciles de ver.

Después de todo un día, Torus y Ariam lograron hacer que Deros saliera para asistir al funeral de su esposa.

En ese momento, Deros vio a su hijo ahí parado, entonces se acercó a Pheros, entregándole una pequeña bolsa donde tenía las semillas, dándole el honor de despedir a su madre. Se suponía que fuera Deros quien lo haría. Esto alegró al príncipe, permitiéndose dejar su odio a un lado, y es que él sólo iba a decir las palabras de despedida.

-Gracias, padre.- expresó, palabras que le costaron decir.

Ya estando listos, Deros dio la orden a su dragón y con eso, lanzó fuego hacia el cuerpo de la reina. Le fue difícil mirar, sintiendo un ardor en su estómago y un fuerte golpeteó en su corazón.

Los cuatro hermanos miraron con detenimiento el funeral, pero el dolor era más de lo que podían esconder algunos, como Ariam que lloró desconsoladamente junto a su padre; mientras que Hevan y Torus observaban con seriedad, sin decir nada. De pronto, Pheros descubrió que no estaba su hermano menor y entre la multitud empezó a buscarlo. Después de buscar meticulosamente, supo que no se había presentado. De un momento a otro comenzó a llover haciendo que el fuego se apagara en el momento exacto. Sin poder hacer nada al respecto, siguieron con el funeral, así, Pheros se acercó para sembrar las semillas. Con la tierra hecha lodo, enterró varias de ellas, se levantó y sacó un papel el cual empezó a leer en voz alta.

-Cuando era un niño, mi madre me trajo aquí un día y no supe el porqué. Me dijo que en este lugar había más vida que en cualquier otro lado. Pero no entendí, si en donde nos encontrábamos era un cementerio. Entonces ella me miró molesta y me dijo que no le llamara así. Ella creía que había más vida que en cualquier otro lugar porque aquí no solo crecían los árboles que representaban a nuestros difuntos y vivían los animales del reino, sino que también los recuerdos de esas personas que ya no están con nosotros; los sentimientos de la gente, sus almas y lo más importante… esperanza. La esperanza de algún día volver a ver a esa persona amada que dejamos atrás en cuerpo, pero no en alma.

Hoy vivo con esa esperanza, pero antes de eso tengo un sueño, que no sólo era mío, sino de mi madre también. Y no me reuniré con ella hasta verlo realizado.- antes de continuar, calló sintiendo un nudo en la garganta. -Creo que hablo por todos cuando digo que fue una persona que veía por los demás y siempre peleó por lo correcto. No hay mejor ejemplo a seguir que eso. Espero los que están presentes vivan con ese ideal y que los lleve a mejores lugares.-

Acabado de decir esto, en el cielo pasó volando un águila como si de una señal se tratara. Varios la observaron, pero no significó nada para ellos. La lluvia cesó poco después y aquellos que se presentaron decidieron irse entendiendo que el evento acabó.

El tiempo pasó, y la luna siguió su curso en el cielo estrellado mientras Pheros esperaba en ese lugar, aunque todos los demás ya se habían ido, y es que él se quedó mirando la tumba de la reina con ilusión. De pronto, el águila que merodeaba por ahí bajó y se quedó frente a él. Pheros vio al animal, que parecía traer algo en el pico.

-Rido, por fin sales.- comentó. -Sé cómo debes de sentirte. Triste, incomprendido y no quieres ver a nadie. Quisiera ayudarte, pero esta vez no puedo. Ni yo sé qué hacer ahora. Estoy… perdido.- el ave aleteó un par de veces como si respondiera. -Espero que tú sí sepas qué hacer y ahora seas tú quien me salve.-

El águila se acercó más y le dejó lo que parecía un collar. Viendo el artefacto en el suelo, Pheros lo tomó. En efecto, era lo que pensaba, el collar de su madre que alguna vez Rido le había regalado. Cuando lo tomó, le dio las gracias y lo sujetó, admirando al bello objeto bañado en oro blanco con un cristal grande, del tamaño de una moneada de oro y transparente en el centro, encontrando recuerdos en él. Por desgracia no encontraría consuelo ahí. Sin esperarlo, el ave extendió sus alas y voló sin hacer algo más. Tan pronto se fue, Pheros escuchó una voz tras de él.

-Es una preciosa pieza de joyería la que tienes ahí.-

Al voltear se dio cuenta de que era su tío Dimard.

-No te vi en la ceremonia.- afirmó el príncipe.

-Mi presencia no era necesaria.-

Oír eso molestó a su sobrino, pues creyó que despreciaba a su madre.

-Debería. Era la esposa de tu hermano. Y tu reina.-

-Tienes razón, y te pido una disculpa, príncipe.- Pheros entendió que había algo más oculto, pero tendría que esperar a que lo dijera. -Si tan sólo hubiera podido hacer algo. Un verdadero rey no permitiría todo esto, y mucho menos experimentar con sus hijos.-

-¿Y si fueras tú el rey, hubiera sido diferente?- preguntó con cierto sarcasmo.

-Cualquier otra persona cuerda lo hubiera hecho diferente.-

En eso tenía razón y sus motivos eran más obvios para Pheros.

-Es una lástima que no fueras el primogénito del rey Daná.- agregó el príncipe queriendo endulzar del oído de aquel que añoraba por aceptación. Dicho eso, se levantó guardando el collar en una de sus bolsas.

-Nunca es tarde para reparar las cosas.- respondió Dimard.

Con su serio rostro, Pheros caminó delante de su tío, simulando ignorar todo lo que escuchó.

-Es fácil sentarse en un trono, lo difícil es saber usar ese poder. ¿Acaso tú puedes?-

Entonces el segundo hijo de Daná sonrió, respondiendo.

-Con la compañía adecuada, todo se puede.-

El príncipe siguió su camino sin decir una palabra más; por su parte, Dimard miró el cúmulo de tierra dónde Ali fue enterrada, agachando la cabeza y recitando unas palabras que solo él escuchó.

Capítulo 8. “El secreto del rey”.

Pasaron varios días después del funeral de la reina Ali. El simple sonido del viento chocando con los árboles y sus hojas era lo único que se escuchaba en Galvena. Nunca había existido tanto silencio en el castillo. Todo sucedió tan rápido, pues ya eran demasiadas tragedias en muy poco tiempo. El reino no supo nada de su rey y qué sucedería a continuación, y es que los rumores crecían y se esparcían por toda la tierra. Torus, al ver la situación, decidió hacerse cargo del reino en lo que su padre se recuperaba, pero el problema era que no tenía mucha experiencia en ello. La familia estaba más separada que antes, como si el lazo que los uniese se hubiera roto y ahora navegaran sin rumbo en un enorme estanque. Y, aunque entre los príncipes no se hablaran, ellos decidieron arreglar el daño causado haciendo a un lado sus diferencias.

Ariam decidió empezar a encargarse de los daños al castillo y demás objetos materiales, por otra parte, Pheros intentó ayudar a su hermano Torus en lo que pudo con relación a reinar. Mientras sus hermanos se encargaron de otros temas, Hevan fue a la ciudadela brindando ayuda a la gente en lo que se necesitara.

Aunque el tiempo pasó después de la muerte de la reina, Rido aún tuvo problemas siendo uno de los más afectados debido a su corta edad y que los accidentes del pasado tenían que ver con él. Hevan sabía lo que pasaba con su hermano menor, es por eso que al irse a la ciudadela decidió llevárselo consigo.

Estando ahí, tras un día laborioso y cansado apoyando en una de las casas de esos rumbos, ellos se detuvieron a comer. Rido estaba sentado esperando a Hevan, que había ido por la comida. Cuando regresó, este le dio el otro plato y comenzaron a comer. A pesar de ser príncipes, aceptaron estar en esas condiciones con tal de brindar ayuda su gente, había que dar una buena impresión después de todo lo causado.

Hevan quiso aprovechar el momento a solas con Rido para hablar con su hermano menor, entonces le dijo.

-Rido, yo… – titubeó en un principio. -Yo quería… disculparme.- le había tomado tiempo decir esas palabras que no acostumbraba a decir. -Me siento mal por cómo te he tratado. He sido malo contigo y en parte me siento culpable de todo lo que está pasando. Estos últimos días has vivido muchas cosas desagradables y no dudo que sientas que es tu culpa, pero… quiero decirte que… no lo es.-

-Gracias.- respondió con pena. Si para Hevan era difícil hablar, lo era todavía más para Rido, un niño que no sabía qué hacer ni a dónde pertenecer. –Si… yo solamente pudiera controlar esto y en lugar de dañar a las personas, poder ayudarlas, nuestra madre no estaría… bueno, todo sería como antes.-

-Todos tenemos dificultades, sean grandes o chicos. Lo complicado no son los problemas en sí, sino cómo piensas resolverlos. Es lo que nos hace diferentes y nos distinguen una persona a otra.

Y… aunque no lo quieras, ya todo está hecho. La pregunta es, ¿Qué harás para remediarlo?- en realidad eso alguna vez se lo dijo Deros, repitiendo sus misa enseñanza, pero eso no lo hacía menos cierto.

-Pheros no me quiere ni ver y era él quien me ayudaba. ¿Qué se supone que haga?-

-No te preocupes por él.- respondió. -Creo es quien más ha sufrido de nosotros. Aunque lo veas callado y tranquilo, dentro de él, sufre; y no sabe cómo remediar las cosas. Por primera vez en mucho tiempo no sabe qué hacer. Deja que se calme y que arregle sus pensamientos. Ya verás que se va a solucionar y te volverá a ayudar.- dándole una palmada en la espalda, agregó. -Ahora, terminemos de comer y trabajemos, que tenemos mucho que hacer por delante.- con una gran sonrisa, Rido comenzó a comer, algo que no había conseguido por varios días. Las palabras de Hevan de algo sirvieron para el pequeño.

Mientras Rido y Hevan estaban en la aldea apoyando a la ciudadela, Pheros se encontraba en la recámara donde el rey guardaba sus archivos. En ella había documentos de todo el reino, unos más importantes que otros. Pheros sabía con certeza que había algo que su padre ocultaba y que nunca dijo, ni a él ni a sus hermanos.

Decidido a hallar respuestas, aprovechó la ausencia de su padre para colarse a ese lugar que tenían prohibido visitar. Entonces, el príncipe buscó papel por papel y letra por letra sin tener éxito. Conforme corrió el tiempo, empezaba a darse por vencido, ya que no encontraba nada que no supiera antes. De pronto, mientras sus ojos registraban una pila de pergaminos, este observó el libro que escribió su padre sobre su viaje hacia el bosque de la vida.

-¿Será que…?- Pheros tomó el libro y lo empezó a leer.

Nuevamente, no era algo desconocido para él y conforme avanzaba, empezaba a perder el interés, incluso haciéndose aburrido. Creyó que tendría que haber algo ahí, pero después de tantas horas que pasó en ese lugar, no pudo conseguir nada. Frustrado, se sentó a pensar, cuando después se acordó del baúl que cuidaba el dragón de su padre.

-Debo ir por él, pero ¿Dónde estará la llave del…?- al estar buscándola, este observó en un rincón del cuarto un baúl, entonces se acercó y lo tomó, pero este no estaba cerrado ni tenía candado, colocándolo de inmediato encima de una mesa indagando dentro de él. -¿Por qué estará abierto? ¿Será que lo estuviera usando últimamente?- el objeto no tenía polvo en su interior y el acabado del cofre se veía en buenas condiciones.

Al abrirlo encontró varios papeles que contenía dentro. Muchos de ellos tenían dibujos de diferentes cosas, como lo eran las frutas mágicas que había encontrado en el bosque y animales que vio en aquel viaje. Cada uno de los papeles los leyó detenidamente cuando entre ellos tomó una hoja que decía.

“Han pasado los años después de mi retorno del bosque de la vida y algo no concuerda. Es extraño. Pienso y pienso en las frutas mágicas. El Mago dijo que eran cinco de ellas, pero algo no está bien. Dos son idénticas. ¿Por qué? No creo que sea casualidad, debe existir otra. Pero no debe ser visible a simple vista. Puede ser la más importante de todas. Debe estar dentro del árbol o acaso ¿Estaré equivocado?”

La hoja que leyó Pheros tenía dibujado el árbol de la vida. Bastante detallado. Un gran trabajo, pero bien sabía que su padre no lo hizo.

-¡Otra fruta! ¿Será cierto o sólo es una locura? La única forma de saberlo es ir allá, pero no puedo ser yo. Sino, alguien más.- el hijo de Deros pensó detenidamente, cuando de repente una idea llegó a su mente. -¡Torus! Él podrá hacerlo. Y pueda que esto sea la solución a… – Pheros guardó todas las cosas procurando ponerlas en su lugar. Cuando terminó, salió de ahí en busca de su hermano mayor.

No pasó mucho tiempo para que lo encontrara, que, al parecer estaba ocupado como de costumbre en aquellos tristes días.

-Torus, necesito hablar contigo.- exclamó al entrar a la sala del consejo.

-¿Qué es lo que quieres?, no tengo tiempo para tonterías.- respondió Torus, bastante molesto por todo lo que tenía que hacer. Ni siquiera él creía que estaba a cargo de algo tan relevante. Pasó años añorando y aprendiendo a cómo reinar y ahora todos esos años invertidos parecían una pérdida de tiempo.

-Es importante.-

-¿Qué necesitas?- preguntó, ansioso por continuar su camino.

-¿Podemos hablar a solas?-

En un principio pensó en si tenía tiempo, lo cual ignoró después pensando mejor en tomarse un descanso de solo contemplar las tareas apiladas frente a él. Así, los dos príncipes buscaron un lugar aislado para hablar.

-Necesito un favor. Quiero que hagas algo muy importante.- dijo en un principio Pheros con seriedad y sin rodeos.

-¿Algo importante? ¿Estás loco? Tengo mucho que hacer aquí como para uno de tus juegos.-

-No seas ingenuo, sé lo que está pasando y por eso quiero que vayas. Es la solución a nuestra situación.-

-¿Vaya? ¿A dónde? ¿De qué se trata, Pheros?- Torus no mostraba nada de interés, agradeciendo únicamente el tiempo que perdía con su hermanos y sin ser molestados con más pendientes.

-¿Recuerdas el árbol del que tanto hablaba nuestro padre?-

-Como no me he de acordar, si es su historia preferida y la causa de todo esto.- era cierto, bien no podía olvidar una historia que desde niños se les relató una y otra vez.

-Necesito que vayas al bosque y lo traigas aquí a Galvena.-

-¿Traerlo? ¿Y con qué propósito?- cuestionó con cierto sarcasmo, creyendo que el otro estaba jugando con él.

-¿Nunca pensaste en él?- Pheros soltó una mirada que dejó pensando a Torus intrigado, pues la intensidad de sus palabras lograron interesar a su hermano, sabiendo que raras veces era visto de esa manera.

-¿Qué puede tener de especial?- preguntó genuinamente, sin poder ver lo que al otro mantenía acelerado.

-De ese árbol nacieron las frutas mágicas que nos dieron nuestros dones. Seguramente el árbol tiene las mismas propiedades, por lo que puede sernos muy útil y más ahora que se acerca la guerra contra los Arkeanos. Hay que defender nuestro reino, Torus. Y eso puede ser la solución para acabar con esta guerra de una vez por todas.-

Torus creyó que su hermano perdió la cabeza, entonces con un tono sarcástico le preguntó.

-¿Y tú? ¿Te harás cargo de todo?-

-Sabes que sí.-

-Esto no es un juego, Pheros. No puedo irme sin explicar por qué me fui, ¿Qué le diremos a nuestro padre, a nuestros hermanos?-

-¿A Deros? Él no puede hacer nada ahora. Está traumado. Torus, escucha. El concejo se reunirá hoy para decidir qué harán con Deros y el reino.-

Preocupado, Torus dijo.

-Con mayor razón debo estar ahí.-

-Sí, debes de estar ahí. El concejo te nombrará rey hasta que Deros se recupere, pero Dimard hará todo lo que pueda para que eso no suceda. Por eso debes ser nombrado e irte, contigo fuera, Dimard no podrá hacer nada y yo cuidaré del reino.- Torus no estaba convencido pero no era un mal plan, sabiendo que la situación no era nada fácil. -Torus. Debes hacerlo, puede que sea la única oportunidad que tengamos.-

-¿Por qué no vas tú?- Pheros suspiró, no queriendo responder esa pregunta.

-Siendo honesto Torus, entre tú y yo, ¿Quién podría reinar? Yo sé que te cuesta trabajo, que odias esto y que desearías mejor estar allá fuera.

Solamente confío en ti para esta tarea. Hevan no podría ir, es demasiado presumido, y les quita la seriedad a las cosas. A él nunca le daría una tarea tan importante, y Ariam; ella no tiene la fuerza para hacerlo.- Torus supo que tenía razón. Preferiría estar en esa aventura que estar ahí haciendo algo que apenas entendía. Eran pocos los motivos que necesitaba para irse, pero había algo más que lo detenía de hacerle caso.

Un momento de silencio se adueñó de la conversación, mientras Pheros lo veía con detenimiento, haciéndole creer que su hermano mayor era el elegido para esta tarea.

-Está bien, lo haré.- dijo con excitación y nerviosismo.

Sintiendo un alivio, Pheros agregó.

-Verás que será la mejor decisión.-

Poco antes de que su hermano se retirara de la conversación, Torus tomó valor para decir algo más.

-¡Pheros!-

-¿Qué sucede?- al ver a su hermano, su rostro cambió, mostrando ahora intriga, miedo e inseguridad. -Tengo que decirte algo.-

-¿De qué se trata?-

-El día que nuestra madre murió. Yo… escuché algo.- después de aquella platica con Pheros, Torus aprovechó para liberar un conflicto que lo agobió y al parecer, sería su hermano menor la persona indicada para exteriorizarlo.

-¿A qué te refieres?- “¿Él también?”, pensó.

-Una voz en mi cabeza. Dijo cosas… que no quisiera repetir. Eran perturbadoras y aterradoras. El sólo recordar esa horrible voz, hace decaer mi espíritu. Y a decir verdad… no sé qué signifique.-

-¿Qué era lo que decía esa voz, Torus?- de alguna manera, su hermano pasó por la misma situación que él, lo que le causó una extrema curiosidad.

-No quiero repetirlo, pero creía que debías saberlo.- Torus vio que Pheros supo de qué hablaba, entonces le preguntó. -¿Tú también lo escuchaste?-

Pheros, analizó bien sus palabras y le respondió.

-No. Pero, si quieres, hablaremos de esto cuando regreses.-

Torus después de escucharlo se fue sin decirle más.

El día llegaba a su fin, y así y como Pheros lo había previsto, el concejo se reunió aquella noche para hablar con el rey Deros quien estaría presente.

En la sala del concejo, una vez más se reunieron y esta vez nadie faltaría. Todos estaban dentro cuando el rey Deros entró con ayuda de su hija Ariam quien lo acompañó hasta su silla al centro de la larga mesa. Su apariencia era deplorable y su aroma no era el mejor. Sus ojos eran rojos, y sus ojeras demostraban desvelo. Su cabello estaba seboso y descuidado.

Tan pronto Ariam lo dejó, Deros le tomó la mano diciendo.

-Gracias, mi niña. Puedes irte.-

Ariam no tenía contemplado irse, pero eran órdenes que de mala gana obedeció. Ni ella, ni Rido, ni Hevan estarían presentes.

Cerraron la puerta y el silencio se apoderó de la sala hasta que Barmerón, con sus años de experiencia decidió decir lo que nadie más se atrevía.

-Mi señor Deros, mi rey. Todos conocemos sus hazañas y sus grandes logros a través de su reinado.- claramente quería suavizar sus siguientes palabras. –Pero dados los acontecimientos, su majestad; creo yo que es tiempo de ceder su trono, aunque solo por un tiempo.-

Deros lo miró con cansancio, y sin decir algo en su defensa, contrario a Romelar quien agregó un comentario a las fuertes pero elegantes palabras de Barmerón.

-Ante estas situaciones, lo más lógico sería nombrar a su hermano Dimard como sucesor.- Dimard alzó la mirada y levantó su ego así como su pecho tal cual como un pavo real mostrando sus plumas. –Con anterioridad ha reinado en la ausencia de nuestro rey Deros. Una segunda vez no sería un error.-

El rey se veía decaído, pero no distraído, escuchando todo lo dicho en esa sala. Pheros miró a su tío quien saboreaba el trono, aunque fuera por poco tiempo. Rápidamente, Barmerón secundó la moción.

Con una extraña acción con su mano, Deros le pidió a su hijo Pheros que se acercara. Entonces fue e inclinó la cabeza para escucharlo de cera. En su oreja susurró algo que sólo su hijo escuchó. Después regresó su mirada con el resto y repitió.

-“Torus, debe ser mi sucesor.”, eso es lo que Deros ha dicho.-

Torus estaba esperando ese comentario, pues era lo más lógico, pero aun así escuchando su nombre en esa oración, hizo que le temblaran las rodillas y palpitara más fuerte su corazón, más por nerviosismo que por emoción.

Varios dentro miraron al mencionado príncipe. Su dura apariencia ocultaba su evidente miedo e inconformidad por la decisión de su padre.

-¿Pero su majestad, no cree que es mejor elección su hermano, Dimard?- a Barmerón no le parecieron las palabras y menos conociendo al príncipe, pues en la niñez de Torus él fue su maestro, conociendo sus capacidades.

-En estas situaciones, mis señores del concejo, y conociendo las condiciones de mi hermano y que su juicio está alterado por el trauma de la perdida de la reina, se debe de dejar esta decisión a los miembros del concejo. ¿No es por eso que los tenemos? Viejos sabios que velan por el bienestar del rey y del pueblo.- Dimard se levantó tras decir esto. No le había gustado escuchar a su hermano elegir a su hijo en lugar de a él.

-No estoy de acuerdo.- agregó Pheros, entendiendo lo que podía pasar. -Mi padre ha hecho una elección y como actual regente debe de respetarse.-

-Sobrino mío, si mi hermano gozara de buena salud, no tendríamos necesidad de estar aquí y discutir por alguien que lo supla mientras él se recupera.- ninguno de las príncipes pudo refutar el argumento de Dimard, que vislumbraba con fortuna la posibilidad de gobernar nuevamente.

-Entonces que sea a votación.- agregó Mesel, tal y como muchos otros concejales secundaron la moción. Y así fue hecho, poniendo en juego los planes del rey y de sus hijos.

