La noche aprisionó con garras huesudas la casa de los Miller. Un silencio sepulcral se alojaba en las paredes, ni siquiera los animales nocturnos eran lo suficientemente osados para entontar sus proverbiales melodías. La habitación de huéspedes estaba sumida en una penumbra inquietante, era seca y rancia, como un pedazo de madera podrida.

—Le notifiqué al vaticano sobre este caso y envié las pruebas que recolectamos. También añadí que era urgente su consentimiento para realizar un exorcismo, aunque realmente espero que no tengamos que recurrir a eso.

El cuerpo de Mallory se desplomó sobre la cama que compartiría con Oliver. A pesar de siempre mostrar un semblante serio frente a los afectados, solía bajar la guardia cuando no había nadie que le estuviera mirando. Aunque había excepciones, claro, su hermano era uno de esos casos. Sabía que él podía entenderla, no solo por el hecho de compartir el mismo ADN, sino también por todas las caóticas experiencias que habían vivido. A ambos los unía ese lazo de compresión que nadie más podría igualar.

—¿En verdad crees que se trate de uno de esos demonios? —la demonólogo continuó con sus cavilaciones—. Si estás en lo correcto, entonces…

No terminó la oración. De un momento a otro, una masa amorfa se removió debajo de las sábanas, como si fuera una criatura rastrera. Mallory saltó de la cama rápidamente mientras los dos pares de ojos se clavaban en aquella desconocida criatura, pero desapareció antes de que pudieran reaccionar. En el siguiente instante, la cobija salió disparada contra la pared por una fuerza invisible demasiado violenta. Sus músculos se tensaron y agudizaron los sentidos, atentos a cualquier movimiento.

Crack.

La puerta del armario crujió de una forma aterradoramente lenta hasta abrirse a la mitad. Mallory miró el tenebroso hueco lleno de oscuridad sin poder exhalar, parecía que era una invitación para extraviarse en las lenguas infernales de lo macabro.

—¡Paula!

El grito desgarrador del señor Miller le heló hasta los huesos e interrumpió su ensimismamiento con la oscuridad. Sus ojos se fijaron en Oliver con una expresión resuelta, ambos sabían lo que debían de hacer. En un dos por tres salieron por la puerta y de prisa se encaminaron a la habitación de los esposos, listos para enfrentar cualquier peligro.

Lo primero que Oliver vio al entrar a la habitación fue al señor Miller reculado contra la pared, tenía la boca abierta del horror y por su frente bailaban gruesas perlas de sudor. Sus ojos se encontraban fijos sobre la cama donde yacía su esposa. Pero había algo extraño en ella. De igual forma, sus ojos y boca estaban abiertos, sin embargo, parecía estar hecha de piedra. No se movía, ni siquiera por el ritmo de su respiración agitada y su piel había perdido color hasta adquirir un tono cenizo de marfil. Fue en ese momento que una sombra negruzca comenzó a salir, o más bien a entrar al cuerpo de la señora.

—No me jodas, maldito infeliz —escupió Oliver enfurecido.

Volteó a mirar a su hermana, quién también había presenciado todo. Y como siempre, ese intercambio de miradas fue suficiente para que sus mentes supieran qué hacer a continuación.

Rápidamente, Mallory se colocó al lado de la cama y sacó de su pecho una medalla en forma de cruz. La apretó con fuerza entre su mano y en seguida comenzó a pronunciar un exorcismo en latín.

Exorcizamus te, omnis immundus spiritus, omnis satanica potestas, omnis incursio infernalis adversarii…

Mientras tanto, Oliver se había acomodado encima de la cama, junto a la señora. Le tomó de la mano y cerró los ojos.

—¡Vamos, Paula! ¡No te rindas! ¡Eres más fuerte que él! —le gritaba.

Sabía que las almas humanas quedaban perdidas dentro de su propia conciencia cuando un demonio poseía sus cuerpos. Sin embargo, Baku aún no estaba fusionado del todo con Paula, por lo que había esperanza. Así que continuaba gritando, llamando al espíritu de Paula para que regresara con ellos, pero ella sola tenía que encontrar la salida.

—¡Tú puedes! ¡Solo sigue mi voz!

En ese momento, los ojos de Oliver se pusieron en blanco, y con una fuerza iracunda, salió despedido contra la pared, haciendo que finísimos polvos descendieran del techo.

—Estoy aquí… —La señora regresó al plano de los vivos en un jadeo estremecedor. Sus ojos abiertos como platos miraban en todas direcciones, tratando de ubicarse en la realidad.

Mientras el señor Miller acudía al encuentro con su esposa, los hermanos Winchester se recuperaban del impacto físico y emocional; Oliver sentía que un sinfín de agujas le perforaban el cuerpo en cada respiración, y por su parte, Mallory no dejaba de escuchar el sonido de los huesos de su hermano crujiendo con inquietante fragilidad.

—Esto no puede esperar más —declaró Oliver, aferrándose a su hermana—. Tengo que ir al más allá para acabar con ese demonio, pero necesitaré tu ayuda, Mal.

—¿Qué es lo que debo hacer? —Mallory preguntó sin titubear.

Oliver se limitó a guardar silencio, como si su boca fuera una alcancía para encasillar palabras contritas. Al observar la reacción de su hermano, Mallory supo que no sería nada agradable.

—Me acompañarás al plano de los muertos.

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