Como en La Habana… ¡pero en Caracas!

Como en La Habana… ¡pero en Caracas!

IMarie Núñez

02/04/2018

1. EN COMA


¡Y no!

¡Y no!

¡Y no nos da la gana!

¡No queremos una Patria parecida a la cubana!

*

¿Sabes cómo es el “sabor” de las bombas lacrimógenas? Es como si comieras pimienta por los ojos y la nariz, pero sin el placer del paladar. Su aroma persiste en el aire a pesar de los fuertes vientos del mes de marzo, hasta 24 y 48 horas después.

*


LEONARDO, Caracas, Venezuela.

17 de febrero de 2014


Llego a mi oficina temprano en la mañana. Prometía ser una semana complicada. Están sucediendo muchas cosas. La represión a las protestas ciudadanas, cada día más frecuentes y multitudinarias, ya tiene varias víctimas. Cada vez hay más bajas.

El líder político Leopoldo López, acusado de «instigación pública, daños a la propiedad en grado de determinador, incendio en grado de determinador y asociación para delinquir», se encuentra en la clandestinidad.

La Fiscalía General ordenó su arresto por los sucesos durante la marcha del Día de la Juventud, realizada el pasado 12 de febrero, donde murió el estudiante de 24 años, Bassil Da Costa. Fue la primera baja del año.

Enciendo mi laptop, que había dejado en la oficina el fin de semana, y voy directo a El Nacional web para revisar los titulares antes de que lleguen los demás y comiencen a sonar los teléfonos.

Entre tantos hay uno que me llama la atención: CICLISTA ARROLLA A FOTÓGRAFA EN PROTESTA DE ALTAMIRA.

Continúo leyendo: «La conocida autora de Gráficas de la resistencia y miembro de la organización Reporteros sin Fronteras, se encuentra en la unidad de terapia intensiva de una clínica del este de la ciudad, aparentemente por sufrir una fractura de cráneo a consecuencia del accidente».

Comienza a sonar el teléfono. Me quedo pensativo.

—Buen día, habla Leo Bianchi. Dígame.

Miro la hora.

—Épale, sí, nos vemos a las diez.

Apago la computadora.

OK, dale. Nos vemos allá en la obra.

Cuelgo el teléfono. Guardo el celular y las llaves en el bolsillo de la chaqueta y salgo de la oficina.

Cruzo la calle para pasar por El Vomero antes de seguir a la estación del metro. Necesito un buen café.

Buongiorno don Giovanni —le digo al dueño, que a sus más de setenta años aún cuela el café con la mística de un barista de alma y corazón.

Buongiorno architetto, come stai? —pregunta el viejo, sin restarle atención a la leche que bate.

Va bene —le contesto. —En camino a una obra.

El viejo inmediatamente me sirve el café. No hace falta pedirlo. Sabe cómo me gusta.

—¿Tienes El Nacional por ahí? —le pregunto.

Giovanni ordena al mozo de la barra que busque el periódico en la caja.

E il tuo padre? —pregunta y me coloca el diario doblado sobre la barra.

La noticia de la fotógrafa está en la primera página.

Bene —le contesto absorto en el periódico, —con los achaques de la edad, —añado para no ser descortés y regreso a la lectura del diario: «Isabelle Beattie, exiliada de la Revolución cubana y nacionalizada venezolana, es una reconocida activista política. La fotógrafa se encuentra hospitalizada en una clínica del este de Caracas. El parte emitido por la junta médica que la trata indica que su estado es reservado y que se encuentra en un coma debido a la lesión sufrida a causa del accidente por arrollamiento. Beattie se encontraba fotografiando la concentración convocada por la oposición venezolana el domingo, 16 de febrero en la Plaza Altamira. Se desconoce quién es el autor del accidente».

Giovanni, que de tantos años de estar detrás de la barra del emblemático café, ha aprendido a leer “al revés” desde el otro lado del mostrador, hace un alto y comenta:

—Ah… ¿viste la noticia? Ella siempre viene a tomarse un café cuando anda por la zona. La semana pasada estuvo aquí después de la concentración que hubo en la Miranda a la altura de La Carlota —dice señalando con un gesto del mentón en dirección a la avenida que queda a pocos metros.

—¿Qué cosa, no? —le contesto absorto en el periódico.

Lo doblo nuevamente sobre la barra y pago mi café.

—Don Giovanni, voy a lavorare. Dele mis saludos a la familia. Me despido del viejo, que tanto me recuerda a mi abuelo, con un sentido apretón de manos.

