—¡Hijo de puta! ¡Cerdo! ¡Te odio! ¡Capullo! ¡Cabrón! ¡Ojalá te mueras! —Como cada mañana, Paula aprovechaba su tirada de entrenamiento para desahogarse y soltar toda la rabia que tenía dentro. Aún no había roto a sudar cuando llegó a las inmediaciones de la laguna. Esa mañana le había costado levantarse para cumplir con la hora de carrera continua que marcaba la planificación. De pronto al llegar al final de la curva interrumpió de golpe su letanía al ver un vehículo de la Guardia Civil en el arcén derecho, justo donde empezaba la zona de monte bajo. Se quitó los cascos y, ya caminando, se dirigió al lugar donde estaban los agentes. Paró su cronómetro. Apenas llevaba quince minutos corriendo y quedaban otros tantos para que amaneciese, sabía que debía seguir con su entrenamiento, pero no podía dejar de satisfacer su curiosidad, al fin y al cabo aquello era algo inusual en los páramos de Castilla. Supuso que se trataba de un accidente, por lo que se acercó con precaución. Siendo niña había visto un coche aplastado por un camión en una carretera, antes de que los equipos de rescate llegasen a socorrer a sus ocupantes, y esa imagen aún la acompañaba. No le apetecía ser testigo de algo así de nuevo, pero el morbo pudo más.

Al acercarse las conversaciones cesaron y varias cabezas se volvieron hacia ella. Enseguida uno de los guardias civiles se le acercó para preguntarle qué hacía allí. No parecía haber ningún coche accidentado, ni tampoco una zona acordonada, como había esperado ver. Su mente aún estaba elucubrando sobre qué era lo que había pasado cuando una cara conocida se unió al agente. Era Marcos, el hermano mayor de Alba, una de sus amigas del pueblo. Paula se notó enrojecer cuando él la saludó con esa amplia sonrisa que le caracterizaba y que tanto resaltaba en su rostro moreno. Había pasado más de una década desde que se vieran por última vez y a decir verdad, nunca habían hablado mucho, él era simplemente el hermano mayor de una de sus mejores amigas de la infancia.

—Ha aparecido una chica muerta en el borde de la laguna —dijo Marcos.

—Vaya, ¿del pueblo?

—No sé decirte. Aún no ha llegado el perito, así que no nos hemos acercado mucho. La encontró Goyo cuando salió con las ovejas y me llamó a mí primero. Por la ropa me parece una de esas que hace el Camino de Santiago.

En ese momento sonó el teléfono del agente que se había acercado primero, quien corrió a la carretera para hacer señas a un vehículo que se aproximaba.

—Te dejo, ahí vienen los técnicos. Es mejor que no te quedes por aquí. ¿Estás en casa de tu abuela? Si quieres luego me acerco y hablamos, ¿vale?

Paula asintió. Sentía que se había quedado fría, sin duda afectada por la noticia, por lo que dudaba entre retomar el entrenamiento o volverse a casa, pero finalmente el sentido del deber prevaleció. Eso y que no quería quedar como una cobarde que corre a esconderse a casa delante de Marcos.

Había llegado al pueblo hacía dos noches, coincidiendo con la luna llena de octubre, que había sido como un faro todo el camino desde Madrid. Dejó el coche en las afueras, en lo que en otro tiempo había sido el corral de las ovejas de su abuelo materno. Le costó mucho no hacer ruido al abrir las oxidadas puertas y a cada momento esperaba ver cómo se encendían las luces en alguna de las casas cercanas. Aparcó en el rincón más alejado de la entrada y cubrió el vehículo con un plástico para que no fuese visible a primera vista, aunque bien sabía que su tío lo notaría en cuanto entrase.

No había avisado a nadie de su llegada con el propósito de pasar desapercibida dos o tres días, los necesarios para poder llorar, desahogarse y dormir antes de retomar el rumbo, su rumbo. Si algo aprendió después de que Diego desapareciese de su vida fue que el peor momento no es cuando uno se deja caer llorando desconsoladamente sobre el plato de la ducha mientras el agua cae mezclándose con las lágrimas. El momento realmente patético llega al darse cuenta de que se hace tarde y tiene que levantarse, cerrar el grifo y seguir con su vida. Y lo que más difícil resultaba era precisamente eso, seguir con la vida.

