La consciencia universal

La consciencia universal

Alex Bossi

15/09/2023

El olor a alcohol y desinfectantes estaban presentes en aquella habitación de hospital, aunque ella no lo sentía, ya que el virus había atacado a sus receptores nasales junto a otros sitios del organismo. La cama era blanca y metálica con el respaldo inclinado, mientras la televisión solo reflejaba el rostro de la débil y enferma joven. Pétalo no quería morir, pues nadie quiere algo distinto al ser, nadie quiere ser algo que no le de indicios de que se exista después de que el corazón deje de palpitar.

Tucum… Tucum… Tucum… Otro latido de resistencia, de desafío a la inexistencia.

Había cumplido veintiuno hace dos semanas, cuando todavía estaba fuerte y llena de vitalidad, sin haber previsto que la tragedia podía llegar a una edad tan temprana. Siempre estaba consciente de su propia fragilidad, dada por el mero hecho de ser una humana, un sistema desbordantemente complejo que como todo mecanismo avanzado, una falla podría ser suficiente para desarmarlo, volverlo irreconocible o carente de identidad. Estaba consciente de que por el hecho de ser, podía no ser.

No ser… dormir sin despertar. Esa cuestión era sometida en su mente siempre que pensaba en lo cerca que la muerte estaba del género humano, pudiendo estar en el mero acto de subir una escalera, en un choque automovilístico, en el comienzo de una pelea o en una falla incontrolable del cuerpo. La muerte está mucho más cerca de lo que se puede imaginar, y está en todos lados, tocándonos el hombro.

Tucum… Tucum… Tucum…

A Pétalo le maravillaban los colores. Cuando los miraba le decía a su madre: “Mamá, mira, el rojo de aquél cuadro en realidad no es rojo, en realidad es tu ojo el que crea el color. Lo que recibes es radiación con una cierta intensidad que la vista lo percibe como rojo”, y la madre se reía, pero no era una risa malintencionada, mas bien era añorable dada la pasión con la que su hija relataba.

Le maravillaba el tiempo, porque cuando pasaba un momento de disfrute parecía que el reloj pasase más rápido. Sin en cambio, cuando se sentía triste daba la sensación de que las agujas giraban mas lentamente. También solía contarle a su madre estas experiencias y ella le respondía: “Tal vez estar triste no sea tan malo después de todo, te vuelves mas longevo”.

Le maravillaba el espacio en el que existen las cosas y esos objetos en si, ya que escuchaba de otras personas algunos relatos de como al consumir distintas sustancias, las formas, los tamaños y el mismo espacio eran distorsionados. Un cuadrado dejaba de ser un cuadrado, ya que con la percepción alterada las formas podían adoptar características distintas que al estar sobrio. Las distancias también podían percibirse diferentes, al igual que el tamaño de las cosas.

Le maravillaba ser humana, pues sentir todo aquello era inefable: el experimentar, el percibir y el ser consciente. “Que hermoso estar vivo” decía siempre, pero ahora se estaba muriendo, el virus se había extendido por todo el cuerpo.

Ser humana… lo único que la muchacha conocía. Nada antes y nada después. ¿Nada después? Nunca estuvo segura, no había forma de acceder a ello, no había forma de buscar respuesta a algo que siquiera se podía definir con claridad: El hecho de ser consciente. El no solo estar vivo, sino el saber que se está vivo. No como una lombriz que opera, sino como un humano, que además de operar, sabe que opera.

Tucum… Tucum… Tucum… Otro latido ante la muerte que golpea pero que no logra aún penetrar.

La consciencia de tener una experiencia subjetiva; los colores, el tiempo, el espacio, el amor. La emoción le hacía maravillarse por esa experiencia tan sublime e inexplicable, pero cuando la emoción cesaba, tenia la pregunta de como podría ser la realidad mas allá de sus sentires y percepciones. Pensaba en el rojo, pensaba en lo que producía el rojo, el origen del rojo, pensaba en esa onda de radiación que hacia que vea el rojo. ¿Cómo era esa onda? ¿Podía ser perceptible si uno no era una mente con una experiencia limitada por sus sentidos? ¿Existe o seria capaz de existir una forma de acceder al universo tal cual es? ¿El tiempo seria tiempo sin ente? ¿El espacio seria espacio sin ente? ¿La materia seria materia sin ente?

Tucum… Tucum… Tucum…

La muerte, inaccesible por lo ajena que es a la vida. La muerte, antagonista de tantos relatos. La muerte, cuando el cuerpo se pudre y esa es la única certeza. La muerte, cuando el cerebro se apaga y el tiempo, el espacio y los colores alcanzan el completo desorden, esparciéndose en forma de materia, en simples combinaciones químicas irreconocibles. Pero la consciencia… ¿Cómo explicarla? ¿Qué es siquiera ser consciente? ¿Como puede producir consciencia la materia? ¿Es material? ¿O es acaso inmaterial?

Tucum… Tucum… Tucum…

Pétalo abrió sus ojos, débiles.

—Estoy muriendo —Dijo mientras lo miraba con ojos profundamente tranquilos.

Su pareja, Jadé, negaba con la cabeza con movimientos lentos, acariciándole a su amada la mano indefensa, con ojos lagrimosos y un temblor de labios toscamente camuflado.

—Estoy débil —Volvió a decir la muchacha—, pero estoy en paz. ¿No crees que hay peores formas de morir?