En dos platos hondos de barro, uno para Torus y otro para Dimard, los miembros dejarían su anillo que los identificaba como miembros del concejo. Uno por uno, fueron pasando, depositándolos en los platos. Uno a uno, dos a uno, tres a uno; siendo Dimard el favorito. De pronto, dos anillos fueron botados en el plato de Torus, levantando la ceja del favorito hasta ese momento. Los miembros fueron pasando con lentitud y con cierto temor en sus ojos. De esa manera, cerraron la votación hasta que el último, Galmar, sostuvo su anillo en su mano teniendo el voto decisivo. Lo estrujaba con fuerza como si lo quisiera hacer polvo. Entonces lo soltó decidiendo el resultado. Tan pronto lo depositó en el recipiente, Dimard se paró de la mesa y recargó sus manos en ella, antes mirando a Pheros quien sutilmente sonrió. Sin decir una palabra, salió de la sala azotando tras de él la puerta. Barmerón se sujetó la barba y la acarició, molesto por el resultado, pero disimulando su sentir. Sabiamente se paró y le hizo una reverencia a Torus, su nuevo rey. Uno tras otro, fueron reverenciándolo, mientras Deros yacía sentado sonriendo y orgulloso de su hijo. Si fuera por mucho o poco tiempo, el hecho de verlo triunfar lo hacía feliz.

-Entonces, así será. Torus, del linaje de Daná, rey de Deros.- recitó Barmerón.

-¡Por siempre!- enunció el resto.

Nada más fue hablado pues Torus era el nuevo rey. Cuando terminó, llevaron a Deros de regresó a su alcoba. Pheros, viendo que todos se habían ido, aprovechó para hablar con su hermano mayor.

-Está hecho.-

-Espero que tengas razón.- contestó.

Antes de irse, Torus firmó un pergamino con el sello del rey donde indicaba que sería Pheros, del Linaje de Daná; quien reinaría en su ausencia. Se lo entregó a su hermano y Torus se dispuso a partir.

Dada esa conversación, Pheros terminó a cargo del reino en el tiempo en el Torus se ausentaba y su padre regresara a la normalidad. Y todo eso ocurriría frente a las narices de su padre, pero el hombre nunca lo notaría.

La recámara del rey Deros se convirtió en una cárcel y una cámara de tortura. Ver su cama vacía, con un aroma que le recordaba a la mujer que algún día estuvo ahí a su lado incondicionalmente, era como una flecha insertada en su corazón y que cada vez se incrustaba con mayor profundidad. Antes de la junta del concejo, Deros no había salido de ahí y la única persona con quien mantenía contacto era a un sirviente que le llevaba la comida. El sirviente decía que el rey no parecía él mismo. Su aspecto demostraba todo menos a un rey y no se diga de su olor. No comía todo lo que le llevaban y no decía nada. Un rincón era su lugar favorito, sintiéndose seguro entre esas dos paredes; ahí no habría nadie quien le juzgara a sus espaldas.

Cuando Deros regresó de la mano de Ariam, este se acostó en su cama sintiendo un terrible cansancio. Su hija lo miró con tristeza, ya que siempre lo había visto fuerte. Tan pronto su padre recostó su cabeza en la almohada, el hombre cayó en un sueño profundo, entonces Ariam supo que no había dormido en todo este tiempo. Saber que su hijo estaría a cargo lo calmaba.

Ariam lo dejó descansar mientras dos soldados lo cuidaban por fuera de la habitación. Una parte de ella quiso pedirles que cuidaran bien de él, pero algo no le permitió decirlo. Fue entonces que la princesa escuchó un ruido proviniendo de afuera del castillo y decidió ir a investigar de qué se trataba.

Adentro de la habitación, Deros despertó como si en ese corto tiempo hubiera tenido una pesadilla. Abrió los ojos y miró hacia arriba creyendo que encontraría respuestas. Su ventana estaba abierta y por esas largas y amplias puertas del balcón un águila entró y aterrizó sobre una decoración de dos espadas cruzadas con un pedazo de piel de venado. El rey no se dio cuenta al estar susurrando oraciones al aire. “No sabrás de mí si sigues así”, una de las últimas frases que Ali le dijo. El recordarlas le hacía sentir sintió tan mal, diciendo con arrepentimiento.

-Lo siento mucho, mi amor. Dime qué hacer, por favor. Mi mundo se cae a pedazos y no sé cómo arreglarlo.

Me haces tanta falta…-

Interrumpiendo su martirio, el ave graznó logrando que Deros se levantara y le pusiera atención, sorprendido por ver una ave de esa especie en su alcoba.

-¿Pero qué…? ¡Rido! ¿Eres tú?- Deros buscó de alguna manera distinguir si era él sin poder llegar descubrirlo. -Ahora no es un buen momento para que estés aquí.- al mirar bien, supo que no era su hijo ya que en su pata izquierda había un pequeño pergamino amarrado con un delgado lazo rojo. Curioso, fue hacia donde estaba el águila, estiró su mano y la agarró con delicadeza retirándole el pergamino, soltando al ave que se posó en el marco de la ventana. Entonces lo abrió, leyendo:

-“Trágicas han sido las horas que el rey ha vivido. Siento culpa por lo sucedido, como creador del origen de sus tragedias. Es por eso que he decidido que traigas a tu hijo, al que has llamado Rido, a la tierra de dragones; yo le ayudaré a controlar sus dones. Esto no sólo será benéfico para el niño, sino para ti también.

Ignis.”-

Era un mensaje corto y conciso. Deros nunca había visto algo parecido. Las letras habían sido escritas con fuego y no con tinta. Sin pensarlo dos veces, llamó al sirviente que se encontraba fuera de su habitación. Al entrar alarmado, Deros le pidió que llamara a su hijo Rido, entonces el sirviente contestó.

-Mi señor, lo siento. El príncipe salió junto con el príncipe Hevan y al parecer regresan hasta el día de mañana.-

Deros lentamente se fue acercando a su guardarropa abriéndolo.

-Perfecto. Muchas gracias.-

-¿Se le ofrece algo más, majestad?- preguntó el sirviente, bastante confundido.

-Vayan alistando dos caballos para salir mañana temprano y… traigan agua caliente. Lo más caliente que se pueda.-

-Enseguida, su majestad.- así, el sirviente dejó la habitación.

Cuando por fin Deros estuvo solo, miró hacia el cielo y exclamó.

-Gracias, mi amor.- como si aquel mensaje reviviera sus esperanzas, y todo eso sin dudar de su veracidad. La desesperación del rey le permitió ignorar tanto en esos instantes.

¡Toc, Toc, Toc! Alguien estaba afuera. Creyendo que era el sirviente, le permitió la entrada, sorprendiéndose al ver a su hermano.

-¿Qué estás haciendo aquí?- preguntó al verlo ahí, lo cual no era común.

Tras su entrada, Dimard cerró la puerta. Deros se sentó en su cama, pues estaba cansado y no quería discutir acerca de la elección pasada.

Antes de hablar, el hombre se paseó por la amplia recamara, observando los lujos que gozaba su hermano y él no.

-¿Recuerdas cuando éramos niños? Y nuestro padre nos dijo que ambos llegaríamos a ser los reyes del reino.- dijo soltando una falsa risa. –Qué ingenuo fui en ese entonces.-

Deros sabía a qué venía. No creyó que fuera esa misma noche.

-Dimard, sé que debes de estar molesto. No te culpo.-

-Más de veinte años de una promesa, Deros.- expresó interrumpiéndolo. -¡Veinte años! Y qué fue de ella. ¿Eh? Solo mentiras.-

-¿Quieres la verdad? No tienes madera para ser rey, por más que me duela decirlo. Eres mi hermano y… fue mi culpa no habértelo dicho antes y me arrepiento de haberte llenado la cabeza de falsas ilusiones.-

Escuchar esto le dolió más que nada en la vida Dimard, quien tragó saliva antes de hablar. No podía mantener tanto coraje en su boca.

-Me entregué a ti, a tu reino… a tus hijos, ¿Y así es como me lo agradeces?-

-Somos hermanos y ellos son tu familia. Y si no quieres verlo así, entonces entiende que soy tu rey. Era tu deber hacerlo.-

-¡Ya no lo eres!- en un arranque de furia se abalanzó a Deros quien no se inmutó. Sabía lo que su hermano tenía en mente, pero ni su voluntad y fuerza le hicieron moverse. Deteniéndose a un lado de él, Dimard dijo. -Yo te admiraba y te amaba.- podía sentirse su dolor en sus palabras.

-Tus sentimientos no son leales, ¿Cómo esperas que los demás lo sean contigo?-

Mientras ellos hablaban, anteriormente Pheros se dedicó a seguir a Dimard después de la elección. Para su sorpresa, este llegó a la alcoba de su padre y no a la de Torus como sospechaba. Cuando vio que entró y cerró la puerta, el príncipe se pegó a la pared de afuera, escuchando la previa conversación.

-Es inútil lo que hagas ya. Torus es rey y nunca podrás hacerle daño a él, aunque… eso ya lo debes saber. Debes estar furioso y no te culpo.

De verdad lo lamento, hermano. Nunca quise causarte todo este dolor que sientes en este momento. Pero tampoco te trataré de convencer de no hacer lo que tienes en mente. No me arrepiento de elegir a mi hijo.-

Hirviendo a cada palabra que escuchaba, Dimard colocó su mano llena de anillos sobre el cuello de Deros y comenzó a ahorcarlo, quien, con su poca fuerza, apenas pudo resistirse. Pheros escuchó cómo su padre era asesinado y trataba de salvarse con débiles forcejeos, decidiendo solamente escuchar.

-Tal vez no sea rey, pero no me iré hasta verte recibir lo que mereces.- Dimard lo sujetó con fuerza y su mano estrujaba más el cuello de su hermano, usando su odio como combustible de su fuerza. –Y yo…- rio con dolor. –Casi me arrepiento de dejar entrar a los Arkeanos cuando murió Ali. Qué idiota fui, ¿No? Pero su muerte fue más que necesaria para darme cuenta de la clase de escoria que eres…-

Al escuchar eso, Pheros se movilizó y trató de entrar lleno de ira, sabiendo que el responsable de la muerte de su madre estaba ahí dentro, pero la puerta estaba bloqueada. Golpeó una y otra vez, y dentro, Dimard se aceleró estrujando más a su hermano buscando terminar su cometido. Sin rendirse, Pheros forzó la puerta hasta que logró abrirla, entrando y viendo a su tío ahorcando a su padre.

Al verlo entrar, Dimard lo soltó asustado creyendo que era Hevan, entonces el príncipe no lo pensó dos veces y fue tras de él. Su tío salió al balcón corriendo con dificultad y una respiración escasa por su mala condición física.

Arrinconado entre una caída al vacío y enfrentar a su sobrino, el hombre dijo.

-¿Qué tratas de salvar?- la mirada de Pheros no anunciaba piedad. -Ella ya está muerta y por culpa de él; ¡No mía!-

Pheros dio un paso más hacia él.

-Eres un cobarde. Deros tiene razón, nunca podrás ser rey.-

-¿Entonces estuviste escuchando? ¡Vaya! Hablas de cobardía y estuviste a punto de dejar que asesinara a tu padre. Me queda claro que no eres Hevan.-

-No dejaré que salgas impune… lo que hiciste nunca te lo perdonaré y no estaré contento hasta verte pasar por lo que mi madre sufrió.-

Tras un gran esfuerzo, Dimard se subió al barandal de piedra a punto de saltar.

-Es una pena, Pheros. Pudimos lograr muchas cosas, pero te sigues aferrando a ellos.- y así, sin decir más, saltó al vacío poco antes de que lo detuvieran. El príncipe se asomó al barandal observando al dragón de su tío volar junto con él, alejándose del castillo. Pheros miró a la bestia desaparecer ante la noche, con un sentimiento de odio y deseo de venganza.

Dentro se escuchó a alguien venir en ayuda del rey, pero eso no le importó a Pheros fijando su mirada en la obscuridad. Por un breve instante, había encontrado la solución a su melancolía y ahora se escapaba por los cielos con una sonrisa burlona y decenas de joyas adornando su obeso cuerpo. Por desgracia, ya no había más que hacer, así que entró viendo a los soldados y sirvientes atendiendo a su padre mientras él se pasaba de largo. Al verlo, Deros estiró su brazo haciéndolos a un lado.

-Pheros, detente.- al ver que volteó, este le dijo. -Gracias, hijo. Por salvar mi vida.-

Sin responder, salió de ahí con una creciente ira. Por su parte, Deros nunca imaginó que sería rescatado por él, conociendo su débil relación. En verdad estaba agradecido, aunque entender que su hermano había intentado matarlo, era otra historia. Para entonces, fueron varias decepciones y ya no podía soportar una más.

-¿Qué hay de los caballos?- preguntó el rey al sirviente queriendo distraer el asunto. El pobre muchacho solo consiguió preparar el baño que le había pedido, regresando para avisarle a su rey que estaba listo, encontrándolo moribundo por lo que no pudo ir a avisar de los caballos.

-Lo siento, mi señor… de inmediato iré a pedir que los preparen.- asustado, salió corriendo con tal de cumplir su orden.

Antes de entrar, Ariam vio al sirviente pasar a toda velocidad, preguntándose qué sucedía. Una vez adentro, preguntó asustada por todo el movimiento que había.

-¿Estás bien? ¿Qué ha pasado?-

-No es nada.- respondió. –Escuché que pediste un par de caballos, ¿Con qué motivo?-

-Es algo entre tu hermano Rido y yo. No te preocupes.-

Molesta respondió.

-Cómo no preocuparme, ve cómo estás. No estás en condiciones de hacer nada. ¿En dónde está mi tío?-

Deros se levantó como si Ariam lo hubiera retado y se dispuso a tomar su baño.

-Escapó.-

-Espera, ¿Qué? Y tú, ¿A dónde vas?-

-A bañarme. Apesto.-

Con ayuda fue a tomar su baño en lo que Ariam se quedaba hirviendo del enojo al no enterarse de nada de lo que pasó.

Llegó el amanecer, y Hevan y Rido regresaban al castillo, cuando a lo lejos en la puerta principal el más pequeño observó dos caballos y a un hombre junto a ellos.

-¡Hermano!- exclamó sorprendido por lo que veía.

-Ya vi. ¿Qué estará haciendo ahora?-

Al llegar con su padre, vieron que Deros estaba vestido de igual forma que en días anteriores, no parecía un rey en realidad. Su apariencia denotaba que vivía en la calle. Si no fuese porque lo conocían le hubieran arrojado una moneda de oro como buena obra del día.

-¿Estás listo, hijo?- preguntó con una sonrisa que asustó a sus dos hijos, creyendo que al fin se había vuelto loco.

-Eso creo, padre. ¿Para qué?-

Hevan interrumpió.

-¿Por qué estás vestido así?-

-Camuflaje.- respondió.

Los hermanos lo vieron con preocupación, esperando la señal para arrojarse a él y detenerlo.

-¡Entonces, empecemos! Es un viaje muy largo.- insistió con efusividad.

-¿A dónde iremos?- preguntó Hevan.

-Tú… a bañarte, que hasta aquí me llega tu olor. ¡Rido, tú sube al caballo!- el pequeño príncipe subió con ayuda de Hevan quien usó sus poderes para montarlo en el animal.

-Está bien, padre.- sin decir más, el joven príncipe obedeció.

-¡Espera! ¿Qué está sucediendo?- Hevan seguía sin entender, y cada vez se molestaba más por no saber.

-No te preocupes, hijo. Volveremos. Es algo que Rido tiene que hacer y no hay tiempo de explicar.-

-Sigo sin entender.-

-Ya lo harás. Ahora, vámonos. ¡Arre!-

Los caballos arrancaron y Hevan los miró con preocupación por cómo se alejaban a gran velocidad, y es que la actitud de su padre fue muy extraña, más de lo normal, sin mencionar la inocencia con la que Rido lo siguió. No daba crédito al momento tan extraño que presenció, y a pesar de ello, en ese momento solo tuvo una pregunta en su mente que no lo dejó en paz, así que tomó su ropa y la olió.

-¡Uf! Tenía razón.- exclamó. -Necesito un baño.-

Hevan regresó al castillo con muchas preguntas en su camino, mientras que Deros, junto con Rido se alejaban de la comodidad de la cual por años habían gozado.

Tiempo después, Ariam se enteró de lo ocurrido y se dirigió con Pheros para reclamarle.

-Pheros, ¿Puedo saber por qué permites que nuestro padre se vaya? Sabes que no se encuentra bien. Es una locura.-

-¿Por qué me reclamas a mí, Ariam? No tengo más autoridad que él, no tengo nada qué decirle. Es su decisión y es por el bien de Rido, según él.-

-¿Y si es una trampa? Cómo saben que existe esta persona. No hay nadie como nosotros como para que ayuden a Rido, ¿Entiendes? Van directo a su muerte. ¿Soy la única aquí que está preocupada?- Ariam estaba muy estresada y es que nadie le decía nada. Tanta estrés no era común en ella, pensando en si es que su madre tenía que soportar todo este tipo de cosas. -No puedo creer cómo es que lo hacía.- suspiró recordándola.

-Ya te dije que es su decisión, no hay forma de detenerlo, mejor hagamos nuestra parte. La guerra se acerca y hay que proteger a nuestro reino.-

-Por cierto, ¿Dónde está Torus?- preguntó la princesa, pensando que tenía rato de no verlo.

-Tuvo que salir.-

-No puede ser posible. ¿Estás jugando conmigo?-

Harta, Ariam se dio la vuelta y se fue. El hecho de que Deros saliera ayudaba a Pheros, evitando quedar en problemas con su padre al mandar a Torus al bosque de la vida, lugar al que les prohibió ir; aprovechando también pasar la mayoría del tiempo en el estudio de su padre, leyendo las notas y cada documento que había ahí, tratando de encontrar algo útil para él.

Días pasaron y tanto Hevan como Ariam, se preocupaban por su hermano Pheros, y es que parecía que su padre nunca se hubiera ido, pues él tampoco se despegaba de aquel sitio. Después de la ida de Torus, Deros y Rido; Hevan continuó viendo la misma actitud en su hermano gemelo. Intrigado por saber qué hacía, este decidió acercarse a él.

-Veo que sigues aquí.- dijo Hevan al entrar al estudio que Pheros por descuido dejó con la puerta abierta.

Pheros escuchó las palabras de su hermano y sin voltear a verlo, respondió.

-Al parecer sigues espiándome.-

-Ariam y yo estamos preocupados por ti.- Hevan miró a su alrededor, encontrando cientos de libros y pergaminos que si él quisiera leer no entendería.

-No tienen de qué preocuparse.-

-Quisiera saber qué es lo que buscas.- preguntó su gemelo ansioso por conocer qué lo mantenía tant tiempo ahí. -Podría ayudarte.-

-Leo los documentos del rey para poder ocuparme del reino en lo que regresa Torus o nuestro rey.-

-¿Nuestro rey? ¡Es tu padre!- contestó ofendido. Cuando lo oyó, Pheros miró a su hermano y rio de una forma sarcástica, diciendo.

-Claro hermano, tienes razón.-

No encontraba forma de platicar con él, así que Hevan pensó que, si le decía algo de interés, este se abriría.

-Hermano, extraño cuando jugábamos. ¿Lo recuerdas?-

-¿Cuántos años tienes, Hevan?-

No entendía el porqué de esa actitud.

-Lo digo en serio, Pheros.-

-Lo sé. Igual yo.-

-¿Entonces, qué sucedió?-

Pheros entendió que si no respondía sería más difícil que se fuera, así que le respondió.

-Padre.- la respuesta fue seca y concisa alertó a su gemelo.

A pesar de que Pheros quería basar su vida en las enseñanzas de su madre sobre ser tolerante, amar y respetar a los demás; la existencia de su padre no se lo permitía por varios motivos, y al parecer no era el único, recordando ahora a Dimard

-Pheros, debes de dejar de culpar a nuestro padre de todo. Eres demasiado listo como para dejarlo ir.-

-Debo hacer muchas cosas, y eso no es una de ellas.-

-Si te hace sentir mejor, también odio todo lo que está pasando y… haría lo que fuera para terminar con esto.-

Pheros no dijo nada. Así que Hevan intentó hacer un último esfuerzo.

-Hermano, hay algo que debo decirte.-

Para Pheros eso se estaba haciendo tedioso y aburrido, porque tenía cosas más importantes por hacer.

-¿Qué es?- preguntó demostrando su hartazgo.

-Cuando Mamá, murió, yo… escuché en mi mente cosas.-

Esto logró llamar la atención de su hermano, preguntándole.

-¿Qué clase de cosas?- Hevan le respondió y le contó poco de lo que en verdad escuchó ese día, y eso Pheros lo supo, pero lo que le preocupó más fue que no era lo mismo que él oyó aquel día. Después de decirle a su hermano y ver alguna reacción, Hevan se volteó y empezó a caminar hacia la puerta, viendo esto, Pheros le detuvo. -¡Hevan! Tú eras muy unido a nuestro tío.- una afirmación fuera de lugar conforme al tema.

Hevan temió que dijera eso, sobre todo por ser verdad, o al menos hasta saber el intento de asesinato en contra de su padre.

-¿Eso qué tiene que ver?-

-Estuve pensando. Dimard se hizo responsable de dejar entrar a los arkeanos al castillo, pero… todo el tiempo él estuvo encerrado con nuestro padre y el concejo, por lo que hubo alguien más que lo ayudó.-

Hevan no quiso verlo al escuchar esas palabras.

-¿Y?-

-Solo quería comentarlo. Puede que alguien venga a tu mente, y me ayude a descubrir al responsable y pueda llegar a él.-

-Lo siento, hermano, no me viene nadie a la cabeza.- respondió, ahora Pheros exaltándose, recordando esas mismas palabras que dijo Dimard antes de escapar.

Esa respuesta no fue suficiente para su gemelo que desde hace días veía enemigos en todos los rincones, pero no quería hablar más del tema.

-¿Puedes decirle al sirviente que prepare mi dragón? Saldré esta noche.-

-¿Saldrás? ¿Con qué motivo?-

-Iré al reino de los caballos para pedirles los corceles para nuestro ejército.-

Hevan miró a su hermano notando la misma reacción sin sentimientos y sin alegría.

-Claro.- sin más pasó a retirarse, no conforme con la decisión de su hermano.

Tal y como lo había pedido, Hevan se acercó al establo donde se encontraban los dragones.

-Buenas noches. Necesito que alistes el dragón de mi hermano.-

-Enseguida, mi señor.- contestó el sirviente, pero en el momento en que se dio la vuelta para retirarse, Hevan lo tomó de su brazo deteniéndolo. Entonces acercándose a él, le dijo.