En algún lugar había leído que la melancolía hace aflorar la creatividad, que atravesar por momentos de tristeza es algo inevitable e indispensable para seguir adelante. Había incluso estudios que afirmaban que sentirse melancólico es parte esencial de lo que significa ser humano y necesario para alcanzar la sabiduría, para crear y generar nuevas formas de conocimiento. Paula se habría conformado con tener la capacidad de poner en palabras todo lo que sentía y habérselo hecho llegar a Diego junto con la caja de cosas que le envió apenas cuatro meses atrás a su oficina. Puede que eso le hubiese servido para desahogarse, para sentirse mejor, pero era incapaz. Hubiera deseado saber dibujar, poder plasmar en una hoja la negrura de los sentimientos que albergaba su corazón, pero por más que lo había intentado, su sentido estético estaba menos desarrollado que el de un buzón.

Así que había optado por sudar su ira y toda la rabia que tenía dentro. Llevaba tres meses preparándose para correr el maratón de Oporto, para el que apenas quedaban cuatro semanas. Había pedido una excedencia, alquilado su piso de Madrid y después de la carrera tenía pensado pasar los meses siguientes viajando y pensando acerca de quién era y lo que le gustaría hacer, si no el resto de su vida al menos a medio plazo. Calculaba que, si controlaba los gastos, sus ahorros le durarían al menos seis meses.

Las nubes cubrieron de pronto el sol y el cambio de luz la sacó de su ensueño. Sonrió al darse cuenta de que, ensimismada como estaba por la aparición del cadáver, era la primera vez en tres meses que no había completado el entrenamiento gritando improperios contra Diego para no pensar en su abandono y no compadecerse de sí misma. Irse al pueblo también había sido una forma de desconectar de las redes sociales, el teléfono y, sobre todo, WhatsApp. Pero aún a sabiendas de que no había cobertura en prácticamente la mitad de la localidad, no podía evitar mirar el móvil cada diez minutos para comprobar que no había recibido un mensaje con un «¿estás llamable?». Paula había llegado al pueblo con una pequeña maleta, pero cargada de desolación y tristeza, sumida en la más profunda decepción. La desaparición de Diego, la persona más importante en su vida, había supuesto un verdadero shock del que aún no era verdaderamente consciente. Esa persona con la que hablaba a diario, casi a todas horas, de repente había desaparecido, mejor dicho, la había abandonado.

«You know nothing, Jon Snow», fue uno de sus últimos mensajes. En su ingenuidad Paula pensó que Diego le decía que la quería. En realidad se estaba despidiendo. Era su cobarde forma de decir adiós. Nunca antes había oído hablar del ghosting, pero según el artículo de la revista en la que leyó sobre ello por primera vez era algo cada vez más habitual en las relaciones surgidas a través de las redes sociales y portales de contactos. Con la misma rapidez con la que conoces a alguien, ese alguien desaparece, sin dejar rastro, para siempre. En la revista se afirmaba que desaparecer de esa forma también afecta a la persona que toma la decisión. Pero Paula sabía que eso no era verdad. No en su caso. «¿Qué prefieres, queso con membrillo todas las noches o caviar de vez en cuando?». Paula sabía que se había convertido en el queso de cada noche, queso a secas, sin siquiera membrillo.

Desde la muerte de su abuelo la casa familiar estaba vacía la práctica totalidad del año, por lo que confiaba en que durante al menos un tiempo estaría en disposición de disfrutar de la tranquila vida rural. Esa había sido su idea de partida. Paula estaba almorzando en el patio mientras daba vueltas a cómo la aparición del cadáver podía afectar sus planes, cuando apareció Marcos. De nuevo esa sonrisa franca, limpia, casi infantil. Tuvo que pedirle tres veces que se sentase con ella a la mesa, parecía incómodo, como cohibido.

—¿Quieres una cerveza? O un vaso de agua… es lo único que puedo ofrecerte.

—No, gracias, tengo prisa, tengo que volver a… —Marcos miró por encima de su hombro como refiriéndose con pesar a un lugar que ambos sabían, pero que en realidad ella ignoraba.

—¿Y bien?

