Fue durante un once de noviembre, aquel donde servía por enésima vez una taza de café caliente para calmar mis nervios durante una tormenta helada.
Las noticias de la mañana, habían dejado muy claro que no pararía hasta pasar las doce de la noche o quizás más. Me aterraba la idea de estar sola en casa sin nadie con quien conversar acerca de las películas trilladas que pasaban por la televisión.
Un trueno de esos que encrespan la piel resonó y ahogué un grito lleno de terror. La luz se había cortado y no tenía ni una miserable vela para alumbrar por los corredores extensos, por los cuales debía de transitar para llegar a las habitaciones.
Estando sola y a mitad de la nada, porque no era capaz de saber en dónde seguía parada. La oscuridad era abrumadora e hizo que tragara un nudo que se formaba en mi garganta, respire profundo y caminé tanteando con la mano libre donde no llevaba el café los muebles.
Sinceramente me dejó sorprendida el hecho de que no había nada delante de mí, cuando antes creí que allí reposaba una mesita de cristal que compré hace meses con lo que había ganado tras vender unos cuadros. Seguí tanteando en busca de lo demás, pero la verdad no parecía estar nada cerca.
— ¿Dónde están los muebles? ¿Las escaleras? ¡Malditas escaleras! —Dije dando grandes zancadas cansada de no hallar nada.
—Si vas por ahí te va a comer el lobo feroz… —Emití un grito en cuanto escuche aquella voz masculina entre las sombras.
¿Había alguien más aquí? ¡No! Yo cerré todo con seguro por la mañana.
—Estoy empezando a imaginar cosas… —murmuré haciéndome la valiente.
—Si así lo prefieres. —Grité con más fuerza que antes al sentir una mano posarse sobre mi hombro.
Corrí en la dirección contraria en la que creí debía estar esa persona y entonces, caí.
La luz iluminó mi rostro logrando que cerrara los ojos, para luego ir abriéndolos de a poco. Sí tenía alguien más en la casa, pero no le conocía de nada.
Tenía el cabello largo de color plateado, sus ojos eran azules como el mar y poseía uñas largas y afiladas. Su piel era blanca, con un rostro lleno de rasgos finos y una sonrisa siniestras que usaba para intimidarme justo en ese momento, lográndolo por completo.
—Bienvenida Caperucita, ¿gustas un café? —comentó riendo.
Desee que me tragara la tierra y caí en la cuenta de que no estaba en casa, ni cerca de ella, sino, en un bosque oscuro a mitad de la tormenta.
—¿Quién eres? —pregunté llorando, me sentía aterrada. No sabía siquiera cómo llegué a ese extraño lugar con un chico parecido a un lobo de película animada.
—¿Yo? —se señaló— Soy el lobo feroz… Y tú —me señaló— Caperucita en invierno.
En un arranque de locura corrí lejos de allí, sin mirar atrás. Sentía muy dentro que si me detenía esa persona o cosa, me mataría sin piedad. Pero… ¿Por qué?
Tropecé un par de veces con mis propios pies hasta que en una de esas caí por un barranco, las ramas y rocas rasguñando mi carne, mi ropa y golpeando con fuerza en mi cabeza. Quise detenerme o al menos reducir la velocidad con la iba pero no podía.
Hasta que una luz intensa se abrió paso entre la oscuridad que abarcaba el bosque y detuvo mi caída. Paré a minutos de una muerte segura, faltaba muy poco para caer sobre troncos rotos y piedras afiladas.
No lograba entender qué pasaba, ¿cómo era posible estar levitando?. Pero claro, nada era normal en aquella extraña experiencia a la cual se le sumó el que volviera de cero a donde se encontraba sentado en el suelo el supuesto «lobo feroz«.
— ¿Que está sucediendo? —indagué con la respiración entrecortada.
—Sucede que, si no cumplimos con los deseo de la tormenta nunca vamos a salir de esta. —Chasqueó la lengua y jugó un poco con la corbata roja que llevaba puesta sobre un costoso traje de color negro. Los pies los tenía al descubierto dejando ver que sus uñas eran largas como la de sus manos pero menos afiladas y llenas de fango.
— ¿Que desea la tormenta? —Por alguna extraña razón sentía que el cuerpo pesaba. Que mis ojos ardían y que mi corazón no latía.
—Ella quiere una historia para ir a dormir y dejar que el sol salga, pero todas las personas de allá —señaló en la dirección contraria a la que había corrido— no quieren contarle ninguna que le guste de verdad. Por eso te ha traído a ti y me ha traído a mí, para cumplir con aquel cuento que dicen muchos ser «bueno para descansar»
Arrugué la nariz. Algo no me estaba gustando y es que si pensaba bien, esa historia podría ser aquella donde la niña se ve envuelta en una rara situación de un lobo feroz cazándola, a ella y su canasta.
—Entonces ¿Te atreves a jugar un poco? prometo no morderte… mucho. —Dijo mostrando sus dientes afilados y abalanzándose sobre mí.
Nuevamente corrí pero esta vez llena de pánico al ver que aquel ser se tomaba a pecho eso de ser una bestia hambrienta.
Corría porque mi vida dependía de ello, corría porque el miedo que sentía era auténtico. Pasé por donde antes solo que esta vez evitando caer por aquel risco lleno de piedras filosas, di un giro brusco y seguí por otro rumbo.