-No te ordené que te fueras.-

-Lo siento, príncipe Pheros. Pensé que…-

-Soy Hevan.- le molestaba que pasara eso.

-Una disculpa, príncipe.- respondió apenado.

-¡Ya!, calla. Cuando termines con el dragón de mi hermano, prepararás el mío sin que nadie se dé cuenta de ello. Cuando él salga me avisarás y tendrás listo lo que te estoy pidiendo. ¿Entendido?-

-Por supuesto.- respondió aterrado.

La voluntad de Hevan se hizo y justo después de la salida de Pheros, él también lo hizo sin que nadie supiera su destino o motivo.

Capítulo 9. “El viaje de Rido”.

La noche caía sobre el reino, y Deros viajaba junto con Rido a gran velocidad por los senderos externos de Galvena, y después de haber estado varias horas cabalgando, decidieron parar a descansar antes de continuar con su aventura. Pararon en un pequeño valle que a simple vista parecía tranquilo, aunque era un lugar húmedo y frío, pero con varios espacios seguros, protegidos por viejos y altos árboles.

Deros tomó los caballos y les dio de comer, dejándolos amarrados a un árbol mientras que Rido prendía la fogata. Al poco rato de establecerse, comenzaron a preparar la comida. Durante la cena, había un ambiente un cierto tenso entre padre e hijo, y es que para Deros no era normal esta situación, y tampoco lo fue para Rido, ni lo sería para sus hermanos; no era muy común estar a solas con su padre o que él tuviera tiempo para estar con ellos. Esto no le gustaba mucho a Rido, es por eso que decidió intentar romper el hielo.

-Padre, no me has dicho a dónde vamos.-

Se encargaron de salir del reino lo más rápido posible con tal de no levantar sospechas, que había olvidado mencionar ese detalle.

-Tienes razón, fue muy apresurado este viaje, hijo. Verás, hace unos días me llegó un mensaje pidiéndome que te llevara a la tierra de dragones. El mensaje era claro y decía que te sería de gran ayuda.-

-¿Un mensaje? ¿De quién?- preguntó extrañado, ya que conocía a su padre y él no tomaría una decisión tan a ligera y por una razón tan simple.

-Sí, aunque una parte de mí duda de que sea verdad. Pero… qué otra opción tenemos.- era cierto, pues los acontecimientos anteriores habían llevado a Deros a medidas extremas.

-¿Y por qué ahora? ¿No te parece extraño que sea tan conveniente?-

Deros suspiró.

-No sé si ha sido suerte, pero debes de saber algo. Estamos en momentos críticos. Una guerra se avecina y no es el mejor momento, después de todo lo que ha pasado. Estamos más indefensos que nunca y al parecer los Arkeanos se han fortalecido. A decir verdad, me considero culpable de ello, y necesito hacer algo al respecto.

Es por esto que tenemos que ir a la tierra de dragones. Necesito de ti, hijo, de tu ayuda para mantener el reino a salvo y no podrás hacerlo si sigues sin controlar tus poderes.- eran crudas las palabras de Deros, pero no encontraba otra forma de decirlo. -Las cosas se han complicado y más para mí, y aunque no lo digan abiertamente, tus hermanos muestran el odio que me tienen. En especial tu hermano Pheros.-

-¿Por qué dices eso?-

-No es necesario que me lo digan, se nota en sus miradas. Desde la muerte de tu madre, las cosas han cambiado más de lo que quisiera.-

Rido agachó la mirada con cierta tristeza recordándola, entonces Deros lo miró y pensó en qué podría hacer para poder alegrarlo, sabiendo que tocó un tema delicado para el niño. Titubeando, pensó en qué decir, y lo único en lo que consiguió fue.

-¡Hijo! Sabes, es un largo viaje el que haremos, y dentro de unos días llegaremos a la aldea del dragón. Ahí tomaremos provisiones y cambiaremos los caballos.-

-¿Más provisiones?-

-Rido, este es un viaje de sesenta días.-

-¡Sesenta!- gritó asombrado y a la vez preocupado por estar tanto tiempo alejado de todas sus comodidades.

-Pero tenemos que hacerlo en menos tiempo.-

-¿Qué esperabas?-

Rido se recostó en el pasto pensando en todo ese tiempo que estaría viviendo en lo salvaje.

-No podré soportarlo.- exclamó.

-No exageres. No es tan difícil.-

-¿Por qué si es tan largo el viaje no vinimos en dragón?-

Deros rio y le contestó.

-Créeme que hubiera sido lo más fácil y mejor, pero parte de nuestro viaje es por la región Arke y es muy riesgoso que vean el dragón, sabrían inmediatamente que somos nosotros. Claramente no solo nos expondría sino también a nuestro castillo.-

-¡La región Arke!- Rido siempre había escuchado cosas malas de ese lugar por lo que ir ahí, para él, significaba la muerte. -¿Para eso son las espadas?- cuestionó un tanto asustado.

-En parte, pero los Arkeanos son lo que menos me preocupa.- al escucharlo, su padre suspiró fuertemente, se levantó y apagó el fuego.

-Ya es hora de descansar. No te preocupes por cosas que todavía no han pasado. Mañana tenemos un largo camino que recorrer, y faltan varios días antes de llegar a la aldea.-

Rido de igual forma se levantó para pasar a dormir, no sin antes pensar en eso que preocupaba más a Deros que los Arkeanos. De esta manera, el príncipe acomodó sus cosas y se acostó.

Rápidamente su padre se encontró durmiendo cómodamente, pero al parecer no sería tan fácil para él, quedándose despierto mientras observaba el cielo con detenimiento y asombro. Podría decir que cada estrella en el cielo era un pensamiento en su cabeza que, entre todos ellos, uno involucraba a sus hermanos y un poco más a Hevan. “¿Qué estaría haciendo?” “¿Seguirá ayudando a la ciudadela?” Había sido bueno con él los últimos días después de la tragedia. De pronto, escuchó un sonido fuerte y un tanto molesto el cual llegó a alarmarlo buscando la espada. Al escuchar nuevamente el sonido, se dio cuenta de que era su padre roncando. Entonces lo miró durmiendo tan tranquilamente, preguntándose cómo es que lo lograba; parecía que estaba en su alcoba dentro del gran castillo, algo envidiable. En el momento en el que pensó en su padre, se acordó sobre lo que dijo sobre su hermano Pheros. “¿Habrá dicho la verdad?” Después, se preguntó qué estaría haciendo su hermano mayor. Y así, con pensamientos tras pensamientos, Rido admiró las estrellas, y mientras lo hacía, a lo lejos, le pareció ver pasar un dragón o una sombra muy parecida al animal, la cual cubrió el cielo por un breve instante. La aparición fue tan rápida que creyó que solo había sido su imaginación.

-¿Un dragón?- se preguntó. -No creo. Debo estar muy cansado. Mejor me duermo, ya es muy tarde.- dicho esto cerró los ojos y pasó a descansar.

Al siguiente día despertaron, montaron sus caballos y siguieron con su viaje.

Pasaron unos cuantos días antes de llegar a la aldea del dragón, viviendo duros y largos días de cabalgata y cansancio, alcanzando por fin su primer destino.

-Al fin hemos llegado.- expresó Deros con alivio mientras cabalgaban al interior de la aldea. -Recuerda que nadie debe saber de nosotros, así que hay que guardar discreción.-

La aldea de dragón era recurrida por muchas personas. En su entrada, un arco daba la bienvenida con la leyenda escrita “Rey de reyes”, junto con la cabeza esculpida del primer dragón domado por Danos. Las carretas iban y veían sin detenerse, algunas vacías, otras llenas. En la plaza central había una estatua del rey Danos montando al dragón que fue llamado Argus, el cual se convirtió en el primer dragón del rey. Algunos creían que tocar el pie derecho del rey les traería suerte, así uno veía a la gente acariciar y orar unas palabras frente a la estatua.

-¿Qué hacemos aquí?- preguntó Rido.

-Ya te había dicho, venimos por provisiones y cambiaremos los caballos. Ya han hecho un buen trabajo y mucho esfuerzo.-

-Pensé que en el castillo tenemos los mejores caballos del reino.-

-Así lo es, hijo. Los mejores diría yo, pero fuera de esta región no hay mejores caballos que estos, y eso podría llamar la atención de gente indeseable.-

-Entiendo. Entonces… ¿Dónde conseguiremos los otros caballos?-

Deros dejó una cara de sorpresa al escuchar la pregunta, y es que no tampoco lo tenía claro. Intentando demostrar que era algo obvio, merodeó por ahí buscando algo o a alguien que le diera respuestas.

-No te preocupes por eso, en cualquier establo podemos cambiarlos. No deberá ser un problema.-

Rido miró a su padre y tan simple como se escuchaba, creyó en lo que dijo sin opinar nada al respecto.

Padre e hijo, caminaron junto con los caballos, intentando encontrar un lugar dónde pudieran cambiar los animales. Sin tener éxito, siguieron buscando hasta que, a lo lejos, Deros observó un caballo suelto. Parecía perdido, así que fue por él, para buscar a su dueño. Por desgracias, el animal se asustó al verlo, empezando a moverse bruscamente logrando que el rey saliera volando, cayendo a un gran y hediondo charco de lodo. Rido se acercó rápidamente mientras reía y el caballo se alejaba errático.

-¡Padre! ¿Te encuentras bien?-

Deros se levantó sacudiéndose e intentando quitarse el lodo del rostro, apenado por lo sucedido.

-No te preocupes estoy bien, menos mal vamos avanzando. Observa.- Deros apuntó con su dedo a un pequeño lugar a donde había corrido el caballo, el cual parecía ser un establo o algo parecido. Claramente no era un establecimiento como al que estaban acostumbrados.

Al acercarse, no encontraron a nadie a primera vista, diciendo al aire.

-Buenas tardes.- exclamó Deros, averiguando si alguien atendía el sitio.

-Muy buenas tardes, ¿En qué puedo servirles?- contestó un señor, de edad adulta, pasado de peso, cabello casi blanco y cubierto con un poco de mugre en la cara y en las manos.

-Nos preguntábamos, si sería posible negociar por dos de sus corceles.-

-Por supuesto. Tengo de este lado dos que les servirán para lo que necesitan. Son de una raza fina y de gran resistencia. Y veloces, debo de agregar.-

El viejo los adentró más al establo llevándolos con varios caballos. Cuando Deros lo vio, supo que no eran lo que necesitaban.

-Estos son estupendos caballos, mi señor… perdón, ¿Cuál es su nombre?-

-Este… yo… soy… Brum, hijo de Emmet. Y este es mi hijo… Víctor.-

-Claro, señor Brum. Bueno, estos son caballos que podrán servirles para lo que sea. Son… especiales.-

-Pero, no sabe qué necesitamos.- comentó Rido dudoso. -Creo que eso es un burro.-

-¡Oh, no!, ese de ahí es… una… cruza. Perfecta para trabajos duros y bajo el sol. Y por lo que veo es lo que necesitan. Deben ser campesinos.- dijo el hombre al notar la vestimenta de Deros más que la de Rido, quien estaba un poco más aseado.

-No, se equivoca. Necesitamos caballos resistentes. Somos viajeros y necesitamos a dos de sus caballos más veloces.-

El hombre al oír a Deros se soltó a reír.

-¿Por qué se ríe?- preguntó ofendido.

-Y… ¿Cómo piensan pagarlo?, desde hace tiempo no acepto hongos de los pies como trueque.- comentó soltando una carcajada de su propio chiste.

-Ahí afuera, tengo dos caballos de excelente linaje. Bastante veloces, pero no resisten largas distancias. Es por eso que quiero cambiarlos.-

-Mi señor, Brum. Los burros no son caballos.-

-¿En serio?- expresó Rido con dudoso de la inteligencia del mercader.

Deros perdía la paciencia, pero no había encontrado otro establo y tampoco podía perder tiempo en buscar otro, así que decidió aguantar las palabras del hombre.

-Está bien, vamos afuera. Veamos qué traen con ustedes.- los tres salieron, llevándose el viejo una sorpresa al ver la belleza de los dos caballos atados afuera del comercio. Este los miró con asombro y les preguntó. -¿De dónde… de dónde los obtuvieron? Estos son caballos del noreste, si no me equivoco del reino de caballos.-

-Usted no lo entendería. ¿Pero los va a querer… o… me voy con ellos al siguiente establo?-

-¡Espere!- dijo el hombre, exaltado. -Creo tener lo que necesita. Ahora veo que son hombres conocedores. Síganme por acá.-

Cuando por fin hicieron el trueque, salieron del establo satisfechos, pero antes, Deros se acercó y le dio una moneda de oro.

-Gracias. Denle el provecho que desee.-

El hombre no supo si sentirse impresionado u ofendido al ver la preciosa moneda de oro que el hombre le había regalado. Sin responder, este vio a los dos alejarse de su propiedad, preguntándose quiénes eran.

Después de hacer esto, Rido y Deros, pasaron a buscar un lugar en dónde pasar la noche. Para eso, no tuvieron problemas al ser un sitio altamente visitado, encontrando un lugar llamado “El lobo aullador» donde pasarían la noche y comerían.

-Es un lugar muy agradable.- comentó Rido mientras comía junto con su padre, después de haber recibido su cuarto, y haber dejado en el establo a sus nuevos caballos.

-La gente de este lugar es muy sencilla, trabajadora. Es una aldea muy importante para Galvena y para el reino, ya que nos brinda muchas facilidades porque nos surte alimentos, ganado, especias y demás de todos lados. Es un centro de comercio casi tan importante como lo es Cilú en el norte.

Pero… ¿Sabes por qué se llama así la aldea?- ante la pregunta, Rido lo negó con la cabeza. Eran historias que antes Deros les contaba a sus hijos, pero no con Rido, él no tuvo esa suerte.

-Desde hace muchos años la nobleza utiliza a los dragones como compañeros de batalla de y vida. Fue en esta aldea, donde fue domado el primer dragón por el rey Danos, mi abuelo. Tras la hazaña, se dice que el mago Ignis quedó tan impresionado que le otorgó al rey el honor de conservarlo, así como de surtir a su familia de estas bellas y preciadas criaturas. Con el tiempo, tu bisabuelo ordenó que solo la alta nobleza podría montar un dragón, creyendo que únicamente ellos tienen el derecho y la capacidad para hacerlo, también argumentando que, de lo contrario, un arma tan poderosa pudiera caer en manos equivocadas. En ese tiempo se creyó que un hombre con esa educación sería más sensato que uno que no, pero puede que no sea del todo cierto. Mi abuelo vio al dragón, no como un aliado, sino como un arma.

Y así, fue como creo un convenio con el mago Ignis para que solo la nobleza y sus herederos tuvieran uno.-

Rido desvió la mirada y pensó. No estaba de acuerdo con eso, entonces le preguntó a su padre.

-¿Y? ¿Tú que piensas al respecto, padre?-

-No hay nada qué opinar, mi abuelo lo hizo pensando en el reino y su legado. Ya está hecho.-

-Pero… ¿Y si la nobleza en la creía se desvaneciera y fueran las manos equivocadas que él evitaba?- Deros guardó silencio, pensando que eran preguntas muy elaboradas para un niño, pues no estaba alejado de la realidad.

-Es un riesgo que tu bisabuelo decidió correr. Desde entonces se ha tratado de alimentarnos con buenos valores, siempre buscando el bienestar de la familia y del pueblo.- incómodamente, regresaba el mismo silencio después de lo que preguntó Rido. Entonces notó que su hijo se veía consternado. -No debes preocuparte por eso. Tal vez piensas que no es justo, pero hay veces en la que tendrás que tomar decisiones muy duras y que por más que busques no perjudicar a alguien, no podrás conseguirlo, y tendrás que pensar en cómo no dañar a la mayoría; hay que buscar el menor de los males.-

-Quisiera nunca encontrarme en esa situación.-

-Nadie de nosotros, pero es lo que nos define y nos graba en los libros de historia.- Rido continuó decaído después de lo dicho por su padre. Viendo que estaba cansado, Deros tomó su plato, terminó lo que había en él y se levantó. -Vente, es hora de descansar. Nos espera el viaje más largo hacia Insilva.-

Dicho esto, su hijo lo obedeció y le siguió.

Al día siguiente, a primera luz del día partieron hacia Insilva, conocida como la aldea del bosque.

Ya habían pasado treinta días desde la salida del rey Deros y de los dos hermanos gemelos. Era una noche helada y uno de los gemelos viajaba sobre su dragón. A lo lejos, vio lo que parecía la aldea que buscaba, entonces le ordenó a su compañero que descendiera.

-Por fin llegamos, ¡Aterriza! No hay que llamar la atención de estos hombres.-

Entre los árboles bajó el dragón arrojando las ramas y hojas con sus fuertes aleteos. El príncipe descendió del dragón y caminó hacia la aldea, dejando a su dragón escondido. Llegando, se topó con una gran puerta negra, así que se acercó, gritando.

-¡Busco a su líder!-

Lentamente la puerta se fue abriendo, dejando ver a los soldados esperándolo con sus lanzas en mano.

-¿Quién eres?- preguntaron con hostilidad.

-Mi nombre ahora no es importante, pero me está esperando su líder. ¿Quieres hacerlo esperar?-

Los soldados ni si quiera trataron de averiguar si lo que decía era cierto, acercándose a él tratando de apresarlo, pero el príncipe atacó a los dos soldados de la puerta quitándolos de su camino. Por suerte para el príncipe era de noche y nadie se dio cuenta de cómo los derrotó, así que avanzó antes de hacer un escándalo.

Entonces caminó hacia el castillo de la ciudad, mientras la gente lo miraba como el extraño que era, ocultando su rostro con su túnica negra. Al pasar, veía a la gente armada y las filas de cientos de caballos listos para partir. Era un camino lodoso y lleno de piedras, dificultando el caminar del príncipe, sin mencionar que le costaba respirar con el frío del ambiente, al grado en que salía vapor de su nariz como si fuera una chimenea andante. Al llegar al castillo, el cual era pequeño y con una sola torre; la puerta fue abierta por los guardias. Pareciera que sabían de su visita, como lo argumentó en un principio en la muralla. Sin más, continuó su trayecto, aunque esta vez escoltado por los guardianes del recinto, quienes lo guiaron hasta entrar a una salón, encontrando frente a él un trono negro, parecido al de Galvena, en donde estaba un hombre de tez blanca, barba negra, cabello largo y debajo de su ojo derecho, una fea cicatriz que bajaba hasta sus labios. El hombre levantó la mirada y preguntó.

-Vaya, no creí que fuera verdad.- expresó en un inicio, sorprendido. -Tenía tantas ganas de conocerte, pero dime ¿Quién eres? Y ¿A qué has venido a Taler?-

-Mi nombre no es importante, como te lo he dicho anteriormente, sin embargo lo que te vengo a decir sí lo es.-

-¿Y qué es lo me vienes a decir?-

-No es secreto que habrá una guerra, pero lo que sí es un misterio, es qué pasará en ella. Yo vengo a darte información que puede inclinar las cosas a tu favor. Si así lo deseas.-

-¿Por qué tanto misterio? Dime las cosas ya, que no soy un hombre paciente.- afirmó con seriedad, pues su interés comenzaba a perderse.

-El rey Deros salió de Galvena junto con su hijo, el príncipe Rido. Ambos intentan llegar al puerto pasando Insilva.-

-¿Qué? ¿Y por qué el viejo haría eso? Son tonterías. No tiene razones de ir hasta allá, y menos en estos tiempos.- la voz ronca y grave que provino del hombre lo hizo temblar. No solo voz era imponente si no misma presencia a pesar de estar sentado y a una distancia considerable. -Me estás mintiendo, y odio que quieran ver me la cara.-

-¿Por qué jugaría con alguien como tú?-

-Te lo advierto, niño. Hombres con más bello que tú han venido con información falsa y su destino no fue placentero. No creas que por ser joven no te haré pagar como lo hice con ellos. Es mejor que hables ya, o te arrancaré tus extremidades una por una. ¿Acaso no ves que estoy celebrando? Así que no lo arruines o verás.-

El príncipe miró a su alrededor, encontrando que, a pesar de que fueran llamados salvajes, estos parecían tener algo de estilo pues su fiesta parecía gozar de deliciosa comida y la suficiente bebida como para derribar a cada uno de los involucrados, sin mencionar a todas las mujeres que danzaban alrededor Nor y en el resto de la sala.

-Tienes razón. No quisiera interrumpir tan excitante festejo, pero debo advertirte que si no me escuchas, esta podría ser la última vez en que disfrutes de la compañía de una mujer.-

-Pequeño insolente. No eres más que niño. Vienes a mi castillo a burlarte y a faltarme al respeto; insinuando que si no te hago caso será mi fin.

No soportaré más esto. ¡Mátenlo!- gritó furioso.

Los guardias obedecieron las órdenes y se acercaron al príncipe sin titubear. Al ver esto, poco antes de enfrentarse a ellos, el príncipe se descubrió el rostro diciendo.

-Soy uno de los hijos de Deros, del linaje de Daná; serías un tonto en no escuchar lo que te estoy diciendo.-

Al hacer esto, Nor regresó la mirada, sorprendido por lo que escuchaba, después estirando la mano indicando a los guardias que se detuvieran. Entonces se quedó pensando mientras analizaba qué hacer con el joven parado frente a él clamando ser hijo de su enemigo. Bajando la mano, pidió que todos se fueran y los dejaran solos. El príncipe observó cómo todos se iban lo más rápido que podían, viendo que rápidamente solo quedaron ellos dos. Posteriormente Nor le pidió que se acercara más a su trono.

-Dices que eres hijo de Deros. ¿Cómo sé que eso es cierto?- el joven sacó de entre su túnica una espada y se la ofreció. -¿Y qué quieres que haga con esto? ¿Crees que no podemos tener un arma como la tuya?- preguntó indignando sin entender las acciones del príncipe.

-Esta espada es otorgada a miembros de la realeza, como tú deberías saberlo. Solo en el linaje de Daná dan esta espada y lo verás con el símbolo que está grabada en ella. Tómala y vela con tus propios ojos.-

El príncipe se acercó y se la entregó. Nor la tomó y la miró detenidamente.

-Supondré que es real, y que es un agradable regalo de tu parte. Pero dime… ¿Cuál es tu nombre?-

-Eso es algo que no te diré. Ya es bastante con lo que te he revelado, así no necesitas nada más.-

Nor agarró con delicadeza la espada, deslumbrado por las joyas que estaban incrustadas en ella, mostrando en sus ojos su avaricia. En ese instante el príncipe observó que Nor empezó a sonreír y a murmurar cosas que él no podía llegar a escuchar.