—Pues no puedo contarte mucho. Goyo dice que los perros empezaron a ladrar y que al principio no le dio importancia porque pensó que habían olido el rastro de algún corzo o incluso un lobo, pero que luego, cuando les llamó y no acudían fue a mirar. Y allí estaba la chica, como desmadejada, con una bolsa cubriéndole la cabeza. Enseguida se dio cuenta de que estaba muerta. El técnico que ha ido a recoger pruebas estaba que trinaba porque los perros, y el propio Goyo, habían ensuciado «su escenario del crimen» —se mofó Marcos—, ni que fuese del CSI.

—Pero entonces la chica, ¿es una peregrina?

—Pues eso parece, pero es que no lleva ni documentación ni móvil ni nada que dé pistas sobre quién es. Lo raro es que se desviase tanto del camino, casi seis kilómetros.

—Bueno, en verano es habitual ver peregrinos perdidos por aquí, creyendo que van en dirección a Terradillos.

—Mujer, eso era antes, cómo se nota que ya no vienes. Ahora con los GPS de los móviles has de ser muy torpe para perderte por aquí. Bueno, o ser mujer, claro. —Paula miró estupefacta a Marcos, a quien se le atragantó la risa y continuó con tono serio—: Al parecer la asfixiaron.

—Joder, vaya forma de morir.

—Y tú, ¿qué haces aquí? Hacía tiempo que no se te veía.

Paula se levantó y empezó a recoger los restos de su almuerzo. No quería responder a esa pregunta, aún no había decidido qué decir. En ese momento sonó una bocina en la plaza de la Iglesia.

—¿Es el panadero?

—El de la fruta —dijo Marcos mirando su reloj—. El del pan llega sobre las dos. Me voy entonces, que se me hace tarde.

Marcos se fue y Paula salió a la plaza. En torno al camión se agolpaban ya varias mujeres que a todas luces estaban hablando de la aparición del cadáver en la laguna. El frutero aprovechaba la algarabía para instigarlas a que comprasen más, y funcionaba, tan absortas en la noticia como estaban. Esta vez no le hizo falta recurrir al repertorio de halagos y piropos habitual para bajar sus defensas. Desde los inmigrantes hasta los «obsesos sexuales», pasando por los maltratadores de mujeres e incluso los lobos, cada una de ellas tenía una hipótesis más descabellada que la anterior. El crimen, al menos, sirvió para que la presencia de Paula pasase desapercibida.

La noticia del hallazgo del cadáver estaba ya en boca de todo el pueblo esa tarde y como si fuese un día de fiesta, la encargada del teleclub abrió el establecimiento, a sabiendas de que no trabajaría en balde. Desde hacía varios años, las condiciones establecidas en la concesión municipal recogían como apertura obligatoria los sábados y domingos de todo el año, así como las tardes durante los meses de julio y agosto, por lo que siendo un lunes de octubre no estaba obligada a abrir. Cuando Paula pasó por delante vio a Marcos en la puerta, rodeado de hombres preguntándole sobre la investigación.

—Venga, Marquitos, no te hagas el interesante que tú no eres más que un forestal, lo tuyo es apatrullar los bosques. —Muchas risas siguieron al comentario y Marcos, viendo que Paula lo miraba las dejó atrás y se acercó a ella.

—¿Damos un paseo?

—¿Hay novedades?

—Unas pocas.

—Entonces sí. Pero antes, ¿a qué se referían los del bar con lo de «forestal»?

Marcos le explicó que, aunque agente de la Guardia Civil, pertenecía al SEPRONA, el servicio de protección de la naturaleza, cuestión que suscitaba habituales burlas por parte de muchos de los hombres del pueblo que consideraban que eso no era ser guardia civil.

—Así que es verdad que apatrullas bosques —dijo Paula sin tratar de disimular una carcajada.

—Bueno, la verdad es que bregar con los furtivos, que son gente que va armada, no lo olvides, no es un juego de niños.

—Tienes razón, lo siento. ¿Y qué sabemos de la investigación?

—Resulta que el suboficial encargado que han enviado desde Valladolid, Alfredo Fajardo, estudió conmigo en la academia. Dice que todos los indicios apuntan a un crimen de índole sexual. Supongo que la tía se haría la estrecha y…

—¿Perdona? ¿A qué te refieres con eso de que se haría la estrecha? —Paula había olvidado el machismo imperante en la mayor parte de la España rural, que ni siquiera se molestaban en disimular como ocurría en las ciudades—. ¿Me estás diciendo que si se hubiese dejado violar no habría pasado nada?