Ambos llegaron a Venezuela en el mismo vapor. Mi abuelo era un hombre joven de ventiséis años que había dejado atrás a su mujer y a un bebé; Giovanni era un adolescente, cuya familia lo había enviado a él solo a buscar nuevos horizontes y a vivir con los parientes que habían hecho la avanzada hacia América en 1946, después de la guerra. La larga y solitaria travesía los convirtió en amigos. A pesar de la diferencia de edad, fueron muy unidos y mi abuelo había sido como su hermano mayor. Era como de la familia.

Dejo atrás el café favorito y punto de encuentro de los italianos de la ciudad, que tantas tertulias ha presenciado en sus cincuenta años de existencia y camino hacia la estación del metro.

*


ISABELLE, Caracas, Venezuela.

17 de febrero de 2014


Corro, corro.

Me quedo sin aire.

Corro más rápido que cuando escapo jugando al escondite.

Corro, corro. Todavía no veo la casa.

Sé que es para allá. Papi me lo explicó. Por si tenía que regresar sola.

Corro… corro. ¿Por qué Lola no vino conmigo?

Me hubiese acompañado.

Va a anochecer.

No le tengo miedo a la oscuridad, pero a mi mamá no le va a gustar.

No debo pensar en nada sino en correr, para no quitarle fuerza a mis piernas.

Eso dice Tata cuando practicamos al escondite.

Debo llegar rápido.

Tengo que buscar a mi mamá.

—¡Mami! ¡Mami!

Oigo los ladridos de Lola a lo lejos.

—!Mami! ¡Mami!

Ya veo la cancha de tenis rodeada de los campos de arroz.

Corro, corro.

Escucho más cerca los ladridos de Lola.

Lola viene a mi encuentro.

Corre a mi lado.

Qué bueno, si me caigo me ayudará, como cuando jugamos al escondite.

¡Mami! ¡Mami!

Está parada en la puerta de la casa.

La abrazo por las piernas.

—¿Y tu papá?

—Un hombre malo le disparó como en las películas de vaqueros.

—¿Dónde está?

—En el jeep, en la pista.

Trato de despertar de este sueño profundo que me sume en la oscuridad.

Que me hace vivir otras vidas.

Pero no despierto.

Pareciera estar en otro tiempo.

«¿Hija, tú recuerdas ese episodio?».

«Mami, …lo estoy recordando».

«Tu papá no murió. Tú lo habías acompañado en el jeep a la pista porque una avioneta necesitaba aterrizar de emergencia. Tenías cinco años; Fidel ya tenía dos en la Sierra Maestra. Estábamos en plena zafra».

*


LUCÍA, Media Luna, Cuba.

Abril de 1958


Ya habían sucedido algunos incidentes en la pista de aterrizaje del ingenio. El ejército de Batista la quería como puesto militar y los fidelistas por su cercanía a la Sierra Maestra.

Media Luna era el único de los centrales azucareros de la costa oriental que nunca dejó de moler. Los demás no tenían caña porque los milicianos habían quemado las siembras. Irónicamente, fue la zafra más grande en muchos años… y una de las últimas.

Los pagos a las colonias por la compra de la caña ya había que hacerlos personalmente en efectivo, lo cual era arriesgado. Las emboscadas de los milicianos fidelistas que requerían de fondos para financiar sus operaciones eran cada vez más frecuentes. Cada día la situación empeoraba y nuestra vida se volvía más peligrosa, pero en el 58 la zafra se cumplió, a costa de todos los riesgos y de nuestra seguridad personal.

Habíamos decidido cerrar la pista de aterrizaje cuando nuestras avionetas no estuvieran en vuelo. Esa tarde, oímos un avión dando vueltas volando muy bajo. Era abril y se aproximaba una fuerte tormenta. Pensábamos que estaba en apuros y tu papá salió hacia la pista, suponiendo que necesitaba hacer un aterrizaje de emergencia. Salió de la casa y tú lo seguiste. Te llevó con él.

Fue hasta la pista, abrió el portón y sacó a los caballos, que se guardaban allí para impedir los aterrizajes no autorizados. Estacionó al final de la pista y se bajó. Tú estabas dentro del jeep. Del avión descendió un militar armado, caminó hacia él y le preguntó:

—¿Qué hace usted aquí?

—Eso mismo le pregunto yo a usted, —le contestó tu papá.

El militar le apuntó y disparó. Él esquivó el tiro y la bala solo le rozó el hombro. En ese momento tú saliste corriendo hacia la casa. El militar nunca te vio. Llegaste gritando «a mi papá lo mataron». No creo que tuvieran la intención de matarlo, solo de asustarlo. No estaba mal herido pero sí se lo llevaron detenido.

Después él me contó que en el avión trasladaban a un preso político. Tenían la intención de matarlo en Media Luna, pero al ver a tu padre, tuvieron la inteligencia de no ejecutarlo.