El joven no podía hacer más que ofrecer todo el amor que habitaba en él, hasta la última partícula de afecto puro.

—Somos inmortales, mi Pétalo. Estar contigo es no morir, es este momento existiendo para siempre.

Pétalo le sonrió con emoción. —Quiero escuchar tu versión de alguna de nuestros viajes.

Jadé acarició su cachete. —Está bien, déjame pensar…. —Miró hacia abajo y luego largó una leve risa— Lo tengo —Pétalo sonrió mientras cerraba sus ojos.

—¿Te acuerdas de la carpa en el bosque, alado de esa madriguera? Llegamos esa tarde, temprano. Yo estaba muy feliz, nunca nadie tenía ganas de tener un viaje de ese tipo, pero yo si, lo ansiaba siempre. Podría haberlo hecho solo, pero hacerlo con otra mente, con otro ser sintiente que pueda compartir la emoción, eso es… como sacarse la lotería. Y quien la gana es afortunado y tiene fortuna. Yo soy afortunado y tengo fortuna, la cual tiene nombre, y ese nombre es también lo que el centro de una flor sostiene a sus lados —Terminó diciendo mientras la miraba con una segura y calma sonrisa—. Bueno, cuando había llegado la noche y antes de que hallamos encendido la fogata, recuerdo la fascinación con la que veías a las luciérnagas, como si fueras un bebé probando helado por primera vez. Pero después —Soltó otra leve risa—, después aparecieron dos suricatas y saliste corriendo, y las suricatas empezaron a seguirte, hasta que para sacártelas de encima te metiste al rio. El rio, el agua helada. Las suricatas volvieron a sus madrigueras y fui a sacarte de ahí. Te volviste mojada, no tenias ropa para cambiarte. Estuviste de mal humor, si… el resto del camino. Al final, como siempre, nos terminamos arreglando y para ello hacíamos lo de siempre, ese ritual inquebrantable, el de decirnos mutuamente cuanto nos amamos y el no olvidarnos de que cada momento puede ser el último. Siempre lo decías: En un accidente de coche, en una escalera, en una pelea, o en una falla incontrolable del cuerpo… —A Jadé se le fue la sonrisa, pues lo ultimo que había recitado le hacia consciente de la realidad que acechaba.

La miró. Ella estaba como antes de que él recitara la anécdota, con los ojos cerrados y con una sonrisa que transmitía paz.

Pétalo apretó con fuerza la mano del muchacho, tan fuerte que parecía que recobraba su fuerza natural. Pero no duró así mucho tiempo, pues esa intensidad iba progresivamente disminuyendo. La mano apretaba cada vez con menos fuerza, desprendiéndose, soltándose del calor de la piel de su amado Jadé.

Una lagrima recorrió el rostro de la joven.

Jadé se recostó en su regazo y se echó a llorar desconsoladamente.

Pétalo percibió su propio cadáver, aún con el vestigio de su sonrisa. Percibió a su amado, llorando y llorando. Percibió aquella habitación color muela. Pero no solo la percibía; ahora Pétalo era la habitación, ahora era su amado, ahora era su cadáver. Ahora era cada átomo de aquellas entidades y de aquellos entes. Ahora Pétalo era la puerta de la habitación, ahora era el pasillo, era la entrada al hospital. Ahora Pétalo era el hospital, la ciudad, las mariposas, el pasto y las nubes. Ahora Pétalo era la tierra, la luna y el sol. Era los planetas, las estrellas, los cúmulos de estrellas y los agujeros negros. Era los cuásares, las galaxias, los cúmulos de galaxias y el universo mismo. Ahora no sentía el tiempo, era el tiempo. Ahora no percibía el espacio, era el espacio. Ahora no percibía los colores, era los colores. Todas aquellas características de la naturaleza que ahora percibía eran indescriptibles a través del lenguaje, ya que este último habla de lo entendible, pero esta nueva forma de percibir de la que disponía Pétalo, si es que seguía siendo ella, eran inaccesibles a la comprensión humana. Ahora ella era el universo mismo, era todo lo sucedido y por suceder, era toda la extensión de la materia y energía, era el sistema supremo, aquél que logra acceder a la realidad tal cual es. Se había convertido en la conciencia universal, una que además de percibir el cosmos tal cual es, es la totalidad del cosmos. Se había unido y convertido en el mecanismo último: En dios, o en la unidad universal, como fuese el nombre que denomine al fin ultimo, al juego de la experiencia ultima, al autoconocimiento del sistema último.

Pétalo no había muerto, se había liberado de su percepción carnal, había abandonado la consciencia delimitada por las percepciones humanas. Pétalo seguía siendo consciente, pero su consciencia ahora abarcaba cada rincón de espacio, materia y energía existente en la realidad de todas las cosas. Además ya no era una consciencia individual, era una consciencia unitaria en donde había conocimiento de todo lo existente en el universo. Pétalo ya no era Pétalo, pero contenía a Pétalo, contenía aquél fragmento de carne que había experimentado una existencia efímera, aquél fragmento que se cuestionaba acerca de la realidad y de como lo perceptible no es lo inteligible. De esta manera, la muerte de la muchacha no fue en vano ni mucho menos, pues la metamorfosis de consciencia que tuvo lugar en la muerte carnal del sueño de la experiencia humana, dio lugar al nacimiento de la consciencia que tiene entendimiento de todas las cosas.

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