Me propuse entenderte.
Sólo cuatro letras diferentes, parecían una simpleza a primera vista.
Jamás imaginé que te presentarías como un enigma tan intrincado. Más aún cuando todo de ti se encuentra manifiesto en un libro.
¿Con cuatro letras, veintitrés tomos? No concebía tal magnitud, pero no abdico, en el desafío está mi esperanza.
En esos textos, las letras se han entrelazado, formando un total de tres mil millones de caracteres escritos. Cuando miré tus hermosos ojos ese día, se abría un mundo pero nunca lo imaginé tan ininteligible.
En tu obra, puedo contar alrededor de veintidós mil párrafos, siempre con esas mismas cuatro letras de tu sucinto abecedario.
Es difícil creer que una complejidad tan vasta exista, advierto que algunos de éstos párrafos están entrelazados, van de la mano, ligados.
Solo leo las letras, pero no tus palabras, ¿qué dices? ¿cómo haces lo que haces? me pude conectar con tu infinita mirada, y te estoy mirando, pero no te entiendo.
Siento que esas letras danzan como espectros ante mi, susurrando secretos que no puedo interpretar.
Un mapa tracé para armar constancia de tus refugios y atisbar tus efímeros instantes, más jamás alcanzó la misma orilla. Cuando mi mente conjetura certeza, caigo presa de tu encanto seductor.
Hago el ejercicio de comparar con otras, en esas sutiles diferencias está la llave, tu definición. A veces creo que, cómo dijo Benedetti, “Te quiero no por quien eres, sino por quien soy cuando estoy contigo.”
Empiezo a entrever que, para reconocer tu sustancia con mayor precisión, debería aguardar y, como algunos recomiendan, conocer a tus nietos. Esta es una idea singular, pero, en verdad, el fabuloso universo se presenta como mi barrio natal frente a la inmensidad y profundidad de tu ser.
Eres magníficamente compleja.
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