Cuando tu papá vio descender del avión a los demás militares batistianos y al prisionero, en el acto se dio cuenta de lo que sucedía. Reconoció al detenido. Era uno de los contactos de Celia Sánchez en la zona, infiltrado de la revolución. Amigo nuestro, era el médico del vecino Central Pilón. Celia también había nacido en Media Luna; era la hija de un conocido odontólogo y fue un apoyo determinante para Fidel en la Sierra Maestra.

Obligaron a tu papá a manejar hacia el cuartel. Iban tres militares y el médico. Y como la vida está hecha de tragedias y comedias, la llegada fue muy graciosa.

Los guardias conocían a tu papá desde que era un niño. La familia Beattie Brooks, que había sido el motor del crecimiento de la región desde la fundación del central azucarero en 1876, empleaba a una buena parte de la población del pueblo en sus distintas actividades comerciales. Al verlo entrar uno de ellos le dijo: «Gonzalito, ya nunca vienes por aquí. ¡Qué bueno verte!». Tu papá le contestó: «Vengo preso y no sólo me traen detenido, sino que además me dieron un tiro». Y le mostró el hombro ensangrentado.

Confundido, el militar que lo había arrestado, dio instrucciones para que llamaran al hacendado dueño del ingenio ordenando que se apersonara para identificar al detenido. De lo contrario, aseguraba, no saldría de allí.

Tu papá dio media vuelta y salió caminando del cuartel ante la mirada estupefacta del militar, quien preguntó perplejo: «¿Quién es?». El comandante del cuartel, riendo le contestó: «Es el dueño del ingenio Isabel B de Media Luna, Gonzalo Núñez Beattie». El militar, ante la mirada burlona de los otros oficiales que se encontraban allí, solo llegó a articular «Caramba, es muy joven, no tiene tipo de dueño de ingenio».

Solo tenía 35 años.

Al darse cuenta de que había salvado una vida, antes de salir del cuartel, advirtió: «Avisaremos al ingenio para que informen al Colegio Médico que el doctor se encuentra detenido en Media Luna y que será trasladado a Manzanillo».

Así actuábamos, sin rencor con los adversarios políticos.

*

LEONARDO, Caracas, Venezuela.

18 de febrero de 2014


Regresamos caminando de la marcha. Leopoldo se entregó.

Había llamado a una concentración para que lo acompañáramos caminando hasta cierto punto desde donde seguiría solo para hacer llegar un documento al Ministro del Interior, pero en realidad pensaba entregarse.

La noche antes había pronunciado un discurso desde la clandestinidad, a través de las redes sociales, en el cual afirmaba que «hay que construir una salida pacífica, dentro de la constitución, pero en la calle. Ya no nos quedan en Venezuela medios libres para poder expresarnos y si los medios callan, debemos ir a las calles. Si mi encarcelamiento permite a Venezuela despertar definitivamente, valdrá la pena».

Me separo del grupo y bajo desde la Avenida Miranda hacia Campo Claro, rumbo a mi oficina. Son las cuatro de la tarde, no he comido, tengo que revisar unos planos y no he trabajado en todo el día. Me desvío hacia El Vomero para comer algo antes de seguir.

La cafetera la atiende Anna, la hija de Giovanni, a quien el padre quiere enseñar para que algún día lo sustituya en el negocio. La verdad es que Anna prepara unos cafés fantásticos y además es bella. A mí me gustan más que los de Giovanni. Tienen “alquimia de mujer”.

—¡Anna, Anna! Por fin te dejan la caffettiera para que me puedas preparar un café. Un marrón, por favor, grande. ¿Cómo estas, Anna?

—¿Qué tal, Leo? …días sin verte. ¿Vienes de la marcha?

—Sí, de allá vengo. ¿Tienes canilla fresca? Con salami y tomate, por favor, —pido mientras Anna prepara mi café.

—¿Y qué se dice? —pregunta poniéndolo sobre la barra.

—Pues Leopoldo se entregó a la Guardia Nacional. Dicen que un “chivo rojo” lo recibió en una camioneta negra. Pero, no he escuchado las noticias.

—Maduro dijo en cadena nacional hace unos momentos que: «la oposición quiere que Estados Unidos intervenga el país». Declaró persona non grata a tres funcionarios de la embajada americana por «conspirar» y los expulsó.

—¿Y qué más? —pregunto.

—Dice que hay sectores de la oposición que quieren asesinar a Leopoldo López y culpar al Gobierno para propiciar un estallido en el país. Parece que anoche unos tipos vestidos con uniformes del servicio de inteligencia fueron a buscarlo a la casa de sus padres. Maduro aseguró que son agentes falsos, que no pertenecen a ningún cuerpo de seguridad del Estado. Ahora quieren dársela de que lo están protegiendo. ¡Esos cubanos son unos bárbaros “montando ollas”!