-¿Por qué sonríes?- preguntó con curiosidad.

Antes de responderle, el hombre dejó a un lado la espada, miró al príncipe y le dijo.

-¡Qué gran sorpresa es esta!- diciéndolo tan fuerte que se llegó a hacer eco por toda la sala. -¡Un traidor en el “Gran linaje de Daná”!- en verdad estaba contento.

-Pareces sorprendido.-

-Si supieras, niño, cómo tu reino se desmorona. Y más ahora que su propio hijo traiciona a su padre y a sus hermanos.-

-Supongo que ahora ya me crees.-

-No del todo, niño. Pero explícame antes, ¿Por qué haces esto?-

-Digamos que es necesario para mis propósitos. No pienso decirte más.-

-Eres muy seguro de ti. Me agrada eso. Pero en verdad necesito saberlo, porque no deseo un cuchillo clavado en mi espalda.-

-No es de tu incumbencia, he dicho.- en esta ocasión Nor se enfureció, pero supo que tendría que aguantar el capricho del niño para sacar el mayor provecho de aquella situación.

-Eres muy insolente.- el hombre lo observaba fijamente, y en su rostro podía notarse el enojo que poco a poco el príncipe le provocaba tras cada respuesta. -¿En qué me beneficia esto?-

-Pensé que eras más listo.- contestó burlándose. -Por fin podrás tener en tus manos al rey que tanto odias, tú y tu pueblo. Tendrás tu venganza, y, a uno de los príncipes.-

Nor carcajeó de forma sarcástica diciendo.

-¿Uno? ¿Qué me impide matarte en este momento? Ya solo me faltarían cuatro más.-

-¿Y crees poder matarnos a todos?- ofendido, Nor pensó en lo dicho, conociendo las habilidades de los príncipes y desconociendo qué habilidad tenía aquel insolente príncipe. Al ver que tardaba en responder, el príncipe dijo. -Si de verdad nos conoces y de lo que somos capaces. Debes saber que no podrás matarnos con tanta facilidad. Además, me necesitas, y si me matas ahora, no te podré ser de utilidad después. Esto es… llamémosles, un pequeño regalo.-

-Haré caso a lo que dices, y pueda que tengas razón. Después de todo, sí me serás de utilidad. Ahora, dime… ¿Qué es lo que planeas?-

Ambos charlaron, aunque no por mucho tiempo. Al terminar, el príncipe salió del castillo con tranquilidad y antes de partir de Taler, se volvió a cubrir el rostro y llamó a su dragón; al poco tiempo, llegó el gran animal rugiendo con gran estruendo imponiendo su presencia. Desde su trono, Nor escuchó cómo se alejaba el sonido del aleteo del dragón, alegre por todo lo que había pasado. Y como un murciélago en la noche, el príncipe y su dragón se desvanecieron en la obscuridad de la noche, quedando ocultos ante los ojos del mundo.

-¿Esperabas esto?- preguntó Nor en su sala todavía vacía.

-No de esta manera.- alguien más ahí respondió.

Apareciendo desde las sombras de un rincón, alumbrando su rostro por las velas y candelabros, Dimard se acercó hacia Nor.

-¿Tú le crees?- preguntó el Arkeano.

-Yo diría que sí. Mi hermano es famoso por sus viajes y decisiones apresuradas. Ahora, si puedes matar a uno de los hijos, en especial al más pequeño, eso facilitaría mucho tu victoria.-

-Nuestra victoria.- corrigió Nor. Aplaudiendo, indicó que entraran de nuevo sus invitados acompañados de hermosas mujeres buscando amenizar el evento. -La suerte nos sonríe, y por fin nuestra gente saldrá de su miseria a la cual fuimos echados por tus ancestros.-

Dimard respondió con una sutil risa al escucharlo, siendo interrumpido por una de las mujeres que se acercó con él mientras tres de ellas se sentaron con Nor que bien lo disfrutaba. Aunque, a pesar de la compañía, el hijo de Daná se veía disperso, y es que pensaba en el príncipe y en cuál de ellos era al no poder distinguirlo.

Capítulo 10. “Tan cerca y tan lejos”.

Pasaron treinta días desde el encuentro con Nor y sesenta días de la salida de Deros y Rido del castillo Galvena. Después de todo ese tiempo, ambos continuaron su camino hacia Insilva sin mayores demoras e imprevistos. El rey y el príncipe estaban a punto de llegar a la aldea, pero todo se vino abajo cuando comenzaron a encontrarse con una niebla que se hacía cada vez más espesa conforme avanzaban, lidiando también con el cansancio y las pocas provisiones que les quedaban. Visto esto, decidieron bajar la velocidad y empezar a ir a pie.

-¿Nos falta mucho para llegar?- preguntó Rido tratando de mirar a su alrededor sin no ver más allá de unos cuantos metros adelante él.

-No te preocupes, ya estamos cerca.- contestó Deros con confianza.

-¿Ya habías venido antes?-

-Una vez. Ya hace tiempo, junto con mi padre. Pero en aquella ocasión la niebla no era tan densa, sin mencionar que fuimos guiados por un sendero.-

-¿Sendero? Yo no veo nada.- argumentó el joven príncipe preocupado por estar perdidos.

Ciertamente caminaban sobre él, pero con el manto natural frente a sus ojos era muy sencillo perderlo de vista.

-No hay que desviarnos, Rido. Cuentan que si sales del sendero puede que no regreses nunca más. Cerca de la aldea, oculta en la selva, se dice que vive una gran bestia que protege su nido.-

Al escuchar esto, su hijo se espantó y empezó a caminar más rápido alcanzando a su padre.

-¿Una bestia? ¿Qué clase de bestia?-

-Nunca la he visto, pero dicen que es enorme, tan grande como un dragón y rápida como el rayo; silenciosa y mortal. Según recuerdo la llaman, Yacum.- sin darse cuenta, Deros contaba un historia no muy adecuada para el momento, pues Rido empezó a sentirse inseguro y aterrado.

-Pero… eso fue hace tiempo, ¿No? Ahora ya debe estar muerta.-

-No lo sé, y espero no averiguarlo. Por eso hay que apresurarnos.-

Deros miró a su hijo que parecía morir de terror por la idea de encontrarse con la gran bestia Yacum, contrario a él, teniendo su preocupación en otro lado. Continuando con la conversación, Rido preguntó tartamudeando.

-¿Y… si llegamos a encontrarnos con ella?-

-No tengas miedo, en verdad no sé si exista, ni cómo sea. Deben ser relatos del pueblo. No debemos preocuparnos por eso, mejor enfoquémonos en encontrar la aldea lo antes posible. Además, si es que existiera, ese animal no es lo único peligroso aquí.-

Estas palabras no dejaron muy conforme a Rido, pero vio la preocupación de su padre por encontrar la aldea más que por la bestia, lo que en cierta manera lo calmó.

Pasó el tiempo y ellos siguieron caminando junto con los caballos sin tener suerte alguna. Cada paso que daban, Rido miraba a todos lados alertado; y con cada ruido que escuchaba sus nerviosos se estremecían más y más, a diferencia de Deros que, no hacía caso a nada más que al sendero, sintiendo desesperación al no poder hallar una salida.

-¿Sabes hacia dónde vamos?- preguntó el joven príncipe.

Deros no contestó a la pregunta de su hijo. Al ver esto, Rido volvió a preguntar, desesperando a su padre que contestó enfadado.

-¡No! No tengo idea de hacia dónde vamos, no veo nada.- harto, Deros se sentó en una piedra para descansar o al menos aclarar su mente.

Rido vio que su padre estaba abrumado y sin idea de dónde estaban. Entonces, entristecido buscó dónde sentarse, ya fuera una piedra, tronco o lo que fuera; tan solo para reposar. Sus pies le dolían y la humedad en sus zapatos comenzaba a causarle comezón. Por suerte, encontró entre toda esa niebla algo rígido y se sentó llevándose sus manos al rostro limpiándose el sudor. De pronto, de manera brusca Rido cayó al suelo. Sorprendido, se levantó y entre susurros empezó a llamar a su padre. Deros estaba concentrado y no le hacía caso ya que pensaba en qué hacer, pero cuando lo escuchó, enfurecido lo volteó a ver, preguntando.

-¿Qué? ¿Qué quieres?-

Sin que Rido respondiera, entre la niebla lograron observar cómo algo se movía. Incluso el movimiento creaba un ligero viento que soplaba en el aire arrastrando el grisáceo velo de árbol a árbol. Aquello que se movía agitaba los árboles y desplazaban los arbustos por el bosque, haciendo crujir ramas y rodando piedras. Lentamente, Deros tomó el brazo de su hijo y lo jaló hacia él, entonces el príncipe en voz baja preguntó.

-¿Subimos a los caballos?-

-No.- contestó cuidadosamente. -Podemos llamar la atención de esa cosa. Demos la vuelta y vámonos, no estamos para enfrentarnos a lo que sea que es eso.-

-Es el Yacum.- dijo Rido con una voz chillona llena de miedo.

Deros lo calló poniéndole la mano en la boca.

-No hagas ruido.- le susurró al oído.

Así, dieron la vuelta y empezaron a alejarse lentamente. No habían dado ni cinco pasos antes de encontrarse de nuevo con esa cosa impidiéndoles el paso. No podían distinguir qué era, pero su presencia era inconfundible. Asustados, giraron nuevamente en otra dirección para solo encontrarse de nuevo con una gran masa, no más alta que Rido, pero gruesa como si fuera un caballo arrastrándose. Padre e hijo se dieron cuenta que estaban rodeados por ella.

-¿Ahora qué hacemos?- preguntó el príncipe.

-No te muevas.-

-¡Veo algo!-

Rido señaló con su dedo a un sitio en la niebla donde dos grandes ojos rojos los miraban detenidamente. Pronto, comenzaron a acercarse a ellos, y poco a poco fueron alzándose hasta llegar a ser tan altos como la copa de un árbol, entonces la bestia, que apenas se distinguía, siseó provocando un sonido que recorrió sus espinas, infringiendo terror. Los caballos al oírla salieron espantados. Sin querer averiguar cómo era, Rido y Deros comenzaron a correr detrás de sus corceles.

-¡No te detengas! ¡No voltees!-

En un abrir y cerrar de ojos, escaparon de ahí sin dirección alguna y con el único objetivo de salir con vida, sin importar a dónde terminarían. Por desgracia, el animal no se quedó estático pues había decidido seguirlos hasta hacerlos sus presas.

Corriendo entre flora que apenas podían ver y esquivar, ellos escuchaban cómo los árboles caían a sus espaldas y los animales salían despavoridos mientras esa cosa se hacía paso persiguiéndolos. Por suerte para ellos el espacio entre los árboles era estrecho y dificultaba que este los alcanzara con facilidad, aunque cada vez escuchaban más cerca la destrucción que dejaba a su paso, acompañado por aquel siseo infernal.

De repente, Rido miró a su izquierda mientras corrían, observando que a la par iba la bestia, alcanzándolos. Rápidamente cambiaron de dirección con tal de perderlo

-¡Espera!- gritó el príncipe.

Cuando Deros volteó, su hijo ya no estaba, ambos en su miedo tomaron caminos separados sin fijarse dónde estaba el otro. Sin embargo, todavía podía escucharlo, aunque sus ojos no lo alcanzaran a ver.

-¡Rido, sigue mi voz!- gritaba Deros desesperado por encontrarlo, abriéndose paso entre la niebla y la vegetación.

-¡Padre!- respondía siguiendo la voz de su papá.

Asustado, Deros viajó sin ciencia cierta de a dónde se dirigía, fue ahí cuando se estampó con algo.

-¡Rido! ¡Eres tú!- su fortuna fue suficiente para reunirlos en poco tiempo.

El príncipe lo abrazó esperando no volverlo a soltar, mientras que Deros aliviaba sus mente después de encontrarlo. Durante un breve instante recordó el sentimiento que tuvo cuando perdió a su reina.

-¿En dónde está esa cosa?- preguntó Rido, sin quitar la atención de lo importante.

-No lo sé, pero debe estar cerca. Esta vez no te separes.-

Así, ambos empezaron a caminar guardando el mayor silencio posible, pero poca fue su fortuna cuando Rido escuchó algo que llamó su atención. Al voltear, tomó la mano de su padre con mucha fuerza.

-¿Qué sucede hijo?- preguntó al sentir su pánico.

Deros se giró, encontrando frente a ellos a la bestia, pudiendo distinguir su gigantesca cabeza de serpiente asomándose de entre unos arbustos, acechándolos detenidamente. Sus penetrantes y amarillos ojos estaban fijos en ellos mientras humo era exhalado por sus orificios nasales y una lengua larga y delgada se asomaba de sus fauces. Con extrema lentitud, esta se arrastró hacia ellos de manera que se preparaba para atacarlos. Ambos retrocedieron lentamente hasta que un tronco los detuvo, entonces el animal supo que era su oportunidad, los tenía arrinconados. Ágilmente, el rey tomó a Rido y se quitaron de ahí cuando la bestia se arrojó en contra de ellos estampándose contra el árbol.

-¡Corre, Rido; corre!-

Partieron a toda velocidad y sin mirar atrás, logrando alcanzar una pequeña planicie donde la niebla se disipaba, entonces, fue ahí donde cayeron exhaustos en el pasto húmedo. Incluso el aire era más ligero y agradable que al interior del bosque.

-Creo que la perdimos.- jadeó Rido recuperando la respiración, pero él no era el del problema sino su padre, quien apenas podía exhalar aire por la boca. El pecho de Deros retumbaba como un tambor al filo de plena cabalgata hacia la batalla.

-Salgamos rápido de aquí, hijo… antes de que…-

De repente, echando a un lado los grandes árboles, la bestia salió del bosque. Era una gran serpiente que se deslizó hacia ellos, comenzando a rodearlos con su largo e imponente cuerpo. En respuesta, Deros sacó su espada y cubrió a Rido colocándolo tras de él. El Yacum, al rodearlos, se alzó tan alta como una torre mostrando su poderío destruyendo toda esperanza de salir con vida.

-¡Rido vete de aquí!- dijo con valentía.

-Pero…-

-¡Vete!- gritó desesperado al no ver respuesta. El camino estaba bloqueado por el cuerpo de la serpiente, así que Deros la golpeó con su espada logrando hacer que se moviera liberando un espacio para que su hijo pudiera huir. -¡Ahora! ¿Qué esperas? ¡Huye!- gritó dándole a entender que era el momento. Rido obedeció y empezó a correr saltando por ese espacio mientras el animal se retorcía del dolor. Sin mirar atrás ni detenerse, este continuó hasta alcanzar el bosque escondiéndose entre los árboles. El Yacum vio a su presa alejarse, y aprovechando la distracción, Deros tomó la espada y se la enterró en la cola.

-¡Aquí estoy!- gritó con energía y un miedo oculto.

La serpiente, enfurecida, soltó una mordida a su agresor la cual el rey rechazó al blandir su espada. Así siguió Deros esquivando mordida tras mordida, moviéndose de un lado a otro, escapando de sus peligrosos ataques. Rido lo miró pelear contra la serpiente sin poder hacer nada para ayudarlo, entonces cada pensamiento lo regresó a aquel día en el que murió su madre. De pronto, observó cómo de un coletazo el Yacum arrojó a su padre, separándolo de su espada y azotándolo en el suelo con gran fuerza. Sin poder levantarse, Deros se dolía, mirando al Yacum acercándose hacia él. Entre los árboles, Rido vio a su padre tirado en el suelo inutilizado, sin poder reaccionar al inminente ataque, y así, sin pensar en lo que hacía, empezó a correr con desesperación tratando de salvarlo. La serpiente se irguió para dar el golpe final, y sin esperar nada, la bestia soltó la mordida a gran velocidad, mientras que Deros solo alcanzó a cubrirse con sus manos. Tomando a los dos por sorpresa, un oso embistió a la serpiente alejándolo de su presa. El rey se quedó esperando su muerte, cuando tras un fuerte ruido quitó las manos y abrió los ojos para ver qué había pasado, dándose cuenta que fue salvado por un imponente oso de color negro quien mordía al Yacum con su poderoso hocico.

-¿Rido?- se preguntó aliviado, pero también preocupado por su hijo que ahora libraba una impactante batalla.

No hubo duda de que fuera él, pues ya no estaba en su escondite. Dándose cuenta de esto, Deros buscó su espada con tal de ayudarlo, encontrándola no muy lejos de él.

Rido peleaba con el Yacum ferozmente y la tierra retumbaba con su pelea. De pronto, el oso se levantó golpeando con sus poderosas patas a la serpiente la cual retrocedió a cada golpe recibido. En respuesta, esta se deslizó por el pasto rodeando al oso después atacándolo por su flanco derecho. Rido no pudo esquivarlo recibiendo todo el impacto de sus afilados colmillos. Así, se convirtió en una persecución en la que la serpiente lo rodeaba mientras él trataba de atacarla sin tener éxito, por lo que no tuvo más que resistir, deteniendo cada mordida que el Yacum soltaba. Deros no podía hacer mucho en esa batalla, paralizado por el poderío de ambas bestias. Repentinamente, los dos se detuvieron guardando la distancia el uno del otro, esperando el momento ideal para atacar. Ambos mostraban cansancio y sus heridas expresaban la intensidad de la batalla.

En un instante, Rido se lanzó mordiendo el cuello de la serpiente tirándola al suelo, en donde ambos rodaron y se golpeaban entre sí. Por desgracia para el hijo del rey, el Yacum escapó de las garras del oso, para después enredarlo entre su gran y extenso cuerpo. Fuertemente, con todo su ser lo estranguló, impidiéndole respirar y moverse. Armándose de valor, Deros tomó su espada y fue hacia ellos; al llegar, este saltó enterrando su espada en el cuerpo del Yacum logrando que soltara a su hijo que, con dificultad, se levantó impulsado por la adrenalina principalmente. Tras el ataque del rey, la serpiente se retorció unos instantes permitiendo que Rido recuperara un poco la respiración. Pronto, la serpiente recogió su cuerpo enrollándose, retrayendo su cabeza preparándose para atacar. El oso gruñó observando a su rival, atento a sus acciones. Siendo la primera en atacar, la serpiente se lanzó contra su rival al cual derribó, entonces lo sujetó entre sus músculos y alzó la cabeza para morderlo, fue entonces que en esta acción Deros lo tomó como una oportunidad. Así que agarró con firmeza la espada y la arrojó hacia el Yacum, enterrándola en el cuello de la bestia logrando que cayera revolcándose entre chillidos, soltando coletazos a diestra y siniestra. Entonces, Rido se lanzó mordiendo el cuello de la misma, y con gran fuerza la sujetó en su hocico mientras ella trataba de zafarse. Cada movimiento hacía que Rido la mordiera más y más fuerte destrozándole el cuello. En poco tiempo sus movimientos fueron más intensos, pero menos frecuentes, manteniendo pausas más largas entre ellos. Por último, el Yacum realizó un sonido largo que fue apagándose, así como la luz de sus ojos. Al ver esto, Rido abrió el hocico y con fiereza soltó una última mordida venciendo de una vez por todas a la bestia.

Orgulloso, liberó el cuerpo el cual cayó al suelo mientras que el oso se alzó en dos patas y rugió vigorosamente, presumiendo su victoria. Deros se alejó de Rido, observando a lo lejos cómo el victorioso animal se tambaleaba derivado de sus heridas. Finalmente, y sin resistir más, cayó recostándose en el césped, y Deros corrió en ayuda de su hijo viéndolo regresar a su forma original, la del indefenso niño. Sin demora, su padre se arrodilló en el pasto cubriendo al príncipe desnudo con su túnica para después levantarlo entre sus brazos. Entonces alzó la mirada tratando de averiguar a dónde dirigirse. Desesperado por su hijo, avanzó adentrándose al bosque sin saber a dónde ir, pero con la prisa de escapar de ahí.

Con su hijo en los brazos, caminó por el bosque, alarmándose hasta con el más mínimo sonido. Fue entonces que, de entre la niebla, la cual regresaba nuevamente, él pudo hallar una cueva cerca de donde estaba, decidiendo usarla como refugio.

Había caído la noche para cuando Rido despertó. Al abrir los ojos, empezó a distinguir lo que antes estaba borroso, ahora aclarando su mente. A su lado, estaba una fogata que alumbraba parte de la cueva y encima de la flama, lo que parecía comida. Cuando logró sentarse, conteniendo un dolor de cabeza apenas soportable, observó sentado en un tronco a su padre, siendo el responsable de todo lo que veía.

-Por fin despertaste.- exclamó. -Dejé a tu lado ropa, póntela.- encima Rido solo tenía una sábana que medianamente lo cubría del frío junto con la fogata. Tomando su tiempo, se vistió con lo que pudo rescatar su padre después del ataque.

-¿En dónde conseguiste esto?- preguntó el príncipe.

-Regresé al bosque buscando nuestras pertenencias, y en el camino logré atrapar a un conejo. Verás que aún puedo ser de utilidad.- respondió bromeando.

-Muchas gracias.- Rido estaba apenado sin recordar nada de cómo habían llegado hasta ese lugar.

-Dormiste mucho tiempo, ¿Cómo te sientes?-

-Con hambre.- contestó.

-Tranquilo, ya estará la cena.-

-Qué bien, muero de hambre.- dijo sujetándose la cabeza la cual todavía le dolía, posiblemente provocado por el hambre.

-Por cierto, mañana saldremos a primera luz del día, así que descansa. Estamos cerca y hay que encontrar la aldea lo antes posible. El tiempo se agota.-

-Entiendo.- respondió algo cabizbajo al no ver un tiempo libre a pesar de lo sucedido, casi como si no le importara a su padre.

Aunque no era la comida que acostumbraba ninguno de los dos, ambos lo disfrutaron, incluso un poco más el príncipe. A decir verdad, ya hacía mucho que no comían algo como ese delicioso conejo.

Durante la comida, Rido notó que la cueva parecía extenderse más de lo que el fuego alumbraba, y era de suponerse, pues la entrada de la cueva era tan grande, como la de un castillo.

-¿Qué crees que haya más adentro?- preguntó el niño.

-No sabría decirte, ¿Por qué preguntas?-

Rido miró fijamente a la obscuridad como si esta le fuera a contar lo que ocultaba.

-Parece que esta cueva esconde algo dentro, ¿No lo crees?-

Deros sonrió, para después contestarle.