El ser parecía feliz de correr tras de una mujer indefensa, con elegancia y gracia reía de una manera siniestra. Caí un par de veces, pero asi mismo me puse en pie y continué, no deseaba morir así ni mucho menos allí, no tenía conocimiento alguno de lo que me rodeaba aparte de plantas; rocas y árboles verdes.
Lo demás era difícil de ver, porque nos rodeaba una especie de niebla densa que dificultaba mucho mi visión. Volví a caer pero esta vez sobre una criatura conocida, un oso color marron que molesto lanzó un zarpazo, con rapidez lo esquivé cayendo al suelo.
Pensé que ese era mi fin, hasta que lo vi.
El lobo feroz lo atacó con sus dientes afilados en el rostro, cayeron al suelo dando vueltas por el mismo, por desgracia de la vida mi salvador estaba perdiendo esa batalla y no sé, pero sentía que si moría nada de esto acabaría.
Respire hondo y tome una roca grande que yacía bajo mis pies. Con fuerza la arrojé hasta pegarle en la cabeza enorme del oso y verlo caer de espalda.
— ¡Hora de correr my lady! —El lobo tomó mi mano y juntos partimos de ese lugar.
Su mano era tibia, perfecta en esa situación donde el viento empezó a soplar con fuerza un aire frío que me hacía temblar.
—Debemos hallar una cueva, será cálida y acogedora te lo aseguro. —Mire por el rabillo del ojos en la dirección en que el oso cayó desmayado, y le vi levantarse muy furioso.
En ese momento no era el lobo que corría a una velocidad impresionante, sino, yo. Se quedó mirándome sorprendido hasta que escuchó el rugido del oso y sus ojos se abrieron como platos, apresuró el paso preso del pánico.
Había perdido esa batalla. Así que no le parecía divertido volverlo a intentar.
Nos escondimos en una cueva cercana y aguardamos hasta que no seguimos escuchando más rugidos.
—Lamento mucho haberte perseguido, pero de momento me pareció muy gracioso.
El tono lleno de dolor hizo que me diera cuenta de algo.
Era un lobo con sentimientos, ocultos.
Pasamos horas en ese sitio húmedo pero de cierta forma acogedor, sumidos en un silencio cómodo a mi parecer. Hasta que él decidió destruir ese momento.
— Y… ¿Qué te gusta hacer? —suspiré.
Era la pregunta más patética del mundo. ¿No se le pudo ocurrir algo como «quieres salir de aquí«?
Yo habría respondido que sí y ya estaríamos caminando lejos de aquí.
—Pensar en cómo irme de aquí, volver a casa y dormir un poco sin que nadie me ande hablando entre las sombras —Se rió por lo bajo.
—Lo siento, pero debía advertirte. —Fruncí el ceño y le miré.
— ¿Cuánto hace que estás en este lugar? —suspiró.
—Desde hace mucho, caí en este sitio cuando empecé a desear conocer a alguien en especial.
Un trueno resonó y ahogué un grito, apegándome a él.
— ¿Cómo te llamas? —preguntó.
Capté que él trataba de hacer que pensara en otra cosa, para no seguir asustada por la tormenta que parecía molesta.
—Erior… —bajó la voz.— ¿Y tú?
—Ailyn —estuve por darle mi apellido hasta que un trueno cayó cerca de nosotros.
Cuanto desearía estar en casa tomando de mi café caliente y viendo la televisión. Tomé su mano y me acurruque en su pecho. Subía y bajaba con dificultad, el corazón le latía a millón y miraba en otra dirección.
Cerré los ojos, en espera de que la tormenta se marchara hasta caer dormida.
Y, desperté.
Emití un grito en cuanto el líquido caliente del café cayó sobre mis piernas, corrí al baño y limpie con agilidad pero igual se hizo la mancha. Mamá y papá llamaban desde afuera, resignada fui a cambiar mi vestido blanco por unos vaqueros y camisa a cuadros para salir a abrirles la puerta.
Al hacerlo una sonrisa se apoderó de mi rostro.
—Cariño —mamá me abrazó con fuerza. Luego papá y por último mi hermano mayor Luis.
—Traje un amigo de la facultad, por favor haz algo para comer mientras esperamos pase la tormenta frente a la chimenea —Dice Luis bajito en mi oído, para que solo ambos sepamos.
—No. Ve tú y… —Quedé atónita al mirarlo.
Erior estaba allí parado, con una sonrisa enorme y cabello corto.
—Hola, Caperucita.
RESUMEN:
Escondida entre la mente de una chica inocente, se encontraban las respuestas a una vida llena de mentiras.
Ailyn era común o eso se decía… hasta el día de aquella tormenta, que le mostró un juego macabro. Uno que hacía realidad diferentes historias dando giros inesperados en la trama. ¿Eso a que se debía? Solo el lobo feroz lo sabía. O, eso era lo que él decía…
Despertar y no estar en casa, sino, en medio de un bosque o una batalla. Viajando por terrenos ajenos y buscando la manera de salir de allí, sin morir, ganando en cada paso una lucha interna contra sus emociones y posiblemente ¿Amores?
El lobo feroz nunca estaría solo, jamás.
¿Quién fuera esa tormenta querría jugar? O, ¿algo más?
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