Llega mi pan canilla y escucho a Anna mientras comenta, molesta, que quieren culpar a Leopoldo por las tres muertes del 12 de febrero, y como instigador por no pedir permiso para que la marcha entrara al Municipio Libertador, territorio chavista al cual la oposición tiene prohibido pasar. La ciudad está convertida en un gueto, con cada bando ocupando su territorio: la oposición en el este y la revolución en el oeste.

—Oye Leo, ¿este año fuiste a la Vuelta al Táchira? —pregunta Anna cambiando el tema.

—No, las carreteras están muy peligrosas para ir a San Cristóbal. Los «gochos» tienen protestas y barricadas por todas partes en los Andes y están militarizando la zona. ¡Qué va! A lo mejor voy a la vuelta del Deportivo Boyacá en Colombia durante el mes de septiembre. Me voy en avión y me llevo la bicicleta por carga. Vamos a ver.

—Sí, las carreteras están peligrosas, pero es por el hampa, no por los «gochos». Después que mataron a Mónica Spears en la vía de Carabobo hay que andar con mucho cuidado —replica Anna, refiriéndose a la ex Miss Venezuela y modelo internacional asesinada junto a su exmarido y frente a su hija de 6 años, en un atraco cometido durante las vacaciones de diciembre. Habían venido a Venezuela a visitar a la familia durante la Navidad y regresaban hacia Caracas desde las playas de Falcón.

—Sí, hay que viajar en caravana —contesto y asiento con un gesto.

—¿Y tu hermano? —pregunta Anna, cambiando nuevamente el tema.

—Bien, supongo, tengo días que no lo veo. Ya sabes, caminamos por aceras del lado opuesto de la calle. A veces coincidimos por asuntos familiares en la casa de los viejos… como dos peatones que se encuentran en el cruce de una esquina.

—¿Ya no estás en la empresa?

—No, monté tienda aparte. Me quedé con el edificio viejo de la compañía e instalé mi estudio de arquitectura ahí. Solo pertenezco a la Junta Directiva porque tengo mis acciones. Pero no me involucro en las operaciones. Ando en otra onda.

Me quedo en silencio.

—¿Y tu hermana Francesca? —pregunta Anna.

—Francesca se fue a Milán con sus hijos. Los morochos se graduaron de bachillerato este año que pasó. Estaban por entrar a la universidad pero la familia decidió que era mejor que estudiaran afuera. Francesca, adaptándose, y viendo a ver qué negocio puede inventar por allá. No es fácil. Uno se acostumbra a este país y cuesta dejarlo —contesto con nostalgia, pues realmente extraño a mi hermana y a mis sobrinos. —Está muy peligrosa la situación para los muchachos. Entre la inseguridad y la política… no sé cuál es peor.

—Así es, Leo. La cosa no está nada fácil.

—Por cierto… ¿se ha sabido algo más de la fotógrafa que tuvo el accidente con un ciclista en la concentración de Altamira la semana pasada?

—Sigue en coma. Parece que está en la Clínica Metropolitana —contesta Anna.


SINÓPSIS

Como en La Habana… ¡pero en Caracas!

Narrada en primera persona en la voz de cada uno de sus tres personajes principales, Como en La Habana… ¡pero en Caracas!, es la historia de una fotógrafa y periodista, exiliada política de la Revolución cubana, quien vive la misma experiencia de sus padres, atrapada en los acontecimientos de otra revolución comunista; esta vez en el siglo XXI, la del socialismo de Hugo Chávez en Venezuela.

Isabelle, negada a aceptar un segundo exilio y otra emigración, se convierte en activista política y vive en carne propia aquello de lo cual su familia huyó en el siglo pasado.

Sumida en un coma, ocasionado por un grave accidente sufrido durante la cobertura fotográfica de una manifestación política, Isabelle regresa a sus vidas pasadas y establece contacto con Lucía, su madre fallecida hace pocos años.

Leonardo, un reconocido arquitecto y ciclista profesional, al descubrir que es el causante del accidente, se siente responsable, acude a apoyarla y establece una singular relación con la periodista.

Isabelle, que quiere finalizar con el karma familiar de la pérdida de la patria, el desarraigo y el exilio, se niega a abandonar la «patria adoptada». Es así, como inicia una lucha por mantener un juego de equilibrio entre su verdad y sus principios y la difícil supervivencia en una sociedad cada vez más corrupta, convulsa y peligrosa en el momento más oscuro de una nación que lucha por su luz y su libertad.

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