-Puede que tengas razón. Esta tierra tiene grandes secretos. No dudo que esta cueva esconda algo también en su interior.- dicho esto, comió lo último que sobraba de su comida. -Ya es hora de descansar, hijo.- dijo. -Pero te prometo que en otro día, tú y yo, cuando todo esto acabe, viajaremos por toda la tierra descubriendo nuevos sitios, nuevos animales y muchos otros secretos, ¿Qué te parece?-

-¡Sí! Por supuesto.- contestó Rido pues se veía emocionado.

-Ahora a descansar.- los dos guardaron sus cosas preparándose para dormir.

-¿Padre?-

-¿Qué sucede?-

-Este… gracias por la comida.- en verdad quiso agradecerle, pero su timidez no se lo permitió, sin embargo Deros supo que no solo lo hacía por la comida, haciendo que se alegrara mucho.

-De nada, hijo. Descansa.-

Al día siguiente, como Deros había dicho, tan solo el sol se asomó dentro de la cueva y ellos salieron de ahí adentrándose nuevamente al bosque. Pareciera como si nada hubiese cambiado en lo absoluto, todo estaba cubierto de niebla a pesar de ser tan temprano. “¿Acaso nunca desaparecía?”, se preguntó Rido. Perdidos dentro de un mar grisáceo, padre e hijo siguieron sin saber en dónde se encontraban, caminando con la esperanza de hallar cualquier indicio de civilización.

El tiempo transcurrió y no tenían algún progreso. Después de todo, parecía que caminaban en círculos. Ya llegada la desesperación en Deros, este empezó a maldecir por sus errores y decisiones que los llevaba una y otra vez al mismo lugar. Por más diferente que hiciera las cosas, siempre llegaban a ese mismo sitio con la piedra en forma de tortuga y el arbusto sin hojas.

-Padre, es la tercera vez que pasamos por aquí.- reclamó de nuevo Rido.

En realidad, era más de la quinta vez, pero eso no lo había notado antes. El cansancio comenzaba a ser un enemigo peor que el Yacum.

-No me lo recuerdes.- incluso Deros comenzaba a estar malhumorado, llegando a desquitarse con su hijo.

-¿Ahora qué sigue?- preguntó el niño.

-No lo sé. Ya intenté todo y siempre llegamos a este mismo lugar.-

Ansioso, se tomó la cabeza y se sentó, pues en verdad no tenía idea de qué hacer y ni si quiera quería pensar en el tiempo perdido. Entre el silencio incómodo, Rido identificó algo que llamó su atención.

-Padre, ¿Escuchas eso?-

-¿De qué hablas?- preguntó restregando su cara contra su mano.

-Suena como agua cayendo.-

-No escucho nada.-

-Es por aquí.- diciendo esto, y sin importar que su padre estuviera sentado, Rido comenzó a caminar hacia la niebla que no había cambiado su densa naturaleza, impidiendo la visibilidad. Preocupado, Deros se levantó e intentó seguir al chico. Y mientras su padre lo llamaba, él respondía. -¡Por aquí!- siendo lo único que decía, llenándolo más de ansiedad.

Guiándose por su oído, Deros paseó por el bosque, tratando de alcanzarlo comenzando a invadirse de ira al no poder ver a su hijo. Cuando por fin lo halló, este se encontraba quieto, callado y viendo hacia la nada.

-¿Qué es lo que haces?- preguntó al verlo, retomando su aliento.

-¿Escuchas eso?-

Deros guardó silencio y como Rido había dicho, se escuchaba algo muy parecido a una cascada.

-¿Una cascada?- se cuestionó Deros. -Estamos cerca, pero entre toda esta niebla no se ve dónde pueda estar.-

Buscando el origen de ese tranquilizante sonido, Deros cerró los ojos concentrándose. Entonces escuchó a su hijo quien lo interrumpió abruptamente.

-¡Padre, mira!-

Al abrir los ojos, al mismo tiempo que la niebla se disipaba, entre la quietud del bosque, grandes rayos de luz entraban a través de la espesa malla gris mostrando la verdad que escondía.

-Es… tan hermosa como la primera vez que la vi.- exclamó, recordando aquel día que vio la aldea de Insilva cuando vino hacía años con su padre, teniendo esas mismas sensaciones que estremecían su sentir, una vez más. La reacción de Rido no fue diferente, ya que nunca había visto algo así en su corta vida. –Bienvenido… a Insilva.-

Boquiabierto, el príncipe deleitó sus ojos con la majestuosa aldea de la cual solo había conocido en historias. “Un puente largo que llevaba a la muralla donde una gigante puerta era abierta por los soldados de la aldea, y dentro, un castillo grisáceo decorado con el verde de vegetación, de amplias proporciones donde las bestias y humanos convivían, respetando el lazo que desde un inicio los magos crearon”. A simple vista, todo parecía verdad y tal como en libros narraba.

Sin más que esperar, avanzaron por el puente que atravesaba un río que nacía de la cascada eterna, nombrada así por la gente de la aldea pues nunca se ha secado. Este puente era ancho y largo; construido a una gran altura, capaz de soportar un ejército y hasta albergar una batalla. El puente llevaba a una gran puerta, con detalles de diferentes animales grabados en el acero, y que en ese momento se encontraba abierta. Esta puerta formaba parte de una gran muralla que rodeaba la colina en donde, en la cima, se encontraba un bello castillo.

La aldea era reconocida por toda la flora y fauna que existía dentro de ella, creando un vínculo entre animal y hombre. O eso era lo que ellos creían.

A su izquierda, Rido se detuvo a ver la cascada la cual le salpicaba pequeñas gotas con ayuda del viento; llegando a sentir el frío del agua.

-Rido, no te atrases.- dijo Deros al ver a su hijo ahí parado.

Pasando el puente y cruzando por la gran puerta, Deros observó algo que no concordaba con su última visita.

-¿Qué sucede? ¿Qué es lo que ves?- preguntó su hijo preocupado tras verle el rostro a su padre.

-Es extraño.- comentó. -La puerta se suponía que siempre estuviese cerrada. Esta es una gran fortaleza, y ni siquiera hay guardias.-

-¿Sabrán de nuestra llegada?- preguntó Rido ilusamente.

-No. Recuerdo la primera vez que vine. Había carretas y gente esperando simplemente para entrar a la aldea, grandes animales convivían junto con los hombres como uno mismo, el sol deslumbrante llenando de vida cada rincón de la aldea. He ahí su fama; por todas las grandes bestias que viven aquí. Majestuosos osos, algunos leones, lobos, águilas e inclusive ciertos tipos de monos; hermosos caballos e incontables criaturas que hacían de esta, una bella aldea. Era increíble ver cómo caminaban tan cerca de uno y sin ninguna preocupación. Los animales respetaban la vida del hombre y el hombre la de ellos.-

Cada palabra que decía su padre hacía que la ilusión se reflejará más y más en los ojos de Rido, esperando llegar a ver por sus propios ojos todo lo que describía su padre. Pero negándole aquel deseo, en poco tiempo comenzó a darse cuenta de que la niebla regresaba, al igual que Deros quien se acercó al niño diciendo.

-Hay que apurarnos y encontrar un lugar dónde pasar la noche.-

Deros sabía que había algo mal, pero no quería alarmar a su hijo. Ya bastante había vivido como para llenarlo de más preocupaciones.

Siguiendo el camino que, poco a poco comenzaba a ser más difícil de distinguir, Rido empezó a darse cuenta de un ambiente demasiado callado y tenso, contrario a lo que le contaron. Entonces, tal y como antes de encontrar la aldea, el príncipe sintió algo que llamó su atención, pero esta vez era un aroma desagradable que con cada paso que daban, invadía más sus sentidos.

-Padre, hay algo extraño en este lugar.-

Deros pensaba igual pero no lograba entender el porqué, pues Insilva era un lugar importante y constantemente recurrido.

-Todo está muy silencioso.-

Rodeados nuevamente por la niebla, Deros se acercó más a su hijo evitando perderlo de vista.

-Ya no puedo ver el camino ¿Qué hacemos?- preguntó Rido.

-por ahora hay que esperar a que se despeje la niebla.-

De pronto, de entre los árboles se empezó a escuchar el movimiento de las hojas. Por un momento, Deros pensó que era un animal, pero el ruido cada vez sonaba más a metal chocando y a una conversación entre hombres.

-Rido, ¿Oyes eso?-

-Sí. Es en esa dirección.- dijo el príncipe señalando el lugar.

-Parece ser que ahí hay alguien.-

Decidido, ambos siguieron las voces con tal de hallar respuestas. Así que, al dar los primeros pasos, Deros notó que algo se quebraba con cada paso que daba.

-¿Por qué te detienes?- preguntó Rido.

-El suelo.-

-¿Qué tiene?-

-No son ramas.-

Confundido y sin poder ver lo que se encontraba debajo de sus pies, Deros apuró el paso. fue entonces que a lo lejos, de entre la niebla, Rido distinguió una forma que parecía ser la silueta de alguien.

-Padre ¡Mira! Hay alguien en esa dirección.-

-Tienes razón, vamos. No te alejes.- entre lo poco que se distinguía, Deros y Rido se acercaron hacia donde estaba el hombre. Al llegar, notaron que no contestaba a los llamados del rey. Cuando se acercaron más, Deros intentó llamar la atención del sujeto que parecía estar sentado, pero al tomar su hombro, el hombre cayó. Ambos se asustaron y de inmediato trataron de levantarlo. Al cargar el cuerpo, observaron que traía puesta una armadura y en el pecho, estaban dos flechas atravesándola. Inmediatamente se alertaron, dándose cuenta de algo. De inmediato, Deros arrojó el cuerpo de vuelta al suelo diciendo.

-Es un soldado Arkeano, ¿Qué está pasando?- levantando la mirada, lentamente comenzó a darse cuenta de lo que lo rodeaba. -Esto es un cementerio.- exclamó, al ver restos de huesos de todo tipo. -Hay que salir de este lugar lo antes posible.-

Sin más, empezaron a moverse entre los arbustos sin ciencia cierta de hacia dónde se dirigían, hasta que llegaron a un espacio semi abierto con pocos lugares en donde esconderse. Enfrente de ellos, llegaron tres hombres montando sus caballos. Tan pronto aparecieron, Deros y Rido buscaron un escondite, encontrando una serie de arbustos a su lado, suficientes para ocultarlos. Al parecer, los tres jinetes lograron notar la presencia de los dos intrusos. Fue entonces que Deros notó que traían las mismas armaduras que el hombre muerto que dejaron atrás.

-Padre, ¿Ahora qué…?- preguntó Rido cada vez más asustado.

-Silencio.-

Manteniendo su anonimato, el rey de Galvena intentó escuchar lo que decían los soldados acercándose sigilosamente.

-Señor, fue encontrada la bestia Yacum muerta hace un día.- dijo un soldado informando al segundo que estaba a la derecha, cercano al el rey y al príncipe, y quien parecía estar a cargo. Entonces, este mismo hombre le respondió.

-Ya deben de estar aquí. Hace días se nos informó de la llegada del rey Deros y su hijo.- al escuchar esto, Deros y Rido cruzaron mirada, sorprendidos. -Quiero que vigilen la entrada y dupliquen la búsqueda en el bosque. No podemos dejarlos pasar desapercibidos.-

Así, los dos soldados se fueron, siguiendo las órdenes dadas mientras que el otro cabalgó en dirección contraria. Tan pronto estuvieron a solas, salieron de su escondite de un salto.

-No podemos quedarnos aquí más tiempo. Hay que salir a como dé lugar.- dijo Deros alarmado y sin idea de lo que estaba pasando. -Vámonos y no llames la atención.- guardando el mayor silencio posible, corrieron de regreso al sendero principal de la aldea esperando encontrarlo. De un momento a otro, Rido se detuvo, deteniendo también a su padre. -¿Qué sucede?-

Esperando un momento, Rido levantó el brazo apuntando con su dedo.

-Es por aquí, sígueme.-

Sin replicar, Deros empezó a seguirlo que, sin darse cuenta, hacía demasiado ruido. De pronto, de entre los arbustos, un caballo montado por un soldado, salió interponiéndose en su camino tomándolos por sorpresa.

-¡Rido!- gritó Deros al ver que su hijo había caído. El soldado sin dar respiro comenzó a llamar a los demás. El príncipe alcanzó a levantarse, mientras que desesperadamente Deros lo tomó del brazo, comenzando a escapar de ahí. Sin voltear atrás, padre e hijo corrieron escuchando cómo se acercaba el sonido del galope del caballo. Flecha tras flecha, viajaban impactándose en los árboles teniendo la suerte de que no dieran en el blanco. Entonces, a su alrededor comenzaron a escuchar a los soldados dando el aviso de cuidar la entrada. En poco rato, Deros y Rido fueron alcanzados por el soldado que les apuntó con su arco, así que Deros arrojó a Rido al suelo ordenándole que se quedara ahí.

El Arkeano le disparó con su arco donde cada disparo del soldado fue erróneo, permitiendo que el rey de Galvena se acercara más, logrando tomar una piedra del suelo la cual le arrojó acertando en la cabeza del enemigo. Aprovechando esto, sacó y blandió su espada tirándolo de su caballo. Sin misericordia, se le acercó enterrándole su espada en el pecho, logrando robarle el arco y las flechas, después indicándoles de un gritó a su hijo que se levantara. Obedeciendo, Rido se paró y con ayuda de su padre montó el caballo seguido por él. Teniendo un poco de suerte, comenzaron a cabalgar en búsqueda de la salida.

Guiados por el príncipe y sus dones, lograron encontrarla, pero en la puerta dos soldados observaron que se acercaban hacia ellos. En respuesta, dejaron sus puestos y arrancaron hacia ellos junto con sus caballos para enfrentarlos. Deros tomó el arco y les fue disparando uno a uno, logrando derribarlos, así el caballo pasó frente a ellos escapando de la aldea, mientras más Arkeanos llegaban respondiendo al llamado. Después de cruzar el puente, giraron a la izquierda siguiendo el flujo del río. Como era de esperarse, inmediatamente cuatro jinetes salieron de la aldea persiguiéndolos.

El rey y el príncipe escapaban a todo galope por la orilla del barranco viendo a su izquierda la larga caída hacia el río, comenzando a darse cuenta de que su huida no sería tan sencilla. Y conforme avanzaban, la niebla jugó a favor de sus enemigos pues iba desapareciendo, permitiéndoles ver mejor a sus objetivos.

Pronto las flechas comenzaron a llover sobre Deros y Rido, y en respuesta el rey tomó el arco disparando en contra de ellos. La puntería del rey de Galvena era más certera, pero al poco tiempo las flechas que robó se terminaron. Por un instante, la persecución parecía no tener fin pues el recorrido era largo; fue hasta que Rido, quien guiaba el caballo, notó que delante de ellos terminaba el camino, obligándolos a detenerse al llegar a la orilla donde una nueva cascada nacía, y así, sin pensarlo bajaron del caballo tratando de encontrar otra salida.

-¿Qué vamos a hacer?- preguntó el príncipe asustado.

-No hay otra salida. ¡Vamos salta!- gritó Deros antes de que los Arkeanos los alcanzaran. Antes de hacerlo, su hijo se detuvo y caminó hacia atrás aterrado por la altura. -¡Vamos!- repitió.

Sin ver más opción, Deros lo tomó por la fuerza y junto con él saltaron antes de que fueran alcanzados. Los arkeanos estuvieron a punto de detenerlos, observándolos a la orilla del barranco, esperando a ver si lograron sobrevivir a la caída. En poco tiempo, ambos salieron del agua buscando aire, y tan pronto los vieron comenzaron a dispararles. Sin tener un respiro, se sumergieron tratando de escapar mientras el flujo del río los llevaba, pero aun estando dentro del agua, las flechas no dejaban caer sobre ellos. Rido no pudo aguantar más la respiración saliendo nuevamente del agua, pero la fuerza del río no le permitió ver claramente qué sucedía, y para entonces, perdió de vista a su padre. Sin poder hacer nada, fue arrastrado por la corriente por varios segundos hasta que llegó a una orilla en donde la corriente era menor, logrando salir tras sujetarse de un tronco. Con dificultad y al borde de ahogarse, se levantó asustado y empezó a buscar a su padre. En un paisaje soleado y lleno de plantas y árboles, Rido no lograba encontrarlo, gritando su nombre al viento y sin tener respuesta. El miedo no tardó en apoderarse de él y el joven príncipe no tenía más alternativa que seguir llamándolo. Por fortuna, observó a lo lejos un bulto siendo arrastrado por la corriente, dejándolo en la orilla contrario y sobre una piedra. Al verlo notó que estaba inconsciente pues no reaccionaba. Sin más, se arrojó nuevamente al agua nadando con la energía que le quedaba, haciéndolo lo más rápido que pudo sin importarle la fuerza de la corriente, logrando, a pesar de todo, llegar al otro lado. Velozmente salió del agua y fue en ayuda de Deros, sacándolo del río, cargándolo y colocándolo boca arriba. A simple vista, se notaba que no respiraba, llenándolo de lágrimas y un terror que no hacía mucho vivió en el castillo. Su primera reacción fue repetir una y otra vez el nombre de su padre tratando de que reaccionara, pero al no ver respuesta, su instinto lo obligó a golpearlo en el pecho. Fue tras esa acción que, al fin, tras un fuerte tosido, el agua salió del cuerpo del rey.

Seguido de varios tosidos, Deros giró su cuerpo escupiendo todo lo que había tragado y restaba en su interior. Apenas podía respirar, pero demostró que estaba bien, entonces alegremente Rido cayó al pasto por fin descansando mientras el sol golpeaba sus rostros.

-Lo logramos, hijo.- expresó con dificultad para hablar y con una gran sonrisa llena de alivio. -Ya estoy viejo para esto.- Rido sonrió y ayudó a que su padre se levantara.

-¿Y ahora qué hacemos?- preguntó el niño empapado buscando secarse con el calor del sol.

-Espera un segundo.- Deros sacudió su cabeza, pues sentía que todavía había agua dentro de ella.

Pudiendo encontrar un breve descanso, Rido y Deros miraron a su alrededor.

-No lo sé. Estamos peor que antes. No sabemos dónde estamos, nuestras provisiones se perdieron en el río junto con las armas. El lado bueno es que parece que llegamos a un lugar más tranquilo.-

En efecto, era un ambiente más apacible que el anterior, y eso era lo único que los reconfortaba.

Perdidos y sin saber a dónde dirigirse esperaron a que se secara su ropa para poder descansar un rato.

Pasado el tiempo, padre e hijo tomaron las pocas cosas que les quedaban y empezaron a ver a su alrededor decidiendo a dónde dirigirse ahora.

-Parece ser que estamos totalmente solos.- comentó Deros, ya que lo único que podía escucharse era el cantar de los pájaros y la corriente del río. -Estaba pensando en seguir el río, este debe desembocar en algún lado.- tras lo dicho y sin tener una mejor idea, Rido accedió sin más.

Deros terminó de vestirse y junto con su hijo siguieron el río que los condujo por el bosque. Entre más avanzaban, todo se hacía más pintoresco y lleno de vida, totalmente diferente a lo que vivieron allá arriba en Insilva. Para Rido era algo nuevo y especial, abrumado por nuevos descubrimientos y de armonía; era todo un mundo nuevo, pero Deros solo veía lo que se escondía atrás de esa felicidad pasajera. Él conocía un mundo lleno de traición y secretos; o al menos así así él se sentía. En poco tiempo, el miedo que antes llegó a desaparecer, renacía en su interior, pues no sabían a dónde se dirigían. Nuevamente había dudas e incertidumbre en su camino.

Durante su caminata, Deros pensaba en todo lo que habían pasado y en sus pensamientos no podía apartar lo que presenció en Insilva. “¿Cómo es posible que algo como eso se le pudo haber escapado, siendo el rey de esas tierras?” “¿Qué tanto más ignoraba?” y así, más y más miedos lo invadieron, pero dentro de esa obscuridad, tenues rayos de luz surgieron. Nada más y nada menos que cinco rayos que iluminaban su vida y la llenaban de esperanza. Esto, era lo que hacía que cada paso que diera valiera la pena.

-¡Padre!-

Deros reaccionó, prestándole atención.

-¿En qué estás pensando?- preguntó.

-En ustedes.- contestó Deros con una extraña, pero apacible sonrisa.

-¿Nosotros?-

-En tus hermanos Torus, Hevan y Pheros, Ariam; y por supuesto en ti.-

-¿Y por qué?-

La anterior sonrisa se extendió y se asomó de los labios de Deros, extrañando a su hijo.

-Me gustaría que estuvieran aquí, claro, sin necesidad de que todo esto pasara. Como familia. ¿No te gustaría?-

-Supongo.- Rido no estaba seguro de esa idea. Después de todo, la relación con sus hermanos no era tan buena, pero recordando su plática con Hevan y su relación restaurada, lo hacía pensar que cualquier cosa podría pasar.

-También he pensado mucho en que todo ha cambiado muy rápido. Y en que el destino no nos ha dado tiempo, ni un instante, para relajarnos, pero… así es la vida. Uno cree que a pesar de tantos años, estaríamos preparado para todo.- Deros estaba resignado a lo que tenía que vivir y que no había marcha atrás. De alguna manera Rido esperó a que su padre mostrara más fortaleza de la que aparentaba, sin embargo, tantos golpes y en tan poco tiempo, dejaban ver lo contrario, y es que tales eventos harían que cualquiera se doblegara sin remedio. -Qué más da, ¿No lo crees?-

Algo era cierto, esa sonrisa de su padre siempre estaba ahí.

Continuando su camino y sin rumbo, Rido notó que delante de ellos, por encima de los árboles, una hilera de humo ascendía hacia el cielo, como si de una fogata proviniera. Viendo esto, avisó a su padre que, al verlo, hizo que se detuvieran, diciendo.

-Aguarda, debemos asegurarnos de qué es.- expresó consciente de lo que estaba pasando en los alrededores.

Obedeciendo las órdenes de su padre, se adentraron al bosque, donde lentamente avanzaron cuidando de no hacer algún ruido que pudiera delatarlos. De entre los arbustos, asomaron su vista intentando llegar a ver algo. Asomándose un poco más, observaron una pequeña casa no muy lejos del río que seguían. Era de ahí de dónde provenía el humo que anteriormente observaron. Al ver que no había rastro de alguien, decidieron salir de su pequeño escondite.