—Bueno, joder, ya sabes a qué me refiero.

Pero no, no sabía a lo que se refería. A Paula le costaba conectar la imagen idealizada que tenía de Marcos, forjada en su infancia y primera juventud, con la realidad que ahora se encontraba de adulta. En su recuerdo, Marcos era un chico alto, de cuerpo atlético, con una sonrisa deslumbrante y unos grandes ojos azules. Un joven solitario a quien se podía ver siempre con la bicicleta de un lado para otro. Marcos siempre había sido amable con ella y con el resto de las amigas de su hermana Alba. La realidad que ahora tenía delante le mostraba al típico solterón de la zona, un hombre que sin dejar de ser cortés en las formas, cada vez que hablaba dejaba aflorar la educación machista de la que se había embebido desde su nacimiento. En otro contexto, Paula y Marcos no habrían compartido un paseo, aunque quizá sí una conversación en la barra de un bar porque la verdad era que Marcos, con su mirada directa, sin artificios, su piel curtida por el sol y el viento y sus incipientes arrugas alrededor de los ojos, le resultaba muy atractivo. Paula reconocía, no sin cierto sonrojo, que sus sentimientos hacia Marcos eran algo casi primitivo. Y ella no se caracterizaba por ser una mujer que se dejase llevar por sus instintos. Por otro lado, se daba cuenta de que tras una larga temporada sin acercarse al pueblo, a Paula le había chocado reencontrarse con una realidad que le resultaba familiar y extraña a un tiempo. Era como si nada ni nadie hubiese evolucionado en más de tres décadas.

—Entonces, ¿crees que ha sido un crimen de oportunidad, que podía haberle pasado a cualquiera que pasase por allí? —preguntó Paula, con la mente puesta en sus rutinas de entrenamiento diarias.

—No lo sé, Pato. —Paula se estremeció, hacía años que nadie la llamaba así—. Aún no puedo creerme que algo así haya pasado a escasos tres kilómetros de mi casa. ¿Saldrás mañana también a correr?

—Sí, me esperan dos series de cinco kilómetros —respondió Paula tras consultar la planificación en su teléfono móvil. Aún estaba dando vueltas a lo de correr sola tan temprano, quizá sería mejor hacer las series cuando fuese de día y hubiese más tráfico de coches y personas.

—Por cierto, le dije a Alba que estás aquí.

—¿Ah, sí? —dijo Paula tratando inútilmente de simular entusiasmo.

—Se disculpó por no poder acercarse. Los niños, ya sabes. Te envía recuerdos.

—Claro, lo entiendo —dijo, al tiempo que se relajaba.

—Y oye, aún no me has contado qué haces aquí.


SINOPSIS

Paula, madrileña de 35 años, llega al pueblo de su madre, situado en la provincia de Palencia. Su viaje viene propiciado por la crisis existencial en la que se ve sumida tras su último fracaso amoroso. Aunque su primera intención es esconderse en la casa familiar, la aparición en las proximidades de la localidad del cadáver de una persona que hacía el Camino de Santiago, trastoca sus planes. En este contexto, Paula se reencuentra con Marcos, amor platónico de la infancia, que ahora es guardia civil y realiza labores de apoyo a los agentes encargados de llevar a cabo la investigación.

La relación de Paula con Marcos facilita que ella esté al tanto de las vicisitudes del caso. Muchos de los secretos de los vecinos del pueblo salen a la luz y todo ello contribuye a ahondar en su interés por las historias olvidadas como la fuga de su casa de un adolescente más de una década atrás. Paula pronto intuirá que aquel adolescente es en realidad la persona que aparece asesinada, solo que cuando desapareció era un chico de apenas quince años y ahora resulta ser una mujer de casi treinta. Los agentes de la Guardia Civil, que en un principio no toman en serio su descubrimiento, lograrán establecer la identidad real de la víctima y trabajarán en esa dirección para dar con el asesino.

Mientras tanto, en el plano personal, Paula es reticente a iniciar una relación con Marcos, quien no entiende la distancia que ella pone entre ambos a pesar de la evidente atracción que existe entre ellos.

Aunque en un primer momento la investigación se centra en los familiares cercanos de la víctima, las pruebas conducirán a un hombre de casi cincuenta años con quien la víctima mantuvo una relación poco antes de su desaparición.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS