EL OPIO DEL PUEBLO

En aquel mediodía del Jueves, Esteban se abría paso a duras penas entre la multitud que aguardaba impaciente la salida de la procesión.

Llegaba con el tiempo justo a su puesto de costalero, la asamblea de trabajadores en el puerto se había alargado demasiado. Estaba satisfecho por haber asistido, había que darle un cambio al sistema, como dijo el sindicalista de Madrid. La llegada de la República hacía unos meses no era suficiente, había que provocar los cambios. Era injusto que la mayoría de los sevillanos viviera en la miseria mientras hacían jornadas interminables y mal pagadas. Él mismo y sus camaradas se habían pasado toda la noche descargando en el puerto por cuatro perras gordas.

Se quedó bloqueado entre la gente cuando llegó a la puerta del Convento de San Jacinto. Acababa de salir la Cruz de Guía y un monaguillo a su lado movía el incensario enérgicamente, haciendo que todo el denso humo se fuese a su cara. Esteban tosió de golpe, sintió un ligero mareo y recordó un poco turbado las palabras del sindicalista: “La religión es el opio del pueblo…”, “un narcótico para mitigar los dolores…”, “un enemigo a abatir”.

De repente, la Cruz de Guía avanzó y con ella el cargante monaguillo. Esteban aprovechó para colarse por la gran puerta entre el enjambre de nazarenos y consiguió así entrar al templo.

La iglesia estaba casi en penumbra, aunque ya algunos cirios estaban encendidos. Un intenso olor a cera inundaba el ambiente. Apretó el costal fuertemente entre las manos y avanzó hacia la derecha del altar, donde se encontraban sus hermanos y su paso ya listos para la salida.

Al llegar, sintió la dulce mirada de la Virgen de la Estrella. Bajo el palio, entre coloridas flores y brillantes adornos, le pareció más bella que nunca.

Saludó a sus compañeros con un fuerte abrazo y se colocó bajo el paso en su puesto de contraguía. Al poco, escuchó el ruido del golpe del llamador en la cabecera, y al capataz pidiendo silencio para la primera levantá:

“Señores, en primer lugar, gracias en nombre de toda la Hermandad. Estáis haciendo historia, grabar esta fecha a fuego en vuestros corazones, 24 de Marzo de 1932. Hoy, nuestra Cofradía va a ser la única que va a hacer la Estación de Penitencia hasta la Catedral. Nuestras Hermanas la Virgen de la O, la Esperanza y La Exaltación, a última hora, no han creído conveniente salir hasta que los ánimos se calmen. Nosotros vamos a sacar a Nuestra Virgen porque Ella y nuestro pueblo nos lo están pidiendo. Esta primera levantá por ustedes y por tantos que se han quedado en el camino, que nos miran desde el cielo”

Esteban se ajustó el costal, apoyó su cervical en la traviesa del paso y dobló las rodillas para coger impulso.

“Señores…” volvió a escuchar al capataz, “¡A ésta es!”

Con el golpe de martillo, los costaleros elevaron el paso con fuerza, sintiendo después la caída sobre los hombros con un lamento ahogado.

Pero Esteban lo sintió aún más hondo, hasta el pecho, y mirando hacia arriba, emocionado, le susurró a Ella:

La religión será el opio del pueblo, pero a Tí Madre Mía, a Ti… ni te toquen”.

Etiquetas: relato corto

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