Caminando sigilosamente, se acercaron a la puerta de la humilde casita. Deros la abrió tan cuidadosamente que pareció que algo saldría y los atacaría, pero contrario a su loca imaginación, nada apareció. Cuando entraron, notaron que era una casa común y corriente, en la que había comida calentándose en la chimenea, desorden de ropa y objetos de uso diario tirados por toda la casa, pinturas, no de muy buena calidad, pero servían para decorar; además, una cómoda cama, que se veía solo se usaba de un lado. En realidad, no era más de lo que aparentaba, una casa común y corriente. Al observar la comida, no lo pensaron dos veces para tomar un poco de lo que había. Sin saber de quién era todo eso, el rey junto con el príncipe, se sirvieron sin temor a represalias. Entonces tomaron asiento y comenzaron a comer. Estaban hambrientos a más no poder y es que hacía tiempo que no se sentían tan a gusto como en ese instante, tanto, que bajaron la guardia, y mientras su paladar degustaba la comida, no dieron noticia de que alguien se acercó. Ya cuando era demasiado tarde, la puerta se abrió y ellos no supieron qué hacer. Deros observó lo que tenía a su alrededor y tomó un cuchillo como rápida reacción. Preparados para lo que fuera, miraron detenidamente la entrada, hallando de pronto a una dama de edad avanzaba. Al verlos, la señora tiró el canasto que traía y gritó con fuerza.

-¡Mi comida! ¡Todo se lo ha acabado! ¡Rufián!-

Al ver que era una anciana, Deros respiró un poco calmándose al instante.

-Disculpe señora, no quisimos espantarla, sentimos lo de la comida…- solo esto alcanzó a decir el rey mientras la mujer empezó a arrojarles cuanta cosa llegaba a agarrar. Cubriéndose de la estupenda puntería de la señora para lanzar objetos domésticos, Deros intentaba tranquilizarla. Cuando Rido se acercó a la señora, la misma se serenó al momento, como si no lo hubiera visto cuando entró a la casa.

-Hola, criaturita ¿Cómo estás? ¿Acaso este hombre te ha hecho daño?- le preguntó tomando una cuchara de madera amenazando a Deros.

-¡No, no! Él es mi padre.- al escuchar esto, la mujer bajó su improvisada arma, pero no apartando su mirada amenazadora del extraño.

-¿Qué es lo que están haciendo en mi casa?- preguntó la viejecilla ya más calmada.

-Perdone haberla espantado de esa manera, mis sinceras disculpas. Mi nombre es…-

-Ya sé quiénes son.-

Deros sorprendido, preguntó.

-¿En verdad sabe quiénes somos?-

-Sí.- sonrió la señora. -Son viajeros, ¿No es así?-

Deros escuchó esto y, de una forma más tranquila confirmó lo dicho.

-Me pueden decir Nali.- agregó la señora mientras recogía los platos de los dos intrusos. -¿Qué hacen por estos rumbos tan peligrosos?- la amabilidad de Nali era extrañamente tranquilizante.

-Intentamos llegar al puerto, pero tuvimos un pequeño percance en Insilva.- respondió Rido.

Asombrados por su reacción, Deros vio cómo la actitud alegre y hospitalaria de Nali decayó, llegando a ver la preocupación en su mirar. Esta suspiró fuertemente y dijo.

-Insilva. Hermosa ciudad, ¿No lo creen?-

Rido también notó el cambio brusco de su actitud, preguntándose a qué se debía.

-Lo era.- contestó Deros.

-Bueno muchachos, les diría que está lista la cena, pero acabaron con ella.- dijo bromeando con sus visitantes. -Quédense esta noche y descansen aquí. Ya va a anochecer y no tardaré en hacer algo más para comer. Nuevamente.-

-Muchas gracias, Nali.- accedió Rido agradecido por la dulce invitación.

Terminado de cocinarse el estofado, Nali los reunió en la mesa para empezar a comer. Entonces les sirvió, y en el instante de hacerlo, los dos se abalanzaron sobre la comida, claro, guardando sus modales. Había ya pasado tiempo que no probaban algo tan delicioso y mejor aún, que no estuviera frío.

-Está muy rico, Nali.- exclamó Rido.

-Gracias, pequeño.- respondió sonriendo y apachurrándole el cachete.

-Disculpe molestarla.- interrumpió Deros. -Quisiera preguntarle algo, ¿Qué pasó en la aldea?-

Nali agachó la mirada, mostrando de inmediato que no era algo que quisiera responder.

-Arkeanos.- contestó con un tono sombrío. -Fue una noche muy triste siendo sincera. No es algo que añoro recordar.-

-Puede decirme, por favor.- insistió.

-Paseaba por la ciudad, disfrutando de haber ido a comprar un par de vasijas que necesitaba. Cuando iba saliendo, después de cruzar el puente y adentrarme al bosque, empecé a escuchar ruidos extraños. Era como el sonido de cientos de cucharas de plata chocando dentro de un costal. De pronto, a lo lejos observé varias luces alumbrar el interior del bosque, casi como si las estrellas hubieran bajado a iluminar esa obscuridad. Entonces me di cuenta de que no era ninguna estrella, sino antorchas. Cuando los vi me escondí. Quise dar aviso, pero… ya era tarde. En un parpadeo empezaron a atacar la aldea, los tomaron por sorpresa. Lograron abrir la puerta. No pude hacer nada. Tan solo veía cómo la gente moría, escuchaba sus gritos y súplicas. No lo soporté. Decidí irme de ahí lo más rápido que pude antes de que me hicieran algo.

Muchos de ellos eran mis amigos, y no… pude despedirme. Es horrible cuando te quedas con esas palabras que aquellos nunca pudieron escuchar.- Nali se detuvo para sostener ese nudo en la garganta. Deros se sintió muy relacionado con lo que dijo Nali, recordando varios sucesos, pensando en especial en su difunta esposa, Ali. -Ahora la aldea que fue famosa por su muralla y su gente, no es más que… un cementerio.-

-Siento mucho escuchar eso, pero… ¿Cómo es posible que una fortaleza como Insilva cayera con tanta facilidad?- Deros se sentía culpable y peor fue saber que nunca se enteró de dicho evento. En su mente se preguntaba, “¿Cuándo sucedió?”, “¿Cómo lo permití?” Preguntas que durante el viaje habían atacado sus pensamientos.

-No solo fueron unos cuantos Arkeanos. Fueron miles y miles de ellos. Que por más que lucharon, no pudieron con ellos. Esto sobrepasa cualquier registro que se tenga de ellos.-

-Me es difícil creerlo. ¿Cuándo y de dónde han salido tantos Arkeanos?-

-No lo sé. Pero sí sé que si tan solo el rey Deros hubiera hecho algo, nada de esto hubiera ocurrido.- agregó, llamando la atención de Deros. -Nos deja sufriendo por su olvido. Somos apartados de su reinado e ignorados, no existe importancia de su parte.- Nali se escuchaba decepcionada. -Ningún hombre tiene el poder para reinar toda la tierra de Deros.- agregó.

Rido veía cómo su padre sufría por cada palabra que escuchaba, conociendo el amor que le tenía a su reino, tanto así como para anteponer su bienestar que la de sus hijos, pero Nali tenía razón y eso el mismo Deros lo sabía, no era una idea nueva para él, consciente de que no hay nadie quién pueda con la gran demanda del reino por sí solo.

-Ojalá pudiera hacer algo.- expresó Deros agobiado, sacudiendo su cabello mostrando su estrés.

-Tú no puedes hacer nada, hijo.- dijo Nali, calmándolo, ignorando la verdadera identidad de sus invitados. -Solo nos queda confiar en el rey y en sus decisiones.

Creo fuertemente, que esto se solucionará. He vivido mucho tiempo y, he visto que existe bondad en esta tierra. Hay que tener fe, sí, mucha fe; de que esto mejorará algún día.-

-Espero que tenga razón.- Deros no podía quitarse la culpa de encima.

-Por cierto. Nunca les pregunté sus nombres. Que grosera he sido.-

Deros intentó recordar el nombre que ya había inventado, pero antes de decir cualquier cosa, Rido habló por los dos diciendo.

-Yo soy Odri, y mi padre es Sored. Nosotros somos los groseros por no habernos presentado. Le pido nos perdone.-

Nali los vio con buenos ojos, y también una parte de ella entró en confianza. Era algo que la había intrigado y la pronta respuesta de Rido fue suficiente.

-No tengan cuidado. He conocido a muchos hombres, más de los que desearía.- de repente Nali sonrió, cosa que intrigó a Deros. -A algunos más importantes que otros, pero ninguno como ustedes dos. Me alegra que estén aquí.- incluso la viejecilla sabía que había algo especial en ellos, aunque todavía no lo descifraba.

Al ver que habían terminado de cenar, Nali recogió los platos para lavarlos. Y mientras lo hacía, recordó algo que habían dicho y que le dio curiosidad.

-Disculpen. Recuerdo haber escuchado que se dirigían hacia el puerto, ¿Es cierto?-

-Sí.- contestó Rido.

– Si me lo permiten, me gustaría saber ¿Por qué es que van a ese lugar? Es que aquí no hay nada con qué entretenerse y una historia como la de ustedes es todo lo que necesito.-

-Tenemos que llegar a la tierra de dragones.- nuevamente respondió Rido, sin ver mal en su respuesta.

-¿A la tierra de dragones? ¿Ese lugar en verdad existe? ¿Por qué?-

Deros se acercó rápidamente a su hijo tapándole la boca evitando que dijera algo más, por suerte Nali no vio, ya que estaba lavando los platos.

-Es difícil explicarlo, Nali.- respondió Deros. -Es algo muy importante y estamos perdidos y se nos está acabando el tiempo.-

-Después de todo no creo que sean viajeros, ¿O me equivoco?- Nali terminaba de lavar los platos. -No soy ninguna tonta. Los años en este cuerpo se han encargado de eso.- dijo sonriendo. -Pero en fin. Creo poder ayudarlos con su problema. Conozco este bosque mejor de lo que conocí a mi esposo. Y verán que estuve con él por más de cincuenta años.- Nali se dirigió hacia su recamara, regresando después con algo entre las manos. -Les daré un mapa y les diré por dónde viajar para que lleguen a su destino.-

-¿En serio? Nos sería de mucha ayuda.- expresó Deros entusiasmado.

-De nada. Es lo menos que puedo hacer por acompañar a esta vieja después de tantos años de estar sola. Pero lo haremos en la mañana, yo iré a dormir, y espero que ustedes también lo hagan. Juraría que lo requieren más que yo. Así que descansen.-

-Gracias por todo, Nali. Que descanse.-

Deros la vio ir a su habitación, al igual que a Rido, que no esperó en ir a acostarse. De esta forma, los tres fueron a dormir, aunque no todos podrían lograrlo al primer intento.

Transcurrió la noche y Deros no conciliaba el sueño. Varias preguntas llegaban a su mente, pero era una en especial la que le quitaba el sueño y en la que enfocaba toda su atención.

“¿Cómo pude dejar que todo esto ocurriera? Qué ciego fui. T0do este tiempo sin darme cuenta, creyendo que todo se encontraba bien, cuando era todo lo contrario. Toda esa gente que murió por mi descuido.” Ahora era turno de él desvelarse por su miedo e incertidumbre.

La misma pregunta, una y otra vez lo atormentaba, y lo peor es que ya existía una respuesta para ella, pero que no quería admitir, haciéndose buscar excusas.

El tiempo que nos tomamos a solas nos permite dejar salir nuestros verdaderos sentimientos y entendernos a nosotros mismos. Y esto no fue diferente para Deros, que desde antes de dormir se torturaba a sí mismo. Para él era demasiado duro lo que había descubierto, y es que nada le dolía más que vivir en una mentira que él solo se había creado, y que debido a ella la vida de miles de hombres quedó afectada. Preocupación e incertidumbre aterrorizaban al rey, pero, entre el silencio una nueva pregunta emergió, “¿Cómo es que los soldados sabían de él y su hijo?”, una pregunta que había tardado demasiado en hacerse, “¿Cómo sabían los Arkeanos? ¿Quién pudo haberles dicho?”

Preguntas que llevaban a más preguntas, y la última como la anterior, sin respuesta alguna.

La noche murió y el hombre siguió indagando en lo que poco conocía sin tener alguna clave de qué estaba ocurriendo. Por desgracia, Deros no pudo llegar a una conclusión, teniendo que rendirse ante el sueño.

Llegó la mañana y Deros logró dormir tan solo unas cuantas horas. Para entonces, Deros y Rido estaban listos para partir. Con provisiones suficientes para el resto del viaje, salieron de la casa, seguidos por Nali, quien le había dado el mapa con indicaciones precisas de qué hacer.

-Nunca podré agradecerle todo lo que ha hecho por nosotros.- dijo Deros empezando la despedida. –Incluso la ropa es demasiado buena para mí.-

Riendo, Nali respondió.

-Yo no tengo qué hacer con ella. Son viejos trapos que traen buenos y malos recuerdos, pero es tiempo de hacer unos nuevos, ¿No creen?-

-En verdad muchas gracias, Nali.- dijo Rido sin quedarse atrás en la despedida.

-Bueno, ahora vayan, que se hará más tarde. No me gustan las despedidas largas.-

Dicho esto, los dos dieron la vuelta dirigiéndose hacia la izquierda. Cuando vio esto, Nali les gritó.

-¡Chicos, es hacia el otro lado!-

Deros observó el mapa, entonces lo volteó y miró nuevamente a Nali dándole las gracias con un rostro apenado.

Así, el príncipe Rido y el rey Deros continuaron con su viaje guiados por el mapa que Nali les regaló. Desde ese punto, el terreno sería más sencillo, pero el peligro sería mayor, enfrentándose a soldados del clan Arke, que después de las últimas noticias estarían informados de su llegada.

Capítulo 11. “Feliz cumpleaños”.

El viaje esta vez no fue tan largo, durando casi diez días después de salir de la casa de Nali, sin embargo, el tiempo era preciado para Deros que esperó hacerlo en menos días, cosa que lo mantuvo estresado en gran parte del trayecto. Fue hasta el día anterior al cumpleaños del príncipe Rido, Caelum 58 del año 401, diecisiete de agosto de nuestro calendario; cuando arribaron al puerto de Insilva. Estando a solo unas horas de llegar, Deros decidió parar a descansar y prepararse para lo que pudieran enfrentar.

Rido, cayó exhausto sobre el suave y verde pasto, rodeado por altos árboles con follaje hasta la cima.

-Empieza a hacer frío.- expresó, añadiéndolo a la lista de conflictos que tenían.

-Es porque estamos en la parte norte de la tierra. Ya no estamos en el reino desde hace días.-

-Estoy muy cansado, vamos a descansar.-

-Solo hasta el anochecer. Más adelante está el puerto, pero debe estar protegido por los Arkeanos. Aprovecha este tiempo para recuperarte. Yo iré a dar un vistazo.-

-¿Tú solo? ¿Para qué necesitas ir?-

-Porque nunca había venido al puerto antes.- respondió con toda sinceridad.

-Pensé que ya lo habías hecho.- reclamó sorprendido, creyendo que ya sabía lo que hacía su padre.

-Claro que no. Leí un poco al respecto, pero no te preocupes por eso… mejor descansa.-

La confianza que emanaba daba cierto alivio a Rido, pero no el suficiente.

-Pero… ¿Si sabes cómo es por dentro?- preguntó el niño preocupado

-No del todo, es por eso que necesito saber con qué estamos tratando. Aparte, es mejor que vaya solo. Entre menos ruido hagamos mejor.-

Por su parte, Rido no tuvo otra cosa que hacer más que obedecer a su padre, quedarse ahí y confiar en lo que hacía. Deros esperó un momento en lo que su hijo se quedaba dormido, asegurándose de que no se movería de ahí, así en esos momentos en los que descansaba, él podría dirigirse hacia el puerto. Consiguiendo su cometido, el rey intentó pasar desapercibido, ya que no sabía qué era lo que podría aparecer. Después de haber avanzado una buena distancia, Deros empezó a escuchar las olas del mar retumbando en la costa, y más que un alivio, fue un aviso de prevención al posible peligro adelante. Siguiendo el mapa de Nali, Deros dio con su objetivo. Al llegar, observó que la entrada era vigilada por soldados Arkeanos, así como lo esperaba. El problema era que había más de los que imaginó, preguntándose cómo poder hacerle para escabullirse. Sin tener mayor idea al respecto, dio la vuelta para regresar, entonces en ese momento escuchó a alguien acercarse. Rápidamente se ocultó esperando a que pasara. De pronto, Arkeanos aparecieron regresando del bosque. Ninguno hablaba, parecían estar exhaustos. Deros no tuvo más opción que guardar silencio. Fue entonces que uno de los soldados comentó.

-¿Cuánto tiempo más estaremos aquí?-

Deros no sabía qué hacer y es que los soldados, en específico tres, se quedaron muy cerca de donde él se escondía. Respondiendo la pregunta anterior, uno de ellos respondió.

-No lo sé, pero según los informes ya deben estar cerca.-

-Todavía no sé a quiénes esperamos. No nos dicen nada. Lo único que hemos hecho es capturar a comerciantes y piratas malolientes.-

-¡¿Qué quieres que te diga?!, tenemos que estar aquí. Además, esos piratas pagan bien por dejarlos ir y venir a placer. No puedes quejarte de eso.- respondió el tercer soldado, harto y cansado tanto del lugar como de la conversación.

-Es cierto, pero es fastidioso. Nosotros sin hacer nada, mientras el resto se dirige a Haud.-

-Mejor deja de quejarte, estoy muy cansado de estar vigilando como para estar escuchándote con tus quejas. Ya quiero que me reemplacen.-

Los tres soldados siguieron su caminar, y Deros aprovechó para salir de su escondite, regresando lo más antes posible con su hijo entendiendo que era el cambio de guardia de los soldados y tendría por unos instantes un paso libre. Al llegar con Rido, con delicadeza lo despertó que, al parecer, estaba teniendo un sueño profundo y placentero, delatado por su sonrisa de la cual desbordaba un río de saliva.

-Hijo, levántate.- le dijo tranquilamente, despertándolo poco a poco.

-¿Qué es lo que sucede?- preguntó adormilado, que al ver a su padre, después recordó y dijo. -¡Oh!, ya regresaste… ¿Qué tal te fue? ¿Por qué tienes esa cara?-

-Nada bien, pero antes que cualquier otra cosa, debo explicarte cómo es el puerto. Tenemos mucho por hacer.- respondió Deros esperando primero a que Rido despertara por completo, pues su cara decía lo contrario. –Bien, veo que estás completamente despierto. Bueno… el puerto está construido a la orilla de un acantilado que es rodeado por una pequeña muralla con una entrada al centro. Dentro de la construcción hay unas escaleras que descienden a un muelle en donde tomaremos el bote.-

-¡¿Un bote?! ¿En serio? ¿Iremos por el mar hacia la tierra de dragones, en un bote?- cuestionó Rido de una forma tan sarcástica que no dejó otra opción para Deros más que callarlo, dejándole entender que no dijera más tonterías.

-¿Ya terminaste?-

Rido asentó con la cabeza, permitiéndole hablar.

-Como decía… usaremos el bote para acercarnos a un barco. Normalmente estos no embarcan aquí directamente debido a la cantidad de rocas y la fuerza de la marea, sin embargo, algunos mercaderes y piratas lo usan por ser poco recurrido y así evitar pagar las tarifas de otros puertos o ser descubiertos cuando se trata de un mercado… ilegal.-

-Pero… ¿Viajaremos con delincuentes?- preguntó asustado.

-No. Debe haber un barco que esté destinado únicamente para llevarnos a nuestro destino. O al menos así debería ser, pues el reino de Insilva se encargaba de esto, pero… tú no te preocupes por eso. Ahí va estar, te lo prometo.- continuando con su explicación, Deros tomó una vara y con ella empezó a dibujar en la tierra la entrada del muelle. -Esto es lo que haremos.- así, comenzó a explicarle a Rido el plan que en poco tiempo llevarían a cabo.

Cayó la noche y Deros y Rido se encontraban escondidos entre el follaje del bosque esperando a que hubiera la menor cantidad de soldados merodeando por ahí. De esta manera, ellos aguardaron hasta que los Arkeanos comenzaron a retirarse para realizar la última guardia del día.

-Ya es hora. ¿Recuerdas el plan?-

-Creo que sí.- contestó su hijo nervioso.

-¡¿Crees?! ¡¿Cómo que crees?!-

-Bueno, recuerdo que tomaríamos un caballo y esperaríamos a que los guardias se quitaran de la entrada para que entráramos nosotros y tomásemos el bote, ¿Sí?-

Cuando escuchó esto, Deros se cubrió la cara, dándose la paciencia para seguir hablando con él.

-Te acercaste, pero no.- entonces respiró hondo. -Recuerda… robaré una antorcha y quemaré su campamento mientras tú liberas a sus caballos que están en el amarradero cerca de la entrada. Cuando veas que los soldados salen de sus puestos, entras y yo iré detrás de ti. No es nada difícil.-

-Ya recordé.- respondió con una seguridad ilusoria.

-Eso espero.-

Antes de que avanzaran, Rido se detuvo y dijo.

-Padre, creo que va a llover.-

Deros miró el cielo, pensando en las consecuencias.

-Tranquilo, no es relevante. En marcha.- al responder, se levantó y se fue hacia el lado contrario al de Rido.

-¡Padre!- exclamó Rido antes de separarse. Entonces Deros se detuvo y volteó escuchando a su hijo decirle. -Ten cuidado.-

-No te preocupes, hijo. Todo saldrá bien. Confía.-

Dicho esto, se alejaron en direcciones opuestas para su misión y concentrados en no fracasar.

Para empezar, Rido se transformó en un pequeño ratón el cual fue avanzando por el campamento del enemigo, pasando desapercibido. Al llegar con los caballos, observó que estaban amarrados como su padre le había advertido, entonces comenzó roer las amarras. Por el otro lado, Deros tendría que guardar más cuidado, ya que, donde se encontraba, estaban la mayoría de los soldados y su tamaño no era nada discreto como el de su hijo.

Lentamente, Deros se fue acercando cuidando de no hacer algún ruido, hallando una las antorchas que iluminaban el campamento no muy lejos de él, así que la tomó y caminó sigilosamente y empezó a incendiar todo lo que podía. Las llamas tardaron en esparcirse y mientras tanto, Deros tuvo que esperar a que Rido hiciera su parte, por suerte, el viento empezó a soplar con más fuerza avivando las llamas. Con esto, se desató el desorden casi de inmediato. Los soldados empezaron a correr sin saber cuándo y por qué, solo buscando cómo apagar el fuego que ponía en peligro sus provisiones. Rido supo que era el momento, pero aún no terminaba de roer todas las amarras, teniendo que acelerar su mordida, logrando así terminar. Una vez libres, rápidamente se transformó en lobo y empezó a asustar a los caballos que salieron despavoridos por todo el campamento, después regresando a su forma humana. Desnudo al perder su ropa por haberse transformado, encontró un par de prendas sobre una cubeta las cuales se puso que, por desgracia, le quedaban demasiado grandes, pero no tenía mejor opción.

Entre el ruido formado por los caballos y todo el caos, los Arkeanos comenzaron a alertas.

¡Han llegado! ¡Él ha llegado! ¡Búsquenlo!

Rido corrió hacia la entrada, pero un soldado no se movió de su puesto, protegiéndola. Al verlo, tomó una piedra y se la arrojó dándole directo en la cabeza. Eso solo lo aturdió, así que Rido aprovechó para convertirse en lobo nuevamente y envestirlo, dejándolo inconsciente. Desafortunadamente, al regresar a su forma humana, se dio cuenta de que su ropa había quedado desgarrada y ya no tenía tiempo de buscar algo mejor teniendo que conformarse con esos harapos que apenas lo cubrían del frío.

Esperando a su padre, Rido cuidó la entrada, pero nadie parecía acercarse. Todos los soldados seguían sin tener orden, dominados por el caos. De repente, entre la multitud frenética, Deros apareció dirigiéndose hacia la puerta donde su hijo lo esperaba. Al llegar, tomó las armas del soldado inconsciente y cerraron la puerta colocando cualquier objeto que encontraron, esperando retrasarlos el mayor tiempo posible.

-Rápido. Ya debieron notar que estamos aquí dentro.- dijo Deros tomándolo del brazo.

Ambos se acercaron a las escaleras, pero al poner un pie en ellas Deros notó que no podían bajar los dos al mismo tiempo, la estructura era poco confiable y tambaleaba demasiado. Entonces le ordenó a su hijo que bajara primero, mientras, él esperaría allí arriba.

-Pero…- trató de refutar el príncipe aterrado.

-No digas nada, haz lo que te digo.- poco antes de que se diera la vuelta, Deros lo tomó del brazo, diciéndole. -Si no llego, toma el bote y vete. Tú debes llegar a ese barco.-

Rido estaba asustado y tras un hondo respiro, se dio la vuelta y empezó a bajar las escaleras lo más rápido que pudo evitando dañarlas, pero Deros continuó apresurándolo, ya que la puerta era azotada por los Arkeanos, anunciando su llegada la cual fue más pronta de lo esperado.

Cuando la puerta cedió, los Arkeanos entraron a toda velocidad, así que, sin tener más opción, Deros empezó a bajar las escaleras sin importar su estado ya que ellos eran demasiados y no podría detenerlos por sí solo. Rido bajó sin voltear y sin detenerse hasta que logró llegar al muelle, donde corrió a través de él como se lo ordenaron. En un parpadeo ya estaba en el bote, el cual desató dejándolo listo para zarpar, volteando atrás preguntándose dónde estaba su padre.

Por su parte, Deros bajaba las escaleras, pero estas cada vez se mecían más, provocando una sensación horrible a cada paso. La lluvia empezó a caer y los Arkeanos también comenzaron a bajar ignorando el estado en el que estaba la estructura y lo que podría ocurrir si estos lo hacían. Cuando el rey se dio cuenta de en dónde estaban sus perseguidores, para entonces sus enemigos se habían acercado lo suficiente a él, y cómo única reacción, este volteó hacia arriba gritándoles que no dieran un paso más, pues escuchó que la madera crujió anunciando su caída. Los soldados hicieron caso omiso de ello, causando que se rompieran los escalones donde se encontraban, llevándose consigo al rey, quien logró sujetarse del borde de las escaleras, aferrándose fuertemente e intentando subir, mientras que los otros cayeron al mar. Rido estaba preparado, ya solo faltaba su padre que colgaba del escalón y desde una gran altura. Esta vez no podía hacer nada para ayudarlo, únicamente observando desde el bote a su padre y a los soldados que se acercaban a él. Deros no podía subir, el agua que caí del cielo no dejaba que se sujetara firmemente, logrando que resbalaran sus manos una y otra vez. La lluvia empeoraba, el agua del mar se agitaba cada vez más y él seguía sin poder salir de peligro. Fue hasta que, con un gran esfuerzo, estiró el brazo cuan largo es logrando sujetarse firmemente del escalón. Esto permitió que pudiera subir de nuevo, pero los soldados no dejaban de perseguirlo, estaban pisándole los talones. Librándose de ese obstáculo, bajó el resto de las escaleras lo más rápido que pudo.

Terminando su descenso, empezó patear una de las columnas que las sostenía, aprovechando la lluvia y el estado en el que se encontraban para destruirlas. Una serie de patadas fueron suficientes para poder romperla, logrando que la estructura falseara, derribando a algunos de ellos, pero no a todos; continuando su descenso siendo aún más en número. Entonces, sin importar si lo perseguían o no, Deros corrió hacia el bote, pero de pronto, flechas comenzaron a caer sobre de él. Las flechas se ocultaban bajo las gotas de lluvia, hasta que una de ellas lo hirió en el costado derecho, haciéndole una gran cortada, impidiéndole avanzar. Este se sujetó por el intenso ardor, deteniéndolo en la madera del muelle.

Los soldados bajaron, alcanzándolo. Rido observó a su padre, y quiso ir a ayudarle, pero Deros al verlo le ordenó que permaneciera en el bote. No podía hacer nada y a su padre tan solo le faltaban unos cuantos pasos. Con ayuda de la espada que había tomado, Deros se recargó en ella pudiendo levantarse, y con una mano sobre su herida, se dirigió hacia el bote. Al mirar atrás, observó a los soldados acercándose, recibiendo nuevamente una flecha que se impactó en su espalda a la altura del hombro izquierdo. Rido no pudo soportar ver eso, muriendo de la impotencia al decidir obedecer a su padre. El no hacer nada lo enfurecía.

Después de ese impacto, el rey cayó, esta vez sin energía para levantarse, viendo a su hijo gritarle palabras que no podía escuchar. El mar se agitó con intensidad, logrando mecer el muelle a su ritmo. Unos cuantos pasos era todo lo que necesitaba para alcanzar su objetivo, pero Deros no reaccionó. Entonces, miró a su hijo fijamente, pues sabía que era el adiós. Pasos antes de que llegaran los soldados, una gran ola se alzó sobre de todos y azotó al muelle, destrozándolo y arrojándolos al mar. El bote de Rido fue golpeado bruscamente, aunque sin poder voltearlo.

Después de tan tremendo impacto, y empapado por el agua salada, Rido buscó a su padre sin poder verlo entre todos los escombros y cuerpos que flotaban. Cada vez se generaba más oleaje, dificultando más al príncipe encontrar a su padre. Al observar el horizonte, notó que estaba saliendo el sol; comenzaba el amanecer, pero la lluvia no paraba.

-¡Padre! ¡Padre!- gritaba, sin tener respuesta.

Sus lágrimas eran ocultadas por la lluvia y el mar. El sol se alzaba lentamente y las nubes se empezaron disipar. En eso, Rido notó a un hombre sobre un pedazo de madera que flotaba entre muchos otros, pero este tenía una flecha sobre su espalda y sin dudarlo, se lanzó al mar y nadó hacia él. En efecto, era el rey Deros, su padre, quien estaba muy débil y casi inconsciente. Con su ayuda, nadaron hacia el bote, al cual subieron con mucha dificultad. Estando ya sobre ese pedazo de madera, Rido arrancó la flecha de la espalda de Deros que gritó sin censura y se acostó a lo largo del pequeño bote, recuperando el aliento. Dentro de ahí, el agua se tornaba roja por la sangre que brotaba de las heridas del rey de Galvena. El pequeño príncipe se espantó al ver toda esa sangre, aunque en su mayoría era agua teñida.

Al fin lograron su cometido, aunque sin ninguna pertenencia más que su ropa empapada, suponiendo que lo que traía puesto Rido se pudiera considerar ropa. Ahora, padre e hijo navegaban mientras la luz anaranjada del sol iluminaba el cielo.

-Lo logramos.- dijo el hombre con una pequeña sonrisa.

-Pensé que morirías.- expresó su hijo angustiado y acelerado aún.

-Te había prometido algo, ¿No es así? Y no moriré hasta cumplirlo. Aparte… no creerías que me perdería este día tan importante.- el rey de Galvena se enderezó, pujando de dolor por sus heridas. -Feliz cumpleaños, hijo.-

Con gran felicidad, Rido lo abrazó, lastimándolo un poco sin querer. No recordaba que estuviera herido.

-Perdón.- se disculpó con dulzura e inocencia.

A pesar de todo, Deros aún conservaba esa sonrisa que hablaba más de lo que pudiera agradecer con palabras.

El cielo era una pintura que enmarcar, ya que el sol brillaba, no había nubes en el cielo y la lluvia desapareció por completo. Ante tal escena, le pidió a su hijo que remara hacia el horizonte, pues más adelante se encontraba el barco que los llevaría a la tierra de dragones. Obediente, Rido remó hasta acercarse al barco que había mencionado su padre, aliviados porque sí estaba ahí. Cuando llegaron a un costado del barco, observaron que este no mostraba movimiento en la cubierta. Parecía un barco fantasma, porque no había señales de vida en él. Preocupado, el príncipe preguntó.

-¿Seguro que es este?-

-Nunca antes había subido, pero debería serlo, no hay otro cerca de aquí.- contestó, adolorido y apretando su herida del costado con la mano. Rido vio que no paraba de sangrar, pero su padre disimulaba que todo estaba bien.

Así, entendiendo que era el único barco y que no había señales de vida o al menos de peligro, decidieron subirse usando la escalera hecha de cuerda al costado del navío. Para Deros no le fue tan sencillo, pues comenzó a sentir molestias derivado de sus heridas que no parecían sanar ni un poco.

-¿Te encuentras bien?- preguntó su hijo.

-Sí, no te preocupes. Sigue subiendo.- él iba de tras, queriendo pasar desapercibido.

Ya estando en el barco, observaron que estaba vacío, tal y como se lo temían. No había muestras de que alguien estuviera en él, por el momento. Explorando entre los puertas y pasillos, al final encontraron el camarote del capitán, que, al entrar escucharon un sonido molesto y chillante. Siguiendo el origen de tal molesto ruido, este los llevó a un hombre dormido, recargado sobre una gran mesa atrancada al piso; era de ahí de dónde provenían aquellos rugidos infernales. Entonces, Deros se acercó hacia el extraño, diciendo.

-Disculpe usted.- exclamó sigilosamente intentando despertarlo. Al ver que no reaccionaba, se acercó más. Estirando la mano, para ver si se despertaba, el sujeto se levantó bruscamente y al verlos gritó, cayendo también de su silla, llevándose consigo varios objetos de la mesa.

-¡¿Quiénes son ustedes?!- preguntó al levantarse ferozmente sujetando un cuchillo para abrir cartas.

-No quería despertarle así, señor. Mis disculpas. Pero necesitamos llegar a la tierra de dragones lo más rápido posible. ¿Usted puede llevarnos?-

Cuando le habló, se notó que el sujeto no estaba bien, escuchándose cansado.

Rido analizó el aspecto del hombre, con su cabello largo y castaño, mal cuidado; con una barba, extraña pues no le crecía bien, más cargada a la papada. Flaco y con una chaqueta roja y desgastada que le quedaba grande.

Ya estando de pie, el hombre comenzó a arreglar las cosas que había tirado por culpa de sus extraños visitantes.

-¿A la tierra de dragones?- preguntó, seguido de una pequeña carcajada. Al ver que no era broma, siguió hablando. -¡Qué un gusano me trague! Ustedes no están bromeando… – soltó una, aún más ruidosa, risa. -Toda mi vida he trabajado en este barco. Voy y vengo de la tierra de dragones, ya no tan seguido como los últimos años, pero… nunca he llevado a una persona.-

-¿Y qué es lo que lleva?-preguntó Rido.

-Verás, niño.-

-No soy un niño.-

-Sí, sí, sí. Llevo mercancía o traigo comida de ese lugar. Recuerdo de una vez que mi padre me contó algo sobre haber llevado a alguien, un tal Daná, el rey Daná, sino mal recuerdo. En estos días ya todos se creen reyes… ¿No es así?- le dijo a Rido disimuladamente. -Sinceramente, no es impresionante. Pero… yo solo he traído mercancía, y de vez en cuando un par de hiervas exóticas. Si llevara personas sería el peor trabajo del mundo, ¿Sabes? A menos que fueran mujeres, aunque las Arkeanas tienen una muy mala costumbre.- sacudió su cabeza y cuerpo después de recordar algo desagradable.

-¿Y por qué lo sigue haciendo?- preguntó nuevamente Rido.

-Porque algunas de ellas son bellas y en alta mar la vida es solitaria.- guiñó un ojo.

-No. Me refiero a que, ¿Por qué sigue yendo a la tierra de dragones si es mal negocio?-

-Primero, no dije que fuera malo. Dije que si llevara hombres sería mal negocio, sería solo un viaje de ida, nadie regresaría, y después… ¿Quién me pagaría? Y segundo, lo hago porque la paga es buena cuando traes cosas de valor. Los materiales exóticos vuelven locos a los comerciantes en Cilú.- respondió sonriendo. El hombre se dirigió hacia la puerta para salir, mientras, Deros y Rido lo seguían. El hombre todavía no lo notaba, pero Deros estaba mal y se tambaleaba al caminar. -Durante los últimos años los Arkeanos me han pagado por transportar mercancía de un lado a otro.- dijo caminando sobre la cubierta del barco. Ahí abrió una escotilla y bajó por unas escaleras.

-Disculpa.- interrumpió Deros su amena plática. -Tenemos que partir ahora mismo.-

-Espera un momento.- comentó el hombre que aún no decía su nombre. De repente, tomó una cubeta con agua y la arrojó hacia los grandes costales con provisiones.

-¡Rápido holgazanes! ¡Partimos inmediatamente! ¡Corran, corran, corran!- gritó. De entre los costales salieron seis hombres con la mirada perdida y el cabello desacomodado, de quienes aún tenían. -¿Qué no me escucharon?- repitió acelerado. Era sorprendente como de apenas despertar ya estaba acelerado. Deros y Rido observaban cómo los seis hombres empapados salieron velozmente de ahí, dirigiéndose hacia la cubierta. -¡Corran, gusanos!- agregó el hombre que aparentaba estar al mando o ser el capitán. Regresando a la cubierta, empezó a mascar una fruta extraña que sacó de los costales de abajo. Estando ahí, los demás tripulantes corrieron de un lado al otro preparando el barco para zarpar. -¿A qué se debe tanta prisa?- preguntó el capitán dándole una mordida a su fruta, que al mirar a Deros, notó la herida en su costado, comentando. -Veo que tuvieron problemas con los Arkeanos.-

Deros y Rido se voltearon a ver.

-¡Así que, los buscan!- una traviesa sonrisa se mostró en su cara y los vio detenidamente. -Me pregunto, ¿Cuánto será la recompensa por entregarles a los dos fugitivos?- al oírlo, el rey tomó a su hijo y lo fue ocultando detrás de él. El capitán se acercó a ellos, los miró fijamente, dio la vuelta y gritó. -¿¡Qué entienden por rápido, gusanos!? Tenemos que irnos ahora.- dicho esto, regresó la mirada a sus invitados, diciendo. -Si los entregara seguramente la paga sería buena, pero ha pasado mucho tiempo desde la última vez que fui, y… no dejaré que el viejo sea el único que ha llevado a una persona. Además de que esos Arkeanos, buenos para nada, me deben muchas cosas. Bueno para nada de Nor.- expresó escupiendo. El capitán guiñó un ojo y les sonrió, mirando después hacia arriba, donde se encontraba el puesto del vigía, llamando a alguien. -¡Ojo de pescado!-

– Sí, mi capitán.- respondió un hombre, asomándose desde las alturas.

-¿Cómo está el clima?-

-¡No podría haber mejor día, capitán!-

Al escucharlo, se dirigió hacia el timón, pero al ir subiendo las escaleras el capitán tambaleó y se sujetó para no caer, aunque no hubo marea que lo moviera.

-¡Capitán! ¿Se encuentra bien?- preguntó Deros. Ya anteriormente había olido una esencia peculiar, y que decidió ignorar.

-Claro que sí. Puede que ayer haya tomado una botella. O tal vez dos. ¡¿Pero quién las cuenta?! Solo me duele un poco la cabeza, nada raro. Uste…des… no se preocupen.- el capitán tomó el timón y le gritó a su tripulación. -¡Icen las velas! ¡Nos vamos de aquí!-

-Pero… ¿Puede navegar esto, en estas condiciones, capitán?- expresó el padre de Rido que, con justa razón estaba preocupado, y es que parecía que seguía ebrio.

-¡¿Acaso hay otra forma?!- contestó el capitán con una gran sonrisa en el rostro y una mirada que no enfocaba. -Por cierto, mi nombre es Lukan, capitán del Ohnorro Versanee.-

De esta manera, empezaron su viaje hacia la tierra de dragones, con el vivo peligro de ser perseguidos por los Arkeanos y un mar lleno de criaturas que nunca habían visto.

Capítulo 12. “Navegando los cielos”.

Siendo perseguidos, salieron del puerto lo más rápido posible con ayuda del capitán del barco, Lukan. Por desgracia, Deros todavía estaba lastimado y sin recibir atención. Así que haciéndolo notar, tan solo avanzaron un poco sobre el mar, cuando el rey de Galvena comenzó a sentirse mal, acercándose a un poste a recargase. Estaba pálido y sangre brotó de su boca, cayendo de repente al suelo llamando la atención de toda la tripulación. Al verlo, el capitán ordenó que lo llevaran a su camarote y que lo atendieran tan rápido fuera posible. Asustado, Rido trató de ir, pero Lukan lo detuvo.

-Deja que ellos se hagan cargo. Confía, saben lo que hacen.-

Dos cosas eran ciertas. Una era que la gente del barco era capaz de atenderlo y dos, que el capitán en verdad apestaba a alcohol. Así que sin poder hacer algo otra vez, el joven príncipe quedó frustrado, reprochándose por el estado de su padre.

Dada la orden, dos tripulantes tomaron al rey y lo llevaron a donde les fue indicado. Y mientras era atendido, el capitán se acercó al chico, preguntando.

-¿Qué fue lo que le pasó al viejo?- Rido no sabía si decir la verdad. -Si van a estar en este barco, quiero saber quiénes son mis invitados, y por qué pongo en riesgo a mi gente.- el príncipe agachó la mirada, intentando esconderse, pero no quería causarle más problemas a su padre, quien no se encontraba bien. Perdido, Rido pensó por dónde comenzar, ¿Acaso decirle quiénes eran en realidad, era buena idea?, Lukan esperó sin apresurarlo, aunque su paciencia se agotaba. -¿Y bien, hijo?- insistió.

Rido tomó una gran bocanada de aire y respondió.

-Mi nombre es Rido, el príncipe; hijo de Deros, del linaje de Daná. El hombre que se encuentra un su camarote es el rey Deros, o bueno… era.

Vinimos hasta este lugar, porque fuimos llamados por el mago Ignis. Se suponía que nadie sabía de esto, pero al parecer, los Arkeanos se enteraron y comenzaron a perseguirnos. Antes de tomar el bote para venir aquí, mi padre fue herido por dos flechas. Una en el costado derecho y otra en su hombro. Por suerte, el puente se rompió con las olas y ayudó a mi padre y a mí a escapar.-

La breve historia era sorprendente y difícil de creer, a lo que Lukan no supo cómo reaccionar. ¿Reyes? ¿Príncipes? ¿Quién pensaría que esto algún día llegara a pasarle?

-Ahora las cosas tienen más sentido.- comentó el capitán un tanto pasmado. -Bueno, niño. Por tu padre no te preocupes, que está en buenas manos. Solo dale tiempo para que se recupere y descanse. Ahora ven, te enseñaré en dónde dormirás.-

Lukan lo guio por el barco, llegando a un camarote un tanto peculiar. Cuando entraron, Rido percibió un aroma extraño que le picaba la nariz, pero fue mayor su sorpresa al ver un estante con varios libros, entonces el chico se adelantó y tomó uno en especial que le llamó la atención en un segundo.

-Este libro es uno de mis favoritos.- comentó el capitán al ver el libro que agarró.

-Nunca había oído de él.- la portada era suficiente para envolverlo desde un inicio.

-Es bastante especial. A veces me ayudaba, cuando más lo necesitaba. Hace tiempo que no lo leo.- confesó.

-¿De qué trata?-

-Léelo. Tiene que ver con el bien contra el mal, y un anillo. Es una gran inspiración, ¿Sabes?-

Rido miró el libro con tal fascinación que no podía esperar a leerlo. Le había llamado bastante la atención, además de que tendría algo con que entretenerse en ese barco el cual despertaba hasta sus sentidos más ocultos.

-Descansa, príncipe Rido. En un rato podrás ver a tu padre.-

-Espera.- dijo el joven.

-¿Necesitas algo más?-

-No. Es solo que…- Rido no supo cómo expresarse, tardando en completar lo que quería decir.

-Descuida. No traicionaré su confianza. Aunque somos piratas, tenemos honor y palabra. Y le prometí a ti y a tu padre que los llevaré y eso es lo que haré. No temas.- dijo Lukan, descifrando el rostro de incertidumbre que el joven de Galvena dejó ver.

Así, el hombre pasó a retirarse dejando que el chico descansara.

Durante diez días, Deros estuvo en cama recuperándose. En ese tiempo, Rido aprendió sobre la vida en el mar, pero algo más importante que eso, fue el hecho de que jamás había convivido con tanta gente fuera del castillo y que no estuviera obligada a cumplir todos sus caprichos, ahora entendiendo cómo era la vida de los hombres comunes, las cosas que valoran y por las que tienen que trabajar. Así, después de un día duro de trabajo, Rido permaneció despierto toda la noche, quedándose en la cubierta admirando la noche.

El mar, un lugar traicionero que muestra su belleza cuando le place, aquella noche decidió presumir su faceta nocturna ante el príncipe, quien nunca había estado de esa manera frente a él. Y con tal escenario, no le quedó más remedio que contemplar el hermoso cielo estrellado, pero a diferencia de otros días, aquel se sintió especial y único para él y su deleite.

