La rutina de todos los días, levantarse a las 6, tomar un baño, elegir la ropa que iba a vestir. Un pantalón de casimir, una blusa y su abrigo por si afuera hacía frío. Tomaba su bolso, se preparaba un café y rauda se dirigía hacia su trabajo.
Llegaba con aquella alegría que la caracterizaba, saludaba a todos y se disponía a ir hacia su escritorio a organizar las órdenes del día. No había nadie más eficiente e inteligente que Inés, la que, mientras cantaba realizaba su trabajo frente al computador con rapidez.
Era la envidia de aquellas tildadas de inútiles; quienes intentaban ensuciar la reputación de Inés; inventando romances con cualquiera que se le acercara y ocultando documentos, para que la despidieran. Pero no pudieron con ella.
Su personalidad era distinta a la de los demás, era como una máquina, laboraba sin descanso y apenas se desocupaba, ayudaba a los demás.
Ya cuando era hora de salir, de sus labios se oía un suspiro de alivio, pues ya podía ir a casa a descansar.
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