Fue entonces que, en un momento en el que el único sonido que se escuchaba era el de las olas, un ruido irrumpió sus pensamiento, siendo provocado por Deros quien salió del camarote del capitán buscando a su hijo. Dicho sonido desconcentró al príncipe que estaba perdido en la inmensidad del universo y sus misterios.

-Entre más avanzamos hace más frío.- expresó titiritando, mientras se acercaba a su hijo.

-¿Padre? ¿Qué estás haciendo aquí? Deberías estar descansando.- rápido fue y lo ayudó, desconociendo su tambaleaba por las heridas o por el movimiento del barco en la marea.

-Vengo a ver el amanecer con mi hijo.- respondió.

-¡¿Tan tarde es?!- preguntó mientras lo ayudaba a apoyarse en la baranda del barco.

-Veo que pasaste toda la noche en este lugar.-

-Pensaba en el viaje.- veían el horizonte donde la luna posaba reluciendo su blanco marfil. –Ha sido… diferente a lo que hubiera imaginado.-

-Hijo, en verdad… no fue mi intención hacerles esto.- hacía tiempo que Deros se sentía culpable por todo lo que les estaba pasando, aunque no fuera del todo cierto.

-¿Qué dices?-

-Todo lo que hice… fue pensando en su protección y en el reino, pero ahora sé que fue una gran equivocación. Al estar ahí en cama, pude reflexionar, y ahora me doy cuenta que… nunca pensé en realidad en ustedes.- cuando Deros habló lo hacía rápido, como si le diera pena que lo escucharan. -Has pasado por cosas que ningún niño debería vivir… y todo por mi grave error; y los errores son acciones que se pagan con el tiempo. Y el mío está por llegar.- Rido no decía nada, atento a las palabras de su padre. -Extraño a tu madre. agregó como si hablara de un secreto, pues su fortaleza disfrazada evitaba ver su dolor diario.

El joven príncipe nunca lo había visto así, sino como una autoridad y ejemplo de fortaleza, cosa que lo confundía ahora que encontraba esta nueva faceta de arrepentimiento.

-Igual yo.- dijo el pequeño.

-Al final, ella tuvo razón.-

-Pero, si no hubieras hecho esto, nunca te hubieras dado cuenta de lo que sucedía en el reino.- Rido trató de encontrar el lado positivo, lo cual no era sencillo.

-Puede que tengas razón, pero a qué precio. Después de todo esto, mucha gente ha muerto, ha sufrido por mis malas decisiones. ¿Qué clase de rey he sido como para merecer todo lo que tengo?-

-Pero todo eso no fue tu culpa… o no del todo.- de alguna forma su hijo quiso hacerlo sentir mejor. -Tenía que pasar.- dijo. –La muerte no se detiene y sigue su rumbo natural y eterno. Nosotros podemos parar un momento… y poder apreciar la muerte misma, para poder valorar la vida. A veces necesitamos de aquellos instantes para sentirnos verdaderamente vivos. Saquemos provecho de nuestra mortalidad.-

Deros lo miró impresionado y puso su mano en la cabeza del príncipe, diciendo.

-¿Dónde escuchaste eso?- estaba orgulloso de él, por más que una sola frase, cabe aclarar.

-Son cosas que pienso a veces, cuando estoy solo.- respondió sonriéndole a su padre.

-En verdad, hijo. Espero que ustedes sean la luz que ilumine el obscuro camino de los hombres y logren guiarlos a través de él hacia una nueva era. Esa es la marca de un verdadero héroe.-

Una gran alegría podía verse en la mirada del rey al ver crecer a su hijo, quien la había demostrado ser fuerte ante todas las catástrofes que se le presentaban.

-¡Padre! ¡Mira!- exclamó emocionado.

Del otro lado del barco, en el horizonte y sobre el mar, el sol se elevaba sobre la obscuridad. Hermosos colores pintados sobre el agua daban una gran calidez, capaz de calmar hasta al animal más salvaje. El tiempo transcurrió lentamente para su deleite, tanto así que pareciese que se detenía para que uno pudiera contemplarlo en toda su plenitud. Poco a poco, la tripulación fue saliendo, empezando un día más en sus vidas.

-Veo que ya te encuentras mejor.-

Deros volteó, viendo al capitán Lukan saliendo de su camarote.

-Mucho mejor. Todo gracias a ustedes.-

-Es el mejor trato que pudimos darle a un rey.-

Asustado, miró a Rido, entendiendo que fue él quien le había dicho la verdad sobre ellos, entonces regresó la mirada, respondiendo.

-No necesitaba nada más. Agradezco enormemente su cuidado, hacia mí, y hacia mi hijo.- al fin se sentía con algo de fortuna después de días tan sombrío. Continuando la conversación, preguntó. -Por cierto. Capitán, ¿Cuánto falta para llegar?-

-En poco tiempo entraremos a la zona de islas que están antes de llegar a la tierra de dragones. Después estaremos a tres días, si es que no tenemos demoras.- de pronto, un llamado proveniente de las alturas interrumpió.

-¡Capitán! ¡Capitán! ¡Dos barcos, con la bandera Arkeana se acercan!-

Entonces, Lukan miró a Deros con una sonrisa juguetona, diciendo.

-A algo como eso me refería.- el capitán del Ohnorro Versanee se movió y se dirigió hacia el timón. Todo indicaba que pretendía navegar el barco. Estando en posición, le gritó a Deros. -¡No te preocupes! ¡Conozco este lugar como la palma de mi mano! ¡Los perderemos entre ese conjunto de rocas de allá adelante!- de pronto, el barco tambaleó por una roca que alcanzó a raspar. -¡Bueno, a partir de esa roca, conozco el lugar como la palma de mi mano!-

Los barcos se acercaban cada vez más. Al ver esto, Deros fue con Lukan y le preguntó.

-¿Cómo es que nos alcanzaron tan rápido?-

-Es fácil. Son más veloces.- contestó mientras se enfocaba en el camino.

-¿Más qué? ¿Por qué?-

-Sí, más rápidos, veloces, ¿Entiendes? es cuando navegas más distancia en menos tiempo que el otro.-

-No me refería a eso.-

-Sus barcos son de guerra, y yo solo transporto mercancía. Pero no te preocupes, los perderemos en este lugar. Ser veloces no les servirá de nada, créeme.-

Perseguidos por los barcos, se adentraron a un mar lleno de grandes rocas, una cada vez más cercana a la otra. Fue así como una por una, Lukan las fue evadiendo, al igual que sus persecutores, pero por conforma avanzaban, las rocas cada vez estaban más juntas haciendo el paso más estrecho y complicado, tanto así que el barco comenzó a rozar con algunas de ellas. Por suerte, ellos no eran los únicos que lidiaban con ese problema, ya que los barcos de los Arkeanos chocaban cada vez más y el control era más difícil de mantener. Con una gran concentración, Lukan maniobró entre los obstáculos, hasta que enfrente de ellos un espacio angosto entre dos grandes rocas apareció, cerrando cualquier otro camino. Sin dudar en sus acciones, el barco fue directo hacia ellas.

-¿Qué estás haciendo?- preguntó Deros observando hacia dónde se dirigían.

-Escapando de ellos, ¡¿Qué más crees usted “su majestad”…?!-

-¡Estás loco! ¡Nunca pasarás por ahí! Además…- al mirarlo, Deros fue testigo de cómo su capitán se acababa la botella de licor poco antes de enfrentarse a ese par de rocas. No supo ni qué decir, y antes de lo esperado ellos ya estaban frente ese angosto espacio. Deros cerró los ojos y se agarró de lo primero que encontró mientras el barco navegó sin freno. Como un hilo en la cabeza de una aguja, el barco pasó a través de ellas con suma precisión. Rido miró por la proa toda la acción admirando la habilidad de su capitán y las grandes rocas pasar a su lado apenas rozando el casco del barco.

Al mirar atrás, observaron que sus enemigos, al igual que ellos, siguieron la misma ruta. Rápidamente el hijo de Deros corrió a la popa para observarlos, hallando cómo el primer barco Arkeano pasó sin problemas, seguido por un segundo que, este debido a la velocidad que llevaba perdió el control y se estrelló, hundiendo el navío y tapando la vía. La tripulación lo celebró, pero el camino lleno de obstáculos se acababa y el primer barco Arkeano se acercaba cada vez más, aprovechando el mar abierto.

El capitán notó esto, así que, una vez librado esa zona, soltó el timón y se acercó con la tripulación.

-Bien, señores; prepárense para la batalla. Seremos abordados.-

Lukan miró a Rido y le dio una espada, pero Deros, molesto, le ordenó que se ocultara.

-¿Por qué no dejas que pelee el chico?- preguntó desafiando al padre del joven, ya que a ojos del marino, ahí en alta mar y en su barco, era un hombre común.

-Es un niño solamente, no puede defenderse solo. No sabe blandir una espada.-

-Pero, padre. Sé que puedo hacer esto. Ya no soy un niño.-

-Por supuesto que no. ¿Qué sabes tú de la guerra?- replicó Deros enfadado.

-¿Por qué no confías en mí? Soy capaz de hacer esto.-

-¡Calla! No sabes nada. No puedes controlarte siquiera. ¡Es por tu culpa que estamos en este lugar!-

De entre un mar de ruidos y reclamos, se escuchaba al fondo a ojo de pescado, gritar.

-¡Capitán! ¡Se están acercando!-

-¡No puedes echarme la culpa de esto! ¡Todo esto es por ti, por darnos esas malditas frutas! ¡Si nunca hubieras hecho eso, mi madre seguiría viva!-

-¡Capitán!-

Los gritos aumentaron. El barco estaba a punto de ser abordado, pero Deros y Rido no paraban de discutir. Lukan estaba divido, intentando detenerlos y tratando de ordenar a su tripulación. Sin que Deros y Rido se dieran cuenta, el barco fue alcanzado y empezado a ser atacado.

-¡Preparados!- gritó Lukan.

Deros miró a su hijo y le ordenó que tomara refugio. Rido corrió y tomó la espada que se encontraba en el suelo, estaba dispuesto a demostrar que podía hacerlo. De pronto, el barco empezó a ser atacado, por muchos más hombres de lo que ellos eran. Por suerte, la tripulación de Lukan no eren unos marineros cualesquiera, sino piratas con experiencia. Así, sobre el barco comenzó la batalla. Cuando podían, cortaban las cuerdas por las que llegaban a su barco los soldados Arkeanos, evitando que subieran. Por su parte, el capitán no se quedaba atrás demostrando que también era bueno con la espada y no solo con la botella. Mataba a cualquiera que se le interponía con suma destreza y cero elegancia. Y mientras todo eso pasaba, Rido se quedó petrificado, tan solo observando la espada que cargaba, como si no supiera qué hacer con ella. En su distracción, un soldado Arkeano fue a atacarlo sin que el joven reaccionara. Lukan vio esto y corrió en su ayuda. El soldado estaba por atacarlo, mientras este estaba paralizado de terror, pero antes de que la espada impactara, el capitán se interpuso, desarmó al Arkeano y le enterró la espada en su estómago.

-¿Qué te sucede, niño? ¡Haz algo!- se le acercó notando su rostro casi pálido. -No tengas miedo. Demuestra lo que eres.-

De pronto, frente a Rido, Lukan cayó. Un soldado enemigo detrás de él aprovechó su descuido y le enterró una daga en su costado derecho. Herido, se intentó sujetar del joven del Galvena sin poder lograrlo, cayendo a sus pies, quien, al verlo en el suelo, enfurecido se lanzó hacia el culpable enterrándole la espada varias veces. Deros alcanzó a observar lo que sucedió. Entonces Rido se levantó, tomó su espada desenterrándola del cuerpo y con una gran fiereza, siguió adelante matando a cada soldado que se le atravesaba. En sus ojos se reflejaba toda su furia, pero algo en su mirada era diferente. Se podía ver cómo cambiaba de color y mostraba el hambre de matar y una sed de venganza, cosa que Deros ya había visto antes. Sí, no había duda, era la misma mirada que aquella del día en que Forthes murió.

Por un instante, Rido era imparable, matándolos sin remordimiento, y sin freno; pero Deros tuvo miedo por lo que estaba por venir.

-¡Rido, detente!- gritó mientras corría hacia él.

La victoria era inminente y en poco tiempo el último soldado cayó y el barco Arkeano empezó a quedar atrás. Habían logrado vencerlos. De pronto, Deros se detuvo, observando a Rido ahí parado, estático y silencioso. Este respiraba aceleradamente. Pero para sorpresa de su padre, después el príncipe se hincó y puso sus manos sobre su rostro.

-¿Te encuentras bien?- preguntó, acercándose a él, a lo que el príncipe respondió.

-¡Lukan!-

Deros levantó la mirada intentando hallar al capitán, encontrándolo de inmediato, agonizando a lado de algunos cuerpos. Entonces se acercó viendo la sangre derramada a su alrededor, y sabiendo que no había tiempo que perder, pidió ayuda. Inmediatamente llegó su gente y se lo llevaron para salvarlo, pues era una herida profunda.

El capitán fue atendido por su tripulación junto con Deros, queriendo pagar su deuda. Pasado ese tiempo, el rey de Galvena salió del camarote y buscó a su hijo.

El príncipe se encontraba nuevamente en la baranda observando el atardecer. Así que Deros se acercó, pero el chico al verlo se retiró. Poco antes de que se fuera, exclamó.

-Rido, espera. Quiero hablar contigo.-

En respuesta, volteó y miró a su padre, entonces Deros encontró un par de ojos rojos, aunque esta vez no exigían sangre, sino perdón. En ese instante, supo que había estado llorando, preguntándose si tendría que ver con Lukan o si era culpa suya. Sin resolver sus dudas, su hijo le dio la espalda y continuó su camino. Deros no lo persiguió, sabía que era inútil. Y sin darle más vueltas al asunto, lo dejó en paz y regresó nuevamente en ayuda del capitán.

Durante dos días, Rido no se acercó a nadie, prefiriendo en todo ese tiempo pasarla solo. Por suerte para él, estaban los libros que le prestó el capitán, los cuales le fueron buena compañía en esos momentos difíciles.

Era Droner 1, del año 401. Primero de septiembre, de nuestro calendario. Rido no soltaba su libro que al parecer lo había atrapado entre sus páginas. Mientras lo leía, escuchó el crujir de la madera del suelo, que paso a paso hacía el capitán Lukan, todavía recuperándose de su herida. Con ese mismo paso lento con el que llegó, cuidadosamente se sentó a su lado, tratando de no distraerlo. Al sentarse, este no dijo nada, buscando que Rido fuera quien hablara primero. Viendo que no sería el caso, dijo.

-Empieza a sentirse calor.-

Rido tomó su tiempo para responder.

-Eso parece.-

La actitud del príncipe no era la mejor, así que Lukan tendría que soportar algo de irreverencia del chico.

-Es extraño cómo cambia el clima, y más en estas aguas. El calor es producido por la tierra de dragones, ¿Sabías eso?- el capitán quiso de amenizar la plática, pero Rido no hizo caso, siguiendo leyendo su libro. -Veo que te gustó el libro que te dije.-

Molesto, el muchacho dejó de leerlo y lo puso a un lado.

-¿A qué has venido?- preguntó.

-Eres directo. Eso facilitará las cosas.- Lukan sacó una pequeña botella la cual abrió y bebió un sorbo. –Me daba flojera hacer toda esa escena de “Yo soy bueno, y soy tu amigo”.- tomó otro sorbo.

-Te pidió mi padre que vinieras, ¿Cierto?-

Por alguna razón que solo Rido conocía, estaba molesto con todos.

-Me gustaría saber por qué prefieres estar solo, cuando existe gente que le gustaría estar contigo.-

-Tú no entiendes lo que se siente ser un monstruo, un peligro para los demás; una persona que a donde sea que vaya, alguien saldrá lastimado. Un hombre al que nadie crea y confíe y que digan que no puedes ser de ayuda porque lo empeoras todo. Que a pesar de ya no ser un niño, no pueda cuidarme por mi cuenta por ser desequilibrado.- al escucharlo Lukan rio. -¡No te burles!-

-No creerás que eres el único al que tratan de esa forma, ¿O sí?- el capitán había recordado brevemente su pasado. -Rido, puede que ya hayas crecido, pero te falta mucho por aprender y conocer. Eres solo un… joven.- corrigió. -Sabes… mi padre era igual. Siempre cuidaba de mí, como el tuyo lo hace contigo; y no era falta de confianza. Siempre fue el temor a perderme o que saliera herido por mi estupidez. No lo culpo. Y nada de eso cambió hasta el día de su muerte, sin importar que ya fuera un hombre hecho y derecho.- le dio un prolongado sorbo a su botella. -Rido, tu padre siempre cuidará de ti, aunque tú no lo quieras. Es su trabajo. Así que hazle un favor y no lo juzgues tan duro por sus errores, porque si los ha tenido, es porque los ha cometido intentando protegerte.- el chico se puso a pensar, preguntándose si había exagerado. -Nadie te enseña a ser padre. Algún día te darás cuenta, si tienes suerte.

Yo tuve mucha porque no tengo hijos, ¡ja, ja, ja! O al menos no que yo sepa. Pero bien… a veces tendrá razón y a veces no. Ten en cuenta de eso. Nadie es perfecto. Además… no eres el único que pasa por situaciones difíciles. Todos tienen una herida que buscan sanar y no dudo que tu padre sea la excepción.-

-¿En serio?-

-Por supuesto. Mejor disfruta lo que sí tienes, y aprende a cicatrizar esa herida.-

-Oye… y… entonces, ¿Tu padre era igual?-

Rido parecía estar más tranquilo con aquellas palabras.

-¡Claro que sí! Con decirte que un día que llegamos a puerto y me amarró al mástil para que no me escapara.- Lukan rio al recordarlo. –No funcionó. Esa noche me escapé y fui por bebida y mujeres. Fue más su sorpresa cuando me vio en la otra mesa con un par de amigas que recién había conocido.

Dale una oportunidad a tu padre, creo yo que la merece.-

Las cosas eran más claras para Rido, ahora que ya comprendía mejor a su padre. En ese momento, ojo de pescado los interrumpió porque comenzó a gritar.

-¡Tierra a la vista!-

Emocionado, el joven de Galvena se levantó y corrió hacia la cubierta seguido por el capitán y la demás tripulación. Pronto, todos estaban buscando lo que ojo de pescado había hallado, entonces el capitán sonrió y dijo.

-Deros, Rido. Les presento… a la tierra de dragones.- lentamente en el horizonte, iba asomándose un pedazo de tierra en la cual se observaba un volcán que se extendía a lo largo del cielo. A su vez, se apreciaban grandes bestias volando alrededor de él, y por cada vez que el barco se acercaba, la tierra crecía más hasta el punto en que la vista no encontraba el final de la costa. Grande fue su sorpresa al notar que no era una isla, sino que era totalmente otro continente. -Ese es el volcán de la tierra de dragones. Está en el centro de ella. Se logra ver desde aquí por su gran tamaño, pero la tierra es enorme, tan sólo ver el volcán a esta distancia es impresionante.

Sea lo que sea que vengas a hacer a este hermoso lugar, muchacho, debe ser algo verdaderamente grande.-

Rido notó esa mirada de asombro y orgullo en el rostro del capitán, esa misma que uno teme decepcionar. De igual forma al ver la tierra, Deros también quedó extasiado, y para alguien que ha viajado a tantos lugares e impresionarse de esa forma, es que en verdad ese lugar era algo digno de admirar.

Súbitamente, la atención del príncipe cambió de foco, volteando al mar, diciendo con emoción.

-¡Miren todos, ballenas!-

-No son ballenas.- contestó el capitán. -Son dragones.- Rido y Deros sorprendidos lo miraron creyendo que bromeaba, pero no era así; entonces regresaron la vista al mar y observaron las grandes bestias que asomaban su enorme tamaño sobre la superficie, dejando el resto de su aspecto a la imaginación. -Aquí no encontrarán los animales que ustedes conocen. Cuando entren ahí, verán bestias que nunca pudieran imaginar.

Seré sincero, en cierta manera los envidio.-

-Vaya que es impresionante, capitán.- comentó Deros, deleitado por la inmensidad de la tierra.

Estando cerca de la orilla, Lukan se acercó nuevamente a sus invitados diciéndoles que tomaran sus cosas y que se preparan para descender, ya que el barco no podía acercarse más.

Estando lo suficientemente cerca de la costa, los tres subieron a un bote para llegar a tierra, comenzando a remar. En el trayecto, notaron que el color del mar era de un azul tan claro como el del cielo arriba de ellos. De pronto, un pez nadó muy cerca mojando a Rido, sintiendo que el agua estaba tibia. El clima era caliente, tanto que llegar nadando no hubiera sido mala idea, y es que no había ninguna nube en el cielo que hiciera el favor de ocultar el sol.

Llegando a la playa, descendieron padre e hijo, pero Lukan no lo hizo. Él solo había bajado del barco para despedirse, pero no pondría un pie en tierra.

-Es de mala suerte pisar una tierra a la que no fuiste invitado.- explicó, al ver que los dos esperaron a que bajara. -En verdad fue un honor para mí haberlos traído a este lugar.- agregó desde el bote mientras Deros y Rido mojaban sus pies.

-Nosotros estamos más que agradecidos por todo lo que hiciste. Te será recompensado, tienes mi palabra.- contestó Deros.

-No necesito su caridad, majestad.- contestó bromeando. -La vida en ese barco no es tan mala como crees. Aunque… un par de bolsas de oro no me harían ningún mal.-

Aquella sonrisa del capitán, Rido estaba seguro que jamás la olvidaría, y no sería por sus dientes amarillos o esas dos piezas faltantes, sino porque a pesar de todo, siempre estaba ahí; como un tatuaje que siempre brinda confianza a los demás.

Después de despedirse del rey, Lukan vio a Rido que estaba al borde del llanto.

-No llores, príncipe. Nuestros caminos se cruzaron como las olas en el mar, pero ese tiempo terminó. Es hora de seguir nuestros caminos, que el tuyo claro está, se encuentra lleno de grandeza.

¡Baya-dumade!-

Extrañado, Rido preguntó.

-¿Baya-dumade?, ¿Eso qué significa?-

-Que el viento y las olas te lleven a tu destino. Es un viejo dicho del antiguo lenguaje Gherta.-

-Gracias, Lukan.- respondió el chico. -Gracias, amigo.- exclamó para sí mismo.

-Adiós, joven príncipe.-

El pirata terminó de despedirse y comenzó a remar, arrastrado por la suave marea, alejándose de ellos para, tal vez, nunca volver a verse, ahora dejándolos en una playa desconocida y con un nuevo objetivo en su horizonte.

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